Durante las últimas 6 décadas, un extraterrestre llamado Paul ha estado en una secreta base militar. Por motivos desconocidos, este alienígena algo perspicaz, huye y se sube al primer vehículo que encuentra en el camino para irse lejos de ahí: una vieja casa rodante alquilada en la que viajan dos “frikis”. Ambos hombres, ya en sus cuarentas pero detenidos en un estado adolescente, son dos británicos fanáticos de la ciencia ficción que recorren América para conocer la legendaria Área 51, el mítico emplazamiento en el que supuestamente el gobierno estadounidense realizó una autopsia a un extraterrestre. Ellos están ansiosos por ver un OVNI o un ser espacial y, claramente, el deseo resulta más que cumplido. Por causas diversas, el trío es perseguido por agentes federales y por el trastornado padre de una joven que raptan sin querer. En sus intentos por ayudar a Paul a regresar a su nave nodriza van dejando de ser nerds para convertirse en héroes intergalácticos. La agilidad del relato dirigido por Greg Mottola (“Supercool”), la simpatía (y la química) de sus protagonistas Nick Frost y Simon Pegg (también guionistas), y la participación secundaria de Kristen Wiig, Bill Hader, Jane Lynch, Blythe Danner, Jeffrey Tambor, Sigourney Weaver y Jason Bateman, hacen de “Paul” un auténtico entretenimiento. Pero es, sin dudas, el personaje del incorregible alien (con la voz de Seth Rogen, de "El avispón verde") el que se destaca en esta aventura del tercer tipo, dada su enorme simpatía, su desenfado y su afilado humor. El tema musical “All over the world” de Electric Light Orchestra termina por coronar esta simpática cinta, más entretenida y graciosa de lo que podía esperarse. Prejuicio, que le dicen…
LA FEMME NIKITA En lo más lejanos parajes nevados de Finlandia, Hanna (Saoirse Ronan) es una adolescente criada por su padre (Eric Bana), un ex-agente de la CIA, en las más rústicas condiciones. La joven se encarga de cazar renos para alimentar a ambos, y tiene la potencia, el aguante y el instinto tan agudos como los de un guerrero a prueba de todo. Su educación y entrenamiento han sido generados para hacer de ella una asesina perfecta (cualquier similitud con “Nikita” es pura coincidencia). Cuando llega el momento de encarnar una misión, es enviada por su padre a la civilización, donde Hanna viaja oculta por África del Norte y Europa, mientras intenta esquivar a agentes clandestinos que están bajo las órdenes de Marissa (Cate Blanchett), una cruel espía que conoce el origen de la joven. A medida que se enfrenta con sus nuevos enemigos, encabezados por un patético rubio vestido de blanco, que silba una cancioncita mientras se prepara para la masacre (cualquier similitud con “La naranja mecánica” es pura coincidencia), Hanna irá develando alarmantes secretos acerca de su propia existencia. El director Joe Wright (quien ya había dirigido a la niña en la gran “Expiación, deseo y pecado”) gradúa bien la información dada al espectador para mantener el misterio e intriga de la trama, alternando persecuciones al ritmo de una excelente música electrónica de The Chemical Brothers (en su debut cinematográfico componiendo música para filmes) y de un montaje dinámico. El gran secreto sobre la naturaleza de Hanna no resulta de lo más interesante ni determinante, como para justificar semejantes corridas y matanzas a diestra y siniestra, por lo que, en parte, se desvanece prácticamente la importancia de todo su desarrollo. Eso no quita que el filme resulte entretenido de ver, no sólo con las grandilocuentes escenas de acción, sino con los intentos de Hanna por adaptarse al mundo civilizado, con la ayuda de una familia tipo que anda de vacaciones en una casa rodante. Saoirse Ronan le da al filme la fuerza necesaria para que no sucumba, gracias a sus excelentes dotes actorales y la enorme preparación física para este rol, pero la frialdad de su personaje y de los otros secundarios, enfría la película, por lo que hay poquísimo espacio para la emotividad y la identificación, y se diluye la reflexión sobre la identidad personal, la falta de cariño de una madre, la búsqueda de un padre y la ausencia de una vida normal para una niña condenada a una existencia difrerente.
LA INOCENCIA ULTRAJADA Gracias a Internet, el mundo se ha convertido en un lugar mucho más pequeño, en el sentido que personas de diferentes culturas o lugares tienen más posibilidades de contacto entre ellas como nunca antes. Pero también, el uso de La Red conlleva riesgos, especialmente para los niños y adolescentes; si no se tiene el suficiente control, de forma accidental o buscando nuevos amigos y estímulos se irán encontrando allí con toda clase de contenidos, servicios y personas, no siempre fiables ni convenientes para todas las edades. Los pederastas se infiltran a menudo en chats de adolescentes, haciéndose pasar por personas de su misma edad y consiguiendo en algunos casos que lleguen a desnudarse frente a la webcam. También intentan obtener sus teléfonos para tratar de lograr un contacto real. Lo más usual es que el pederasta ingrese en un chat, se registre con un apodo y a partir de allí comenzar una “cacería” de menores. “Trust”, la segunda película como director del recordado actor de Friends, David Schwimmer, enfoca este tema de una forma muy inquietante, original, polémica. Annie, una joven de 14 años recién cumplidos, comienza a chatear con un nuevo amigo desconocido. Si bien su vida escolar y familiar parece ir sobre ruedas, se ampara en cederle toda su confianza e intimidad a un extraño que está del otro lado del monitor. Creyendo que está conectada con un joven de su edad, pronto éste le dice que tiene 20 años; luego le confiesa tener 25 y cuando finalmente se encuentran, Annie se topa con una realidad que no era la pensada. Sin querer develar más de lo expuesto, el director ofrece una mirada muy interesante sobre el polémico tema; no se queda en el mero drama familiar sobre un abuso, sino que es llamativa la postura de la adolescente frente al delito en el que fue abusada física y psicológicamente. Schwimmer se sirve de un excelente libreto, con escenas dialogadas que erizan la piel, especialmente las que tienen como protagonistas al matrimonio destrozado por la desgracia de la que también son víctimas. Gracias a la entrega actoral de Clive Owen y Catherine Keener, como los padres de la menor, el drama se sostiene y crece en intensidad minuto a minuto. La jovencita Liana Liberato entrega una actuación muy madura y creíble, pese a contar con tan sólo 15 años. Su personaje acapara gran parte del relato, y la actriz lo afronta con una intachable actuación. El desenlace de la historia resulta muy emotivo y no tiene ningún golpe bajo. Pero también, ese final es perturbadoramente inquietante, con lo que se muestra mientras aparecen los créditos finales: la prueba de que el peligro puede vivir a una cuadra de nuestra casa…
UN ÁRBOL FRONDOSO, INTROSPECTIVO, POÉTICO Y EMOTIVO Terrence Malick, elogiado director de filmes como Badlands, Días de gloria, La delgada línea roja y El nuevo mundo, regresa con El árbol de la vida, una historia basada en la vida de una familia del Medio Oeste Norteamericano, compuesta por los padres y 3 hijos varones, que transcurre durante los años 50. Ganadora del premio máximo en el festival de Cannes último, el guión se centra en la vida del hijo mayor, Jack, desde la inocente infancia hasta su desencantada adultez, en su necesidad de congeniar con el modo de ser de su padre. En el presente, al Jack adulto se lo ve confundido, en busca de respuestas sobre el origen y el significado de la vida, cuestionando la existencia de la fe, ante una enorme pérdida sufrida varios años atrás. A través de la visión singular de Malick, donde se mezcla lo personal con lo universal, se observan paralelamente imágenes sobre el cosmos, la naturaleza en su estado puro, el origen del mundo, que provoca una substancial abstracción filosófica, dejando al espectador que sea él quien determine la incidencia de las mismas en la historia familiar que se presenta. Cuesta reseñar un filme así, y sería demasiado reduccionista decir que el argumento trata sobre una familia a lo largo de los años, porque éste es un punto de partida del realizador para presentar su visión del mundo, pero sin dudas es lo más parecido a lo que se conoce como Cine Arte o experimental, sin ser tan narrativo, imponiendo un subjetivo estilo de creación para que el espectador elabore las ideas que le provoque esta experiencia cinematográfica. Gran película, de no fácil visionado, sería superlativo que resulte una película PARA TODOS, pero termina siendo PARA POCOS, dada la idea que tenemos incorporada de "lo que debería" ser el cine. Seguramente, si estuviésemos observando un cuadro, escuchando una sinfonía o admirando una escultura, seríamos menos pretenciosos en cuanto a “entender” más su significado y nos libraríamos más a lo que nos produce emocionalmente. Amén de otras artes, el cine, parece, necesita ser “comprendido” en un 100%, sin alcanzarnos que nos guste estéticamente o nos conquiste desde los sentidos. El filme permite una introspección que no siempre se logra en miles de filmes; deja que el espectador construya la historia en su cabeza. Pero más que nada, provoca emociones (de todo tipo) con la belleza de las imágenes y los sonidos, con los simbolismos implícitos y en consonancia con las escenas que muestran la relación del pequeño Jack con sus padres, con sus hermanitos, con el mundo y con él mismo. Las actuaciones de los adultos del filme (Brad Pitt, Jessica Chastain, Sean Penn) se ven superadas por la naturalidad de los niños, especialmente la de Hunter McCracken, como Jack en su niñez, en los momentos de juego e intimidad con sus hermanos menores. La fotografía de Emmanuel Lubezki y la música de Alexandre Desplat van muy de acuerdo con el estilo pretendido en el filme, para subrayar la poesía de la película, aunque varios movimientos de cámara y tipos de encuadres, por momentos, se hacen demasiado presentes o visibles. No hay que dejarla pasar, siempre y cuando se tenga una idea de lo que se va a ver... No como la docena de espectadores que se fueron levantando y yéndose de la sala, cuando este crítico intentaba contener su emoción frente a la belleza del séptimo arte y su capacidad para conmover, sin necesidad de discernir “al dedillo” el significado de la obra cinematográfica que es The tree of life.
OLVIDABLE MIRADA SOBRE LA JUVENTUD PERDIDA Cuando se habla de violencia entre los adolescentes, muchas personas piensan en los disparos dentro de las escuelas, como bien lo muestran filmes como “Bowling for Columbine” de Michael Moore, o “Elephant” de Gus Van Sant, por citar sólo dos más renombradas. Pero la violencia en los jóvenes incluye muchas otras actividades diferentes. Entre ellas se encuentran el consumo de drogas, las peleas, la violencia entre grupos opuestos, y el suicidio. Las víctimas de la violencia de los adolescentes suelen ser otros adolescentes. A veces puede dar miedo lo que está pasando con la juventud. O con la norteamericana, al menos en este caso. Joel Schumacher, creador de grandes éxitos juveniles como “St. Elmo´s fire” o “Línea mortal”, o de filmes oscuros como “Un día de furia” u “8 mm” y las dos "Batman" posteriores a las de Tim Burton, se mete nuevamente con los adolescentes, pero esta vez con una mirada muy pesimista, sombría, desmoralizante, aunque realista. Su mensaje con este filme parece querer que despertemos como sociedad por la forma en que muchos de los actuales jóvenes están viviendo. “Twelve” lleva al cine el best seller literario que Nick McDonell escribió en 2002, cuando contaba con sólo 17 años. Su adaptación a la pantalla grande fue hecha por el guionista Jordan Melamed, contándonos la historia de un joven que, tras la muerte de su madre y habiendo abandonado sus estudios, se convierte en traficante de drogas. Sin embargo, su rentable nueva vida se ve trastornada cuando su primo es brutalmente asesinado y su mejor amigo detenido por el crimen. No resulta tan grato este relato de un grupo de muchachos de clase alta, sumergido en vidas libertinas y de poca moral y amor propio. Posiblemente heredando los pecados y vicios de sus padres, vemos a una juventud que pareciera no tener otros intereses más que drogarse, fornicar, asistir a fiestas y dormir. Esta película no es solamente para jóvenes sino, lo que es más importante, para padres, a quienes también se los retrata, en este caso, con una autoridad casi inexistente y con la necesaria vanidad como para no ver lo que les pasa a sus hijos. Con varios lugares comunes, ya sea en la acción como en los diálogos, el filme no aporta nada novedoso, más que la existencia de una (supuesta) nueva droga llamada Twelve… Chace Crawford, Emma Roberts, Rory Culkin, 50 Cent y Curtis Jackson protagonizan esta cinta, con la actuación especial de Ellen Barkin y la voz del narrador en off del reconocible Kiefer Sutherland (demasiado presente en la película, sobre-explicando las relaciones entre cada uno de los personajes). Olvidable.
Annie (Kristen Wiig) es una cuarentona que ha ido de fracaso en fracaso, ya sea en el plano amoroso, como en el profesional. Su presente la encuentra como empleada en una joyería y compartiendo departamento con dos hermanos de lo más aparatosos. Cuando su amiga de toda la vida le anuncia su compromiso para casarse, Annie se embarca en generar y participar de todos los rituales prenupciales: conocer a las demás amigas de la novia que serán damas de honor como ella; elegir los vestidos que deberán usar; ir de viaje a Las Vegas como despedida de soltera, preparar la fiesta de compromiso, y más. Lógicamente, cada una de estas secuencias está plagada de situaciones risueñas, alocadas y disparatadas. Cada una de las damas de honor tiene marcadas particularidades (una estirada de clase alta bastante arpía; una muy inocente recién casada; una ingeniera nuclear machona y buenaza; y una casada con hijos, harta de sus 3 varones) que el director explota en diversos momentos para provocar la risa. Con cinco actrices y una guionista con experiencia en el mundo de la comedia improvisada, era obvio que Damas en Guerra iba a combinar el libreto con ese género cómico. El oficio de estas mujeres se hace notar, pero en todas ellas hay rastros constantes de actuación estilo sitcom, y ése sería el máximo reproche que podría hacérsele al filme. Wiig es lo suficientemente efectiva como para llevar adelante el rol de antiherohína, y tiene la particularidad de mascullar frases para ella misma, profiriendo algunos simpáticos mohines, especialmente cuando se enfrenta a la villana del filme: la malvada nueva amiga de la novia (Rose Byrne). El filme entretiene muchísimo, abusando, tal vez, del estilo algo televisivo antes referido, no sólo por los actores protagonistas y secundarios, sino por darle más preponderancia al uso constante de gags (muchos de ellos escatológicos en su máxima potencia) y diálogos chispeantes y alocados. En aparición especial está la legendaria actriz Jill Clayburg (recientemente fallecida), como la madre de Annie, y hacia el final hay una canción muy famosa de los 90´s: "Hold on" del famoso trío de chicas Wilson Phillips, cantado por ellas mismas en plena fiesta de casamiento.
ENTRETENIDA COMEDIA, AUNQUE IMPECABLEMENTE FOTOGRAFIADA, DABA PARA MÁS... Una pequeña pieza de estética similar a la historieta, animada por el ilustrador Liniers, abre la película y cuenta brevemente la historia previa (infancia, adolescencia, amores anteriores e historia juntos) de la pareja protagónica: Natalia Oreiro y Daniel Hendler. O mejor dicho: Leonora y Adrián. Ellos se están por casar, cumpliendo un sueño largamente esperado, aunque se muestran algo ácidos y superados frente a la situación; como que es algo que tienen que pasar casi obligadamente, especialmente él. Al ser ella católica y él judío, la boda será mixta y todos los invitados se encuentran esperando a un cura y un rabino (los “Luthiers” Marcos Mundstock y Daniel Rabinovich), que vienen juntos en un remis contratado por el novio. Un pequeño error cometido por Adrián lo hará poner en marcha un plan que, más que querer solucionar el traspié que se mandó, generará una catarata de equívocos que involucrarán a más de unos cuantos… A pesar del simpático planteo, se despliegan algunos pequeños cliché: un abuelo marihuanero (Pepe Soriano) no es especialmente original a esta altura, ¿verdad?; una madre borracha (Soledad Silveyra), seguramente tampoco…, y mayormente, todos los personajes cumplen con un arquetipo bastante recorrido por el género de comedia: el primo medio tonto, muy bien encarnado por Martín Piroyansky, como lazarillo del novio, cumpliendo a rajatabla todos sus requerimientos; e Inés (Muriel Santa Ana), la mejor amiga de Leonora que, más que acompañarla en su gran día, se pone en plan acosador de Lala (María Alché), una invitada que vino con Miguel Angel (Imanol Arias), antiguo romance de Leonora. El sufrido padre de Adrián es encarnado por el popular comediante Gino Renni (con muy poca presencia), y su mujer es la siempre resuelta Gabriela Acher. Alan Sabbagh, Clemente Cancela, Sebastián De Caro, Guillermina García Satur y Sofía Wilhelmi conforman la mesa de los amigos, y especialmente los varones harán de las suyas para acompañar al novio en la reparación del error antes aludido. En cuanto a los novios protagonistas, ambos uruguayos, pero adoptados por los argentinos, cumplen efectivamente su rol, sosteniendo con nobleza sus personajes, aunque a ambos les falte un poco más de histrionismo para lograr que exploten carcajadas en la platea, cosa que no sucede; sí, por supuesto, simpáticas risas frente a los alocados acontecimientos vividos. Este filme de Ariel Winograd ("Cara de queso") contó con el talento del director de fotografía Félix Monti (“De amor y de sombras”, “Sur”, “De eso no se habla”, “El Secreto de sus Ojos”, entre decenas de filmes), la diseñadora de vestuario Ana Markarián y el director de arte Juan Cavia. La imagen es radiante, luminosa, siempre en clave alta, describiendo los bellos exteriores e interiores de la estancia en la que se desarrolla prácticamente el 100% de las escenas, muchas de ellas cubiertas con una cámara que flota entre los invitados y vuela ligeramente en los exteriores, logrando estéticos y atrayentes movimientos de cámara. También hay decisiones de montaje interesantes, con los novios hablándole al espectador, narrando situaciones pasadas o elucubrando pensamientos futuros, que son expuestos mediante rápidos flashbacks o graciosos flashforwards. Concebida como una película para ser filmada en una sola locación, la majestuosa estancia Villa María, situada en la Provincia de Buenos Aires, combina la arquitectura de principios de siglo pasado, con los jardines de Thais, un lago y una vista maravillosa, constituyéndose como el escenario perfecto. La música original del film fue escrita por Lucio Godoy y Darío Esquenazi, incluyendo una serie de standards de jazz arreglados e interpretados por una de las figuras más importantes de la música contemporánea argentina, Adrián Iaies. Tal vez, haber convocado a un reconocidísimo elenco de primeras figuras de ayer y hoy para los roles secundarios, deja una sensación de que faltó algo más, que el guión podría haber aprovechado y no hizo (de hecho, lo mejor de Gino Renni está en los créditos finales, por dar sólo un ejemplo). El filme se ve con mucho agrado y resulta de lo más entretenido. Si ése era su único propósito, pues está logrado en un 100%.
El treintañero Eddy Morra (el cada vez más ascendente Bradley Cooper, de “¿Qué pasó ayer?”) es un escritor fracasado, sin motivación y con pocas perspectivas personales y profesionales cuya vida cambia de repente cuando, en medio de una crisis creativa, un conocido le da una pastilla de NTZ, un fármaco nuevo y revolucionario que permite a su cerebro utilizar todo su potencial. De esta forma, al ingerirlo, su lucidez está al 100%, pudiendo resolver, no sólo su bloqueo, sino sus problemas emocionales, laborales y románticos. A pesar de mantener en secreto la existencia de esta extraordinaria droga, Eddy capta la atención de un multimillonario empresario (Robert De Niro) y de un gángster ruso (Andrew Howard), poniendo en peligro su vida. Es interesante el tratamiento fotográfico del filme, donde ambos “mundos” del personaje (antes y luego de ingerir la droga) se diferencian por la saturación y el brillo de las imágenes. Dirigida por Neil Burger ("The Illusionist", "Interview with the assassin") y basada en la novela "The Darks Fields" de Alan Glynn, este provocador filme rodado en Nueva York y con algunos exteriores en Puerto Vallarta (México) se completa con la presencia de Abbie Cornish ("Bright Star"), una joven actriz australiana que empieza a pisar fuerte en Hollywood, habiendo protagonizado el último filme dirigido por Madonna, “W.E.”, proyectado en el Festival de Venecia. Cornish tiene a cargo una interesante secuencia de acción dentro del filme, con una pista de patinaje sobre hielo como escenario de fondo. Con vibrante ritmo, el filme avanza sin detenerse, hasta llegar a un angustiante climax, para nada predecible, logrando un visionado muy entretenido, para pasar un buen rato.
FESTIVAL DE LUGARES COMUNES Este thriller psicológico retitulado "Atrapada", sobre una joven encerrada en una misteriosa institución mental en la década del sesenta, hace agua por todos lados y resulta una historia repetida una vez más. Kristen (Amber Heard, de "Infierno al volante"), una joven mujer con problemas, se despierta drogada en la sala de un psiquiátrico en el que se encuentra retenida. Desorientada, sin saber cómo llegó y sin poder recordar nada de su vida anterior, tiene la certeza de que en ese ambiente no está a salvo. Las otras pacientes del área tampoco tienen respuestas y ella pronto descubre que las cosas no son lo que parecen. Cuando una por una, las muchachas empiezan a desaparecer, la joven debe encontrar una manera de salir de ese lugar infernal antes de convertirse en la próxima víctima. En este momento de su extensa y mítica carrera, John Carpenter debería proponer algo más audaz, diferente. Sin salir del terror, que siempre ha visitado, es hora de encontrarle una vuelta de tuerca más a los filmes de este género. Sus obras principales son Halloween (1978), La niebla (1980), Escape de Nueva York (1981), La Cosa (1982), Christine (1983), Starman (1984) y una enorme lista, y cualquiera de ellas es superior a este engendro. Si bien otros directores noveles se han animado a experimentar con narraciones originales, Carpenter, un maestro en la materia, debería optimizar sus nuevas propuestas con algo distinto. “The Ward” (El pabellón, su título original) tiene todos los elementos clásicos de la arquetípica película de Carpenter; está lleno de lugares comunes, visitados y re-visitados por él y por decenas de otras producciones de estas características: muertes truculentas; falsos golpes bajos musicales para asustar; la melodía de caja de música, que se desdibuja para representar un instante de locura; los inconfundibles enfermeros malévolos que se sonríen al encerrar a las pacientes en sus calabozos; la repetida escena de hacerle creer a la enfermera que se ha tomado la medicación (en el vasito de papel, por supuesto) y luego burlarla cuando vemos que no la ha tomado y la guarda en la almohada… y más, y más… Tal vez, queriendo captar nuevas generaciones (esto de que “el público se renueva”), el director ofrece un plato ya servido infinidad de veces que, a esta altura, sabe a viejo. Una curiosidad: en un papel secundario aparece Mamie Gummer, la hija de la grandiosa Meryl Streep que, si bien demuestra cierto talento, no es el mejor filme para juzgar su oficio.
ARTIFICIOSA TRAGEDIA A´LLA ITALIANA La acción de "El amante" se inicia en una despampanante mansión burguesa: el hogar de la rica familia Recchi, donde se está preparando una cena de cumpleaños en honor del abuelo de la familia, quien, con un estado de salud muy precario, se prepara para delegar el mando de los negocios textiles familiares. Esta primera y dilatada secuencia inicial sirve para dar a conocer a los protagonistas de esta familia, y sus relaciones; lo malo es que algunas de las cuestiones que se plantean en este inicio, poco desarrollo tendrán luego en el conflicto central. Se destaca entre todos, Emma, la elegante jefa del hogar, que supervisa los detalles de la reunión. Es ella la que dominará luego la atención del guión y será la dueña del conflicto central, cuando ponga el ojo sobre un amigo de su hijo, impulsando el tono trágico que sobrevendrá en la última parte de la narración. Nominada al Golden Globe 2011 como Mejor Película en idioma extranjero y al Oscar en la categoría vestuario, el filme del director Luca Guadagnino ha participado de las selecciones oficiales de los Festivales de Toronto y Venecia 2009 y del Sundance Film Festival 2010. Con locaciones en Milán, Londres y San Remo, el filme significó un trabajo en conjunto de siete años para Tilda Swinton (protagonista y productora) y el realizador. Lo más rescatable de esta cinta está relacionado con lo formal, especialmente con la excelsa fotografía de Yorick Le Saux y la (algo rimbombante pero magnética) música de John Adams; pero su uso indiscriminado termina desviando la atención del espectador, en vez de favorecer a empatizar con el estado anímico de los personajes. Pareciera que el director estuvo ejercitando todas las posibilidades que pueda darle la cámara, desde los diversos tamaños de planos, las angulaciones picadas y contrapicadas arriesgadas y la enorme cantidad de movimientos coreografiados con grúas. Plásticamente, la puesta en escena es de ensueño, muy atractiva y enormemente disfrutable; pero algunos aspectos están tan presentes, tan visibles, que genera cierto tedio, empachando sin concesiones. La tragedia que se cierne sobre el final termina por coronar un filme extremadamente artificioso, donde pareciera que huelgan los diálogos en situaciones en que son requeridos, provocando algunas escenas pseudoartísicas y antinaturales. El título original “Io sono l´amore” pareciera provenir del fragmento de la película “Filadelfia” de Jonathan Demme, que Emma mira con atención, cuando el personaje que hacía Tom Hanks en esa película escucha el aria "La mamma morta" por Maria Callas, que incluye esa frase. Si bien es loable la predominante presencia y entrega actoral de la gélida Swinton (y la presencia de una ya mayor pero distinguidísima Marisa Berenson), este filme italiano peca de cierta soberbia y no alcanza a mantenerse a flote durante sus extenuantes 2 horas de duración.