Vida de película La historia de un escultor de pasado duro y presente peculiar. Un documental sencillo sobre un personaje deslumbrante. Una película austera sobre un hombre de origen callejero, que vive en la ribera quilmeña, en una casa construida por él con botellas que le deja el río. Tito Ingenieri, escultor y artesano. Un tipo que, en el exacto punto en el que otros se entregan, genera y genera arte con metales y vidrios. “El Gaudí del reciclado”, como exagera alguien en el filme. En todo caso, hablamos de una persona llana y luminosa, con un pasado escarpado y oscuro, en el que abundan el consumo de drogas y las internaciones en el Borda. Situaciones que él relata a mitad de camino entre la ingenuidad y el humor. Sus obras, hechas con basura y material de descarte, rodean su casa y engalanan colecciones privadas. Un elegido. En esta película, de Alcides Chiesa y Carlos Eduardo Martínez, predominan las cabezas parlantes. Complementadas con imágenes menos estáticas: como las de Tito creando o interactuando con vecinos. “No soy un artista, soy un laburante”, aclara él, autodidacta. El filme lo muestra con máscaras suyas y con una escafandra estilo El Eternauta . Está bien: Tito también es un sobreviviente y, mucho mejor, un rescatista .
Atractivo retrato de un artista singular El hombre se nos aparece como un gordo piloso y nos cuenta su historia de vago, drogadicto, plomo rockero, hippie tímido refugiado en la casa que hizo arriba de un árbol, posterior colimba, y obligado huésped de la comisaría («cobraba como un banco»), el Cenareso y el Borda, de donde salió mediante una fuga de película, digna de ser llevada al cine. También nos cuenta sus lecturas, y nos muestra sus habilidades. «Yo nací para barrer el colegio», dice, porque se gana el sueldo como portero. Sin embargo Firenze, Berlín y otras ciudades lucen sus esculturas hechas de fierros viejos. Una observadora lo define: «Es un Gaudí del reciclado». En Quilmes todos conocen su casa, y las escuelas hacen visitas guiadas. Las paredes no son de ladrillo. Las levantó, hasta el techo, con botellas de distintos colores, así la casa es luminosa, bien templada, y regala infinidad de brillos cambiantes a lo largo del día. Lo vemos trabajar, inaugurar su Monumento al Nautiscualo en Berazategui, casarse con la rubia que aceptó dormir en su cama-sarcófago, y contar esa historia, respaldada por diversos amigos como Willy Lastra, el Mono Oscar López (que además puso la música), el doctor Alberto Rocca, etcétera. «El viejo Psiquiátrico no distingue al loco del artista», dice el médico. Pero una cosa no quita la otra. En el fondo, Tito Ingenieri, que así se llama, es un artista singular al que bien puede definirse como un loco lindo, que da gusto conocer, o como un loco lindo que resulta todo un artista. Autores del documental, su paisano y probable coetáneo Alcides Chiesa («Apuntes de un viaje al Iberá», entre otros), egresado del viejo Cerc, y Carlos Martínez, egresado de la Enerc.
El arte como una buena terapia Así conoceremos a Rubén Adolfo Ingenieri, ese señor amante del rock, la pintura, la música, que hizo de todo, "plomo" de aquéllos que luego serían grupo musicales famosos, habitante de una casa en lo alto de un árbol por varios años, portero de un colegio y actualmente conocido escultor con cientos de trabajos desperdigados por todas partes y hacedor de una casa que silba con la sudestada, construida con botellas, cemento y arena en la localidad de Quilmes. A este Tito al que le gustaban las drogas, que estuvo internado en el Borda y zafó, que fue a pie a Perú y del que su psiquiatra, el doctor Rocca dice: "El paciente se cura solo" y que se ríe cuando recuerda a Tito, que luego de dos horas de conocerlo y hablar con él salió con un "desde que me analizo, estoy mejor". QUIJOTES Y BUZOS "Tito, el navegante" es un atractivo documental. Muestra a Tito que cuenta su vida mientras trabaja con toda la chatarra del mundo, de la que surgirán animales, personajes, Quijotes, o buzos, lo que su imaginación le pida. Un hombre al que lo salvó ese arte, o artesanía a la que él se dedica, mientras relata la historia de su casa, la única que tuvo propia luego de aquélla que hizo en lo alto de un árbol. La querida casa de millones de botellas y que Irma, su mujer decoró con bellos vitraux. Tito habla de otra forma de vida, donde el dinero no exista y donde las casas puedan hacerse sin dinero, como la suya ,trabajada con chatarra. Tito piensa que mucha gente del barrio lo va a imitar y no habla de sus esculturas que se exhiben en Quilmes, Madrid, Berlín o Berazatequi y que le aseguran una eternidad en reciclado y hierro, con mucho cemento y arena. Filme distinto, con permanente presencia del protagonista, testigos de su vida, hijos y mujeres, vecinos y dibujos animados que matizan con creatividad esa sucesión de imágenes destinadas a fijar una vida distinta.
Si las botellas escucharan En Tito, el navegante (2010), las botellas ocupan el lugar de ladrillos en las paredes que forman la casa de Tito, el extravagante protagonista de esta historia, un hombre tan llamativo como el lugar donde vive. El documental comienza por mostrar una casa ubicada en la ribera de Quilmes, que fue edificada por su dueño con botellas que devolvió el río luego de una inundación. Pero además de mostrar su hogar, Tito Ingenieri expone todas las etapas de su vida, desde su juventud hasta la actual, las cuales fueron atravesadas desde algún aspecto por el arte. El personaje que eligieron los directores Alcides Chiesa y Carlos Eduardo Martínez, resultó interesante incluso más allá de su peculiar casa. Multifacético como pocos, Tito es artesano, soldador, fue actor, intentó también –sin éxito- escabullirse en la música, diseña su propia ropa, construyó prácticamente todo lo que lo rodea, y como si fuera poco, para subsistir, dedica sus días a trabajar como barrendero en una escuela de su barrio. “La máquina de soldar”, como él se autodenomina, quiso demostrar que podía finalmente cumplir su sueño de tener una vivienda propia, al construirla con elementos que no sean comprados, luego de que el lugar donde vivía, una casa ubicada en un árbol, que también él mismo había construido, fuera destruida. El dinamismo que tiene Tito, el navegante, se debe en gran parte a su locuaz personaje, que en un monólogo de poco más de una hora supo hilar múltiples historias de su vida: amores, amistades, su paso por la colimba, su estadía en el Borda –y como se fugó del mismo-, y hasta enfrentamientos con la policía. Si es verdad que las paredes escuchan, las botellas que forman la casa de Tito deben haber oído muchísimas historias, ya que su verborrágico dueño parece tener decenas de anécdotas, de las cuales algunas se pueden conocer en este documental, en el que son narradas en primera persona.
Un artista en la localidad de Quilmes vive en una casa hecha con botellas de vidrio. Se llama Tito Ingenieri y es artista escultor especializado en metal y vidrio. Si fuera un titular, estaría como nota de color en cualquier noticiero vernáculo. No pasaría de un barrido de imágenes loopeadas y dos o tres preguntas obvias con las respuestas en off para mostrar tomas apenas más detalladas. Pero no es el caso. Tito, el navegante es un documental de poco mas de una hora en el que los directores Alcides Chiesa y Carlos Eduardo Martínez intentan dibujar a uno de esos personajes lindos que existen y forman parte de un pueblo. Ese tipo de personas que caracterizan un lugar y lo hacen más pintoresco. Mas allá de la corrección técnica a cargo de ambos directores tanto en cámara como en fotografía y una interesante música de Oscar López, esta película tiene un problema clave: No genera interés desde sus realizadores. Vale decir, todo lo que se puede preguntar por simple curiosidad está. Así conocemos que Tito no terminó el colegio, se fue de mochilero y volvió al rato, fue plomo de una banda de rock y trabajó con un soldador que le enseñó el oficio y que derivaría en el artista que es hoy. Incluso llega a lo paradójico cuando dice que le gustan Artaud, Rimbaud y otros autores; pero nunca termina de leerlos. La parte animada es estéticamente agradable pero apenas si subraya lo que el escultor dice cuando se refiere a viejas conquistas amorosas. Tema aparte para la referencia a El Eternauta. El afiche de la película es el de la historieta pero con Tito detrás de las antiparras. Chiesa y Martínez agregaron tomas del artista acercándose a la cámara de plano entero a plano medio luciendo máscaras antigas o de soldar, algo así como un separador entre tema y tema. Todo esto queda bien pero a la historia del entrevistado no le agrega nada. Para encontrar una analogía entre la obra de Oesterheld y el título hay que poner imaginación e hilar fino. A simple vista no alcanza. A ver, claramente este artista quilmeño despierta en los directores la suficiente curiosidad como para prender la cámara. Pero durante toda la película ronda una sensación extraña. Es como si yo lo invitase a mi casa a escuchar música y simplemente agarre un disco de Sandy Nelson, ponga play y nos quedemos callados. A ud puede gustarle o no. Dependerá de sus oídos y nada más. Ahora, si yo le explico que ese fue el primer disco sobre el que yo apoyé una púa de tocadiscos a los 10 años y que lo heredé de mi padre como si me hubiera querido mandar un mensaje para que yo empezara su frustrada vocación de baterista, seguramente la escucha será distinta. Tendrá el condimento de mi propia pasión detrás de esos sonidos y ud va a prestar otro tipo de atención a partir de un interés generado por mi impronta. Eso dejaron afuera los directores en el subtexto del guión. Su pasión y admiración por lo que este artista les genera. Es eso. Falta pimienta.
El arte en primer plano Tito Ingenieri es artista, escultor y un sobreviviente en muchos sentidos, un hombre que se abrió paso en el arte con sus propias manos. Como testigo de su obra, se erige la casa que él mismo construyó con miles de botellas de vidrio y que está en Quilmes. El documental de Alcides Chiesa y Carlos Eduardo Martínez explica quién es este artista ("no soy un artista, soy un laburante") al que le costó seguir adelante, que fue golpeado salvajemente por su larga melena y conoció ya de adulto a su primera novia. El trabajo se estructura a partir del testimonio del propio Ingenieri relatando anécdotas de su pasado, del uso de drogas y de su gran creatividad, y se alterna con la aparición de aquellos que lo conocen y cortos de animación que ilustran su universo. Personajes curiosos si los hay, Ingenieri es autodidacta, fue plomo de rock y estuvo relacionado con el teatro. Hoy, su casa es un museo visitado por niños, y las botellas que sostienen las paredes del hogar contienen mensajes artísticos para todos aquellos que los quieran enconctrar. Un documental sencillo sobre un hombre al que cualquiier elemento de desecho le sirve para construir. Es, sin dudas, un náufrado en la Ribera de Quilmes que sigue adelante contra viento y marea. Un Robinson Crusoe en medio del caos.
Un retrato humano de un excéntrico e innovador artista El documental se ha nutrido desde siempre de personajes exóticos, entrañables, talentosos, contestatarios, delirantes y marginales. Tito Ingenieri, el protagonista de este trabajo de Alcides Chiesa y Carlos Eduardo Martínez, tiene un poco de todo eso. Tito, mezcla de artista bohemio y sobreviviente del hippismo, resulta un antihéroe perfecto, un loco "lindo" (aunque sus experiencias en el neuropsiquiátrico Borda durante la última dictadura militar no fueron precisamente agradables) que vive en una zona no demasiado favorecida de Quilmes en una extraña (y bella) casa construida por él mismo con? botellas. El resultado es un ámbito con vitreaux improvisados (hay vidrios multicolores) que refractan la luz y le otorgan al lugar climas muy sugestivos. Además, Ingenieri es un experto soldador que ha aplicado ese conocimiento del oficio para concebir inmensas, audaces e impactantes esculturas metálicas. Chiesa y Martínez construyen un relato sólido y sencillo, que combina testimonios de Tito y de sus amigos con imágenes de su cotidianeidad y su particular proceso artístico. Hay algunos intentos por romper con esos esquemas básicos (como la inclusión de algunos pasajes animados), pero queda claro que aquí el interés por el personaje está muy por encima de las búsquedas estéticas o narrativas de los directores. El desenlace, quizás algo complaciente (el "perdedor" que finalmente encuentra el amor y el reconocimiento hacia su obra), no erosiona los logros de un retrato humano lleno de matices (pendula entre el humor negro y elementos trágicos) y de hallazgos.