Lengua materna , film por y para mujeres Una historia de familias, silencios y revelaciones En su segundo largometraje tras la muy atendible Por sus propios ojos , la guionista y directora Liliana Paolinelli se arriesga con temas bastante controvertidos y poco transitados por el cine argentino (desde las relaciones homosexuales hasta el aborto) y los aborda con un bienvenido recato, con austeridad y con sensibilidad, sin por ello dejar de exponer con contundencia su visión sobre ciertos prejuicios sociales. La película narra la historia de Ruth (Virginia Innocenti), una mujer que desde hace ya mucho tiempo mantiene una relación de pareja con una política (candidata a diputada). Sin embargo, para su madre, Estela (Claudia Lapacó), ellas siempre han sido "amigas". Hasta que un día la mamá descubre (o deja de negar) que su hija -que ya ha pasado los 40 años- es lesbiana. Tras el shock inicial, hace un enorme esfuerzo por entender la situación e interiorizarse del tema (compra libros, va a bares gays, charla con sus amigas). El problema para Ruth es que Estela -en su intento de "aceptarla"- empieza a entrometerse cada vez más en su vida, en su hogar y hasta en la relación afectiva con su pareja, que no está pasando por su mejor momento. La madre parece no tener límites: pasa de la inacción inicial a la invasión de la privacidad. Al gran trabajo del dúo protagónico se le suman sólidos aportes de otras actrices en los papeles secundarios, como Claudia Cantero, Mara Santucho y Ana Katz, en una película de, con, sobre y para (aunque no exclusivamente, claro) mujeres. El film aborda el conflicto con honestidad, pero sin caer en la solemnidad (durante la primera mitad hay muy logradas pinceladas de humor). Por momentos, Lengua materna se acerca demasiado a un costumbrismo un poco forzado y el desenlace no está a la altura del resto de la propuesta, pero aun con sus desniveles e indecisiones esta segunda película de Paolinelli propone una sincera e inteligente indagación no sólo de una relación lésbica sino de sus implicancias familiares y sociales. En momentos en que la aprobación de la ley de matrimonio igualitario generó un arduo debate con posiciones encontradas, el equilibrio y la nobleza de este film resultan un entrañable y bienvenido aporte al diálogo.
Cómo perder amigos y alienar a la gente Fascinante retrato generacional, Red social también tiene mucho que decir sobre la naturaleza del alma humana A esta altura, ya prácticamente todos saben que Red social es la película que reconstruye los orígenes de Facebook a partir de la biografía (no autorizada, claro) de su creador, el jovencísimo Mark Zuckerberg. Parece historia antigua para una red que ya superó los 500 millones de usuarios, pero Facebook tiene menos de ocho años y Zuckerberg es uno de los principales multimillonarios del mundo cuando aún no cumplió los 26. Pero quien crea que Red social es "apenas" un film sobre cómo convertirse en rico y famoso a partir de una buena idea (encarnación del espíritu del sueño americano) estará apuntando sólo a una pequeña parte del vasto alcance de esta historia escrita por Aaron Sorkin (el elogiado autor de la serie The West Wing ) y dirigida con gran timing, sofisticación y energía por David Fincher ( El club de la pelea, La habitación del pánico, Zodíaco ). Red Social es una película de amor, un thriller judicial, un relato épico y, sobre todo, un retrato generacional sobre los jóvenes nacidos y criados en la era digital. Zuckerberg, el (anti)héroe interpretado con múltiples matices por Jesse Eisenberg ( Adventureland: Un verano memorable, Tierra de zombies ) es el paradigma del nerd y del geek , términos en inglés que definen a aquellos que tienen dificultades para conectarse emocionalmente en el mundo real, pero poseen una gran capacidad para lidiar con las nuevas tecnologías de la web 2.0. Según Red Social , basada en la novela The Accidental Billionaires , de Ben Mezrich, Facebook surge como consecuencia de un desengaño amoroso: en la primera escena, Mark es abandonado por su novia Erica (Rooney Mara) y éste, despechado, decide escribir mal sobre ella en un blog y robarse las fotos de sus compañeras de Harvard para crear un juego cruel. Traiciones y sorpresas Pero no sólo de crueldad habla este film del talentoso Fincher. Antes de alcanzar el éxito y la fortuna, Zuckerberg traicionó a tres compañeros de la universidad (que tenían una idea similar que luego él mejoró) y hasta a su mejor (único) amigo y principal socio, Eduardo Saverin (gran trabajo de Andrew Garfield), para luego vincularse con poderosos fondos de inversiones y hasta con Sean Parker (sorprendente Justin Timberlake), un ser arrogante y afecto a los excesos que ya había puesto en jaque a la industria discográfica desde Napster. Narrada con constantes (pero nunca pretenciosos ni complicados) saltos temporales (la película va y viene en el tiempo y tiene como eje los diversos casos judiciales que enfrentó Zuckerberg), y a partir de unos punzantes, despiadados diálogos a-lo-Sorkin que son como dagas clavadas en los más profundo del alma humana, Red s ocial resulta una película fascinante, un thriller atrapante (con un gran manejo de la tensión y el suspenso) incluso cuando se hable de algoritmos. Fábula moral sobre el deseo y la ambición a cualquier precio, sobre los celos y la envidia, sobre la hipocresía, el cinismo y la falta de escrúpulos, sobre la incomunicación íntima en tiempos de hiperestimulación e hiperconexión, Red s ocial tiene el doble mérito de lograr que nos identifiquemos y nos compadezcamos de su protagonista (víctima y victimario a la vez), un joven que hizo historia, que logró "unir" a 500 millones de personas, pero que sufre las carencias emocionales y expone las miserias humanas del más patético de los seres humanos. En ese sentido, la paradoja de la escena final -desoladora- es también toda una declaración de principios.
Casta de malditos En su segunda película como director luego del sórdido, elogiado y desgarrador melodrama Desapareció una noche, Ben Affleck ratifica sus dotes de inteligente, sólido, elegante narrador con este thriller sobre unos asaltantes de camiones de caudales y de bancos en Boston (una verdadera "industria", tal como anuncia un cartel en el inicio del film, especialmente en el barrio obrero de Charlestown, de amplia comunidad irlandesa). Como en la reciente El ocaso de un asesino, Affleck (además coguionista del film) propone examinar la dimensión humana, las contradicciones íntimas, el existencialismo y la búsqueda de redención de un "profesional" del crimen como Doug MacRay (el propio BA). Las secuencias de robos y persecuciones son correctas (secas, crudas), pero no parecen ser el principal interés de su creador. Ni en su descripción del submundo del hampa, ni en su observación de los inmigrantes irlandeses, ni en la exploración de los golpes a las sucursales bancarias, BA va más allá de lo que, por ejemplo, hicieron Clint Eastwood en Río Místico, Stanley Kubrick en Casta de malditos, Quentin Tarantino en Perros de la calle o Spike Lee en El plan perfecto. Hasta el protagonista (típico antihéroe con un dejo trágico y a la vez querible) se ríe admitiendo que es un fan de la serie televisiva CSI, aunque aquí el principal referente es, sin dudas, la filmografía del cada vez más influyente y revalorizado James Gray. Si Atracción peligrosa (ay, ese título local) no transita caminos demasiado novedosos, al menos regala una tensa y atrapante narración, buenos protagónicos -a Ben Affleck se le suman el enorme Jeremy Renner (en un papel muy distinto al de Vivir al límite), Rebecca Hall como el objeto del deseo de MacRay y Jon Mad Men Hamm, como el líder del FBI que intenta desbaratar la banda), así como muy dignos personajes secundarios. Algunos excesos sentimentales, un poco de pirotecnia visual algo "grasa" (los cielos que cambian a toda velocidad como paso del tiempo) y cierta búsqueda de un lirismo no demasiado sutil conspiran contra el resultado final, pero no alcanzan a dañarlo. Atracción peligrosa es una digna película y Ben Affleck -un actor muy desparejo- ya es bastante más que una promesa, para convertirse en una auténtica realidad detrás de cámara.
Relato limitado y con clichés Resident Evil 4 trae de regreso a su director original, pero ya no alcanza Con cuatro películas en ocho años, la saga de Resident Evil -basada en los personajes del popular videojuego de Capcom- se ha convertido en un exponente paradigmático del cine high-tech . En este nuevo episodio, al ya habitual despliegue de sofisticados efectos visuales, elementos propios de la ciencia ficción posapocalíptica, explosiones, zombies, estilizadas imágenes en cámara ultra lenta y la música electrónica del dúo tomandandy, se le suma -claro- la espectacularidad del diseño 3D para la creciente oferta de salas digitales en todo el mundo. Sin embargo, aun con semejante esfuerzo pirotécnico y con el regreso del guionista y director Paul W. S. Anderson (responsable del film original), Resident Evil 4 no alcanza a constituirse en un producto con vuelo propio: la trama y casi todas sus escenas son derivativas (por ser generosos) del cine de John Carpenter y George A. Romero, mientras que la estética tiene demasiados puntos en común con la franquicia de Matrix . El problema, de todas maneras, no es su falta de originalidad sino que la película -especialmente durante su segunda mitad- es una acumulación de golpes de efecto que buscan el impacto a cualquier precio y no logran siquiera sostener la tensión y el suspenso. Referencias El arranque -bastante promisorio- es con una ambiciosa secuencia ambientada en una Tokio futurista y ya devastada por el virus T que la poderosa corporación Umbrella ha diseminado por todo el mundo convirtiendo a casi toda la población en zombies. En la custodiada sede del holding irrumpe con todo su arsenal de recursos la heroína Alice (Milla Jovovich) para intentar detener las ansias de expansión y destrucción del despiadado Albert Wesker (Shawn Roberts). Lamentablemente, tras ese interesante inicio, el relato se traslada a Alaska -donde la protagonista se reúne con su por entonces amnésica compañera Claire Redfield (Ali Larter)- y luego a una vieja cárcel de Los Angeles rodeada por miles de hambrientos zombis (son múltiples las referencias a Asalto al precinto 13 , de Carpenter). Allí, Alice y Claire se sumarán a un basquetbolista hot (Boris Kodjoe), a un duro militar (Chris Redfield), a un latino, a un asiático y a un par de sobrevivientes más en la búsqueda de una "tierra prometida" llamada Arcadia, a la que se convoca a través de constantes transmisiones de radio. Más allá de las evidentes limitaciones de una historia llena de lugares comunes y de actuaciones no del todo convincentes, los seguidores del videojuego y de esta vistosa franquicia cinematográfica probablemente encontrarán motivos suficientes para su regocijo. Al final de cuentas, estamos ante una exitosa maquinaria que ha invadido y seguirá invadiendo computadoras, consolas de juegos y cines. Por si hacía falta aclararlo, la producción de la quinta parte ya está en marcha.
Nadie sale vivo de aquí En su primera incursión hollywoodense luedo de su aclamado debut con Control -la notable biopic sobre Ian Curtis, líder de la banda Joy Division-, el prestigioso fotógrafo y documentalista holandés Anton Corbijn (figura clave de la escena rock de las últimas dos décadas) construye una suerte de neo noir climático, minimalista, enigmático y existencialista al servicio de George Clooney, en el papel de un asesino a sueldo que se esconde (o trata de hacerlo) en un pequeño y encantador pueblo del Abruzzo italiano. El resultado, sin ser decepcionante (es un film con unos cuantos valores y hallazgos), tampoco es del todo convincente. La película -que no es "independiente" pero que definitivamente pretende no parecer mainstream- se arriesga bastante al trabajar los puntos muertos, el "mientras tanto" de un killer que debe "perder el tiempo", esperar hasta que se concrete un nuevo encargo. Así, tras una sangrienta apertura ambientada en la nevada Suecia, la narración se trasladará a la soleada Italia. La apuesta tiene algo de The Limits of Control, de Jim Jarmusch, pero no llega a la experimentación casi radical de aquella propuesta sino que termina cediendo a un romanticismo demasiado torpe y previsible, que incluso coquetea con el lugar común cuando ese solitario imposibilitado de establecerse en un lugar y menos aún de comprometerse emocionalmente se enamora de una bellísima prostituta del lugar (Violante Placido), que está dispuesta a dejar todo por él (al fin de cuentas es George Clooney). Corbijn es un hábil narrador, un buen creador de atmósferas y un exquisito del encuadre y del tratamiento de la imagen (a veces, al borde del regodeo, de un preciosismo exhibicionista). En este caso, por suerte, evita caer en el pintoresquismo (y hay un procesión religiosa que tenía todo para eso), pero el film se queda a mitad de camino entre la exploración de las contradicciones íntimas de un asesino profesional (no funciona en ese sentido la relación con el párroco del pueblo), la inevitabilidad trágica del noir y las convenciones más transitadas del cine de género. No está mal, pero de la dupla Corbijn-Clooney podía esperarse algo mejor.
Dar la cara "Nos quedábamos en las esquinas por si les pasaba algo", dice uno de los 10 hombres seleccionados por Joaquín Daglio para dar vida a este film, sobre su lugar, mientras ellas, las Madres de Plaza de Mayo, protestaban por la suerte de sus hijos. "Nunca nos organizamos", "fuimos acompañantes", agregan otros admitiendo su papel secundario, de reparto, en aquella épica de lucha, de dolor, de búsqueda de la verdad y de pedido de castigo a los culpables del genocidio. Este film intenta dibujar el desdibujado lugar de los padres de desaparecidos; es decir, el de maridos y viudos de esas mujeres que sí adquirieron gran notoriedad pública. Daglio y su equipo pudieron filmar los testimonios -en su mayoría más emotivos e íntimos que políticos y con toda esa inevitable carga de tristeza, bronca, culpa y melancolía- de diez hombres que hablan a cámara en sus hogares, en bares, en clubes deportivos, en aviones, en veleros, en plazas, en escuelas o en el propio Parque de la Memoria hasta que se reencuentran en la Plaza de Mayo. No hay grandes hallazgos cinematográficos (está claro que esa no era la búsqueda principal), pero sí un gran valor testimonial. Estos hombres, finalmente, también pudieron dar la cara y ese es el gran mérito de la película. Ahora sí: quien quiera oir que oiga.
¿Qué ves cuando me ves? En medio de tantas películas ampulosas, solemnes, pomposas e infladas (desde todo punto de vista) que abordan temas “importantes” y “trascendentes”, la aparición de una modesta, sencilla y querible historia de amor resulta a esta altura una bienvenida rareza. Esta opera prima del argentino -residente en Montevideo desde hace más de cinco años- Adrián Biniez narra la historia de Jara (Horacio Camandule), un guardia de seguridad treintañero y fan del heavi-metal que trabaja por las noches en un supermercado de la capital uruguaya. A través de las cámaras de vigilancia se enamora de (y se obsesiona con) Julia (Leonor Svarcas), una de las empleadas de limpieza del lugar. El “gigante” del título no se anima a establecer contacto con su objeto del deseo y continúa con su práctica voyeurista (también la sigue por la calle) hasta que un conflicto gremial provocará un brutal cambio en su actitud. Con una puesta en escena muy rigurosa y cuidada (que se sostiene en planos fijos e incluye la utilización de las imágenes de las cámaras de seguridad como parte esencial del relato), Biniez saca el máximo provecho de sus dos intérpretes (de formación teatral y escasa experiencia en cine) y apuesta por un tono liviano y por momentos cómico, que evita caer en el comentario obvio sobre la soledad e incomunicación social. Gran revelación del Festival de Berlín de 2009 (ganó allí) y elegida como apertura oficial del BAFICI de ese año, Gigante nos invita a depositar firmes esperanzas en el futuro artístico de Biniez. Aguardamos con ansiedad su segunda película.
Comedia a la que una sitcom le queda grande Katherine Heigl no salva Bajo un mismo techo Al referirse a esta película, que se estrena aquí en simultáneo con los Estados Unidos, varios críticos coincidieron en que Bajo un mismo techo se parece demasiado al piloto de una serie televisiva y hablaron de la historia (dos solteros carilindos y neuróticos que -fruto del destino y del azar- quedan a cargo de la crianza de una beba) como la premisa perfecta para una sitcom. El problema es que para muchos de esos expertos en cine la comparación con un producto de la TV conlleva un dejo despectivo (como si se tratara de un género menor), pero, apreciando la discreta calidad de una buena parte de las películas de Hollywood y el notable nivel actual de no pocas series norteamericanas podemos llegar a la conclusión exactamente opuesta: Bajo un mismo techo es una versión alargada (dura casi dos horas) y bastante menos lograda (incluso desde lo narrativo y lo estético) que cualquier episodio de Mad Men, Boardwalk Empire, Glee o Modern Family, por nombrar cuatro títulos bien disímiles. ¿Por qué semejante comparación? Porque, más allá de que tanto Katherine Heigl como Josh Duhamel se consagraron en la pantalla chica (ella en Grey´s Anatomy , él en Las Vegas ), este film de Greg Berlanti (cuyos antecedentes, claro, son como productor de media docena de series) tiene ya no sólo un tono sino directamente una puesta en escena y unos diálogos más televisivos que cinematográficos. El principal problema de Bajo un mismo techo , de todas maneras, ni siquiera es que sus personajes luzcan estereotipados o que apele de manera recurrente y facilista a la fórmula más trillada sino que nunca se decide si quiere coquetear con el absurdo (el planteo es absolutamente inverosímil), si prefiere concentrarse en lo romántico (los protagonistas pasan del odio al amor sin que haya ningún esfuerzo por trabajar semejante evolución) o si -como ocurre en varios pasajes- se apela al sentimentalismo más torpe y subrayado. Trillado y previsible Así, entre previsibles situaciones escatológicas (cambio de pañales, vómitos), personajes secundarios sin sustento (como el pediatra divorciado que interpreta Josh Lucas), múltiples secuencias de montaje con fondo musical, detalles gastronómicos (ella es dueña de una pastelería) y pasajes deportivos (él participa en la televisación de los partidos de la NBA), la película sólo trasciende una medianía alarmante cuando Heigl -una actriz de enorme versatilidad y simpatía- puede imponer su naturalidad por sobre las limitaciones de la trama y el esquematismo de unos diálogos demasiado calculados. El film -sobre todo en su arranque- tiene algunos chispazos de negrura e incorrección política, pero al poco tiempo abandona cualquier atisbo de provocación para quedarse en una historia previsible (se adivina sin dificultad cada paso siguiente) y, sobre todo, complaciente. Una pena. Heigl -aquí, además, productora- merece mejores vehículos para lucir su indudable talento.
Rico material de archivo para un retrato desparejo Tristán Bauer vuelve sobre la figura de Ernesto Guevara Pocas figuras han tenido una vida tan apasionante como la de Ernesto Guevara, pero también es cierto que no muchos hombres han sido objeto de tantos retratos (desde el documental y desde la ficción) como el héroe, mártir y revolucionario rosarino. Por lo tanto, Tristán Bauer tenía aquí un doble desafío: por un lado, estar en el terreno artístico a la altura del personaje (y del mito) y, por otro, trascender los lugares comunes de tanto retrato obvio y glorificador que se ha hecho en su nombre. En este sentido, puede afirmarse que el director y coguionista tuvo más logros en el primero de los terrenos que en el segundo. Con Che: Un hombre nuevo , Bauer consigue una producción muy cuidada y una narración muy prolija, sustentado en una larga y minuciosa investigación previa (y en contactos políticos, claro) que le permitió acceder a varios materiales hasta ahora inéditos provistos por la propia familia, por el gobierno cubano y por la administración de Evo Morales en Bolivia. Esos hallazgos (videos, fotos y escritos de su intimidad y de su pensamiento político) son lo más novedoso que entregan las poco más de dos horas de relato. Los problemas empiezan por la indecisión en el punto de vista (por momentos se ve y se escucha al propio Bauer y el film amaga con una búsqueda más "autoral"; en otros apela a una narración en off que lee los textos del Che en primera persona y la cosa parece volcarse hacia la autobiografía; para luego derivar hacia el documental más clásico y cronológico con los grandes hitos de su vida) y por la apelación a un tono épico, solemne y elegíaco que le quita la "humanidad" que el propio Guevara -un gran poeta y un gran romántico- transmitía en cada una de sus cartas o de las anotaciones en sus cuadernos. Su infancia marcada por el asma, sus viajes juveniles por la Argentina primero y luego por América latina, su decisiva participación en la revolución cubana, sus viajes diplomáticos, sus contradictorios lazos familiares, su fallida experiencia en el Congo (uno de los aspectos menos conocidos) y su trágico desenlace en Bolivia son reconstruidos con bastante eficacia y -quedó dicho- con el aporte de un muy rico material de archivo. Sin embargo, el resultado no es todo lo logrado que podía esperarse con semejantes recursos a su disposición. Así, la tan visitada figura del Che continúa siendo tan enigmática y escurridiza como antes para el cine y sus hacedores.
Cuando el cine se ríe del... cine El cine dentro del cine constituye casi un subgénero con vuelo propio, que ha sido transitado por numerosos directores -una lista a las apuradas podría incluir a La noche americana (Truffaut), Las reglas del juego (Altman), Cuéntame tu historia/Sate and Main (Mamet), La rosa púrpura del Cairo (Allen), Cazador blanco, corazón negro (Eastwood), El nombre del juego (Sonnenfeld) y Ed Wood (Burton)- con los más diversos resultados. En esa línea se inscribe también Whisky con vodka, el más reciente trabajo del prolífico realizador alemán Andreas Dresen, el mismo de las muy diversas entre sí Grill Point, Summer in Berlín y ese inesperado éxito que fue (aquí y en el exterior) Nunca es tarde para amar, sobre el sexo en la Tercera Edad. Conocí hace un año a Dresen en el marco del SANFIC (el festival de Santiago de Chile). Compartimos algún almuerzo y un par de charlas. Me cayó bien, me pareció un tipo amable, simpático, sensible, un poco naïve y bienintencionado (políticamente correcto). Iba a presentar allí Whisky con vodka, pero había aprovechado el viaje para recorrer bastante con su esposa e interiorizarse en la problemática latinoamericana (le apasionabal el tema de los derechos humanos en Argentina y Chile). Esas mismas características (amable, simpática, sensible y agregaría disparatada y melancólica) son las que definen a esta película sobre el caótico rodaje actual de una historia de época (ambientada en 1928) llamada Tango para tres. El protagonista es una vieja estrella, un galán maduro, egocéntrico, despótico, neurótico y borrachín que manipula, hace y deshace lo que quiere y cuando quiere para sufrimiento del director y del productor. Finalmente, ambos optan por una salida tan ridícula como diplomática: ante el riesgo cada vez más concreto de que el film no se termine, contratan a un intérprete algo más joven y bastante menos conocido (viene del teatro experimental) para que haga el mismo personaje. Así, cada toma será rodada en dos versiones, con dos actores diferentes. Whisky con vodka es una comedia de enredos sobre las miserias de los artistas con toques de humor negro, romances (la película dentro de la película es un triángulo amoroso sobre un hombre veterano enamorado de una madre y su hija) y -también- con una veta algo exagerada que por momentos se acerca demasiado al patetismo. De todas maneras, con esa y alguna otra reserva menor, recomiendo esta nueva demostración de la categoría narrativa de Dresen, un cineasta cálido que, también como persona, resulta una rara avis dentro de la frialdad general del cine alemán.