A partir de la investigación de un equipo de documentalistas (aquellos que fueron el centro de “El diario de los muertos”), un grupo de soldados deciden viajar hasta una remota isla donde la amenaza mutante todavía no ha hecho estragos. Este último bastión de paz sobre la Tierra no es el paraíso prometido: incluso en medio de la muerte y de un enemigo común más poderoso, sediento de sangre e incontrolable, los hombres –dos familias irlandesas para ser más precisos- izan diferentes banderas con respecto al tratamiento que se debe dar a los zombies. Unos no dudan en aniquilarlos con certeros tiros en la cabeza, los otros prefieren mantenerlos prisioneros, educarlos para que se alimenten de carne no humana y esperar que la ciencia finalmente encuentre un antídoto para su cura. El problema es que nadie parece estar dispuesto a ceder e su impertérrita postura. Esta nueva entrega de la saga de George A. Romero, la sexta dirigida por el realizador, comienza precisamente seis días después de que los muertos empezaran a levantarse de sus tumbas. Sin la crítica al sistema ni las connotaciones sociales que lo convirtieron en un director de culto, los cuidados efectos visuales -donde casi no quedan rastros de las técnicas más bizarras de antaño- y una historia que no da respiro alcanzan para hacer de esta nueva secuela un filme entretenido y digno de su género.
Después de incendiar una casa y ser detenida por la policía, Kristen es internada en un hospital psiquiátrico. Está completamente desorientada, sin saber cómo llegó a ese lugar y sin poder recordar nada de los días previos a su internación. Rodeada de otras chicas con diversas patologías, sus cuatro nuevas compañeras de pabellón son tan problemáticas y poseen tan pocas respuestas a sus preguntas que Kristen decide descubrir por qué la tienen allí encerrada. El hospicio está repleto de secretos, ruidos inexplicables, presencias sobrenaturales… Claramente, no están solas. Desde el momento en que intentan escapar, una por una las chicas empiezan a desaparecer sin dejar rastro haciendo que los tiempos para que Kristen pueda ser libre se acorten. John Carpenter se preocupó por ser fiel a la ambientación de la década del sesenta para entregar un thriller old fashioned, pero debería pensar en actualizar un poco su estilo de asustar: la platea actual no vibra ni salta de las butacas con los mismos recursos que lo hacian la generaciones anteriores al año 2000. El pobre desarrollo de los FX tampoco es de mucha ayuda. La única (y no del todo acertada) pieza en el camino por aggiornarse fue convocar a chicas con caras conocidas debido a sus roles en TV (Lyndsy Fonseca de “Nikita” tiene una gran presencia y un futuro artístico prometedor) o pequeñas participaciones en cine independiente (Mamie Gummer, hija de Meryl Strepp). Que el protagónico haya recaído sobre la deslucida Amber Heard es sólo por una cuestión estética. Para evitar conocer detalles del final, mejor deje de leer acá. Si en un principio uno pretende destacar el intento de hacer una película de terror sin apelar a la remake clásica, toda originalidad de evapora cuando descubrimos que calcaron el desarrollo y la resolución de “Identidad”, aquel filme protagonizado hace algunos años por John Cusack.
El señor Popper (Jim Carrey) es un exitoso promotor de bienes raíces que se encarga de conseguir aquellos edificios supuestamente imposibles, los compra para su compañía y los rediseñan o construyen lujosas torres en su lugar. Divorciado y con dos hijos, decidido a convertirse en socio en su empresa y con un cuidado extremo por su lujoso departamento en Park Avenue, la muerte de su padre, a quien no ve desde hace veinte años, traerá algunas sorpresas. Como parte del legado familiar y en forma de herencia, Popper recibe una caja de madera proveniente desde la Antártica. Pero lo que en principio parece un animal disecado, es en realidad un pingüino vivo. En realidad no uno, seis pingüinos. La intención de mandarlos al zoológico más cercano es inmediata, pero Popper descubre una nueva manera de acercarse a sus distantes hijos a través de la relación con estas poco convencionales mascotas. Será un familia mitad humana, mitad pingüino. Enfocada al público infantil, este filme llega a nuestro país en copias dobladas al español, lo que ahorra a los padres el inconveniente de tener que explicarles a sus hijos “que es lo que están diciendo” los personajes. Para los chicos más grandes, puede que la historia funcione mejor en las partes de comedia física donde Carrey –al que hay que acostumbrarse a verlo con sus monigotadas una vez más- se destaca sin excepción. El sexteto de animalitos, conformado por escenas digitales y otras reales, atraparán a los niños desde la primera escena.
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El secuestro y asesinato de los monjes cristianos en 1996 marcó el apogeo de la violencia y de las atrocidades que azotaban Argelia como resultado del enfrentamiento entre el gobierno y grupos extremistas decididos a derrocarlo. Los ocho sacerdotes que residían, en perfecta armonía con la población musulmana, en un monasterio en las montañas del Magreb rechazan la ayuda del gobierno traducida en protección por parte del ejército. La parsimonia y la quietud con la que el director francés Xavier Beauvois grafica el lento devenir del tiempo en los días previos al comienzo del peligro, contrasta notablemente con la sensación de abandono e indefensión que se palpa a partir de la decapitación de algunos conocidos de los religiosos, suceso que se de en el primer acto de la historia. Frente a esta situación límite, y sabiendo que marcharse no es una opción, los monjes deberán decidir sus próximos pasos. ¿Entregarse a la voluntad de Dios, cualquiera que la misma sea? ¿Morir sin siquiera defenderse, a sabiendas de que sería un suicidio colectivo? La desaparición de los religiosos afectó profundamente a la opinión pública internacional. La identidad de los asesinos y las circunstancias exactas de su muerte siguen siendo un misterio. Algunos documentos recientemente desclasificados quizá ayuden a despejar el misterio en los meses venideros.
Una maestra que odia despertarse temprano, que detesta corregir pilas interminables de exámenes. En fin, una maestra que haría cualquier cosa por dejar de tener que ir todos los días al colegio, fingir que la interesa la educación y que tolera a los mocosos de su aula. Elizabeth (Cameron Díaz) es cruel, grosera, maleducada, ventajera y no le queda más remedio que seguir asistiendo a su trabajo después de que su interesado casamiento con un niño bien de la high society quedara cancelado. No hay más remedio que tratar de planificar tareas, llevarse bien con los compañeros de escuela, reportar adecuadamente al director o por lo menos fingir todo esto y dedicarse a enamorar a un nuevo docente, heredero de una inmensa fortuna (Justin Timberlake). Políticamente incorrecta, “Bad teacher” presentó un inmenso desafío para Lucy Punch (Conocerás al hombre de tus sueños): ser la contrafigura cómica de Díaz, quien pierde los primeros rounds a manos de esta colorada, acreedora de los mejores gags de todo el filme. Por fortuna, Cameron recupera terreno antes de quedar en un completo segundo plano (como sucede con la participación de Jason Segel) y termina colaborando para brindar la historia con la que más reí en los últimos meses. Que una comedia contemporánea logre auténticas carcajadas, no es poca cosa.
Esta tercera entrega de la saga iniciada en 2007 por el trinomio compuesto por la juguetería Hasbro, el pochoclero director Michael Bay y el productor ejecutivo Steven Spielberg, parece alcanzar el límite de lo tolerable. Extensísima por donde se la mire (son eternos 154 minutos) y con menos coherencia que sus predecesoras, lo que ya es decir bastante, sólo el prólogo parece tener algún valor narrativo. El resto es pura fórmula marketinera. Frases aleccionadoras pretendidamente solemnes, alguna que otra sutil alegoría a la política bélica norteamericana y un desenlace que se hace rogar por más de cuarenta minutos. Transformers 3 es mucho, mucho (demasiado) ruido y poco cine.
Los adultos de treinta y pico actuando como adolescentes de secundarios jamás suelen ser divertidos: esta no es la excepción. Si a eso le sumamos lo exasperante del melodrama que compone Goodwin y de que Hudson acapara la atención por su personaje de celosa insoportable, una criatura despreciable en cada uno de sus “momentos” en pantalla, la cosa no parece ir mejor. Los (innecesarios) flashbacks colocados torpemente aquí y allá solo están para estirar la historia.
El laberinto es la adaptación de “Rabbit hole” la obra de David Lindsay-Abaire ganadora del Premio Pulizter en 2007, en este caso dirigida por John Cameron Mitchell, el mismo de la jugada “Hedwig and the angry intch” y el drama cuasi pornográfico “Shortbus”. Nicole Kidman, en una senda que la hará volver a su exitosa y prometedora carrera pre-botox y con nominación al Oscar incluida, se compromete de tal modo con la historia de Becca que la atmósfera de profundo padecimiento, interno, intenso, se transmite de principio a fin. No hay un instante en que veamos a esa mujer poder quitarse el peso de la ausencia de su hijo. Incluso la conflictiva relación con su madre (Dianne Weist) se basa en la incomprensión que ambas presentan a la reacción de la otra frente a la muerte. Las mayores contradicciones pasan por el lado de Becca y no tanto por Howie (Aaron Eckhart), hombre decidido a tener otro bebé y recomenzar su vida.
La misma dupla que el año pasado llevó adelante “Legión de ángeles” decidió protagonizar y dirigir esta cinta en un intento de potenciar aún más esa experiencia que mezclaba asesinos, ítems religiosos y seres endemoniados. Aquí, sin embargo, el (deficiente) uso del croma para las escenas de acción, una caracterización poco sorprendente de los vampiros no videntes y las insípidas historias de amor que se vislumbran, no ayudan demasiado. Poco es lo que la dupla Bettany-Q pueden hacer al respecto.