Pintando mi memoria Walsh entre todos (2015), dirigido por Carmen Guarini, es un documental sobre el evento artístico que produce el pintor Jorge González Perrin a partir de la memoria de los desaparecidos durante la dictadura militar. Con el uso de colores le da una mirada distinta a un tema que subyace en la sociedad argentina. El retrato del escritor Rodolfo Walsh sirve como inicio para que los demás rostros de las víctimas vayan apareciendo de manera fragmentada y emotiva. Sobre ese punto el documental, aunque con limitaciones debido a la falta de una a propuesta narrativa definida, gana fuerza puesto que logra momentos hondos desde el ejercicio de la pintura. Jorge Gonzalez Perrin junto con su colectivo artístico prepara un evento pictórico que consta en hacer los retratos de los desaparecidos, así como de las figuras más emblemáticas que simbolizaron la lucha durante la época de la dictadura militar. Todo a partir de cuadraditos. Es decir, esbozado el retrato en tamaño gigante lo dividen en miles de cuadraditos de manera que al acudir a los eventos populares sobre la memoria, hacen que cada transeúnte, sea cual fuera su edad, pinte un cuadradito. Al final todos se juntan según su posición correcta y forman la cara de la persona retratada. Este es el hecho más impactante y llamativo del documental, desde ahí surge la emotividad. Perrin prepara exposiciones con ello, y sin duda hace que el material, más allá del contexto, se vuelva peculiar y cautivante. Sin embargo, Walsh entre todos hace uso del arte cinematográfico y como tal también debe ser evaluado como producto audiovisual y en ese punto hay algunos detalles a remarcar. El documental se detiene en momentos cotidianos pero excesivamente anodinos que le restan, hecho que dificulta el sostén de una línea narrativa clara, lo cual conlleva a una falta de conexión entre subtramas (y muy lastimosamente porque sobra emoción) que debilitan el eje central del relato. Dicho esto, toda persona que vive dentro de la sociedad argentina, aun no siendo de dicha nacionalidad, pero proveniente de un país donde sucedieron crímenes políticos y dictaduras militares, puede comprender que el tema de los desaparecidos y la memoria es una lucha constante. Este documental al igual que otros productos artísticos que tocan el tema de la memoria, deben ser vistos y a la vez comentados, puesto que produce la discusión y evocación de algo que pertenece a todos. Incluso todos deberían saber sobre Rodolfo Walsh, capturado y asesinado unos días después de enviar por correo, para hacerse publicar, sus cartas donde revelaba los crímenes de la dictadura.
Lejos de ciertas tendencias -desde la contemplación sosegada a la pulsión exhibicionista del yo del autor- que han marcado a muchos documentalistas en los últimos años, el cine de Carmen Guarini todavía apuesta por ese clasicismo riguroso que elige privilegiar la claridad de los contenidos por sobre la estilización del registro, una mirada convencida de que la cámara no debe ser otra cosa que un canal, un intermediario discreto pero a la vez indispensable para que el cuerpo y la voz del otro puedan realmente aparecer y afincarse. En su nuevo trabajo, la realizadora presenta la crónica de un proyecto de arte colectivo iniciado en 2010 por la agrupación Arte-Memoria, liderada por el pintor Jorge González Perrín. El grupo se dedica a retratar a las víctimas del terrorismo de Estado: interviene las fotografías de los desaparecidos y las expande colmándolas de color, iluminaciones y líneas expresivas. Muy pronto uno empieza a intuir que tal vez no exista otro film relacionado con el genocidio de la dictadura que se anime a ser tan entusiasta y abiertamente colorido como lo es Walsh entre todos. “La violencia desatada sobre estos seres está demasiado representada”, dice uno de los textos escritos por Perrín que cada tanto se leen en la película. El pintor teme que el peso de esta violencia, con toda la oscuridad paralizante que viene asociada a las imágenes del horror, pueda resultar funcional a un sistema al que le conviene que esa estampa congelada y plomiza perdure como una amenaza permanente. Por eso su objetivo es cuestionar esas formas de representación para combatir el olvido desde otro lugar. “Ponerle color es actualizar la memoria”, afirma el artista plástico durante un encuentro con Estela de Carlotto. La película expone básicamente dos técnicas o ejercicios de creación colectiva. Uno de ellos se apoya en la técnica de la cuadrícula, que le permite a diversas personas -aun si no están entrenadas con el pincel- colaborar en la construcción de un mural. Esto ocurrió en 2012 en una convocatoria realizada en la Avenida 9 de Julio, en la que cada participante pintó con los tonos asignados una pieza tipo azulejo que luego pasaría a integrar un burbujeante mosaico con el rostro de Rodolfo Walsh. La otra experiencia fue denominada “30.000 homenajes” y exhibida durante la manifestación del 24 de marzo de 2013. Decenas de pancartas fueron compuestas exclusivamente con pequeños cuadrados pegados uno lado del otro, diseñados y enviados por personas de todo el país. La idea fue que cada pieza rindiera homenaje a una víctima a partir de recursos y motivos visuales absolutamente libres. Para Perrín era importante que la catástrofe pudiera dimensionarse de manera numérica, por eso aspiraron a reunir treinta mil cuadraditos (terminaron recibiendo más). Insistir en el número, en la cifra, implica seguir luchando contra todos los discursos aún vigentes que pretenden relativizarla. Y por aquí pasa uno de los aspectos más interesantes del documental: más allá del valor estético intrínseco que puedan contener las pancartas, hay un efecto realmente abrumador que surge al constatar la enorme cantidad de piezas enlazadas, con toda la contundencia de cada una de ellas en su autonomía y materialidad. La cifra es la que define el tamaño de esta obra colectiva: mientras los bombos y la murga imponen su enérgico ritmo, las pancartas desfilan y uno se siente tan feliz como anonadado frente a todos esos cuadraditos vigorosos que vibran y se multiplican al infinito para que a la memoria nunca se le escape la verdadera magnitud de la masacre.
La reconocida realizadora de Tinta roja (1998), H.I.J.O.S, el alma en dos (2002), Gorri (2010) y Calles de la memoria (2012) vuelve en Walsh entre todos al gran tema de su filmografía: la memoria. Lo hace, en este caso, siguiendo al grupo Arte–Memoria Colectivo, que busca mantener vivo el recuerdo de los desaparecidos creando distintos collages, cuadros y distintas expresiones artísticas. Calles de la memoria tomaba la colocación de baldosas conmemorativas por distintos puntos de la Ciudad como puntapié para discusiones no sólo sobre los desaparecidos, sino también sobre el arte, la creación colectiva y la construcción histórica. Aquí, Guarini mantiene su característica metodología no intrusiva para acompañar al grupo a los eventos del Día de la Memoria de los últimos años y retratar su accionar, además de algunas discusiones artísticas y creativas previas. Así, da la sensación de que Walsh entre otros es una suerte de derivación de su trabajo anterior, donde tematizó cuestiones similares como mayor profundidad.
Una experiencia sobre la memoria desde la propuesta estética de González Perrin que devino en el colectivo de arte con artistas y estudiantes de bellas artes. Dirigida por Carmen Guarini.
La política como horizonte Fundador del proyecto Arte-Memoria Colectivo, dedicado a recordar a los desaparecidos durante la última dictadura militar a través de obras pictóricas, Jorge González Perrín es el protagonista de este documental sobrio y preciso que reconstruye un singular proyecto nacido a partir de una invitación de la agrupación Hijos Bahía Blanca. En ocasión del juicio al V Cuerpo del Ejército de esa ciudad de la provincia de Buenos Aires, González Perrín lanzó una convocatoria para reunir pequeñas pinturas de 5 x 5 centímetros que recordaran a un desaparecido. Con todos los aportes recibidos armó una obra colectiva destinada a exhibirse en diferentes ámbitos: escuelas, sindicatos e incluso la calle. El trabajo sintetiza sus objetivos como artista: la política como horizonte permanente y la democratización como mandato ético.
Por qué pintamos El valor de este documental es el de testimoniar un trabajo de concientización colectivo. El proyecto Arte-Memoria Colectivo nació para crear conciencia, o “estados de memoria”, como lo define su fundador, el artista plástico Jorge González Perrin, quien es también el centro de este trabajo documental de Carmen Guarini. El filme, que se estrenó en una sala del espacio INCAA KM 0 y que desde el sábado difundirá el Canal Encuentro en distintos días y horarios, se propone y cumple con los mismos objetivos. Arte-Memoria Colectivo logró, a través de una convocatoria abierta y plural, conseguir pequeñas pinturas de 5 cm x 5 cm, y que cada una recordara a un desaparecido. Está claro que la unión del arte y la política confluyen con la participación popular. El documental precisamente documenta las muestras -y las marchas, que pasaron a ser, casi sin proponérselo, un deseo posterior- en las que se ve cómo se arma un inmenso mural, pidiendo por los nietos desaparecidos. Lo que comenzó como un homenaje a Rodolfo Walsh, también de tinte colectivo, derivó en esta serie de trabajos que ganaron la calle, y a la gente.
30 mil cuadros, 30 mil posibilidades Si tenemos presente que el trabajo anterior de Carmen Guarini fue Las calles de la memoria -2013-, donde el arte ocupaba parte del mecanismo de construcción de memoria colectiva desde las baldosas conmemorativas, Walsh entre todos -2015- podría tomarse como una continuidad de la misma propuesta en relación a la memoria colectiva. Esta vez, la directora de Gorrí -2010- acompaña el proceso creativo del artista Jorge Gonzalez Perrín en el armado de las pancartas, donde se integran pequeños cuadritos, retratos que una vez ensamblados forman un gran retrato fragmentado. La idea de la mirada desde la distancia para así reconstruir los fantasmas y darle un merecido homenaje a los 30 mil que ya no están, se llena de color y movimiento, aspectos que sedujeron a Guarini en su búsqueda constante de discursos y alternativas con el mismo objetivo de preservación, En ese sentido, el retrato de Rodolfo Walsh entre todos los otros -de ahí el título- se erige como un símbolo de lucha y memoria, que encuentra sus vasos comunicantes con la propuesta arte memoria colectiva de Gonzalez Perrín. También las marchas conmemorativas y las pancartas ganan la calle desde otro lugar, algo que la cámara no intrusa de Guarini detecta y explota de la mejor manera posible. Al abolir la entrevista de cabeza parlante, el discurso del artista se intercala con otro sentido estético en placas que recogen parte de sus dichos y terminan por configurar su discurso sin identificación en un rostro y, mucho más ligado a la palabra, que se resalta en otro color, en este caso rojo, sobre fondo negro y con letras blancas. Placas que también son imágenes, herramientas de la comunicación afines a las propuestas de la realizadora y a su constante perseverancia desde el cine para encontrar caminos alternativos en el fascinante y emotivo trabajo de construir la memoria.
Formas de perpetuar la memoria Basta haber visto al menos alguno de los documentales previos de Carmen Guarini para entender qué tan intensa es la fusión entre sus oficios de antropóloga y cineasta, y cómo el primero condiciona al segundo mediante la recurrencia a tematizar una y otra vez las distintas aristas de la memoria, sus formas de representación y el trayecto que existe entre la memoria personal y la colectiva. Su recuperación era uno de los ejes centrales de Jaime de Nevares, último viaje (1995), H.I.J.O.S, el alma en dos (2002) y sobre todo Gorri (2010), en la que la vida y obra del artista plástico Carlos Gorriarena importaba menos que las formas de perduración de su legado y la relación entre arte y memoria. Esta dupla también se enlazaba en Calles de la memoria, quizás el film más complejo de toda la serie. Allí no sólo mostraba el proceso de un grupo de vecinos dispuestos a rememorar a los desaparecidos a través de baldosas especialmente diseñadas y distribuidas por la Ciudad de Buenos Aires para hacer de una abstracción (¿qué son los recuerdos sino abstracciones?) algo manifiesto y palpable, sino también su diálogo con el que quizá sea el principal medio para registrar, construir y evocar memoria colectiva de los últimos ciento veinte años: el cine. Que Guarini planteara la temática en un taller integrado por alumnos extranjeros no hacía sino complejizar aún más el entramado.Estrenado en el último Bafici, donde participó en la competencia de Derechos Humanos, Walsh entre todos es una derivación temática y estética de su film anterior. Los integrantes del proyecto Arte-Memoria Colectivo buscan mantener vivo el pasado mediante distintas formas pictóricas, desde collages con retratos de las distintas víctimas hasta gigantografías con el rostro del periodista del título. Guarini se introduce en ese universo manteniendo inalterable su metodología no intrusiva y observando con paciencia de entomóloga –de antropóloga, mejor dicho– los actos conmemorativos de los 24 de marzo de los últimos años y las interacciones y discusiones de los distintos miembros del grupo en las vísperas, logrando además algunos momentos de auténtica belleza visual. El problema es que gran parte de estas discusiones están limitadas a cuestiones estéticas y operativas, generando una sensación más superficial que la de Calles de la memoria, en la que los cuestionamientos adquirían ribetes casi filosóficos, tan profundos que por momentos conformaban una suerte de estatuto sobre la viabilidad de patentizar el pasado desde el presente.
Pintando desde la memoria Carmen Guarini es una de las documentalistas más prolíficas y talentosas del cine nacional actual, quien a través de varias obras ha tematizado un asunto como la memoria y expuesto teorías a su alrededor. En Walsh entre todos continúa ese camino a partir de un abordaje cercano a la obra del artista plástico Jorge González Perrin, quien se ha referido al asunto de los derechos humanos, los crímenes de la dictadura y el legado de los familiares de los desaparecidos desde una perspectiva que unificó el discurso artístico con el político (se puede decir que todo arte es político, pero aquí hay una intención mayor): por un lado un aspecto formal bien definido y por otro lado una apuesta por lo colectivo. La obra de referencia, y la que le da título al documental, tiene que ver con un retrato de Rodolfo Walsh realizado por cientos de personas, cada uno pintando una pequeña porción, en el marco de las movilizaciones por el 24 de marzo. Las películas de Guarini son como un ovni en el panorama del documentalismo argentino. Si lo que proliferan son los diarios de viaje y las apuestas autorreferenciales, donde el autor sobresale explícita y ególatramente en el discurso, la directora esquiva esas opciones y recupera las más nobles herramientas del cine: una cámara que se mete en el proceso creativo, que analiza a su personaje y su palabra, que deja expresar sin intrusiones, que apuesta por la invisibilidad del autor a favor de la potencia del discurso de los entes que pueblan el encuadre. En Walsh entre todos lo que la directora captura sin intromisiones es cómo las decisiones artísticas tienen una fuerte impronta política, que en el caso de González Perrin tienen que ver con la recuperación de la memoria a través de la utilización de los colores en sus pinturas. De ahí, que esa memoria se actualice y continúe viva. Y que de eso participen varias manos, no es un dato menor y permite la recuperación de los sectores populares sobre las herramientas discursivas del arte, muchas veces enclaustradas y restrictivas. Lo que sí se extraña en Walsh entre todos, en relación a otros trabajos de Guarini como Tinta roja o Gorri, es la ausencia de un discurso que problematice los símbolos que se exhiben. Es como si la directora no tuviera preguntas que hacer sobre el aporte de González Perrin, alguien que evidentemente reúne formas heredadas del ámbito publicitario en sus acciones. Sin que ello vaya en detrimento de la causa de fondo (la memoria y el recuerdo a los desaparecidos), sería interesante algún aporte vinculado sobre cómo el más banal ámbito de la publicidad y sus modos de transmisión pueden generar un vínculo con el discurso político y militante. Tal vez las banderas de La Cámpora o Kolina, y las remeras de Néstor y Cristina, que aparecen en algunos encuadres de este documental, digan más sobre este asunto que el prolijo trabajo que entrega esta vez Guarini.
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