Nueve historias de familia Frankie (2019), de Ira Sachs posee el encanto de contar con un seleccionado de grandes actores encabezado por las incombustibles Isabelle Huppert y Marisa Tomei, del que también forman parte Greg Kinnear, Brendan Gleeson y Jérémie Renier). No sé si las expectativas eran muy altas de mi parte, pero el resultado está muy por debajo de la hermosa Por siempre amigos (2016), también con Greg Kinnear y la gran actriz chilena Paulina García (pequeño milagro para tener en cuenta: se estrenó comercialmente en Argentina). En la ficción, la Huppert es una gran actriz francesa, matriarca de una familia extendida (con marido y ex maridos, hijos de los distintos matrimonios) que, aquejada por una enfermedad terminal, junta a todo el grupo para pasar un tiempo juntos (y despedirse) en la hermosa ciudad de Sintra, en Portugal. La mater familia tiene hasta la fuerza de tratar de ubicar a su hijo que está solo con una amiga. Y esas es una de las nueve historias que se entrelazan con amabilidad, un poco imbuidas de la belleza de un pasaje que se admira pero no llega a integrar la trama. Pasa como casi todo en la película: el ritmo, el tono y la profundidad es la de un leve sobrevolar sobre los temas, como el turista interesado pero con poco tiempo para conocer de veras un sitio determinado.
No estamos entre los más entusiastas. No se trata de la mejor película de Scorsese. Pero verla en cine...
El director de Policeman y La maestra del jardín siempre dejó en claro su mirada crítica respecto de la política de su país natal, Israel. Postura que tiene que ver con lo público, pero que no se centra en el ejercicio del poder sino en la estructura misma de la sociedad. Lapid evita el tranquilizador y demagógico discurso en virtud del cual son sólo quienes detentan el poder los responsables de la situación retratada; el asunto es un poco más complejo, los grises abundan, y no es tan fácil cargar con todas las culpas a un pretendido “mal absoluto”. En Sinónimos: Un israelí en París el realizador vuelve con todo (ese todo que incluye, como de costumbre, una inquietante virulencia en algunos pasajes) sobre aquellos temas y se mete también con su país de acogida. Yoav, el protagonista (y, entendemos, alter ego), literalmente “aparece” en París, donde es despojado de todas sus pertenencias y es “adoptado” por una pareja burguesa. El esfuerzo por manejar el francés, la resistencia a comunicarse en hebreo, su relación con otros judíos, todo lleva a analizar las implicancias del migrar, el asimilarse a otra cultura. En particular, Lapid parece preguntarse qué es o qué implica ser francés (o convertirse en francés). En su aparente contundencia y linealidad ese interrogante esconde una profunda introspección que indaga, sociológica y filosóficamente, también en su impacto sobre el proceso creativo. ¿Cuánto de ese cine de directores japoneses o iraníes, rumanos o israelíes que vemos en festivales o, en nuestro país menos habitualmente, en salas comerciales, llega a realizarse gracias al apoyo de Francia? Ese sistema de apoyo al cine que admiramos, ese espejo en el que en muchos aspectos querríamos mirarnos, tiene otros matices y efectos cuando no se trata de producciones estrictamente locales. ¿Qué queda en el camino? ¿Qué hay que dejar atrás? Incluso con las mejores intenciones, ¿cuánto hay que dejarse homogeneizar en el proceso de integración? Estos son temas que atraviesan la película, en una deriva cargada de exabruptos y momentos de humor que llegan a territorios casi propios del (aparente) sinsentido.
“Cambié el bajo por la cámara” cuenta Marilina Giménez sobre su banda Yilet que formó en 2009. Desde ese registro autobiográfico, Una Banda de Chicas, reconstruye su historia y se pregunta por el rol de la mujer en la música local. ¿Qué sucede cuando las mujeres hacen la música que ellas eligen?, ¿qué pasa cuando sus cuerpos sobre el escenario son agresivos y sensuales?. La escena musical argentina desde una perspectiva de género que rompe tabúes e invita a desnaturalizar el patriarcado.
Una película partida en dos, como las vidas que retratas. Grandes actuaciones y una sensibilidad que esquiva los golpes bajos
Siempre nos interesa el cine de Verónica Chen. Y, otra vez, no defrauda con una obra ciertamente mutante...
No participamos del entusiasmo generalizado. Una película con buenos momentos pero también con demasiado cálculo y que se queda en las referencias sin rozar nunca la altura de aquellos homenajes...
El uruguayo Federico "Cote" Veiroj siempre nos sorprende. Tras la hermosa Belmonte, y atreviéndose a una producción más grande, su mirada nos vuelve a atrapar
En su película más "mainstream" el gran Gustavo Fontán no pierde su tono, su mirada, su particular manera de retratar un país en la que el dinero...
Está claro que Ozon no es un autor. Su extensa obra cinematográfica comprende algunas películas interesantes y personales y otros muchos productos de vocación estrictamente comercial. Así y todo hay algo en esa heterogeneidad, un desparpajo para explorar formatos y temas sin demasiadas ataduras o mandatos, que hace que suela encontrar casi siempre algún elemento que me intriga, me seduce o, al menos, me llama la atención. Hecha la aclaración, cabe decir que Por gracia de Dios encuadra, sin dudas, en las películas pensadas más en la taquilla y el impacto que en algún tipo de búsqueda estética, temática o formal más personal. Ello no implica que el resultado sea o deba ser per se mejor en uno u otro caso. Pero lo cierto es que es evidente que esta película es más 8 mujeres, Potiche (Mujeres al poder) o Una nueva amiga, que Ricky, El refugio o Gotas que caen sobre rocas calientes. El tema de la película reviste actualidad, es uno de esos que claramente puede identificarse como uno “importante”. Basándose en “hechos reales”, Ozon se asoma al caso del cura Bernard Preynat, que en 2016 fue denunciado por haber abusado sexualmente de decenas de niños desde los años '70 en Francia. Fiel a su inclasificable esencia, el costado exploitation del asunto está muy presente, pero también su costado político. Como en The Rati Horror Show, de Enrique Piñeyro, la película ve la luz cuando el caso aún está abierto en los tribunales (N. de la R.: En julio último fue expulsado del estado clerical, máximo castigo de la Justicia eclesiástica); en tanto todavía siguen sin decidirse los cargos por complicidad o encubrimiento que se endilgan a los superiores del cura acusado de abusos, en particular la denuncia efectuada contra el cardenal Philippe Barbarin. Así, Por gracia de Dios es una anomalía por donde se la mire: explota un tema importante pero presta más atención a cómo impactó en las vidas de las víctimas y sus familias el proceso de denuncia que los detalles escabrosos de las experiencias sufridas; se viste de film cuestionador pero en la deriva narrativa el interés está más puesto en las contradicciones e internas del grupo que se forma para llevar adelante las denuncias. Desde el punto de vista político merece prestarse atención a la importancia de que una película como esta se corra del corset del “cine de arte y ensayo”, que se trasvista de drama familiar y que sea tan amplia al momento de aceptar distintas miradas. Es eso lo que hace más fuerte la evidencia del abuso de poder, de la obscena falta de empatía y respeto, del encubrimiento y complicidad que parecen apuntar más alto que al cardenal en cuestión. Las referencias no son directas y muchas veces provienen más de algo que se escucha en la televisión o en la radio: el Vaticano estuvo todo el tiempo al tanto, el actual Papa incluído. Es fácil encontrar frases de ocasión para sobreactuar una indignación no necesariamente sincera; llevar adelante acciones concretas que abracen a las víctimas, repudien duramente lo sucedido y castiguen a los criminales, se ve que no tanto. El caso no está cerrado. Y no está mal que una película como esta ponga la lupa sobre él.