El precio de la felicidad En su nuevo documental, Néstor Frenkel retrata con ojo crítico el cada vez más extendido circuito de premios a comunicadores y artistas. Hay un problema del orden de las intenciones en Los Ganadores, el nuevo documental de Néstor Frenkel (El Amateur) que indaga en la cada vez más extendida industria de los premios a comunicadores y artistas. Y es que presume de una inocencia que el relato condena. La voz en off que habla en nombre del cineasta declara puro ánimo de curiosidad y llano interés por conocer ese mundo de autocelebración y de ganas de festejar un reconocimiento, cualquiera sea. Pero el filme toma decisiones narrativas que contradicen toda ingenuidad. Esa dicotomía, ese doble lenguaje, queda patente en varios pasajes pero especialmente cuando le pide a un entrevistado que sonría a cámara sosteniendo la medalla que recibió por su programa de radio, y mantiene la toma fija durante dos minutos. La incomodidad del protagonista que se siente en ridículo se traslada directo al espectador, que duda del interés exploratorio del filme y queda preso de un ejercicio cinematográfico demasiado cruel. Es un hecho que en el mundo de los comunicadores levantar una estatuilla se ha vuelto algo habitual, y Frenkel releva el circuito de premiaciones por ciudades y pueblos de todo el país: allí está el premio Río de los Pájaros en el interior de Entre Ríos, El Dorado en El Chaco, el Cuna de la Bandera en Rosario, el Tehuelche en Puerto Madryn o los Estampa de Buenos Aires en Villa Devoto, por citar solo algunos. En cada lugar los organizadores replican dentro de su presupuesto y de sus posibilidades la liturgia y la pompa de las grandes ceremonias del mundo del espectáculo. Gran observador de detalles, hábil narrador, Frenkel releva la trastienda de estos eventos hechos a pulmón que entregan galardones de Plata, Oro y Platino en el salón del gimnasio comunitario, en el que los agasajados vestidos de brillo comparten las mesas donde se sirve jugo en vasitos de plástico. Ficción y realidad juegan con sus propias reglas en estas ceremonias que se multiplican en selfies, discursos y abrazos emocionados, con categorías que parecen a medida y de las que nadie se va con las manos vacías. Aunque no está en el plan de trabajo declarado, la cámara trabaja con astucia y capta conversaciones que dejan al descubierto las malas artes de los que venden la ilusión. La música refuerza la parodia.Todo sea por la autocelebración y el reconocimiento de los demás. Los Ganadores, el nuevo documental de Frenkel, puede ser entretenido, ágil, sólido, mordaz y políticamente incorrecto. Pero nunca, inocente.
La animación franco-canadiense tiene a una niña huérfana de protagonista y es una deliciosa versión de un cuento de superación. Una historia de sueños y superación es la que propone Bailarina, la nueva animación franco-canadiense que, con un planteo clásico y lineal, ventila sin embargo con una ráfaga de aire fresco varias estanterías de libros “ñoños” y algunos esquemas de los clásicos cuentos infantiles. Félicie es una nena alegre y vital que tiene la energía de una ardilla aunque vive encerrada en un orfanato con severas reglas de seguridad. Su sueño es ser bailarina y para cumplirlo no le quedará otra que salir de allí. Con Victor, su encantador amigo, emprenderán entonces la aventura de llegar a la Ópera de Paris. De una factura delicada y detallista, la fuga (y la persecución) abusa quizá de los golpes pero regala pasajes de adrenalina pura. Dinámica y divertida, Bailarina transcurre a fines del siglo 19 en la Paris de Gustave Eiffel (es un deleite la recreación de la ciudad), pero los personajes protagónicos tienen la frescura de los chicos de hoy, que podrán reconocerse sus peleas, los juegos de igual a igual y la picardía para saber mentir un poco si el objetivo vale la pena. Para esta nena pobre que delira por interpretar en puntas de pies el Cascanueces pero solamente cuenta con altas dosis de entusiasmo, gracia y simpatía, convertirse en una bailarina le significará mucho esfuerzo y, sobre todo, mucho ingenio. Las prácticas serán la versión femenina y animada de aquellos pasajes memorables de Karate Kid. Y ahí los que disfrutan son los adultos que llevan a las chicas y los chicos.
El filme italiano “Nuestros hijos” pone a dos matrimonios frente a un dilema existencial. Está inspirado en el bestseller “La cena”, la novela del holandés Herman Koch. ¿Hasta dónde un padre, una madre, están dispuestos a llegar para evitar que un hijo adolescente caiga en problemas serios con la ley? Frente a la dolorosa comprobación de que los chicos incurrieron en un delito deleznable y violento, ¿se impone asumir las consecuencias con la verdad como baluarte o tratar de que entiendan la lección zafando de los efectos más desagradables? ¿Es el futuro de los jóvenes el que está amenazado, o la costosa felicidad de los adultos? Por ese andarivel de dilemas morales y existenciales navega la película italiana Nuestros hijos, el filme de Ivano de Matteo que es una de las novedades de la cartelera pero que data de 2014 y recibió premios en Venecia y Alemania. La película es una versión (muy) libre del bestseller La Cena, de Herman Koch, la novela de 2009 que desnudaba la doble moral de la burguesía holandesa al ritmo de un menú de tres tiempos en un distinguido restaurant. En el filme, situado en Roma, la cena funciona apenas como una referencia más de para mostrar los mundos irreconciliables de dos hermanos adultos, uno abogado penalista (Alessandro Gassman) y el otro cirujano pediátrico (Luigi Lo Cascio), no obstante lo cual todos los meses, desde hace 10 años, insisten en reunirse con sus esposas en un elegante bistró. Por sus profesiones, los dos se codean con los efectos de una sociedad violenta, pero nunca la imaginaron a cargo de sus hijos. Cuando estalle el conflicto, cada uno hará lo que pueda con tanta conmoción y allí estará la cámara para atestiguar el terremoto. Giovanna Mezzogiorno (soberbia como la madre de Michele), y Barbora Bobulová (la madrastra de Benny) completan el cuarteto de adultos que pelea la situación límite con un manojo de principios al borde del abismo.
Velada de redención Hay en la película de Germán Tejeira una atmósfera de plácida melancolía, un tiempo tranquilo y manso que dispone al espectador a acompañar a los tres protagonistas en su presente de soledad en la noche de Año Nuevo. Todo transcurre durante esa velada en la que supuestamente mandan la fiesta y la alegría, y los buenos propósitos y la posibilidad de corregir el rumbo de la propia vida brillan en el horizonte como una luz a seguir. Pero en Una noche sin luna abundan los apagones y ninguno de los personajes parece entregarse del todo a la celebración. Se mantienen en su vida sencilla, ajenos a los fuegos artificiales de los que cultivan la fiesta. En esta comedia amarga, situada en torno a un pueblo uruguayo que se llama Malabrigo pero que podría latir en la geografía profunda de cualquier país, el tiempo pasa y se lleva las oportunidades pero es una noche especial y habrá pequeños gestos amorosos para redimirse. El taxista César (Marcel Keoroglián), un gigante amable y bonachón, saldrá de la ciudad como un novio enamorado para pasar la Nochevieja junto su pequeña hijita y compartirá un asado en el nuevo hogar de su exmujer. También está Tony, un mago de varieté (Roberto Suárez), que deja la pensión para animar la fiesta del pueblo hasta que el auto destartalado en el que andan él y su conejo blanco los obliga a cambiar de planes, en plena ruta. La tercera historia pone al músico Daniel Melingo en los zapatos de un cantor que está purgando algún error y que en la primera salida transitoria del penal regalará una postal maravillosa cuando suba al escenario. Acompañarlo en esa aventura de libertad bien vale sentarse en la butaca del cine. Una noche sin luna camina por la senda de aquellas historias mínimas de Carlos Sorín, con guiños de humor perdedor que recuerdan a Felicidades, de Lucho Bender. Las historias se conectan en la humanidad de estos personajes masculinos y el mérito está en la mirada cariñosa con que Tejeira trata a sus criaturas, que pierden, que empatan, que se reconocen en su mala fortuna pero que nunca se enojan. "Lo que pasa es que últimamente tengo mala suerte", le confiesa el mago a Laura, la chica del peaje que encarna con luz propia la cordobesa Elisa Gagliano para completar este póquer de corazones solitarios. Una noche sin luna Comedia dramática Calificación: Buena Drama. (Uruguay, Argentina, 2014). Guion y dirección: Germán Tejeira. Con Daniel Melingo, Marcel Keoroglián, Roberto Suárez y Elisa Gagliano. Duración: 78 minutos. En el cine Gran Rex a las 22.05 y en el Dinosaurio Ruta 20 a las 18.20.
Dos años después de su estreno en España, llega finalmente al país Carne de neón, este filme escrito y dirigido por el sevillano Paco Cabezas (Aparecidos), que durante casi dos horas traslada al espectador al submundo de la prostitución, la delincuencia y la noche en una ciudad andaluza donde manda ley de la calle. La película es una versión extendida de un cortometraje que realizó el director en 2005, y lo primero para decir es que la experiencia resulta desconcertante, porque la cámara cambia demasiadas veces de tono para ir de la comedia negra al thriller, del drama crudo a la acción. Y pocos directores pueden tener el pulso justo para ser convicentes en ese desborde. El filme rinde tributo a esas influencias del mejor Tarantino, Almodóvar o Guy Ritchie, con escenas bien logradas, travellings ágiles, música potente y relatos de videoclip a pantalla dividida. Sin embargo, la alquimia funciona de a ratos. En esta coproducción española, francesa y argentina, la historia gira en torno a Ricky (encantador Mario Casas, una de las figuras del momento en España), un joven abandonado en la calle a los 12 años por su madre prostituta que se hizo hombre vendiendo pastillas y drogas en la calle. Con esas artes logró reunir un buen ahorro y ahora les pedirá a sus amigos, un proxeneta perdedor (Vicente Romero) y su bruto guardaespaldas (Luciano Cáceres), y una travesti sensible y amorosa (Dámaso Conde), que lo ayuden a instalar un puticlub para que regentee su madre (Ángela Molina) cuando salga de la cárcel. Con solvencia en las interpretaciones, cada uno de estos personajes tejerá su propia trama y se volverá querible, recortado en su imperfecta humanidad. Con buenas y varias pinceladas de humor negro, sin duda está allí lo mejor de la película.El plan inicial del burdel tendrá que sortear varios obstáculos para volverse realidad, y queda claro enseguida que Ricky se habrá criado bajo el imperio de la ley de la calle, pero le falta malicia para ser un explotador. Luego, la historia se irá desparramando hacia otros tópicos, sórdidos, como la represión a los inmigrantes, el tráfico de bebés o la trata de mujeres para la explotación sexual. Y a la hora de las definiciones habrá descontrol, muchos tiros y sangre a borbotones por todos lados. Entre el interesante elenco se destaca también el argentino Darío Grandinetti, como "El Chino", un mafioso descarnado y despreciable que anota a Carne de neón en una incómoda lista de películas escabrosas. Probablemente, en sus escenas haya un límite muy cercano al sadismo que habría sido mejor no cruzar en una cinta que se presenta al público con la etiqueta de "comedia". Es que resulta muy difícil reírse después de las escenas de tortura. No hay chiste que funcione después de eso.
Abuelos sin brújula Es una pena que un comediante como Billy Crystal no termine de encontrar una película para lucirse en su real dimensión. Ni siquiera en esta S.O.S familia en apuros, en la que además de protagonista figura como productor, están las coordenadas precisas para ubicarlo en todo su talento. La comedia parte de una anécdota simple pero efectiva: los abuelos Artie y Diane Decker (Billy Cristal y Bette Midler), que viven en la tranquilidad de Fresno, son convocados de urgencia por su única hija (una hiperactiva Marisa Tomei) para viajar a la ciudad de Atlanta por una semana, a cuidar a sus niños mientras ella acompaña a su esposo en un viaje de negocios. Y en esa convivencia, los abuelos y los nietos deberán aprender a conocerse, a soportarse y a quererse. Desde la primera escena se sabe que el mayor desafío será la distancia cultural, tecnológica que los separa (la casa es un prototipo de domótica de última generación, todo funciona robotizado) y afectiva. Ellos son "los otros abuelos" de los chicos, los que viven a la vieja usanza, los que no están al tanto de los caprichos de los niños, ni de los rituales del almuerzo, ni de las estrictas reglas del colegio, ni de sus intereses o salidas, y eso se traduce en que casi ni figuran en los portarretratos familiares. El problema está en que esa distancia se magnifica en forma de comedia física, con empujones, caídas, enchastres y otras calamidades, que hacen que nadie resulte gracioso. Ni los tres niños, ni menos aún los grandes.La otra decepción es cuando tensa demasiado la cuerda sensible, subrayando las escenas a toda música. Por eso, cuando la película deja esa obligación de hacer reir o de hacer llorar es, quizá, cuando se vuelve más efectiva, más posible, más llevadera. Las actuaciones se tornan más fluidas y la mirada se parece bastante más a lo que podría vivir cualquier familia que deja de verse por un tiempo.Con todo, la película puede resultar un buen programa de verano para abuelos con nietos. Seguramente, los chicos se divertirán un poco más, y los grandes -como siempre- disfrutarán de verlos sonreir.
Una aventura en la laguna El debut cinematográfico del payaso más popular del país llega en estas fiestas con una entretenida fábula para disfrutar con los más chicos de la casa. Y lo más interesante del asunto es que, anclada en las sierras de Córdoba y con un guiño expreso a los paisajes y la tonada local, y a todos los bichos y animalitos que pueblan los arroyos y los ríos de por aquí, la aventura resulta un producto transpolable a otras latitudes, siempre que haya ganas de defender la magia de la música. En la película, Piñón es convocado a la salida de un show por el grillo Cri-Cri para salir al rescate de los bichitos de la laguna, que están en problemas porque fueron amenazados por un tirano cuis para que dejen de cantar melodías alegres y, en todo caso, entonen solamente su maléfica marcha militar. La amenaza será la punta del ovillo para comenzar a tejer una serie de intrigas y estrategias que servirán de plataforma para que el payaso multicolor entone sus clásicas canciones. En el elenco de los (muy bien logrados) bichitos se destacan la camaleónica lombriz Lucha y los inefables hermanos Kirk y Quincho, entre los secuaces del cuis; y una resuelta araña Anita por el lado de la banda de Cri Cri, todos potenciados por el trabajo de doblaje coordinado por Sebastián Llapur y por los rasgos de fino humor cordobés. Combinar fotos de paisajes serranos, filmaciones y animaciones digitales, con la interacción del muñeco Cabrito y del payaso Piñón en persona fue una apuesta riesgosa que, con algún altibajo (como la escena nocturna en la laguna), resultó en una interesante mixtura. Frente a otras producciones internaciones infantiles, quizá le falten un par de vueltas al nudo dramático del conflicto que postula el argumento. Pero la película gana con su mensaje edificante y con el encuentro con un personaje entrañable y popular que nunca traiciona las buenas intenciones, ni la paciencia y la vocación de compartir canciones y seguir sumando amigos por el camino de la música.
Con poca fortuna Con todo derecho, después de películas con el peso de El abrado partido, El nido vacío o Derecho de familia, emotivas y redondas en el plano narrativo, con personajes tan humanos como los vínculos y las problemáticas que pintaban, Daniel Burman decidió tomarse licencia para entretener y rompió su propio molde con La suerte en tus manos, una comedia dramática de casi 120 minutos, en la que cuesta encontrar la buena fortuna. La película, además de redefinir la óptica del lente de Burman, significó el (correcto) debut actoral del músico Jorge Drexler, otro uruguayo igual de querible que el Daniel Hendler que brilló en sus primeros filmes. Aquí Drexler es Uriel, un cuartentón separado y mujeriego, padre de dos hijos y adicto al póquer, dueño de una financiera heredada de su padre, que se hace una vasectomía para no correr más riesgos de paternidad, y que un día, y de un modo bien inverosímil, se encuentra con la siempre solvente Valeria Bertuccelli, que aquí es Gloria, aquella que fue su novia de la joventud, que volvió de Europa a levantar la casa de su padre muerto y en esa misión confirma el desastre de su vida en pareja y redefine la relación con su omnipotente madre. Así de barroco resulta el relato de la película y con cada giro y cada subtrama, el argumento se fuerza tanto como la máquina de la Trova rosarina (que también aparece en pantalla) y redunda en un concierto desafinado de personajes secundarios. La película, no obstante, nos lleva de la mano por Buenos Aires y por Rosario y regala calidez y buenos momentos en actuaciones solventes y en los diálogos sobre el amor a los 40, los hijos y las relaciones. Sobre los temas que habla Burman, claro.
Una historia sin remedio El cine tendría un variado menú para contar la historia de una chica linda, soltera, divertida, buena amiga y exitosa en su trabajo profesional de publicista, a la que, de un día para el otro, le diagnostican un fulminante cáncer de colon. El caso es un mal trago a todas luces, pero con un personaje central tan potente podría haberse jugado por el camino del sarcasmo descarnado, podría haber puesto a la joven ante un dramático replanteo de sus relaciones y hasta podría haber imaginado un diálogo de la protagonista con Dios, pidiéndole explicaciones o negociando sus últimos tres deseos. Tiene varios, pero el principal problema de Amor sin límites es que toma un poco de cada opción y frente a tanta pretensión narrativa, no consigue dar con ninguno de los tonos. No emociona, no hace reir, ni desdramatiza, ni interpela con la enfermedad. Cuando se pone irónica, cultiva un humor negro muy desteñido y cuando vira hacia la magia celestial, resulta todavía más incómoda. Recién promediando los 50 minutos, el filme se decide claramente por el camino del drama, pero ya es demasiado tarde para convencer. Nada puede hacer Kathy Bates (como la mamá de la chica) para remontar el incordio. Marley (Kate Hudson) se llama la joven en cuestión, que siempre se tomó la vida como un chiste y que recién conoce el verdadero amor cuando se topa con Julian Goldstein (Gael García Bernal), el abnegado médico oncólogo que le da la noticia. Alrededor de ellos circula un rosario de personajes que incluye desde un enano que le envía un amigo gay para que tenga una aventura sexual (!), hasta el mismísimo Dios en la versión de Woopi Goldberg. Si volviéramos a la idea del menú, Amor sin límites sería un plato sobrecondimentado, con pimienta, comino, estragón, salsa y almibar, uno encima de otro. Si hasta tiene una pizca de moraleja cuando vira en alegato a favor de la dignidad de los pacientes, contra las pruebas médicas y el encarnizamiento terapéutico. La historia en inglés se llamó algo así como un Un pedacito de cielo, y es una película con buenas intenciones. Lo que no tiene es remedio.
Alta fidelidad Una película que tenga a un perro fiel como protagonista y que esté basada en una historia real, ocurrida en Japón en los años ‘20, ya viene con garantía de sensibilidad. Si, además, detrás de cámaras está el sueco Lasse Hallstrom (el mismo de ¿A quién ama Gilbert Grape? o Las reglas de vida), está claro que para entrar a ver Siempre a su lado podremos olvidarnos del pochoclo, pero nunca los pañuelos de papel. Aquí Richard Gere es Parker, un querible profesor universitario que viaja a dar clase todos los días a la ciudad y que construye con el perro Hachiko una relación de lealtad rayana con la leyenda. De hecho, en Japón, la fábula llegó al cine en 1987 y una estatua de bronce inmortalizó al verdadero ejemplar de raza Akita. Esta versión reivindica la felicidad que trae el equilibrio, algo que parece natural en un pueblo donde todos se conocen y disfrutan de lo que les toca, así sea vender café en la estación o expender todos los días los mismos boletos. Y en varios pasajes, contrapone eso a las gratificaciones efímeras que promueve el capitalismo. “¿Quieres un perro juguetón? ¡Búscate un Collie! Estos son perros orientales, no americanos. No puedes comprarlos”, le dice a Parker un colega japonés. Richard Gere hace tiempo que se reconoce budista. Y aquí, además de protagonista, es el productor de la película.