Matt Damon y Christian Bale se sacan chispas recreando una mítica carrera Se trata de la competencia de Le Mans de 1966, en la que la marca de automóviles norteamericana Ford logró opacar a la escudería italiana Ferrari Comienzos de la década del sesenta. La empresa Ford construye autos en masa, pero no alcanza que su marca tenga la mística de la italiana Ferrari. Aconsejado por sus asesores, Henry Ford II delega en el diseñador de automóviles Carroll Shelby (Matt Damon) y en el piloto e ingeniero británico Ken Miles (Christian Bale) la responsabilidad de terminar con el reinado italiano en las pistas. De esta manera, ambos personajes se embarcan en una “carrera” contra el tiempo, la burocracia y las leyes de la física para construir un auto revolucionario que logre la victoria en la mítica prueba de resistencia francesa conocida como “las 24 Horas de Le Mans”. James Mangold, responsable de Logan, recrea el circuito galo en 1966, con una reconstrucción de época prodigiosa. Un viaje en el tiempo, cargado de adrenalina, imágenes épicas y el vértigo de las pistas. Colocando la cámara a bordo del Ford GT40, el realizador logra que el espectador se sienta uno de los copilotos en la competencia bisagra de la historia de las carreras y la industria automotriz. Con el clasicismo de las viejas películas de Steve McQueen y la solvencia de un elenco de carismáticos actores, Contra lo imposible es una historia de superación, heroísmo y terquedad. Un entretenimiento fílmico que atrapa y no suelta al espectador en ningún momento de los 150 minutos de metraje y que logra su clímax a través de la tensión y la velocidad de una carrera tan agotadora como es Le Mans. La química entre Christian Bale y Matt Damon traspasa la pantalla. El primero como un piloto indomable, políticamente incorrecto, pura pasión e impulsos. El segundo, el ser pensante que debe debatirse entre sus convicciones y lo que es mejor para el equipo de competición. En la intimidad de los talleres, en los boxes y hasta en las oficinas de las multinacionales, el largometraje está construido a base de escenas emocionantes, creíbles y sin maniqueísmos. Ni los capos de Ford son unas carmelitas descalzas, ni Enzo el mandamás de Ferrari es El Padrino. Todos los personajes muestran grandezas y miserias, por eso resulta sencillo empatizar con ellos. Sin dudas que los fierreros disfrutarán de esta gema, pero el filme no es elitista, por el contrario, maneja un código narrativo ATP sin dejar de lado tecnicismos y jerga mecánica. Contra lo imposible compite por la Pole Position de lo mejor del año.
Will Smith, por partida doble en un thriller cargado de acción El actor de “Hombres de negro” debe enfrentar a un clon que intenta eliminarlo Henry Brogan (Will Smith) es un asesino a sueldo del gobierno estadounidense hastiado de tantos años de servicio y de ser testigo de los más oscuros secretos del sistema. Por eso cuando intenta cambiar de vida, comenzará a ser perseguido por un joven colega que parece ser capaz de predecir todos y cada uno de sus movimientos. Decidido a detener a este sicario que pretende cazarlo, Brogan descubrirá que es un clon de él mismo 30 años más joven. Ang Lee, director de películas poderosas como Secreto en la montaña o El Tigre y El Dragón, es responsable de esta aventura visualmente impactante, sin embargo tiene un guión muy elemental y previsible, diálogos torpes y personajes poco creíbles. La magia de los efectos que permiten ver a Will Smith enfrentando a un doble más joven puede resultar divertida, pero escasa para sostener dos horas de metraje construido a base de escenas de acción en decorados naturales alrededor del mundo. Como ya anticipamos, lo mejor se da en la utilización que hace el realizador de la profundidad de campo, la paleta de colores y la iluminación, pensada para el funcionamiento casi perfecto del 3D (aquí sí se justifica la presencia de este formato). El elenco hace lo que puede. Smith trasmite poco y no resulta creíble en su versión malévola, aunque el que peor sale parado es Clive Owen en la piel de un villano caricaturizado y poco temible. Intentando replicar algo del espíritu de la saga de Jason Bourne, Proyecto Géminis no logra nunca llegar a los niveles de conflicto y efectividad que tienen las películas protagonizadas por Matt Damon. La prueba de que persecuciones en moto, efectos digitales, explosiones, balaceras y acción-tecno no sirven de nada si no están respaldadas por un buen libreto.
Una lograda secuela de “El Resplandor” Casi cuarenta años después del estreno de la mítica película de Stanley Kubrick, llega esta continuación que ahonda en los conflictos internos de Danny Torrance Hay una paradoja alrededor de la versión fílmica de El Resplandor. Considerada una obra maestra del género, popularizó el nombre del autor de la novela original: Stephen King. Pese a esto, el escritor odió esta adaptación a tal punto que no ha dejado de boicotearla cada vez que ha tenido oportunidad. En los años posteriores al estreno del filme de Kubrick, King ha escrito una miniserie considerada muy fiel a la obra original, pero poco reconocida entre los fans del horror y ha escrito una secuela con la idea de profundizar en el interior de Danny Torrance, un niño con un don muy especial. Viviendo una nueva ola de fanatismo por sus historias, el autor de Cementerio de animales se mostró muy alegre de que Mike Flanagan (el creador de la serie La Maldición de Hill House, de la que King ha hablado maravillas) fuera el responsable de trasladar Doctor Sueño a la pantalla grande. Y efectivamente, el resultado de esta versión es más que satisfactorio, porque el cineasta ha logrado respetar tanto la obra de King como la de Kubrick, y no solo eso, las ha combinado de tal manera que nada en este largometraje suena fuera de lugar. En esta secuela, que ocurre exactamente cuarenta años después de los hechos narrados en El Resplandor, vemos a Danny Torrance luchando contra el alcoholismo (igual que su padre en aquella primera historia). Aún conserva su don, pero además entrará en conexión con una niña que también lo posee y que es acosada por una banda de seres demoníacos que buscan alimentarse de su energía. A diferencia de la película de los ochenta, esta segunda parte es más amigable con el espectador, resultando detallada en las explicaciones y razones de los personajes, y apelando a una trama más cercana a los cánones del género. De todas formas, y teniendo en cuenta las legiones de seguidores del filme protagonizado por Jack Nicholson, el realizador Flanagan vuelve constantemente al Hotel Overlook y lo hace recreando decorados, escenas, personajes y climas. Doctor Sueño, sin dudas, es una lograda historia de horror, con buenas actuaciones de todo el elenco, encabezado por un solvente Ewan McGregor, quien logra transmitir toda clase de sensaciones interiores, siempre de manera sutil y efectiva. También hay que destacar la labor emocional de Kyliegh Curran, así como la bella y monstruosa performance de Rebecca Ferguson como la líder de la banda de criaturas terroríficas que la persiguen. Sombría y claustrofóbica por momentos, la película además se sostiene en un guión muy atractivo (aquí los cambios con la novela original son mínimos y ayudan a hacer la película más ágil) y en secuencias muy elaboradas, con una gran puesta de cámaras. El clima general quizás se quiebre en una escena demasiado sangrienta y explícita que involucra a un niño y que puede hacer que algunos espectadores sensibles aparten la mirada de la pantalla. Pero más allá de esta secuencia, en general las dos horas y veinte minutos de metraje se vuelven hipnóticos. Doctor Sueño es un filme que probablemente no logre entrar a la categoría de súper clásico del horror, pero sin dudas es de una frescura y originalidad poco frecuente género. Deja de lado las fórmulas del terror, para tomar su propio camino. Sin los “jump scares” típicos, ni efectos grotescos, es una película que te atrapa y que pese a su título, no dejará dormir a los espectadores por algún tiempo.
El regreso de un héroe “pura sangre Sylvester Stallone se pone en la piel del veterano de guerra John Rambo en el final de la mítica saga Cuatro décadas después de irrumpir en la pantalla en una película inolvidable, el veterano de Vietnam y paciente con “trastorno de estrés postraumático”, John Rambo, regresa para una última misión. Retirado, viviendo como un cowboy en su rancho familiar de Arizona, el ex soldado deberá salir de su letargo cuando descubra que su ahijada ha desaparecido del otro lado de la frontera. En un raid de acción y venganza, Rambo se enfrentará a una peligrosa red dedicada a la trata de personas. Una guerra personal marcada a fuego y sangre. En 1982 se estrenó First Blood, un drama de acción en el que Sylvester Stallone interpretaba por primera vez a uno de sus dos personajes fetiches (el otro obviamente es Rocky) El impacto de aquella película dirigida por Ted Kotcheff fue inmediato. Se trataba de una historia que hurgaba en las secuelas de los veteranos de guerra de Vietnam y en la incomprensión e invisibilización a la que debían enfrentarse en una Norteamérica republicana en plena Guerra Fría. Era sin dudas, el lado oscuro del “sueño americano”. Aquel primer Rambo, era señalado y estigmatizado por la policía y “el hombre blanco”, y luchaba por hacerse un lugar en el país por el que había dejado la piel en combate. Las secuelas fílmicas venideras, dejaron de lado esta línea argumental y se interesaron más en el costado táctico y las habilidades de combate del personaje que en su psicología. Este último capítulo (titulado acertadamente Last Blood) no solo cierra el círculo alrededor de Rambo, sino que además funciona como una pintura/homenaje al cine clase B de acción que Stallone supo cultivar como uno de sus máximos exponentes, y lo coloca del otro lado del mostrador, del señalado en aquella primera cinta, pasa a ser “el dedo acusador” de diferentes y excluidos. El argumento puede resultar rudimentario, por momentos torpe y hasta predecible, pero el director Adrian Grunberg apuntalado por Sly desde el guión, nunca apela a un tono paródico para narrar la historia. Sin locaciones selváticas o bélicas, la historia se mueve dentro de una estética fronteriza que le sienta muy bien. No hay desarrollo de los personajes, y poco se sabe de las motivaciones, pero si algo queda claro es que John Rambo es único, implacable y seguramente votante de Trump. Play El metraje se encuentra dividido en dos actos bien claros, el primero sigue al “héroe crepuscular” en lo que parece el epilogo de su vida. En el segundo abundan las matanzas y la violencia, en un fresco que remite a aquellas películas de los ochenta en las que no había tanta corrección política y la sangre, las heridas abiertas, los huesos quebrados y los cuerpos desmembrados eran parte del cóctel. Last Blood, tiene tanta hemoglobina como una película de terror, los cadáveres se apilan de a cientos ante la mirada del rostro curtido, inexpresivo y “cirujeado” de un Stallone que aún sigue siendo tan carismático como en los lejanos ochentas. Quien quiera ver más allá de lo explícito podrá encontrar, como ya anticipamos, estereotipos, momentos reaccionarios y cierta estigmatización de los personajes latinos. Pero, no habría que olvidar, que estamos ante una ficción, y que a su manera, también esta producción es un retrato de la América actual y del discurso de quien comanda aquella Nación. Rambo: Last Blood es cine de explotación, salvaje e irresistible. El testamento fílmico del último gran héroe de acción, del máximo abanderado del “Dios Salve a América”.
Extraordinaria actuación de Joaquin Phoenix en esta obra maestra del cine La película de Todd Phillips es el retrato de un hombre con una mente alienada y psicótica que debe lidiar con la incomprensión y la falta de empatía de quienes lo rodean. Lo primero que hay que saber cuando uno se sienta en la butaca para ver esta película es que si bien el personaje principal esté basado en el villano más popular de los cómics, el filme se aleja por completo de la estética y la fórmula de las adaptaciones clásicas de las historietas. En realidad, que el protagonista sea el Joker (Acá, el Guasón) es una mera excusa, un punto inicial para desarrollar una trama profunda, con muchas capas, cargada de sordidez y momentos de alto impacto. Joaquin Phoenix se pone en la piel de Arthur Fleck, un aspirante a comediante que sobrevive trabajando de payaso para una agencia muy turbia y que debe lidiar con algunos problemas mentales y una vida bastante miserable. Fleck habita una Ciudad Gótica corrupta, abandonada y a punto de explotar. En un contexto de locura y violencia se enfrentará cara a cara con su destino, un destino marcado con sangre. Extraordinario trabajo interpretativo de Phoenix, quien está en escena casi en la totalidad del metraje y cautiva con su composición física y emocional. Verlo en pantalla resulta hipnótico, un papel que atrapa al espectador y no lo suelta jamás, llevándolo a través de una montaña rusa de escenas perturbadoras. El director Todd Phillips, enamorado también de su protagonista, le deja lucirse y lo ubica en un escenario que remite inequívocamente a Taxi Driver de Martin Scorsese, quien es además productor de la película. Inspirado por la estética del cine de los 70, el director transforma Gotham en la Nueva York sucia, grafiteada, violenta y peligrosa de filmes como Calles Salvajes. Además, retrata al futuro Joker en una relación enfermiza con su madre, al estilo Norman Bates, y lo coloca cara a cara con su ídolo televisivo, personaje que compone Robert de Niro, hecho que cierra un círculo alrededor de otra obra de Scorsese, nada menos que El Rey de la comedia. También hay que decir que el espectador encontrará algunos guiños que acercan el libreto a su origen en las viñetas, pero son apenas unos instantes que no distraen y en realidad ayudan a que la olla de presión en la que habita el payaso triste termine de hervir. Este guasón no es megalómano como en otras versiones, ni una mente maestra del crimen; es un delirante peligroso pero cotidiano, el vecino freaky al que podemos cruzar en el ascensor y que un día termina en las portadas de los diarios ante la sorpresa de todos. Estamos sin dudas frente a una producción osada y original, arriesgada y hasta seminal, una pieza fílmica difícil de encontrar en las salas comerciales, una apuesta por la calidad y las emociones que no puede dejar a nadie indiferente. Cine adulto, que cala hondo y que nos invita a reflexionar sobre la verdadera naturaleza de la maldad y a preguntarnos quien es realmente el villano de la historia. Una verdadera “broma asesina”.
Monstruos y sustos para fans del género Guillermo del Toro produce esta película de horror basada en una famosa serie de novelas truculentas Ambientada en Halloween de 1968 (el año de estreno de La noche de los muertos vivos) y también del inicio de la guerra de Vietnam, el filme nos presenta a un grupo de adolescentes que tras ingresar a una mansión abandonada, descubren un libro maldito cuyas historias, escritas con sangre, comienzan a hacerse realidad y las criaturas que habitan en esas páginas cobran vida. El metraje aborda además varios tópicos del terror clásico que incluyen espantapájaros tenebrosos, cadáveres andantes, fantasmas, demonios, autocines, bromas macabras y muchos sustos. Heredera de las películas inglesas de la productora Amicus, que solía estrenar filmes con varios relatos cortos unidos, este largometraje tiene además de atractivas historias (surgidas de la mente del escritor Alvin Schwartz), la impronta de su productor y guionista Guillermo del Toro, quien ha logrado hilar ingeniosamente cada cuento y a la vez insuflarles un aura gótico e inquietante. El realizador André Øvredal maneja los climas con oficio, dotando a cada secuencia de espectacularidad, momentos bizarros y un sin fin de guiños a obras de culto como La Hora del Vampiro, Al final de la escalera o la catódica Galería Nocturna. Además presenta una estructura narrativa y visual sin repeticiones ni redundancias, con una puesta en escena que permite que la introducción a los distintos relatos no sigue una fórmula (como ocurría en por ejemplo en Creepshow y otras exponentes de este subgénero). Por supuesto y casi por una cuestión comercial, a pesar de que la acción no se desarrolla en los 80, la dinámica de los personajes y las situaciones remite indefectiblemente a éxitos recientes como Stranger Things o It. Los efectos especiales y maquillajes son creíbles, la recreación de las criaturas fieles a las ilustraciones de los libros originales y los momentos grotescos pueden ser tan divertidos como asquerosos. No es esta una producción truculenta ni excesivamente gore como las destinadas a los adolescentes amantes de las emociones fuertes, por el contrario, fusiona escalofríos con situaciones de aventura al estilo Scooby-Do, y replica la atmósfera de los relatos destinados a noches de fogones o campamentos, cuentos en los que se dan la mano el folclore y las leyendas urbanas. Un entretenido homenaje a la vez que una película de iniciación para los espectadores que quieran dar sus primeros pasos en el género.
Brad Pitt viaja a los confines de la Galaxia en una experiencia fílmica para disfrutar Este thriller espacial con escenas de gran espectacularidad visual, aborda la búsqueda de un hombre que intenta descubrir qué ocurrió con su padre Brad Pitt es Roy, un cosmonauta convocado por la NASA para liderar una misión que permita determinar qué sucedió con su progenitor, un veterano astronauta desaparecido dos décadas atrás en el lejano planeta Neptuno. Pero a Roy, ese viaje no solo le revelará el destino de aquella misión, sino además sus verdaderas intenciones, y sus terribles consecuencias. James Gray, un cineasta/autor con estilo personal y propio, dirige Ad Astra: hacia las estrellas, un filme que se despega de la clásica aventura en la Vía Láctea para lograr un metraje climático, laberíntico y con varias capas argumentales. La inmensidad de la Galaxia, aquí magistralmente retratada, funciona como una metáfora del vacío que siente el protagonista por la ausencia de su padre. Pese a la grandilocuencia de la producción, el tono general no deja de ser intimista, por momentos asfixiante, por otros sombrío. Para que esta sensación funcione y se haga piel en el espectador es fundamental la labor de composición de Pitt, muy compenetrado e igual de sólido en las secuencias de soledad espacial como en las de acción (algunas de ellas, homenajes a clásicos del género) En el elenco, dos leyendas de la pantalla grande se lucen con escenas épicas: Donald Sutherland y Tommy Lee Jones, como el padre perdido. Ambos acompañan a Pitt en escenas magníficamente escritas, cargadas de audacia y sensibilidad. No es una película sencilla de ver: el argumento avanza a tranco lento, no todo se explicita, y por tramos resulta confusa, pero la majestuosidad de las secuencias invita a seguir pegado a la pantalla. Los fragmentos sin gravedad, las caminatas espaciales, los anillos azules de Neptuno, conforman un popurrí destinado a quedar en la historia del cine espacial. Brad Pitt, en una escena “Ad Astra” Brad Pitt, en una escena “Ad Astra” A medio camino entre Solaris y 2001: Odisea del espacio, es esta una de esas experiencias fílmicas que merecen ser disfrutadas en la oscuridad de la sala y con una pantalla panorámica. Un viaje hacia las estrellas que dejará a los espectadores alucinados y alunizados.
Una hermosa comedia al ritmo de Los Beatles La nueva película de Danny Boyle imagina un mundo sin John, Paul, George y Ringo en una fábula que apunta directo al corazón Jack (Himesh Patel) es un músico que sobrevive tocando en pubs y festivales en una pequeña localidad costera de Inglaterra, mientras sueña con hacerse un nombre en la industria de la música. Tras un misterioso apagón planetario, y después de salvarse de morir arrollado por un colectivo, el joven se despierta en una línea de tiempo alternativa donde nunca existieron The Beatles. Un mundo en el que puede presumir de ser el compositor de las canciones más fabulosas. Richard Curtis, un talentoso guionista de clásicos modernos como Cuatro bodas y un funeral y Notting Hill, es el responsable de esta comedia romántica con elementos fantásticos que atrapa al espectador desde el primer fotograma y lo mantiene con una sonrisa dibujada en el rostro durante todo el metraje. Y es que a la loca idea de un mundo que no ha conocido a los cuatro fantásticos de Liverpool y la astucia de un músico que es el único que los recuerda, le suma una historia de sueños cumplidos, amores imposibles y destinos cambiados. Y si el guion es efectivo y cautivante, la dirección de Danny Boyle es soberbia (este cineasta no hace nada mal). Desde una puesta que recorre el camino del impostor, azorado al ver lo que las canciones generan en su público, pasando por su relación con una voraz discográfica y desembocando en el famoso precio de la fama que debe pagar, y que implica abandonar relaciones, hogar y hasta raíces. Además el realizador de Trainspotting hace gala de toda su habilidad para encuadrar paisajes y planos increíbles, cálidos y coloridos, en un montaje que combina vértigo y serenidad. Un film con muchos puntos altos tanto en los rubros técnicos como argumentales e interpretativos. Himesh Patel a la cabeza del elenco, se luce por la naturalidad y carisma con que se mueve en escena y también por su manera personal de entonar cada clásico de The Beatles. Lily James, con sus enormes y cautivantes ojos, cargados de sentimiento y una sonrisa embriagadora enamora en cada plano que le toca jugar. Por allí también encontramos a Ed Sheeran auto parodiándose -sin sonrojarse- en una participación simpática, y todo un elenco de secundarios notables, cada uno con su momento de lucimiento personal. Todos las canciones que unen esta comedia musical están colocadas para que la historia avance, nunca suenan forzadas ni alargan la trama, al contarlo el ritmo es tan llevadero que las casi dos horas de duración pasan volando. Yesterday homenajea y celebra las figuras de Los Beatles de manera más original y fresca que la recurrente biografía fílmica. Es además una hermosa metáfora del poder sanador de la música, y una clara declaración de amor a la banda de rock más importante de todos los tiempos.
Cargada de guiños a la primera parte, el payaso maldito regresa 27 años después La segunda parte de la película basada en el libro de Stephen King resulta demasiado larga y poco terrorífica Los losers se vuelven a reunir 27 años después de los hechos acaecidos en la primera entrega, y viajarán a Derry para enfrentarse una vez más con sus miedos. Y también a eso que devora a los niños y toma la forma de un payaso llamado Pennywise. Así se presenta It: capítulo 2. Lo primero que hay que decir es que la anterior película contaba con grandes ventajas con respecto a esta secuela: se desarrollaba en la empática década del 80, años cargados de magia, música, color y personajes de la cultura pop que pululaban por un metraje tan interesante como entretenido. A esto, había que sumar a la pandilla de perdedores, un grupo de niños actores muy queribles con los que era fácil identificarse. Y por supuesto, la performance de Pennywise (lograda caracterización de Bill Skarsgård), un terrorífico clown que resultaba creíble como el monstruo de la trama. Esta segunda parte de casi tres horas de duración se hace eterna porque funciona como un compilado de escenas que solo buscan el lucimiento de cada uno de los actores adultos que toman la posta de la historia. Un encadenado de secuencias confusas, unidas con alfileres que no hacen honor a su predecesora y están lejos de la tensión existente en las páginas del libro original del maestro Stephen King. El elenco está muy bien seleccionado desde el aspecto físico, todos los personajes están empatados con sus émulos niños, pero el problema se da en las interpretaciones, un apartado en el que solo se destaca Bill Hader (se roba literalmente cada escena en la que participa), y en el que Jessica Chastain y James McAvoy pululan perdidos en busca de algo de la química que sí tenía el cast juvenil. De hecho, las escenas en las que los personajes están juntos y podrían presentar cierta afinidad (como la del restaurante chino) terminan opacadas por los monstruos y criaturas digitales que alejan todo rastro de credibilidad y horror. El payaso maldito: una escena de “It 2” El payaso maldito: una escena de “It 2” El argentino Andy Muschietti, un cineasta amante del terror clásico, sucumbe ante los efectos de CGI, relegando al Pennywise de carne y hueso a pequeñas apariciones que parecen forzadas. Su ojo para la puesta en escena y para generar climas se puede ver en varias secuencias (sobre todo la que transcurre en el antiguo hogar de Beverly) pero se pierde en el clímax en donde la acción parece rodada bajo una fórmula, sin el toque de autor. Increíblemente, la película casi no tiene momentos de horror genuino, y los pocos sobresaltos son generados por el recurrente recurso del sonido repentino y estridente acompañando una entrada a cuadro. Por suerte los losers adolescentes tienen varias participaciones en el filme, y se nota que es una presencia que, como ya especulamos, se echó de menos, por lo que muchos flashbacks innecesarios para el avance del guión terminan resultando frescos al lado de la desangelada acción en el tiempo actual. En los rubros técnicos de fotografía, dirección de arte, sonido y montaje, todo funciona a la perfección. Pero con la vara alta de la primera parte, el saldo resulta demasiado pobre. A la distancia el telefilme It de los 90, con sus limitaciones presupuestarias y sin un elenco de estrellas, termina siendo revalorizado y funcionando de manera más escalofriante que este epílogo. Como el maquillaje de un arlequín, que puede lucir alegre y festivo, este Segundo Capítulo impacta a primera vista por el nivel de producción, pero más allá de las luces y los fuegos de artificio, debajo de las capas de base blanca se esconde un payaso triste.
Zac Efron se pone en la piel de uno los psicópatas más infames de la historia Este serial killer norteamericano era un lobo con piel de cordero. Y actor lo interpreta a la perfección en el filme que hoy llega a las salas En plenos años 70, una joven madre soltera comienza una relación con un estudiante de abogacía apuesto y amable. Pronto descubrirá que bajo esa fachada se esconde un asesino salvaje, un depredador sanguinario extremadamente cruel, malvado y perverso. El documentalista Joe Berlinger había impactado con la serie Conversaciones con asesinos: las cintas de Ted Bundy, en la que exploraba la mente de uno de los maníacos más famosos de la historia del crimen. Si esos cuatro capítulos lograban erizar la piel por la frialdad con que Bundy se movía, esta película realizada por el mismo cineasta se presenta como un trabajo complementario narrado desde la mirada de la mujer que formó pareja con él, en un tour de pesadilla en el que la muchacha pasará de la incredulidad al espanto. La película es protagonizada por Zac Efron y Lilly Collins La película es protagonizada por Zac Efron y Lilly Collins Zac Efron es una elección acertada para darle vida al serial killer ya que una de las artimañas que utilizaba para cazar a sus víctimas era su encanto y belleza física. Bundy era un lobo con piel de cordero y el protagonista capta esa esencia a la perfección. A su vez el realizador opta por no caer en los lugares comunes de los filmes sobre asesinatos o misterios, dejando los hechos sangrientos siempre fuera de campo y generando ciertas dudas sobre la real culpabilidad del protagonista. La originalidad también pasa por mostrar el costado cotidiano del monstruo, sin por eso llegar a humanizarlo ni ensalzarlo. Hay desde la puesta en escena, un claro estilo documental, con una fotografía plagada de granos y colores estridentes que apoyan la fantástica reconstrucción de época. Y si como dijimos que Efron está genial, Lilly Collins no desentona para nada, su interpretación cargada de sentimiento, incrédula, naif y por momentos furiosa, lidiando con la culpa y las dudas acerca del hombre con el que compartió el lecho, es la más empática del cast. Kaya Scodelario también le pone el cuerpo a un papel exigente como una groupie dispuesta a todo y obsesionada con Bundy. John Malkovick como el juez encargado de impartir justicia logra repetir el tono y la personalidad del personaje real, un hombre que maneja la ironía y jamás pierde el sentido común. Interesante, bien narrada, intensa y por momentos conmovedora, la película además recrea escenas de la vida real a la perfección, imágenes del juicio que fue un acontecimiento televisivo en los ochenta y material de archivo con Ted Bundy haciendo su show. Un filme que aborda el costado más oscuro de la mente criminal, pero también la fascinación y la curiosidad que estos depredadores despiertan.