Apocalipsis de ideas. Jake Lawson (Gerard Butler) es un especialista en satélites, que toda su vida ha trabajado en pos de crear una central espacial que funcione como “controlador” del clima de todo el mundo, evitando catástrofes climáticas. Un buen día, esta central deja de funcionar correctamente, el clima comienza a hacer sus estragos, y Jake debe volver al espacio para arreglar el desastre, algo que no será fácil ya que nunca faltan los malos de turno para impedirlo. Reconocidas y sobradas son las películas donde ya hemos visto alteraciones del clima con consecuencias mortales: Twister, Impacto profundo, Volcano, El día después de mañana, San Andreas, y podríamos escribir todo un capítulo sólo con nombres. Pareciera ser que ya nada nos sorprende, pero el reciclaje de ideas es una fuente inagotable de proyectos en el cine del nuevo milenio, por lo que siempre habrá algo novedoso para contar en base a una idea hiper masticada. Geo-tormenta tiene todo lo que una película de su calaña tiene que tener. Efectos especiales extravagantes, grandes secuencias de acción, una cuotita de sentimentalismo que nunca falla, y un guion que brilla por su ausencia. No hace falta aclarar que todo es muy predecible, el conflicto se ve venir desde el momento en que la película inicia con los créditos, y eso hace decaer la tensión del relato conforme va pasando el tiempo. Si bien la idea de incluir una catástrofe mundial que junte todos los desastres climáticos posibles puede resultar prometedora, el famoso dicho aplica muy bien en este caso: el que mucho abarca, poco aprieta. Aquí no tenemos desarrollo de nada, mucho menos de los personajes principales, que solo sirven como excusa para poner en juego todo el cataclismo del título. Tampoco se hace mucho hincapié en el conflicto en sí, ya que los hechos se van sucediendo uno detrás de otro sin dejar lugar a procesar ningún tipo de información o emoción (si es que la hay por momentos). Pero lo que más se destaca dentro de un guion que parecía no aportar nada, es la gran aparición del ya conocido mensaje patriótico por parte de los Estados Unidos, con sus clichés despectivos hacia los latinos, los ingleses, y cualquier otro país perteneciente al lejano oriente. Nos preguntamos, ¿había necesidad de recurrir a las viejas artimañas que inauguraron películas como Armageddon y Dia de la independencia, y creer que se puede salir airoso? A todas estas ideas ya utilizadas, sumarle una licuadora de todos los films de catástrofe en uno solo, y nos queda este resultado. Funciona para aquellos que busquen explosiones y un sinfín de bombas, como para despabilarse y pasar un rato. No hay que ponerse a buscar mucho más, porque una vez que el humo se disipa, no queda absolutamente nada.
El mundo fue y será una porquería Ya lo decía Enrique Pinti: pasan los años, quedan los artistas. Sí, los mismos artistas que, con el tiempo, han trascendido los escenarios y la pantalla de la televisión argentina; que han sabido ganarse un lugar en la historia del espectáculo, casi todos han tenido su merecido homenaje. Tita Merello, reconocida actriz y cantante de tango, se mantuvo como un ícono nacional durante muchos años, su carrera dejó mucha tela para cortar, y hoy estamos ante una película que, no sólo adapta su vida y cómo fue su largo camino al éxito, sino que plasma todos los trasfondos de una historia dura y conmovedora. Teresa Costantini volvió a centrarse en la biografía de una personalidad aclamada por el público, experiencia ya transitada en su anterior película Felicitas (2009), que no tuvo la mejor aceptación ni por la crítica ni por los espectadores. Las segundas oportunidades nunca están de más, por lo que Yo soy así, Tita de Buenos Aires podría haberse tratado de un regreso redentorio…cosa que no sucedió. El filme busca a toda costa edulcorar la historia de la cantante como si de una transposición de Cenicienta se tratase. Si bien la caracterización de Mercedes Funes como Tita es correcta, nadie acompaña lo suficiente como para ponerse a la altura de las circunstancias. Todo parece un armado de cotillón de bajo presupuesto, hasta el maquillaje brilla por su ausencia. El casting casi roza la falta de respeto para con las personalidades interpretadas; si bien es cierto que la película está centrada en Tita Merello, al menos el resto podría intentar ser mínimamente creíble, aunque sea un poco. Aunque la puesta en escena le otorga el brillo necesario para que la protagonista se luzca, es muy poco lo que se puede hacer con un elenco tan fuera de tono y un guion que es un compendio de clichés. Las canciones al menos están bien ejecutadas, musicalmente el tono del filme es correcto, lo suficiente como para hacer la narración fluida y con ritmo. La Merello todavía deberá esperar hasta que llegue su merecido reconocimiento, al menos uno digno del valor de una entrada de cine.
Nadie es profeta en su tierra Cory Lambert (Jeremy Renner) es un cazador experto y de pocas palabras, que al recibir el llamado de los padres de su ex mujer para que los ayude con un animal que les diezma el ganado, sólo lo considera un trabajo más para ir acompañado de su hijo. Al llegar a la reserva Wind River (nombre que le da el título a esta película) se encuentra con lo que a nadie le gustaría ver en un paraje montañoso y desolador: el cadáver de una jovencita semi-enterrado por la nieve. Desde ese momento y en adelante, todo girará en torno a la búsqueda de respuestas, y con la ayuda de una novata agente del FBI, Jane Banner (Elizabeth Olsen), se intentará llegar a la verdad acerca de esta sospechosa muerte y todo lo que implica para quienes se vieron involucrados. El director Taylor Sheridan sorprende una vez más con esta historia cargada de suspenso y una trama compleja. Ya hizo su destaque en la última premiación de los Oscar, por su labor en el guion de la nominada Sin nada que perder (Hell or high water), y en esta oportunidad, no sólo escribe sino que también dirige, que presenta todos los matices necesarios de un thriller recargado. La historia podría parecer trillada, a estas alturas es casi común encontrarse con filmes sobre muertes misteriosas y sospechosos indefinidos; Sheridan lo sabe, por lo que abre la trama hacia otras cuestiones, que pueden parecer indiferentes al tema central, pero a medida que transcurre el metraje, toman una fuerza tan determinante que hace virar todo lo que antes parecía obvio. El pasado tormentoso que aún pesa sobre el protagonista y su entorno, el maltrato hacia los pueblos originarios de EE.UU., el rol de la mujer en un territorio hostil que no tiene piedad por los más débiles; todo se mimetiza de tal manera que a veces resulta difícil focalizar la atención en el conflicto central. El guion de Sheridan lleva todo a muy buen puerto, incluyendo las interpretaciones de Renner y Olsen, que dejan de lado sus trajes de superhéroes de Marvel para adentrarse en sus personajes con una solidez notable. Es increíble la forma en que un sitio apartado de toda civilización puede cambiar la manera en que una persona ve el mundo y su realidad. Todos los personajes están forzados a lidiar con lo poco que tienen para resolver un caso de supuesto homicidio, mientras intentan darle curso a una vida que parece ser injusta con todos a los que arrastró allí. Sin dudas, esta película puede dar que hablar en la próxima temporada de premios, y tiene con qué hacerlo. Siempre es bienvenido un filme de éstas características, donde la tensión y el suspenso se mantienen de principio a fin, y a la vez, llegan a compadecer de una manera tan efectiva.
El amor es más fuerte El premiado director Diego Lerman vuelve a la pantalla grande, después de La mirada invisible y Refugiado, con una historia conmovedora, y a la vez, difícil de digerir. Malena (Bárbara Lennie) es una mujer joven y de buen pasar económico, pero a la que la vida le ha puesto muchas trabas en su camino de ser madre. Al ejercer su profesión como médica, mantiene contacto con colegas, entre los cuales está el doctor Costas (Daniel Aráoz) que trabaja en un hospital público en la provincia de Misiones, y pone en contacto a Malena con una mujer embarazada que decide dar en adopción a su hijo por nacer. Por supuesto, las cosas no serán sencillas, ya que no solo se necesita voluntad para adoptar, sino que deberá enfrentarse a toda la burocracia que conlleva el proceso, lo que la hará cuestionarse hasta dónde es capaz de llegar para cumplir con su deseo. Lerman ya ha demostrado en varias oportunidades que no es un director que especula con el espectador ni tampoco lo hace con la historia que quiere contar. La trama, en este caso, es poderosa, llena de momentos donde la emoción y el suspenso encuentran su punto justo para sobresalir y atrapar a quien la esté mirando. Todo el peso de la historia lo carga Lennie. Su interpretación está a la altura de las circunstancias y sorprende gratamente, pasa por todos los estados emocionales que un ser humano puede vivenciar, llegando a un resultado satisfactorio. El resto del elenco (Aráoz en buena medida) también hace su parte de manera correcta, nadie busca ponerse por encima de su papel, todos siguen una misma línea y no desentonan para nada con lo que les tocó. El tema del tráfico de personas no es algo que pueda tomarse muy a la ligera. De hecho, otros directores hubieran utilizado la idea a su favor para poder concebir una película moralista, sin caer en golpes bajos ni tomar riesgos, y hasta con cierta carga denunciativa. No es el caso de Una especie de familia, un filme que toma todos los caminos habidos y por haber, que no se achica a la hora de mostrar la realidad de su protagonista en toda su crudeza y desesperación, que no cae en el relato fácil y mantiene una narrativa casi poética, gracias al guion de Diego Lerman. Es un gran mérito poder contar una historia tan compleja de una manera tan simple. El director comprende los momentos en los que las palabras sobran y una sola mirada/gesto puede lograr conmover al espectador. Como se mencionó al principio, es una película dura, fuerte en su contenido, pero a la vez muy llevadera y emotiva, ideal para dejarse envolver por la impecable fotografía de los paisajes norteños, que contrasta con el oscuro mundo que rodea a los personajes de esta historia.
Tormentas que desatan pasiones Esta película de Alejandro Maci, director y escritor que supo dar en la tecla en la televisión con series como En terapia y Tumberos, se adentra en el género policíaco, una cuenta pendiente desde hace tiempo dentro del cine argentino. Agatha Christie supo dar cátedra sobre las novelas policiales durante toda su trayectoria y en pos de las generaciones lectoras venideras. Adolfo Bioy Casares (en colaboración con Silvina Ocampo en este caso) tampoco se quedó atrás y aportó lo suyo en sus obras, casi todas pertenecientes al género en cuestión. Los que aman, odian es un relato atrapante de principio a fin, difícil de llevar adelante cinematográficamente, pero de la mano de Maci, este filme supo salir airoso en casi todo sentido. Enrique Huberman (un siempre correcto Guillermo Francella) llega a pasar unos días de descanso al hotel que su prima Andrea (Marilú Marini) tiene en Ostende. La tranquilidad le dura poco, ya que se reencuentra con un viejo amor fugaz llamado Mary (Luisana Lopilato) quien también se hospeda en el hotel junto a su hermana, su cuñado y su padre. La trama se irá desarrollando en torno a las idas y venidas de ellos, las intrigas familiares y un asesinato que cambiará el curso de todo. En tiempos en donde las ideas escasean, siempre es bueno volver a las fuentes y rescatar clásicos literarios. El género policial argentino venía en picada desde hace años, y una película de este tenor nunca está de más, siempre y cuando el proyecto sea tomado en serio, sin caer en banalidades ni en los lugares comunes. Felizmente, no es el caso de Los que aman, odian, que cumple de manera eficaz con todo lo que se propone, desde la puesta en escena hasta el guion, que no deja nada al azar, ni siquiera en los momentos en que la trama alcanza su clímax y los personajes comienzan a entrar en el juego perverso de la intriga y las sospechas compartidas. Al estar la historia situada temporalmente en la década del 40, la recreación de época toma un rol fundamental, destacando su presencia en cada fragmento. Las actuaciones también están a tono con la trama, cada uno de los personajes en su timing justo, descontando un poco a Luisana Lopilato, algo exagerada en su construcción del personaje, pero aún así no entorpece el lucimiento de los demás actores, sobre todo el de Guillermo Francella, quien se destaca entre el resto del elenco. Los que aman, odian es una prueba más de que el cine argentino tiene el potencial suficiente para hacer proyectos de calidad, especialmente teniendo a mano obras literarias dignas de ser filmadas, olvidadas por mucho tiempo. Esta película cumple con lo que promete, construye una trama de suspenso adecuada y la lleva adelante con osadía y desparpajo. No toma riesgos, no se adentra en lugares desconocidos, pero va hacia donde tiene que ir, lo que la hace una propuesta más que recomendable.
Nada nuevo bajo el sol Adrián Suar vuelve a protagonizar una comedia en el cine junto a Julieta Diaz, esta vez, sobre el tan amado fútbol. Cuánto hay de humor y cuánto hay de racionalidad en este filme, es un tema que seguirá quedando pendiente. Pedro (Adrián Suar) es un adicto al fútbol, su vida gira en torno a una cancha, a los partidos de la televisión, a las camisetas que colecciona y a los “picaditos” con sus amigos. Verónica (Julieta Diaz), quien es su mujer, ya no sabe qué hacer para que su marido baje un poco a la realidad y deje de estar tan fanatizado con ese deporte. Él, por su parte, deberá tomar una decisión y enfrentarse a su pasión para no terminar de perder todo en su vida. Carnevale, junto con Suar, vuelven a apelar a las historias simplistas y predecibles para dar origen a esta película que, si bien intenta dar un mensaje esperanzador frente a un deporte que cayó en desgracia hace tiempo, no escapan a los clichés típicos de la comedia romántica porteña. Con una estructura narrativa básica, un guion que no aporta nada que no se haya visto y actuaciones poco memorables, estamos sin duda ante uno de los trabajos más flojos del director, en lo que va de los últimos años. Suar y Diaz no tienen ni un gramo de química, por lo que todas sus escenas juntos no inspiran mucho y parecen casi forzadas. El resto del elenco, con excepción de Alfredo Casero que le da aire fresco al proyecto, es un decorado que hace lo que puede con un guión tan minúsculo. Todo carece de racionalidad y coherencia de una manera descomunal, como si nadie entendiera que están dentro de una comedia y mínimamente deberían hacer reír a alguien. Podríamos hablar de los aspectos técnicos del filme, que tampoco se lucen. Fotografía vacía de contenido, planos de manual, una banda sonora casi inexistente, es como si lo único interesante desde el punto de vista cinematográfico fueran los whatsapp y capturas de pantalla del celular que se transponen sobre la pantalla mientras la película avanza. Está claro que el fútbol es pasión de multitudes, por lo que apelar a él es un gran acierto teniendo en cuenta que hoy por hoy casi nadie está exento de toparse con alguien con las características del protagonista. Podríamos decir que más de uno se sentiría identificado en ese amor por el deporte…pero no es el caso de esta película, que se queda a mitad de camino, entre el humor y lo irracional.
Villanía por partida doble Gru y los minions están de vuelta, pero esta vez no vienen solos. Van a incorporar a un nuevo miembro a la pandilla, que no resultará ser otro que el hermano gemelo perdido. Se sabe que las fórmulas exitosas siempre se repiten, no importa cuántas veces, son garantía de confianza. Con Mi villano favorito 3 la regla se cumple y de forma muy grata. Continúan las andanzas de Gru, Lucy y las tres niñas acompañantes, que ahora se van a encontrar con una situación bastante complicada cuando los dos protagonistas se queden sin trabajo en la Liga Anti Villanos por haber fallado en atrapar a Baltazar Bratt, un villano que supo ganar fama en Hollywood con su programa de televisión y cayó en desgracia de un día para el otro. Como para completar la peripecia, se une a la pandilla Dru, el hermano perdido de Gru, a quien también le apasiona el negocio familiar y quiere que el protagonista le enseñe “el arte de la villanía”. Hay que reconocerlo, no estamos ante nada superador, ni nada extraordinario comparado con los dos filmes anteriores. Pero la fuerza y la picardía siguen vivas en toda la película. No se deja nada al azar, ni los chistes, ni la historia, ni tampoco al villano de turno. Bratt es de esos niños malcriados a quienes le quitaron todo lo que querían en su juventud y ahora hacen berrinche. Lo interesante es cómo la trama utiliza a este personaje para ironizar (delicadamente) sobre los vaivenes que las estrellas olvidadas por la máxima industria del entretenimiento deben atravesar cuando todas las puertas se les han cerrado. Con una banda sonora efectiva, un guion acertado, una trama que continúa la línea planteada por las entregas anteriores, nuevos personajes simpáticos y todos los minions dando vueltas y haciendo de las suyas, Mi villano favorito 3 se postula como una de las apuestas fuertes para las vacaciones de invierno. Vuelve todo el despliegue, el colorido, la gracia y…los minions obviamente, como para que no queden dudas de que la villanía sigue intacta en todo sentido.
Lágrimas que no existen. El golpe bajo es un arma de doble filo si se quiere incluir en un drama. No todos los directores saben utilizarlo como recurso y aún los más experimentados fallan al incluirlo en el metraje, no importa qué tan triste sea la trama. En esta oportunidad, nos encontramos con la historia de Maddy (Amandla Stenberg) una chica común como cualquiera, con la pequeña diferencia de que padece una extraña enfermedad que le hace tener un mecanismo inmunológico muy deficiente y le impide salir de su casa ya que, si lo hiciera, sufriría de una manera atroz (nunca se explica bien cómo, pero hay que parecer fatalistas). Ella conoce a Olly (Nick Robinson), un chico que se muda al lado de su casa, de quien se enamora perdidamente, pero no sabe cómo lidiar con la dificultad de mantener una relación amorosa desde el encierro y la sobreprotección de su madre. Hasta aquí, ¿qué no hemos visto que sea novedoso? Año 2017 y todavía seguimos presenciando películas que reciclan al derecho y al revés ideas ya utilizadas por el buen amigo Shakespeare. ¿Hasta cuándo vamos a seguir con la escasez de ingenio? Es increíble sinceramente, tener que apelar a algo tan delicado como las enfermedades y ni siquiera poder generar una sola escena que conmueva. Si bien el guión se basa en la novela homónima de Nicola Yoon, su falta de espíritu y los baches narrativos convierten a esta película en una falsa promesa para los jóvenes fans del libro. No hay nada que pueda llegar a producir un mínimo de emoción, ni los personajes, ni la puesta en escena, ni siquiera los momentos en donde el filme llega a su clímax. Y el final, algo que desde el inicio de la cinta se ve venir a kilómetros de distancia, tan predecible como absurdo, termina por confirmar que el espectador perdió una hora y media de su tiempo viendo cómo le toman el pelo. Si hay algo que se puede rescatar de la película es su fotografía. La casa de la protagonista, los paisajes de Hawaii, hasta las tomas bajo el agua son puntos a favor y que le dan una muy buena luminosidad al metraje. Todo, todo es de esas películas que apuntan a imitar los buenos efectos obtenidos de éxitos como Bajo la misma estrella o Votos de amor. Lamentablemente, los resultados son pobres, desganados y con una empatía tan nula hacia el público adolescente que casi podría tener llegada a los infantes de pre-escolar. Si se busca un filme emotivo, con una carga de romanticismo tal que pueda hacer llorar hasta el más duro de la platea, pasen de largo, lo van a agradecer el resto de la noche.
Tocar fondo y vivir para contarlo. ¿Hay algo más bizarro que ver un filme argentino donde muestran que se puede estar en medio de una calle de Puerto Madero y presenciar explosiones de la talla de una obra de Steven Seagal? Seguro que no, pero en este proyecto de película de acción (porque no hay otra manera de catalogarlo) las cosas bizarras abundan y mucho. La historia es tan simple como trillada: Leo (Peter Lanzani), un chico que se dedica a la estafa y robo de ciertos clientes adinerados, con la complicidad de su amiga Flavia (Eugenia Suárez). Por esas casualidades de la vida, se encuentra perseguido por una red mafiosa, liderada por Duges (Gerard Depardieu), luego de haber presenciado un asesinato y quedarse con unos documentos vitales para estos delincuentes. En el camino tendrá que infiltrarse en una sinagoga, hacerse pasar por judío (siendo él católico practicante) y así salvar su vida. El reparto da para mucho, porque va desde actores del momento hasta los consagrados, ni hablar de la genial participación de Santiago Segura, que siempre se destaca aún en papeles serios. Pero, aunque cueste creerlo, nadie puede esforzarse para producir el milagro de salvar esta cinta inverosímil, deslucida y completamente fuera de eje. Todo está mal, desde el guión que no tiene ni pie ni cabeza hasta los efectos especiales que son un chiste, completamente artificiales y poco creíbles. Las actuaciones van desde las decentes hasta las que dan pena. No es posible que se les haya ocurrido la idea de que un muchacho como Lanzani, con su corta carrera cinematográfica, pueda cargarse todo un protagónico al hombro y salir airoso. Depardieu hace lo que puede con el guion que le tocó, aun así, está correcto en su rol de villano, pero nada más. El resto del elenco mejor ni mencionarlo, con excepción de Luis Brandoni en su papel de rabino, todos están muy perdidos y se les nota. Especular con que la gente puede ir a ver una película sólo por sus efectos especiales, por más malos que sean, es un error garrafal. El público no es ingenuo y a estas alturas, el cine argentino ya debería aprender la lección para dedicarse a producir los largometrajes que hasta ahora no estaban defraudando. No queda bien buscar ponerse a la altura de los tanques hollywoodenses de Marvel, DC o cualquier otra producción de Sylvester Stallone. Simplemente no resulta prolijo, no importa la buena intención que se tenga. Este filme no sólo produce tristeza por todo el talento desperdiciado, también da un poco de vergüenza que se haya vendido a países del sudeste asiático, que tan buen cine supieron dar. Esperemos que este proyecto quede como un mal recuerdo y no se haga costumbre, sino tendremos explosiones para rato en las salas locales.
Regreso… ¿con gloria? Estamos ante un panorama completamente nuevo. Nueva premisa, nueva maldición que enfrentar, nuevos personajes, nuevo héroe, nuevo villano. Todo a cero kilómetros para darle la bienvenida al Universo Oscuro que el viejo Universal Pictures supo dar en sus días de gloria. Nick (Tom Cruise) es un cazarecompensas encubierto en los círculos militares que se dedica a buscar y robar, junto con su compañero, antigüedades para luego revenderlas en el mercado negro. El destino quiere que se tope, en el medio de una expedición, con una arcaica y subterránea prisión egipcia, para luego liberar “accidentalmente” a una momia maldita que quiere terminar lo que en vida empezó. Cuando uno se acerca a la cartelera y ve el nombre de esta película, es muy probable que recuerde aquel film del año 1999, también titulado La momia, pero estamos muy lejos de aquella franquicia de antaño. Son otros tiempos y Universal se está tomando las cosas más en serio de lo que se cree. El logo Dark Universe, que no por nada aparece al inicio de la película, es el sello que da comienzo a una nueva saga de films, donde los protagonistas serán nada más ni nada menos que los villanos que tanto se recuerdan, desde el hombre lobo hasta Dr. Jekyll y Mr. Hyde. La película peca de ingenua por momentos, pareciera que nada de lo que muestran lo hayamos visto antes, pero luego va avanzando y recorre caminos inexplorados. Para empezar, el hecho de haber cambiado el género del monstruo en cuestión es un acierto por parte del guion, el imaginario colectivo ya estaba bastante acostumbrado a ver una momia masculina, por más que la trama sea siempre la misma. Los efectos especiales cumplen con lo esperado, junto con las escenas de acción y los momentos de suspenso que abundan bastante. El problema, como siempre, es que la cámara no deja de demostrar lo enamorada que está de Tom Cruise. Toda la película se apoya en él, sus compañeros lo siguen, pero nadie logra opacarlo, ni siquiera la genial interpretación de Russell Crowe como el Dr. Henry Jekyll (sí, el mismo Jekyll que mencioné antes) puede robarle un poco de protagonismo y en eso tambalea un poco la trama. Más allá de los baches en el guion, algunas actuaciones pobres y el mal uso del 3D, la película es una buena manera de empezar con el pie derecho una saga que promete y mucho. Habrá que esperar cómo continúa y si el resto de las adaptaciones pueden superar en grande a este digno reencuentro con el universo oscuro.