En un momento de su vida Noemí, la madre de Celia Arguello Rena, comenzó a acumular objetos de manera compulsiva, la casa en la que ambas vivían en Córdoba se llenó de cosas que iban invadiendo los distintos ambientes de la casa de dos pisos y un galpón anexo e incluso el jardín. La situación lleva a que la relación entre ambas se vaya deteriorando y Celia se termina yendo de la casa para dedicarse a su actividad como bailarina e incluso corta la relación con su madre con la cual no puede mantener cualquier clase de diálogo. Esa acumulación de objetos tiene un nombre médico: Síndrome de Diógenes y tiene un tratamiento que combina distintas terapias e incluso el uso de fármacos. Después de casi cinco años de no tener relación con Noemí, Celia intentó volver para tratar de sacarla de esa situación. Por supuesto que la casa de dos pisos había empeorado en su situación y Noemí casi no hablaba y parecía comunicarse solamente por momentos hasta que el regreso de su hija la hizo tener voluntad de salir de ahí. Celia además de encontrar una manera de relacionarse con la madre, volvió con la idea de poner en algún lado una «instalación», mostrando los objetos acumulados y registrar en un documental que le llevó años de realización y donde quedó registrado todo el proceso de cambio de situación de la madre. Pero además, a Celia le resultó dificultoso encontrarse con objetos que habían formado parte de su vida, ya que Noemí además de acumular objetos de manera aleatoria guardaba cosas de las épocas en que formaban parte de una familia como los primeros dientes que la niña Celia, cuadernos y toda clase de objetos, además de botellas de plástico y cualquier cosa que a Noemí le despertara curiosidad. Un bolso lleno de carteras es el documental que se filmó para registrar todo el proceso que por supuesto Celia no podía realizar sola, la acompañaron amigos y artistas que entendieron que ese viaje le iba a reclamar a Celia y también a Noemí un compromiso que involucraba algo más que la voluntad de vaciar esa casa. El artista plástico Alejandro Gómez asumió el compromiso físico de ayudarla pensar la instalación y el director Leonardo Petralia filmó todo y ayudó a que la instalación se hiciera realidad. De hecho forma parte de una edición del Festival Internacional de Cine Documental de Buenos Aires (Fidba), y transformó todo en un documental que ayuda pensar el proceso creativo y el compromiso personal, que supuso transformar una acumulación compulsiva de objetos en una muestra artística. Un proceso que termina por atrapar en cierta forma al espectador que se asoma a un todo terapéutico y artístico al mismo tiempo. UN BOLSO LLENO DE CARTERAS Un bolso lleno de carteras. Argentina 2021. Dirección: Leonardo Petralia. Guión: Leonardo Petralia y Nadia Jacky. Montaje: Andrés Tambornino. Dirección de Fotografía: José “Pigu” Gómez. Sonido Directo: Juan Manuel Yeri Racig , Gino Gelsi, Lu Foglio. Diseño Sonoro: Gaspar Scheuer. Música: Ezequiel Menalled. Fotografías: Marcos Crapa. Duración: 83 minutos.
Dividida en dos etapas bien distintas, una de creación y otra de vivencia personal, el síndrome de Diógenes dispara una reflexión sobre los vínculos, la distancia, el dolor y sobre cómo, una hija, entendiendo que debe impulsar un cambio para su madre, desnuda sus emociones ante la cámara en una profunda y emotiva propuesta.
Cuando aparece este tipo de películas el interrogante que se me presenta es ¿Por que razón debería interesarle al público la vida de esta mujer y de su hija? “Celia trabaja artísticamente con la basura que su madre acumula de manera compulsiva. Al embarcarse en la creación de una nueva obra, madre e hija se involucran en una experiencia que transforma sus vidas”. Esta es la sinopsis oficial de la película, que como mayormente sucede no es del todo veraz. Celia Rena Argüello tiene el karma de su madre, quien junta basura en su casa, no es una coleccionista, no hay un objeto guía, lo que sea que encuentre en la calle lo guarda. Alguien podría insinuar un diagnostico, en el filme “Toc Toc” (2017) el personaje interpretado por Paco de León, padece estos síntomas. De hecho en el transcurso del filme aparece un psiquiatra, pero equivoca la variable de análisis
En su opera prima el director Leonardo Petraglia se puso como objetivo cruzar lo cotidiano con lo artístico, como una obra en sus preparativos puede usar como materia prima la locura, la compulsión, la basura. Es el itinerario de Celia Argüello Rena, bailarina, coreógrafa dramaturga en su trabajo conjunto con el dramaturgo Juan Pablo Gómez. Ellos se embarcan en un hecho artístico, quizás el único camino posible para que Celia afronte con valor y coraje la compulsión de su madre, que padece el síndrome de Diógenes, la acumulación vehemente de basura. En esa casa que deben limpiar, los ojos del artista descubren inspiración, paisajes urbanos, un disparador de trajes y situaciones, instalaciones y danzas. El resultado es curioso, interesante y sanador.
Es evidente que el universo del documental dentro del cine nacional está atravesando un muy buen momento. A la diversidad de las propuestas con las que cuentan la cartelera y las plataformas de streaming, se suma esta semana “UN BOLSO LLENO DE CARTERAS” la opera prima de Leonardo Petralia que aborda un tema novedoso y define desde un ángulo poco convencional la relación madre – hija. La historia se centra en Noemí, la madre de la bailarina coreógrafa y dramaturga Celia Arguello Rena a la que su hija justamente describe como una mujer que vive en “el museo del paso del tiempo… con cosas que la gente tira y que ella junta”. Esta acumulación compulsiva de objetos fue invadiendo la casa que ellas compartían en Córdoba alcanzando niveles de acopio que la transformaron en un espacio inhabitable, viviendo en forma permanente entre el desorden y la basura. La “vuelta al hogar” luego de cinco años de desconexión total con su madre, queda registrado con el ojo atento de Petralia detrás de la cámara: un reencuentro con ese espacio tan particular, luego de que Celia cortase todo tipo de relación con Noemí. En la superficie, el relato parece tener como objetivo explorar algunos temas vinculados con el Síndrome de Diógenes y los problemas que trae aparejados, vinculados en un principio con la imposibilidad de seleccionar qué tirar y qué guardar. Pero el trabajo poco a poco, va mostrando las características más oscuras de esta patología que genera aislamiento, abandono personal, reclusión y a la que muchos estudios científicos la vinculan con los trastornos de personalidad, la demencia y la depresión psicótica. Tratando de superar la angustia de volver a tomar contacto con el mundo materno, Celia intentará un acercamiento a través de un proceso creativo: generar arte a partir de todos los elementos acumulados, intentando encontrar belleza en medio de ese caos. Es así como Celia reflexiona con un alto nivel de abstracción sobre una mirada más conceptual que permite ampliar los significados de esos objetos acumulados y su potencial uso de manera completamente simbólica. Aparece entonces la idea de trabajar con un criterio de instalación y que, al mismo tiempo, quedase todo registrado a través del documental. Protagonistas y director se disponen a plasmar el camino que emprende una hija dispuesta al “rescate” de su madre, trabajando sobre estas dos líneas simultáneamente: la acumulación de los más diversos y diferentes objetos mientras que se toma contacto con el deterioro y el abandono que han sufrido tanto de su hogar como su propia madre. Mezclados entre basura, desperdicios y pilas de cosas desperdigadas por los dos pisos, el jardín y el galpón –de una vivienda realmente enorme-, aparecerán recuerdos movilizadores de la infancia: desde dientes de leche que ha cortado en su infancia, pasando por fotos, dibujos y el encuentro de objetos absolutamente inesperados. Hay diarios, cartas, almanaques, cuadernos, fotos, electrodomésticos que hace años han dejado de funcionar, cajas, partes de objetos que ni siquiera pueden ser identificadas, plantas secas, botones, billetes viejos, frascos, latas, botellas de plástico, todos ellos aportando al basural en el que Noemí ha vivido sumergida todos estos años, generando pequeños altares dentro de la casa Justamente “UN BOLSO LLENO DE CARTERAS” sorprende por la búsqueda de un nuevo lenguaje para describir la conflictiva relación madre-hija, al mismo tiempo que trabaja en la recuperación desde un punto de vista artístico de todo lo que encuentran juntos, gracias a la ayuda del artista plástico Juan Pablo Gómez, proyecto a través del cual Celia intentará trabajar con el arte y la poesía en medio de la suciedad, la basura y el abandono. Y finalmente, encontrar un delicado equilibro y generar una mirada esperanzadora.
Lo que comienza como una exploración del proceso creativo de una inusual obra teatral, se transforma en una pertubadora y emotiva exploración de la situación familiar de Celia.
RECICLANDO VÍNCULOS Objetos de descarte y objetos que atraen, que erosionan relaciones, cuya acumulación se vuelve insostenible y alejan a las personas hasta de un posible reencuentro. Eso es Un bolso lleno de carteras, pero a su vez es una performance, una película en edición, una protagonista que regresa a su país y reanuda un vínculo con su madre, Noemí. Celia es una dramaturga que está realizando una obra en base a la basura que ha ido acumulando su madre a lo largo de años. Diógenes bajo el sol es el título de esta performance, un reciclaje artístico que a su vez es un viaje interno. “Organización emocional”, comenta en uno de los pasajes. Un bolso… ahonda en la vuelta a casa de una hija que ayuda a su madre de deshacerse de tanto pasado innecesario, acumulando revistas, almanaques, papeles, documentos, como cerrando un tercer acto de años anteriores. También es la realización de una obra, la participación de la compañía y la interpretación que le da la misma ante una situación íntima. El film de Leonardo Petralia es una historia integrada de diversas emociones y necesidades, como espectador me siento más atraído hacia los conflictos emocionales que artísticos. El documento de una mudanza, con todo lo que eso involucra, desvincularse de objetos, transformarlos para habitar nuevos espacios. El director aborda su primera película de manera interesante, como un curioso más ante el relato y la experiencia entre Celia y Noemí.
El proceso de hacer arte con la basura La ópera prima de Leonardo Petralia es un documental que sigue la transformación artística y en primera persona de la bailarina, coreógrafa y dramaturga Celia Argüello Rena. El film sigue los tópicos del arte contemporáneo, que entiende al proceso artístico como la obra en sí misma, cristalizado en los cambios internos producidos en la artista. La protagonista es Celia Argüello Rena, quien mantiene una conflictiva relación con su madre, una persona acumuladora de objetos de modo compulsivo. Esa montaña de objetos abandonados, amontonados sin ningún tipo de criterio, invita a Celia a reflexionar sobre los sentidos del arte en el mundo actual junto a Juan Pablo. Al llega a la casa de su madre en Cordoba, surge la posibilidad de hacer una obra performática y darle un sentido creativo a la cantidad de objetos acumulados, muchos de ellos basura. En ese camino también se reencuentra con su pasado con fotografías y objetos (sus dientes de leche conservados) que la interpelan emocionalmente. La performance a realizar la invita a pensar la relación con su madre y el valor simbólico de las pertenencias. Pensar, reflexionar, darle vueltas al material a reciclar, tirar o transformar, será la dinámica de este documental centrado en el Making Of del arte, ya sea la performance o su registro que deriva en la propia película. Un viaje interno que busca en el arte el medio para recomponer el vínculo de Celia con su madre. Tampoco faltarán en Un bolso lleno de carteras (2022) las reflexiones sobre la sociedad de consumo, sobre la dinámica acumulativa del capitalismo y la búsqueda de una expresión artística errática, incómoda y muchas veces caótica -como la misma basura que se intenta clasificar-, pero también necesaria para procesar angustias del pasado.
Un grupo de personas con barbijos se encuentra limpiando y tirando una gran cantidad de basura de lo que parece ser una vivienda abandonada. Sin embargo, mediante un diálogo entre Celia con su amigo Juan Pablo, nos enteramos que se trata de la casa de su madre. Celia es bailarina, coreógrafa y dramaturga y se encuentra rodeada de amigos y amigas que, como ella, se dedican a hacer performances y al teatro. A medida que avanza la conversación, comprenderemos que Celia se encuentra trabajando artísticamente con la basura que su madre ha acumulado de manera compulsiva durante años.
Celia trabaja artísticamente con la basura que su madre, acumuladora compulsiva, ha ido juntando en su casa. La película es la narración de todo el proyecto de hacer una nueva obra mientras se filma todo lo que le pasa al equipo. Es un proyecto arriesgado porque es imposible saber en qué dirección irá la historia. Muchas series de televisión del estilo reality nos han enseñado como son los acumuladores compulsivos. Editados de forma manipuladora y subrayada, esas serie son, de todas formas, bastante más claras y contundentes que esta película. Sí, acá hay una intención más profunda, pero las intenciones no son tan importantes como los resultados. La película tiene mejores imágenes que un documental televisivo, pero se pierde con los discursos. Tal vez lo más logrado de la película sea su título: Un bolso lleno de carteras resume muchas de las cosas que la película narra. El concepto de que la acumulación es un proceso de cajas chinas que no tiene fin. Pero la película tiene un inconveniente insalvable. Los artistas, como aparecen en la película, brillan con sus obras pero no tanto cuando explican sus proyectos. Quien haya visto documentales sobre rodajes donde se habla del proceso creativo, la mayor parte de las veces las cosas que se dicen no son muy sofisticadas ni interesantes. Tal vez un documental más tradicional o clásico hubiera triunfado donde la película falla. Hay demasiados momentos irrelevantes que bordean un ombliguismo que le quita autoridad y fuerza a la historia.
El Síndrome de Diógenes como motor artístico “Es un bolso llena de carteras. Tal vez así empezó todo”. La frase, pronunciada durante el particular drenaje de una casa atestada de basura, prende y le regala su título a la opera prima de Leonardo Petralia. El documental registra un particular proceso creativo con un origen aún más singular. Bailarina y coreógrafa, Celia Argüello Rena mantiene con su madre Noemí una relación compleja, de aristas que pueden adivinarse afiladas, incluso un tanto traumáticas. Es que el hogar de Noemí, una casa de dos plantas con patio y galpón, está repleta de objetos y desechos que la mujer acumula, no sin cierta lógica secreta. Botellas de gaseosa, bolsas de plástico, telas, adornos, calendarios antiguos, alguna imagen religiosa y un calefón que no funciona se superponen y forman montículos en el living, la cocina y el resto de las habitaciones, como si fueran pequeños altares, junto a frutas y otros alimentos en descomposición. Ese basural bajo techo, gestado bajo los dictados de una compulsión bautizada por la psiquiatría como Síndrome de Diógenes, es el punto de partida de una reconversión creativa, que Un bolso lleno de carteras sigue desde sus primeros pasos. Ayudada por otro artista, Juan Pablo Gómez, Celia vuela desde Francia luego de una breve estancia junto a su compañía de baile y regresa a la casa materna en Córdoba para iniciar ese camino creativo. En lo que solía ser la habitación de la niñez y adolescencia, sus dientes de leche se destacan dentro del desorden como reliquias del pasado. “¿Hago unos mates?”, pregunta Celia, mientras la conversación con el colega deviene en una inusitada descripción del caos: la basura recorre el “horizonte” de las paredes del living como si se tratara de un mar inmóvil, subiendo y bajando en pendientes que se asemejan al oleaje. Para Celia, el trance no debe resultar nada fácil, pero la decisión de su madre de vender la casa se presenta como una oportunidad única. ¿Cómo transformar la enfermedad y su corolario en una experiencia artística? Petralia se pega al dúo y los sigue en las visitas a la casa, los viajes en auto, durante las charlas que tienen como objetivo definir las formas y alcances de aquello que desean crear, que no puede sino mutar constantemente. Por momentos, las palabras suenan un tanto pretenciosas, como si se deseara recubrir de un sentido profundo algo un poco más trivial, gracias a la enunciación voluntarista. En ese sentido, Un bolso lleno de carteras no llega a transmitir al espectador los pormenores de la transformación artística –tampoco es posible ver el resultado final en su totalidad– aunque sí es claro el carácter terapéutico, casi sanador, de ese “reciclaje”, que es tanto físico y concreto como abstracto, espiritual. El arte puede ser efímero y al mismo tiempo dejar una profunda marca, al menos en la piel de quien lo produce.
Un bolso lleno de carteras, o de qué va el síndrome de Diógenes. Una enfermedad grave, prolongada, límite, suele ser devastadora para las personas que acompañan, una trastorno o desorden psíquico también. Las hay tanto antiguas, pasadas de moda y también las hay nuevas, cada época tiene las suyas. El síndrome de Diógenes fue tipificado entre los años ´60 y ´75 del S.XX, aunque quizás existe hace mucho. Tal vez el artista Schwitters (Kurt Hermann Eduard Karl Julius Schwitters (20 June 1887–8 January 1948) hubiese sido diagnosticado con el síndrome. Su obra magna, se construyó con 20 años de recolección de objetos y desechos en una suerte de ensamblaje llamado Merzbau. , dicho de modo eufemístico: una montaña de residuos apilados (no la montaña mágica) que atravesaba dos pisos, del cual sólo quedan unas pocas fotos (yo conozco sólo una) ya que fue destruida por los nazis; en su derrotero de exiliado comenzó el Merzbau por lo menos dos veces más: una en Noruega y otra en Inglaterra donde murió. Decía que quizás Schwitters tenía el síndrome de Diógenes, pero como no lo sabía, a su impulso recolector le dio un respeto por esa nueva basura que generaba la ciudad industrial, un desecho en el que todo estuvo diseñado, cada tapa, cada lata, o sea el residuo mismo. Pensar el desecho como un excedente de producción, esa pregunta lo llevó a crear interesantes y bellos objetos (Merz). Schwitters pudo crear arte con su impulso recolector y es quizas una de las primeras reflexiones sobre el desperdicio. Se dice que no entendía la sociedad de consumo y la creciente cantidad de basura, previamente diseñada que éste producía. Quizás el síndrome de Diógenes no sea más que una forma extrema de un subproducto reactivo al propio sistema; sistema el cual nos impulsa a tener y retener irracionalmente pero también desechar para poder a tener como un ciclo infinito, objetos cuyo valor de mercado es mucho más elevado que su propia prestación. Ejemplos notorios son los electrónicos, o los coches de lujo. En la acumulación, todo y cada cosa tiene un potencial valor de uso futuro; cada cosa tiene una belleza por haber sido previamente diseñada, o lo que le da el propio uso, o ya sea su forma o su lugar de encuentro(una piedra en la montaña). Parecería que en el colectar hay una imposibilidad de crear categorías que diferencian los objetos , tanto temporal como espacialmente. Quizás el tirar, desechar, sea también el producto mismo de la super asimilación, de la actitud de olvidar el trabajo aplicado, de siempre tener algo nuevo, distinto; de la necesidad de tener que comprar y tirar, tirar y comprar. Los textos de carácter psiquiátrico hablan de gente mayor de 65 años, ¿no será acaso el síndrome un síntoma de resistencia a un sistema cuyo objetivo final es consumirse a uno mismo y donde la muerte o la propia vejez se vive como descarte, quizás el síndrome de Diógenes es la aguda conciencia de que el mundo es uno mismo, que no hay diferencia entre sujeto y objeto, o también quizás es una forma alienada del retener, de no perder y dejar perderse nada, ¿habrá habido síndrome de Diógenes en la antigüedad? Quizás Rembrandt lo padecía, se sabe que era un coleccionista compulsivo. Donde hay “cosas” hay potencialmente un síndrome. El film de Petralia choca la embarcación desde su propio comienzo, se hunde y va haciendo agua desde lo narrativo, problema que parece, general del cine de esta última época, quizás no sea responsabilidad del director más que ser sujeto de una época. La influencia de la explosión de contenidos ofrecidos por el streaming, en donde se mezcla el cine con el enlatado, el docusoap con documental o realitys o tele-realidad; noticieros y guerras con moda; el ensayo con el tratado, la fantasía se vuelca sobre la realidad mediado por un discurso pseudocientífico que todo lo permite. Bueno…, sobre esto se ha escrito bastante, Sontag o Marcuse son unos de los primeros que advirtieron sobre la obscenidad de la superposición, la simultaneidad de contenidos, que a su vez absorbe en un mismo menú: horror y banalidad realidad política y tips psicológicos en un mismo instante, haciendo de ello un continuum, que impide al espectador tomar una distancia crítica, al ser una mezcla sin relieve ni hiato. Esta indeterminación parece que dió sus frutos en la sociedad; también sobre las escrituras, Un bolso lleno de carteras podría ser el piloto de un programa sobre casos de conductas “extremas o extrañas”, como lo era/es Intervención (Intervention, programa de telerrealidad, A&E, EEUU) o cualquier otro que seguro los hay. Llámese como se quiera, la constante es hacer público lo privado, todos estamos obligados a participar, como hace el “couch” en una empresa con los empleados, o ¿acaso la vida no es una empresa?. Todo es un desvío de la estandarizada normalidad debe de ser corregido; nos machacan una y otra vez con soluciones que tienen un trasfondo confesional; yo soy alcohólica dice la mujer de cara hinchada, yo soy adicto al sexo dice el hombre de traje, yo soy adicto a las metas dice el joven sin dientes, siempre la tipificación mediante; lo importante, el primer paso de la cura es decirlo, nos dicen; ponerle palabras al desvío es el primer paso: mi madre tiene síndrome de Diógenes nos dice la hija entrevistada. (Me pregunto seriamente por qué Diógenes). También, signo de la época, el documental elimina todo aquello que podría impresionar al espectador, nos lo dice pero no lo muestra, cuando lo quiere mostrar, está mediado por la belleza de la foto, el cine es imagen y sonido en movimiento, no literatura. Un cine insípido que no tiene la voluntad de llevarnos de viaje, sino de contarnos sin asustarnos un problema, unas pocas lágrimas parecen ser suficiente y el espectador se pregunta ¿cual es problema?. El film no indaga motivos, causas, consecuencias, simplemente es como la maestra que dice “no a las drogas” y muestra una caricatura de un supuesto usuario de marihuana, no pregunta, pero tampoco responde, todo es una declaración de principios, de problemas que no se concretan; momentos de intimidad adolescente que no hacen al problema central, o mejor dicho, no un hay problema central sobre el que pivota el film, de donde sale y vuelve la historia, el centro se desplaza de personaje en personaje, entre el que parece un analista con aspecto de analista pero que es director de teatro, pero que es cineasta, que parece que no lo sabremos nunca. El film tiene la paradoja de intentar poner de protagonista a dos mujeres cuando es un hombre el protagonista, es el que activa y moviliza a dos mujeres que no pueden por sí solas accionar (la hija y la madre) esta perspectiva está bien discutida entre Chion y Zizek en torno a Blue velvet (Blue Velvet, David Lynch, 1986, EEUU) Parece en todo momento, que los personajes quisieran tener una charla filosófica sobre el teatro performático, centrado en torno a lo que les produce la casa; y siempre queda en lo siguiente: un hombre explicándole a una mujer lo que le pasa, o lo que pasa brinda una sensación rara que recuerda a lo que se denomina mansplaining, aunque simpático, rápido, es el arquetipo que la tiene clara. Como artista, como psicólogo, como organizador, como debe de ser un hombre; hablando y diciendo todo el tiempo como son las cosas. Todos son enunciados de principios, pero nada se concreta en una emoción, ¿es el making off de una obra que en el film no se realiza, o es un adelanto largo? Vuelvo a un punto, ¿quién es el protagonista? ¿qué es el objeto?. Parece que la propia acumulación se devora la historia; la intervención del psicoanalista en la hora de film, es lo único que le da rumbo aunque es mínimo y puede pasar inadvertido en la profusión de escenas. La confrontación entre psicoanálisis-psiquiatría que hace el profesional, es uno de los mejores momentos del film, tardía, pero es lo que finalmente promete dar un rumbo que tampoco llega. Todo lo que sucede, la reconstrucción de datos depende de un trabajo por parte del espectador que lo que brinda el guión Otra escena mínima, bella pero dislocada es el encuentro de la madre con una vieja amiga, el resultado final es que la cámara se va posando de personaje en personaje los cuales entran y salen de escena, de escena en escena los momentos que pasan delante de la cámara y no consolidan ni u personaje ni una historia. Los cambios de velocidad y tiempo en el final es un recurso inexplicable, una suerte de resumen innecesario que nada explica, es sólo forma apresurada, otra vez, la voz del ya protagonista que machaca órdenes y reflexiones. Si el film tiene un sesgo a reality, a episodio de programa de tv; como documental no queda claro cuál es su objetivo, todo transita una liviandad y planicie donde se desdibuja o no se logra dibujar el núcleo temático ¿es la relación madre e hija? ¿es describir un síndrome? ¿Abordar lo que hoy se considera un síndrome? ¿sus devastadoras consecuencias familiares?, ¿una indagación por la vida de esta persona que compulsivamente junta cosas?. Desgraciadamente las fotos del cierre logran mostrar algo de todo lo que se dijo en palabras. Finalmente me quedan muchas preguntas. Contestarlas creo, haría otro film, de todos modos dejo esta, y es cuando, sobre los últimos minutos, una voz, acusmática, pregunta sobre unas piedras en unos vasos, la hija de la que su voz conocemos, contesta: son cosas que no te puedo explicar. Hay aquí , digo yo, un gran tema perdido, el de los rituales, se sabe que detrás de todos estos casos y algunos más, rituales secretos, personales, íntimos, que si se los deshilvana podrían dar algunas respuestas a estos fenómenos que en realidad están más del lado de los Noumenos; como bién dice el psicoanalista: la psiquiatría tipifica y unifica, haciendo del humano una cosa, cosa a la que resistía ya Kant y obviamente Freud; pero parece que todo está pasado de moda, indagar está pasado de moda, todo es más bién ponerlo en escena, el qué hago y qué puedo mostrar con la supuesta insanía (en este caso de su madre), personaje que desgraciadamente casi está borrado del film y mi espíritu sin embargo, clama por conocer.