Homenaje y búsqueda Curioso es el caso de Yarará (2014), película homenaje que termina siendo un camino de búsqueda personal de Sebastián Sarquís, su director, y que siguiendo la línea de films que desnudan el artificio y el armado del soporte cinematográfico, potencia su propuesta al incluir una ficción dentro de ella. Sarquís emprende junto a un camarógrafo (Rudy Chernicoff) y un especialista en serpientes, un viaje hacia los pagos en donde su padre, Nicolás Sarquís, filmó hace años una de las películas fundadoras del cine militante Palo y Hueso (1968). En ese volver al lugar de filmación, de desandar los pasos de su padre, y principalmente de acercarse al pasado de la película, hay un intento de homenajear, pero también de poder expresar por sí mismo, lo que siente él con respecto al cine, a su progenitor, a su entorno, y ver si puede contar alguna historia con la cual identificarse. Y qué mejor que hacerlo a partir de la historia de un regreso. En el relato fragmentado de la vuelta de un ex presidiario a su lugar de origen, en donde casi asesinó a su padrastro, hay una sensibilidad por parte de Juan Palomino, que interpreta al preso, que sólo con su actuación -austera, minimalista, de pocos recursos- puede transmitir una sensación de sosiego a pesar del oscuro pasado que lo persigue y lo acecha. A partir de estos dos momentos que trascurren en paralelo (el director homenajeando a su padre, y el realizador intentando adaptar también una historia y ponerla en imágenes), la pasión por el cine desborda en cada fotograma y esa es la principal virtud del film. Muchas veces se ha debatido acerca del cine como posibilidad de resguardo de la memoria colectiva, y también como lugar en el que el paso del tiempo se esconde. Sarquís sabe esto y por eso en un momento uno de los protagonistas de Palo y Hueso, Héctor da Rosa, se para en el mismo umbral en el que su padre registró una de las escenas más emblemáticas de su film, y allí la magia del cine, la pasión por la cámara, y la historia de la narración fílmica, trasciende ese momento armado para transformarse en poesía y a la vez en homenaje sentido de un hijo a su padre. Más allá de cualquier error técnico, desprolijidad y hasta abuso de algunos recursos, Yarará funciona por la humildad con la que puede recuperar el pasado, acompañando en su largo andar a aquellos que su propio padre escoltó para conformar uno de los documentos más importantes del cine argentino. Sarquís conmueve y además ofrece una visión sobre el río y sus costumbres desde la misma ficción que incluye el homenaje de construcción mesurada, que reflexiona sobre el cine y la identidad como nunca antes otra película pudo hacerlo.
Un homenaje de Sebastian Sarquis en honor a su padre Nicolás, director de “Palo y hueso”. Un regreso al lugar de la filmación, las nostalgia con los protagonistas, sus vivencias y otra ficción que planea hacer. Una audacia con momentos logrados.
"Palo y Hueso" fue una importante obra del cine nacional de fines de los 60´. Rodada en la costa del litoral, ese trabajo de Nicolás Sarquís (en blanco y negro) sigue siendo un referente interesante de la filmografía nacional por cuanto fue rodada en escenarios ásperos, con un mix de actores profesionales y gente del lugar presentando una historia comprometida y potente en sí misma (tres personajes, dos hombres, una mujer y una relación compleja). Ahora, el hijo del realizador, Sebastián, regresa a ese lugar (San José del Rincón) y propone capturar esa atmósfera, viendo que sucedió con ese entorno, años más tarde. Y es más, no sólo propondrá y filmará su propia historia (un cuento de Juan José Saer llamado "El camino de la Costa") sino que buscará actores y locaciones del clásico de su padre, para homenajear aquella importante producción. Sarquís entonces nos invita en "Yarará", a un relato doble. Dos experiencias en la construcción de su película: por un lado, lo veremos interactuando y registrando al estilo documental la experiencia de volver al pueblo donde su padre rodó y por el otro, la trama del cuento en sí, interpretada por un elenco de actores populares (Juan Palomino, Rudy Chernikoff, Héctor Da Rosa). En lo personal, (y es extraño supongo porque en general prefiero la ficción al documental si tengo que elegir algo para ver en mi tiempo libre) me atrajo más la reflexión en campo sobre los alcances de la obra original, las charlas sobre aquello que atravesó la vida de Sebastián (no por nada se encuentra haciendo este rescate emotivo), la proyección que realizan en el Museo de la Costa y los reencuentros (el abrazo entre Héctor y Juanita, después de tantos años, me conmovió), que el relato literario hecho imagen en sí. Sin embargo, comparto que el objetivo planteado, se cumplió con creces. El relato (la historia donde la yarará es símbolo y centro) es simple, pero su aire pueblerino y auténtico, de expresión natural y gestual lo hace más que correcto. Esta es una cinta querible, cercana, de búsqueda y reencuentro. De acercamiento al mundo rural y sus códigos y de serena belleza. Quizás mi amor por el cine me hace valorarla con otros estándares, lejos de la calificación que hago cada jueves. Es un gran ejercicio en cierto sentido, el que nos presenta Sebastián y un emotivo homenaje a su padre, quien estaría orgulloso de ver todo aquello que su obra con el paso del tiempo conserva y acrecienta. Con los títulos, hay un fragmento en video imperdible de Nicolás (fallecido en 2003) donde habla de sus motivaciones y su visión sobre el cine. A tenerlo en cuenta. Muy buena.
Road movie litoraleña Hijo del cineasta Nicolás Sarquís, Sebastián Sarquís vuelve al territorio de la filmación de una película estrenada en 1968, Palo y hueso, ópera prima de su padre, basada en un reconocido libro de relatos de Juan José Saer, para reencontrarse con sus protagonistas y desarrollar un viaje en el tiempo que pendula entre la ficción y el documental. Parte del mapa de ese recorrido se arma en base a otro relato de Saer, El camino de la costa, otra historia de personajes que no logran rebelarse contra su destino. Concebido durante el rodaje de aquella primera película de su padre, Sebastián protagoniza una road movie litoraleña que tiene como guía clave la memoria familiar y como meta la búsqueda, en San José del Rincón -la localidad donde se rodó Palo y hueso-, del elenco para una nueva ficción que terminará invadiendo el registro documental de ese derrotero lleno de sorpresas, recuerdos y emociones.
Volver al lugar del cine Entre diciembre de 1966 y marzo de 1967 Nicolás Sarquís y un grupo de egresados de la Universidad Nacional del Litoral filmaron en el pueblo de San José del Rincón, en el norte santafesino, Palo y hueso, ópera prima coescrita con Raúl Beceyro y basada en el libro de Juan José Saer, que se convertiría con el tiempo en un clásico del cine argentino de los años ’60. Casi medio siglo después, el hijo del director, Sebastián (que fue engendrado durante aquel rodaje), regresa a la zona para ver qué fue del lugar y de los personajes de aquella emblemática película y filmar unas historias inspiradas en otro cuento de Saer, El camino de la costa. La idea era atractiva (desandar el camino del padre, homenajear a esos pioneros e indagar sobre las consecuencias del paso del tiempo con una estructura de cine dentro del cine), pero los recursos utilizados esta vez por el realizador de El mal del sauce no funcionan demasiado bien en este ensayo sobre los aspectos documentales que hay dentro de la ficción (y viceversa). Salvo algunos pocos pasajes conmovedores (como el momento en que Héctor Da Rosa -que interpretó a Domingo en aquel film- y Juanita Martínez -que encarnó a Rosita- se reencuentran tras una proyección de Palo y hueso en el lugar), Yarará luce casi siempre demasiado forzada, calculada, artificial e inverosímil en su aspecto “documental” y poco inspirada en sus zonas ficcionales (por allí aparecen Juan Palomino, Omar Fanucchi y Rudy Chernicoff). Hay, sí, algunas bellas imágenes de ese pueblo costero y de la fuerte interacción con la naturaleza, pero esta vez las ideas originales que motorizaron el proyecto parecen bastante más interesantes que el resultado final.
Tiempo, memoria y oficio de cineasta A partir de una travesía que se traslada hasta el norte de Santa Fe, el realizador Sebastián Sarquís parte de un cuento de Juan José Saer, "El camino de la costa", para acercarse hasta otro momento fundacional de los años sesenta. Tras su presentación en Rosario el pasado jueves 4 de junio, y días sucesivos, luego de un intervalo de una semana a partir de esta noche (a las 20.30) en la sala del Cine El Cairo se vuelve a exhibir Yarará, el film del guionista y realizador Sebastián Sarquís, basado en un cuento de Juan José Saer, "El camino de la costa", publicado a mediados de los años sesenta. Tras los pasos de su padre, Nicolás Sarquís (1938 2003), es ahora su hijo quien sale al encuentro de aquel momento en el que se comenzaba a rodar en el norte de Santa Fe Palo y hueso, film que nos lleva al cuento homónimo de Saer, quien a su vez ofició de co guionista junto al realizador. Ya todo un clásico de aquellos años sesenta, Palo y hueso reunió a todo un grupo de egresados de la Escuela de Cinematografía del Litoral, espacio caracterizado, particularmente desde fines de los años 50, por su trabajo sobre el formato documental ligado a problemáticas latinoamericanas, guiados por la hoy ya emblemática labor de Fernando Birri. Este espacio --que vio cerrar sus puertas posteriormente por razones de censura y clausura-- permitió que numerosos profesionales comenzaran a participar en significativas obras no sólo del cine argentino sino, además, de otros países. Estrenada en agosto del 68, Palo y hueso, ópera prima de un joven Nicolás Sarquís, se caracteriza por una estructura dramática en torno a un conflicto familiar y amoroso, pautada por principios de austeridad y prolongados silencios. Filmada en San José del Rincón, localidad que ahora se vuelve a animar desde la mirada del hijo, Palo y hueso reunió a actores profesionales y lugareños que hoy volvemos a reconocer en Yarará, particularmente a Héctor Da Rosa y Juana Martínez. En numerosas entrevistas, Sebastián Sarquís ha comentado a la prensa que este proyecto, desde el inicio, le permitió (atendiendo al film de su padre) plantearse un desafío sobre la mirada documental en la ficción; categorías que desde hace décadas han sido sometidas a numerosos interrogantes y que se viabilizan en este film. Ya desde el inicio, que a este cronista le recordó el de Lisboa story de Wim Wenders, se apuesta poner en juego estos conceptos estéticos. La voz en off coloca al hijo en el camino de una próxima filmación. Y en este itinerario, símil de un road movie, la geografía del Litoral no es sólo un marco de ambientación sino, como en la narrativa de Saer, un espacio en el que potencialmente espera el despertar de los acontecimientos. Se irán cruzando, a partir de un notable trabajo de montaje a cargo de Rafael Menéndez, los hechos de este itinerario que descansa en la memoria familiar y los momentos del film que se plantean como ese nuevo rodaje. Nuevamente en la escena un conflicto familiar de deseos y rechazos, de una tensa espera de una venganza. Lejos de un planteo costumbrista, el film de Sebastián Sarquís transforma el ámbito natural en un territorio por momentos abstracto, desnaturalizando al mismo de toda referencia naturalista, a partir de la dirección de fotografía de Pablo Blejer. No estamos ante un escenario de tarjeta postal sino frente al mismo tiempo de la memoria, que vuelve a reunir al padre con el hijo desde el mismo acto de creación, mediando la letra y la poética de Saer. Esta nueva obra del joven Sebastián Sarquís, quien fue gestado en el momento de rodaje de Palo y hueso, permite ver cómo una trama argumental se interna por otras vías que interrogan al mismo oficio de hacer cine. Film de marca de cine independiente, cuyos responsables en el orden de la dirección de producción son Mauro Gómez y Estela Maris Fernández, Yarará lleva desde el título una serie de significaciones que van más allá de la literalidad. Invitamos al lector a detenerse frente al afiche, que asoma en las marquesinas laterales del cine El Cairo, y que invita a reconocer un diálogo, a imaginar un puente, a reunir dos momentos. Y la penumbra nos interpela subrayada por la presencia de una casi fosforescente luna de una estación estival. Ver el afiche antes y después del film, reconocer ahora las voces y los silencios. Y la presencia de ese río, con todo su potencial metafórico. Siluetas y rostros, los escenarios de aquel Palo y hueso, ya todo un clásico, y las reconocibles locaciones de este en el que el fantasma y la soledad se funden en la mirada de un personaje recién salido de la cárcel, rol que interpreta Juan Palomino. Y en el cartel actoral encontramos a Omar Fanucci, Lucas Lagré, Rudy Chernicoff y Omar Tiberti. Un tiempo y un espacio que se convocan desde los apuntes y las anécdotas, como el que tiene lugar ahora en la misma Biblioteca del pueblo. Allí, ambos momentos descubren la interioridad de una noche de lluvia que permanece fiel ante nuestra mirada. Entre la crónica y el relato evocativo, esta nueva propuesta de Sebastián Sarquís reenvía sus planteos estéticos a su ópera prima, El mal del sauce, estrenada hace tres años. Pero, además, lo hace conduciendo nuestra mirada a aquel momento en el que ya sobre fines de los sesenta daban a conocer sus primeros films Juan Bautista Stagnaro, Raúl de la Torre, Ricardo Becher, Alberto Fischerman y Edgardo Cozarinsky, entre otros.
En un trabajo metadiegético, de cine sobre cine, el director Sebastián Sarquís estrena Yarará, homenaje al film dirigido por su padre Palo y Hueso, basado en un cuento de Saer; pero a su vez un camino de reflexión y auto descubrimiento. Un director de cine sale a buscar escenarios para su nueva película, inspirada en un cuento de Juan José Saer. Emprende un viaje hacia el noroeste santafecino zona en la que 45 años antes su padre filmó su ópera prima (Palo y Hueso). El relato de esa excursión y la puesta en escena de su nueva película, confluyen y se entrelazan para construir la trama argumental. El mismo director Sarquís, se pone fuera y delante de la cámara, personificándose a si mismo; atravesando este pueblo de San José del Rincon, que va cambiando en su carcasa (las calles pavimentadas y la caida de arboles y casas por la inundación); pero que a pesar del tiempo, todavía esconde historias sin contar y una profunda sensación espiritual. La ficción y la realidad se mezclan en el relato, que también toma sus bases de otro cuento de Saer, El Camino de la Costa, y no solo pone en cuestión los registros de documental y ficción, sino que a su vez sienta las bases de una historia que transita el recuerdo y la memoria de un acontecimiento , ya sea la realización de la película Palo y Hueso o la golpiza de Montenegro (un Juan Palomino que expresa en su rostro y sin diálogos el transitar de un hombre confundido).
Nostalgia litoraleña El relato de esa excursión, en la que el director se va cruzando con algunos personajes que dieron vida al film de su padre, y la puesta en escena de su nueva película, confluyen y se entrelazan para construir la trama argumental. La crónica de la búsqueda inicial y el relato de los inesperados acontecimientos posteriores, conducen a un desenlace donde la ficción se mimetiza con la realidad. Yarará es un docuficción que intenta retratar los momentos en los que el director viaja a un pueblo santafesino para, por un lado intentar buscar las locaciones y actores para su nueva película, y al mismo tiempo, revivir la película que había hecho su padre muchos años atrás. Todo esto se funde con la parte ficcional, que es quizás una de las mejores cosas del film. El rescate de "Palo y Hueso" y de todo el contexto de cuando se filmó, no es una mala idea ya que el trabajo de producción está muy bien plasmado, tanto en la búsqueda de los actores originales (y otros nuevos, pero también locales) como en la búsqueda de las locaciones que invitan a despejar bastante la mente, pero todo esto cae un poco con las actuaciones forzadas y el relato de la voz en off. La historia paralela, que está protagonizada por Juan Palomino, es uno de los puntos más interesantes: sin diálogos de por medio, logra atrapar al espectador con escenas que aportan intriga y además cuentan con un paisaje que acompaña perfectamente a todas las secuencias. Yarará es un retrato intimista que por momentos deja afuera a los espectadores que no conocen la historia previa, pero a la vez, sirve de información para poder rescatar una porción del cine clásico argentino y de cómo hay que remarla para hacer una producción.
EL LÍMITE QUE DEJA MARCAS La toma se cierra de forma pausada recortando al director Sebastián Sarquís hasta un plano detalle de su mano. Ésta toca la soga atada a unos palos, recorre la extensión y cuando la cámara vuelve a alzarse ya no se trata de la mano del director; en su lugar aparece la de Farías (Omar Fanucchi), un personaje de la nueva película que busca filmar Sarquís. El desdoblamiento se vuelve efectivo: en Yarará la realidad y la ficción se entremezclan de manera constante, articulan una serie de motivos que adquieren, según el caso, diferentes significados, se miran en los matices para copiarlos u oponerlos y hasta podría pensarse que comparten las raíces puesto que se trata de una película dentro de otra. Esto quiere decir que, por un lado, está el homenaje de Sarquís a su padre Nicolás y hacia su ópera prima Palo y Hueso (1968) basada en el cuento homónimo del escritor argentino Juan José Saer. Por el otro, la construcción de un nuevo filme basado en otro cuento del escritor, El camino de la costa, y gracias al cual Sarquís hijo explora los escenarios que alguna vez conoció su padre en San José del Rincón, provincia de Santa Fe, y retoma el diálogo con los actores. De esta forma, la puesta en juego de ambos recorridos no sólo se evidencia en el relato a través del entrecruzamiento o el uso de uno u otro aspecto según el hecho, sino también en la ambientación y en los mismos intérpretes. Sarquís junto a Rudy Chernicof y a Héctor da Rosa (quien hizo de Domingo en Palo y Hueso) visita los espacios elegidos por su padre, los compara con su visión o intenta repensarlos para el nuevo proyecto. Aunque también les devuelve el valor del pasado, por ejemplo, cuando reproduce, 47 años después, la escena donde Domingo y Rosita (Juana Martínez) se guarecen de la lluvia en la puerta de la biblioteca y traspone imágenes en blanco y negro. La misma lógica se repite con la incorporación de objetos o su articulación en ambos relatos. Por ejemplo, un bastón perdido en el río que luego usará Farías o la marca de una M en un árbol que, por un lado, se realizó en la filmación de Palo y Hueso o que luego funcionará para Montenegro como metáfora. El trabajo se repite ya sea con la búsqueda de Martínez y el reencuentro entre ambos protagonistas o con otros involucrados en el filme de 1968.Mientras que, del lado de la nueva ficción, Juan Palomino, quien encarna a Ramón Montenegro, y Farías se presentan como los emblemas del cuento y, por qué no, como lazo con el título del filme. Puesto que Yarará poco tiene que ver con el animal propiamente dicho, sino con la metáfora de su mordida, con esa marca que tanto se busca dejar al descubierto y que se subraya a lo largo de todo el metraje: la idea de que la mordida de la serpiente puede salvar del cáncer (como se indica en la película), la marca de Montenegro por su destino o la puesta en duda de ese destino, la herencia de Sarquís padre al hijo o la de ambos directores para con el cine argentino. Como indica Farías: “¿no podría nacer la gente con una marca para saber si van a ser buenos o malos?”. Por más que el hombre continúe con su vacilación, la pregunta queda sin respuesta porque la marca a la que se refiere no deja huella como pueden ser la M en el tronco del árbol o la mordedura de la serpiente. Por el contrario, es interna y sólo se descubre en un instante particular, en el borde de esa realidad y ficción que Sarquís tanto se empeña en volver difusa pero que, como los dos botes a la luz de la luna, termina por coexistir. Por Brenda Caletti redaccion@cineramaplus.com.ar
Yarará o historias de cicatrices “Siempre se puede volver pero no por completo”, canta Bob Dylan en Mississippi y comparte la premisa fundamental con Yarará, el film que dirige y protagoniza Sebastián Sarquís en honor a su padre, el reconocido cineasta Nicolás Sarquís, y su entrañable amigo el escritor Juan José Saer. De esta manera decide volver a Santa Fe del Rincón, noreste santafesino, lugar donde se filmó Palo y hueso -y él fue concebido- para encontrarse con sus protagonistas y sus orígenes. Planea filmar otra película también basada en un cuento de Saer, en este caso El camino de la costa. Los no-actores que protagonizaron la obra cumbre de Sarquís -padre- nunca dejaron de ser simples vecinos, sumergidos en la cotidianeidad de un pueblo. Los flashbacks con el rodaje 1968 otorgan la carga más emotiva, las personas envejecieron y ya no son las mismas. Pero los lugares parecen serlo, la misma Universidad del Litoral, la cancha de bochas, el mismo Club San Lorenzo y la geografía. La actuación de Juan Palomino es destacable, aunque no diga ni una sola palabra, pero el papel más interesante es el de “Lucio” interpretado por Lucas Lagré, que con muy pocas líneas es una de las aristas fundamentales de la historia dentro de la historia. Completan el elenco Rudy Chernicof, Héctor Da Rosa, Omar Tiberti y Juana Martínez. La única mujer, “Juanita”, es la más reticente a la hora de involucrarse y aunque ya entrada en edad no pierde su femineidad. Cuando la visitan y ofrecen el proyecto, llevan viejas fotos que la muestran una joven coqueta e introvertida. El esperado reencuentro de los protagonistas (Da Rosa-Martínez) se produce en una proyección que congrega a los vecinos en una esquina histórica y pintoresca del lugar y ahí, recién ahí, parece que el tiempo nunca pasó. “Vivir es un sueño que cuesta la vida”, citan en el desenlace y desentraman la metáfora onírica con pequeños elementos escenográficos que aparecen en cada una de las cajas chinas que ya se abrieron. Las calles de tierra ya se están empezando a asfaltar y parece que bajo el cemento quedarán enterradas las ruinas de un pueblo que tiene a Palo y hueso como legado principal. Saer fue un arquitecto de las palabras, de los detalles. No se lo puede leer de un tirón, construyó sus obras para que los detalles sean más importantes que el todo. Esta adaptación libre lo comparte. ¿Son más importantes los personajes o las historias? Al fin y al cabo, todos llevamos marcas, algunas pueden pasar desapercibidas pero tarde o temprano llegan al sistema nervioso central. Como el veneno de una yarará.
Huellas, caminos puentes y marcas “Yarará” es el título de la película dirigida por Sebastián Sarquís que el pasado viernes 17 se estrenó en el cine América y es también el registro del proceso acerca de la nueva película que el cineasta ha venido a realizar en la centenaria localidad de San José del Rincón, sobre otro cuento del escritor Juan José Saer, “El camino de la costa”. La obra se inicia con la llegada del director a Santa Fe, acompañado de algunos de sus colaboradores; mientras toman la ruta hacia Rincón, la voz en off de Sebastián va contando que se dedica al cine, determinado por el oficio de su padre, el pionero Nicolás Sarquís, quien junto a un grupo de intelectuales vinculados al Instituto de Cine de la Universidad Nacional del Litoral realizaron entre diciembre de 1966 y marzo de 1967, la película “Palo y Hueso”, piedra fundacional de un cine que desde el formato documental busca reflejar problemáticas latinoamericanas y fundamentalmente, locales. Ya en San José del Rincón, aparecen referentes del pasado: los actores y lugares que se reencuentran casi medio siglo después. Héctor Da Rosa -que interpretó a Domingo en aquel film- y Juanita Martínez -que encarnó a Rosita- se revinculan tras una proyección de “Palo y Hueso” en el lugar. En un destacado montaje, se contraponen fotogramas de la película y los actores en la actualidad. La nueva película Entre la crónica y el relato evocativo, la propuesta nueva se hace ficción. Los escenarios de aquel clásico de los sesenta “Palo y Hueso” irán atravesando también los momentos que se plantean en el nuevo rodaje. Las reconocibles locaciones se replican de otra forma, se funden en la mirada de un personaje recién salido de la cárcel, rol que interpreta Juan Palomino, como Montenegro, quien vuelve al pueblo en busca de venganza. La inconsistencia de lo real y la fluctuación de una mirada que percibe desde la incertidumbre, ejes de la poética narrativa en “Palo y Hueso”, son perceptibles también en las transposiciones fílmicas aludidas, donde emergen el espacio mítico del Litoral y sus personajes emblemáticos. En sus mejores secuencias, “Yarará” explota el potencial metafórico del silencio y la presencia del río. Lejos de un planteo costumbrista, el film de Sebastián Sarquís transforma el ámbito natural en un territorio por momentos abstracto y realiza su aporte personal en la transposicion del cuento, desde el título y los móviles que explicita a partir de una carta del personaje de la madre al del hijo, que se devela en dos partes. Además cuando se expone el contenido de la maleta y aparece una fotografía, ambas ficciones quedan entrelazadas. Intenciones y articulaciones “Yarará” es un film híbrido y ensayístico, que se mixtura tanto con la ficción del padre como con la nueva y propia del hijo. La sola intención de poner en juego dos películas separadas en el tiempo y sin embargo tan cercanas en sus vínculos, el juego de cajas chinas entre cine, documental y ficción plantea un desafío enorme que también aspira al homenaje. Hay momentos muy logrados junto a otros que no reciben el mismo cuidado. La película se ve casi siempre demasiado artificial en su aspecto “documental” y poco inspirada en sus espacios ficcionales, como la secuencia de huellas sobre el barro de la costa que no superan la literalidad más obvia. Existen algunas bellas imágenes del paisaje costero que trascienden la postal convencional, pero las ideas originales que estimularon el proyecto parecen bastante más interesantes que el resultado final. La presencia, ya sobre los títulos finales, de una reflexión sobre el oficio del cine, aportada por el ya desaparecido padre, más los créditos que explícitamente dedican la realización a la memoria de Nicolás Sarquís y Saer, confirman que “Yarará” es también un puente generacional de conocimiento e interés que acerca a los realizadores y espectadores que vinieron después.