El día que paralizaron la Argentina En abril de 2000, las señales de noticias Crónica TV y Radio 10 cubrieron con un gran despliegue -con móviles en directo y con el tono ampuloso y por momentos amarillento que las caracteriza- un supuesto levantamiento armado del autodenominado Grupo Comando Sabino Navarro (en homenaje a un militante montonero), en una experiencia que remitía al movimiento zapatista y que -según se explicaba en pantalla- involucraba a temibles guerrilleros entrenados por las mismísimas FARC colombianas. A las pocas horas, cuando la sociedad ya había entrado en pánico, se supo que aquello no era más que una farsa montada por tres veteranos piqueteros de Concordia, Entre Ríos. Casi una década más tarde, Herzog logró que Juan María Lima, Carlos Sánchez y Patricia Rivero recordaran y recrearan esos hechos (consiguió incluso que "actúen" sus personajes), mientras apela también al falso documental para analizar el papel de los medios de comunicación en la construcción (artificial) de las noticias y esa suerte de doble manipulación (la de los protagonistas a los periodistas y, en definitiva, la de los canales hacia su audiencia). La historia es apasionante, el relato es más que interesante en su híbrido entre documental y ficción y varios de los recursos a los que apela Herzog (un director a tener en cuenta) son creativos, pero el film abre quizás demasiadas ramificaciones, una decisión que le impide profundizar y que, por lo tanto, le hace pierde algo de impacto. De todas maneras, se trata de una apuesta arriesgada con no pocos logros y hallazgos. Un muy digno exponente de la corriente más ligada a documental autoral que viene de obtener gran cantidad de premios en festivales locales y extranjeros luego de su estreno en el Festival de Mar del Plata del año pasado.
Sin aliento Creo que Enterrado es una buena película y, de hecho, así la estoy calificando. Sin embargo, debo admitir que, mientras disfrutaba de su minuciosa puesta en escena, de su sólido guión, de su impecable factura, de la creíble actuación de Ryan Reynolds, padecía en carne propia -casi hasta hacerme insoportable la experiencia- todo lo asfixiante y claustrofóbico de su propuesta. He leído a varios críticos indignados ponerle bajos puntajes a este film con la siguiente pregunta: "¿Alguien puede disfrutar de ver a una persona enterrada en un ataud durante 90 minutos?". Si nos remitimos a la trama del film (Reynolds, efectivamente, es el único personaje y se la pasa una hora y media bajo tierra dentro de un cajón) podemos vivirla como un ejercidio de absoluto sadismo hacia el espectador, pero -al mismo tiempo- creo que esta segunda película del español Rodrigo Cortes (Contestantes), vaya paradoja, "respira" cine, ideas e ingenio. Verdadero tour-de-force (para el actor, el equipo y el público), Enterrado se narra en tiempo real, en un sólo decorado y con el atribulado Paul -un camionero treintañero de Ohio que ha estado trabajando como contratista civil en Irak durante 9 meses- luchando contra el dolor físico (está herido), la falta de oxígeno, el calor, la progresiva descarga de la batería de su celular o de la llama de su encendedor. El teléfono le sirve para comunicarse con sus secuestradores (¿terroristas o simples delincuentes?), con sus patrones, con el FBI, con un especialista en casos de rehenes y, sin demasiada suerte, con su familia. Uno puede creer que es imposible sostener una narración de 90 minutos en semejantes condiciones sin ser aburrido o reiterativo, pero Cortés-Reynolds, el guionista Chris Sparling y compañía (hay un gran trabajo del joven fotógrafo catalán Eduard Grau, ya elogiado por su labor en Sólo un hombre) logran la proeza de hacer el film bastante entretenido (en el medio, es cierto, apelan a algunos elementos algo forzados y bastante discutibles) y trasladan el martirio del anithéroe hacia un espectador que deberá compartir la desesperación y la experiencia física y psicológica extrema de un film por demás inquietante, agobiante e incómodo. Otro aspecto interesante de Enterrado es su ácida crítica (con un dejo de ironía) a las miserias de empresas, funcionarios y profesionales ligados al holding económico-militar. A veces, los burócratas pueden resultar tan o más peligrosos incluso que los más desalmados terroristas.
El hombre equivocado Acostumbrado a escribir críticas mucho antes que mis colegas, me pongo a redactar esta reseña sobre No se lo digas a nadie recien un jueves al mediodía (producto de un viaje a Rosario que complicó la semana), cuando ya se han publicado en los diarios los textos de tres amigos y sólidos expertos como Luciano Monteagudo (al que no le gustó nada), Fernando López (al que le gustó a medias) y Diego Lerer (al que le gustó mucho). Todos hacen consideraciones que, más allá de las diferentes calificaciones, resultan razonables. Si bien mi valoración de "buena" es la misma que le otorga López en La Nación estoy más cerca de las ideas que expone Luciano en Página/12. Lo define como un thriller de qualité con demasiadas vueltas de tuerca que terminan manipulando al atribulado, desconcertado espectador. Este film "denso e intrincado" (López dixit) con mucho de hitchockiano (referencia principal de Lerer, que lo define como una mixtura entre Intriga internacional y Vértigo, con un poco de Psicosis y algo de El hombre equivocado") está impecablemente ejecutado y sobriamente protagonizado por un dream-team del cine francés (imaginen juntos a François Cluzet, André Dussolier, Marie-Josée Croze, Kristin Scott Thomas, Nathalie Baye, François Berléand y Jean Rochefort), pero al mismo tiempo está tan calculado, tan estructurado, tan sostenido en bruscos, imprevisibles giros de guión que resulta casi imposible expugnar esa coraza que lo hace demasiado recargado, tramposo, artificioso, y que lo convierte en un tour-de-force lleno de pistas falsas, un rompecabezas difícil de armar, un film laberíntico con algo del cine de Chabrol, de la literatura de Agatha Christie y de la serie Twin Peaks. Tras un prólogo sugerente y no demasiado explícito, la acción se sitúa 8 años más tarde, cuando Alexander (Cluzet), un exitoso pediatra, todavía sufre en carne propia las secuelas del asesinato de su esposa Margot (Marie Josée Croze). Pero la aparición de dos cadáveres, de unas fotos y de un e-mail con un video cambian por completo la situación y el torturado protagonista se transforma de golpe de victima en posible victimario (el principal sospechoso para la policía). Basada en un best-seller de Harlan Coben que llegó a vender más de seis millones de copias en 27 idiomas y gran éxito comercial en Francia, No se lo digas a nadie resulta atrapante por momentos y algo tortuoso (dura 132 minutos) por otros. Varias de sus subtramas y resoluciones son poco verosímiles, pero más allá de ciertos caprichos, estereotipos y arbitrariedades (como bien apunta Monteagudo) disimuladas por la categoría de su factura, no se trata de un thriller despreciable. De todas maneras, está claro, el cine francés ha abordado historias similares mucho antes y bastante mejor que este apenas correcto film de Canet.
Condena al nazismo en 3D El trabajo de Zack Snyder se luce más por la animación que por el relato El director Zack Snyder ( 300 , Watchmen: Los vigilantes ) parece obsesionado -siempre desde su estética cercana al cómic y a partir de materiales originales de otros autores- por las alegorías sobre el fascismo. En Ga´Hoole: La leyenda de los guardianes se "apropia" de las novelas de Kathryn Lasky para ofrecer un film de aventuras animadas que, más allá de estar protagonizado por lechuzas, cuestiona de forma bastante directa el racismo, el fanatismo y el extremismo propios de la ideología nazi. Con múltiples hallazgos en términos visuales (se exhibe en versión para salas digitales 3D e IMAX), el film consigue cautivar por momentos con los elegantes vuelos de los búhos o las coreográficas secuencias de batallas entre los sabios guardianes del título y los "puros", raza de crueles guerreros que se dedica a esclavizar o, en el mejor de los casos, a adoctrinar a los animales más débiles. El film tiene como principal eje el derrotero de dos hermanos que acaban de salir del nido familiar y aprenden a volar. Tras ser secuestrados por los "puros", el primero, Kludd, se convertirá en un eficaz soldado al servicio de los "puros", mientras que Soren logrará escapar e integrará el bando de los queribles guardianes. El enfrentamiento, por lo tanto, queda planteado desde el principio. El problema del film -más allá de su articulación de una mitología bastante obvia derivada de, por ejemplo, El señor de los anillos - es que no encuentra personajes capaces de conectar con el público (o los públicos): resulta demasiado elemental para los adultos y demasiado cruel y solemne para los más chicos (a pesar de que hay un cuidado por no mostrar sangre, es desaconsejable para menores de 10 años). Así, los pasajes en los que se intenta "aflojar" la tensión con escenas muy editadas que incluyen múltiples observaciones de color con fondo musical o que proponen situaciones cómicas resultan decididamente forzados, a contramano de un relato que Snyder pretende manejar por otros rumbos y con otros climas mucho más descarnados y sórdidos. Lo mejor del film, por lo tanto, tiene que ver con los hallazgos visuales de la animación tridimensional. Más allá de algunos regodeos innecesarios (tomas en cámara lenta que permiten mostrar, por ejemplo, el choque de las gotas de lluvia contra las plumas de las lechuzas), las imágenes alcanzan una belleza, una plasticidad, una textura y una profundidad que el cine pocas veces ha logrado. Es allí donde reside el principal mérito y casi el único valor de una historia que extraña en su construcción y en su dimensión dramática la misma categoría que sí alcanzó en su acabado formal.
El hombre detrás del mito Venerado por un puñado de cinéfilos, colegas y discípulos, Jorge Prelorán filmó mucho, pero su obra se vio poco en la Argentina (vivió tres décadas fuera del país). Bastante se ha escrito sobre su cine etnobiográfico, se sabe que fue nominado al Oscar, pero entre el mito construido alrededor de su figura y la llegada real de su filmografía hay una enorme distancia. Ese abismo es el que se encarga de salvar (al menos en parte) este logrado documental de Fermín Rivera, precisamente uno de sus "seguidores" más incondicionales, que dedicó casi un lustro a construir este retrato humano y artístico del director, fallecido en marzo de 2009, a los 75 años. El film -siguiendo una prerrogativa del propio Prelorán- opta en una de sus primeras escenas por evitar el sonido sincrónico. Así, escucharemos al cineasta en off y lo veremos en pantalla, pero nunca hablando a cámara. En cambio, Rivera sí incluye -en una decisión bastante polémica- varios testimonios directos de gente que lo conoció o que valora sus trabajos y su influencia (algunos, además, bastante prescindibles). La película es didáctica (arranca desde su niñez asmática, sigue por su adolescencia ya ligada al cine, por la oposición de sus padres que querían verlo como arquitecto y terminaron considerándolo como la "oveja negra" de la familia, por su primera incursión en los Estados Unidos como estudiante en Berkeley, por sus trabajos iniciales con una Bolex vieja que lo acompañaría durante buena parte de su carrera, por un divorcio prematuro con una mujer con la que tuvo una hija, por sus becas Guggenheim y su relación con la Universidad Nacional de Tucumán, por sus films en el noroeste, por sus limitaciones como padre, y por las contrapuestas lecturas ideológicas alrededor de su cine, hasta llegar a su lucha final contra el cáncer), pero resulta casi siempre honesta, lúcida, cuidada y atrapante. No deja de ser un panegírico, es cierto, pero Rivera se permite mostrar unas cuantas dudas, contradicciones y limitaciones de su homenajeado. Así, Huellas y memoria de Jorge Prelorán se convierte no sólo en un sólido documental que viene a llenar un hueco en la historia cinéfila argentina sino también en una suerte de testamento fílmico por parte de un artista que marcó una época, impuso un estilo y dejó unos profundos y ricos retratos sobre esa Argentina que no mirábamos y que todavía, en muchs casos, seguimos sin mirar.
Vivir y morir en Buenos Aires La visión de esta opera prima del director y coguionista Miguel Cohan me dejó una sensación contradictoria: por un lado, apuesta por un tipo de cine que no me interesa demasiado y que a esta altura ya me tiene un poco cansado (esas fábulas morales "de guión" con una estructura coral con encadenamientos y entrecruzamientos hiperdiseñados en la línea de, digamos, el Robert Altman de Ciudad de ángeles o el Paul Haggis de Crash / Vidas cruzadas). Al mismo tiempo, no puedo dejar de reconocer que -dentro del panorama nacional, tan afecto a los excesos discursivos, los subrayados bajalínea- el film se sostiene con dignidad, profesionalismo y termina siendo bastante convincente en su propuesta. Tras los acordes y la voz del Flaco Spinetta en Post-crucifixión, el clásico de Pescado Rabioso, arranca la descripción de los personajes (que van desde adolescentes a veteranos, de distintos orígenes y clases sociales), que -producto del azar y el destino- se irán cruzando en una noche de furia con accidentes callejeros y cuyas existencias se irán complicando cada vez más a partir de ocultamientos familiares, presiones mediáticas e investigaciones judiciales truchas en un derrotero con un efecto bola de nieve irrefrenable. La película se propone (y por momentos consigue su objetivo) como una mirada despiadada al estado de las cosas en una sociedad argentina marcada por la hipocresía, la doble moral, el cinismo, el miedo, la corrupción, la inseguridad, el individualismo (la falta de solidaridad) y la falta de garantías republicanas (que genera un inevitable deseo de venganza y "ojo por ojo"). Hay en el film algo de la impronta hitchcockiana (el peso de cargar con la culpa, el tipo común, inocente, obligado por las circunstancias a sumergirse en situaciones extremas) y, por qué no, algo del cine de Adolfo Aristarain. Lo dicho: Sin reservas es un film de indudable solvencia técnica, formal e interpretativa (igual hay algunos desniveles entre los actores) y una buena carta de presentación de Cohan. Para mí, se trata de un cine quizás demasiado calculado y recargado (de "mensaje", de moraleja sobre la descomposición del tejido social), pero no deja de ser un más que interesante producto dentro de una vertiente industrial que necesitaría cada año de muchos exponentes sólidos como éste.
El amor es más fuerte Repaso las líneas que escribí sobre esta notable película cuando se presentó en febrero último, en el marco del Festival de Berlín, y -a casi 8 meses de aquella experiencia- las primeras ideas que me vienen a la cabeza son dos: 1) Que hubiese sido un excelente material para convencer a indecisos durante el largo, arduo y acalorado debate sobre el matrimonio igualitario; y 2) Que a través del humor (esta película tiene algo de comedia de enredos) se pueden decir -a veces de forma más convincente que con el melodrama "importante"- cosas profundas, honestas, tiernas, sinceras y, por lo tanto, conmovedoras para el espectador. Mi familia, lo nuevo de esa siempre interesante directora indie-queer que es Lisa Cholodenko (High Art), narra las desventuras de una pareja lesbiana (notables trabajos de Julianne Moore y Annette Bening, firmes candidatas a alguna nominación al Oscar) con dos hijos adolescentes concebidos por inseminación artificial (Mia Wasikowska, la Alicia de Tim Burton, y Josh Hutcherson), cuya relación de muchos años se ve trastornada por completo cuando los jóvenes deciden contactar al donante de esperma (Mark Ruffalo), que resulta ser el simpático dueño de un restaurante naturista que seducirá a todos generando una gran confusión e incertidumbre en el seno de ese núcleo familiar hasta entonces sólido e inalterable. Con gran timing, buenos climas, diálogos inteligentes, observaciones punzantes, situaciones creíbles y excelentes actuaciones, Mi familia viene conquistando distinciones y elogios en festivales (arrancó en Sundance y en la Berlinale ganó con toda justicia el muy popular e influyente premio Teddy al mejor film de temática GLTB) para luego cosechar de forma casi unánime críticas laudatorias (a las que me sumo con este texto). Como plus y curiosidad, durante un pasaje central del film (una comida en familia) los personajes hablan maravillas de la Argentina y coinciden en que “Buenos Aires es la ciudad más bella del mundo”. No sé si realmente estos artistas conocen a fondo nuestra ciudad o si exageran, pero no hacía falta nada de eso para conquistarnos: los personajes tienen la suficiente carnadura humana, la sinceridad y la empatía necesarias como para que la película -leve y profunda a la vez- resulte un retrato fascinante sobre los nuevos conceptos de familia, sobre el amor, la lealtad y el respeto más allá de los prejuicios reinantes y de las preferencias sexuales que cada uno tenga.
Ambiciosa historia coral con discretas actuaciones Centrada en la aparición del movimiento feminista Esta coproducción argentino-española dirgida por la catalana Laura Mañá reconstruye una época de nuestro país (fines del siglo XIX), una incipiente tendencia sociopolítica (la irrupción del feminismo dentro del movimiento anarquista) y una historia puntual (la de la pionera Virgina Bolten) que resultaban en principio más que interesantes. Sin embargo, el resultado final, más allá de ciertos hallazgos y de su digno acabado formal, no está a la altura de semejante empresa ni mucho menos de las múltiples posibilidades que permitía en términos de narración cinematográfica. Más allá de la importancia, potencia e implicancia de los hechos que el film aborda (desde las luchas gremiales impulsadas en las hilanderías por las trabajadoras incluso frente a una represión persistente y coordinada por parte de los grupos de poder hasta los esfuerzos casi heroicos para la publicación clandestina de La voz de la M ujer, primer periódico anarco-feminista entre 1896 y 1897), el film dilapida buena parte de su potencial en escenas obvias y subrayadas, en contradicciones más bien torpes y en diálogos demasiado explícitos y didácticos que limitan la fluidez del relato y la conexión emocional del espectador con las vivencias de los personajes. El guión de esta historia de ambiciosa estructura coral (el protagonismo está muy repartido), que fue escrito a cuatro manos por Esther Goris (impulsora del proyecto) y Graciela Maglie, vincula varios personajes de los más diversos orígenes y pertenencias sociales: desde la apuntada luchadora libertaria Virgina Bolten (Eugenia Tobal) hasta la distinguida y exitosa cantante de ópera Lucía Boldoni (Goris), que termina abrazando la lucha de las trabajadoras, pasando por empresarios, senadores y militares que intentan sostener a sangre y fuego el statu quo frente a la creciente amenaza de "las bandas de ácratas y locas" (así las definen). El film tiene algunas observaciones interesantes (como el machismo reinante en aquellos tiempos, que no distinguía clases sociales ni ideologías políticas) y propone una reconstrucción de época modesta pero digna. El principal problema pasa por las interpretaciones (carentes de la enjundia necesaria o, por el contrario, demasiado cerca de la afectación y la sobreactuación), que en muchos casos deben lidiar con diálogos demasiado solemnes, estructurados y no del todo creíbles. Tampoco crece el relato cuando se sumerge en el tortuoso melodrama romántico (la relación entre Goris y Daniel Fanego). Así, Ni Dios ni patrón ni marido, con sus alegorías y sus inevitables paralelismos con la actualidad, se queda muchas veces en viñetas aisladas (algunas más lucidas y logradas que otras), en meros esbozos de un retrato social que no logra trascender el trazo grueso.
Suspenso, horror y destreza narrativa Llega una secuela con terror británico Hace cinco años se estrenó El descenso , un muy logrado exponente del cine de terror británico sobre unas jóvenes amigas que se sumergían en unas cuevas de los Apalaches, hasta entonces inexploradas, en las que resultaban presas fáciles de los crawlers, una raza de cazadores subhumanos -ciegos pero ávidos de alimento- que habitaban en las profundidades. El éxito comercial y crítico de aquel film del cotizado guionista y director Neil Marshal fue inmediato (incluso en la Argentina) y, por eso, no extrañó que se concretara esta secuela que, si bien cambió de realizador (es el debut tras las cámaras del reconocido montajista Jon Harris) y de autores, mantiene con nobleza buena parte de los hallazgos de la historia original. Ambientada en el mismo lugar y pocas horas después del primer film, El descenso 2 arranca cuando Sarah Carter (Shauna Macdonald) aparece golpeada, ensangrentada y sin poder recordar nada de lo sucedido en las cuevas. La policía y los rescatistas no le creen demasiado y a las pocas horas la obligan a que los acompañe al mismo lugar para buscar a sus compañeras desaparecidas. Una vez que bajan por el ascensor de una vieja mina del lugar comienza otra tensa, sangrienta, claustrofóbica odisea sobre la supervivencia del más apto en un submundo lleno de peligros naturales (desprendimientos de rocas, zonas inundadas) y de despiadadas bestias carnívoras. La película es bastante lineal -hay algunos breves flashbacks que recuerdan los traumas familiares de la protagonista y un recurso (la aparición de una cámara de video) que permite ver imágenes de las jóvenes perdidas-, pero los guionistas tienen reservadas un par de sorpresas para su segunda mitad y ofrecen, por supuesto, un festival gore (y hasta escatológico) con situaciones de violencia extrema que aseguran no pocos sustos y que los seguidores del género sabrán apreciar. Algunos podrán argumentar que El descenso 2 es más de lo mismo, aunque también es cierto que "más de lo mismo" significa en este caso otras buenas dosis de suspenso, de horror y de destreza narrativa (buena utilización del fuera de campo, de las distintas capas de la banda sonora y de la climática música a base de sintetizadores). Es decir, los argumentos que consagraron a la película original y que esta sólida secuela sostiene con bastante dignidad.
Dos extraños amantes Vi esta película en su estreno mundial, en el marco de la Quincena de Realizadores del Festival de Cannes 2009, con los dos guionistas/directores y el mismísimo Jim Carrey presentándola sobre el escenario de la sala Stéphanie Théâtre Croisette. Me pareció -y lo escribí entonces- toda una audacia, no tanto para una propuesta independiente (el principal financista fue el todopoderoso productor francés Luc Besson) sino para las carreras, siempre tan cuidadas, de dos estrellas de Hollywood como Carrey y Ewan McGregor. El tiempo me dio la razón: 15 meses después el film aún no se ha estrenado en los Estados Unidos, a pesar de que ha sido adquirido hace tiempo por un distribuidor de ese país ¿Autocensura? ¿Conservadurismo? Aquí, por suerte, Una pareja despareja (un título local muy poco inspirado) llega finalmente a las salas comerciales y, por lo tanto, su lanzamiento merece ser saludado con especial énfasis. Tras la aprobación del matrimonio igualitario, estamos aquí en un ambiente social friendly para una película como de estas características Inspirada en una insólita historia real, los guionistas de la notable Un Santa no tan santo debutaron en la dirección con esta desprejuiciada comedia negra de amor gay, plagada de millonarias estafas y engaños tan ingeniosos como delirantes, que transcurre en su mayor parte dentro de prisiones, de las que se escapan (y vuelven a entrar) los protagonistas/amantes interpretados por Carrey y McGregor. Con un sólido guión y con actuaciones bastante arriesgadas (que incluyen besos apasionados y escenas extremas) por parte de los dos astros, se trata de una película de eficacia irregular en sus gags (hay más hallazgos que traspiés), pero muy disfrutable y con un inevitable, merecido destino de culto.