“Traslasierra” es la tercera película de Juan Sasiaín en el rol de director. La historia se centra en Martín (Juan Sasiaín), quien retorna, junto a su novia, al pueblo donde nació. Allí lo espera su padre Rufi (Rufino Martínez), quien desea que su hijo no vuelva a separarse de él. Pero el protagonista se reencuentra, también, con recuerdos y personas de su pasado, como su amiga Coqui (Guadalupe Docampo), quien despertará en él ciertos sentimientos y dudas. Con este film, Juan Sasiaín retorna a la misma temática de sus dos films anteriores, es decir, “La Tigra, Chaco” (la cual dirigió junto a Federico Godfrid) y “Choele”. Un protagonista vuelve al pueblo que lo vio crecer y allí su pasado le despertará ciertas cuestiones para resolver. En el caso de “La Tigra, Chaco”, Esteban (interpretado por Ezequiel Tronconi) regresa al lugar que le proporciona nombre al film, para reencontrarse con su padre, quien es camionero y pasa el tiempo recorriendo kilómetros en las rutas, debido a esto el encuentro se pospone y debe pasar más tiempo del previsto. Por otra parte, “Choele” se centra en Coco (Lautaro Murray), un niño que viaja al lugar donde vive su padre Daniel (Leonardo Sbaraglia), juntos recuperarán el tiempo que no pasan juntos durante el año, despertando en el pequeño protagonista el deseo de permanecer allí. Por lo tanto, aquí observamos determinados ejes que se reiteran en las historias, el reencuentro de un hijo con su padre, la localización de la historia en un pueblo, el retorno de un personaje al lugar donde creció y la consecuencia de este viaje, que siempre dará una razón para quedarse. En “Traslasierra” podemos destacar las actuaciones de todos los actores, el propio Juan Sasiaín, Rufino Martínez, Amanda Tronconis, Guadalupe Docampo y Candela Curletto. Todos desarrollan sus personajes de manera natural y logran transmitir aquello que se proponen. Por otra parte, la película rinde homenaje a uno de ellos, el actor titiritero Rufino Martínez, quien falleció antes del estreno de este film. Asimismo, como aclaramos previamente, la historia se centra en un pueblo con pocos habitantes, en este caso en Traslasierra, en la provincia de Córdoba. Gracias a las locaciones en exteriores podemos apreciar la belleza del lugar. Por su parte, la trama que los acompaña es sencilla, donde Martín deberá decidir acerca de su futuro, todo esto se construye alrededor de otras temáticas, como la labor de los titiriteros (oficio de su padre), la vida rural, las relaciones amorosas, entre otros. En resumen, Juan Sasiaín nos vuelve a traer una historia sencilla acerca del retorno al pasado y lo que esto despierta en un personaje, destacándose la belleza de las locaciones y las actuaciones.
Muchas veces los realizadores deciden ponerse delante y tras la cámara para construir historias. Muchas veces el resultado es logrado, y en otras, como en esta oportunidad, la necesidad de configurar una narración tan propia termina diluyendo las posibilidades de trascender la anécdota. Fallido film, en donde un personaje secundario, interpretado por Guadalupe Docampo, termina por robar el protagonismo en una historia pequeña y débil que cinematográficamente no suma nada.
Busco mi destino. Uno de los tópicos que atraviesan este opus de Juan Siasaín, Traslasierra, también ocupaba el centro de atención en su película Choele (2013) con Leonardo Sbaraglia y que tiene que ver con la paternidad tanto como desafío para alguien primerizo, como es el caso del protagonista de su nueva película, como desde la presencia de lo paternal y el legado que puede o no dejar un padre a un hijo. Ese es uno de los puntapiés que desestructuran a este actor errante (interpretado por el propio director) que ama la libertad de no pertenecer a ningún lugar pero que se ve impulsado a retomar contactos con su padre, su pueblo y los recuerdos de infancia, a pesar del intento de armar una vida de pareja y aventuras con una novia venezolana. Es entonces la inercia y la quietud necesaria a veces lo que convive en Martín, además del reencuentro con una amiga, Coqui (Guadalupe Docampo) que a diferencia de él sentó sus raíces en el lugar, dedicó su tiempo a la docencia y se encaminó en la aventura de ser madre soltera, por quien Tincho (así le dicen aquellos que lo conocen) aún siente cosas y la encrucijada amorosa se le presenta en medio de una crisis existencial. Sin embargo, entre las intenciones y lo que queda plasmado en pantalla hay una distancia y la sensación de no encontrar un tono y un ritmo adecuado para el desarrollo de ese proceso de cambio. En Traslasierra conviven dos tiempos internos que no logran conectarse, uno lo marca el pulso de los vínculos, los afectos y los miedos de perder todo por el simple hecho de no saber elegir y el otro tiempo es el de las acciones, los pequeños actos con los títeres en un personaje que a veces parece manipulado como un títere entre dos mujeres. Desde la propuesta visual, el director de La tigra, Chaco (2009) dice mucho más que desde las palabras y desde ese obstáculo no llega a superar una seguidilla de tropiezos y apuros por resolver situaciones algo más complejas.
Camina junto a mi Un trashumante titiretero descubre que llegó la hora de crecer para avanzar en la vida, y es momento de proyectar con los pies en la tierra. Interesante propuesta temática, aunque a veces el intento de abarcar más de lo que se puede, confluye en un gusto amargo para el espectador. Traslasierra (2018) nos relata la historia de Martín (Juan Sasiaín), artista nómade, quien regresa junto a su novia venezolana Julieta (Ananda Troconis) a la casa de su papá en las Sierras. Se reencuentra con Coqui (Guadalupe Docampo), una amiga de la infancia que es madre soltera; Juli le comunica a Martin que está embarazada. Rufi (Rufino Martinez), un viejo titiretero y padre de Martín o Tincho, aconseja a su inmaduro hijo con respecto a la paternidad. El real y miedoso Tincho habla a través de Pipo, su títere que hace de suerte de alterego. Traslasierra es el cierre de una trilogía de películas hechas en pequeños pueblos de la Argentina del director y guionista Juan Sasiaín: La Tigra, Chaco (2009) y Choele(2013). El guion no es de factura convincente o elocuente. Presume de simple, y existe cierta discordancia en relación a lo que se intentó contar y el resultado final del relato. Sin lugar a dudas, la intención es buena, y, en el caso de un film que debería transmitir simpleza, tan sólo se pretende que nos quede un claro e inspirador mensaje, lo cual no sucede, quizás por no encarar en profundidad esta difícil tarea. Muy por el contrario, la historia resulta confusa, los protagonismos en el relato cobran diferente valor al que se está presentando, lo que constituye un desacierto. No resulta creíble el personaje principal ya que a las claras no representa a un habitante local que abandonó su hogar hace mucho tiempo (Mina Clavero), dejando un dejo de superficialidad en la representación. Se utilizan algunos recursos, como tocar instrumentos artesanales, generando empatía e identificación en el espectador a través de cierto tipo de vestimenta, pero lamentablemente, con eso no alcanza para lograr un sustrato dramático, lo que remarca un contraste con la buena actuación de Guadalupe Docampo, quién sí construyó un personaje verosímil y capta mayor protagonismo. Quizás el error más grave que tenga esta película, sea que el director quiso abarcar demasiado al realizar el guion y ser protagonista también, consiguiendo un resultado liviano y lineal, que toca de oído las temáticas planteadas. Los paisajes naturales y las locaciones son bellos, sin embargo, la fotografía no se destaca, tampoco la música que resulta algo monótona. La voz del autor queda aquí como desapegada de la historia, no consigue en ningún momento fluidez. Se postula como una historia sencilla, aunque peca justamente, de no serlo dada la superficialidad en el tratamiento en general. Cabe destacar que la película rinde homenaje al actor titiritero Rufino Martinez, quien falleció antes del estreno.
Traslasierra cuenta la historia de Martín, que vuelve junto a su novia a la casa de su padre en las Sierras para encontrar algunas respuestas a sus dudas existenciales. La salud de su padre, una amiga de la infancia y el futuro de su relación con su pareja confluyen para profundizar y tal vez aclarar las angustias del protagonista. La película no tiene ni la identidad estética o narrativa de los films independientes más interesantes ni tampoco la efectividad profesional de las películas más clásicas. No es una experiencia cinematográfica original ni tampoco un entretenimiento que genere simpatía y emoción. Hay infinitos films que no cumplen con estas dos formas de cine, pero cuando no se está con ninguna de las opciones y no se logra llegar al objetivo, el resultado es pobre y sin gracia. Los actores tampoco producen identificación ni empatía con sus personajes y varias resoluciones terminan siendo insuficientes y bastante fallidas. Diálogos que no suenan auténticos, las situaciones cotidianas no son creíbles, el naturalismo cuando falla resulta particularmente absurdo. Traslasierra no encuentra nunca el tono o el camino para convertirse en una película que llame la atención o aporte algo novedoso.
La nueva película de Juan Pablo Sasiaín (Choele) es un drama intimista que además lo tiene como protagonista en el papel de un joven artista y errante titiritero que regresa a su pueblo de Córdoba. Ya treintañero y con una novia venezolana, llegan a lo de su padre, de quien heredó el oficio, pero ese regreso se convertirá de a poco en un viaje personal que lo conectará con quién es y qué quiere de la vida. Martín se encuentra en una pareja estable con Julieta, quien le pregunta si no se encuentra ya aburrido y luego exclama para ella, al oír una de esas tantas historias que todo el tiempo tiene para contar, “Quién pudiera tener un amor así”, ante la historia de amor que sus padres tuvieron. Si bien se los ve bien, la pareja parece estar en un momento de transición, de decidir si ir o no más allá. Como si fuera poco, el regreso trae también un reencuentro con Coqui, una vieja amiga desde la infancia con quien supo tener una relación. A diferencia suya, ella se asentó en el pueblo y hoy tiene una nena, sin un padre. La película se mueve de manera tranquila, como su protagonista, entre funciones de títeres, comidas en la casa de su padre, conversaciones de alcoba con su novia y conversaciones con esta amiga que, a su vez, traen memorias de un Martín pasado. El registro al que apuesta siempre el director, guionista y protagonista es siempre naturalista. Así, algunos diálogos se tornan largos y reiterativos. Otra cuestión técnica que no termina de funcionar es la música, aunque incidental, monótona e intentando reforzar el tono melancólico buscado. También sorprende que, salvo en pocas escenas, no se termina de aprovechar el escenario, esos vastos exteriores donde la película fue filmada. Si bien el elenco funciona y se desenvuelve bien en este registro, es Guadalupe Docampo quien logra destacarse tanto por su interpretación como por su personaje, quien mayor vida le aporta al film. “Traslasierra” es una película chiquita y sencilla, con buenas intenciones pero con un relato monótono que no termina de despegar. En su afán de contar una historia de crecimiento personal, el film se regodea entre largas escenas, muchas veces apoyadas más en los diálogos que en otra cosa.
Los hilos del destino Cuando hablamos de Coming of ages, es natural pensar en películas centradas en alguna etapa trascendental de la infancia o adolescencia a punto de pegar el salto a una nueva. Pero así como la vida está llena de diferentes etapas, hay historias para narrar en diferentes períodos, también adultos. De eso viene Traslasierra, la nueva película de Juan Sasiaín, que justo se encuentra cumpliendo diez años desde su renovadora ópera prima La Tigra, Chaco. Un protagonista joven, ya no adolescente, que pretende mantener una libertad sin ataduras y debe encontrar el rumbo hacia una definitiva vida adulta. Quizás no sea casual que Traslasierra se desarrolle en medio de un ámbito de artistas nómades, titiriteros. Así como ellos manejan los hilos de las criaturas a las que le dan vida a través de sus manos, los hilos y sus voces, habrá quien lleve los hilos de nuestro destino. Hay una cierta “mitología” alrededor de los artistas de feria o nómades. La libertad, el ir sin un rumbo fijo, sin un establecimiento, una filosofía de vida abierta y sin ataduras. De eso se vale Traslasierrapara narrar una historia que transcurre más por los sensaciones que por el peso de un argumento contundente. El titiritero controla la vida de su muñeco, ¿pero puede controlar la suya o deja que sus hilos se enreden? La vida en tres Podría decirse que Traslasierra ¿cierra? una trilogía que Sasiaín inició diez años atrás. Hay varios elementos que pueden unir este film con los anteriores La Tigra, Chaco y Choele. Lo primero que salta a la vista es el protagonismo siempre de un personaje masculino, y la presencia en las tres de Guadalupe Docampo como interés romántico. La paternidad o la búsqueda de un padre como eje central, el escenario abierto y algo desolado, una historia pequeña, el microcosmos generado alrededor de un puñado de personajes. Todo ello también es central en las tres. Por temática, Traslasierra se asemeja directo con La tigra, Chaco; y si tuviéramos que trazar un mapa o línea de tiempo a través de una vida entre las tres, Traslasierra se ubicaría en medio, entre el joven que reencuentra sus orígenes y el adulto que encuentra un nuevo sentido. Si bien las tres son obras personales, y Mariano Torres y Leonardo Sbaraglia podrían ser alter egos del director, en Traslasierra resalta más el costado personal, ya que por primera vez el propio Juan Sasiaín se ubica como protagonista. Él es Martín, que regresa a Mina Clavero para visitar a su padre Rufino (Rufino Martínez). Ambos comparten el oficio de titiritero y la esencia de ser artistas nómades. Pero Rufino ya está instalado, y Martín todavía busca su brújula. Martín no regresa solo, lo acompaña Julieta (Ananda Tronconi), una joven Venezolana que conoció fortuitamente en las playas de ese país. Al joven lo envuelve un aire de familiaridad. Siente la puja entre sembrar sus raíces en esa localidad de Córdoba tal como parece que pide su padre, o seguir viaje solo o con Julieta y lo que pueda venir. El cuadro se completa a modo de triángulo con la aparición de Coqui (Guadalupe Docampo), maestra rural, madre soltera y novia o interés romántico de la infancia de Martín (al igual que en La tigra, Chaco). A partir de la intromisión de esta dulce joven, Martín se llenará de más dudas de las que tenía. Afrontar los nuevos desafíos de un destino incierto, o asentarse. Vivir nuevas experiencias o sentar cabeza. Estas opciones no necesariamente significan lo mismo. Bajo el sol cordobés Así como en sus film anteriores Sasiaín aprovechó los parajes de Chaco y Río Gallegos, Mina Clavero será ahora fundamental en Traslasierra. El realizador la filma soleada, cálida, abierta, con aire de hogar. Aún en las escenas de noche o en interiores hay un brillo que la hace luminosa. La sensación de confortabilidad invade la película, logrando que esta historia pequeña y simple se viva en sus 82 minutos con una sonrisa permanente, pese a no ser una comedia para la risa. Traslasierra es una propuesta noble, humana, sensible; también con cierto grado de inocencia bienvenida. No hay grandes complicaciones de guion, ni vueltas de tuerca. Es la vida misma con sus devenires. Sasiaín se siente cómodo y transmite familiaridad a su personaje. Es alguien con quien es sencillo empatizar, y al que puede entenderse en sus dudas. Aporta una cuota de naturalidad muy fresca. Ananda Tronconi posee muy buena química con Sasiaín y tiene la candidez necesaria que Julieta necesitaba. Pero quienes se llevan las grandes admiraciones serán, por un lado, Rufino Martínez con muchísimo brío, color, y una postura entrañable. Conquista con cada una de sus apariciones. Un personaje muy querible y espontáneo. Finalizamos con la siempre maravillosa Guadalupe Docampo, quien cuando ya parece que no podía sorprendernos logra captar todas las miradas con su dulce Coqui. Habla con tonada, sonríe, achina su mirada, y el espectador cae rendido ante la luminosidad que despliega. Coqui es un personaje simple, que exige mucho de su intérprete para hacerlo destacar, y Docampo lo logra. Nuevamente hay que decir que su aporte está entre lo mejor de la película en la que actúa. Traslasierra es una película chica, simple, pero de gran corazón. Sasiaín vuelve a demostrar una gran vena sensible para retratar historias de personajes reconocibles, con las dudas e incertidumbres de cualquiera. No siempre es necesario tener la impresión de haber visto algo descomunal para quedar muy satisfecho.
Martín es un artista errante que vuelve con su novia extranjera a la casa de su papá en la zona de Córdoba del título, en búsqueda de paz y tranquilidad. Allí se reencuentra con Coqui (Guadalupe Docampo), una vieja amiga de la infancia que nunca se fue del lugar y ahora es docente y madre soltera. En ese contexto, Martín iniciará un intenso y profundo viaje interno. La estructura de Traslasierra es similar a las dos películas anteriores del realizador –y aquí también protagonista- Juan Sasiaín. Como en La Tigra, Chaco (que codirigió con Federico Godfrid) y Choele, la acción es propulsada por un joven que regresa al pueblo que lo vio crecer y es tironeado entre el presente y el peso de los recuerdos. También se repite una impronta naturalista en los diálogos y una bienvenida tendencia a construir esos vínculos humanos a través de escenas que adquieren una respiración propia. Reposada y tranquila como Martín, la película discurre entre obras de títeres (el oficio común entre padre e hijo) y pequeñas viñetas de esa convivencia cotidiana a la vez que fugaz. Lentamente esa abstracción llamada pasado se materializará en las dudas emocionales de Martín sobre su futuro. Un futuro clarificado por la sabiduría paterna y la apuesta por un proyecto propio y personal. El resultado es un film cálido, noble, honesto y emotivo sobre el miedo a crecer.
Martín es un artista nómada que, con su novia, regresa a la casa de su padre, un anciano titiritero que se gana la vida mostrando sus muñecos a los niños de su estancia serrana. Aquí Martín, cansado de su crisis existencial, se reencuentra con Coqui, una hermosa madre soltera que había sido su amiga de la infancia y, mientras recibe los sabios consejos de su padre, comienza a pensar en cómo formar su propia familia. El director Juan Pablo Sasiain ( Choele, La tigra) diseñó así una historia cálida y poética, en la que sus protagonistas buscan la manera de dar un giro a sus vidas en medio de una naturaleza agreste que sirve de marco a este entramado que simboliza el espíritu del viajero eterno que desea dar un cambio radical a su mundana existencia.
Juan Sasiaín cierra con esta película su trilogía sobre pueblos del interior, (“La Tigra, Chaco”, “Choele”) pero en este caso con una historia que confiesa con toques autobiográficos y donde asume las tareas de autor y protagonista. Un artista trashumante que regresa a su pueblo de pertenencia junto a su novia y ahí no solo se encuentra con su padre que quiere retenerlo, sino con un amor de juventud que también representa la duda, la posibilidad de arraigo, la sospecha de otro secreto. Un momento de decisión en su vida. Historia sencilla y lineal que no carece de encanto y de algunos climas bien logrados, junto a otros que no le escapan al lugar común. Una idealización del artista de caminos, como el sinónimo de la libertad y la utopía de encontrar el lugar en el mundo, que también puede ser su construcción emocional.
La bondad diáfana de los personajes La nueva película del codirector de La Tigra, Chaco está dedicada al titiritero cordobés Rufino Martínez, quien interpreta en la ficción el papel clave del padre del protagonista. A esta altura, no resulta temerario declarar la existencia de una “Trilogía del regreso”. La apuesta del guionista y realizador Juan Pablo Sasiaín en su segundo largometraje en solitario vuelve nuevamente al punto de partida de su debut, La Tigra, Chaco(codirigida junto a Federico Godfrid), y de su siguiente esfuerzo, Choele: un personaje masculino regresa a la tierra de origen, en algún lugar del interior del país, para reencontrarse con su padre y poner a prueba varias de sus certezas, dudas y miedos personales. Los cambios en cada caso tienen que ver con la geografía, la edad del personaje principal y, desde luego, los pormenores de la trama, además del oficio del patriarca que permaneció en el terruño. Traslasierra está dedicada al titiritero cordobés Rufino Martínez, que el realizador conoció al interesarse por el mundo de los títeres y quien, además, terminó interpretando en la ficción el papel clave del padre del protagonista. Esa cualidad especular entre personaje y persona se duplica asimismo en la decisión de Sasiaín de interpretar él mismo a Martín, un joven que, como su progenitor, también se dedica al arte de animar muñecos con las manos y la voz, y que está de regreso en su lugar de crianza, en el Valle de Traslasierra, sitio donde anualmente tiene lugar un importante Festival de Títeres. La visita no es solitaria: el muchacho llega acompañado de su novia Juli (la actriz venezolana Ananda Troconis), una chica de Mérida con la cual ha compartido sus viajes recientes como artista nómade. Traslasierra impone desde el primer momento un tono reposado y amable, que seguirá siendo la marca de estilo más evidente incluso en los momentos de crisis, que gradualmente comenzarán a hacer eclosión. El reencuentro de Martín con una noviecita del pasado, interpretada por Guadalupe Docampo, no hace más que complicar aún más las incertidumbres del protagonista, en particular luego de que una inesperada novedad no puede sino implicar un cambio radical en su vida. Si la trama gira alrededor de temas tan universales como la paternidad, las decisiones de vida y la cercanía de la muerte, la forma elegida por el realizador es la misma que empapaba Choele: un naturalismo construido en base a los diálogos y los pequeños gestos, enmarcados por la belleza natural de las locaciones y una bondad diáfana en los personajes que, en más de una ocasión, rozan el pintoresquismo cinematográfico. Las bondades del film hay que buscarlas en los detalles, en la manera en la cual el realizador logra obtener de su troupe de profesionales y actores debutantes un sentido de genuina humanidad, en el humor cómplice y las miradas que dicen más que una línea de diálogo. Las reflexiones y confesiones campechanas del veterano titiritero -que tal vez tengan más de un punto de contacto con el Rufino Martínez real, fallecido poco después del rodaje, en el año 2013-, le aportan al guion un elemento de verdad. Como los títeres y su relación con aquellos que les dan la vida, un personaje puede a veces ser el reflejo fiel de quien lo interpreta.
En busca del destino Una hermosa película sobre las relaciones (humanas y de pareja), tierna tanto como emotiva, por momentos parece un poco directa (una apreciación muy, muy personal) pero se lleva bien con la idea trazada al respecto de los personajes, sus historias, sus formas. Los momentos en que se alterna con el trabajo del titiritero, profesión que se homenajea en la película, contempla un paralelo en el que ese otro yo que no dejamos salir por miedo o inseguridad plantea esos deseos y miedos a través de la palabra otorgada a las marionetas, que se vuelven involuntarias cómplices de las manos que les dan vida. Confusión emocional, desencuentros (o encuentros casi intencionados), amores que van y vuelven en una historia plena de ternura de la que no se consigue a la vuelta de la esquina. La película aborda los problemas relacionales de una pareja que se conoce en Venezuela y viaja a tener contacto con la zona de crianza de uno de sus integrantes. La búsqueda de la madurez y el aprendizaje antes de empezar a enseñar a una nueva persona cómo vivir y crecer. Un planteo diferente, protagonistas frescos (el director y guionista Juan Pablo Sasiaín da vida también, en un desempeño más que correcto, a Martín; se destacan también Rufino Martínez, Guadalupe Docampo (Coqui) y Ananda Troconis, y una puesta que es casi naturalista, dan marco excelente para una película que aborda los temas mencionados con justeza y respeto, pero también con afecto y una mirada plena de cariño por la vida y por los personajes que se descubren a cada paso de la historia.
Cada uno vive como quiere, puede o le permiten. En eso se encuentra Tincho (Juan Sasiaín) un titiritero, hijo de otro hombre especializado en el arte de manejar y darles vida a las marionetas, Rufino (Rufino Martínez) cuando, luego de una gira sudamericana, regresa al pueblo cordobés que lo vio nacer, Mina Clavero, junto a su novia venezolana Julieta (Ananda Troconis). Allí, entre comidas, vinos y charlas de los tres, afloran los recuerdos de la infancia del protagonista, especialmente los tiempos pasados con una amiga Coqui (Guadalupe Docampo), que le despertará celos a Julieta, aunque ella lo trate de disimular. Rodeado de un hermoso paisaje, con una inmejorable fotografía, aprovechando al máximo el uso de exteriores para la filmación, en la que sólo se utiliza el interior de una casa rodante, algunos sectores de una casa, y una antigua pero bien conservada furgoneta Citroën 3cv, la austeridad y la economización de recursos está a la vista. No se precisa mucho más, y está bien que así sea, porque el criterio estético va acorde a lo narrativo. Para completar esta sencillez de producción se le acopla una musiquita instrumental tranquila, como para resaltar los climas creados en cada escena. De ese modo, el también director Juan Sasiaín cuenta las vivencias de un artista bohemio que se conforma con poco y cuyo único patrimonio son los títeres que traslada en una vieja valija. Como la realización, la historia es diminuta, lo que importa es la calidez que transmite, lo intimista que es la narración, la manera en la se vinculan los personajes, los diálogos, silencios, sonrisas y miradas que traspasan la pantalla. El protagonista se entera de que su novia está embarazada y, por otro lado, la presencia de Coqui lo hace dudar de su amor por Julieta. Mientras tanto, Rufino se dedica a aconsejar y contener a su hijo cada vez que la ocasión lo amerita. Tincho no sabe lo que hacer, se siente presionado sutilmente por la situación, aunque no lo exteriorice. El relato melodramático tiene un contrapunto liberador, que es el mundo mágico de los títeres y de cómo los chicos, aún en estas épocas, se interesan por ellos. Estará en la mente del actor principal resolver el dilema que se le presenta, si acepta sus sentimientos o hace lo más fácil y menos arriesgado.
Todo va transitando entre los afectos, el regreso y los deseos de encontrarte con tu primer amor, sin dejar de lado, el pasado, el presente y el futuro. Aquí se intenta reflejar los sentimientos a través de los personajes que van construyendo los actores: Juan Sasiaín, Rufino Martínez, Amanda Tronconis, Guadalupe Docampo y Candela Curletto. La trama es sencilla y endeble pero se destaca su belleza natural, sus pobladores y se rinde un homenaje a los artistas ambulantes, un reconocimiento a los maestros rurales y a los titiriteros, en especial al actor titiritero Rufino Martínez, quien falleció antes del estreno de este film. Además a lo largo de su relato se encuentran presentes: las relaciones humanas, el amor, el perdón, la amistad y el reencontrarse con uno mismo.
El cineasta Juan Sasiaín dirige y protagoniza Traslasierra. En su tercera película cuenta la historia de un artista que busca, mediante un viaje a su pasado, reencontrar su rumbo. La trama se centra en Martín (personaje interpretado por Juan Sasiaín), un joven titiritero que retorna a su pueblo natal junto a su novia, Julieta (Ananda Troconis). Allí lo espera su padre, Rufi, quien parece estar despidiéndose de la vida. El protagonista también se reencuentra en aquel lugar con su vieja amiga Coqui (Guadalupe Docampo), con quien parece tener una historia (amorosa) no resulta. Al igual que en sus anteriores películas (La Tigra, Chaco y Choele), Juan Sasiaín cuenta la historia de un joven que regresa a su lugar de nacimiento para reencontrarse (y reconectar) con su padre, rol interpretado en esta ocasión por el fallecido titiritero Rufino Martínez. Su progenitor, quien parece estar acomodando todo para su cercana partida, hará lo posible para aconsejar y guiar al joven en la dicotomía que le genera su relación actual y su pasado (y posible futuro) con Coqui. Traslasierra es una película sencilla que va directo al grano, no tiene grandes sobresaltos. Todos los inconvenientes se plantean desde un comienzo y, cada uno de ellos, logra tener una resolución hacia el final. Los personajes –a excepción de Julieta– cuentan con el desarrollo justo y necesario que permite comprender el actuar de cada uno. Finalmente Traslasierra es una película de reencuentros y de autodescubrimiento. También de dudas y de miedos. Pero, principalmente, es una historia de amor. Y no sólo en el aspecto de relación romántica. La trama también pone énfasis en el amor al arte y a la familia, y a la importancia de reconectar con ambos puntos.