Venom es uno de los antagonistas más populares del Universo Marvel, y quizás merecía una película en solitario. Pero sin duda, su paso al cine tenía que ser jugado como el de Deadpool. El filme de Ruben Fleischer (mediocre director con solo una muy buena película en su haber, Zombieland, y varios fracasos fílmicos) se queda a mitad de camino y no llega a ser todo lo oscura y terrorífico que debería. Eddie Brock (Tom Hardy) es un periodista que descubre como una empresa está ejecutando secretamente experimentos ilegales en seres humanos y realizando pruebas que involucran formas de vida extraterrestres y amorfas conocidas como simbiontes. Durante una visita furtiva a la central, el reportero quedará infectado por un simbionte. Comenzará entonces a experimentar cambios en su cuerpo y escuchará una voz interior, la del simbionte Venom, que le dirá lo que tiene que hacer. Alejada también de las modernas historias del MCU, el filme parece salido de la década del noventa, con malos efectos digitales, chistes rancios y un guion carente de matices. Hardy luce perdido, y parece difícil que vuelva para una secuela, ya que el filme es un paso atrás en su interesante carrera.
Rowan Atkinson, el mítico Mr. Bean, retoma otro de sus personajes famosos en Johnny English 3.0 que también llega a los cines este jueves. Esta franquicia intenta parodiar a James Bond (aunque por la manera de moverse del protagonista también hay cierta inspiración en el francés Closeau) En esta tercera entrega English debe capturar al responsable de un ciberataque que ha desvelado la identidad de todos los espías del país. La duración, 88 minutos de metraje, hacen de esta comedia un pasatiempo que se disfruta de manera ligera. Hay obviamente mucho humor físico (especialidad de Atkinson), una atmósfera british cautivante, cameos de veteranas estrellas del cine inglés y un contrapunto hilarante entre las nuevas tecnologías y los artilugios analógicos del agente secreto. Obviamente el filme es recomendable para aquellos que disfrutan con el histrionismo y plasticidad facial del comediante.
Apenas arranca la película, una leyenda anuncia que todos los personajes y la acción no se basan en ningún hecho real, que todo lo que sucederá a continuación es ficción. Entendible aclaración, la historia de Acusada remite indefectiblemente al caso de Lucila Frend y Solange Grabenheimer, un hecho policial que ocupó largas horas de debates televisivos y páginas de policiales en los periódicos. Al igual que en ese crimen de la vida real, en el filme, las protagonistas son dos amigas, una de ellas es señalada por el asesinato de la otra. Otra coincidencia, ambas provienen de una familia de clase media acomodada. No serán las únicas similitudes… Play Lali Espósito se pone en la piel de Dolores, la acusada del título, una joven "presa" entre las cuatro paredes de su casa, a la espera de un veredicto. Su interpretación, cargada de silencios y miradas vacías, logra transmitir desazón, la incomodidad que parece sentir por momentos la ayuda a darle más sordidez a su personaje. A través de su visión asistimos al hundimiento de una familia que hará todo por defender a una de sus crías. Si Lali logra transformarse y su performance resulta creíble, un párrafo aparente merece la composición de Leo Sbaraglia, como su padre. Una transformación magistral que conmueve y logra empatizar. El resto del elenco también cumple con creces. El filme de Gonzalo Tobal, que fue la única producción argentina nominada para competir por el León de Oro en el festival de Venecia, es sin dudas un drama que se aleja del thriller y el policial clásico. Aquí no importa tanto quién es el asesino, sino cómo se afecta la vida de los involucrados en el crimen. Una decisión argumental que deriva en un guión chato, sin sorpresas y carente de intriga. Las escenas de juicio poco aportan a la trama y solo sirven para el lucimiento de Gerardo Romano como un fiscal implacable cargado de ironía. Ni siquiera las secuencias que se desarrollan entre los adolescentes lucen reales, son más bien artificiosas y apáticas. Si más allá de la historia básica, se buscaba una alegoría sobre la libertad (algo que puede intuirse en el final abierto, polémico y anticlimático) el veredicto no parece favorable.
Este nuevo capítulo del universo fílmico comenzado con "El conjuro" presenta una historia de terror ambientada en un antiguo convento La historia se desarrolla en la Rumania de inicios de los cincuenta. En un monasterio/castillo de los Cárpatos, una monja se ha quitado la vida. Para investigar que ha ocurrido, el Vaticano envía hasta el lugar a un sacerdote (Demian Bichir) y a una novicia (Taisa Farmiga). Lo que descubren los llenará de espanto. La antigua construcción está habitada por un demonio que recorre el lugar tomando la forma de una siniestra monja. El director Corin Hardy no tiene la sutileza ni el oficio de James Wan, creador de la saga, pero la estética gótica, los decorados naturales de Europa del Este, los efectos y el maquillaje lo ayudan a redondear un trabajo fílmico más que digno, una clase B hecha y derecha. El filme arranca y concluye con referencias a El conjuro, y es solo en estos segmentos en los que se puede volver a vivir la atmósfera y climas de horror que la hicieron una de las series más extraordinarios del género. En el resto del metraje todo es más básico, efectivo sí, pero nada original. Además, la trama se reserva momentos de humor a cargo de un "franchuete" (algo que ni siquiera las flojas películas de Annabelle tenían) y hasta segmentos de aventura que parecen salidas de la serie Indiana Jones, con Caballeros Templarios incluidos. No es que esté mal, pero poco tiene que ver con el espíritu de las obras surgidas de las expedientes Warren. La monja del título es Valak, un demonio al que habíamos visto en El conjuro 2, allí funcionaba muy bien, en esta su primera incursión en solitario se limita a los sustos y apariciones clásicas. Resulta imponente, mete miedo (gran caracterización de la extravagante Bonnie Aarons, sin dudas), pero no sorprende. Está claro que cuando los productores experimentan con personajes secundarios de las películas originales el resultado no es tan logrado como en las historias dirigidas por Wan. Bichir como el exorcista de turno es creíble; Taissa Farmiga (hermana de Vera, quien encarna a Lorraine Warren en las películas) logra transmitir la inocencia de una "novicia rebelde" que puede ver más de lo que el ojo humano percibe, gracias a un sexto sentido. Su parecido con su hermana Vera hacía suponer una vuelta de tuerca que al menos en esta entrega no ha sido utilizada. Pese a los reparos, la película es entretenida y funciona como un "tren fantasma" de feria, ideal para adolescentes que quieran sobresaltarse un rato en la oscuridad de una sala.
En Mi ex es un espía, Audrey (Mila Kunis) y Morgan (Kate McKinnon) son dos amigas que viven en Los Ángeles y que un día se ven envueltas en una conspiración internacional. Todo comienza cuando una de ellas descubre que su ex novio, a quien creía conocer, es en realidad un agente de la CIA. El dúo protagónico tiene mucha química y se lo pasa en grande en esta parodia a los filmes de espionaje que no se priva de escenas de acción grandilocuentes e hiperviolentas rodadas en paisajes europeos, ni de un argumento de empoderamiento que, a pesar de hacer agua por momentos, se disfruta de principio a fin.
Una familia unida por el amor y el espanto La nueva película de Pablo Trapero indaga en los secretos íntimos de una familia de clase alta, un vínculo al borde de la patología La quietud es el nombre de una lujosa estancia en las afueras de Buenos Aires. Un lugar de ensueño en donde Mía (Martina Gusman) ha pasado gran parte de su vida, creciendo bajo el ala de sus padres. Un incidente médico hará que su hermana Eugenia (Berenice Bejo) regrese tras años viviendo en París. El reencuentro ocurrirá bajo el escrutinio implacable de la madre, Esmeralda (Graciela Borges). Cuando el marido de Eugenia, Vincent (Edgar Ramírez), se haga presente también, algunos de los secretos familiares más profundos y oscuros emergerán cambiando para siempre la relación de la familia. Play El filme funciona casi como un espejo de la anterior película de Trapero, El clan. Aquí también se indaga de manera intimista en una trama familiar en el seno de una clase acomodada. Quizás sin los recursos del género policial visibles en la historia de los Puccio, pero con perversiones y maldad suficiente, La quietud solo está presente en el nombre de la finca. Entre los muros del lugar todo está más que movido. Hay triángulos amorosos, engaños, complicidades sexuales y un espíritu lúdico y erótico que se respira a lo largo de las casi dos horas de metraje. En el guión, en el que los diálogos y las situaciones suenan naturales se dan cita temas urticantes como el aborto y hasta el incesto, tópicos que no parecen puestos de manera efectista y que hacen avanzar la trama hacia un final oscuro e impensado. A pesar de la presencia de los sólidos Edgar Ramírez y Joaquín Furriel, esta es una historia de mujeres, narrada desde sus miradas, con personajes femeninos de peso. Un matriarcado puro y duro representado por la contundente Graciela Borges, ícono del cine nacional en una composición cercana a las divas hollywoodenses de los cincuenta "a lo Bette Davis". Gusman y Bejo se parecen, logran mimetizarse y hacer creíble un vínculo tan espiritual como carnal. Verlas juntas genera curiosidad y morbo. Gracias a elaborados planos secuencia, una fotografía brillante y una dirección de arte irresistible, la película se disfruta y se enmarca dentro de las obras fílmicas nacionales más sólidas del año.
El dúo Francella - Brandoni funciona a la perfección La obra en solitario de Gaston Duprat (codirector de "El ciudadano ilustre") cuestiona los límites y el valor que se le da al arte en un marco costumbrista y sardónico Guillermo Francella es Arturo, dueño de una pequeña galería de arte, y Luis Brandoni es Renzo, un excéntrico pintor caído en desgracia, incapaz de vender una obra. A ambos los une una añeja amistad, un vínculo que derivará en todo tipo de situaciones risueñas. El mundillo de las exposiciones en galerías, los museos y las pinturas, parece una locación ideal para desarrollar esta historia. Andres Duprat, guionista habitual de la dupla que compone su hermano con Mariano Cohn, es además el director del Museo Nacional de Bellas Artes, por lo que conoce el paño a la perfección, permitiéndole cargar el argumento de ironía, clichés y la farsa que muchas veces rodea a los "artistas de moda". El dúo Francella – Brandoni funciona a la perfección: el primero, como el pensante, agiornado a los caprichosos cambios del mercado, y el segundo, como el anárquico, nostálgico y estereotipado artista que se siente incomprendido. Juntos hacen fluir un argumento en el que los diálogos mordaces, las secuencias que apelan al ridículo y los giros dramáticos construyen un sólido retrato dividido en tres actos claros: una comedia casi costumbrista que deriva en un drama cargado de melancolía para finalizar en una estafa con aires reivindicatorios. Francella y Brandoni, en la presentación del filme (Veronica Guerman/Graphpress) Francella y Brandoni, en la presentación del filme (Veronica Guerman/Graphpress) El pequeño pero efectivo elenco secundario también cumple con creces: el español Raúl Arévalo como símbolo de cierta juventud idealista y utópica, y sobre todo Andrea Frigerio, caracterizada como una galerista top en una performance divertida que parodia el snobismo de ciertos personajes relacionados con el negocio del arte. Andrea Frigerio (Veronica Guerman/Graphpress) Andrea Frigerio (Veronica Guerman/Graphpress) Técnicamente impecable, Mi obra maestra presenta gran parte de sus escenas como si fueran pinceladas de una gran muestra, apelando a colores vivos y estridentes, de hecho muchos de los fotogramas funcionan como cuadros en movimiento. Algunas escenas en Río de Janeiro y sobre todo las que están rodadas en la inmensidad de las montañas jujeñas, tienen una clara influencia pictórica. Sin ser tan original como algunos trabajos anteriores de Cohn/Duprat y resultar por momentos algo previsible, la película funciona, entretiene y se disfruta.
Locura, sexo y sangre Recién comenzada la década del setenta, el país se vio conmovido por un caso policial sin precedentes, un adolescente con cara de "ángel", un chico de zona norte de una familia de clase media era el autor de más de una decena de sanguinarios asesinatos. El psicokiller en cuestión se llamaba Carlos Robledo Puch, un nombre que rápidamente se transformó en sinónimo de sadismo y crimen. Cuarenta y seis años después de ser detenido, llega a la pantalla grande un filme que recrea su raid de sangre, una película de impecable factura que lleva el sello inconfundible de Luis Ortega, un cineasta/autor capaz de dotar una historia tan siniestra como esta de imágenes y secuencias inolvidables. Lorenzo Ferro es “El Ángel” Lorenzo Ferro es “El Ángel” El hijo del actor Rafael Ferro se puso en la piel del brutal asesino: el parecido físico entre ambos es notable El hijo del actor Rafael Ferro se puso en la piel del brutal asesino: el parecido físico entre ambos es notable Lorenzo Ferro (joven actor debutante) es quien da vida a Carlos, en una performance conmovedora e inquietante. Su rostro de niño "angelado" seduce y aterroriza, trasmite todo tipo de sensaciones a través de sus posturas, silencios y una constante pose desafiante. Acompañado por Ramón, un correcto Chino Darín (como su cómplice) la dupla de jóvenes delincuentes se moverá en distintas secuencias que nunca caen en la solemnidad del cine testimonial y el acartonamiento del thriller clásico. Por el contrario, cierto tono lisérgico (ahí es donde más se nota la firma de Ortega) apoya una puesta en escena que por momentos genera algunos pasos de comedia. La relación entre los dos delincuentes está cargada de tensión sexual, un vínculo pasional destinado a la tragedia. Los atracos, asesinatos, traiciones y obsesiones son retratados en una línea argumental que nos presenta la historia contada desde los ojos de Carlos, una mirada oscuramente naif en donde no existe lo malo, solo la concreción de los deseos, aunque esto implique robar, asesinar o violar. Lorenzo Ferro recibe las indicaciones de Luis Ortega antes de filmar una escena de “El Ángel” Lorenzo Ferro recibe las indicaciones de Luis Ortega antes de filmar una escena de “El Ángel” El Chino Darín, Lorenzo Ferro y Peter Lanzani El Chino Darín, Lorenzo Ferro y Peter Lanzani Y si los jóvenes protagonistas funcionan, el elenco adulto jamás desentona. Cecilia Roth, como la madre incondicional y Luis Gnecco como el padre negador, lucen abatidos ante el mazazo que significa descubrir que tienen por hijo un monstruo. La pareja que componen Mercedes Morán (en un rol que destila erotismo) y sobre todo el enorme Daniel Fanego (un ladrón de la vieja escuela que lucha con sus adicciones) como los padres de Ramón, se roban algunas de las escenas más logradas a nivel interpretativo. En los apartados técnicos, no hay puntos bajos, la fotografía de tonos estridentes, la reconstrucción de época impecable (con una dirección de arte que recrea vestuarios y mobiliario correctos) y una banda de sonido autóctona, pop, reconocible, ayudan a redondear una película que nunca decae. Sin subir a un pedestal al asesino, la película tampoco juzga ni toma posición, simplemente nos sumerge en la mente de un psicópata, tan peligroso como atractivo. La seducción del mal en su máxima expresión.
Inteligente, divertida y fresca ¿Es amor? ¿Costumbre? ¿Acaso comodidad? ¿O miedo al cambio? Estas preguntas asaltan a Marcos y Ana, una pareja que ha estado casada más de un cuarto de siglo, y que ahora, con el síndrome del "nido vacío" a flor de piel, se transforman en el disparador de una comedia romántica que tendrá a Ricardo Darín y Mercedes Moran viviendo una alocada soltería en donde las redes sociales, la tecnología y las fantasías cumplirán un rol fundamental. Juan Vera, productor, guionista y realizador, dota a esta, su ópera prima, de mucho humor, ironía y diálogos mordaces para el lucimiento de la dupla protagónica, pero también de un elenco tan variopinto como irresistible: Luis Rubio (en una participación desopilante), Andrea Politti (sexual e irresistible), Juan Minujín (extravagante y divertido) y Claudia Fontán (en el papel de amiga, confidente y consejera que maneja a la perfección). Play Es esta, además de una entretenida (aunque algo extensa) película sobre el amor en la adultez, un retrato sobre la segunda mitad de la vida, un ensayo sobre la redención personal en la etapa del "yo ya estoy de vuelta". No hay solemnidad en este fresco, por el contrario, naturalismo e irreverencia se dan la mano para redondear una comedia clásica que funciona como un reloj. Ricardo Darín y Mercedes Morán en la presentación de la película Ricardo Darín y Mercedes Morán en la presentación de la película La química de la pareja protagonista, el tono y las palabras que no suenan forzadas en sus respectivos labios generan empatía. Después de algunas películas desparejas como Nieve Negra o La Cordillera, finalmente Darín encuentra un libreto a su medida en el que no necesita "remar" para llevar a buen puerto la historia, de hecho comparte el peso de la trama con Morán, en un acertado balance en el que ambos tienen el mismo peso y protagonismo. Inteligente, divertida y fresca, El amor menos pensado, no solo es una de las mejores películas argentinas del año, sino que también se sube al podio como una de las más logradas de la última década.
La secuela del "hombre hormiga" de Marvel es una gran aventura de acción, con mucho humor y sorprendentes efectos visuales Después de unirse al Capitán América en Civil War, Scott Lang (Paul Rudd) debe lidiar con las consecuencias de sus acciones como superhéroe y equilibrar su vida familiar con sus responsabilidades como Ant-Man. Pero pronto Hope Van Dyne (Evangeline Lilly) y Hank Pym (Michael Douglas) llamarán a su puerta para requerir su ayuda a fin de enfrentar a una villana conocida como Ghost (Hannah John-Kamen) que ha robado la tecnología de Pym y amenaza con destruir el planeta. Scott tendrá que volver a ponerse el traje de Hombre Hormiga y aprender a pelear junto a Hope, más conocida como La Avispa. Peyton Reed es un director que proviene del mundo de la comedia, y que ya dirigió acertadamente la primera aventura del héroe minúsculo. En esta secuela, que vuelve a apelar al humor físico, repite los gags elaborados y los efectos visuales que destacan las diferencias de tamaños entre los héroes y las cosas que los rodean. Paul Rudd es sumamente carismático y logra empatizar apenas aparece en cuadro, su Ant-Man es lo más cercano al superhéroe de los dibujos animados, colorido, sarcástico, por momentos naif pero irresistible. Junto a la poderosa The Wasp, logran una dupla poderosa y con mucha química. Evangeline Lily es el cerebro y la fuerza de un binomio que se luce tanto en las escenas de acción como en los momentos de inteligentes diálogos. Mientras que Michael Douglas hace gala de todo su oficio destacándose en un elenco en el que no hay puntos bajos. La dirección de arte prodigiosa, aprovecha los mundos microscópicos de los insectos y los colores estridentes en donde predominan el rojo furioso y el azul eléctrico. De corte netamente familiar, la película no reniega del universo cinematográfico al que pertenece, por lo que los guiños y datos que abundan en la trama harán que los fanáticos de Marvel la disfruten aun más. La villana de turno, The Ghost, también tiene lo suyo, y más allá de su logrado traje, funciona como una poderosa némesis de The Wasp. Un duelo de chicas poderosas que se las trae. El filme se reserva varias revelaciones, incluida una escena post créditos que hará más entendible el papel de Ant-Man en la inolvidable Infinity War. Ant-Man and The Wasp es la confirmación de que "lo bueno viene en frasco chico".