Viaje esotérico "¿Cuál es tu destino?" pregunta un peón desconfiado apodado Antonio por su compañero que lo trata como el héroe que se niega a ser, “ayudarlo a elevarse” le responde, con la clave para comprender la búsqueda onírica de este relato. Un Gauchito Gil (2019) no presenta los hechos que convirtieron en leyenda al devenido en Santo Gachito Gil, como en cambio sí hacía el film de Cristian Jure en Gracias Gauchito (2018). Aquí no se trata de narrar la épica hazaña del hombre frente al poder de turno sino de contar la historia del hombre, el ser humano que niega su misión divina por el tamaño de la responsabilidad encomendada. Vemos a Héctor (Celso Franco, 7 cajas), un peón de campo apodado Antonio por su compañero Quiróz (Jorge Román, El bonaerense), deambular por la jungla del litoral en busca de unos cuatreros que se llevaron a un niño. El viaje los dirige a través de varios encuentros con seres fantasmagóricos mientras los persiguen dos hombres, Mamerto y Suárez ([Chirola Fernández, reconocido actor del litoral y Cristian Salguero, La Patota) encargados de matarlo. Llena de sobre impresiones, juegos lumínicos y planos poco habituales, la extrañeza le gana a cualquier sensación de realismo en esta ópera prima de Joaquín Pedretti como director, y de Pablo Dadone como productor. El no tiempo y no espacio dimensionan la odisea del protagonista en un relato que busca plantarse en el orden de lo espiritual esotérico con la pregunta ¿cómo es el pasaje del hombre al santo? Inspirada en los relatos mitológicos de los Esteros del Yverá, y narrada desde el lenguaje guaraní/carcará, Un gauchito gil cuenta el limbo en el que se encuentra Antonio Gil antes de convertirse en icono, con virtuosos recursos formales para transportarnos a esa dimensión de ensoñación a la narración que conectan con una sabiduría ancestral. Sería interesante que figuras emblemáticas como San Martín adquieran algún día versiones cinematográficas tan disímiles entre sí como el Gauchito Gil, para poder adentrarnos en el personaje de diferentes ópticas y puntos de vista. El mito, el ser humano, el santo, distintas variaciones de un héroe del nordeste argentino.
El realizador Joaquín Pedretti recupera el mito del legendario santo pagano reubicándolo en el contexto de una narración que apela al realismo mágico para bucear en la identidad e idiosincrasia local. El resultado, un viaje exótico y subyugante que revaloriza el folclore autóctono y la cultura popular.
"¡Despierta, Héctor!". Los ecos de ese llamado resuenan en el inicio de Un Gauchito Gil, arriesgada apuesta del director Joaquín Pedretti sobre el revés de un mito popular. Héctor Soto (Celso Franco) despierta en los Esteros del Iberá, como un Ulises perdido en un extraño laberinto de ofrendas y premoniciones. Acompañado por Quiroz (Jorge Román), quien lo viste de héroe y lo consagra al destino de un elegido, Héctor desanda el camino de su propio extravío, guiado por la misión de rescate de un niño y la promesa de un encuentro con 40 cabezas de ganado. Pedretti combina lo sagrado con lo profano, tiñendo de azul y fuego los retazos de la adoración popular que sus personajes representan. Si bien por momentos el simbolismo parece dejar de lado a la historia, las canciones en guaraní, las ceremonias paganas y los sonidos de una selva abrasiva configuran un paisaje inquietante, no tan frecuente en el cine argentino, que afirman un universo de singulares ideas.
Crítica de “Un Gauchito Gil” de Joaquin Pedretti La cinta narra de una manera totalmente ficticia, la historia de origen de Antonio Gil, más conocido en la cultura popular argentina como “El Gauchito”. Por Maximiliano Ponce. El relato se mantiene a través de imágenes filmadas de una manera poco convencional pero que logran llevar la historia para el rumbo que pretende tomar. La edición de sonido es lo que más lleva al espectador a tratar de sentirse identificado con el ambiente donde transcurre todo, y su uso de acuerdo a los momentos de mayor suspenso es acertado. La trama cuenta como Héctor emprende un camino tras haber perdido a un niño durante un accidente. Durante el camino, se pueden observar a muchas cosas y personajes de la mitología argentina haciendo presencia. La manera en la fue filmada puede resultar algo extraña para los espectadores que estén acostumbrados a una narración ininterrumpida y no tan centrada en contar los sucesos con imágenes filmadas de una manera poco vista en el cine. La película logra el objetivo de adentrar al público al ambiente en el que transcurre, aunque de una manera más teatral que cinematográfica. La interpretación de Jorge Román es lo más destacable y clave de esta obra, que por un extraño medio audiovisual logra contar un nuevo origen ficticio para el santo de la cultura popular. Puntaje: 70/100. Shar
Es sin dudas una película arriesgada. En vez de adentrarse en las tradiciones de la historia verdadera de “el gauchito gil”, uno de los venerados “santos” populares homenajeado en cada tramo de los caminos de nuestro país, se arriesga con una apuesta del territorio místico. Un lugar donde un gaucho que solo busca a su hijo es interpelado, confundido y finalmente construido como el personaje, cumpliendo con su destino trágico, como un camino no deseado pero inevitable por las fuerzas de las creencias que siempre pudieron más que el sentido común o la racionalidad. Un hombre que obedece a fuerzas sobrenaturales pensando que es su parte del trato pero emergerá como mito. Con elementos de los mitos del Yverá, narrada en parte en la lengua nativa, el guaraní/carcará, con una seria investigación de años, la opera prima de Joaquín Pedretti es arriesgada al extremo y especialmente por eso valiosa, aunque tenga momentos confusos .Con Celso Franco y Jorge Román de gran entrega en sus roles.
"Un Gauchito Gil": atmósfera onírica El director usa lo narrativo como soporte para ese clima febril en el que está empeñado, y que va progresando a medida que los individuos se adentran en la selva. No son del todo río (o laguna) ni del todo islote. El agua corre por ellos con la lentitud de un tapir agonizante. En algunos sectores la vegetación es selvática, y la abundancia de especies vegetales y animales confirma que la civilización no se ha aventurado mucho por allí. Suerte de geografía olvidada, como de otra parte, los esteros del Iberá (Yverá, en guaraní) son una zona entre la vigilia y el sueño. Es esa frontera la que el realizador correntino Joaquín Pedretti explora en su primer largometraje, mayormente en blanco y negro, aunque en un breve tramo aparece el color. Las primeras imágenes parecen las de un mareo o una fiebre: sobreimpresiones, cortes en seco, algún leve movimiento de cámara. Tal vez lo sean, ya que el que aparece enseguida es Héctor, un muchacho debilitado, enfermizo (Celso Franco, el chico de 7 cajas). No tarda en cruzarse con un paisano llamado Cruz Quiroz (Jorge Román, de El bonaerense y la reciente serie Monzón), que insiste en llamarlo Antonio, nombre de pila del Gauchito Gil, el santo del culto popular. De hecho, unas escenas más adelante Héctor aparece con vincha roja y pañuelo al cuello del mismo color, tal como quedó eternizado el santo. ¿Signo o casualidad? Héctor busca a un niño al que tenía que cuidar y extravió. Un par de cuchilleros (Cristian Salguero y Horacio Fernández) andan detrás de él, para cobrarse una cuenta. Y Quiroz está obsesionado con cuarenta cabezas de ganado, robadas por unos matreros. Todo eso es lo que se juega entre altos pastizales, lianas y camalotes, y la puesta en escena transmite bien la sensación de encierro. Pedretti usa lo narrativo como soporte para esa atmósfera oníricaen la que está empeñado, y que va progresando a medida que los individuos se adentran en la selva. Quiroz lleva a Héctor/Antonio en bote, a través de una laguna tan poblada de vegetación que parece una gigantesca sopa de caracol. De pronto, en medio de la noche y a la intemperie, se escuchan gruñidos de animal. ¿Qué animal? A propósito: habida cuenta de la abundancia de carpinchos, ciervos, lobitos de río, yacarés, serpientes de gran tamaño y etcétera, bien se podía haber gestionado aunque más no fuera un ejemplar de alguna de esas especies, como forma de agudizar la sensación de extrañeza que se busca. Como la llama de Zama, o el avestruz de El fantasma de la libertad. En lugar de eso, Quiroz lleva a Héctor al campamento de las Hijas de la Alquimia, suerte de brujas o vaya a saber, que celebran ceremonias en las que se fuma algo. Y a la mañana siguiente uno puede despertar con ellas. Quiroz recita un poema lírico que alude a ciertas magias naturales, y que no carece de grandilocuencia. Para entender el ritual del final será necesario haber leído algún tratado sobre mitos y ritos de la zona. Eso permitiría saber, de paso, que Cruz Quiroz supo ser un gaucho renombrado. Con lo cual parecería querer aludirse a alguna forma de duplicación, simulación, repetición o encarnación (el desconocido y Antonio, suplantando a Quiroz y Gil), pero toda posible intención en ese sentido queda presa del hermetismo.
Allí, en la inmensidad de los Esteros del Iberá, provincia de Corrientes, rodeado de abundante vegetación y mucha agua se despertó, volvió en sí Héctor (Celso Franco), un peón rural que tuvo un accidente y está preocupado porque se le perdió un chico que estaba con él, y también a 40 cabezas de ganado que traía junto a unos cuatreros. No lo encuentra por ningún lado, ni tampoco a los animales. Mientras está en la búsqueda, solo, entre la maleza, aparece Quiroz (Jorge Román), un gaucho que se ofrece ayudarlo para encontrar al niño a cambio del ganado. Pero, por algún extraño motivo comienza a llamarlo "Antonio Gil" y le ata un pañuelo rojo al cuello. Héctor acepta no muy convencido su nueva identidad y ambos van hacia la aventura. El director Joaquín Pedretti traza una nueva historia para evocar al Gauchito Gil, tan venerado por una parte importante de la población argentina. Pero no es una nueva biografía, sino una suerte de cambio de identidad de un hombre común y corriente al que no se le adjudica ningún milagro, aunque le espera un final como al verdadero. Narrada con un ritmo muy lento, la película transcurre íntegramente en exteriores. El paisaje bucólico abruma, junto al clima húmedo y pesado, hace que todo se desarrolle despacio. La travesía de la búsqueda lleva a cruzar a los protagonistas con animales muertos, personas que viven en chozas y uno que toca la guitarra y canta. Esa es la única música que acompaña la película, por lo demás suena unos ruidos incidentales mezclados con sonidos ambientales que apabullan. Pero para que haya un conflicto tienen que aparecer los malos, en este caso los cuatreros que cuatrerearon a Héctor, encarnados por Suárez ("Chirola" Fernández) y su empleado Mamerto (Cristian Salguero). No sólo se plantea en el film cómo el ser humano, cuando hay plata de por medio, es capaz de traicionar al otro hasta las últimas consecuencias, sino también cómo se impone la ley del más fuerte para sobrevivir en un territorio hostil, poco confortable para habitarlo civilizadamente. Pese a las buenas intenciones de querer transmitir del otro lado de la pantalla lo que sienten los personajes, junto con el clima y las dificultades de trasladarse, en realidad aburre bastante y hay muchos puntos oscuros, sin respuestas, que dejan al espectador en ascuas.
Héctor, un joven peón de campo, despierta en un territorio místico después de un accidente en el cual perdió a un niño. Para encontrarlo, ha de atravesar todo un pantano en el cual va encontrando diferentes entidades que lo confunden con el héroe popular Antonio Gauchito Gil, a quien debe terminar encarnando. Sobre el exceso de películas irrelevantes dedicadas a la figura del Gauchito Gil no diremos nada, porque cada uno hace la película que quiere. Pero sobre los resultados muy pobres de este nuevo relato sí hay que mencionar que falla de punta a punta. Ni el clima onírico ni las imágenes por momentos experimentales consiguen darle a la historia un instante de interés.
FOLKLORE ONÍRICO En su ópera prima, Joaquín Pedretti toma grandes riesgos narrativos al operar en el campo popular a través de la figura del Gauchito Gil, construyendo un relato hermético y críptico cuyo guion naufraga por momentos sin brújula, pero que entrega algunas secuencias de lirismo que lo hacen una voz valiosa a pesar de las imperfecciones del film. Su duración de apenas una hora y minutos hace a Un gauchito gil por momentos parecer un ejercicio cinematográfico con recursos experimentales, pero afincándose en algunos elementos de la conocida leyenda popular, sin profundizar demasiado en ofrecer un marco explicativo que dilucide los simbolismos que atraviesan la historia. El film arranca con la sobreimpresión de distintas imágenes en el paisaje salvaje de Esteros del Iberá. La edición confusa en este segmento otorga un clima febril a la introducción, dando la idea de una amenaza latente que se emparenta con los atmosféricos cuentos de Horacio Quiroga que se sitúan en el litoral. El enrarecimiento, la presencia invisible de la muerte, la desorientación y la supervivencia como un factor clave son algunos de los elementos que se repiten como un eco en la narración y se encuentran emparentados con los intensos relatos de Quiroga. Luego tenemos la parte más lineal y ordinaria de la narración, donde podríamos ubicar una sinopsis más o menos coherente -la imagen del ganado y el niño cobrará relevancia mucho más tarde-: Héctor (Celso Franco), un peón de campo, se encuentra visiblemente malherido y enfermo, en la búsqueda desesperada de un niño que, presumiblemente, se encuentra en mal estado. En su camino se cruzará con un paisano llamado Cruz (Jorge Román) que se encuentra en otro tipo de búsqueda, la de cuarenta cabezas de ganado que fueron robadas. Sus destinos parecen encontrarse entrelazados e inician su viaje a través de un pantano en el cual Héctor será mencionado como Antonio por Cruz, el nombre del santo que da nombre a la película. Si este personaje está encarnando el destino del santo popular a través de ese pantano mágico es uno de los misterios que la narración deja sin responder hasta el final, con un plano que hace referencia al final del Gauchito Gil en la leyenda. Las imágenes de extraños rituales paganos en la selva, la presencia alucinatoria de personajes que aparecen y desaparecen de la narración y los diálogos confusos, sumados a una propuesta estética prácticamente monocromática, hacen de Un gauchito gil un relato por momentos confuso que se hubiera beneficiado de un marco narrativo más sólido.