En su debut como directora Constanza Novick presenta El futuro que viene, un retrato crudo y sincero sobre la amistad entre mujeres, con una dupla actoral inmejorable de Dolores Fonzi y Pilar Gamboa. Junto al nuevo arquetipo femenino, Novick propone un análisis muy profundo y distinto de las relaciones entre mujeres; la esencia misma de la película se constituye en la amistad entre Romina y Florencia y cómo a pesar de las adversidades se mantiene a través del tiempo. El vínculo de ambas se desarrolla en tres etapas. Primero 1988, Confetti’s de fondo, la nostalgia de la época se refleja no sólo en la ambientación y en la estética sino también en la coreografía de las dos preadolescentes. Las amigas comparten el mismo colegio, los mismos gustos y actividades. Hasta incluso memorizan los diálogos de su novela favorita. Todo construido bajo un lenguaje privado que sólo ellas comprenden. Cada una va desarrollando su personalidad al mismo tiempo que transitan los típicos momentos de la pubertad como el primer amor y los conflictos familiares. Luego avanza hasta el 2004 cuando las amigas se reencuentran. Florencia (Pilar Gamboa) llega de México y se refugia en la casa de Romina (Dolores Fonzi), ahora casada y con una hija. A pesar de los años su relación se mantiene intacta, su lenguaje corporal es el mismo y sus diálogos tienen la misma sinceridad que antes. Pero ambas se encuentran en distintos momentos: una establecida y con las inseguridades de una madre primeriza y la otra como una exitosa escritora que vive con la misma impulsividad que en su adolescencia. Estas diferencias ayudan a que su relación comience a tensionarse y ciertos temas pendientes se verbalicen con una intensa despedida. La última etapa, en la actualidad, ya maduras y con hijas adolescentes, vuelven a juntarse y una vez más se comprueba que el vínculo que las une es más fuerte que cualquier situación que enfrenten. Lo excelente de la película no reside en contar grandes hazañas, sino en hacer foco en escenas normales que no tienen ningún interés especial y que Novick transforma en conversaciones brillantes. Precisamente la intimidad entre los personajes se manifiesta en el hecho de compartir un código privado. La existencia de un lenguaje íntimo y común entre personas que se quieren. Pertenece a su tejido verbal y es tan particular como intransferible. Y pone de manifiesto una complicidad que se concreta en el modo en que hablan de su cotidianeidad, de sus trabajos, de su situación vital y de sus proyectos. Su amistad se podría calificar como fiel pero no constante, aludiendo a la existencia de sus posibles diferencias emocionales, pero con una profunda sintonía que no cabe minimizar porque sustenta su relación y emerge incluso cuando las circunstancias son más adversas. La amistad, como lo que no se cuida, acaba muriendo y eso es una lección que deja el film. El sentimiento más certero quizá sea agridulce, porque con el paso del tiempo también se aprenden cosas buenas, el valor de la autenticidad, de la identidad, de la lucha por lo que nos apasiona, de la seguridad que llega con la madurez. El futuro que viene regala dos protagonistas con las que el espectador se puede identificar. Ambas son el punto de encuentro. Las excelentes actuaciones de Fonzi y Gamboa ayudan a construir la veracidad de este vínculo. Para que una ficción logre alzarse como voz colectiva no hace falta un amplio abanico de personajes o tramas, sino un enfoque con personalidad, próximo al espíritu con el que el público enfrenta sus problemas. Como por ejemplo, el comienzo de la maternidad, contado en diálogos contundentes, que visualiza con mucha humanidad lo complejo que es para una mujer esta etapa de su vida, confusa, frustrante, pero también satisfactoria. A lo largo de la historia se observan mujeres que sufren, que se apoyan, que se preocupan, que se desquician. Todo esto construido bajo un universo femenino que evade completamente los estereotipos y que también escapa de los mitos fabricados alrededor del género.
Fiel a sus raíces teatrales, el director Marcelo Mangone construye en Delicia un relato denso y sensible que retrata el encuentro y desencuentro entre dos almas solitarias. Felisa (Beatriz Spelzini) se baja del tren con su valija y empieza a caminar, a cada paso que da se asoma su renguera. Camina hasta un hospital para tener una reunión con el director. En su nuevo destino va a ocupar una vacante de enfermera, pero primero necesita un lugar donde vivir. El mismo que le ofrece el trabajo le brinda una solución. Un paciente posee dos casas lindantes y gemelas, una ocupada por él y la otra deshabitada. Lo único que pide a cambio es que se encargue de las tareas domésticas. Felisa acepta sin dudarlo. Al presentarse ante él, Felisa descubrirá que Amado (Hugo Arana) es ciego y que además es un hombre de pocas palabras que no busca sociabilizar con nadie. En medio de su soledad, ambos se encuentran para compartir pequeños momentos de la vida diaria. Entre ellos nacerá un vínculo extraño y poco convencional, pero necesario para sobrellevar los días. El film retrata la soledad de la vejez y la construcción de vínculos a través de dos personajes muy diferentes, pero que al compartir su intimidad se dan cuenta de que están en la misma situación y que, además, ambos sobrellevan una discapacidad. Una temática interesante para visualizar, sin embargo la historia cae en los lugares comunes de una telenovela y no logra conectarse con el público. Los enredos y el conflicto final no tienen coherencia suficiente y su resolución es por demás previsible. Es a través de las expresiones y la naturalidad de las actuaciones de Arana y Spelzini que el relato se sostiene. Otra de las fallas es la estructura teatral que elige Mangone, para cambiar de escena funde en negro la pantalla simulando la bajada del telón. Eso hace que la narración se haga larga y tediosa.
Basado en el libro homónimo y biográfico de la columnista Jeannette Walls, el film El castillo de cristal, de Destin Daniel Cretton, retrata con gran profundidad los claroscuros de la disfuncional familia Walls. Jeannette (Brie Larson) es columnista en Nueva York. Una noche al volver de una fiesta ve desde la ventanilla de su taxi a una mujer y a un hombre revolviendo en la basura. Son sus padres. Resulta extraño entender cómo es posible que las vidas de ellos se encuentren en extremos tan opuestos siendo familia. A través de dos líneas temporales se observan los recuerdos de Jeannette para no sólo entender el contexto sino también visualizar las adversidades y la miseria en la que vivieron ella y sus tres hermanos guiados por unos progenitores que preferían ser nómades y libres antes que ser fieles al consumismo y a la mercantilización de la vida y los valores. Rex Walls (Woody Harrelson), cabeza de la familia, es un personaje completamente disfuncional que resulta, en ocasiones, patético pero, al mismo tiempo, entrañable. Es capaz de transmitir a sus hijos su gran entusiasmo por la vida, así como enseñarles ciencia, historia y todo aquello que él considera necesario. Pero también es alcohólico y eso hace que se convierta en una persona destructiva y en la que es imposible confiar. Rose Mary Walls (Naomi Watts), la madre, es una pintora que sólo vive para su arte, incapaz de afrontar la realidad y el caos al que la arrastra su marido, y que, además, ejerce una absoluta despreocupación hacia sus funciones maternales. De niña, Jeannette idolatra a su padre y mantiene un vínculo especial con él, pero a medida que pasan los años empieza a darse cuenta de que su familia no es como las demás y su amor incondicional comienza a tornarse en una creciente decepción. Sus hermanos transitan el mismo camino. Entre ellos forjan una inquebrantable lealtad y un espíritu de lucha y supervivencia que los impulsa a salir adelante y a encontrar otra alternativa a su realidad. El título de la película hace referencia a uno de sus principales temas: la búsqueda de las esperanzas idealizadas. Los niños Walls creen que su padre, siempre soñador, y planeando la futura construcción de un castillo de cristal, cumplirá sus mayores sueños. Sin embargo, con el correr del tiempo, se dan cuenta de que nunca va a suceder. El fracaso de esos cimientos sirve como metáfora para la falta de los deberes paternales tradicionales que nunca pudo brindarles. “Nunca construimos el castillo de cristal”, confiesa Rex en una de sus conversaciones finales. “No, pero la pasamos bien planeándolo”, finaliza Jeannette. El relato de Walls sirve para comprender que toda familia es compleja y que la existencia de abuso y negligencia no niegan la existencia del amor. Es un tributo a la crianza y a la ausencia de la misma a través de una realidad distinta y que no se asemeja a la familia tradicional. Pero, a diferencia del libro que retrata estos temas de forma sencilla y cruda, la película de Cretton interpreta la historia para el espectador y la llena de sentimentalismo sin permitirle crear una opinión propia. Su principal problema es conectar el pasado con el presente, es por eso que el resultado final resulta un poco inconcluso. Tal vez la historia funcionaría mejor si fuera un documental y no un drama convencional. Sin importar sus fallas, el film logra su cometido por las grandes actuaciones del elenco. En especial la de Harrelson que logra interpretar un personaje defectuoso, que lidia constantemente con un gran contraste entre luces y sombras, de una forma conmovedora y cautivadora que lo vuelve especial e inolvidable.
En Desearás al hombre de tu hermana, el director Diego Kaplan y la escritora Erika Halvorsen revolucionan la sexualidad femenina liberándola de los mandatos sociales. Una historia llena de excesos y melodrama pero donde los hombres, finalmente, están al servicio del placer de las mujeres. La sexualidad, tal como la conocemos, es una construcción social configurada por un modelo heteropatriarcal. Basta con abrir cualquier revista o mirar una película porno comercial para comprenderlo. En este modelo el placer de la mujer se invisibiliza y se presenta como construido para los hombres. Desde la infancia los mandatos sociales construyen sus cuerpos a partir de dos ángulos: la represión y la hipersexuación. Por un lado, se anula la sexualidad activa de la mujer y por el otro se exacerba su potencial erotizante al servicio del placer del hombre. Gracias al movimiento feminista y al cambio de época, cada vez son más los que luchan por la liberación de los cuerpos de las mujeres y por romper con estas estructuras sociales. Una tarea difícil, pero urgente. Es por esto que sorprende que a Desearás al hombre de tu hermana se la califique como una película para mayores de 18 años. Cuando es una historia que visibiliza el despertar sexual de la mujer y que además invierte los roles asignados. ¿Por qué es tan perturbador ver a una mujer empoderada y sin pudor para desear? El sexo explícito por el que tanto reniegan no es muy distante al que aparece hoy en día en la televisión y en el cine. En cambio películas como Bañeros 3, donde aparece el cuerpo de la mujer completamente cosificado y a disposición del hombre, es apta para todo público y destinada a hacer reír a toda la familia. Desde el principio, Halvorsen escribió el guion pensando estrictamente en las mujeres. Su idea era representar la sexualidad femenina sin miedos ni censura, adentrándose a la curiosidad y al deseo desde un plano más liberador y sin tabúes. Sus personajes exploran su erotismo y su placer desde el autodescubrimiento sin la necesidad de depender de un hombre. La historia se sumerge en plena década del setenta, enfocándose en la relación de dos hermanas: Lucía (Mónica Antonópulos) y Ofelia (Carolina Ardohain). Su vínculo siempre fue distante y competitivo, cada una vive su cuerpo y su sexualidad desde dos perspectivas. Lucía no es capaz de desear y Ofelia desea demasiado. Esta rivalidad entre ambas se observa también en el vínculo con su madre (Andrea Frigerio). Luego de años sin verse, las hermanas se reencuentran en su antigua casa para celebrar el casamiento de Lucía con Juan (Juan Sorini). La llegada de Ofelia con su novio Andrés (Guilherme Winter) perturba la estabilidad del hogar y la relación de los recién casados. La atracción sexual entre Juan y Ofelia es el disparador para que viejos fantasmas renazcan y para que, una vez más, las hermanas se enfrenten. Las dos están destinadas a desear al mismo hombre. La esencia de la película es la exageración, desde las actuaciones hasta los diálogos. Todo es absurdo, pero a eso apunta. El hecho de que ocurra todo en los setenta ayuda para generar ese clima que, por momentos, recuerda a las películas de la gran Coca Sarli con su fiel director Armando Bó. La intención de Kaplan no es incomodar sino mostrar un contenido donde el sexo es explícito, la tensión sexual está presente en cada minuto y los desnudos frontales están a cargo de los hombres. Ellos ahora son los objetos. El contexto político de la época también está presente con la llegada de la famosa píldora anticonceptiva que significó una verdadera liberación para ese entonces. La madre se las da a sus hijas comentándoles que estas pastillas del amor están prohibidas. En plena conversación, mira a la cámara y pronuncia “algunos gobiernos no nos quieren ver gozar”. Una frase que resuena en la actualidad, ya que el aborto todavía no es legal y las mujeres no pueden decidir sobre sus cuerpos.
Con Madre! Darren Aronofsky desarrolla una mirada reflexiva sobre la sociedad moderna y busca, a través de una alegoría bíblica, exorcizar sus demonios y angustias. Una película difícil de encasillar en un género y que para entender toda su simbología es necesario verla más de una vez. El juego cinematográfico de Darren Aronofsky no está exento a caer en críticas duras y también a cierta incomprensión por parte del público. A lo largo de su filmografía se puede observar un tema recurrente: el ser humano. Le atrae en cierta forma, realizar una autopsia a esta figura, analizando sus virtudes, defectos y por sobre todo identificando su espiritualidad. Escribe sus personajes teniendo en cuenta que su realidad está sesgada por recuerdos, pensamientos y creencias. Esboza en ellos las preguntas que todo ser humano se ha planteado en algún momento: la relación entre vida, enfermedad y muerte; el rol de la naturaleza y como la humanidad interactúa con ella; las consecuencias de los actos egoístas, ya sean contra los demás, la Tierra o uno mismo. A través de su arte intenta exorcizar estas dudas planteando posibles respuestas. No sorprende que en su séptima película recurra al mismo tipo de análisis. Los personajes de Madre! no tienen nombre. Nunca los mencionan. Jennifer Lawrence y Javier Bardem encarnan un matrimonio que vive recluido en una mansión rural, completamente aislados de la sociedad. Él es un poeta que busca superar su bloqueo mental y conseguir inspiración para su nueva obra, ella es un ama de casa enfocada en reconstruir un hogar desde las cenizas. El vínculo entre ambos es tenso y por momentos extraño. Esto se incrementa cuando llega a su puerta un hombre (Ed Harris), luego su mujer (Michelle Pfeiffer). Negado a escuchar a su esposa, el poeta les da alojamiento. Sin saber que está intromisión generará un clima de hostilidad, malestar y odio en el interior de la casa. Este no es un film convencional, va mutando al correr de los minutos y exige distancia y compresión para entender a qué dirección va. Aronofsky tiene a su favor su capacidad de mantener al público en tensión, abrumándolo con escenas claustrofóbicas y perturbadoras. La ausencia de banda sonora es clave para incrementar el suspenso. Y el hecho de que ocurra todo en una misma locación ayuda al juego psicológico que intenta el director. La narración tiene varias visiones, desde una ruptura matrimonial, la guerra entre los sexos, el inminente Apocalipsis y hasta incluso la paranoia social. Al final va a ser el espectador quien decide cuál es el mensaje. Lo que tiene en su contra es que el desenlace es largo y con muchos excesos, pero no deja de ser un gran ejercicio visual. Lo que comienza como una invasión a la privacidad se transforma en una perturbadora alegoría bíblica que busca reescribir él génesis en la modernidad. Mención aparte para el gran trabajo de fotografía de Matthew Libatique, fiel colaborador de Aronosfky desde su comienzo. Y también hay que destacar el trabajo actoral de los protagonistas, principalmente Bardem y Lawrence que son capaces de cargar con un argumento agobiante y estar a la altura de la intensidad de cada episodio.
La estafa de los Logan marca el regreso del director Steven Soderbergh a la gran pantalla. Esta vez desde una trama mucho más cómica y ligera que en sus trabajos anteriores, pero que mantiene los mismos elementos planteados en su famosa trilogía La gran estafa. El núcleo fuerte de la trama, al igual que en La gran estafa, es la ejecución perfecta de un robo. Lo único que ahora el escenario cambia completamente y se sumerge en un pueblito pequeño de Carolina del Sur: West Virginia. Los principales protagonistas, como bien lo anticipa el título, son los Logan, una familia sin suerte y que según la comunidad está maldita. Uno de los integrantes es el hermano mayor Jimmy (Channing Tatum), quien en su juventud estaba destinado a una gran carrera en el NFL hasta que se lastimó su rodilla, una vez más el típico sueño americano sin cumplir. Divorciado de su mujer (Katie Holmes) y con una hija, la misma lesión hace que lo despidan de su trabajo como obrero en una constructora. Frente a esta injusticia, Jimmy recluta a su hermano menor Clyde (Adam Driver), un ex combatiente que perdió uno de sus brazos en la guerra de Irak, y a su hermana Millie (Riley Keough) para revertir su destino. El objetivo es apoderarse de los ingresos de la gran carrera de autos Coca Cola 600, a realizarse en el Charlotte Motor Speedway. Al trabajar en la construcción de la pista, Jimmy sabe cómo trasladan el dinero. Su idea consiste en seguir un listado de reglas: tener un plan, tener un plan B, establecer comunicaciones, elegir correctamente un equipo, esperar lo inesperado y por sobre todas las cosas, saber cuándo retirarse. Pero lo más importante y la principal colaboración que necesitan es Joe Bang (Daniel Craig), un criminal famoso por explotar cajas de seguridad de los bancos y que está cumpliendo su pena en una penitenciaría local. Para sorpresa de Bang, su fuga está entrelazada con la mecánica del robo. Así es como los Logan se sumergen en la ejecución del plan perfecto, superando las expectativas de toda la comunidad sureña. Como en sus otras películas, Soderbergh se enfoca en los detalles que definen a sus personajes y toda la metodología que necesitan para ejecutar sus planes. En esta ocasión, la gran elección de elenco funciona correctamente con el humor particular del guion. Cada uno logra destacarse en al menos una escena. La mejor interpretación se la lleva Craig que incursiona sin ningún problema en un papel alejado de lo que estamos acostumbrados a verlo, confirmando sus capacidades cómicas. A pesar de estar plagada de situaciones ridículas y no siempre coherentes, la película se defiende por los momentos graciosos que surgen de la dinámica comunicación entre sus personajes. El ambiente sureño influye directamente en ese sentido. Pero sin ir más lejos, los viejos hábitos de Soderbergh en la trilogía de La gran estafa, resuenan en su nuevo film. Sólo que esta vez profundiza más en sus protagonistas, sin darle tanta importancia a la ejecución del robo.
La nueva producción argentina-española Retiro Voluntario, dirigida por Lucas Figueroa, intenta desde el humor centrarse en el mundo de la crisis laboral, exacerbando los estereotipos y clichés típicos del género. Javier (Imanol Arias) es un ejecutivo español de una importante empresa de telecomunicaciones. Para él, su vida no puede ser mejor: tiene una esposa joven, un auto último modelo y un ascenso prometido. Este crecimiento laboral además de traer una gran cifra de dinero, también trae el inicio de su karma. Su estabilidad económica se ve violentada por un hombre (Darío Grandinetti) que, frente a un malentendido, comienza a perturbarlo física y mentalmente. Luego de pasarle mal una dirección, el hombre pierde una entrevista laboral y le exige a Javier la remuneración que iba a cobrar. En medio de idas y vueltas, el empresario se verá envuelto en un sinfín de situaciones y en un juego psicológico que pondrá en peligro su tan preciado estilo de vida. No sólo deberá lidiar con un hombre temperamental sino también con los directivos de la empresa, quienes en medio de un recorte presupuestario buscan despedir a la mayoría de sus empleados. Incluyéndolo a él. Desde el principio el enfoque de la película se vuelve superficial, ya que utiliza un humor básico para adentrarse en un tema latente en el país como lo es la crisis laboral y los despidos masivos. Su único fuerte es el elenco multifacético (Silva, Luque, Solá, además de los nombrados) que intenta en cierta forma darle frescura a un guion que carece de profundidad. Todo parece forzado, desde las interpretaciones hasta los diálogos. Lo más preocupante es el poco espacio femenino. Dentro del film hay sólo dos mujeres que, obviamente, caen en los típicos estereotipos adoctrinados por el machismo: el rol de la mujer consumista e infiel y el de la secretaria sumisa y servicial. Absolutamente todo se reduce en clichés: el juego de poder, la burocracia empresarial y la idiosincrasia argentina. Teniendo en cuenta la apuesta económica de ambos países, es raro que depositen tanto capital en producir un film que carece de valor argumental. Lo gracioso roza lo ridículo y el reclamo social que intentan debatir es desmerecido a medida que los minutos avanzan. Lo único rescatable, de a ratos, es el tango que utilizan como música de fondo.
En medio de diversas posturas y un feminismo dividido frente al trabajo sexual, la directora Anahí Berneri presenta su nuevo film Alanis, un relato profundo y urgente que atraviesa tres días en la vida de una prostituta y su pequeño hijo. Comodoro Py, en medio de una declaratoria, el fiscal le pregunta a la protagonista: ¿Qué haces con tu hijo cuando atendés? Ella le dice: ¿Y vos que hacés? ¿Quién está cuidando a tu hijo mientras trabajás? ¿Vos trajiste a tu hijo acá? Bueno, cuando yo atiendo, tampoco traigo al mío. El actor judicial no entiende como Alanis siendo prostituta puede al mismo tiempo criar a su hijo de un año y medio. Lo único que puede hacer frente a su relato es inmediatamente victimizarla y estigmatizarla. Su perspectiva, como la de la mayoría de la sociedad, no le permite internalizar el hecho de que ella elige y entiende su profesión como forma de sustentabilidad. Ella no se siente víctima. Es solamente una trabajadora sexual como tantas otras que viven en el país, utiliza su cuerpo como herramienta laboral. Y sí, también es madre soltera. Alanis (Sofía Gala Castiglione) es una prostituta y madre soltera que alquila un departamento en el barrio de Once junto a su compañera, Gisela. Ambas utilizan el inmueble como privado. Haciéndose pasar por clientes, dos policías clausuran su hogar y se llevan a su amiga acusada de trata. Alanis se queda en la calle con su bebé y busca ayuda en lo de su tía, quien le permite refugiarse en su local de ropa. En medio de esta situación injusta, deberá sobrevivir para ganarse la vida, dentro de una sociedad llena de prejuicios y poca inclusión para las trabajadoras sexuales. El film no debate la prostitución sino que visualiza la mirada de sus protagonistas frente a las adversidades que atraviesan diariamente. Lo que también es visible es el contraste del cuerpo como medio de trabajo y sustento de crianza. Alanis nunca deja de ser madre. Su profesión no influye en el vínculo con su hijo Dante (Dante Della Paolera), al contrario, lo educa, le da la teta y lo protege. Sin embargo tiene que defender constantemente su rol de madre frente a terceros. La película reflexiona sobre la maternidad, utiliza la relación de la prostituta con su hijo para desmitificar, en cierta manera, el insulto “hijo de puta” mundialmente utilizado. El vínculo entre Alanis y Dante se da de manera natural, como en cualquier otro, y el hecho de que estén interpretados por madre e hijo en la vida real influye para validar ese mensaje. La interpretación de ambos traspasa la cámara y se vuelve íntima desde su propio lenguaje. Desde su dirección Berneri refleja una realidad latente para las trabajadoras sexuales y que actualmente pocos quieren debatir y mucho menos visualizar. Los tres días de la vida de la protagonista alcanzan para mostrar la hipocresía en relación a la profesión, el vacío legal que existe, la persecución diaria y la falta de políticas públicas.
Escrita y dirigida por Natalia Garagiola, Temporada de caza es su ópera prima y con ella viene de ganar el Premio del Público en el Festival de Venecia. Nahuel es un adolescente como todos, sintiendo mil cosas y en la incertidumbre de tantas otras. Además se le acaba de morir su madre y eso magnifica todo ese cúmulo de sensaciones. No llora, pero esa angustia y bronca la termina manifestando a través de actitudes violentas, no siempre desde lo físico. Con el marido de su madre no termina de conectarse y se ve obligado a irse a vivir con su padre, a quien no ve desde hace muchos años. Instalado en la fría y desolada San Martín de los Andes, su padre es cazador y tiene su propia familia, su vida armada allí, donde Nahuel irrumpe con su personalidad hostil. Porque Nahuel no quiere ir. Y una vez allá no quiere quedarse. Pero no le queda otra, todavía es menor, todavía no es el adulto responsable de sus propias decisiones. Garagiola retrata esta historia, esta especie de coming of age de una manera austera, prevaleciendo las imágenes por sobre los diálogos, escasos. Esto también le cede mucho lugar a las interpretaciones, con un interesante y eficaz trío actoral. Lautaro Bettoni (en su debut cinematográfico) logra componer a su Nahuel a través de esas expresiones contenidas, hasta que explota, hasta que necesita explotar. Germán Palacios como el padre de esa familia numerosa y unida y tan ajeno al hijo que vuelve a ver tras tantos años. Un hombre que no siempre sabe cómo actuar pero no lo demuestra, irradia seguridad y no va a permitir que ciertas actitudes caprichosas lo manipulen; él también parece estar siendo forzado a recomponer esa relación. Y Boy Olmi como ese hombre al que se le muere la mujer e intenta ver cómo seguir, también con ese muchacho que es como un hijo para él. Mientras tanto Nahuel intenta ser un adolescente normal en este nuevo entorno. Salir con otros jóvenes, coquetear con una de las chicas, beber y escuchar música mientras hablan de la posibilidad de irse en algún momento de ese lugar. El marco de San Martín de los Andes, ese entorno entre salvaje y natural, le sienta a la perfección a esta película donde la caza termina convirtiéndose en algo más que una metáfora. Por un lado, es donde padre e hijo por fin pueden encontrarse; por el otro, en la capacidad de matar se reflejan otras igual de potentes como la de perdonar, o la de amar. ¿Ser capaz de matar te convierte en hombre? Temporada de caza funciona desde muchos aspectos. En lo técnico, con una fotografía y edición precisas que ayudan a crear estos climas fríos y asfixiantes, aún en su vastedad. Por otro, con un guion que prefiere apoyarse en miradas que se cruzan y en cosas que no se dicen y por eso los diálogos son escasos, los intercambios son de otro tipo, más corpóreos. Y, como se mencionaba, con un elenco que sabe pararse y dejarse llevar por esta historia.
Luego de estar nominada en la última entrega de los Oscar como Mejor película de habla no inglesa y Mejor maquillaje, llega a las salas Un hombre llamado Ove, la nueva película de Hannes Holm que reflexiona sobre la importancia de los vínculos y la angustia de la vejez. La vida de Ove esta regulada más por la inercia que por el deseo. En la urbanización donde vive no lo soportan debido a sus estrictas y absurdas normas que le impone a la comunidad. La muerte de su mujer Sonja desmorona su entorno y ya no le encuentra sentido a sus días. Sumado a que luego de trabajar 43 años para la misma empresa, lo despiden. Su única evasión de la realidad ya no la tiene. Ove cuenta las horas para morirse, no hay otra cosa que quiera más que unirse finalmente con su amada Sonja, como le prometió. Finalmente decide quitarse la vida, el problema es que su entorno no le permite hacerlo en paz y, a cada intento, surgen nuevas circunstancias que lo evitan. Al mismo tiempo la mudanza de una nueva familia al barrio contribuye para que la vida de Ove dé un giro radical. A través de estos nuevos vínculos surgen aspectos de su personalidad que estaban ocultos y olvidados. Pasará de no tener nada ni a nadie a sentirse querido, acompañado y necesitado. A pesar de su fama como el vecino cascarrabias. Ove destierra su egoísmo y aboga por una sociedad más caritativa con el prójimo. Basada en la novela homónima de Fredrik Backman, y con un guion del propio Holm, la narrativa de la película juega con la estructura de dos tiempos y es fundamental para entender la vida de Ove. Cada episodio del presente y del pasado buscan analizar el momento en el que la miseria y la angustia se apropian del personaje y cómo en el tramo final su perspectiva cambia completamente. El relato avanza desde la comedia negra, con una mirada de a ratos cínica, que va mutando a un tono más dramático para concluir su resolución, que es predecible desde el primer acto.