Están de vuelta…una vez más Volvió Jack Sparrow con todo su séquito de malvivientes y espíritus malignos. Todos están de vuelta, casi podría decirse que no faltó nadie…excepto una buena historia para contar. La trama es siempre la misma: Jack Sparrow (Johnny Depp como lo conocemos siempre) debe enfrentarse con un viejo adversario que ahora está del lado de los muertos, y quiere ajustar cuentas con él. En el medio, nos encontramos con la parejita de turno: Henry Turner (Brenton Thwaites), hijo de Will Turner y Elizabeth Swan (sí, Orlando Bloom y Keira Knightley reaparecen) y la joven Carina Smyth (Kaya Scodelario), quien también es hija de otro protagonista, para hacer las cosas más interesantes si se puede decir. Si tuviera que enumerar cuáles serían las virtudes y defectos de esta nueva entrega, no sabría por dónde empezar. Primero y principal, está más que claro que en esta saga se aplica a rajatabla la ideología “seguir hasta que la vaca deje de dar leche”. No está mal, es algo respetable, hace bastante tiempo que estamos en una era donde Hollywood se dedica a reciclar, remasterizar, rebootear, y rellenar cuanto bache encuentren para generar más ingresos. Aunque no todas las sagas que continúan hoy en día gozan de buena salud, no podemos decir que Piratas del Caribe sea la excepción a la regla porque, sinceramente, no se entiende cómo es que esta historia se sigue prolongando en el tiempo y no le dieron el cierre que correspondía. La partida de Terry Rossio fue notoria y lamentable, se notó mucho su ausencia en esta secuela. El guionista, que se había hecho cargo de las 4 primeras entregas, no estaba haciendo un mal trabajo hasta el momento (obviando la cuarta, claro está). Discrepancias narrativas con Johnny Depp hicieron que tomara las riendas del guion Jeff Nathanson, lo que no favoreció demasiado al film teniendo en cuenta el poco empeño y dedicación que se ve en pantalla. Todos y cada uno de los sucesos mostrados no parecen tener razón de ser alguna. Todo parece forzado y pobre, hasta los chistes y morisquetas de Sparrow llegan a cansar de tantas veces que se repitieron. Javier Bardem, quien encarna al Capitán Salazar, es el único que le da un toque más interesante a la trama, demuestra un compromiso auténtico y jugado, algo que no se ve en casi nadie del resto del elenco, que pareciera que estuvieran en piloto automático. El regreso de Will Turner y Elizabeth Swan suponía devolverle el toque de romanticismo que le venía faltando a la saga, pero hubiese sido mejor que cada uno de los actores se quedara en su casa, sin perder más tiempo. Ni siquiera la joven pareja de Thwaites y Scodelario logra darle más dramatismo a la historia, la química entre ellos es nula, y la pareja casi ni resulta creíble. No se puede decir mucho a nivel técnico, Disney ya nos tiene acostumbrados a grandes efectos especiales y escenarios naturales impactantes, lo respeta muy bien y mantiene el mismo formato de dirección como todas las de la franquicia. Es lamentable que no sepan dejar ir a una historia que tantas alegrías dio. Habrá que esperar a la próxima, a ver si de una vez por todas el Perla Negra se aleja de los cines hacia un viaje final.
Sueños entre escombros En este film palestino no se trata de hablar de miedo, ni de la vergüenza, ni mucho menos de la tristeza. Basta con fijarse metas, sortear obstáculos, y cambiar el mundo. Hace ya varios años que estamos viendo en los informativos aparecer noticias sobre el terror y la angustia que viven los ciudadanos de Gaza, sobre todo en lo que concierne cruzar la frontera. Entrar y salir del país es un acto de suma valentía, algo que no todos tendrían si se quiere conservar la vida. Es en estos lares donde se encuentra nuestro protagonista, Mohammed Assaf, un chico común, quien tiene a su grupo de amigos y una hermana que nunca pretende aparentar ser una mujercita. El grupo de por sí es bastante variopinto, pero todos ellos están de acuerdo en una sola cosa: triunfar y cambiar el mundo. Sus dotes musicales y la voz virtuosa de Mohammed les valen un par de monedas al principio, pero con el tiempo (y luego de muchas caídas) nuestro protagonista alcanzará el éxito como cantante fuera de su Gaza natal, algo que le cambiará la vida a él y a muchos palestinos. La película, si bien está basada en hechos reales, no distrae su foco cayendo en los lugares comunes que, teniendo en cuenta el contexto en el cual se sitúa la trama, tranquilamente podrían haber recurrido a los llamados “golpes bajos” o la historia podría haber sido desdibujada al punto de tomar un concepto distinto en lo que respecta a la situación socio-política. El director Hany Abu-Assad toma a los niños como protagonistas, concentrando el foco de la historia hacia el lugar de la inocencia y los sueños, dentro de un mundo plagado de bombas y escombros. Mohammed es el único que sobresale entre su entorno, tiene la iniciativa necesaria para escalar hacia lo más alto, en compañía de su familia y afectos. En este sentido, El Ídolo apela a la emoción, a la manera en que un reality show de canto puede cambiarle la vida a un simple muchacho proveniente de un país donde casi nadie puede entrar o salir. Si bien la trama presenta unos baches narrativos que se ocultan con las historias superpuestas de los amigos del protagonista, nunca se pierde la emotividad en la vida del futuro cantante, con una puesta en escena jugada dentro de la ciudad de Gaza y El Cairo. Lo más destacable dentro del film es la aparición del verdadero Mohammed Assaf que, a través de las imágenes de archivo, le aporta el realismo que la película necesita y todo el sentimentalismo con el que se carga el final, sin caer en los típicos clichés de las biopics. Este drama se mantiene fiel hasta el final, haciendo madurar la historia junto con su protagonista, dentro de una ciudad que nunca imaginó ver nacer una estrella.
Del ridículo y otras vergüenzas Dos policías completamente incompatibles, un caso de corrupción dentro de las fuerzas policiales, humor negro, sexo, drogas y un rejunte de mediocridad muy difícil de digerir. Cuando se decide entrar al cine a ver una película como Chips: Patrulla motorizada recargada, uno puede esperar que no estará presenciando la octava maravilla del celuloide; pero cuando el resultado es tan desastroso como este caso, cuesta recuperar la fe en el séptimo arte. La película está basada en la serie homónima estrenada en los años 70, por lo que, quienes la hayan visto, conocen la historia: dos policías, Jon Baker (Dax Shepard), un amateur que busca probarse ante las autoridades para que decidan darle el título de oficial (por más que no sabe ni manejar un arma y su situación matrimonial está al borde del colapso), y Frank Poncherello (Michael Peña), un agente del FBI encubierto que busca desbaratar una banda de delincuentes dentro del mismo departamento policial, además de pasar gran parte de su tiempo libre teniendo sexo con cuanta fémina se le cruce. Hasta aquí, nada novedoso, el desastre viene después… Todas y cada una de las escenas están filmadas de una manera que a veces cuesta seguirles el ritmo, no por lo complicadas que sean, sino porque no se entiende nada de lo que está pasando. La cámara en constante movimiento, dando la sensación de “turbulencia”, no hace más que dejar al descubierto todas las falencias de esta vergüenza, como si algo pudiera aportar a la nada misma que se está viendo. Si quisiera buscar algún aspecto positivo y tratar de poner la mejor buena voluntad posible, no se me ocurriría ningún motivo como para calificar esto como una comedia, porque nada, absolutamente nada, está en su lugar como para hacer reír a alguien. Empezando por la dirección del mismo Dax Shepard, algo lamentable y penoso, digno de un film que se dice cómico, mezcla policial, mezcla ridiculez y cualquier cosa menos algo que se base en una historia concreta y entendible. Ni siquiera el humor negro está bien utilizado, y eso que el mismo no es necesario incluirlo de una manera magistral, pero al menos tendría que amoldarse de un modo que provoque risa, o algo que se le parezca. Como si solo alcanzara con mostrar mujeres desnudas y los degenerados de siempre para que todo encuadre, no importa el guion, no importa la música, no importa ni siquiera las actuaciones, que pareciera ser que la película fuese una excusa y todos están ahí solo para reírse de ellos mismos. Esta película es un chiste, pero no de los buenos. Insalvable por donde se la mire, sin el menor atisbo de picardía o comicidad digno de las series setentosas o las duplas clásicas que marcaron la pantalla chica. Esto no es comedia, es cualquier cosa menos eso. Por más que el único que puede iluminar un poco con su gracia sea Michael Peña, no alcanza y todo queda a mitad de camino. Los reboots a esta altura pisan en terreno pantanoso, no todos gozan de la misma salud, y éste es uno de los mejores ejemplos.
Un clásico de generaciones Dos familias, los Mercado y los Dávalos, se enfrentan todos los años en un partido de fútbol para disputar su lugar en el pueblo de Piray Km 18. No hay rivalidades, no hay dinero de por medio, no hay intereses políticos… sólo amistad y pasión por la camiseta. Sergio Acosta, como director, es de esos que prefiere dejar que las imágenes hablen por sí solas. No modifica ni interviene nada, ni siquiera en el sonido ambiente,deja que las acciones y los personajes hablen por sí solos, tal como lo harían en la vida. El documental se centra en dos familias misioneras, los Mercado y los Dávalos, quienes son oriundas del pueblo de Piray, y han mantenido una “rivalidad” por muchas generaciones. Todos los años, estas familias se encuentran en el km 18 del pueblo donde nacieron para disputar un partido de fútbol amistoso, el cual alcanzó un grado de popularidad tan alto entre los lugareños que allí lo viven como si fuera un Boca – River pueblerino. Si bien la película no presenta un narrador ni la famosa voz en off para darle un hilo conductor al relato, la decisión del director fue más que acertada, ya que la relación entre estos dos grupos familiares no se hubiera apreciado de la misma manera y no se hubiera llegado al grado de profundidad narrativa con la que éste documental cuenta. Todo es cuestión de imágenes y acciones, los miembros de cada grupo viven su día a día frente a las cámaras como si no estuvieran, se preparan para el gran partido y el espectador es un participante omnipresente dentro de la historia. Artísticamente no hay casi nada para decir. Más allá de ser un documental rodado en un pueblo pequeño pero intenso, su fotografía y diseño es algo por lo que se destaca en gran medida, no solo por retratar muchas partes de Misiones, sino también otras localidades fuera del país. Lo más rescatable de este proyecto es la vuelta de tuerca que se le da al fútbol, porque no estamos ante una producción más que muestra las hipocresías, vanidades y corrupciones del deporte más famoso del país. Se trata de presentar una historia, simple y concreta, muy humana y hasta tierna, donde el hecho de competir no se hace por dinero ni premios, se hace por tradición, amistad y familia. Un mensaje que muchos han olvidado, pero los que mantienen la memoria viva lo recordarán siempre.
Nunca digas nunca Después de su gran paso por la pantalla chica con Todos contra Juan y su anterior obra Días de vinilo, Gabriel Nesci regresa con Casi leyendas, una comedia que vuelve a adentrarse en el mundo de la música y las amistades que perduran a través del tiempo. Los años no pasan para todos igual, la música tampoco. Esto Gabriel Nesci lo entendió y supo plasmarlo decentemente en Días de vinilo, tomando el combo de música de antaño – viejos amigos para poder darle vida a una historia rendidora. La fórmula se repite aquí: un grupo de amigos, conformado por Axel (Santiago Segura), Javier (Diego Peretti) y Lucas (Diego Torres) se reúne después de más de 20 años sin verse para resucitar una banda de rock que ellos formaban y habían logrado saltar al estrellato en los 90, sin mucho éxito ya que, por contingencias de la vida, deben abandonar la música. Al encontrar paralelismos con grandes bandas como Soda Stereo, Virus, entre otras que tomaron vuelo en la década de los 80 y volvieron a reunirse décadas después, es muy fácil empatizar con este grupo de viejos músicos que se reencuentran después de tantos años, con todo lo que eso significa y con lo que les cuesta amalgamar sus propias vidas con su vieja pasión. El trío es de lo más peculiar: uno es un padre viudo y depresivo que no puede tener una mínima conversación con su hijo adolescente, otro es un abogado exitoso que de la noche a la mañana pierde su trabajo, y el último es un español con síndrome de Asperger cuyo único “amigo” es el enfermero de su padre. A simple vista, la vida es un desastre para este conjunto, y a medida que los conflictos se multiplican, los personajes van evolucionando junto con las canciones que acompañan todo el film. Con un diseño de producción eficiente, un guión correcto y una banda sonora que pide pista por sí sola; Nesci regresa a pleno con una de sus pasiones más grandes, la música funciona tranquilamente como un personaje más dentro de la historia, la combinación entre el drama y el humor se da de muy buena manera, sin caer en golpes bajos ni en chistes fáciles. Las actuaciones también merecen un reconocimiento. Peretti, Torres y Segura conforman un trío de lo más simpático, de vista parecen completamente dispares, pero la química que demuestran en pantalla se transmite y resulta una experiencia muy grata verlos congeniar tan bien. Santiago Segura es, sin duda, el que se lleva los aplausos con su personaje, casi podría decirse que el guía en la historia es él, mientras que los otros dos lo acompañan decentemente. Además, verlo a Diego Torres interpretar el papel de un baterista y correrse del lugar convencional de cantante al que nos tiene tan acostumbrados es un acierto por parte del director, el no caer en el típico cliché de todos los artistas que se interpretan a sí mismos, a no ser que quieran parodiarse, como es el caso de Cae, quien tiene una pequeña pero impecable participación en la película. Podría decirse que Casi leyendas es un tributo a todas esas bandas que resurgieron después de mucho tiempo, pero nos estaría faltando hacerle justicia a su banda sonora tan original que, por cierto, no sería nada raro que busque su lugar en las disquerías.
El precio del éxito El mundo es un lugar cruel para todos aquellos que son diferentes, o al menos, aquellos que la sociedad percibe como tal. Monsieur Chocolat es el retrato puro y duro de un comediante circense de raza negra que conocerá las alegrías y tristezas que conllevan el reconocimiento del público en la Belle Epoque. La historia nos lleva a la Francia de comienzos del siglo XX, una época donde las monedas eran contadas y la risa era escasa. El circo, un espectáculo muy concurrido para ese entonces, buscaba renovarse constantemente llevando nuevas atracciones para que el público se maravillara con los fenómenos que aparecían ante sus ojos. Georges Footit (James Thierrée), un payaso que se encuentra en plena caída de su carrera, conoce a una de las atracciones principales del circo donde trabaja: un negro (Omar Sy) que se hace pasar por caníbal para que el público se asuste. Footit ve potencial en él, por lo que logra convencerlo de que los dos formen un dúo de payasos y así proponer algo nuevo para el circo. Los dos triunfan como dupla payasesca, salen de gira y pareciera que nada podría ser mejor…hasta que Chocolat (su nuevo nombre artístico) decide cambiar su rumbo como artista, algo impensado para la sociedad de ese momento. Resulta muy fácil empatizar con el protagonista, ya que todas sus penurias y sus logros -casi podría decirse- son sentimientos compartidos por el espectador. Omar Sy logra una conexión muy intensa, tanto con su compañero de pantomima como con el público que lo rodea (dentro y fuera de la pantalla), su Chocolat es un digno reflejo de las injusticias y opresiones que sufrían los negros en ese entonces, por lo que su historia no es algo que pase desapercibido, ni aún hoy en pleno siglo XXI. Todo en la película está montado de manera tal que ninguna pieza quede fuera del rompecabezas. La historia del legendario payaso empieza y termina dentro del circo, lo cual es una pequeña falla para señalar, ya que en muy pocas oportunidades podemos adentrarnos en el pasado del personaje. Si bien aparecen un par de flashbacks en el medio del film, no alcanzan para justificar el por qué de las acciones del protagonista, así como el resto del elenco (incluso su compañero circense) aparece en escena casi como por obligación, no hay motivo, razón o circunstancia que pueda darle sentido a sus intenciones dentro de la historia. El guión es fluido, conciso y claro, pero aun así pareciera que en las casi dos horas que dura la película, todo pasara muy rápido, sin dejar lugar a que los hechos se desarrollen con normalidad, sin dar tiempo a que los personajes puedan darse a conocer de forma más profunda y por eso la historia queda a medio camino. A pesar de esto, es un film más que disfrutable, con muy buenas actuaciones, escenarios bien confeccionados para retratar los comienzos del siglo XX en Francia, vestuario y banda sonora acorde. Además de contar con una gran fotografía. Monsieur Chocolat pertenece a esas películas que se ven por casualidad pero que no dejan al espectador indiferente de ciertas cuestiones. Ha pasado un siglo desde la muerte de este talentoso artista, y al día de hoy sus pantomimas evolucionaron en los grandes circos, sin perder ni por un segundo un gramo de la misma alegría.
Todo queda en familia Abordar el cine iraní no sólo resulta todo un desafío, sino que no siempre deja en el espectador la misma sensación al abandonar la sala. Ya estamos muy acostumbrados al cine pochoclero hollywoodense, por lo que el arribo de una obra como El viajante resulta un toque de aire fresco para la cartelera de hoy en día. La historia es sencilla desde el comienzo: un matrimonio joven, él llamado Emad (Sahab Hosseini) y ella llamada Rana (Taraneh Alidoosti) trabajan junto a sus amigos en una obra teatral de bajo presupuesto, a la vez que deciden dar un paso más en sus vidas mudándose a un nuevo departamento para comenzar su propia familia. Los problemas empiezan cuando de un día para el otro descubren que la inquilina que habitaba ese lugar era prostituta y la comidilla de todos los vecinos, ya que a todos sus clientes los atendía en el departamento. El guión, escrito por el mismo Asghar Farhadi, nos conduce dentro de un matrimonio, simple y sin complicaciones, cuyo objetivo no es más que encontrar un poco de paz en medio de sus vidas cotidianas. Si bien seguirle el ritmo a un film de medio oriente no es tarea fácil, podría decirse que narrativamente es llevado a buen puerto, ya que las dos horas que dura la película no se sienten tan tediosas como habitualmente ocurriría. En cuanto a los aspectos técnicos, habría que tomarse un tiempo para observar que cada plano e incluso cada escena no tienen ningún tipo de pretensión artística, nada está diseñado como para atraer algún tipo de atención. Todo está filmado de manera simple, buscando retratar una vida que al principio se ve sencilla, hasta que luego el relato toma forma hacia un desenlace inesperado. Hay que atravesar la experiencia para poder entenderla. El viajante no escapa a las reglas básicas de un drama, pero a la vez presenta tintes muy marcados del thriller tradicional. La cotidianeidad se rompe de un momento a otro, la vorágine en la que se ve sumergido el espectador va incrementándose conforme avanzan los minutos del largometraje, todo encaja donde tiene que estar, no hay personajes de más ni situaciones de relleno. Pero más allá de todo lo que pueda decirse sobre la película, hay que hacer una salvedad en cuanto a su repercusión. Cabe destacar que no es ninguna casualidad que un film iraní se estrene en la cartelera porteña en estos días, de no haber sido por su nominación al Oscar. Eso es lo que hace replantear un poco qué tanta variedad se puede disfrutar en el cine, tiene que existir una nominación a un premio reconocido para que este tipo de películas se hagan conocidas y puedan tener una mejor difusión, lamentablemente es lo que se percibe. De todas maneras, es un motivo para celebrar que esta historia haya llegado a hacerse conocida, nunca viene mal tener otra visión de lo que es el cine, sobre todo si puede ser contada por gente que no tiene el mismo prestigio ni la misma popularidad que todos los que ocupan el mainstream. Es simplemente diferente…sólo hay que animarse a atravesar la experiencia.