Cuando se dejan jirones de la vida en búsqueda de la Justicia Sergio Shlomo Slutzky, junto a su hijo Tomer Slutzky, han dirigido este documental que más que una denuncia a un agente represor de la Dictadura, exiliado en Israel, es una palpable demostración de que no siempre la Verdad triunfa, ni la Historia ya está escrita de antemano. Si hay algo que queda bien en claro en relación a los contenidos, las visiones, la postura, las necesidades y las búsquedas (en varios sentidos) de un director, guionista, investigador (también en varias direcciones) y periodista como lo es Sergio Shlomo Slutzky, es que no hace y realiza sus obras –sus películas- para satisfacer a alguien en especial, ni para congraciarse con nada ni con nadie. Simplemente con esa fibra intrínsecamente abierta a la pesquisa, al buscar el porqué de las cosas y de los hechos, esa necesidad imperiosa de saber, y de conocer la o las fuentes de cada cuestión -que indudablemente tenemos la gran mayoría de los periodistas- es que el codirector, coguionista y generador de la historia que cuenta Nuestra Bronca, es una persona que no tiene problemas de enfrentarse con basas y argumentos, a quien corresponda. Shlomo Slutzky con sus documentales (y nunca mejor dicho el término dado que este género conlleva fundamentos y evidencias) no quiere quedar bien con Dios y con el Diablo. Más bien termina incomodando a “dios” y al “diablo”. Para empezar hay que decir que Nuestra Bronca es una especie de “spin off”, dado que la historia eje que relata, es un desprendimiento –y en cierta manera una continuación- de lo que nos contó hace cuatro años con otro documental, Disculpas por la demora, a su vez codirigido, pero en ese caso con Daniel Burak. Según afirmaba Slutzky, en 1977 durante la Dictadura cívico-militar, secuestraron e hicieron desaparecer al primo hermano de su padre –el Dr. Samuel (Sami) Slutzky-. Y en sus propias palabras decía que “mi familia en Buenos Aires se desentendió de sus dos hijos, quienes finalmente lograron arribar a Holanda como niños-refugiados con ayuda de Amnistía Internacional. En un intento de pagar esa deuda familiar, me propongo acompañar a Mariano Slutzky –ante cuyos ojos de niño detuvieran, golpearan y secuestraran a su padre en junio del 77-, en el juicio a los asesinos, la persecución de un sospechoso de complicidad con el asesinato –hoy paradójicamente refugiado en Israel-, y el “juicio” a los Slutzkys en Argentina, sobre quienes cabe preguntarse si actuaron a la altura de las circunstancias”. Pues bien aquel sospechoso de complicidad con el asesinato –hoy paradójicamente refugiado en Israel, tiene nombre y apellido: Aníbal Teodoro Gauto. Lo que había quedado casi como en un segundo plano, pasó aquí a ser el nuevo eje del relato. Casi todo el film es la búsqueda de Gauto, el encuentro con Gauto, la investigación sobre su pasado y presente y las relaciones misteriosas y secretas entre los gobiernos de Argentina e Israel, ya desde la época del nefasto Proceso, con que impiden que en esta historia se haga justicia. Gauto, quien era buscado por Interpol, era un agente de inteligencia y sospechoso de secuestro, tortura y asesinato en La Cacha (como se lo conocía a un Centro Clandestino de Detención en La Plata), entre otros de Samuel Slutzky. Cambió su nombre, al llegar a Israel por Yosef Carmel y vive en el barrio Kiriat Bialik cercano a Haifa. El director utiliza varias tomas y escenas de Disculpas por la demora. El film va narrándose a manera de un policial negro, un thriller sobre hechos reales. Hasta la banda sonora, especie de tango contemporáneo con bandoneón, da clima de policial, de averiguación, de ir avanzando con las novedades y las leyes de ambos países. Con declaraciones, entrevistas y sospechas de todos lados. Casi como en una ficción, nos va metiendo en la historia y la misma se sigue de manera tensa y vívida. Aquí la codirección es con su hijo Tomer Slutzky (quien se encarga de la narración en off), que nació en Israel en 1990, vive allí y conoció la Argentina en 2004 y descubrió todo ese mundo tapado y negado durante las rondas de los días jueves de las Madres de la Plaza de Mayo. Y un poco también se encargó de “cuidarle las espaldas” a su padre, dado que Shlomo estaba (está) jugado con esta causa. Se suman así las tensiones y el stress, las idas y venidas a Israel y a la Argentina. En el medio de la investigación en enero de 2019, Shlomo Slutzky sufre un infarto y debe realizarse una cirugía de urgencia. Pudo superarlo y continuar la lucha quijotesca. Y terca, según él mismo. En mayo de ese año comienza su recuperación post internación, haciendo ejercicios en una máquina de pedalera tipo bicicleta. La postura física de Slutzky lo dice todo. Más que contar aquí todas las peripecias y las causas por las que pasan, es importante ir descubriéndolas viendo el documental. Realmente llega a sorprendernos en más de una ocasión tanto las relaciones como las justificaciones –cuando las hay- de porqué una persona como Gauto –que parecería “un perejil”- es blindado y protegido especialmente por el gobierno de Israel, sin que el gobierno Argentino pueda entrometerse. Más allá de buscarlo para traerlo al país y enjuiciarlo. En toda esta historia además de los gobiernos de ambos países también aparecen como probables protagonistas la OLP (Organización para la Liberación de Palestina), Montoneros, los servicios de inteligencia de la Argentina y la Mossad de Israel. En parte ya recuperado físicamente Shlomo Slutzky sigue denunciando a Aníbal Gauto, da conferencias por todos lados en Israel, se reúne con dirigentes de diversos partidos políticos israelíes. Realiza un Acto final colocando pancartas y reuniendo gente para hacer un escrache frente al edificio donde vive Aníbal Gauto. Y como hay sol, Slutzky reparte a los asistentes varios paraguas con las imágenes de Gauto y los 500.000 pesos de recompensa. De fondo se escucha la inquebrantable “Marcha de la bronca” de Pedro y Pablo grabada en 1970. En un momento el hijo le pregunta a Shlomo: “¿Cuándo vas a parar?”. Y él contesta: “Cuando se haga justicia o cuando se muera”. Al día de hoy no hay una resolución final para este caso. O sea plantea un final abierto. Al igual que en sus otros films y especialmente con Perón y los judíos (2019), Slutzky pone los hechos, las opiniones y los testimonios en la pantalla. Pero sus relatos no están pasteurizados y concluidos, sino que son nuevas puertas, nuevas ventanas para el dialogo, para la discusión. Lo suyo es entrañablemente humanista, como un gran idealista que con la memoria a cuestas busca desesperadamente justicia contra todos los males de este mundo. Como escribió un director de cine y musicalizó su amigo rosarino, si la historia la escriben los que ganan, eso quiere decir que hay otra historia.
Cuando se puede emocionar con la extrema sencillez Era una gran deuda para el canto latinoamericano, que no existiera un documental biográfico sobre la vida de esta entrañable cantora y maestra mexicana. Ese trance se saldó con este muy simple y emotivo documental de Modesto López. Sin duda el realizador y documentalista hispano-mexicano Modesto López (Ernesto Cardenal-Solentiname, Todavía Cantamos, El Caído del Cielo), al saber de la falta de una biografía cinematográfica de la cantora sinaloense Amparo Ochoa, habiendo editado varios de sus discos en su propio sello Pentagrama, y teniendo en resguardo mucho material audiovisual que le cedió la propia trovadora antes de morir, lo impulsó a plasmar en un documental este testimonio, cuya guía, voz principal es la propia Amparo. Sumado a la utilización de estos y otros archivos de fotos tanto en blanco y negro como a colores, filmaciones de recitales, de presentaciones y de entrevistas, ya fueran en su casa mientras hace las camas y cuelga la ropa, o recitales especiales en programas de televisión. Complementado con los recuerdos, comentarios y afirmaciones muy queribles y apegadas de familiares, amigos y colegas; el director y productor creó un testimonio documental de manera sencilla, directa, sin rebuscamientos ni búsqueda de querer sobresalir él mediante un lenguaje de ruptura o cargado de barroquismo. La figura es Amparo, la que cuenta es Amparo, la que sobresale es Amparo. Con su presencia, todo se ilumina. Entre los que la recuerdan con emoción, respeto y no sin un dejo de tristeza, a pesar del tiempo transcurrido (María Amparo Ochoa Castaños -a quien sus cercanos la apodaban “Vida”- nació el 29 de septiembre de 1946 y falleció el 8 de febrero de 1994, en Culiacán, Estado de Sinaloa, México), están en primer lugar su hermano Norberto Ochoa Castaños, quien es el que abre y cierra los diversos testimonios y nos introduce de lleno en la biografía de su hermana. (En total eran 10 hermanes, cinco mujeres y cinco varones), su hermana Susana Vidal Ochoa, José García, su compañero y artista plástico, los cófrades aztecas como el cantor y guitarrista Oscar Chávez, el músico Héctor Morales, el compositor y cantante Gabino Palomares, el guitarrista Anthar López, Misael Ramírez y el flautista Ramón Sánchez. Además el por muchos años su guitarrista predilecto, Manuel Guarneros; la cantora y compositora correntina Teresa Parodi, el músico argentino-costarricense Adrián Goizueta, Alejandro “Gurí” Jáuregui y una entrevista de archivo de Mercedes Sosa, previo al Festival Sin Frontera en el Luna Park. Nos vamos enterando de su familia, su hábitat, de todo lo que la fue moldeando. Primero quiso ser bailarina, continuó trabajando en docencia, estudió mucho y terminó siendo la cantante tan personal e irremplazable que fue y sigue siendo. Desde los 4 años hasta los 16 vivieron en la localidad Costa Rica, también en Sinaloa. Su padre Donaciano Ochoa Avendaño "Cheno", que tocaba el acordeón y la guitarra fue quien la introdujo a ese mundo musical. "Yo nací y me crié con la música popular pegada en la oreja", afirmaba confirmando que fue la figura de su papá de quien aprendió las canciones populares, conjuntamente con nombres como los de Lola Beltrán, Pérez Prado y Agustín Lara. En 1965 ganó un concurso musical en su ciudad con el tema Hermosísimo lucero. Estudió guitarra, acordeón, y solfeo en la Universidad Autónoma de Sinaloa. Fue Maestra en escuelas rurales en Culiacán. Pero ya como cantora incipiente, necesitaba destaparse y lo mejor era ir a la Capital para que esa ruta elegida pudiera concretarse con más fuerza. En 1969, recién llegada al DF, Amparo ganó el Concurso de Aficionados de la XEW. Posteriormente se inscribió a la Escuela Nacional de Música de la Universidad Nacional Autónoma de México. Y también estudió siete años vocalización. Estando ya en México tenía que negociar, sino pelearse con los empresarios y los dueños de cafés y bares quienes querían opinar e intervenir en su repertorio. Cuestión que ella no iba a permitir. Y lo mismo sucedía con las disqueras (sellos discográficos). Y no solamente lo que cantaba le criticaban, también la forma de vestir “que quítese esa trencita, que póngase una faldita corta, botitas plateadas. Que pinturas por aquí, rayas por allá. Pero les dije que no, que eso no es precisamente lo que voy a vender”, recordaba Amparo quien ya demostraba su pasión por encarar las injusticias. Las pequeñas y las grandes. Tuvo dos hijos, Isaac y María Inés; esta última decidió, como su madre, dedicarse al canto. En 1971 graba su primer disco "De la mano del viento". No tuvo temas propios, tomaba el repertorio que más le agradaba, rescatando mucho del Cancionero Popular Mexicano (grabó más de seis volúmenes con ese repertorio). Ella era una auténtica intérprete de los compositores, ella le daba voz a los autores fueran conocidos o ignotos para el resto del mundo. “Amparo le ha cantado a la mujer, a los niños, ha difundido corridos de la revolución, ha cantado en lenguas indígenas, trova yucateca, nueva canción y folklore latinoamericano”, comenta Modesto López y destaca que ella fue una pionera del feminismo. Desde 1971 ha participado junto a los más destacados compositores e intérpretes de la Nueva Canción, siendo reconocida como vocera del pueblo mexicano en festivales nacionales e internacionales, tanto en México como en Cuba, Nicaragua, Argentina, Costa Rica, Ecuador, Estados Unidos, España, Alemania, Finlandia, Suecia, Holanda, Inglaterra, Bélgica, Suiza y Grecia. Dos de estos hitos fueron sin duda sus presentaciones en Nicaragua y en Argentina. El Concierto por la Paz en Centroamérica realizado en 1983 en la Plaza de la Revolución de la ciudad de Managua, capital de Nicaragua, se conoció al año siguiente con la edición de un álbum doble: Abril en Managua que recopilaba grabaciones musicales realizadas en vivo y en directo durante ese evento en el que participaron importantes juglares latinoamericanos como, entre otres, Amparo Ochoa, Gabino Palomares, los hermanos Carlos y Luis Enrique Mejía Godoy, Silvio Rodríguez, Mercedes Sosa, Daniel Viglietti, Alí Primera, Chico Buarque, Raymundo Fagner, Adrián Goizueta y producido por el holandés Hans Langenberg. El otro gran evento fue el que la trajo por primera vez a la Argentina, siendo indudablemente la gran sensación esas noches y una revelación para muchos presentes. Organizado e impulsado por Mercedes Sosa, el viernes 2 y el sábado 3 de septiembre de 1988 en el Luna Park, se concretó el Recital Sin Fronteras, una comunión de voces femeninas de Latinoamérica donde estaban la sambista carioca Beth Carvalho, la cantante caraqueña Lilia Vera, la folklorista colombiana Leonor González Mina. Representando a nuestro país la correntina Teresa Parodi, la rosarina Silvina Garré, por supuesto la tucumana, la Negra Sosa. Y Amparo Ochoa. Dentro de su discografía, que incluye más de 20 álbumes grabados, hay ciertos hitos a destacar sobre varias canciones. El tema que la catapultó fuera de México fue su versión de “La Maldición de Malinche” de Gabino Palomares, grabada por primera vez en su disco "El Cancionero Popular – Volumen 1” (1975) (https://www.youtube.com/watch?v=hd4tvTO8MRw). La zamba “A Qué Volver” de Eduardo Falú y Marta Águeda Mendicute del LP "De la mano del viento" (1975). Un clásico que cantaba la tica y azteca Chavela Vargas "Cristo en Palacagüina" de Carlos Mejía Godoy incluido en "El Cancionero Popular - Volumen 2" (1977); la canción "Por Quien Merece Amor" de Silvio Rodríguez que está en "Vamos Juntos" (1985). Y muy especialmente una de las canciones que recuerdan la época de la Revolución Mexicana, "La Adelita" de José de Jesús Martínez y Guadalupe Martínez Gallegos. Se grabó en el álbum "Corridos y Canciones de La Revolución Mexicana" (1984). Claro que en su versión completa y no recortada como se la conoce por el estadounidense Nat King Cole. (https://www.youtube.com/watch?v=hlGtOv-QEQQ) Decía Amparo: “el compromiso de todo artista es la honestidad, la sinceridad y una cosa bien importante, el ser conscientes que vivimos en una sociedad que sufre cambios muy interesantes, una sociedad que tiene un proceso histórico y que tiene un valor muy grande, más valor tiene cuando los artistas, sus trabajadores están plenamente conscientes de ello, de que tenemos que ser responsables ante ese compromiso con nuestro pueblo y con nuestra gente.” Pasaron 28 años desde que emprendió su último viaje, su última gira. Y a pesar del espacio temporal y todas las cuestiones acontecidas, el contenido de su canto sigue estando aún muy vigente, desde el sur del Río Bravo hasta el Canal de Beagle. Siempre con su voz potente, afinada, fluida, que subía desde las tripas. Amparo Ochoa sigue siendo una gran luz del canto en América Latina.
Música para un futuro ancestral", un viaje cinético al corazón de los sonidos originarios El documental de Nacho Garassino ensambla su estructura de manera magnífica con las ideas, los trabajos y las músicas que crea Alejandro Iglesias Rossi y recrea la Orquesta de Instrumentos Autóctonos y Nuevas Tecnologías. CRÍTICAS Fernando Brenner Por Fernando Brenner Sábado 18 de junio de 2022 El film abre y cierra con diversas tomas con algunos de los músicos integrantes de la Orquesta de Instrumentos Autóctonos y Nuevas Tecnologías mirando el paisaje de montañas entre las ruinas y alturas de Machu Picchu. Luego en off el director y creador de esta Orquesta, el compositor, investigador y educador argentino Alejandro Iglesias Rossi sentencia: "Este es uno de los dos corazones que laten del continente y el otro es el Valle de México". Lo dice desde una elevación frente a la ciudad de Cusco. O sea el primer eje energético (el corazón) va desde Cuzco hasta Machu Picchu. El segundo eje, el segundo corazón, une la zona de las pirámides en Teotihuacán con la ciudad de México, con centro en el Zócalo, la antigua capital de Tenochtitlán. Comienza así un derroteo en el cual conoceremos -en parte- de qué se trata y que es lo que hace y en que cree la Orquesta de Instrumentos Autóctonos y Nuevas Tecnologías. Su sigla da título a este documental, cuyo director y productor, Nacho Garassino ha optado por relatarnos el “de que se trata”, yendo y viniendo en el tiempo y en el espacio. A partir de giras, presentaciones en vivo, ensayos varios, dando clases y mostrando la construcción de instrumentos arcaicos (pero no obsoletos), conexión con otras orquestas y reunión con músicos y compositores. De forma cronológica -no como está mostrado en el film donde las fechas y lugares van y vienen y se intercalan de manera aleatoria, pero con sentido y presición para un montaje fluído- este es el recorrido: un primer encuentro con el compositor, director orquestal y guitarrista cubano Leo Brouwer en la ciudad de La Habana en 2004. Ensayo de la Orquesta en Buenos Aires en 2009. Ese mismo año un concierto en medio del Desierto del Sahara en Túnez. Un Encuentro Coral Mundial en Puerto Madryn, en la Patagonia en 2011. Otra visita a La Habana, Cuba dando talleres en el Instituto Superior de Arte en 2014. Reencuantro con el compositor y maestro cubano en el Homenaje a Leo Brouwer en la Universidad Tres de Febrero en 2017. La presencia de Carlos Nuñez, el gaitero y flautista gallego en ensayos en la UNTREF y en el Concierto en el Teatro Coliseo Buenos Aires en 2018. Y en el año 2019, justo antes de la llegada del Pandemonium, ensayos y preparativos en la Sede de la Orquesta, Universidad Tres de Febrero, en la Provincia de Buenos Aires. Llegada al Aeropuerto Alejandro Velasco Astete, en Cusco, Perú. En ese viaje, haciendo centro en la mítica capital del Imperio Inca, juega como columna vertebral del film, dado que las escenas de cada lugar en el que estuvieron, está “salpicado” a lo largo del metraje. Algún taller en la Casa del Inka Garcilaso, una subida a las Ruinas Incas en Huchuy Cosqo, a 3.650 metros y al norte de Cusco. Un recital de carácter más liturgico en la Iglesia de San Pedro Apóstol de Andahuaylillas, al sur de Cusco. Y ya en la propia ciudad una representación con vestuario especial en la Plaza de Armas cantando el clásico de Ariél Ramírez y Félix Luna, “Indio Toba”, aquí con la partcipación de la cantora clorindense Charo Bogarín y del su compañero el actor y músico platense (hijo de peruanos y criado en Cusco) Juan Palomino. Y para rematar un Concierto con gran despliegue en el Teatro Municipal de esa ciudad. La OIANT, es un emprendimiento que puede costear su trabajo y sus viajes al hecho principal de ser acogida por la Universidad Nacional de Tres de Febrero (la UNTREF). O sea, una institución Pública es la que apoya, admite y aprueba una agrupación musical que no solamente concreta conciertos, sino que además, investiga sobre remotos instrumentos autóctonos, su construcción y manejo, y la enseñanza sobre los mismos, rescate y valoración. Así pues cada uno de los integrantes de la Orquesta funge de intérprete, compositor, docente, luthier, diseñador de máscaras y hasta de ¡plomo!, dado que ellos mismos se encargan en los viajes al exterior de cargar las cajas, paquetes y valijas, acarrear utensilios, escenografías y vestuario y armar los escenarios y preparar el sonido. Garassino conoce a Iglesias Rossi desde hace mas de 10 años, dado que él hizo la música de su opera prima, El Túnel de los Huesos y ha entrado de manera magnífica en la sinergía de Iglesias Rossi y su gente. Haber convivido durante tantos viajes y acompañarlo en muchas ocasiones en conciertos, como en ensayos o clases didácticas, consiguió que el director integrara cada parte como un todo, arribando a un documental que no solo tertimonia los quehaceres del grupo, sino que también confluye en un viaje que trasncurre armoniosamente. Que se da de la mano con el equilibrio que vive y busca Alejandro Iglesias Rossi como cuando dirigie un ensayo donde su actitud es de exigencia total, no sin una sonrisa. Donde asevera que no hay límites, mas que la disciplina y el rigor. La idea base, la semilla de Alejandro Iglesias Rossi y de la musicóloga, iconógrafa y directora de Artes Escénicas y Visuales, Susana Ferreres, tiene que ver con la autoestima, con la valoración de lo propio. Y poder llegar a esa mixtura tan deseada que une lo antiguio con lo moderno, sin quitarle su escencia, de estar en un sitio. Cuando escuchamos los cantos en quechua como un oratorio sagrado, simbolizan la máxima expresión de la trasculturación occidental en la cosmovisión y religiosidad inca quechua. O deberíamos decir que es una aleación de ambos mundos. La música y la puesta en escena de los conciertos de la OIANT transportan al oyente y espectador, a mundos cercanos y cósmicos. Su interés por adentrarse en las sonoridades originarias, no es algo que ellos realicen de manera exclusiva, salvo el hecho de conformar una gran orquesta. Y en ese rumbo por esos senderos hay otros viajentes en el mundo. Como ser los mexicanos Grupo Tribu de Agustín Pimentel y los hermanos Méndez o su compatriota la cantante y compositora Estusha Grinberg. Por el costado de Brasil es importante el rescate y labor de la banda Uakti. Y por el lado argentino es indudable la eximia tarea de exploración musical del duo Tonolec (La Charo y el chaqueño Diego Pérez) y este último con su versión solista de Nación Ekeko. Todo tiene que ver con esa América profunda a la que hace referencia en sus obras el antropólogo, filósofo y dramaturgo argentino Rodolfo Kusch, de quien en unos días se cumplirán 100 años de su nacimiento. Sería dable de esperar que esta película se la emita para les estudiantes de Primaria y Secundaria, para que puedan refrescar -y en muchos casos descubrir- sus conocimientos con los sonidos que vienen desde adentro de nuestra tierra. La búsqueda sigue viva y hacia allá vamos. Abya Yala es la Tierra que florece, son los Pueblos americanos, es la Patria Grande.
Una trovadora andina que cuenta su vida La directora Susana Moreira, el guionista Miguel Mirra y la cantora Sara Mamani, coincidieron en que este documental sea simple y concretamente, una especie de entrañable paseo por los orígenes, la obra, las vivencias y las pasiones de la también charanguista, compositora y poeta salteña. Ya desde la primera canción que se escucha al comenzar a rodar la vida de Sara Mamani, este muy sentido testimonio documental, nos marca una postura hacia el mundo por parte de esta cantora salteña. La canción se titula "Yo voy a cuidar" y que hace referencia al lugar y a las personas de donde viene. Su madre y su padre y la herencia cultural recibida. Eso mantendrá por siempre y conservará con mucho esmero. Porque son su raiz, y ella les canta. Sara nació en la localidad de Cerrillos, un pequeño lugar a las afueras de Salta Capital, que con el tiempo quedaron ensambladas urbanísticamente. Desde pequeña la atraía tanto la música, el canto, como el cine, ver películas. Ya a los 12 años tocaba la guitarra y cantaba en la escuela con un trío de mujeres. Esto sin duda comenzó a marcar su sino. Así se fue haciendo cantora, compositora, charanguista, poeta, gran emprendedora, luchadora y defensora de las cuestiones de los Pueblos Originarios, los Derechos Humanos y de Género. Alumna del gran Cuchi Leguizamón, el gran compositor salteño que tambien a veces escribía sus propios temas, Sara también se nutrió -además de la amistad y el conocimiento- del arte del tucumano Jaime Torres, quien de alguna manera la impusló a tocar el charango o mas precisamente el ronroco; del canto y la solidaridad de la correntina Teresa Parodi, que varias veces le fascilitó cobijo cuando la Mamani se fue de su Salta natal a vivir a Buenos Aires. Y otros dos nombres también singulares fueron puntales y referentes en su vida expresiva y cotidiana. El Premio Nobel de la Paz, Adolfo Perez Esquivel, con quien trabajó y fue su secretaria por mas de dos décadas en el SERPAJ, Servicio Paz y Justicia. Y Nora Cortiñas que de a poco pudo acompañarla y hacerse gran amiga. Dice Sara en un momento: “A mi me costaba mucho ir a las Rondas de las Madres”. Un pilar fundamental de la Agrupación Madres de Plaza de Mayo Linea Fundadora. “Norita, Norita”, repite en un momento del film con una sonrisa tierna. Citar a estas cuatro personas es inevitable para comprender en buena manera el camino emprendido por la poeta salteña. El derrotero de sus ideas, de sus acciones, de sus deseos, de sus luchas (que las tuvo y fueron muchas) y de sus pensamientos la han marcado a fuego de manera indudable. Sobre todas estas cuestiones, este film nos las cuenta en primera persona la propia Sara Mamani. Ahí se significan las labores tanto de dirección de Susana Moreira como del guión de Miguel Mirra, quienes han optado por mostrar a su “personaje” tal cual es, con su propia voz y relato. Es la cantora la que nos va guiando por el sendero que le tocó andar y nos va contando con anécdotas y hechos concretos, sus vivencias y sus sufrimientos, las alegrías y los dolores. Además del reportaje directo a cámara, los autores han compaginado varias filmaciones con clips, presentaciones en la televisión, fotos de archivo y a la manera de pequeñas peliculas caseras; encuentros con amigos y colegas de Sara en el jardín de la casa de su mamá en Salta o en rondas -bañadas en talco y papel picado- durante la celebracióin del Carnaval en Tilcara, Jujuy. Justamente estas escenas –que están entre las últimas de la película- muestran un sentido de identidad y de género inquebrantable. La sororidad se hace presente entre esas comadres que coplean, que bailan, que se abrazan y que le dan su hombro a esa hermana que entre emoción y dolor, no quiere ni puede evitar las lágrimas. De cierta manera esto marca algo que muchos presienten: las Comadres son sin duda las primeras feministas del noroeste argentino. Sara se muestra tal cual es. No esconde nada es transparente, dice lo que siente y cree. Tanto en demostrar su talento para jugar al Sapo (tiene en el patio de su casa un juego de madera con el sapo, la vieja y las buchacas de bronce y el resto del mueble de madera, y a veces los emboca con las fichas), como para decir que ya en la Primaria sintió fuerte la cuestión de la discriminación (”Era la negrita”) o de la incesante y continua lucha por reivindicar sus origenes (“Uno lleva 500 años de dolor”). O poder abrirse -en posiblemente la escena mas emotiva y dura del documetal-, cuando puede por fin hablar de la terrible enfermedad que le descubrieron en 1998. Un tumor detrás del odío, que le significó entre muchas cosas, no poder cantar durante muchisimos años, y aguantar con entereza la larga operación y el postoperatorio. El cáncer sigue siendo, además de una enfermedad de mierda, un tema tabú. Pero Sara se lo cuenta a la directora, ya con su voz quebrada. Sara Mamani lleva publicados 2 libros de poesías y grabado 8 discos de música, aunque aclara que “mi deseo es poder grabar un disco de vinilo”. Adhiere de corazón y mente a la Pachamama y siente que “hay que aprender a endurecerse sin perder jamás la ternura”. "Se lo pediré, se lo pediré a la tierra / que no aparte de mí su fuerza / esa fuerza que se luce en mi sombrero / que me enciende cuando bailo todo el cuerpo / y que alumbra ay este canto que te entrego / esa fuerza de mi tierra, de mi tierra". Este es el fragmento final del aire de festejo “Mi fuerza”. Esa palabra -Fuerza- es la que siempre le inculcó su madre para enfrentar cada una y todas las vicisitudes. Mamani en quechua quiere decir “Noble halcón”. Y Sara en quechua quiere decir maíz. Que rima con raiz y eso es lo que muestra y demuestra el film y su protagonista. El nombre resiste.
Un documental familiar de Mercedes Gaviria Jaramillo La realizadora y sonidista Mercedes Gaviria nació en Medellín y antes de cumplir los 20 se radicó en Buenos Aires para estudiar en la FUC. Desde niña vivió el universo cinematográfico dado que su papá no es otro que Víctor Gaviria, uno de los directores colombianos mas reconocidos y premiados en el mundo. Gaviria (la hija) mientras estaba estudiando en la FUC, ya había dirigido su corto Polvo de Barro (2013) y comenzado a trabajar como sonidista, su especialización. Ya sea en mezcla de diálogos, dirección de sonido o diseño sonoro, en los últimos años estuvo integrando los equipos de films argentinos como Las Vegas de Juan Villegas, Las hijas del fuego de Albertina Carri, Ficción privada de Andrés Di Tella, Las Mil y una de Clarisa Navas, entre otros. Había tenido una primera (y hasta ahora única) experiencia como actriz a los 10 años, en el film de Gaviria (el padre) Sumas y restas (2004). Allí fue la sobrina de Santiago, rol a cargo del actor Juan Carlos Uribe. Y unos 12 años después –ella ya viviendo y estudiando en Argentina- regresa a Medellín para acompañar a su papá en el rodaje de su nuevo (y hasta ahora última película) La mujer del animal. Sobre estas dos experiencias, más un diario de su madre Marcela Jaramillo, mas una ristra de cortitos de películas caseras que fueron rodadas por su padre cuando ella tenía 2, 4, 6, 9 y mas años; Mercedes elaboró su guión para hacer su primer largometraje, en un testimonio que documenta las distintas vivencias, encuentros, pensamientos e interpretaciones, que cada uno tuvo durante esos momentos de convivencia familiar, ya fuera en la casa, en rodaje o viajando en auto. Claro que el material principal, la columna vertebral de este relato que va y viene en el tiempo, es su especie de making off durante la filmación de La mujer del animal (2016). Esta es una obra que expone crudamente una visión ultramachista sobre violencia de género, que impacta a cualquier espectador, y que sin duda le removió ciertas ideas y sensaciones a la directora. Entre las decisiones que ha tomado para estructurar su film, tanto en el lenguaje, el estilo y el contenido; ella está casi siempre guiándonos en el relato con voz en off. Lo graba a su papá durante el rodaje del film o charlando con él en el auto. O incluyendo discusiones entre su hermano Matías y su padre. Y no tiene problemas en mostrarlo a Víctor junto a sus amigos en una trasnoche de charlas, bastante machadito y fumado. Y también contiene un instante de mucha tensión, cuando antes de una rodar una escena en el film Sumas y restas (de fuerte contenido social y político, con narcos de por medio) ella tiene una discusión y se resiste a hacer la toma. Ella siempre es Mechi, para su papa y su mamá. Vive y filma en un clima bien tropical donde llueve constantemente. Tan es así, que hasta su familia y amigos se meten en la piscina cuando hace mucho calor y en medio de una lluvia copiosa. Por supuesto el sonido es un gran protagonista. En diálogos, ruidos callejeros e interiores, voces, murmullos, golpes. Y mientras narra esas viñetas de su vida, va tejiendo un deseo de liberarse de este positivo/negativo lastre. La directora resume al final una especie de storyboard hablado. Sin meter al “demonio” en el medio, ni hablar de un “conjuro” expuesto, Mercedes Gaviria Jaramillo (con los dos apellidos de padre y madre) concreta un exorcismo con Como el cielo después de llover (2020), como una bisagra en su vida y como Mecha de una explosión creativa y propia de cara a lo que vendrá.
Tributo en vida al gran Director de Fotografía argentino Paola Rizzi y Alejandra Martín han codirigido este documental de forma simple, clásica y con suficiente amor hacia su maestro y luego colega Félix Monti. La Dirección de Fotografía es quizás el rubro en el cine –después de la dirección y la actuación, y posiblemente antes que el guión- más respetado, recordado y buscado. Dentro de los parámetros de la creatividad artística es el que expresa las situaciones y revela los sentimientos de los personajes. Hay muchos, muchísimos DFs en el mundo, pero solo los verdaderamente “iluminados”, trascienden a los títulos, las modas, los géneros y los estilos. El universo del cine le ha brindado más de una vez un homenaje en vida o póstumo, a estos seres que mediante su magia, descubren los nuevos mundos. Ni exclusiva ni al voleo, esta lista de films agasajan a estos monstruos sagrados de la luz. Writing with Light: Vittorio Storaro (1992) de David M. Thompson, sobre el gran DF italiano aún vivo. Las luces me guardan compañía (2000) de Carl-Gustav Nykvist en un registro sobre su padre -a su vez narrador- el sueco Sven Nykvist años antes de su fallecimiento. Miradas múltiples, la máquina loca (2012) de Emilio Maillé sobre el recordado mexicano Gabriel Figueroa (Homenajeado por el Festival de Mar del Plata en 2013). Close Encounters with Vilmos Zsigmond (2016) de Pierre Filmon un encuentro cercano e iluminado con el DF húngaro. Y cerrando este menudo panorama el film sobre el neerlandés Robby Müller: Living the Light (2018) de Claire Pijman. A esta enumeración habrá que agregarle desde ahora este film que codirigieron Alejandra Martín y Paola Rizzi. Chango, la luz descubre seguramente no nos va a revelar secretos vívidos por este gran Director de Fotografía, pero sí pondrá en su voz (o en la de los entrevistados) algunas cuestiones que son dignas de saber y hasta descubrir. El quiaqueño Félix Monti ya anda por los 83, pero por su entusiasmo, su vitalidad, su manera de seguir encarando la vida, parece un pibe. Siempre con esa vocecita tan delicada, finita, casi susurrada. Habitante hace muchos años de la República de la Boca, desde un balcón de su casa se puede ver por completo la tercera bandeja de la Bombonera. Y si hay algo que se ve, además de su amor por la fotografía cinematográfica, es su gusto por sus camisas cuadriculadas y rayadas. Lo de él es muy simple, natural y directo. Y las dos realizadoras han plasmado su trabajo, su obra, de la misma manera. No han buscado para nada romper con el lenguaje y la narración clásica de este tipo de films. Su objetivo fue y es simplemente mostrarnos a un señor apasionado por su arte y labor. Hay varios personajes que han sido sus directores y directoras como Lita Stantic, Juan José Campanella, Luis Puenzo o Pino Solanas quienes nos hablan y cuentan sobre la visión del Chango o su manera de trabajar. También está su colega Marcelo Camorino quien comenzó siendo asistente de cámara y al día de hoy le sigue agradeciendo a Monti que lo haya convencido de que ya era –al cabo de un tiempo- un DF, hecho y derecho. Y alguien que aporta datos más personales es su querida hermana, Pola Monti. Por ejemplo cuenta que al Chango no le gustaba para nada ir a recibir premios. Y él mismo opinaba que "El premio tiene su realidad en cuanto es un reconocimiento, pero no es nada más que eso". (Y lo dice quien, entre otras cosas, fue el DF de las dos películas argentinas que ganaron el Oscar: La historia oficial y El secreto de sus ojos). No hay preguntas, ni respuestas, simplemente nos cuentan cosas que vivieron con él. Y que lo describen muy bien. El Chango narra en primera persona, tanto en cámara como en off. En las bibliotecas y estanterías de su casa hay una cantidad importante de libros de cine, de fotografía, de pintura. Como una síntesis de sus intereses y visiones: "La fotografía, por un lado… creo que me gusta mucho la fotografía fija de (Henri) Cartier (-Bresson), de (Edward) Weston, en cierta forma capta, resalta algo que está frente a la realidad. Un (Paul) Cézanne, una pintura construye un universo mágico que se desprende de la realidad. No es un retrato de lo que está enfrente sino una emoción que le produce eso que está enfrente. Son como dos mundos. Un paisaje visto por un pintor es una estructura que se aleja de esa realidad. Cuando nosotros fotografiamos algo estamos presos del paisaje mismo. Lo que tratamos es reflejar o transmitir lo que el paisaje nos da, pero no podemos interpretarlo". Aunque: "El Chango es un pintor" nos dice al principio del film un entusiasmado Pino Solanas, quien lo tuvo a su lado como DF en El exilio de Gardel - Tangos (1985), Sur (1988) y El viaje (1992). Y lo "heredó" su hijo Juan Solanas en su opera prima Nordeste (2005). El montaje preciso de Fernando Vega mecha preparativos de rodaje, ensayos, colocación de spots y reflectores, y construcción de decorados, mientras escuchamos la voz del Chango. Incluso hay varios momentos donde se intercalan tipo making off, tomas durante los preparativos luminotécnicos y de escenografías de la obra teatral La farsa de los ausentes dirigida por Pompeyo Audivert. Es que no hay que olvidar que Monti además de DF de películas, es un eximio conocedor de diseño de iluminación de teatro, ópera y ballet ya desde el año 1984. DF de películas pero también de viejas publicidades, algunas dirigidas por Luis Puenzo como el comercial de Gancia con una muy joven y fresca Donna Caroll cantando el jingle alusivo. Además de un videoclip histórico, archiconocido y popular como pocos: En la ciudad de la furia dirigido Alfredo Lois para Soda Stéreo. El documental está planteado con mucha calma, sin apuro, sin locuras. "Manso y tranquilo", un poco como es el propio Chango. Sus dos codirectoras lo consideran su maestro y guía, más allá del hecho de que hoy por hoy son colegas directos. Les tres integran la ADF, la Asociación de Autores de Fotografía Cinematográfica Argentina, de la cual Paola Rizzi es su actual Presidenta. Es bueno aquí reproducir una parte del off del Chango, justamente haciendo referencia al trabajo de la mujer: "Siento que el cine, de cierta forma la fotografía de cine, tiene un espíritu muy femenino. El tratar de comprender, el tratar de entender y el tratar de interpretar al otro es una actitud más natural femenina que masculina. A veces vos sentís que el asistente que es bueno, que es hombre, vos sentís que entra en competencia con el director, o entra en un problema que es el de resolver sus problemas y no pensar que lo que hay que hacer es tratar de resolver el problema del otro". Un más que cálido tributo a un maestro de la fotografía y la iluminación, quien a pesar de galardones y elogios, no se la cree y sabe que “la fotografía es un soporte de la estructura dramática de la obra”. Y para conseguir ese instante mágico, "hay que tratar de lograr con la luz, el sueño de otro". ¿Y que siente una de sus directoras? “Lo primero que puedo decir con respeto al Chango, y que es lo que siento desde el primer día que lo conocí, y que ya han pasado treinta años, un profundo respeto y admiración, y que la codirección que hicimos con Alejandra Martín sobre él, es que está hecho con mucho amor. Un amor y un agradecimiento que me hace a mi particularmente muy feliz. No sé qué será de la película o sea como la recibirá el público, pero desde nosotras hay un gran amor ahí”. Siempre el Chango anda en algún rodaje es que si pasan más de dos o tres meses sin luz, sin cámara, está perdido. Y cuando ya están desplegados los grandes paneles de tela blanca, para actuar como difusores de luz, su cara demuestra felicidad, con una simple sonrisa. Todes quieren –queremos- al Chango. Ese final de rodaje, de la última toma, con los técnicos y actores cantando y palmeando "Ole, ole, ole, ole, Changooo, Changooo", lo dice todo.
Debut en el documental del fotógrafo Martín Weber Contundente y demoledor ensayo audiovisual que de alguna manera consigue ponernos en medio de realidades crudas y cocidas, que conforman ese gran mosaico, a veces ensamblado y otras discordante, que es toda la región al sur del Río Bravo. Hace casi 30 años, Martín Weber inició una búsqueda sobre identidades y sentimientos en América Latina. Viajó a 53 pueblos de ocho países y ciudades entre 1992 y 2013, de Argentina, Cuba, México, Perú, Nicaragua, Guatemala, Brasil y Colombia. Tomó contacto con muy diversas comunidades y personas. Con una propuesta simple y compleja a la vez: fotografiar a cada ser que encontraba con una pizarra donde este escribiría “su” sueño. Así completó este atlas en el libro Mapa de sueños latinoamericanos, un sondeo que reúne 110 fotografías en blanco y negro. Tiempo después volvió sobre sus pasos para reencontrarse con estos personajes con varios años transcurridos desde sus deseos. Los filmó en color grabando entre 2010 al 2017. Pero algunos ya no estaban, habían fallecido, o partieron a otro país. Este nuevo camino se transformó en un documental con el mismo nombre del libro. La primera escena nos muestra, con un montaje que evita la truculencia, una típica riña de gallos, donde como suele suceder hay un vencedor ensangrentado, y un vencido, también manchado de rojo, pero abatido. Y de alguna manera ya se nos está planteando la pregunta: ¿Es Latinoamérica una riña de gallos, donde cada quien le agrega a sus armas, materias más punzantes, dañinas y que provocan la muerte? Latinoamérica es un gran terreno de luchas sinfín, donde todos parecen buscar la felicidad, la salvación y porque no, el dinero. Pero en su gran mayoría termina encontrando dolor, ausencias y la más absoluta miseria. Y van apareciendo disímiles sueños que escriben diferentes personas de distintas edades. “Yo curandero, quiero que mi hija estudie para defender sus derechos" escribió un padre pajé con su primogénita recostada en su falda en Alagoas, Brasil. "Quisiera tener mis tierras propia" trazó una mujer originaria peruana junto a su hijo y su guagua. "Quiero ser policía", una niña mexicana en la frontera de Tijuana. "Yo quiero ser maestro" reclama un chico sobre una canoa destartalada. O la simpleza del "Deseo vivir para mi esposa, mis hijos y mis nietos" con que sueña un abuelo argentino rodeado de su familia en un parque. Y hay para todos los gustos: en Cuba un mozo escribe "Prohibido prohibir" y un lustrabotas "Yo quisiera ser poeta". Cuando Martín, ahora director, volvió a la Isla, el primero se había ido a Miami, el segundo había fallecido hacía tres meses. "Que los militares que mataron a mi hijo de 10 años no vuelvan más" reclama en la pizarra una guatemalteca junto a los tres hijos que aún viven. Se entiende que son todos casos individuales tanto que pueden ser una representación pero de manera de extractos de una sociedad. Como ese revolucionario en Nicaragua, al frente de la manufactura de ataúdes acompañado por sus 4 hijos, que luchó con el Frente Sandinista de Liberación Nacional, pero que no se siente sandinista. Y cree que finalmente no hubo un gran cambio. Y aparece ese plano, de esa foto que conmueve. Una madre con su hijito de rostro serio en una Combi en Maclovio, Rojas, México, y su sueño es directo y contundente: "Cariño". Weber no nos da casi respiro. Hay pocos, contados momentos de cierto humor o ternura. Aquella Latinoamérica festiva, chispeante, de multicolores no está aquí presente. Aunque hay algunas historias que tienen final feliz. O al menos no de signo trágico. Su cámara no nos pasea por paraísos turísticos inalcanzables. Nos mete derecho en las venas abiertas. Recorre zonas y barrios semi abandonados, arrabales con desclasados. Y los propios protagonistas nos dicen que los que vivían en las favelas de Rio, muchos fueron asesinados o por la policía o por los narcos. “Se mata más en Brasil que en Siria, que en cualquiera de estas guerras que hay por el mundo” comenta en un entendible portuñol un veterano sobreviviente. Y como la Policía de allá es la que más mata, por consecuencia también es la que más muere. Pero como siempre sucedió y aun sucede, la mayoría de los que mueren son jóvenes, pobres y negros. Una frase terrible y que marca de manera indeleble a esta región –y por extensión al mundo- es la que dice una veterana abuela viuda (le mataron a su marido) brasileña: “El ser humano es exquisito, ama y destruye al mismo tiempo”. Si la primera toma era violenta y sangrienta, la última es reposada, tranquila, y de alguna manera esperanzadora. Más allá de las constantes crisis económicas, políticas y militares, alguna vez llegará esa utopía de la Patria Grande. Con sus imágenes, sonidos, olores, miradas, costumbres, sabores y colores, esta parte del mundo y quienes la habitan, tiene aún latente su fuerza transformadora. Como alguna vez escribió el cantante y compositor Gustavo Santaollala, que es quien puso la música en este film: Algo se está gestando, lo siento al respirar.
Cuando los pecadores buscan el perdón pero no el olvido El tercer largo de ficción del polaco Jan Komasa es de una contundencia conmovedora y sin duda merecía haber ganado el Oscar el año pasado. Su protagonista Bartosz Bielenia es una absoluta revelación. Cuando una película nos atrapa en todo momento, nos conmueve profundamente, nos shokea y nos hace pensar mucho después de verla; es que estamos frente a una obra por lo pronto, singular. De un contenido tan especial como para plantearse -o replantearse- asuntos que tienen que ver con la conducta humana, la pasión religiosa –si la hubiera- , la sensación de culpa y la necesidad de buscar la verdad. Todo eso fusionándose entre la razón y los sentimientos. Daniel (Bartosz Bielenia) es uno de los convictos en un reformatorio e internado religioso. No sabemos nada de su pasado, salvo que tiene una pica con Pinczer (Tomasz Zietek) otro recluso, y una cuenta pendiente con Bonus (Mateusz Czwartosz), un gigantón que retorna al internado y atemoriza a todo el resto. (A lo largo de las distintas peripecias que vive Daniel en este relato, deberá cruzarse, muy a su pesar con estos dos descarriados). En los ratos libres del correccional, el Padre Tomasz (Lukasz Simlat) reúne a un grupo de reos y entre juegos dramáticos y charlas les dice: “Cada uno somos Sacerdotes de Dios”. Daniel, que concuerda con esa imagen, es además el encargado de comenzar los cantos religiosos, seguido luego por sus “compañeros”. Uno de esos días obtiene la Libertad Condicional y lo transfieren a un aserradero del otro lado del país. Su última noche se la pasa en un boliche, tiene relaciones con una chica, bebe, se droga y a otra cosa. Cuando llega al destino prefiere dar la vuelta y mirar el paisaje. Prende un cigarrillo mientras piensa y medita. En lugar de presentarse en el aserradero, descubre un pueblo cercano y allí se dirige a la iglesia a rezar y averiguar qué puede pasar. Entabla una charla con una muchacha que está en la nave rezando. Daniel se presenta como un sacerdote (hecho que por mas creyente que sea y pupilo y monaguillo de experiencias previas, no lo convierte per se) por lo cual esta chica Eliza (Eliza Rycembel) lo conduce a la sacristía donde se encuentra el ya veterano clérigo del lugar (Zdzislaw Wardejn) quien justamente está a punto de irse a otra localidad y lo confunden con su reemplazo. Se hace llamar Padre Tomasz (usurpando de algún modo el rol y el nombre de quien fuera su guía en el reformatorio) y comienza así un camino en el cual irá conquistando de alguna manera el sentimiento y el corazón de la mayoría de los feligreses del pueblo. Ya sea confesándolos, mientras él les va leyendo las oraciones y rezos desde su celular (uno de los símbolos del tiempo), o releyendo partes de La Biblia antes de su primera Misa oficial. O enterándose de la gran tragedia que vivió ese poblado hace un año: un accidente automovilístico en el que perecieron seis habitantes del lugar. Pero así como Daniel –recordemos un sacerdote “trucho” pero no falso- va adquiriendo cierto poder espiritual en esa comunidad, en algún momento deberá enfrentarse al verdadero poder de la comarca, el alcalde Walkiewicz (Leszek Lichota), quien no ve con buenos ojos que el nuevo párroco investigue cuestiones de aquella tragedia. Para Daniel todo son pequeños o grandes desafíos. Con la realidad, lo concreto y lo cercano. El tiene su propia visión más allá de dogmas y tradiciones. Prefiere simplificar ciertas creencias dentro de las estructuras edilicias del templo. “Dios también está en la calle” les espeta durante una misa. El llegó para sacudir estructuras anquilosadas, para despertarlos y hacerles abrir los ojos. Es concreto y toma decisiones que otros no se atreven. Cuando reaparece Pinczer -el ex convicto del reformatorio que trabaja ahora en el aserradero- su status quo se desmorona ¿Es que el pasado lo condena? Jan Komasa trabaja con suma inteligencia cada instante, cada diálogo, cada encuentro entre los distintos personajes. Y a partir de allí van apareciendo preguntas y ciertas respuestas donde se entremezclan cuestiones que tienen que ver con la culpa, el castigo, el perdón, la memoria, el deber y el pecado. Narrado como si fuera un thriller calmo y bucólico. Su principal herramienta es sin duda el “pseudo” Padre Daniel, ejercido con una expresiva pasión a cargo de Bartosz Bielenia (este rol le ha valido una larga ristra de premios), de una presencia ineludible, una mirada profunda y una voz firme y confiable. Y Komasa al igual que con su siguiente protagonista, que también se llama Tomasz, un millenial trepador en Hater (2020) –que se puede ver en la Plataforma Netflix- , pone a los dos como personajes absorbentes e “invasores” en una sociedad dada, que cada uno a su manera, manipulan a (y se interrelacionan con) sus semejantes con un celular para utilizarlo como medio o como fuente para sus mensajes. Uno por el Odio, el otro por el Amor. Pero en definitiva los dos usurpando en cierta forma, una personificación que no les pertenece. Superpremiado en Brasilia, Chicago, Toronto, Bordeaux, Minsk, Palm Springs, Estocolmo, y entre otros festivales en Venecia; Komasa debió haber recibido por Corpus Christi (2019) el Oscar al Mejor Film Extranjero el año pasado. Sería por demás interesante conocer el resto de su filmografía que incluye ficciones como Sala samobójców (Habitación del suicidio, 2011) y Varsovia 1944 (2014) como los documentales Splyw (2007) y Powstanie Warszawskie (La insurrección de Varsovia, 2014). Por méritos más que suficientes, Jan Komasa ha ascendido al podio de los más destacados e interesantes realizadores polacos contemporáneos.
Reencontrando el camino De la mano de los hermanos Liliana y Lito Vitale, el director Miguel Kohan plasma un viaje en el tiempo musical. 45 años de la creación de la iniciática agrupación MIA, las voces e imágenes de los fundadores Donvi y Esther Soto van abriendo esa "caja de pandora" que fue la precursora de la autogestión independiente. Un bienvenido estreno nacional en Cine.Ar. (Dado que a varios de los protagonistas de este documental, los he conocido y tratado personalmente, me voy a tomar el atrevimiento de narrar, contar o describir ciertas cuestiones en primera persona). El título del film, Rivera 2100 hace referencia a la dirección de la casa-estudio en donde vivió la familia Vitale y donde comenzó esa inigualable experiencia músico-pedagogica-productiva llamada MIA (Músicos Independientes Asociados). En Villa Adelina transcurrieron la infancia de los hermanos Liliana y Lito y también los años de estudio y creación compositiva junto a sus padres, el pedagogo y musicólogo Rubens Marcos Vitale, más conocido por Donvi –por Don Vitale- (quien falleció el 26 de octubre de 2012 a los 83 años) y la antropóloga y escritora Esther Soto, quien lo sobrevivió hasta el 21 de marzo de 2018, con 84. Allí formaron la agrupación que reunía tanto a instrumentistas, cantantes, pintores, docentes, sonidistas, como poetas. Esta cooperativa de autogestión se llamó MIA y la integraban los ya mencionados Liliana Vitale, Lito Vitale, mas Verónica Condomí, Alberto Múñoz, Nono Belvis, Daniel Curto, Juan del Barrio, Mex Urtizberea, Gustavo Mozzi, y, entre otros el también ilustrador, Kike Sanzol. De manera independiente grabaron sus discos, los editaron y los comercializaron; creando el Sello Ciclo 3. Los MIA grabaron 4 discos: Transparencias (1976), Mágicos juegos del tiempo (1977), Cornostípicum (1978) y Conciertos (1979) un álbum triple grabado en vivo en el Teatro Santa María del Buenayre (Montevideo y Avenida Córdoba) en noviembre de 1978. Ya a principios de los 80 irían dejando esta agrupación para encarar sus propios proyectos ya fuera en formaciones tanto solista, en dúos, tríos o banda grupal. El film hace reseña de toda esta etapa. Pero hay una paradoja. Mientras el título hace referencia a la dirección de la casa primal de la banda, toda su historia, sus recuerdos, anécdotas y memoria se llevan a cabo en la actual sede de esta familia-productora. A principios de los 80 se mudan al barrio capitalino de San Telmo. Y en esa vieja casona, con patio central de piso de baldosas calcáreas, y piezas y cuartos alrededor, crean su nuevo bunker. Ahí tuve la suerte y el gusto de poder visitarlos más de una vez. Cruzando el patio se llegaba a la gran cocina-comedor diario, con una mesa larga. Sentada en una de sus puntas estaba Esther haciendo números, llamadas, preparando algunos mates. Y fumando como descosida. Siempre con todo bajo su control. Por ahí irrumpía Donvi para meter algún bocadillo más que interesante, o el paso raudo de Liliana que se dirigía a su habitación que quedaba al fondo arriba pasando la cocina. E infaltable el saludo de Lito, quien estaba casi todo el tiempo componiendo, grabando, experimentando frente a su pared de teclados, aparatos, monitores y luces en su vidriado estudio en una esquina de la casa. Y toda esa sensación, ese clima placentero y amigable se ve reflejado en esta película. Miguel Kohan desliza su cámara con suaves panorámicas y lentos travellings. Va recorriendo “la casa de mis viejos” –como bautizó Lito a este bunker- , con paredes llenas de estanterías y bibliotecas, puertas y ventanas entreabiertas, infinidad de rincones con recuerdos. Acompañados por una música, no de fondo sino presente, cuando no hay diálogos ni grabaciones viejas. Aunque compuesta por el propio Lito tiene un aire a las Gymnopédies de Satie. Cada uno de esos segmentos se va fusionando con tomas de proyecciones con diferentes entrevistas a Donvi y Esther. O cuando tanto Lito como Liliana o su hijo Fidel, van revisando viejas cajas con fotos, textos, recortes de revistas, papeles varios, partituras. O chequeando mediante un proyector de diapositivas (a la vieja usanza), una serie de imágenes históricas e inéditas para el resto del mundo. Hay dos momentos con sendos invitados que son muy entrañables. Uno por lo gracioso, el otro por lo emotivo. Liliana charlando con Mex Urtizberea (quien estuvo en los finales de MIA y luego con otro ex de esta banda, Nono Belvis formaron La Sonora del Plata), entre recordatorios y anécdotas imposibles. Y el escritor, poeta y periodista Miguel Grinberg sorprendido al ver que una nota suya titulada “Diccionario fundamental de los ritmos contemporáneos”, publicada en el diario La Opinión en 1976, está guardada solita en una carpeta del extenso y prolijo archivo que tenía Donvi. Dos imágenes potentes: Lito de espaldas dibujando notas sobre un antiguo piano casero construido por su padre. Liliana con el pelo recogido y tomando mate, es Esther 30 años atrás. Los responsables de este tan querible documental ya tenían en su haber otras aproximaciones al mundo de la música. Kohan dirigió Café de los Maestros (2008) con guion coescrito con Gustavo Santaolalla. Y Marcelo Schapces, quien además de director aquí es uno de los productores, fue durante varios años manager de Litto Nebbia y en cine produjo por ejemplo Luca (2008) de Rodrigo Espina y Zonda, Folklore Argentino (2015) de Carlos Saura. Es muy bueno que la prole de los Vitale siga por este sendero de músicas y canciones. Este film puede tener su continuación -y tiro como idea el título: Estados Unidos 629. Vale recordar también que en 2015 Esther y Donvi (él post mortem) fueron galardonados con el Premio Konex a la Música Popular con Mención Especial por Trayectoria. Ambos fueron pilares y hoy siguen presentes. Desconocer su presencia, no tiene goyete.