El cierre de los cines, la desaparición de las salas en los pueblos alejados de las grandes ciudades, su transformación en grandes almacenes o templos evangélicos no es un fenómeno solo argentino. Hace dos años habíamos visto en el FIDBA 66 Kinos un documental alemán extraordinario sobre las 66 pantallas de los 66 cines que resisten a esa depredación, a esa falta de interés. Si pasa en Alemania, cómo no va a pasar en Argentina, es lógico pensar. Luz Ruciello egresada de Imagen y Sonido en la Universidad de Buenos Aires, radicada en Barcelona, encontró en Villa Elisa, Entre Ríos, un personaje fuera de serie: Omar Bocard, un entrerriano nacido campo adentro que un día descubrió en las revistas de espectáculos que había algo que se llamaba farándula, y que esa gente hacia películas. Palito Ortega es el ídolo de este albañil, sencillo y trabajador que empleó 168 domingos para construir con sus propias manos un cine sobre su casa, sí, sobre su casa. Ruciello lo filmó durante 18 años, entre el 2000 cuando inaugura la sala, hasta el 2010 cuando cumple 10 años. Algunos registros actuales sirven a modo de dramatización y están bien, se intercala el trabajo con la pala,el balde con cemento y los ladrillos para recrea el peso de la construcción de las paredes, vigas y techo. No solo el personaje es fuera de serie, la situación también es extraordinaria: ese cine “doméstico”, con butacas donadas del cine Mitre de Villa Ellisa, un proyector que le regala un cura que solía hacer cine ambulante, unos pizarrones con tiza anunciando las funciones del día, unos volantes distribuidos por él mismo de puerta en puerta, tiene la singularidad de lo único. La película de Ruciello exalta la empresa personal. La quijotesca empresa de este Fitzcarraldo que carga sobre sus hombros (y sus ahorros) la construcción de algo que parece un imposible. El público responde? Esa sala pequeña y humilde, se llena? A ese público le interesa por Locos sueltos en el Zoo, Kung Fu Panda o Legally Blonde? Omar siempre saldrá a vender sus funciones como las películas más lindas y más interesantes del mudno. Un viaje a Buenos Aires a la zona de los cines y una visita a la Sala Lugones le da a Omar la suficiente perspectiva como para entender que lo suyo cada vez es más difícil, pero no imposible. Hay un momento que me gusta mucho. Omar prepara en silencio la sala antes de abrir las puertas, la mesa con mantel negro y paquetitos de golosinas, se sienta sobre esa mesa lo que dura un microsegundo en que no se sabé qué pasará, su figura se recorta sobre la pared de ladrillo. La foto es usada en el cartel de promoción y en la foto de esta nota: resume esa idea, ese momento crucial para el cual todo fue hecho. El documental está muy bien, en los primeros minutos los bancos de una iglesia y la luz que viene de las ventanas trasmuta en una sala oscura de la que sale una luz radiante. En qué se diferencia una iglesia de una sala de cine? Son dos edificios concretos en donde suceden cosas sagradas. Inmediatamente después, Omar sale con su auto a repartir volantes con los horarios de sus funciones. La cámara lo sigue, y a lo largo de todo el relato será así, lo observacional deja lugar a algunas intervenciones de la directora que marcará qué hacer en algunas situaciones. En el negocio de zapatillas actúa con naturalidad; su voz en off irá contando sobre los géneros del cine que le gustan, las ideas que lo mueven, su infancia, sus ídolos, su admiración por esa pantalla gigante de 8 m de ancho del Teatro Mitre de Villa Elisa donde vio por primera vez “una pelicula gauchesca, algo asi como Pampa Bárbara: era espectacular, a la semana siguiente había que volver”. Un cine en concreto se ocupa de lo micro, de lo otro, de lo que sobrevuela, la falta de políticas culturales para proteger esas microfísicas deberían ocuparse otros.
Bellas imágenes de los paisajes neuquinos dan inicio a este documental subjetivo del realizador Miguel Zeballos, oriundo de aquella provincia. Conocedor seguramente de esas geografías, y cómodo tanto en los amaneceres como en los anocheceres, Zeballos hace un documental en el que la observación le sienta bien a esta una mujer granjera, que emprende frente a cámara el trabajo cotidiano de dar de comer a sus gallinas, de curar a sus vacas, e su humilde casa de montaña. Esto le permite a su vez internarse en un universo más recóndito en el que dos voces en over se ocupan de crear un “más allá” de lo que se ve. Algo mas relacionado con lo universal, lo existencial y lo incorpóreo. Un gran continente invisible. No está mal exponer desde un principio los objetivos que el propio director tiene con la realización, a modo de tesis: hablar sobre la infancia, sobre el vacío, sacar alguna conclusión sobre la muerte. Tal vez puntos excesivamente ambiciosos que por lógica difícilmente logren alguna respuesta. Esa declaración de objetivos desovillan un nuevo tema: el del proceso de creación de un director filmando algo y filmándose a sí mismo. La reflexión final siempre lleva al cine. Un documental que se transforma en un film sobre el propio director y sobre el proceso de filmación de este documental. La voz de los primeros minutos, la de Mercedes Muñoz, presenta una incógnita interesante: una mujer buscando a su madre, presentándose como “el corazón del desierto” o “el corazón del viento blanco” que hubiera sido también interesante seguir desarrollando. Hay que entrar al juego poético que propone Un continente incendiándose, con su misterioso título y todo.
Tal vez pueda escapársele al espectador argentino algunos detalles de la trama política de esta película, décima de Adam McKay que se instala en el centro del poder estadounidense. Pasaba algo similar con su opus The big short (La gran apuesta) que describía, desde dentro, la crisis financiera de 2008, (hoy puede verse por Netflix); cine de diálogos, de estrategias políticas, de intrigas de corte. En el balance de ambas películas hay una hipótesis bastante clara, parte de la responsabilidad de los males del mundo lo tiene la ambición y el manejo del poder de los EEUU. Esto viniendo de un estadounidense no es poca cosa. Adam McKay es crítico, muy crítico, y muy atendible este guión que es propio, basado libremente (hicimos lo mejor que pudimos se puede leer en los titulos del comienzo) en una figura de las más poderosas de la tierra, Dick Cheney, vicepresidente de George W. Bush. - Publicidad - Pese a lo de que puede ser algo críptica por momentos, el comienzo de la película es en cambio un imán para un tipo de espectador universal. ¿A quién no le interesa conocer qué pasaba en los lugares de decisión en ese traumático momento posterior a los primeros ataques de las Torres Gemelas, aquel fatídico 11 de setiembre de 2001? Sentados a la mesa, el Vicepresidente de EEUU, el jefe de gabinete, y los altos estamentos del poder. La motivación principal en la película de Cheney es entender cómo ese hombre que pocos conocían fue el que tomó las grandes decisiones en un período histórico conmocionante. El modo en que se desarrolla el hilo de intereses de los EEUU sobre el mapa petrolero de Irak, y cómo todo eso fue una gran oportunidad para que se produzca finalmente la invasión a ese país del Cercano Oriente, y el comienzo de una larga guerra. Hoy, los argumentos sobre el armamento nuclear de Irak puede sonar naif, la aparición de nombres como Osama Bin Laden o el de los fundadores de Isis, se explican a través de ese mismo hilo de intereres y ponen luz sobre la continuidad de las ideas republicanas del gobierno de Bush (parodiado y desdibujado en Vice) y las de la actual gestión en el país del norte. La teoría del Ejecutivo unitario es una de las claves para entender esa continuidad. A nivel cinematográfico la propuesta de McKay es un experimento al menos curioso. Una voz en over irá poniendo jalones sobre lo que debería conocer y pensar el espectador. Se trata de una voz narradora que reconoce que en algún momento su vida y la de Cheney (una transformación corporal de Christian Bale notable) se cruzan inevitablemente, cosa que es de lo mejor de Vice: que nunca pierda el rumbo de esa narración. El uso desenfadado de inserts de youtube e intervenciones que irrumpen en la imagen, sirven a su vez para desarrollar las tesis de la película: no vemos las fuerzas masivas porque estamos muy ocupados con lo que está frente nuestro, la cultura del espectáculo aísla de los problemas políticos, con mas horas de trabajo y menos paga, las preocupaciones del ciudadano de hoy pasan por otras cuestiones. No se entiende muy bien cómo el perdedor, alcohólico que está a punto de perder a su mujer de pronto a parece como pasante en el Congreso de Washington, quizás es el bache que el guión se permite para reconocer aquello que se oculta de esta biografía no autorizada. A partir de ahí la carrera de Cheney hacia el poder es meteórica y logra justificar lo que ocurre luego. Vice no es una película brillante, sus actuaciones son para premios grandes, exageradas, maquilladas, rimbombantes, tiene algunas desconexiones (hasta un falso final) pero en el contexto actual de la avanzada sobre la democracia venezolana, Vice es una obra que puede tener un valor histórico mucho más profundo que el de ser una película de intriga más. No es House of Cards, es casi casi el mundo real.
Victoria Chaya Miranda es una realizadora que pertenece a una nueva generación de cineastas mujeres, militante activa, que surge con las nuevas dinámicas feministas en el universo del audiovisual argentino. Esta es su segunda película y sabemos de su esfuerzo en el cuidado de la imagen, en el buen trato de la cámara yen el diseño sonoro, una de las cosas más destacalbes que tiene este relato estructurado a partir una trilogía de historias, dos de las cuales son de mujeres. El primer momento de la película promete: una joven sale a una terraza, la cámara la acompaña, se le adelanta una música con la que Chaya y Lula Bertoldi (musica original) parecen arrancar con todo. La cámara la va siguiendo hasta que se sube a la baranda del balcón con la aparente intención de arrojarse. La siguiente escena ya tiene sus problemas, sobre todo en la actuación, pero además en el anuncio de la superficialidad de una relación que esta joven tiene con un hombre que sin matices la maltrata, desde el primer momento. Un maltrato en el diálogo y en la explotación de esta bailarina de caño que vino a Buenos Aires en realidad para ser bailarina de ballet. ¿Dónde guardar los ahorros sino en las zapatillas de baile? Esa relación tendrá un rumbo previsible. Esa idea de previsibilidad es una constante en A oscuras, que entrelaza tres historias en la que va acumulando personajes, casi de modo televisivo, todos de algún modo presentados en relación a la noche. Por eso el título: el taxista, el joven dueño del bar nocturno, la actriz decadente (Esther Goris) acosada por la necesidad de tomar pastillas para dormir y poder soportar el declive, la bailarina de caño que finalmente será cafisheada por su novio, dolorosamente. Chaya presenta de un modo superficial estas historias sobre las “oscuridades” de la noche, se queda en lo argumentativo, en lo subrayado, incluso algunas cosas llegan a aparecer inexplicablemente (qué es ese robo a mano armada que sufre una mujer al que asiste el personaje de German da Silva?), esta diégesis nunca se juega a un fuera de campo, o a sutilezas o a despuntar si quiera alguna dimensión algo más sustancial de estos personajes. El pasado de Lola que sorpresivamente irrumpe y queda suspendido en un hilo que no termina de resolver el conflicto principal de esta actriz y lo corre hacia otro lugar de demasiada obviedad. Incluso los modos en que todo se acelera hacia cada uno de los finales. Esa insustancia
Existe, y cada vez con mejores ejemplos, un subgénero para el cine de mujeres adultas (las mayores de 50) que por un giro del destino o por sus propias voluntades salen de esos closets que la sociedad impone, en el que vivieron subsumidas toda su vida y de los que nunca resultará tarde escapar para abrir los ojos. Hemos hablado aquí de varias de ellas, en distintos momentos, (la georgiana My Happy family; la mexicana Todo lo demás, la chilena Gloria). - Publicidad - No hay diferencia aquí si las preferencias sexuales son diversas, si las parejas que forman son entre mujeres, si las familias son no tradicionales o si hay hijos, abuelos, tíos, etc. Es que el estatuto matrimonial y familiar atraviesa todas las capas como una gran regla de poder. En Las herederas, de elenco y director paraguayos pero de coproducción entre varios países (Francia, Alemania, Uruguay, Noruega, Brasil y Paraguay) la apuesta es un juego de sugerencias que se van confirmando en su justo tempo, Referencias que se encadenan en alusiones, silencios, gestos, respuestas sin palabras. Esas dos mujeres de más de 60 años que viven juntas son hermanas? Amigas? Primas? Pasan unos minutos de planos sugerentes en los que se confirma que Chela y Chiqui, son pareja, una pareja gastada por los años, que pertenecen a una clase social alta (tal vez una, tal vez la otra no) venida a menos y que viven durante mucho tiempo de lo heredado por Chela. Ellas no tienen el problema de la típica salida del closet de las parejas gay. Llevan muchos años juntas. El problema es otro. Para deshilvanar esta cuestión, el director, que debuta aquí con una potencia notable, va entreviendo esta relación en planos cerrados y un montaje sutil dentro de esa casa llena de muebles antiguos y objetos que forman parte de la herencia. Hay que seguir vendiendo todo eso para subsistir, por lo cual de vez en cuando el comedor recibe algunas mujeres (siempre mujeres) que piden precios de las cosas, o las compran. Chela las observa del otro lado de la puerta. Hasta la estafa que se menciona no termina de explicarse, y Chiqui va a ir a la cárcel por un tiempo tal vez pero quizas su pertenencia a una clase le permita salir pronto. También Martinessi se ocupa aquí de las mujeres en situación de encierro: la cárcel funciona como símbolo, seguramente lo refuerza. Una película de pasaje. Un film sobre el deseo. Sobre la libertad de vivir la vida como se descubre que se quierevivir. Un film sobre la búsqueda de la felicidad. Supimos de Las herederas porque es la primera película paraguaya que compitió en la Berlinale 2018, gracias a esto llega a Buenos Aires se llevó dos premios de allí. No deberían dejarla pasar.
Por amor al arte se estrenó el pasado 6 de diciembre y tiene solo 9 críticas en el sitio Todas las Criticas.com. Es sabido que ciertas películas argentinas solo serán reseñadas por algunos pocos sitios web y algún diario que le dedica unas pocas lineas, bastante pobres por cierto. Suerte que tienen usualmente los documentales. - Publicidad - La cuarta película de Marcelo Goyeneche (Bombardeo en Plaza de Mayo o Las enfermeras de Evita) merecía un poco más de atención. Tal vez equivocó el marketing de al proponerse como un film sobre Antonio Pujía, o al menos prometer esto desde los afiches de promoción. Porque en verdad Por amor al arte es un film sobre Bernardo Arias, un olvidado director de cine argentino que, a sus 90 años, sueña con un proyecto que escribe y reescribe desde hace tiempo. A raíz de la producción de Las enfermeras de Evita, Goyeneche conoce al marido de una de ellas, Bernardo Arias, surgido en los Estudios Lumiton, y con larga trayectoria como asistente de dirección de películas de los años 60 y 70. Como director filmó cuatro películas, Allpa Kalpa, su ópera prima íntegramente peruana de 1972, con premios en Moscú (se la puede ver completa en Youtube); la sexosadica El fuego del pecado (1974) también conocida como El inquisidor de Lima; y su ultima película Mujer-mujer (1987) film de 4 episodios todos protagonizados por Arturo Bonín. Bernardo tienen un sueño que Goyeneche intenta cumplir y, en el proceso de ese deseo, ambos se convierten en codirectores de Por amor al arte, un film al menos extraño, un documental que se mete adentro de otro: suerte de caja china en la que un artista (Arias) habla de otro (Pujía) y entre ambos sacan una teoría dispersa sobre el arte. Goyeneche filma a Arias filmando a Pujía y se filma a sí mismo filmando a Arias. Momentos que se alternan con otros de cierto didactismo con una historia apresurada del arte, desde las pinturas de las cuevas paleolíticas hasta el mercado del siglo XXI. Tras esas imágenes de cuadros de la historia del arte y de esos abordajes de taller con disquisiciones sobre el tema, incluso frente a un grupo de adolescentes, Por amor al arte resulta ser el making off de un making off que presenta antes que todo al propio Bernardo Arias, un director de cine y una historia de vida que realmente vale la pena conocer.
Soy el nadador, Señor, soy el hombre que nada. Soy el hombre que quiere ser aguada para beber tus lluvias con la piel de su pecho. Soy el nadador, Señor, bota sin pierna bajo el cielo para tus lluvias mansas, para tus fuertes lluvias, para todas tus aguas. Las aguas como lonjas de una piel infinita, las aguas libres y la de los lagos, que no son más que cielos arrastrados por tus caídos ángeles. - Publicidad - (Fragmento de El nadador, de Héctor Viel Temperley) La boya es una película virtuosa. Su virtuosismo creo yo, radica en un equilibrio que se mueve entre las referencias nostálgicas a un pasado familiar y social, un modo poético y hasta mitológico de concebir el mundo donde la palabra funda verdades que la imagen acompaña, y la naturaleza, con el mar como gran tema que cruza infancias, historias, escrituras, paternidades y amistades, centrando, vinculando esos dos mundos. El documental de Fernando Spiner navega en las seguras aguas de su propia vida y la de su familia que transcurrió en Villa Gesell, una playa de la provincia de Buenos Aires, uno de los lugares de veraneo más populares de la Argentina. lugar de artistas, poetas, escritores, La presencia de alguno de ellos en medio del relato ocurre en el flujo narrativo de este film con la libertad del que sabe que lo que está allí es así y no otra cosa. La farmacia Spiner, la vocación del padre, los recuerdos que evoca la madre y un hijo que va a Europa a formarse, incluso la voz inicial del bisabuelo ucraniano que en over nos hace ingresar a una historia que el film se ocupará de establcer como mito. Cuatro viajes desde Buenos Aires estructuran el relato. Son los viajes del héroe tal vez, los cuatro coinciden con las estaciones del año, temporalidad sobre la que la película se sostiene en un sutil equilibrio. Durante esos momentos del año, el realizador viaja a Villa Gesell para encontrarse con su amigo, el poeta y periodista Anibal Zaldibar, la enunciación de esa mirada hace de su amigo un personaje idealizado, su sabiduría tiene que ver con las verdades de la poesía, es el que incluso trae la palabra del padre, y su deseo. Incluso su modo de hablar y de pararse frente al mundo están atravesados por la idealización del enunciador. Ese bastión narrativo juega muy bien con el entorno natural de una ciudad que vive del mar. Con un diseño sonoro luminoso, los momentos de nado en el mar abierto están realmente logrados, no hacen más que confirmar una fotografía impecable y un trato sincero y ennoblecido con la cámara que lleva el cuerpo del nadador (en otro momento, el poema de Héctor Viel Temperley dignifica la figura del hombre que nada) para registrar ese atravesar la corriente hacia la boya. Una boya histórica que hay que instalar a unos cientos de metros de la orilla, con la posibilidad tal vez que el mar se la trague y asi se trague los tiempos dolorosos de los inmigrantes judios expulsados por la masacre del regimen nazi. El taller de poesía, los guardavidas celebrando su día, los artistas y escritores que hablan de ese exilio interior, completan la pintura de este lugar en el mundo que es también el lugar de ese momento que una vez al año repite un rito personal y documenta su riguroso ritmo vital.
Se puede suponer, tras ver el primer largo de Natural Arpajou, reconocida cortometrajista argentina, a qué se debe su nombre. Tan original llamarse Natural como llamarse Armonía, nombre de la niña que protagoniza este film que acaba de competir en el Festival de Mar del Plata en la sección argentina. - Publicidad - Ambientada en los años 60, 70 una pareja naturista, antisistema, vegana, vive en algún lugar del sur argentino a orillas de un lago, en una casa de madera y con los mínimos recursos. Tienen a la pequeña Armonía, y la educan en ciertas severas formas en contra de la “civilizacion” organizada. Sus padres pondrán a prueba la fuerza de Armonía hasta en las cosas cotidianas, sus deseos de ir a la escuela, su acceso a un mundo que no conoce. Julia y Pablo (Andrea Carballo y Esteban Lamothe) son estrictos en esas formas y arrastran a la pequeña a un modo de vida sin escolarización, sin medicina y sin dinero, con el único y solo contexto de la naturaleza. El punto de vista que adquiere la narración de Yo niña tiene que ver con el título. Es que Armonía, espléndidamente interpretada por Huenu Paz Paredes y verdadero gran hallazgo de la película, pone sobre el mundo una mirada no muy benevolente de esa vida idealizada, arcádica y rebelde que mira con ojos poco comprensivos; frente a las diversiones de sus padres o las discusiones que provocan la separaciones que dejan a madre e hija a la suerte de esa misma naturaleza que adoran, Armonía se presenta como una niña poco feliz. Ella solo quiere una muñeca Barbie, que vengan a buscarla “los verdaderos padres” de alguna galaxia exterior y saber algo sobre Dios. Esos clichés a los que se suman algunos más sobre el vegetarianismo y la vida alejada de la ciudad. Yo niña es prolija en la realización, tiene una bella fotografía, una buena puesta en escena, y asume realmente bien el punto de vista de esa pequeña niña que sufre los ideales de sus padres. El estreno está anunciado para el próximo 22 de noviembre.
La cámara de Flavio Dragosec, director de fotografía de la ópera prima de Mónica Lairana, no ingresa a esa habitación donde dos cuerpos mayores intentan hacer el amor. El intento se transforma en imposibilidad, y la cámara queda del otro lado de la puerta. Aunque somos testigos infidentes, eso sí, estamos fuera del marco. El plano es fijo, y su permanencia puede ser un momento incómodo para el espectador: son cuerpos desnudos de dos personas de más de 60 años. Han pasado la vida juntos, viven en una casa llena de cosas, enorme casa con un jardín, un perro y un gato (ausente), hay una hija del otro lado del teléfono. - Publicidad - Conocemos la audacia de Lairana, sus cortos Rosa y María tienen el mismo tono, el mismo punto de vista de la cámara, la misma preocupación por los cuerpos, el deseo, el sexo. En su ópera prima, que no por nada lleva el título que lleva, redobla la apuesta y aborda el tema del amor-desamor y la pérdida del deseo sexual en un matrimonio mayor que debe convivir durante unos días preparando una mudanza que es el preámbulo de una separación. Esos días, concentrados en estos minutos, transcurren mediante elipsis imperceptibles. Un fin de semana, cuatro, cinco, diez días? No lo sabemos con certeza, pero es un tiempo transcurrido suficiente para que la casa se transforme en una gran situación de mudanza. El ruido de los ventiladores, el diálogo casi nulo, el calor de un verano probablemente ubicado en el año 2000 (un lapicero almanaque lo indica) que los obliga a pasearse desnudos casi toda la película (cuándo se vio algo así en el cine argentino?). El desnudo carnal, en distintas posiciones de los cuerpos acentúa la vulnerabilidad de esos seres. Algo de los dibujos y pinturas de Lucien Freud puede entreverse allí. Los rincones de la casa y los objetos que comienzan a acumularse y que no son vistos sino por el espectador, transforman al espacio-casa en símbolo de esa relación, cargado de objetos que habrá que desechar: figuras de cerámica, muñequitos de caracoles. Un cartel de “Se vende” invade ese espacio con una urgencia violenta, y Mabel y Jorge en medio de los preparativos comienzan a despedirse atravesados por un dolor que el film sabe transmitir con inteligencia, poesía y sensibilidad. Celebramos el pasaje de Lairana, actriz ya de larga trayectoria, del corto al largometraje, lugar donde seguramente se quedará por largo tiempo. ESTRENO : 22 DE NOVIEMBRE Sala Lugones Av. Corrientes 1529 Del Jueves 22/11 al Miércoles 28/11 Funciones diarias a las 19:00 y 21:30hs. Malba Av. Figueroa Alcorta 3415 Viernes 23/11 – 18:00hs Sábado 24/11 – 22:00hs Sábado 1/12 – 22:00hs
La memoria de una familia suele estar en las fotos. Las que se guardan durante años y luego circulan de generación en generación (si no ocurre que alguien se deshace de ellas antes). Ayer en papel hoy digitales, aunque las formas de tomarlas y de conservarlas cambia, las fotografías persisten en ese “haber estado ahí” barthesiano que el tiempo se ocupa de congelar. - Publicidad - También están las filmaciones familiares, cosa que en alguna época era cosa exclusiva de cierta clase social que disponía del material para hacerlo: cámaras de super8, a veces de 16 mm, luego los vhs, las digitales, hoy los celulares. La memoria familiar materializada en estas imágenes fotográficas o audiovisuales resulta ser el lugar simbólico donde yace una historia personal o grupal, que podríamos comparar en términos pequeños con la historia de una Nación. Es que la aparición en los últimos 20 años de los archivos familiares, o las colecciones fotográficas personales han adquirido un valor que incluso va más allá de esa memoria particular, en tanto recuparan parte de los modos personales, o sociales de un país. Tambien ha proliferado un cierto cine, tal vez un subgénero a esta altura y creo que el found footage ha ayudado mucho a esa operación, que suele darse en algunos documentales sobre ciertos modos de leer las imágenes buscando restos e interpretaciones arqueológicas de un pasado real histórico hecho de comportamientos, secretos, veladuras. En el FIDBA había visto y comenté aquí la notable Ainhoa, yo no soy esa, un documental chileno realizado en base al trabajo sobre un enorme archivo familiar; el documental se focaliza en contar la historia de una joven en cruce con sus diarios personales. Una historia fuerte que tiene tantos rincones como el material que releva. Incluso Carolina Astudillo, su directora, se da el lujo de hacer paralelismos con su propia historia y la de su país. Me toca ver ahora el documental de Agustina Comedi, El silencio es un cuerpo que cae, que Fernando Caruso vio y comentó en Leedor a raiz de su exhibición en el ultimo FICIC, y que se estrenó la semana pasada en la Sala Lugones. La cordobesa Comedi encuentra en filmaciones realizadas por su padre mayormente en Super8 durante largos años, una historia oculta que quedó plasmada en cientos de reuniones familiares, canciones infantiles, cumpleaños, anuncios de boda, vacaciones en Marruecos o Disney , y que se propone desenvolver, sacar a la luz 20 años después de la muerte absurda del padre cuando cae de un caballo. Los primeros minutos de El silencio es un cuerpo que cae los ocupa la tomas de un cuerpo de mármol, el del David de Miguel Angel, en el que no tardan de aparecer la familia. Así mostrado podría ser un video turístico como cualquier otro, y seguramente el espectador irá olvidando esa toma cuando se adentre en la historia, sin embargo si se las repiensa el David, en la Academia de Florencia y su mujer y su hija, resultan ser una síntesis de dos deseos concentrados que el film se ocupará de ir revelando. A esos deseos se ingresa a través de una frase bien contundente: “Jaime era un hombre distinto, especial, una especie de Mesías.” Como si fuera posible un ser humano así, Comedi tiene claro que esto no es más que un punto de vista: la manera en que los otros ven a su padre tiene palabras más concretas y otra frase motivadora: “Cuando vos naciste, una parte de tu papá murió para siempre”. Tratar estéticamente algunos inserts como si fueran imágenes “antiguas” bajo el formato de super8 es uno de los hallazgos de este notable documental: igualar con el significante las dos vidas de Jaime intensifica su coherencia. Ser militante político, formar parte de la comunidad gay y ser un padre de familia todo eso puede caber en un solo hombre. Para que la sociedad lo acepte depende de la época, claro. Y no eran tiempos los años 70 y 80 ni para lo primero ni para lo segundo: las vacaciones, las reuniones familiares van dando ugar a los los testimonios de los hombres y las mujeres que lo conocieron que van revelando sus propias experiencias. Es verdad que los tiempos cambiaron. Jaime tuvo que formar una familia heterosexuall para seguir su deseo de ser padre. Agustina Comedi tiene en sus manos una historia y un material fascinante, la historia de su padre, muerto por una muerte absurda: un cuerpo que cae de un caballo y deja solamente silencio, como cuando se cae una cámara al suelo y se corta abruptamente una filmación. Tambien es la historia de toda una generación de la comunidad lgbtiq, sumida en el silencio y la marginación. Para terminar con todo esa coherencia, el final Agustina niñita responde una pregunta que le hace su madre, tras lo cual dedica El silencio es un cuerpo que cae a Jaime, con amor.