Seguramente será ésta la semana cinematográfica más británica del año con tres sobre cuatro estrenos ambientados en Inglaterra Además de la presentación de la estupenda “Final de partida”, ganadora (japonesa) del Oscar extranjero del año pasado, la cartelera porteña se renueva con otras tres producciones, todas coincidentemente ambientadas en la Inglaterra de tiempos atrás. Por un lado “La joven Victoria” refiere a los primeros años de la reina que gobernó entre 1837 y 1901, destacándose la buena actuación de Emily Blunt (“El diablo viste a la moda”). Cabe el reparo de que supera largamente en belleza a la famosa soberana y al hecho de que la mirada del film es excesivamente complaciente y algo maniquea. “Sherlock Holmes” del inglés Guy Ritchie es en verdad una producción norteamericana, pero el personaje creado por Arthur Conan Doyle es absolutamente británico, pese a ser interpretado por el americano Robert Downey Jr,, que ya había recreado a otro inglés, nada menos que a Chaplin. Lo acompaña otro inglés, Jude Law, como un atípico Watson y se distingue Mark Strong como el siniestro Lord Blackwood. Este mismo actor también tiene un rol importante en “La joven Victoria”. Se trata de una versión donde predomina la acción, muy en línea con anteriores films del ex de Madonna (“”Juegos, trampas y dos armas humeantes”, “Snatch, cerdos y diamantes”, “RocknRolla”). Finalmente nos queda “Buenas costumbres”, realización a la que se dedica el resto de esta nota. Dirigida por Stephan Elliott (“Las aventuras de Priscilla, reina del desierto”), fue escrita por Noel Coward, bajo el título original de “Easy Virtue”. De hecho hubo una versión anterior de 1928, dirigida por Alfred Hitchcock, pero la referencia termina allí pues se trata apenas de un film mudo de alguien que aún no había alcanzado a mostrar su maestría posterior, básicamente a partir de la década del ’30. Sobresalen en “Buenas costumbres” las actuaciones de actores en su mayoría ingleses, aunque quizás sea Jessica Biel quien más sorprenda. La actriz de “Blade: Trinity” y “El ilusionista” compone a una joven y desprejuiciada norteamericana, corredora de autos de carrera, que logra atrapar a un inglés de noble estirpe. Los problemas empiezan cuando John Whittaker (Ben Barnes) llega a la residencia junto a su esposa y ésta debe enfrentar a sus nuevos parientes. El problema mayor será su suegra, que la recibirá con poco entusiasmo y creciente recelo. Interpretado por Kristin Scott Thomas (“Hace mucho que te quiero”), el personaje daba para mayor lucimiento y uno podría imaginar mejores resultados de haber sido la actriz seleccionada una Helen Mirren o Vanessa Redgrave por ejemplo. En cambio, es muy adecuada la elección de Colin Firth (“Valmont”, “Mamma Mia!” ) como el hastiado (de su esposa) Mr Whittaker. Una vuelta de tuerca al final lo tendrá como personaje relevante a contrapelo del resto de la familia, cuyas dos hijas chocarán fuertemente con la mentalidad liberal de la visitante. Kris Marshall (“Muerte en un funeral”) compone con acierto a un mayordomo que todas se las sabe. Por momentos esta comedia costumbrista apela a un humor algo forzado, como en una escena en la que el perro de la señora Whittaker sufre un contratiempo. Tampoco convencen siempre las salidas brillantes de la joven norteamericana frente a lo opaco de la respuestas de la ama de casa. La música es estridente con varios temas de Cole Porter que harían la delicia de un Woody Allen y que acompañan bien a la época en que tiene lugar la historia. “Buenas costumbres” es un título no desdeñable que demuestra una vez más la vigencia del cine inglés.
Lo habitual en las críticas de films como “Eden Lake” es su recomendación a los “adictos al género”. Sin embargo, esta afirmación puede resultar injustificada en este caso. Por empezar, no se trata estrictamente de una película de “terror”, género que suele albergar a producciones con elementos fantásticos y por ende alejadas de la realidad. Más bien, en este caso, estaríamos más cerca de un thriller, con el aditamento de ser uno de los más violentos que se han visto en nuestras pantallas recientemente. De allí que se hesite en recomendarlo, prefiriendo hacerle la advertencia al potencial espectador. También es necesario aclarar que no estamos frente a una obra maestra, ni siquiera una de esas propuestas de visión imprescindible. Hecha esta salvedad, se puede decir que existen elementos suficientes que justifican una nota y el eventual paso del lector por el cine. Se trata de la ópera prima del director británico James Watkins, cuyos mayores aciertos estarían en un muy adecuado casting. Por un lado, un par de actores en claro ascenso: Kelly Reilly (“Orgullo y prejuicio”, “Piso compartido”, “Las muñecas rusas”) y Michael Fassbender (“Bastardos sin gloria”, “Hunger”, “Fish Tank”), encarnando a una feliz pareja que deciden pasar un agradable fin de semana en una cantera abandonada, al lado del lago cuyo nombre (también el del film) se revelará una cruel ironía. La pareja se topará con un conjunto de adolescentes y algún que otro niño, en su mayoría actores debutantes o novatos (otro mérito del casting), que les harán la vida imposible. Un involuntario accidente fatal, que se prefiere no revelar, desatará la furia de los “chicos” que empezarán por robarles el auto a sus ocasionales vecinos. Hasta aquí la violencia no será mayormente física, sino el producto de amenazas verbales mutuas (excluido el hecho accidental señalado), cuando ya ha transcurrido casi la mitad del metraje. Pero lo que sobreviene de aquí en más se encuadra en una de la progresiones de violencia creciente, pocas veces vistas en la pantalla. Puede discutirse si la misma es o no gratuita, pero lo que difícilmente pueda ser rebatido es que logra movilizar al espectador, quien puede terminar tomando partido, normalmente, por los adultos. El debate sobre la justicia propia y el “ojo por ojo, diente por diente” dividirá seguramente las opiniones pero “Eden Lake”, con sus falencias que las tiene, no nos deja indiferentes. Quizás sea difícil creer el comportamiento del personaje femenino, cuando están torturando a su compañero o también su decisión de esconderse en un hediondo basurero. Aunque a favor de ambas situaciones podría afirmarse que en un acto de desesperación todo es posible. El final no desentona con el resto del film, intentando de alguna manera justificar al conjunto. El énfasis que hace en la influencia de la educación de los padres sobre la conducta de los hijos no es en nada original, pero tampoco está de más. Se han señalado diversos influjos y parecidos de “Eden Lake” con obras anteriores. No serían ni “El juego del miedo” (en sus diversos opus) ni “Funny Games” los mejores referentes. Más bien nos inclinamos por relacionarla con “La violencia está entre nosotros” (“Deliverance”) y “El señor de las moscas”, que sin duda eran superiores.
El año 2000 marcó el debut en la dirección de largometrajes de la hasta entonces actriz y guionista francesa Agnès Jaoui. “El gusto de los otros”, tal el título de su primera realización, fue inmediatamente un éxito de público y más adelante a menudo premiada en numerosos eventos. Fue incluso nominada al Oscar y también a nuestro Cóndor de Plata como mejor película extranjera. Hasta entonces, Jaoui era sobre todo conocida como actriz y coguionista (junto a su pareja Jean-Pierre Bacri) en películas de Cedric Klapisch (“Un aire de familia”), de Philippe Muyl (“Cuisines et dependances”, lamentablemente no estrenada localmente) y sobre todo de Alain Resnais (“Smoking/No Smoking” y “Conozco la canción”). Este director incluso acuñó un nombre ficticio (JABAC) usando las primeras letras de los apellidos de la pareja. En el 2004, la fórmula JABAC repitió el esquema de “El gusto de los otros”, pergeñando un segundo largometraje, “Como una imagen”, que ganó entre otros el premio al mejor guión en el Festival de Cannes de ese año. Ahora ambos guionistas regresan con “Háblame de la lluvia”, tercera película de Jaoui como directora y cuyo título original (“Parlez-moi de la pluie”) fue extraído de un verso de una famosa canción del gran poeta y cantor George Brassens. Los resultados no son tan auspiciosos como en las dos oportunidades anteriores, quizás porque los coguionistas quisieron abarcar demasiados temas al mismo tiempo. No obstante resulta aun posible rescatar ciertos elementos de interés y algunas buenas interpretaciones. La actriz-directora se reserva el rol de Agathe Villanova, un personaje que tras su aparente seguridad, se trata de una feminista que decide involucrarse en política, esconde dudas y debilidades. Viaja al sur para reencontrar a su hermana Florence (Pascale Arbillot), cuando se cumple un año de la muerte de la madre. Allí reencuentra a Karim, hijo de la mujer argelina que crió a ambas hermanas y que aún trabaja en la casa natal. El rol de Karim es cubierto por el excelente Jamel Debbouze (“Días de gloria”, “Angel-A”, “Amelie”) en un exótico personaje que además de trabajar en un hotel está incursionando en la realización de documentales, junto a su amigo Ronsard (Bacri). Ambos están realizando un proyecto sobre “mujeres exitosas”, por lo que invitan a Agathe a participar del mismo. (Debbouze tiene el mérito destacable de seguir actuando pese a haber perdido su brazo derecho en un accidente ferroviario, donde además murió un gran amigo. Ambos guionistas reconocen haber escrito el guión como símbolo de amistad hacia el actor de “Amelie”). Las numerosas torpezas del dúo de improvisados directores se transforman en algunos de los momentos más logrados de “Háblame de la lluvia”, que a diferencia de las dos películas anteriores, se encuadra más en el género comedia. Se trata además de un film coral al contar con varios personajes adicionales tales como la esposa y una compañera de trabajo de Karim, la pareja de Agathe e incluso al presentar un affaire entre Ronsard y Florence, a espaldas del marido de ésta. Quizás sean demasiadas historias simultáneas que dispersan la acción. Al film le hubiese convenido centrarse en uno o dos personajes, pero esta vez los coguionistas eligieron el camino contrario. Pese a los reparos antes señalados el espectador sale en general satisfecho y con una sonrisa, producto de la simpatía de varios de los protagonistas. Por ser diciembre un mes con pocos estrenos para el público adulto, esta producción puede resultar una buena alternativa.
Como responsable habitual de la presentación de los preestrenos del Cine Club Núcleo a lo largo de seis años, uno va acumulando experiencias que en algunos casos se vuelven inolvidables. Han pasado desde entonces numerosos directores y actores del cine nacional y en contadas ocasiones del exterior. Pero nunca hasta ahora, este cronista recuerda algo parecido a lo ocurrido el martes pasado (1 de diciembre) en ocasión del preestreno de “El último aplauso”, una coproducción entre Argentina, Alemania y Japón. Fue dirigida por Germán Kral, un argentino que hace casi 20 años vive en Alemania (Munich), adonde fue a estudiar cine motivado por una enorme admiración por Wim Wenders, según él mismo confiesa. Uno de sus profesores fue Doris Dorrie (“Las flores del cerezo”), quien le comentó hace algo más de diez años que en su paso por Buenos Aires ella conoció un café que Kral debería algún día visitar. Se trataba del “Bar El Chino”, en el barrio de Pompeya, donde recaló el director en una de sus visitas a su país. Con una muy simple cámara filmó entre otros al propio Chino (en verdad Jorge García) así como a los cantantes en sus casas y en el bar. Como antecedente fílmico merece mencionarse la excelente opera prima de Daniel Burak, que se llamaba justamente “Bar el Chino”, aunque con un enfoque distinto al estar a mitad de camino entre el documental y la ficción. La idea de Kral era retornar lo antes posible a Buenos Aires para completar la filmación de un documental. Cuando lo hizo en agosto del 2001 la situación había cambiado ya que el Chino estaba hospitalizado y el hijo de éste había fallecido trágicamente. Al poco tiempo de regresar a Alemania con más material fílmico se enteró de la muerte del dueño del bar y a partir de allí el proyecto fue sufriendo modificaciones, sobre todo porque la mayoría de los cantantes se habían peleado con los nuevos propietarios y quedado sin trabajo. Por fin en 2006 se pudo completar la película gracias al soporte de varias instituciones de Alemania, Japón y sobre todo del INCAA. Se logró reabrir el bar con la presencia de los cantantes Cristina de los Ángeles, la increíble octogenaria Inés Arce, Julio César Fernán y el guitarrista Abel Frías además del joven cantor Omar Garré. El show que ofrecieron está registrado, con maestría en la disposición de las cámaras y el registro del sonido en el reducido espacio del Bar El Chino, en la película. El martes 1 de diciembre todos los intérpretes antes mencionados se hicieron presentes ante el público del Cine Club Núcleo al finalizar la segunda función. Fueron ovacionados y de hecho durante las dos funciones, cada vez que terminaba la ejecución de una canción se escuchaban aplausos en la sala. Pero quizás la máxima emoción fue cuando cantaron un tango, acompañados por la guitarra de Abel Frías. “El último aplauso” es un magnífico documental que tiene la particularidad de que lo allí acontece resulta un fidedigno racconto de lo que pasó durante casi diez año en la vida de músicos, que cantan fundamentalmente por vocación. Puede afirmarse que el guión se fue alimentando con sus propias vivencias, las que emocionan de la misma manera que lo hizo su reciente presencia en la sala del cine Gaumont. Una experiencia imborrable que el espectador podrá revivir al ver esta notable realización.
Gracias al esfuerzo que hacen y el riesgo que corren algunos distribuidores cinematográficos, el público argentino tiene acceso a obras que difícilmente interesen a las grandes compañías de Hollywood. “Goodbye Solo” no presenta a priori ningún elemento que ayude a su difusión salvo quizás un premio de la FIPRESCI (Federación Internacional de la Prensa Independiente) en el Festival de Venecia 2008. Muy poco sin duda como para justificar su estreno, particularmente en esta época final del año en que el público comienza a ralear o a buscar fórmulas más pasatistas. Su director, Ramón Bahrani, virtualmente desconocido por estas latitudes, es de origen iraní aunque nació en los Estados Unidos siendo éste su cuarto film y primero en estrenarse en Argentina. El personaje central es un taxista de origen senegalés interpretado por Soulemayne Sy Savane, quien aquí debuta en el largometraje. Solo, tal su nombre, es una persona muy afable y extrovertido con un natural optimismo. Su carácter contrasta fuertemente con William, un septuagenario que un día contrata sus servicios. El rol es asumido por Red West, otro ignoto actor aunque con una larga carrera en series, televisión y varias películas mayormente inéditas en nuestro país. Sin embargo, Red tiene en su haber una particularidad como es el haber sido, en la vida real, guardaespaldas y amigo, nada menos, que de Elvis Presley. Por otro lado tiene un gran parecido físico e interpretativo y casi la misma edad que Seymour Cassel, actor fetiche en los films de John Cassavetes. Los sucesivos encuentros entre tan disímiles personajes serán casi siempre producto del interés creciente que tiene Solo en saber porque su cliente desea que lo deposite determinado día en una montaña rocosa (Blowing Rock), donde circulan fuertes vientos. A modo de un thriller, “Goodbye Solo” consigue atrapar al espectador, incorporando a unos pocos personajes más como Alex, la joven hija adoptiva de Solo (brillante actuación de Diana Franco Galindo) y un joven que vende entradas en el pueblo de Winston-Salem (Carolina del Norte), donde transcurre el grueso de la acción. Se trata entonces de una obra casi minimalista, que se disfruta de punta a punta en sus apenas noventa minutos y que no debería pasar desapercibida.
“Amores perros”, “21 gramos” y “Babel” constituyen una auténtica trilogía que no sólo comparte el mismo director sino también a un idéntico guionista, Guillermo Arriaga, quien ahora se ha lanzado a la dirección de su propio largometraje. “Camino a la redención” no oculta el sello de los films anteriores, al presentar a una serie de personajes que tienen más de un vínculo común, que son retaceados al principio. El espectador irá armando un verdadero rompecabezas, con dos historias paralelas que giran alrededor de sendas figuras encarnadas por Charlize Theron y Kim Basinger. A esos caracteres se agregará otro femenino a cargo de Jennifer Lawrence (Mariana), dando la impresión de que para Arriaga el universo norteamericano (al menos en el film) resulta femenino. No casualmente los principales personajes masculinos son étnicamente mexicanos o más propiamente dicho “chicanos”, lo que reafirma la afirmación anterior. Nick, uno de ellos, interpretado por Joaquim de Almeida tiene un affaire con Gina (Basinger) y sus encuentros furtivos transcurren en una especie de casa rodante (“trailer”) en pleno desierto. La primera imagen del film ocurre en ese sitio y explica de por si sola el título original de la película (“The Burning Plain”). La siguiente escena nos muestra a una muy bella Sylvia (Theron), desnuda, observando a través de una ventana y siendo vista por algún curioso, mostrando su intimidad. La historia en esta primera mitad parece inclinarse hacia este personaje transcurriendo en el restaurant en que Sylvia hace de maitre. Pese a que le dice a un cliente que no traba relación con los que alli consumen, su inmediato proceder parece demostrar lo contrario. Ella es sin duda una mujer extremadamente liberal e independiente, cortejada por su gran belleza y atractivo. Pero también se percibe que no tiene muy claro hacía donde va su vida. Lo que permitirá ir armando la historia será la relación que se establece entre la ya mencionada Mariana y el joven Santiago (J.D.Pardo), de origen mexicano. No resulta conveniente dar más datos sobre la manera en que se conocen y las relaciones que tienen con los personajes anteriores. Sí anticipar que el conjunto cierra bien y que la progresión dramática está bien dosificada en el tiempo. Un accidente de un avión que fumiga los campos hará que adquiera importancia un cuarto personaje femenino más joven, María, que a diferencia de los anteriores tiene rasgos latinos. Es muy buena la caracterización que logra Tessa La y será la última media hora del film la que redondee la trama. Quizás más de un espectador perciba, en algunas de las resoluciones, la presencia de golpe bajo. Más justo sería objetarle al film ciertas situaciones que, por previsibles, no le quitan interés al conjunto marcando un auspicioso debut de Arriaga.