El prometedor comienzo (los primeros treinta minutos son de un atractivo impresionante) y la excelente química que existe entre el dúo protagónico (¿quién puede negarse al acento de Blunt?) auguraban un film a tener en cuenta. Con el correr del metraje, los cambios de rumbo, la solemnidad de ciertos pasajes, lo aún más inverosímil que se vuelve la historia (es ciencia ficción desde el comienzo, pero todo tiene un punto de inflexión) y las reiteradas complicaciones que debe enfrentar el personaje de Damon terminan por desperdiciar una de las premisas más originales que proponía la industria cinematográfica en este 2011.
Basado en un hecho real retratado por el escritor y periodista Ricardo Ragendorfer, quien en 1993 fue galardonado con el premio Príncipe de Asturias por esta investigación, el filme narra la fuga de siete presos de la cárcel de Villa Devoto. En diciembre de 1991, Vulcano (Raúl Taibo) y sus compañeros finalmente concretan el túnel que los llevará fuera de los muros de la prisión. Durante la tarea de excavado, este grupo de hombres realizan un escalofriante hallazgo: un osario bajo los cimientos de la cárcel. ¿Se trata de desaparecidos de la última dictadura militar? ¿Presos políticos? ¿Delincuentes muertos y jamás encontrados tras la sangrienta represión del motín de 1977? Es tarea de Ricardo descubrir la verdad. “El túnel de los huesos” presenta algunas contradicciones a la hora de evaluarla. El malogrado uso de entrecruzar las líneas temporales se hubiera solucionado simplificando la estructura: introducción y desenlace en el presente y el resto de la historia en el pasado. La correcta labora de Taibo lo aleja del galán de telenovela con el que cimentó su carrera, detalle a tener más que presente. Asimismo, la inquietante banda de sonido compuesta por Alejandro Iglesias Rossi e interpretada por la orquesta de instrumentos autóctonos y nuevas tecnologías de UNTREF, termina por sumirnos en el ambiente carcelario de la historia.
El director Joe Wright (encargado de la más reciente versión del clásico “Orgullo y Prejuicio” y de la excelente “Expiación, deseo y pecado”) es dueño de un estilo personal que ha marcado su producción hasta el momento, pero es innegable cierto aroma al cine de acción del francés Luc Besson en “Hanna”. La música electrónica, a cargo de The Chemical Brothers, para subrayar los momentos de adrenalina pura, bastaría como ejemplo. Sin embargo, Wright va más allá y además de la psicodélica escena del escape de la protagonista por los túneles que la conducen al desierto marroquí, nos vuelve a regalar un extensísimo y coreografiado plano secuencia. Ese pequeño gran detalle al que nos tiene malacostumbrados. La precisión y frialdad de Blanchett en su composición de Wiegler es simplemente atemorizante.
Alex y su hermana tienen un negocio que se dedica a romper relaciones amorosas en las cuales uno de sus integrantes se encuentra sufriendo. Siempre a pedido, siempre con un costo elevado, siempre satisfactoriamente. El nuevo trabajo no es la excepción: los ha contratado un millonario para boicotear el casamiento de su hija con su novio ingles, evento que tendrá lugar en menos de una semana. El dream team de “rompeparejas” se topa con el dilema de sus carreras: separar a una pareja feliz y perfecta -quebrando todos los códigos que siempre los caracterizaron- o dar por finalizada su empresa. La comicidad de Romain Duris (el recordado protagonista de “Piso compartido”) y el encanto de Vanessa Paradis (la en extremo delgada esposa de Johnny Depp), sumados a la breve participación de Andrew Lincoln (“The walking dead”) hacen funcionar esta comedia a la perfección. El involuntario karaoke de Wham y George Michael en el auto no tiene desperdicio: Duris y Paradis conforman una interesante dupla que se potencia mutuamente con el correr de la película.
Recorriendo siete países, siete mercados de frutas y verduras, siete culturas totalmente diferentes, este documental co-dirigido por siete realizadores (Alejo Hoijman, Josué Méndez, Paola Vieyra, Jorge Coira, Carolina navas, Marcos Loayza, Alejandra Szeplaki) intenta mostrar siete miradas sobre la forma en que las personas construimos las ferias callejeras de comestibles y los personajes que surgen en dicho entorno. En 103 minutos de duración, el único fragmento con contenido documental formal es aquel rodado en el mercado central de Caracas, Venezuela. Incluso el metraje dedicado a Galicia parece una parodia de sus pobladores, algo alejado del recorrido pluralista que propone el resto del filme. Las cinco locaciones restantes (Lima, mesopotamia argentina, Bolivia, Río de Janeiro, Colombia), la mayoría retratadas con una pasividad al borde de lo tolerable, no terminan de erigirse como piezas claves para lo que intuimos se proponía este proyecto.
Esta vuelta a los orígenes de la popular serie basada en los comics de Marvel se propone dar respuesta a cómo se conformó el grupo conocido como X-Men, cómo Charles llegó a ser paralítico, quién fue el creador del neurotransmisor Cerebro, entre muchas otras incógnitas. Cabe destacar que es notoriamente más atractiva, poderosa y contundente la mirada sobre el origen de los personajes del futuro bando de los malos que de quienes se convertirán en los héroes de la saga. Algunos personajes nuevos son novedosos y hasta sorprenden dos cameos que deleitarán a los seguidores de la historia, pero es justo decir que esta quinta entrega de la franquicia es la menos inspirada de todas.
Sólo buenos propósitos no alcanzan para construir un filme que pretende denunciar y poner en evidencia las falencias del deteriorado sistema neuropsiquiátrico del país. Las participaciones especiales de Manuel Callau y Fernán Mirás en los últimos quince minutos nos permiten vislumbrar lo que hubiera sido el producto final con actores experimentados en roles centrales. Asimismo, la brecha de dos décadas que divide ambos tiempos del relato no consiguió los resultados estéticos adecuados.
Dos hermanos gemelos, Jeanne y Simon Marwan (Mélissa Désormeaux-Poulin y Maxim Gaudette) son citados por el notario de su madre Nawal (Lubna Azabal) para hacer la lectura del testamento y última voluntad de la mujer. Allí descubren que su padre –a quien creían muerto desde hace años- está en realidad vivo y que poseen un hermano mayor al cual su madre dio en adopción a los pocos segundos de haber dado a luz. La misión encomendada por su madre, es que ambos encuentren a sus familiares perdidos y les entreguen sendas cartas escritas por ella días antes de fallecer. Jeanne decide viajar de inmediato a Oriente Medio para reencontrarse con el pasado de una familia de la que no sabe prácticamente nada mientras que Simon, enojado por los caprichos póstumos de una madre que siempre se mostró distante y poco afectuosa con ellos, tardará un poco más en decidirse a recorrer el país de sus antepasados siguiendo los pasos de la juventud de Nawal. Esta adaptación de la obra teatral del libanés Wajdi Mouawad, es una historia profundamente dolorosa, llena de discusiones verbales y silenciosas… las contradicciones entre las dos maneras de ver el mundo que presentan estos hermanos, la displicencia de uno y el conmovedor interés del otro, colapsan de modo inevitable. Cada uno de ellos demuestra su pena de acuerdo a la relación que tuvieron con esa fría madre ya fallecida, aquella mujer carente de afecto que perdió gran parte de su humanidad en sus terribles años de juventud. “Incendies” nos pone frente a un imprevisto, a una situación fuera de todo plan que se convierte en el punto de partida de un viaje iniciático con el objetivo último de desvelar secretos, piezas de un extenso rompecabezas que sobrevivió al paso de los años y a la mudanza entre continentes. Este encuentro desgarrador –por parte de Nawal- e intempestivo -los gemelos- con la muerte pone a los personajes de cara a una realidad confusa, ardua de aceptar y de efectos secundarios difíciles de medir. Las escenas de Nawal escapando de su violento país son de una crueldad extrema que retratan palmo a palmo los horrores de la intolerancia y la bajeza humana en su más cruenta y espantosa expresión.
Algunos años después de los sucesos de la primera parte, la pandilla se reúne nuevamente para la boda del dentista Stu. Él junto a su novia, y sus amigos Phil, Doug y Alan –quien se encontraba profundamente deprimido por no haber sido incluido dentro de la lista de invitados en una primera instancia- vuelan a Tailandia para encontrarse con la familia de la futura señora. Aún fresca en la memoria, la resaca vivida en Las Vegas en el casamiento anterior hace que estos amigos decidan llevar la despedida de soltero de manera más tranquila y sin tantos excesos… pero lo inevitable vuelve a ocurrir. Dos días antes del gran día, Doug despierta tranquilo en su habitación, pero Phil, Stu y Alan amanecen en los suburbios de Bangkok junto a un tailandés con sobredosis, un mono traficante y el dedo del hermano de la novia dentro de una fuente con agua. ¿Qué fue lo que ocurrió la noche anterior? ¿Cómo llegaron a esa situación? ¿Dónde se encuentra el joven cuñado de Stu? ¿Podrán resolver el misterio antes del horario fijado para la ceremonia? La respuesta son cien minutos de genuina diversión. Si bien el factor sorpresa que hacia las veces de combustible en la primera entrega ya no está –el esquema de esta secuela está prácticamente calcado de aquel filme- los guionistas y el director supieron insuflarle a la historia la suficiente gracia, variedad de situaciones y humor para adultos (sin recurrir a desnudos a granel, escatología y humor físico) como para hacernos olvidar que se trata de una segunda parte. La base fundamental de esta posible franquicia es su trío protagónico, cada uno de ellos invariablemente odioso en su individualidad pero de una comicidad irresistible al moverse en su conjunto.
Bellamente fotografiada por Christian Cottet y con una excelente, original y divertida banda sonora a cargo de Supercharango, “El Dedo” es el mejor ejemplo de hacia donde debería encararse la producción de filmes nacionales. Si bien por momentos el acento pueblerino de la Córdoba profunda se evapora de los personajes a cargo de Goity y Vena, el relato fantástico sobre este dedo “visionario”, sus sabios consejos y su posible candidatura política excede cualquier pequeño desliz actoral.