Casey Affleck se luce en esta película intensa y melancólica Lee Chandler es un encargado de mantenimiento, que tras la muerte de su hermano, debe volver a su pueblo natal para hacerse cargo de su sobrino adolescente y de paso, enfrentarse a su pasado trágico. En un filme tan dramático y por momentos deprimente, uno de los grandes logros del director Kenneth Lonergan es alivianar la tensión y la sensación de agobio generalizado con claras secuencias que despiertan sonrisas y descomprimen. Un relato construido entre el pasado y el presente con partes de auténtica poesía fílmica, en las que el mar juega un papel fundamental para el desarrollo de la trama. En el pasado teatral del realizador quizás se encuentre el fundamento de la buena dramaturgia que tiene el guión, con diálogos bien construidos y situaciones extremas creíbles. Los apartados técnicos incluyen una buena utilización de las composiciones de Handel y de Albinion, una fotografía de tonos fríos que acentúan la atmósfera depresiva y un montaje tradicional pero efectivo. El filme es un ensayo sobre la tristeza y el dolor, en el que Casey Affleck logra su mejor actuación encarnando a este hombre atormentado, anormal e impotente. Son 135 minutos de metraje intensos, cargados de rabia, una película en la que no existe la redención, solo la soledad y el abismo. Dura, muy dura, pero imperdible.
Una cinta conmovedora sobre la importancia de las raíces y la identidad Saroo es un niño indio que vive en la extrema pobreza con su madre y su hermano en la ciudad de Calcuta. Con tan solo 5 años, se separa accidentalmente de su familia en una estación de tren y se pierde a miles de kilómetros de su casa. Después de un tiempo mendigando en las calles, Saroo es adoptado por una pareja australiana. Veinte años después, el joven decide localizar a su verdadera familia, embarcándose así en un difícil viaje hacia su pasado. Este drama sobre la búsqueda de las raíces, está dividido en dos partes bien definidas. La primera con un Saroo niño, es la más impactante principalmente por los decorados sórdidos de la India, y la tremenda performance de Sunny Pawar, tan vulnerable que es difícil no emocionarse ante su miedo y dolor por la soledad en la que se encuentra. Es el metraje más crudo del filme. La segunda parte más tradicional, tiene su base dramática en la interpretación de Dev Patel mucho más maduro que en su debut en la recordada ¿Quién quiere ser millonario? A diferencia de aquella película de Danny Boyle, aquí el cineasta Garth Davis, no se vale de la estilización de la pobreza, ni trata cada secuencia como si fuera un corto publicitario o un videoclip. Por eso todo luce terroríficamente real cuando la acción se traslada a la miseria de Calcuta. Se agradece además que no se valga ni de golpes bajos ni de música o efectos que acentúen el drama. Los silencios y las miradas aquí sí valen más que mil palabras. El recorrido de Saroo no es un viaje de redención, es más bien una búsqueda de la que nos hace partícipe y que toma mucho más sentido y profundidad cuando las imágenes documentales nos permiten conocer a las personas reales detrás de los personajes. Un melodrama que calará profundo en el corazón de los espectadores.
Keanu Reeves vuelve a encarnar al implacable sicario en una secuela que redobla la apuesta y trae más acción y adrenalina que la primera entrega John Wick, un despiadado asesino profesional tiene que salir de su retiro por pedido de un ex asociado que planea hacerse con el control del gremio de mercenarios internacionales al que pertenece. Obligado por un juramento de sangre, Wick viaja a Roma para enfrentarse contra los colegas más letales del mundo, mientras descubre que su cabeza también tiene precio. La primera película era sorprendente, fresca y muy divertida. Keanu Reeves hacía gala de su histrionismo y habilidad con las artes marciales para componer a este empático asesino a sueldo. Y en esta secuela, no defrauda y trae de regreso al personaje valiéndose de su carisma que traspasa la pantalla. Con momentos de acción perfectamente coreografiados, un elenco de secundarios sólidos y una estética atrapante, este es un espectáculo de balas, puños y cuchillos que no da respiro. La tensión y el humor muy negro se dan la mano para lograr una película que bebe de lo mejor del cine clase B sin descuidar jamás ninguno de los rubros técnicos (algunos de ellos muy bien diseñados como la fotografía, el montaje y los efectos de sonido). John Wick mata y mata (es imposible calcular la cantidad de cadáveres que se acumulan a lo largo del metraje) pero la historia está tan bien contada, que nunca se vuelve ni reiterativa ni redundante. En este ballet de acción y sangre, Reeves es un danzarín experto al que el traje negro le calza perfecto. Entre tantas reiteraciones, secuelas, precuelas y remakes, el nacimiento de una franquicia como esta, trae una bocana de aire fresco a un género que parecía más muerto que cualquiera de los enemigos de John Wick.
Esta segunda entrega de la trilogía sexual es igual de fría y anodina que su predecesora En la primera película de la saga, éramos testigos del comienzo de la relación entre la recién graduada Anastasia Steele (Dakota Johnson) y el joven magnate de los negocios Christian Grey (Jamie Dornan). Ahora Anastasia se encuentra abrumada ante el poder que ejerce sobre ella el misterioso empresario. Su inicial magnetismo se ha transformado en un peligroso juego de dominación sexual, y por eso la joven decide alejarse de él lo máximo posible y empezar desde cero una nueva vida. Pero el amor y sobre todo el sexo es más fuerte, y los caminos de ambos volverán a unirse. Basada en la novela de 2012 de la autora británica E. L. James, esta segunda parte dirigida por James Foley, tiene la perfección de un comercial de una fragancia. Todo está correctamente iluminado, las locaciones elegidas denotan un buen gusto exquisito, los planos de cámara lucen atractivos, y los protagonistas cuerpos de ensueños. Las escenas sexuales están coreografiadas al máximo, ningún cabo suelto, ningún vello púbico indiscreto colándose en el encuadre. Y, obviamente, en esta perfección radica el mayor problema de la película. Todo luce irreal, todo suena a ficción. El guión, que no es una maravilla, tampoco ayuda. Los conflictos argumentales se reducen a algunos celos adolescentes de Grey, y hay incluso un intento de generar cierto suspenso en manos de una ex despechada que tampoco termina siendo muy peligrosa. Hasta las secuencias eróticas, que se suponen, son el plato fuerte del filme, nunca logran transmitir pasión ni lujuria. Y es que no se puede tener relaciones de la manera en que lo hacen los protagonistas y al terminar no tener una sola gota de transpiración. Los actores protagonistas, Dakota Johnson (alguien debería decirle que morderse el labio no la hace más sexual) y Jamie Dornan, cumplen, colocándose en la marca que les permita estar correctamente iluminados y fotografiados y no mucho más. Hay lugar en el elenco para un guiño al género con la presencia de Kim Basinger (otrora reina del erotismo con sus 9 semanas y 1/2) que se limita a fruncir la boca mientras recita unas líneas imposibles. Las fanáticas de la saga literaria quizás se conformen con esta adaptación, pero para aquellos distraídos que quieran incursionar en la zona más caliente del séptimo arte, podrán encontrar en el pasado varias gemas más estimulantes que este filme aburrido y sin alma. La sombra oscura de lo que una película debe ser.
Un retrato político del premio Nobel de Literatura Pablo Neruda, enorme escritor y figura excluyente de la política chilena en los cuarenta, es perseguido por sus ideas e ideales. Mientras intenta escapar a otro país junto a su esposa, un detective lo sigue de cerca intentando capturarlo en cuanto dé un paso en falso. Pablo Larraín construye esta historia real con recursos que remiten al policial negro clásico. Para eso se vale de artilugios comunes en el cine de esa época: proyecciones sobre pantallas en las secuencias automovilísticas, fotografía expresionista para reforzar las sombras y las siluetas y la voz en off del agente de la ley, encarnado por Gael García Bernal con bigotito anchoa, como corresponde. Luis Gnecco es Neruda. Y lo es, no solo en su actuación histriónica y en su tono de voz y cadencia, sino también con su físico, mimetizado hasta el detalle con el poeta trasandino. Mercedes Morán, como la esposa argentina devota, completa un trio de actores sólidos y creíbles. Hay un intento del director, por fusionar en la trama elementos de corte fantástico, un realismo mágico que no suma, y hasta confunde al espectador que en algún momento de la trama se preguntará qué es real y qué es metáfora. Más festivalera que industrial, es una cinta con grandes valores artísticos, pero de desarrollo lento. Un metraje que puede resultar extenso, sobre todo a la hora del clímax que parece nunca llegar.
Se estrena otra de las grandes candidatas a ganar varias estatuillas en la próxima entrega de los premios de la Academia Moonlight (su título original) cuenta la difícil infancia, adolescencia y madurez de un chico afroamericano que crece en una zona conflictiva de Miami. A medida que pasan los años, el joven se descubre a sí mismo y encuentra el amor en lugares inesperados. Al mismo tiempo, tiene que hacer frente a la incomprensión de su familia y a la violencia de los chicos del barrio. Dirigida por Barry Jenkins, la película dividida en tres momentos de la vida del protagonista, nos hace testigos de su exploración personal, de cada una de sus frustraciones, su despertar sexual y de los distintos conflictos a los que debe hacer frente. Uno de los grandes secretos del filme, además de su realismo casi documental, es la simbiosis que hay entre el trío de actores que deben encarnar a Chiron, el protagonista de la historia, en las distintas etapas de su crecimiento. Y si hablamos de crudeza y realidad, tampoco hay que dejar de destacar que el director compone momentos de pura poesía fílmica. Secuencias cargadas de intensidad y lirismo. En momentos donde los crímenes de odio racial, la segregación y la homofobia hacen estragos en el mundo que vivimos, enfrentarnos a una cinta tan bella y emotiva resulta una caricia al alma. Una película que brilla con luz propia, con la intensidad que solo puede dar la luz de la luna.
Otra historia de la vida real que llega a la pantalla grande esta semana Talentos Ocultos está ambientada en Estados Unidos a principios de los años 60. Durante la guerra fría y en plena carrera espacial con la NASA buscando mentes brillantes, cuenta la historia de tres mujeres afroamericanas que fueron fundamentales para enviar por primera vez un hombre al espacio. Además de revelar un dato desconocido sobre la génesis de los viajes al espacio, la cinta resulta un retrato sobre el racismo y la misoginia, muy real y contundente, en ámbitos cotidianos, sin la grandilocuencia de las películas de esclavitud, pero con igual resultado y sin caer en golpes bajos. La estética de telefilme, quizás atente contra la espectacularidad de la historia, pero eso no opaca un trabajo extraordinario de las actrices protagónicas (Taraji P. Henson, Octavia Spencer y Janelle Monae), ni de los muy acertados Kevin Costner y un personaje antipático muy logrado por Jim Parsons. La trama puede sonar previsible, y el nivel de tensión nunca logra explotar. Pero los diálogos están muy bien construidos, combinando fuerza dramática con algunos pasos de comedia, los justos para descomprimir. Talentos Ocultos quizás no quede en la historia grande del séptimo arte, pero su mensaje y moraleja sobre la integración y la capacidad intelectual de las personas bien vale el precio de la entrada.
Chris Pine y Jeff Bridges se destacan en este western moderno nominado al Oscar Tanner (Ben Foster) y Toby Howard (Chris Pine) son dos hermanos que viven en el estado de Texas y que se han propuesto robar el mayor número de bancos de la zona en un breve periodo de tiempo. No son ladrones profesionales, uno es un ex convicto y el otro es un padre divorciado con dos hijos. El objetivo de este dúo, es reunir la cantidad de dinero necesaria para levantar una hipoteca y no perder la granja familiar. Dirigida por David Mackenzie, la película resulta atrapante desde la primera secuencia. Y no solo porque la historia es potente, y los actores trasmiten empatía, sino porque cada plano está compuesto como una obra pictórica, aprovechando la inmensidad de las locaciones, la luz brillante del medio oeste americano y la sordidez de los personajes. Plagada de humor negro, de acción y momentos de tensión desbordante, climática, homenajea al western clásico sin por eso darle la espalda a la modernidad y a los conflictos actuales, problemas de la economía que pueden afectarle a cualquier "hijo de vecino". A la vez, es un retrato de la "América más Profunda", aquella que está arraigada a las tradiciones, con todo lo bueno y todo lo malo que eso conlleva (incluido el desprecio a las tribus originarias). Hay cierta melancolía y desolación, que se hace evidente en la construcción de los mundos personales de cada uno de los personajes, bien delineados y lejos de los estereotipos. Las dos parejas protagonistas, los hermanos ladrones, y los Rangers que los persiguen (impagables Jeff Bridges y Gil Birmingham), son historia convergentes, dos puntas de un mismo ovillo que terminan tocándose en un clímax explosivo.
La cuarta película de Affleck como director es la más floja de su filmografía Ambientada en los años veinte, en plena ley seca. Joe es el hijo del Superintendente de Boston. A diferencia de su padre, vive al margen de la ley como atracador de bancos y tratando con la mafia. Tras enamorarse de la novia de un capo, debe buscar refugio en el clan rival. Así comienza su carrera en el bajo mundo del delito en Tampa, Florida. El arranque del filme (de largas dos horas de metraje) promete. La escena de persecución entre delincuentes y policías tras un robo es pura adrenalina y tensión. Lamentablemente, esta secuencia poco tiene que ver con el resto de la trama (demasiado discursiva y laberíntica) que atenta contra la agilidad de la historia. El ritmo recién vuelve a retomarse en el último acto, con momentos de acción y balaceras muy logradas. A diferencia de Atracción Peligrosa o la fundamental Argo, aquí el guión se estanca y se transforma en un monólogo ególatra de Ben Affleck, que parece no aprovechar el excelente elenco que lo acompaña: Brenda Glesson, Siena Miller y Zoe Saldana, entre otros. Obviamente, en los rubros técnicos la cinta es irreprochable, vestuario, locaciones de época, lucen creíbles. La dirección de arte es fabulosa, pero el corazón del filme es su guión y poco importa que las paredes estén pintadas del color correcto. Para ser un filme de gangster, con "olor" a homenaje al género, resulta demasiado pulcro y light. De todas maneras, el nuevo Batman, tiene suficiente crédito como director para seguir probando en el futuro, después de todo, vivir de noche no es para cualquiera.
Un drama fantástico con Liam Neeson Conor es un chico retraído de 12 años que vive con su madre, enferma de cáncer, y que a raíz de la condición de su madre, debe hacerse cargo de muchas de las tareas del hogar. Además debe lidiar con su fría y calculadora abuela y con un padre ausente. En ese marco, el niño recibe por las noches, la visita de un monstruoso gigante que le ayudará a hacer frente a sus miedos. Casi como si se tratará de una trilogía, J.A Bayona vuelve a hondar en las relaciones de madres e hijos, como lo hiciera en la terrorífica El Orfanato y en la extrema Lo Imposible. Y en este caso lo hace en el marco de una fábula gótica, heredera del cine fantástico de Guillermo del Toro, su mentor en su Ópera Prima. La presencia del Monstruo del título, cuya voz profunda pertenece a Liam Neeson, departiendo con el niño protagonista, componen las secuencias más atractivas de un filme climático, de trama lenta pero contundente. A pesar de moverse en un terreno fantástico, el filme nunca olvida el tono realista del drama que le toca en suerte a esta familia destrozada. Eso sí, Bayona compone cada plano como si de una pintura se tratara, logrando fotogramas bellísimos, elocuentes e hipnóticos. El montaje, la fotografía y la edición de sonido, invitan a apreciar esta obra de arte en pantalla panorámica, y en cine, en donde realmente puede disfrutarse correctamente. Además de un reparto de actores inmensos, con Felicity Jones y Sigourney Weaver a la cabeza, el niño que encarna a Conor, Lewis MacDougall logra conmovernos. Su labor es magnífica y creíble, su dolor y sus temores traspasan la pantalla, y los momentos más melodramáticos harán llorar a los espectadores de lágrima fácil.