Abuelitos de armas tomar Tres hombres mayores, Joe que vive con su familia, junto a Willie y Albert que comparten piso, deciden atracar un banco para obtener el dinero de sus pensiones, plata que por otra parte, esta entidad les ha quitado. Para eso desarrollan un plan que incluye armas, logística y una coartada. Las leyendas de Hollywood, Michael Caine, Morgan Freeman y Alan Arkin, divierten y emocionan, en esta cinta pequeña, sin pretensiones pero muy efectiva. Más allá de la trama, elemental y previsible, hay un desarrollo por parte del director Zach Braff que apela a la toma de conciencia del lugar que ocupan los mayores en nuestra sociedad actual. Así estos tres hombres diferentes, el abuelo bueno que compone Caine, el melancólico y débil Freeman y el cascarrabias Arkin, presentan estereotipos reales, personas con las que convivimos a diario y que tienen los mismos inconvenientes que puede tener cualquier jubilado actual: problemas económicos, una familia alejada y la sensación de impunidad ante el tiempo restante de vida. Así, el robo y las peripecias que deben llevar adelante los protagonistas, pasan a un segundo lugar, para darle pie a secuencias muy emotivas, que despertarán lágrimas y sonrisas en los espectadores. Los diálogos son correctos y la interacción entre los intérpretes una delicia. Por allí también se destaca la veterana pero siempre sexy Ann-Margret como la encargada de aportar los momentos más románticos y jocosos a la trama (sus situaciones junto a Alan Arkin se encuentran entre los más disparatados del largometraje). La planificación, desarrollo y consecuencias del asalto, están muy bien resueltas por una puesta sin gran elaboración, que remite al cine clásico de género. La química entre los actores y la presencia de los mismos en casi todo el metraje, es otro punto a favor de un filme que se disfruta de principio a fin.
Este nuevo reinicio de la franquicia, rescata los personajes clásicos de los noventa, pero no el espíritu lúdico y bizarro de los originales Cinco adolescentes, el típico guapo pero rebelde de la escuela, el afroamericano chistoso, un asiático serio, una rockera extrovertida y otra más tímida pero aguerrida. Distintas personalidades y clases sociales pero un vínculo muy fuerte en común: la certeza de que deben unirse para salvar a su ciudad y el mundo entero de una amenaza alienígena. Este quinteto variopinto, descubrirá que "un gran poder conlleva una gran responsabilidad" (escuche esta frase en algún lado), y es por eso que juntos, formarán un equipo de superhéroes conocidos como los Power Rangers. En los noventa, la serie original (que generó varias secuelas y subproductos) tenía un espíritu cercano a los shows japoneses de ciencia ficción como Ultraman. Mallas y calzas de colores, cascos estrambóticos, robots imposibles y villanos trash pero con personalidad. Un cóctel de acción, humor y rareza que hicieron de los Power Rangers una serie de culto. Lamentablemente, esta versión fílmica pierde la gracia y la cuota naif de sus predecesoras. El argumento y los personajes no se permiten ningún momento descontracturado, por el contrario, hay un halo de solemnidad que no encaja con la premisa: pensemos que la villana se llama "Rita Repulsa", ¿quién puede tomarse en serio un filme con tan estrafalario personaje? Eso sin contar el vestuario de la susodicha malvada (un mix entre Hiedra Venenosa y Reina de Comparsa que no ayuda a la supuesta seriedad del asunto) Y hablando de trajes, los Power ya no lucen calzas, sino armaduras al estilo Halo o piloto de Pacific Rim, bien logradas pero sin el encanto de las originales. Por ahí, al principio del metraje encontramos a Bryan Cranston, revolcándose por el piso, en una secuencia que seguramente le debe haber generado muchos ingresos a su cuenta, sino no se entiende por qué aceptó un trabajo en donde solo pone su voz para doblar una especie de silueta en la pared, encarnando al mentor y guía de los Rangers, papel que obviamente, compone "de taquito". Los puristas de los personajes originales quizás se sientan defraudados por esta versión, pero para las nuevas generaciones, estos Power Rangers resultarán un grupo homogéneo que interactúa como si lo hubiesen hecho desde siempre. Los colores, algunos momentos de CGI muy logrados, la batalla final y las secuencias de acción (que tardan en llegar) son lo mejor de este filme para adolescentes y nostálgicos comprensivos. "It´s morphin time!"
La esperada adaptación del Manga Japonés tiene como protagonista a una imparable y sexy Scarlett Johansson La historia se desarrolla en un Japón futurista. Mayor (Scarlett Johansson), pertenece a un grupo de élite cuyo objetivo es luchar contra el ciberterrorismo y los crímenes tecnológicos. Pero no es una mujer cualquiera, tras haber sufrido un ataque en una peligrosa misión, su cuerpo ha quedado dañado y, ante la imposibilidad de salvarlo, ha sido sometida a una operación quirúrgica para trasplantar su cerebro en un androide. Este nuevo cuerpo artificial le permite ser capaz de realizar hazañas sobrehumanas. Rupert Sanders, dirige un filme que parece salido de los fotogramas de un anime nipón. La tecnología y el uso de CGI en los escenarios, las secuencias de acción y un gran número de personajes robóticos, resultan sorprendentes. La trama es rebuscada, laberíntica y demasiado "tech", lo que genera por momentos baches argumentarles que atentan contra el ritmo general, que sin dudas gana mucha intensidad en las escenas de combate cuerpo a cuerpo y balaceras. Johansson esta espléndida. Su mirada, su andar y sus movimientos inhumanos son creíbles. Además, y no es un dato menor, luce su físico y curvas en plenitud en casi todo el largometraje. Quizás el tono melancólico que presenta en algunos momentos del filme (los clásicos conflictos del robot con sentimiento, que ya hemos visto en infinidad de títulos sobre la Inteligencia Artificial) resultan anticlimáticos. Pero más allá de eso, esta conjunción de su "Black Widow" con Lucy es más que tentadora. A pesar de que el filme se vale de efectos digitales en casi toda su puesta, también tiene lugar a lo largo del metraje un "momento Kitano" interpretado por el famoso director/actor japonés que recuerda a la vieja escuela de filmes de acción de su factoría. La dirección de arte es deslumbrante, a pesar de que hay exceso en la utilización de unas publicidades holográficas gigantescas, que de tan reiterativas terminan fastidiando. Pero más allá de eso, el clima general remite a Blade Runner, en una correcta fusión de tecnología y sordidez. Los fanáticos del anime original quizás encuentren más peros a esta versión bastante libre, pero el público de ansias pochocleras, la disfrutará y será testigo de una muestra de ciencia ficción moderna, original y efectiva.
Nostalgia, emoción y asombro Una nueva versión de “carne y hueso” del clásico de Disney inspirada en el filme animado de 1991 La historia es bien conocida: una joven hermosa va al rescate de su padre prisionero en un castillo, allí debe lidiar con una Bestia que le propone una permuta, quedarse encerrada entre esos muros a cambio de la libertad de su progenitor. Durante su estancia, la muchacha descubrirá quién se esconde detrás de la temible figura de la Bestia, y un amor aparentemente imposible nacerá entre ambos. De todas las versiones fílmicas de este cuento de hadas, ninguna ha logrado la popularidad y la aceptación de la gente que ha obtenido la versión animada del estudio Disney. Un largometraje que por sus canciones, bellos colores y personajes entrañables, logró rápidamente transformarse en un filme de culto y en uno de los estandartes del Estudio. En plena época de remakes "live-action" y tras el éxito de Cenicienta y sobre todo El Libro de la selva, era un paso lógico encontrarse con esta versión de "carne y hueso" inspirada en el filme animado de 1991. Y en una decisión acertada, Bill Condon dirige este filme centrándose, homenajeando y recreando las secuencias, los personajes y hasta las canciones de la película original. Y es por este criterio que la cinta funciona, más allá de las comparaciones que aquí, sí, son odiosas, porque el ejercicio de nostalgia en el espectador al enfrentarse a momentos que ya conoce, materializados y corpóreos genera una experiencia que es pura magia. Hay en el metraje, lugar para nuevas situaciones y personajes que quizás molesten a algún purista, pero en líneas generales, son incorporaciones que ayudan a la trama y a la comprensión del mundo interior de los personajes. Las canciones originales del filme, tan reconocibles, siguen estando, las versiones suenan actuales pero mantienen el espíritu, el cuerpo y la esencia de las grabaciones noventosas. Además conviven con naturalidad con tres nuevos temas cuyas melodías no desentonan con el resto. Los actores, cumplen y los parecidos con sus homónimos dibujados son asombrosos. Josh Gad como Lefou, pero sobre todo Luke Evans como Gastón se destaca sobre el resto, gracias al histrionismo y química que desprende en cada secuencia que le toca jugar. Emma Watson como Bella, trasmite sentimiento en cada mirada y expresión, parece haber nacido para el papel. Y Dan Stevens, como Bestia, calza bien en el tono de voz, pero tiene un grave problema, y quizás sea el mayor que la película ofrece: el CGI con el que está hecho su personaje es realmente poco logrado. La interacción de esa Bestia digital con el resto del reparto humano hace mucho ruido y es anticlimático. Realmente, con los avances en el campo del maquillaje y los FX, hubiera sido un acierto ver a Stevens con las prótesis adecuadas, más real y cercano que el que finalmente nos ofrece esta adaptación. Distinto es lo que ocurre con los objetos que cobran vida en el castillo: Lumiére, Din Don y la Sra. Potts a pesar del rechazo que pueden causar la primera vez que dicen presente en pantalla (recordemos que lucen muy distintos a los clásicos animados) logran conquistar a fuerza del talento detrás de las voces y la mágica interacción con Bella. La Bella y La Bestia es una experiencia fílmica intensa, destinada a todos los públicos, una historia de amor sin barreras que emociona y asombra por partes iguales.
Ambientada a mediados del siglo XVII presenta a dos jesuitas portugueses que se ven obligados a emprender un viaje hasta Japón para encontrar a su mentor ya que corren rumores de que este ha renunciado a su fe de forma pública, tras haber sido perseguido y torturado. El dúo de peregrinos vivirá en carne propia la violencia con que son recibidos los cristianos en tierras niponas. Martin Scorsese vuelve a experimentar en un cine de cuestiones teológicas como en su obra de culto La última tentación de Cristo, alejándose de los tópicos de las películas de gangsters y el bajo mundo. Para eso adapta en tres horas de intenso metraje la obra del escritor Shūsaku Endō y coloca a dos jóvenes y talentosos intérpretes en la piel de los misioneros: Andrew Garfield y Adam Driver y al veterano Liam Neeson como el mítico padre Ferreira. Este trío de actores acompañados por un elenco muy sólido, hacen creíbles las atroces situaciones aquí narradas. Secuencias y trama, que pese a pertenecer a una época lejana mantiene una preocupante vigencia: la persecución por creencias religiosas, la intolerancia y el exterminio es moneda corriente en algunos de los lugares más peligrosos del mundo (como Siria o Irak por nombrar algunos) Técnicamente la cinta es prodigiosa, la fotografía del mexicano Rodrigo Prieto logra momentos de belleza pictórica y el director vuelve a hacer gala de su pericia a la hora del encuadre y el montaje combinando planos inmensos con otros muy cerrados que acentúan el agobio de los protagonistas. Una cinta épica y dolorosa; en la línea de La Misión (en la que curiosamente aparecía un joven Neeson), un filme en las antípodas del cine de entretenimiento, pero que sin dudas atrapa, cuestiona y conmueve.
El regreso de un gigante El regreso de King Kong a la pantalla grande se da en una cinta de aventuras plagada de acción, terror, adrenalina y momentos inolvidables Una expedición viaja hacia la Isla Calavera, un pedazo de tierra inexplorado, que alberga varios misterios. Soldados, mercenarios, científicos y hasta una fotógrafa, llegan al lugar para encontrarse con un simio gigantesco que reina en ese remoto pedazo de tierra. Aunque pronto descubrirán que el primate no es el mayor de los peligros. Ambientada en los setenta, con una estética que recuerda a Apocalipsis Now, la película resulta tan original como atractiva. Los personajes, bien estereotipados van desde el inescrupuloso científico encarnado por John Goodman, al mesiánico militar de Vietnam compuesto por un desbordado Samuel Jackson. Tom Hiddelston, como el inglés canchero que todo lo hace por dinero, logra una buena dupla con la fémina del grupo, la fotoperiodista que interpreta Brie Larson. Los decorados selváticos, imponen respeto. El director Jordan Vog-Roberts desarrolla escenas de acción muy bien montadas, aprovechando la suciedad y el grano de una fotografía que remite al cine bélico de los setenta. El prólogo del filme, con dos pilotos de la II Guerra Mundial como protagonistas es brillante y muy efectivo (además, no es gratuito ya que tendrá impacto en el desarrollo de la trama). Kong, nunca fue tan inmenso ni real como en este filme. El director no esconde nada, y lo presenta casi desde el principio, no especula con la sorpresa, porque la trama es tan interesante e intensa que no necesita de engaños o vueltas de tuerca para sorprender. El resto de las criaturas que habitan la Isla, se alejan del estereotipo del T-Rex o de los animales prehistóricos clásicos, para darle una forma más cercana a los monstruos provenientes de la cultura Pop Japonesa (esto también tendrá su explicación, no dejen de ver la escena pos-créditos, fundamental para entender lo que parece el inicio de una nueva saga). La tribu que habita la Isla Calavera, quizás sea lo más anticlimático del filme. No son los nativos, los peligrosos seres que vimos en las anteriores versiones, sino una especie de grupo New Age que parece haber salido de un Templo Budista. Salvo por este detalle, el resto del metraje no da respiro y resulta una experiencia fílmica inolvidable, tan pochoclera como fundamental. La Octava Maravilla ha vuelto, y Kong sigue siendo el Rey. Larga vida al Rey.
Natalie Portman logra una soberbia interpretación como la viuda de JFK en este intenso drama cargado de emoción y escenas efectivas 22 de noviembre de 1963. La vida de Jackie Kennedy cambia para siempre cuando su marido John F. Kennedy, presidente de los Estados Unidos, es asesinado en Dallas, Texas. Después de este dramático acontecimiento que conmovió al mundo, Jackie queda destrozada. Aun así, durante los días posteriores al asesinato, la Primera Dama demuestra un temple que pocos podrían haber tenido en esas circunstancias. Dirigida por el chileno Pablo Larraín (también responsable de la reciente Neruda) la película recrea casi a la perfección uno de los momentos más icónicos de la década del sesenta. La fusión de metraje documental verídico con las secuencias de ficción conviven con naturalidad, gracias a un diseño de producción que ha cuidado hasta el más mínimo detalle. Pero la película no solo es la reconstrucción del magnicidio, sino que además hace foco de manera cercana en las consecuencias que acarreó para esa mujer bella y de mirada profunda que aquí compone la enorme Natalie Portman. Su performance, cargada de sentimiento, está alejada de los lugares comunes y los facilismo de la imitación. La estructura narrativa, se vale de una entrevista a la protagonista, escenas que parecen estar concebidas para que sirvan de notas al pie, en un relato que no necesitaba explicitar tanto. Estas secuencias más discursivas y plagadas de datos, desentonan con el resto del filme. Y es que desde la puesta en escena, el tempo y las interpretaciones, hay una clara elección de Larraín por abordar una cinta dramática, intimista y poética más que por una biografía convencional. El guión no indaga en la vida de la Primera Dama, ni en los inicios de su relación con JFK, tampoco en su sufrimiento por las infidelidades de su esposo, sin embargo toda esa carga está presente, y el director y la protagonista se encargan de que lo sepamos. Es un retrato de una mujer que solo mostró públicamente una faceta, cuando en la intimidad convivían varias otras y muy distintas. No se trata de una película complaciente, ni de un personaje tallado en bronce, esta Jackie es humana, sufre, está desgarrada y nosotros podemos sentir y compartir ese dolor. Por eso, la película funciona y toca las fibras más íntimas de los espectadores.
20 años después llega "T2: Trainspotting" Han pasado 20 años desde que asistimos a los hechos narrados en Trainspotting. Muchas cosas han cambiado, pero otras siguen igual. Mark Renton vuelve al único sitio que considera su "casa". Allí lo esperan: Spud, Sick Boy y Begbie. Después de que Mark se escapara con el dinero en el final de la primera entrega, ha llegado el momento de saldar viejas cuentas. Trainspotting, la original, la de los noventa, es una de las cintas más icónicas de esa década. Plagada de imágenes potentes, metáforas, música poderosa y personajes inolvidables, fue la presentación en sociedad de un director único, magnífico y fundamental como es Danny Boyle. Es cierto que ya había rodado una gema como Tumba al ras de la tierra, pero el filme basado en la novela de Irvine Welsh lo presentó al gran público y lo consagró como un realizador con ideas tan extravagantes como seminales. Esta segunda parte es más que una continuación, es un autohomenaje de Boyle a la primera cinta, cargada de referencias a la película del 96. Un ejercicio nostálgico que apela al humor negro, a la desilusión y a la decadencia de personajes que han sobrevivido milagrosamente estos veinte años. Drogas, fútbol, sexo, rock and roll, violencia, un cóctel perfectamente mezclado en el que nuevamente los fotogramas que componen el filme son tan elaborados como obras pictóricas surgidas de un viaje lisérgico. Una fotografía de colores estridentes (aunque sin el grano del fílmico de los noventa, que le daba un tono más sucio y acorde a la trama) más una dirección de arte que apela a marcas reconocibles, a iconos del consumo y de la moda y los clichés del submundos de los excesos y la pornografía, hacen del metraje, un espectáculo sórdidamente hermoso. Boyle vuelve a fusionar realismo con fantasía y secuencias oníricas, con muchos más recursos técnicos que en los noventa. La música funciona como en la original, marcando el ritmo del montaje y también del movimiento de cada uno de los personajes. Y ya que hablamos de ellos, no podemos dejar de pensar, en que si la película termina de funcionar, es por el elenco, por cada uno de los actores que han logrado incorporar la esencia de los personajes, sin caer en la caricatura. Ewan McGregor continúa siendo Renton, con sus dudas y su mundo interior plagado de metamensajes. Pero Robert Carlyle es quien se lleva las palmas. Su Begbie da miedo. Si ya era una criatura de temer en la primera parte, aquí se ha transformado en un monstruo que impone respeto cada vez que aparece en pantalla. Verlo rugir, es un espectáculo aparte. T2: Trainspotting, funcionará mejor con los espectadores que pudieron vivir en carne propia la importancia de la primera; para ellos, esta secuela tendrá el mismo impacto emocional y removerá tantas cosas internas, como las que movilizan a cada uno de los cuarentones personajes que pululan por la pantalla. Políticamente incorrecta, un evento cinematográfico que es… un viaje de ida.
La tercera parte de las aventuras de Wolverine en solitario es la despedida de Hugh Jackman encarnando al personaje Logan es el final. La aventura más cruda y brutal de un personaje único. El más popular de los X-Men, tiene en esta cinta, un canto de cisne a la medida de su leyenda. No quiere decir que no haya en el futuro más películas con el personaje de las garras como protagonista. Pero está claro, que no será en este tono, ni con este intérprete. En un futuro cercano, un cansado Logan cuida de Charles Xavier en un escondite de la frontera con México. Los intentos de Wolverine por esconderse del mundo y ocultar su legado terminan súbitamente con la aparición de una niña mutante perseguida por fuerzas oscuras. Hugh Jackman compone un Logan hastiado y en decadencia. Un hombre apartado del glamour de las historias de superhéroes, que ahora se gana la vida como chofer y haciendo de niñera del Profesor X (un enorme Patrick Stewart en la piel de un Charles al borde del geriátrico). La idea de Jackman de encarnar por última vez al personaje de Marvel, quizás haya sido fundamental para la elección de la historia y el tono de la trama. Pero, sin dudas que esto ha funcionado, y le ha dado herramientas al director James Mangold para contar la trama más oscura, pesimista y adulta que jamás se ha rodado dentro del Universo X-Men. Además recupera el tono sangriento y violento del Wolverine de los cómics, algo un tanto ausente en las anteriores películas, quizás por la necesidad de llegar a un público más masivo. Jackman es puro corazón, y se pone en la piel de Logan en cuerpo y alma, logrando momentos de gran emotividad. La química entre su personaje y la niña Laura (increíble trabajo de Dafne Keen) traspasa la pantalla, y juntos son explosivos, peligrosos e irresistibles. Un guión sólido, en donde no faltan los villanos de turno, los momentos de humor negro, las sangrientas batallas cuerpo a cuerpo y los guiños a los fanáticos (atención a las secuencias en las que Logan descubre los cómics de los X-Men) hacen de esta, una película sin puntos flojos. Cierto aire de melancolía, apoyado no solo en los personajes, sino en los paisajes y los encuadres que remiten al western, terminan de redondear esta fabulosa entrega, el final de una época.
La premisa del filme es original y atrapante: tres adolescentes son secuestradas por un psicópata, un hombre que alberga dentro de él a 23 personalidades distintas. Se trata de un thriller que tiene en James McAvoy, el protagonista, uno de los grandes pilares para que la historia resulte creíble y funcione. Histriónico, el actor logra mutar -en cada una de las personalidades que componen su ser- valiéndose de gestos, miradas y la ayuda de un vestuario acorde. Una gran composición que recuerda por momentos la timidez y peligrosidad del mítico Norman Bates de Psicosis. El trío de chicas, víctimas de este "monstruo", también está a la altura, aunque se desataca nuestra compatriota Anya Taylor-Joy, quien al igual que en La Bruja logra traspasar la pantalla con unos ojos profundos cargados de horror, tratando de sobrevivir (algunas de las secuencias del filme son tan inquietantes que hielan la sangre). M. Night Shyamalan vuelve a la senda del cine de misterio con la vuelta de tuerca que tan bien supo hacer en las recordadas Sexto Sentido, El protegido o La Aldea. Con un guion sólido, plagado de intrigas y engaños, recursos necesarios para sorprender, es un bienvenido regreso al cine de género, algo que ya había insinuado en Los huéspedes, su anterior filme. Climática, con un buen manejo del fuera de campo, Fragmentado es una experiencia de terror cotidiano que funciona y entretiene. Una película que se disfruta más allá de la personalidad del espectador.