El rumor dice que Jack Sparrow se encuentra en Londres reclutando un grupo de piratas para emprender la aventura del descubrimiento de la mítica Fuente de la Juventud. Jack se encuentra en la capital inglesa, cuenta con dicho mapa, pero jamás a iniciado la búsqueda de una tripulación. Llevado frente a su majestad Jorge II, quien lo obliga a trabajar con el ahora devenido en corsario Barbossa, Jack decide emprender el camino hacia este tesoro por su cuenta. Hasta que se reencuentra con la bella Angélica, un posible ex amor y supuesta hija del legendario pirata Barba Negra, que lo obliga a abordar el Queen Anne’s Revenge donde le dará una pista del sino de su amado Perla Negra. En la carrera por encontrar los poderosos cálices de Ponce de León se toparán con marineros zombis, perversas y sanguinarias sirenas, y un batallón español dispuesto a conquistar las aguas de la juventud eterna. Este relanzamiento de la saga conserva pocos, poquísimos, elementos de la trilogía original, pero los justos como para no perder seguidores en el camino y sumar unos cuantos más. Con una simplificación casi extrema con respecto a las tramas de las dos secuelas anteriores, Navegando aguas misteriosas cuenta con las incorporaciones de Ian McShane, Penélope Cruz (¡cómo es posible que una misma intérprete sea tan dispar dependiendo del idioma en el que actúa!) y una nueva pareja joven integrada por un sacerdote y una sirena (Sam Claflin y Astrid Berges-Frisbey) con grandes posibilidades de desarrollos dramáticos en futuras continuaciones. Esta renovación de la fachada de la franquicia perdió algunos toques esenciales que tan bien sabía manipular su director anterior, Gore Verbinski, destreza de la que carece Rob Marshall (“Memorias de una geisha”, “Chicago”) a pesar de contar con la misma dupla autoral encargada de guionar los tres filmes anteriores. Dependiendo de la taquilla y de las ganas de Johnny Depp de repetir su personaje por quinta vez, habrá piratas para rato: casi llegando al desenlace, Geoffrey Rush en la piel del desbordado Barbossa iza sus velas con dirección a Tortuga, escenario conocido por los seguidores de la saga. Además, después de los créditos, una pequeña escena nos muestra los planes de venganza que tiene en mente una de las incorporaciones de esta entrega.
Larry David (creador de las aclamadas series Seinfeld y Curb your enthusiasm) encarna de algún modo al alter ego de Woody Allen quien no bien arranca, además de quebrar la cuarta pared para dirigirse de modo directo a la audiencia, larga una sentencia de muerte: “la raza humana es una especie fallida”. Pesimista e irascible, este regreso a su cuidad natal –después de su paso por Europa que retomará con el estreno de “Midnight in Paris” y un futuro rodaje en Roma- le sentó de maravillas a Allen, quien aprovecha este retorno a la Gran Manzana para hacer un poco de turismo visitando los hot spots de la urbe. En “Whatever Works” Larry David (en su primer protagónico de peso en cine tras su reconocida carrera televisiva) y Evan Rachel Word conforman una excelente pareja para enfrentar todos los duelos punzantes propuestos por Allen. La incorporación de Patricia Clarkson en la segunda mitad de la historia trae aires renovados a esta heterogénea convivencia de personalidades.
Basada en la historia real que relató la propia Plame en su libro “Fair Game: My life as a spy, my betrayal by the White House”, el director Doug Liman ("Identidad desconocida", primera entrega de la saga Bourne) comienza el relato en los primeros días que siguieron al atentado contra las Torres Gemelas, horas de incertidumbre, heridas abiertas y susceptibilidades a flor de piel. Además de hacer una crítica feroz al gobierno de Bush y a los medios de comunicación que desinforman, el filme retrata la desintegración del matrimonio y como ambos deben hacer frente a la salvaje opinión pública y sus despiadadas consecuencias. “Poder que mata” (conocida también como “Caza a la espía” en los circuitos de alquileres piratas), se fundamente en sucesos reales, pero como historia cinematográfica posee todos los elementos de un thriller de intriga internacional. Con la actual mediatización del supuesto asesinato de Ossama Ben Laden y la desconfianza hacia el manejo poco claro de las tácticas militares de norteamericana sobre el tapete, es el momento comercialmente ideal para estrenar esta película.
Ambientada en 1977, Suzanne (Catherine Deneuve) es la esposa sumisa de Robert Pujol, un adinerado empresario dueño de una fábrica de paraguas que administra con puño de hierro, cara de pocos amigos y malos tratos hacia sus empleados. De este mismo modo es como se relaciona con sus hijos, quienes no pueden concebir como su madre se deja tratar como una mujer-florero, un trofeo más en la colección de hazañas de su padre. Cuando estalla una revuelta sindical, se decreta el paro de la empresa y Pujol es secuestrado, posteriormente liberado y luego internado, Suzanne asume el máximo cargo jerárquico, asiendo el poder total del negocio familiar y sorprendiendo a más de uno con su gestión. Todo se complicará cunado su marido intenté recuperar la posición que le fue tomada. “Mujeres al poder” no será la comedia más inspirada de la filmografía de Francois Ozon pero sirve para demostrar su conocimiento y perdurable interés por el complejo universo femenino. Cabe aclarar que “potiche” (tal es el título original en francés de esta propuesta) es un adorno u objeto decorativo de poco valor sin un real uso práctico. La palabra también se utiliza como término despectivo para hablar de una mujer que vive a la sombra de su marido, que no parece tener su propia identidad.
Gnomeo y Julieta pertenecen a dos familias de duendes de jardín enemistadas desde hace años. Los rojos y los azules jamás se mezclan y cuando sus dueños no están a la vista, libran una batalla sin cuartel por obtener el triunfo en cuanto competencia en miniatura ellos se propongan. Durante la cacería de una bella flor, ambos adolescentes se conocen y, cuando descubren que perteneces a clanes opuestos, deciden continuar con su amor en secreto. ¿Vivirán felices o cumplirán con el destino preestablecido del trágico final de sus casi homónimos? Dirigido por Kelly Asbury (“Shrek 2”) esta original adaptación para el público infantil del relato de William Shakespeare es una necesaria puesta al día del clásico de la narrativa mundial utilizando toda la variedad de estatuillas de jardín para la infinidad de personajes secundarios que acompañan a la pareja protagónica. Por más escalofriantes que puedan resultarnos esas impertérritas formas de cerámica en la vida real, aquí lucen tiernas, adorables y amistosas. Además, los clásicos y dos canciones nuevas de Elton John –acompañado por Lady Gaga en la inédita “Hello, Hello”- son un plus para los adultos que acompañen a sus hijos. Ya lo dicen sus responsables en la introducción: “esta historia se ha contado varias veces, pero lo vamos a volver a hacer porque resulta divertido”. No se equivocaron.
La novela best-seller de Sara Gruen que dio origen a esta película fue publicada en el 2006 y se mantuvo durante doce semanas en la lista de los libros más vendidos del New York Times. Con motivo de ese suceso, la escritora comentó: “Agua para elefantes es acerca del amor en todas sus formas: entre hombres y mujeres, entre familias y entre gente y animales. Es acerca de las distintas formas en las que nos tratamos. En algunas ocasiones lo hacemos bien, en otras no”. Lamentablemente su transposición a la gran pantalla no resultó del todo efectiva. Con una supremacía del esteticismo por el simple hecho de la majestuosidad visual (no porque fueran funcionales al relato, como en el caso de la extraordinaria serie “Carnivale”), una pareja central con poca química (aún menos deseo y escasa sensualidad en sus escenas conjuntas) y una previsibilidad constante en todas las acciones (quién puede dudar cómo comenzará, se desarrollara y concluirá esta historia de amor), “Agua para elefantes” es de esas adaptaciones cinematográficas que pueden resultan muy buenas o todo un fiasco. Sin caer en extremos, y viendo todos los esfuerzos y recursos puestos en su desarrollo, se puede asegurar que pequeños cambios hubieran hecho del filme una propuesta mucho mejor.
La fiebre por la ciudad carioca parece estar recién comenzando: no sólo el filme animado “Río” lidera la taquilla nacional desde hace un mes, sino que una decena de propuestas que llegarán a los cines de aquí a dos años están siendo rodadas en esa urbe brasileña. En el caso de la quinta –y seguro, no última- entrega de la franquicia “Rápido y Furioso” todo comienza con una introducción de alto impacto, marca registrada de todas las películas de la serie. Con Paul Walker, Vin Diesel y la incorporación de Dwayne Jonson al reparto principal, la saga vuelve a demostrar que tienen un mecanismo tan probado, aceptado y aceitado que sus responsables saben cuándo es el momento ideal para introducir nuevos personajes, hacernos saltar de la butaca con impresionantes e improbables persecuciones y dejarnos con la contradictoria sensación de querer ver un poco más de estos fantásticos autos. Una curiosidad: no se vaya no bien termina la película, ya que una escena adicional presenta la posible continuación de la historia.
Han pasado diez años desde la última ola de crímenes que tuvieron a Sidney Prescott como protagonista. Esta década alejada de los diarios y noticieros les sirvieron para curar sus heridas, replantearse sus objetivos y escribir un libro catártico en donde relata su experiencia como una verdadera sobreviviente de la locura humana. Como parte de su gira promocional, Sidney deberá hacer una breve escala por Woodsboro, su ciudad natal, en donde se reencontrará con sus viejos amigos, el policía Dewey Riley y la periodista –ya ahora ama de casa- Gale Weathers. Sin embargo, ellos no serán los únicos deseosos de volver a verles: no bien ponga un pie en su barrio, un nuevo asesino enmascarado comenzará a cobrarse las vidas de la nueva generación de adolescentes del pueblo.
A pesar de no tener explícitos puntos de contacto, la visión de este filme me recordó el estreno de la producción inglesa “Una dama digna” (“Mrs. Palfrey al The Claremont”, 2005), una película cálida y emotiva, que vale la pena ser vista. Esta conexión entre ambas propuestas no es más que una inexplicable asociación libre. En el caso de “Mis tardes con Margueritte” un cada vez más enorme Gérard Depardieu perece repetirse a sí mismo: todo el relato vuelve sobre los pasos de un simpático personaje –aunque inculto, humilde y bonachón- que es testigo, en estos breves encuentros con una letrada anciana, de un costado más positivo de la vida.
En un pueblo de leñadores, cazadores y de mujeres dedicadas a las tareas de la casa, Valerie es prometida al joven heredero de una familia de dinero dedicados a la herrería. En secreto, ella se encuentra enamorada de Meter, un leñador humilde que corresponde a los sentimientos de la chica. En el momento en que deciden huir y emprender una nueva vida juntos, el llamado de las temidas campanas comienza a sonar. El lobo ha matado de nuevo. Este caserío perdido en medio de nevadas montañas sufre una maldición: un voraz hombre lobo asola a los pobladores, quienes para mantener seguras a sus familias ofrecen terneros y novillos para saciar su apetito. Sin embrago, esta vez, tras asesinar a una adolescente, el lobo solo reclama algo a cambio: Valerie. Si la muchacha decide irse con él, todos vivirán tranquilos, sino continuará matando. La única oportunidad que tienen es usarla de carnada: en una de sus habituales visitas a la casa de su abuela Valerie deberá atravesar el bosque, engañar al lobo y luego aniquilarlo. Levemente inspirado en el clásico relato infantil de Caperucita Roja, esta vuelta de tuerca extrema que propuso la directora Catherine Hardwicke (“A los trece”, “Crepúsculo”) cuenta con todos los elementos de aquella historia pero potenciados para lograr un thriller cargado de acción, sensualidad y suspenso. Que el famoso lobo ahora sea presentado como un licántropo es un gancho más que atractivo y si le sumamos la magnética presencia de Amanda “ojos enormes” Seyfried, toda la locura de Gary Oldman y una rockera banda sonora, el combo no es para nada despreciable.