Contrariamente a lo que opinó mi colega arriba, Juntos para Siempre me resultó una película muy interesante. Estamos frente a una historia intrincada, circular, recurrente, con una mezcla constante de géneros; nada está definido en esta película, no hay límites claros, y las historias se entreveran. Hay infinitos cambios de direcciones no solo en la trama sino también en los personajes. La repetición, la recurrencia de situaciones, de elementos y de símbolos refuerza esta idea de circularidad y de superposición de historias. Peto Menahem, como buen actor cómico de stand up, sabe llevar muy bien estos cambios y va mutando conforme muta la película. Es un gran actor cómico pero también es un gran actor dramático. Malena Solda está bastante contenida y por momentos más rígida de lo que su rol demanda. A Florencia Peña le sale muy bien el rol de rubia boluda, preocupada solo por formar una familia y tener un tipo al lado que ni siquiera la trate bien, que solo esté ahí, como una planta, como un pedazo de carne entre sus piernas. Mirta Busnelli, siempre genial. Si bien, como dijo mi colega arriba, es un poco estereotipada e hiperbólica, no por ello deja de lucirse cada vez que aparece en pantalla. Su personaje de la madre insufrible mal medicada es fabuloso. Y Luis Luque crea un personaje muy perturbado y siniestro pero a la vez romántico y apasionado, y lo vemos como el hijo de puta que abandona a su familia y como el adolescente enamorado que deja todo por su primer amor. Al igual que Gross, ambos tienen esta dualidad en sus caracteres. La película trata temas vitales como la mirada que se tiene de la vida, el optimismo y el pesimismo, la conexión con las conflictivas propias, el rol de la terapia en esta época tan psicoanalítica, y, por supuesto, la pareja, en particular la intolerancia y la necesidad de adecuar a la otra persona a uno mismo, aunque ello implique el desdibujamiento total de la persona (gran escena de Menahem y Solda en la escalera de la casa de ella, gran dialogo). Para mí, todos estos puntos hacen de esta una película interesante, que invita a seguir pensando en algunos temas como los vínculos y la afectividad.
Esta película tenía un punto a favor para mí y era el lugar en el que transcurre: La Patagonia, uno de los lugares más lindos del mundo. La directora y guionista, Victoria Galardi, oriunda de Bariloche, supo mostrar la belleza monumental e incomparable de esta ciudad y los rasgos característicos de sus habitantes, que son característicos, como bien ella dijo en la conferencia de prensa de hoy, de cualquier pueblo chico, en el que todo es noticia, todo se sabe, todo el mundo comenta y la discreción es una virtud de la que prácticamente todos carecen. Lo que toda la crítica resaltó, además de la fotografía ya mencionada, es la selección de actores. Todo el elenco de esta película se luce y sabe retratar una historia simple pero llena de matices y sutilezas captadas gracias a un guión excelente. En la conferencia de prensa, Victoria también habló de la intención que había tenido de contar una historia trágica (el intento de suicidio de la madre de dos hijas) pero con ciertos elementos humorísticos, porque justamente así es la vida, y podemos encontrar cierto alivio y decomprensión en esos momentos de humor. Porque el humor es el acercamiento a lo trágico; casi todo evento terrible puede tener una mirada de alguna manera cómica, un poco más reconfortante, y eso es lo que la película muestra. Y en este punto – más el afiche caricaturesco– no puedo evitar recordar a la gran The Savages, con dos grandes como Laura Linney y Philip Seymour Hoffman, en la que hay un conflicto similar (en este caso un padre con demencia) y dos hermanos con miradas muy disímiles con respecto a la enfermedad irreversible y a las consecuencias de ella en el entorno del enfermo. Hay también en esta película varios momentos humorísticos que sirven para romper el clima trágico que la enfermedad supone. En Cerro Bayo, el personaje de Inés Efrón es el que más logra este efecto cómico; Inés es una joya del cine argentino; cada vez que aparece en escena, con esa mezcla de ingenuidad y perturbación que la caracteriza, desata las carcajadas de toda la audiencia. El guión es genial y la relación entre ella y su hermano (Nahuel Pérez) tiene una naturalidad que solo ellos dos podían brindarle a esa historia. Verónica Llinás es otra actriz excelente que interpreta a la hermana más desapegada de las dos, las más racional y materialista, que deja entrever que no tuvo una buena relación con la madre, y que está más preocupada por dónde escondió su madre la plata que ganó en el casino que por si sale o no del coma. La actriz mexicana Adriana Barraza está muy bien en el personaje de la otra hermana, la más sensible, asquerosa e irritantemente sensible, totalmente devota de su madre y que muestra gran desaprobación por muchas de las conductas de su hermana. La película se desarrolla con un ritmo y una armonía perfectos y llega a construir las realidades de sus protagonistas en sus cortos 86 minutos. Hay una escena que quisiera destacar, que rompe con la estética de la película, cuando el personaje de Llinás entra a firmar la venta del terreno de su madre, el primer momento en el que escuchamos música extradiegética, que transcurre en cámara lenta, como otorgándole otra jerarquía, otra lectura, muy diferente al resto de las escenas. Una escena con cierto impacto visual, que desconcierta y a la vez transmite varias sensaciones. Grandes actuaciones, un guión excelente, una puesta en escena y un montaje cuidados hasta el más mínimo detalle, nos dan como resultado esta película hermosa, una de las mejores que vi hasta ahora en Pantalla Pinamar.
Horror sin Límites Érase una vez una joven muy muy linda que queda atrapada en las redes de un pescador muy muy sucio quien cree que la joven es una sirena o una foca; ambos se enamoran, entablan una relación, hasta que, un extraño y maléfico hombre comienza a perseguir a la damisela y ahí el pescador muy muy sucio descubre que la sirenita era en realidad una joven traficante de drogas rumana que escapaba de la ley. Igual la perdona, se casan y viven felices. Y colorín colorado, esta interesantísima historia se ha terminado. Con esta película me ocurrió lo que pocas veces me había ocurrido en mi vida: estuve a punto de levantarme e irme en la mitad. Pero, con el afán de disponer de más material para propinar una adecuada destrucción retórica, opté por torturar a mi cerebro el tiempo que fuese necesario y asistir a esa regurgitación cinematográfica hasta el final. Ondine es una especie de enmascaramiento de otra cosa. Es como una suerte de película para niños, con un guión paupérrimo -por ser extremadamente suave- y con un giro de tuerca final que resulta una tomada de pelo. Todo es un pretexto para mostrar dos cosas: a la chica/sirena/dealer en ropa interior, con actitud exasperantemente naif y aniñada, mientras seduce a Colin Farrel, y los paisajes de Irlanda. Muy linda fotografía, eso sí. El resto, puro humo. Es una historia torpe, tonta, aburrida, con actuaciones malas, pobretonas y carentes de cualquier tipo de emoción. Lo de Colin Farrell es tremendo. No es que este actor no haya tenido desaciertos garrafales en su filmografía (recordemos Alejandro Magno, El Nuevo Mundo, Daredevil), pero en esta película se va al pasto como nunca antes, derrapa por completo. Primero (y esto no es un tema que lo incumba directamente pero igual lo menciono acá), todos estamos de acuerdo con que los pescadores son sucios pero Colin en esta película te da un soberano asco, unas ganas de vomitar increíbles; parece que en su vida vio otro agua que no fuera el del mar en el que pesca. Así y todo, logra conquistar a esa princesita frágil, hermosa e impoluta. Segundo, estamos en Irlanda, en Cork, en un pueblo de pescadores; todo bien Colin pero, ¿es necesario tener un acento tan exageradamente forzado e incomprensible incluso para los propios irlandeses? Me resulta curioso que Neil Jordan, director de grandes películas como El Juego de las Lágrimas y Entrevista con el Vampiro, haya sido el responsable de semejante guión y de semejante película. No solo el guión es torpe y descuidado, con baches y situaciones traídas de los pelos y forzadas, las actuaciones no ayudan en absoluto a dar algo de coherencia y atractivo a esta historia. Como dijo mi colega Rodolfo arriba, el actor fetiche de este director es Stephen Rea y, en esta película, es el único que se luce un poquito, aportando cierta cuota de humor a la historia. De todas formas, me resulta triste que buenos actores formen parte de películas tan patéticas. Para mí, es como el principio de la pendiente cuesta abajo, el principio del final de una carrera digna. La hija de Colin Farrell, una nena que va a los chapasos de acá para allá por toda la isla en su silla de ruedas, es un ser precoz, con una percepción y una sensibilidad superior a la de los adultos (y sí, los adultos son una manga de incompetentes e incapaces), y para que no nos queden dudas de ello, nos refriegan de manera iterativa lo inteligente que es. ¿Por qué será que algunas películas nos tratan como idiotas mentales y repiten hasta el hartazgo cosas obvias y redundantes? Cuando se abusa de un recurso para mostrar algo se cae en el ridículo, en el extrañamiento, y eso ocurre con la actuación de esta nena, que termina por fastidiar y generar el efecto contrario al deseado. Y el hecho de que repitiera constantemente “curioser and curioser” (porque es muy viva y leyó “Alicia en el País de las Maravillas”) me puso muy nerviosa. Ondine, la chica que da nombre a la película, canta lindo (es una cantante polaca en la vida real), al estilo Enya, y así atrae a los peces, y tiene una belleza realmente increíble. Pero solo está ahí para eso, para que la observemos y nos deleitemos ante su belleza. A pesar de esta cualidad singular, no logra ni un ápice de química, piel o erotismo con Colin, que en esta película parece estar en piloto automático, totalmente inmutable, preocupado más por lograr el dialecto de Cork que por brindar una actuación mínimamente digna. Increíble viniendo del actor que encarnó una de las historias de amor más eróticas e intensas de la historia del cine en Miami Vice junto a Li Gong. Eso si, el lugar es hermoso y la fotografía se encarga de capturarlo, con largos planos generales del océano y de la geografía verde y campestre. En lo que hace a la historia, uno se queda con la sensación de haber visto una película que empieza como una especie de cuento de hadas, con un elemento sobrenatural, que de golpe y porrazo, sin verlo venir y de prepo, deviene en una especie de policial mediocre con un final feliz paupérrimo, romanticón y barato.
Ridi, Pagliaccio Balada Triste de Trompeta es una de esas películas que no le pasan desapercibida a nadie, independientemente de cuánto se admire a su director. Con una fotografía macabra y oscura y una banda de sonido poderosísima, Alex de la Iglesia nos sumerge en este mundo de payasos, en este Carnivale, en este freak show de amor y muerte. Ambientada en la España franquista, la película relata la vida de un payaso triste, cuyo destino es no hacer reír a los niños, ya que, habiendo vivido rodeado de dolor, jamás podrá llevar alegría al circo sino solo tristeza y dolor, a menos que haga virar su destino y elija la venganza como forma de vida. Inspirado por “Balada de la Trompeta” de Raphael, el payaso triste va mutando hasta convertirse en un ser macabro, diabólico, con infinitas ansias de venganza y dolor, obsesionado por el amor de una trapecista, novia de su enemigo, el payaso alegre, y por acabar con todos aquellos que se crucen en su camino. Inspirado en los personaje de Lon Chaney, Alex de la Iglesia construye este payaso triste, tímido, sometido y humillado para luego transformarlo en un ser grotesco, siniestro y lleno de maldad. El uso del material de archivo para ilustrar distintos momentos de la guerra deja entrever claras reminiscencias de Canciones para Después de una Guerra, gran documental sobre la España de Posguerra. Alex de la Iglesia mezcla géneros y los lleva al extremo; cada secuencia es exagerada, recargada, creada para impactar visual y dramáticamente. La estructura narrativa se sostiene solo por el caos y los excesos reinantes. Surrealismo, oneirismo, humor negro y mucho mucho gore: sangre, mutilaciones, violencia grafica, sexo salvaje, mujeres exuberantes, sometimiento, humillaciones, animales, canibalismo; todo estos elementos contribuyen al hermoso caos que es esta película. Sumado a esto, el montaje sumamente violento, la música salvaje y macabra, y el vestuario y los efectos sorprendentes crean esta atmósfera grotesca, oscura y delirante que solo Alex de la Iglesia es capaz de crear. Porque él mismo se define como un payaso, “que se inmola haciendo el ridículo”, que debe salir al espectáculo disfrazado y dar lo mejor de si mismo cada vez. “Ponte el traje y la cara enharina. La gente paga y aquí quiere reír, ¡ríe, Payaso, y todos te aplaudirán! Transforma en bromas la congoja y el llanto; en una mueca los sollozos y el dolor.”
La Vida no es Bella. Cuando terminé de ver esta película me quedé con una sensación por demás extraña, como con cierta indecisión con respecto a si lo que había visto me había gustado o no, y la sensación persiste, por eso me voy a limitar a hablar sobre los aspectos del film que me gustaron y los que no me gustaron. Las tres películas anteriores de Iñárritu me gustaron, especialmente 21 Gramos. Leí algunos comentarios sobre Biutiful y uno decía “la mejor película de Iñárritu”. Mi opinión, parcialmente formada, reza lo contrario. Biutiful no me disgustó del todo pero para mí es la peor de su filmografía. Sin bien en este film Iñárritu se aparta –o dice apartarse– de la estructura coral de sus películas anteriores, Biutiful no deja de ser una historia acerca de muchas historias, solo que en este caso, el punto de convergencia de todas, el eje temático, ya no es una situación determinada sino el personaje de Bardem. Y una de las debilidades de la película tiene que ver con eso, con intentar apartarse de un estilo pero volver a caer en él, torpemente y de refilón. Y el otro error que comete Iñárritu es querer abordar demasiadas temáticas tan pesadas y complejas. No estoy criticando el hecho de que una película quiera tratar varios temas, estoy cuestionando el hecho de que, inevitablemente, en dos horas y media, no se pueden cubrir todas esas historias sin dejar demasiados cabos sueltos o desprolijos. Porque Biutiful trata de: un ser humano frente a una enfermedad terminal, la muerte, la bipolaridad, la clarividencia, la trata de inmigrantes ilegales, la xenofobia, la corrupción de las fuerzas policiales, la familia, la paternidad, el amor, la homosexualidad, la pobreza y varias cosas más. Y termina la película y uno queda como golpeado, con la sensación de “tengo que procesar todo lo que acabo de ver”, lo cual está bueno, pero algunas cosas se pierden en semejante inmensidad. Sin dudas, el tema que peor está abordado es el don de Uxbal de comunicarse con los muertos; francamente, no entiendo el propósito de la inclusión de esto, no le veo razón de ser, y queda totalmente traído de los pelos. Otro punto muy débil de la película son los golpes bajos. En una entrevista realizada por Pagina 12, Iñárritu afirma: “me parece que la tragedia es extremadamente entretenida”. La tragedia en este film no es entretenida sino puramente efectista. A mí me gusta emocionarme con una película pero la emoción que disfruto es esa que surge a partir de que algo en la película me toca alguna fibra íntima o me toca algo adentro, algo mío, y a partir de eso aflora la emoción. La emoción causada por varias escenas de este film tiene un efecto inmediato, casi inconsciente, en el espectador, por ejemplo, al ver 40 planos distintos de un bebe muerto por envenenamiento por monóxido de carbono, o a Javier Bardem mientras acaricia el cuerpo de su padre muerto (¿¿¿???); todo, obviamente, con tonalidades menores de fondo. Pauline Kael hablaba justamente de eso en uno de sus ensayos, de la bronca que le provocaba encontrarse con films de este estilo, en los cuales se busca la emoción fácil, se persigue deliberadamente un efecto lacrimógeno en el espectador. Biutiful tiene varias escenas así y eso me molestó. Parece que Iñárritu hubiese pensado algo así como “te hago un dramón de aquellos; para eso elijo a un personaje, a punto de morir, al que le pasan las peores cosas que le pueden pasar a un ser humano, te meto en el medio 20 historias terribles, lo mezclo todo en una coctelera y tomá, arreglate”. No se, así quedé. Como puntos a favor puedo mencionar tres. -La actuación de Javier Bardem; sí, él “es” casi todo el film, aunque acá también hago una salvedad que tiene que ver con una falla del guión: ¿su enfermedad lo termina transformando realmente? Por momentos sí y por momentos no, no queda claro, o se termina desdibujando en la inmensidad temática que es el film. -La banda de sonido, compuesta por Gustavo Santaolalla –a excepción de la música efectista que mencioné antes– acompaña bien las escenas y tiene ese matiz minimalista y ecléctico característico de Santaolalla, que se conjuga muy bien con el estilo de la película, como fue el caso también de sus anteriores colaboraciones con Iñárritu. La música está reservada para ciertos momentos de tensión dramática, sin hacer abuso de ella, y genera gran armonía entre imagen y sonido en las escenas en las que aparece. La selección de música diegética es muy acertada también y provoca bastante acercamiento con el espectador. -Por último, hay un rasgo que suelo destacar del cine de Iñárritu: el realismo crudo con el que muestra las realidades; la estética, la fotografía, la puesta en escena, la técnica de cámara en mano, todo esto ayuda a instaurar un realismo y una verosimilitud impactantes. Uno realmente se siente oprimido por estas historias que, como es característico en el cine de Iñárritu, son sumamente trágicas y exploran lo más bajo de la condición humana. No se, creo que sigo sin decidirme pero bueno, esto es lo que logré esbozar.
Between a Rock and a Hard Place. Hay tres palabras que definen esta película: montaje, música y James Franco (serían 4 pero vamos a tomar a James Franco como una hermosa unidad semántica y morfológica). Montaje Esta es, sin lugar a dudas, una película de montaje. Cuando salimos de la Avant Premier que organizamos con la página, uno de mis colegas, Carlos Rey (quien hizo una crítica muy interesante), dijo algo así como “este es el verdadero artificio del cine”, o sea, cómo mantenernos frente a la pantalla durante una hora y media viendo a un flaco que queda atorado entre una roca y una pared. Esa es la magia del cine. Y estoy de acuerdo. Porque Danny Boyle se vale de recursos increíbles para lograr eso en el espectador. Al principio, una serie de video clips; luego una serie de montajes vertiginosos de Aron Ralston mientras se prepara para partir y mientras se dirige en auto y después en bicicleta hacia el cañón de Utah. Una vez que Aron está atrapado, la cámara va cambiando de posición para captar a Aron y para captar el diminuto lugar en el que se encuentra. Intercalados, hay varios flashbacks y algunos flashforwards, a partir de los cuales derivamos cierta información sobre la vida de este joven aficionado a los deportes extremos: una relación amorosa, su familia, su pasado. Mediante estos flashbacks, Aron realiza cierta introspección y se empieza a cuestionar algunas cosas de su existencia, principalmente el sentido de su vida y el sentido de los afectos, la familia, la pareja. En los flashforwards imagina situaciones que él tiene la certeza de que van a ocurrir y, en una escena muy linda, se ve a sí mismo como padre y eso es una gran motivación para que su historia termine como termina. Por momentos, el montaje también sirve como recurso para explorar ciertas alucinaciones o estados oníricos de Aron. O sea, casi toda la película es un trabajo de montaje brillante y vertiginoso. Música Gran banda de sonido, impecable, a cargo de A. R. Rahman. Cada pieza musical converge de manera perfecta con cada escena del film. Desde la música frenética del principio, que calza impecablemente con el montaje inicial, hasta la música esperanzadora del final, pasando por la que acompaña cada uno de los flashbacks y las melodías más lúgubres en los momentos más dramáticos. Pero para mí, la escena más hermosa de toda la película es la escena en la que Aron ve a su hermana mientras toca el piano, en su casa, con sus padres, y después la vuelve a ver, de grande, vestida de novia, y recuerda que para su casamiento ellos tocarían juntos y ahí la ve de nuevo, en una imagen como superpuesta, mientras ella interpreta Nocturno Nº 2 en Mi Bemol y él murmura “Way to go, sis”; esa escena me hizo saltar las lágrimas, quizá porque amo los Nocturnos de Chopin, quizá porque en ella se ve la desahucia, la resignación del personaje y la inevitabilidad de su supuesto final en ese momento. Una escena que quedará grabada en mi retina para siempre. James Franco Realmente quedé sumamente perpleja ante la actuación de Franco. Hay una escena en la que fantasea con una especie de talk show en el que se entrevista a sí mismo; la mayoría de las personas con las que hablé me dijeron que no les gustó esa escena, que les pareció forzada y descolgada; para mí, es una escena muy poderosa; hay un desdoblamiento sumamente interesante del personaje, una reflexión terrible y desesperante mediante el humor y el sarcasmo. A medida que avanza la secuencia, el rostro de Franco se va transformando hasta quedar con la mirada fija en la nada, reflexionando sobre qué cosas hizo en su vida, qué cosas no hizo, y las consecuencias de ello. La escena de la amputación la vi a medias. Era demasiado realista como para no revolverme las tripas, pero traté, aunque sea por breves instantes, de mirarlo a él, las expresiones de la cara, y sí, James Franco deleita a cada instante con su actuación soberbia. Si bien esta película tiene todo el artificio que la hace ser lo que es y que allana el terreno para cualquier interpretación, James Franco igual la rompe. Cuando salimos de la sala estábamos todos muy abatidos, y se veía en nuestros rostros una mezcla de fascinación, asombro, incredulidad y extrañeza. Danny Boyle innegablemente logra una obra fascinante y poderosa. Hay algo en el final que me molesta un poco, esta cosa de mostrar al personaje y todos sus logros, como en un pseudo mensaje moralizante estilo “no importa las adversidades que la vida te presente, debes dar batalla y seguir adelante”. Si bien la historia es una historia real, esperaba otro final, quizá no tan grandilocuente y más en sintonía con lo que había visto antes. De todas formas, es una gran película.
Here I go again on my own. Con un desenlace un tanto previsible y claras reminiscencias de grandes títulos como Toro Salvaje y Rocky, en la historia del primero y en las escenas más grandilocuentes del segundo, El Ganador se abre paso dentro la tradición de películas de boxeo y sale bien parada. La historia ya es sabida: Dicky Eklund (Christian Bale), alguna vez gran boxeador y orgullo de Lowell, Massachusetts, devenido ahora en adicto al crack, entrena a su hermanastro, el no muy prometedor Micky Ward (Mark Wahlberg), para que logre triunfar en el mundo del box y se convierta en su sucesor. La historia se centra en las vidas disímiles de estos hermanos y la conflictiva entre ambos. Estamos frente a una historia sobre la redención, la gloria, el reconocimiento personal, las adicciones y, particularmente, la familia. La película nos retrata un sistema familiar altamente disfuncional, matriarcal, enteramente dominado por una madre apabullante (buena actuación de Melissa Leo, un tanto hiperbólica por momentos), sobre protectora, controladora, que niega realidades que están frente a sus ojos y que, en pos de mantener a sus hijos dentro del circuito del box, es capaz hasta de poner en peligro la vida de uno de ellos. La familia funciona como un gran bloque impenetrable e incuestionable. El único integrante que se revela contra esto, que se atreve a desafiar al sistema, es Micky, a partir de la irrupción de Charlene en su vida (sorprendente actuación de Amy Adams, quien por primera vez en su carrera abandona el papel de chica dulce e ingenua, ¡bien por ella!). Micky parece ser el más débil pero, indudable y predeciblemente, termina siendo el más fuerte y el más coherente de todos. Mark Wahlberg nunca me convenció demasiado; tiene una cosa entre cansina, apática e inmutable, casi como si le diera paja actuar, pero acá ese estilo cuadra a la perfección con su personaje porque, justamente, Micky es así, un tipo opacado por su hermanastro, con poca confianza en sí mismo producto de varias derrotas en el cuadrilátero, un tipo pensante, calmo, reflexivo, que contrasta violentamente con el resto de esta familia ruidosa, violenta, expansiva, con 7 hermanas (geniales las escenas de ellas) que funcionan como una gran patota intimidante, con su madre a la cabeza. Y Christian Bale es un groso, ni más ni menos. Mas allá de la caracterización física (nuevamente con gran pérdida de peso), Bale actúa con los ojos, con la boca; en este film, su rostro es un constante deleite visual, que transmite millones de sensaciones en cada plano. Con los ojos desorbitados, el ritmo cuando camina y ese acento tan particular, nos muestra lo más apasionado y loable de Dicky, así como también su lado más oscuro y sus peores miserias. Pero en mi opinión, el aspecto más interesante del film es la puesta en escena, la cual impregna a toda la película de un realismo asombroso. El film está rodado, en su gran mayoría, con una steady-cam, especialmente en la primera parte, en la que el canal HBO sigue a Dicky para hacer un documental sobre él. Las escenas de las peleas son realmente increíbles. Como todas las peleas de Micky Ward fueron televisadas por HBO, se usaron imágenes reales de esas peleas y el audio real de los comentadores. Para filmar el resto de las secuencias, se contrató al equipo técnico de HBO con sus cámaras, lo que brinda esa imagen tan particular. El resultado: realismo puro, naturalismo, crudeza, autenticidad. Estamos ahí, somos parte del público, los boxeadores nos salpican con su sudor y su sangre. Sumado a eso, mientras miraba esas escenas, pensaba: “A Mark Wahlberg le están dando en serio” y, efectivamente, Wahlberg no usa dobles para las escenas de las peleas, es él y pelea en serio. Para ello, pasó 5 años entrenándose para ganar masa muscular y aprender las tácticas de Ward a la perfección. Sus contrincantes también son boxeadores reales. Y para terminar, y ya que amo profundamente la música, quisiera hacer un comentario sobre la banda de sonido, la cual incluye grandes temas de grandes bandas como Aerosmith, Led Zeppeling, Whitesnake, The Rolling Stones y Ben Harper. Las películas que tienen algún tema que yo amo suman puntos a lo loco. Hacia el final, hay una escena hermosa: Christian Bale y Mark Wahlberg caminan por la pasarela, en dirección al ring, de fondo suena “Here I Go Again” al mango y ambos la tararean, mientras Bale le palmea el hombro a Wahlberg. ¡¡Qué escena perfecta!! Estas son las cosas que me ponen la piel de gallina y me dan ganas de llorar y de abrazar al director y decirle: ¡¡¡¡¡Gracias por esto!!!!! Es una sensación que me invade, un deseo de que esto no termine nunca, de que este momento no se me vaya, de querer guardarlo en la retina para siempre. Y eso que no estoy hablando de una película que me re craneó, pero esta escena es simplemente inolvidable, “Cause I know what it means, to walk along the lonely street of dreams”.
La Vida es un Calvario (Advertencia: te cuento un poco el final; a mí me pasó lo mismo pero no me avisaron) Gamusino: Animal imaginario, cuyo nombre se usa para dar bromas a los cazadores novatos. La broma más habitual consiste en convencer al novato de que el gamusino es un animal esquivo que sólo puede cazarse de noche. Morir como un Hombre es una de esas películas que me hacen amar aún más el cine y querer hacer crítica. Tiene tantas cosas que no sé ni por dónde empezar. Tonia es un travesti en constante conflicto con su realidad sexual: el miedo a operarse y cambiar de sexo, por un lado; el deseo de su novio Rosario de que ella se convierta, de una vez por todas, en una mujer, por otro. Durante más de la mitad de la película nos adentramos en el trágico mundo de Tonia: un trabajo como drag queen en un espectáculo que empieza a preferir artistas mas jóvenes que ella; un hijo drogadicto y criminal, con una gran conflictiva de identidad sexual, de la cual responsabiliza a su padre; y, su peor tragedia, su novio Rosario, adicto a la heroína, a quien Tonia trata, a lo largo de toda la película, de rescatar de las drogas. Tonia siente gran devoción por él y es capaz de tolerar hasta las más aberrantes humillaciones y degradaciones, al punto de perdonarlo cuando quema a su amada perrita Agustina. En un momento determinado, empezamos a ser testigos de cierta transformación en Rosario; comienza a dejar las drogas, vuelve a trabajar (era vestuarista en el espectáculo de Tonia) y empieza a tratar a Tonia de otra forma. La película también empieza a mutar; ya no estamos frente a una historia lúgubre y angustiante, y la tragedia empieza a quedar atrás para dar paso a otra estructura narrativa y a otra estética. Tonia y Rosario se van de viaje, y ese viaje se ve interrumpido por lo que considero el mejor momento de la película, un punto de inflexión, un interludio, a partir del cual nada vuelve a ser lo que era. En el medio de un bosque, en una casa que ya habíamos visto al principio de la película –cuando el hijo de Tonia, en medio de una práctica militar, mata a uno de sus compañeros luego de haber tenido sexo con él– conocemos a María Bakker. Justamente, en la puerta de su casa, está enterrado el soldado “que cayó muerto del cielo”. Y quedamos perplejos, desconcertados, pero a la vez maravillados, ante este personaje exótico, una artista, una cantante, también travesti, que vive con Laura, su ayudante, otro travesti, a quien su padre golpeaba cuando era chica “para hacerla hombre”. No llegamos a entender bien el porqué del encuentro con María Bakker (el director de la película, João Pedro Rodrigues, se refiere a ella como “un doble más sofisticado de Tonia”), pero eso no importa, porque nos zambullimos en esa historia y nos deleitamos ante un sinnúmero de escenas extraordinariamente hermosas y, a la vez, misteriosas. La relación entre María y Laura también es muy extraña, con una mezcla de sumisión, perversión y amor que no llegamos a descifrar del todo. En cierto momento, llega el Dr. Felgueiras y salen todos a cazar gamusinos. ¡Qué escena increíble, por favor! Un plano fijo, de 4’30’’ de duración, que encuadra a todos los personajes –menos a Tonia que no está presente– sentados en el bosque, con la canción “Calvary” de Baby Dee que suena a todo volumen; toda la pantalla se tiñe de rojo, y nos quedamos ahí, junto con ellos, contemplando el cielo, inmersos en ese momento de éxtasis, paz y profunda dicha. La melodía es terriblemente triste, la letra, desgarradora, y la voz grave de Baby Dee nos trasmite millones de sensaciones, nos llega al alma hasta conmovernos, en una mezcla de Gospel y canción de cuna; y escuchamos una y otra vez los versos y nos transportamos a otro mundo, al mundo de los gamusinos, al mundo de lo imaginario, de lo fantástico. Baby Dee, una artista transexual de performance, escribe en el blog de uno de sus fans: “…hay una película en cartelera, maravillosamente larga, lúgubre y trágica (llena de sexo gay explícito), que usa una canción mía de una manera sorprendente”. Con respecto a esta escena, Rodrigues dice que la idea era darle a la película un aire de género musical y film mudo, en los cuales la acción se detiene cuando suena la música, y a la vez introducir esta sensación fantasmagórica que brinda el bosque y el misterio que él encierra. El uso de la música en la filmografía de Rodrigues es bastante particular; las canciones acompañan escenas, como la del bosque, de extrema quietud y de cierta experimentación, y en general provocan un quiebre en la estructura narrativa. En muchas escenas, son los personajes quienes interpretan temas musicales, ya sea cantándolos o tarareándolos. Este rasgo, entre otros, hace de Rodrigues un director poco convencional. Si bien muchas veces se lo compara con Pedro Almodóvar, Rodrigues hace brillar sus películas gracias a su audacia, su realismo y su retrato crudo y carnal de las historias que filma, características que lo diferencian del mencionado director español. Tanto en Morir como un Hombre como en sus dos películas anteriores, O Fantasma y Odete, aborda temáticas controversiales (transexualidad, prostitución, homosexualidad, perversión) pero logra escapar de los clichés en los cuales suelen caer las películas de ese estilo. El hecho de no mostrar a Tonia sobre el escenario es una excelente maniobra para escapar del estereotipo del drag queen. En sus películas no hay juicios de valor, no hay apreciaciones morales, solo la representación de la usualmente trágica vida de sus personajes. Y, volviendo a la magia de la escena de “Calvary”, y como bien dice Baby Dee, la película es todo eso: lúgubre, trágica y sorprendente. Y esa paz y esa serenidad que sentimos a partir de esa escena inundan el resto de la película hasta el final, un final trágico, sin dudas, y conmovedor, en el que Tonia decide, ya que ha vivido como una mujer (o ni siquiera, porque no ha sido “ni carne, ni pescado”), morir como un hombre, con todo el dolor del mundo por no haber podido cumplir su sueño de ser mujer, por no haber podido escapar de su destino, pero con el consuelo de tener a Rosario, incondicional hasta la muerte, junto a ella. “Levanta tu cruz y sigue, ¿no me quieres seguir? Despierta, despierta en medio del dolor, despierta en medio del Calvario.”
Secreto en la Montaña El afiche de esta película, y algo previo que había leído sobre el argumento, no me inspiraba más que una idea de este estilo: “chica buena, rubiecita, linda, se acomete a buscar a su padre para no perder su casa; en el camino se topa con gente muy pero muy mala y, a pesar de las adversidades, sale airosa de la situación y se queda con su casa”. O sea, pensar en fumarme esta película era para mí casi tan excitante como mirar una comedia romántica o una película de Suar. Sin embargo, mi negatividad me condujo a probarme a mí misma que, muy de vez en cuando, mis juicios apriorísticos fallan. Y semejante equivocación suscitó en mí cierto interés por investigar sobre esta película, su directora y la génesis de esta historia. Y me encontré con algunos lindos textos, entre ellos, el de dos profesores estadounidenses que analizan ciertos conceptos muy interesantes (debo confesar que estuve tentada de apropiarme de ellos y adjudicarme todo el crédito pero temí que alguien descubriera el burdo plagio y que mi incipiente carrera de crítica se viera seriamente comprometida; por ende, los plagios están explicitados). El primer concepto que introducen estos autores es el de “shatter zones”, o sea “zonas de fragmentos” (acepción geológica originaria) o “zonas de refugiados” (acepción posterior, y en la cual me concentraré ahora), para referirse a los condados de Taney y Christian, en las montañas de Ozark del estado de Missouri, al sur de los EEUU, donde transcurre la película. El film ilustra ese segundo sentido de manera magistral. Estamos en un lugar inhóspito, en el medio de la nada, donde la sola supervivencia es una ardua tarea; un lugar habitado por refugiados y forajidos, que se rige por un hermetismo absoluto para los “outsiders”, y por un estricto código de honor para los “insiders”, cuyo incumplimiento puede traer como consecuencia nada más ni nada menos que la muerte, acto que todos están dispuestos a tapar en pos de preservar el código y regular el comportamiento de la comunidad. Y los espectadores nos vemos inmersos en esta realidad que Debra Granik, con increíble pericia y apabullante veracidad, nos muestra. Mucho de la estética del film tiene que ver con el estilo característico de Granik, el documental regional, que apunta a observar y retratar la realidad con extrema fidelidad, para lo cual Granik se vale de gran cantidad de largos planos fijos y primeros planos; esto indudablemente le brinda a la película una sensación de acercamiento y contacto con esa realidad. Lo que también contribuye sustancialmente con esta idea de realismo es el hecho de que muchos personajes de la película son interpretados por habitantes reales de Ozark. Uno de ellos es la cantante Marideth Sisco, a quien vemos en una escena en la que interpreta High on a Mountain, escena sorprendente por su simpleza y su autenticidad. Otro concepto que introducen los autores es el de “dark-fairytale tradition” o “Märchen”, o sea “cuento lúgubre de hadas”, muy característico de la literatura de la zona de las montañas Ozark y Apalaches, y de países como Alemania, Suecia y Noruega. Este tipo de historias, como la de Lazos de Sangre, se caracterizan por escenarios oscuros, tenebrosos, e historias sangrientas y despiadadas con protagonistas, generalmente niñas o mujeres jóvenes, en situaciones de mucha violencia, opresión y hostilidad. No obstante, en el medio de todo este escenario desolador, las heroínas de estas historias logran vencer a los enemigos y a las adversidades que se les presentan. Con respecto al concepto de “oscuridad”, Debra Granik afirma que ese es el factor común entre muchos de sus personajes. Irene, la protagonista de su primera película, Down to the Bone, es una mujer que lucha contra su adicción a la cocaína. La pregunta que se formula Granik una y otra vez es: ¿Pueden estas personas realmente redimirse, abandonar sus adicciones y salvarse? En Lazos de Sangre esta pregunta resuena nuevamente al observar las vidas de muchos de los habitantes de la comunidad pero no logramos arribar a una respuesta convincente. Y ahora quisiera pasar al tema de las actuaciones de los actores. El crítico Roger Ebert habla del personaje de John Hawkes, Teardrop, y afirma que “su existencia inflinge una herida a la dicha que implica estar vivo”. Y cito a Ebert porque mi crítica está construida sobre la base de plagios y porque parece que varias personas supieron poner en palabras mis pensamientos con una articulación que yo jamás habría alcanzado (aunque la traducción de Ebert es mía). Y realmente, la presencia de Teardrop nos aflige, nos estruja las vísceras, porque vemos en él una persona arruinada por la vida, tanto física como mentalmente, pero con cierta lucha interna que surge a partir de la aparición de su sobrina y la búsqueda de su hermano. Y Hawkes transmite esa dualidad magníficamente bien. Por último, Jennifer Lawrence, en el papel de Ree Dolly, merece una mención especial. Esta actriz de 19 años es sorprendente. De manera conmovedora y soberbia, nos transmite los sentimientos de desesperación, desahucia, desprotección y desamparo que la inundan ante la posibilidad de perder lo único que le permite criar a sus hermanos y cuidar a su madre: su hogar. Los espectadores, durante gran parte de la película, no vislumbramos ni un atisbo de esperanza ni de escapatoria; sin embargo, no sentimos lástima por ella; nos identificamos, empatizamos con ella, queremos desesperadamente que lo peor no ocurra, que su devoción, su tenacidad y su inquebrantable determinación triunfen sobre lo terrible y brutal del mundo en el que vive. En este mundo de refugiados, devastado, corrupto, en el que las drogas y el crimen son parte de la cotidianeidad, Ree intenta construir otra vida para sí misma y para sus hermanos; es parte de ese mundo y se crió en él –“I’m a Dolly, bred and buttered”, como ella dice– pero la posibilidad de su “triunfo” le confieren un irrefutable carácter de heroína y le brindan a la película un hermoso aire esperanzador, reforzado por ese último plano hermoso, con ella y sus hermanitos sentados en la escalera de la casa; simplemente maravilloso.
La Vergüenza Ajena El Mal Ajeno es una de esas películas que, sin previa investigación demasiado exhaustiva acerca del argumento, me llamaba la atención, lo suficiente como para augurar un buen puntaje. Sin embargo, a media hora de iniciada la película, tuve una epifanía, una gran verdad se reveló ante mis ojos: mis predicciones fallaban violentamente al tiempo que mis sentidos no daban crédito de lo que salía inescrupulosamente de la pantalla. La historia arranca con cierta cuota interesante de misterio e intriga; Eduardo Noriega (Diego) en la escena del estacionamiento; un disparo, un suicidio; nada queda muy claro y uno se ve, aunque solo lacónicamente, atrapado por una historia que termina desdibujándose por completo; más que desdibujarse, me atrevo a afirmar que esta historia se convierte en un mamarracho, derrapa por completo para concluir en una sucesión de escenas finales dignas del más paupérrimo film melodramático de Hallmark Channel. Supuestamente, a medida que avanza la historia, somos testigos de la “transformación” de Diego, que muta del harto conocido cliché barato de “médico insensible, frío, totalmente desapegado de sus pacientes” a “médico afectivo, conectado con sus sentimientos e involucrado con sus pacientes”, al punto de poder salvarlos, curarlos con sus manos (Sir Elton debería reclamar derechos de autor; “Healing Hands” hay solo un par y, sin lugar a dudas, son las tuyas y no las de Noriega, Elton). O sea, todo lo que toco lo convierto en sanito hasta que, de golpe, así de la nada, como todo en esta película, mis manitas no solo no salvan más vidas, sino que empiezan a matar a mis seres queridos. ¡Tremendo! No satisfechos con estar presenciando semejante aberración guionística, somos testigos de una última e interesantísima vuelta de tuerca: el de las manitas mágicas salva-vidas es capaz de transferirle el don a ciertas personas –así como él lo recibió de alguien en primer lugar– pero no a cualquier persona, sino a algunas cercanas a él, que convienen para el propósito de la historia, y que vienen a ser como él, una suerte de ángeles que salvan vidas y regalan bebes por ahí. De un patetismo pocas veces visto. Oskar santos intenta contar una historia sobre la conflictiva interna de los protagonistas, sobre sus incapacidades, sus limitaciones, sus desgracias, sus miedos, y agrega este elemento sobrenatural o fantástico, el don de Diego, clara influencia de Alejandro Amenábar –quien se define como “mentor” de este trabajo– y clara influencia de autores como Henry James y Edgar Allan Poe, ya vista en otros films dirigidos por Amenábar, en un intento por llevar adelante una historia que no termina provocando más que un sentido rechazo por parte del espectador. Justamente, lo que se produce en obras pertenecientes al género de lo sobrenatural es el fenómeno denominado “suspensión de la incredulidad”: el espectador es consciente de que lo que está viendo no pertenece al mundo de lo real; sin embargo, elige voluntariamente hacer caso omiso de ello y adentrarse en el mundo fantástico que se le presenta, sin cuestionar la verosimilitud de los acontecimientos sobrenaturales. Lo que ocurre con esta película es que, al ser la historia tan disparatada y ridícula, no suspendemos la incredulidad; por ende, lo que vemos nos choca y lo rechazamos. Lo rechazamos al punto de sentir que estamos frente a una parodia o una sátira; yo, por momentos, tenía la sensación de estar viendo una remake barata de Spider Man, con el gran lema de “un gran poder conlleva una gran responsabilidad, Peter”. ¡Por lo menos con Spider Man me entretuve un poco más! Otra cosa que no ayuda en absoluto a la historia es el hecho de que muchas escenas están totalmente sobreactuadas e hiperbólicas (Angie Cepeda, cuando llora sobre la tumba de su hermana; Carlos Leal, cuando le dice a Belén Rueda “y todo esto es por tu culpa”; varios momentos en los que Noriega llora, o intenta llorar; algunos momentos en los que Noriega intenta “reconstruir” su relación con su hija y demostrarle todo lo que no le demostró en sus 19 años de vida; entre otras tantísimas), con el único propósito de sobre explicar todo, de no dejar duda alguna acerca de qué le pasó a cada personaje y qué lo llevó a estar en la situación en la que está. Otras escenas resultan inverosímiles pero no por el “condimento fantástico”, sino por la torpeza de su inserción. Un ejemplo de ello es la muerte de la hermana de Angie Cepeda o, más que su muerte, la reacción de sus dos perpetradores ante ella. A esa altura de la película, yo ya estaba totalmente entregada y resignada a que, lo que restaba, no fuese más que una sucesión de sinsentidos y cursilerías de la peor calaña. Sumado a todo eso (o restado), la casi inexistente química que hay entre Noriega y Rueda es sorprendente, aunque más sorprendente e inverosímil resulta, en verdad, la inclusión de esa historia en la película que, como casi todo en ella, es totalmente constreñida y no aporta nada en absoluto. Pero bueno, quizá podamos desprender cierto mensaje de esta conmovedora e intrigante historia, algo así como “hay una luz cuando la oscuridad desaparece, tócame ahora y haz que vuelva a ver, arrópame ahora en tus tiernas manos que curan”, o quizá lo único rescatable de la película sea Eduardo Noriega a quien, por lo visto, los años le sientan maravillosamente bien. Aunque, ojala los años trajeran un poco más de sabiduría, o por lo menos una pizca de tino, a la hora de elegir roles, ¿no, Eduardo?