El planeta de los simios: La guerra, de Matt Reeves Por Hugo F. Sánchez Es notable como El planeta de los simios, que arrancó en el cine a fines de los sesenta en el cine y completó cuatro entregas, que después pasó a la televisión, luego fue retomada por Tim Burton en 2001 (¿la pregunta es para qué no?) y se relanzó una década después a las órdenes de Matt Reeves –El planeta de los simios: (R)Evolución y El Planeta de los Simios: Confrontación-, ahora en El planeta de los simios: La guerra adquiera una inusitada gravedad y oscuridad, teniendo como horizonte nada menos que a El corazón de la tinieblas, la novela de Joseph Conrad que a principios del siglo veinte fue considerada una feroz crítica sobre la barbarie del colonialismo en África. Y que dicho sea de paso, que un joven Francis Ford Coppola transpoló en 1979 al sudeste asiático en Apocalypse Now. La tercera parte de la saga rediviva muestra su punto más alto, con los simios en inferioridad de condiciones refugiados en el bosque y los seres humanos en plan de exterminio. César (podría clasificarse como sobrenatural el trabajo expresivo que le imprime Andy Serkis al líder de los simios) sigue pensando que en el planeta podrían convivir ambas partes, pero en su interior sabe que no va a ser posible, principalmente por la estupidez de los humanos, pero también por sus propios errores y la traición de algunos de su propia especie. Pero el relato pone en el centro de la historia a un personaje tan siniestro como atormentado, un coronel del ejército (como siempre Woody Harrelson haciendo lo suyo con precisión y carisma) al mando de una unidad perdida, que lucha a sangre y fuego contra los simios pero también contra el resto de los humanos. Si el Kurtz en la novela de Conrad se perdía junto a sus propios demonios para fundar un reinado despótico y cruel en el corazón de África, si para Coppola el coronel Kurtz (temible, alucinado, inolvidable Marlon Brando rapado: El horror, el horror!) se dejaba ganar por la locura en Camboya en plena guerra de Vietnam, el Coronel interpretado por Harrelson hace lo propio en una guerra de exterminio, una conflicto que parece diseñado para que de rienda suelta a su crueldad, fuera de cualquier límite y en contra del resto de la humanidad que definitivamente no comparte sus métodos. César y el Coronel luchando cada uno por su especie, orgullo, locura y tragedia combinados con una mutación de un virus, que ataca a los humanos sobrevivientes y los reduce a una condición salvaje. La saga sigue creciendo, no renuncia ni por un momento a la espectacularidad, pero en el camino se va nutriendo de fuentes inusuales para poder dar su punto de vista sobre temas actuales como el racismo, los refugiados, los recursos naturales y hasta cuestiones que hacen a la historia de la humanidad: cuando una forma de vida es sojuzgada por otra más poderosa, otra capaz de imponerse hasta el punto de hacer desaparecer cualquier oposición. EL PLANETA DE LOS SIMIOS: LA GUERRA War for the Planet of the Apes. Estados Unidos, 2017. Dirección: Matt Reeves. Guión: Mark Bomback, Matt Reeves (novela: Pierre Boulle). Fotografía: Michael Seresin. Música: Michael Giacchino. Intérpretes: Andy Serkis, Woody Harrelson, Steve Zahn, Judy Greer, Gabriel Chavarria,Max Lloyd-Jones, Terry Notary, Sara Canning, Ty Olsson, Devyn Dalton. Duración: 140 minutos.
Dunkerque, de Christopher Nolan Por Hugo F. Sánchez El lugar común sobre la obra de Christopher Nolan (El origen, Interestalar, la trilogía de Batman, Memento), dice que su cine es presuntuoso, elefantiásico y además, que la gravedad de su cine apenas araña la superficie de los temas que aborda. En definitiva, un vende humo. Lo cierto es que ese supuesto consenso colisiona con otras voces que rescatan su indudable talento narrativo, la precisión y espectacularidad de sus puestas, y para agregarle época, destacan que el director británico es un férreo defensor del fílmico. Ni tanto ni tan poco, con una obra despareja pero de indudable interés, Nolan es uno de los pocos directores mainstream que realmente hace lo que quiere y es por eso es que si bien Dunkerque es una película de guerra elude algunos de los tópicos del género bélico, en ese mismo sentido se esfuerza en hacer un film elegante sin renuncia al espectáculo y en este caso, hasta prescinde de diálogos grandilocuentes -de hecho casi no tiene diálogos-. Para la Segunda Guerra Mundial, la historia de Dukerque es un hecho menor dentro del conflicto pero sin lugar a dudas, digna de ser contada. Menos de un año después del inicio de la contienda, con la mítica línea Marginot rebasada sin mayores dificultades por los ejércitos alemanes, las fuerzas aliadas se agruparon en la ciudad francesa de Dunquerke a la espera de la evacuación hacia el Reino Unido. Más de 400 mil soldados ingleses, franceses y belgas llenaban las playas mientras la aviación alemana los diezmaba a conciencia, en tanto los submarinos hundían los buques de transporte. En ese contexto llegó el llamado desesperado para que los barcos particulares cruzaran el Canal de la Mancha para socorrer a las tropas. Y si, una gran historia para ser llevada al cine. Estructurada a través de un montaje paralelo de tres líneas narrativas bien diferencias -donde aportan su experiencia en decisivos secundarios Tom Hardy, Cillian Murphy, Mark Rylancey para destacar el protagonismo del debutante Fionn Whitehead-, que se van entrelazando a medida que avanza y retrocede el relato, Dunkerque tiene una puesta al servicio de contar el horror de la guerra pero lejos de los baños de sangre y los cuerpos mutilados. Por el contrario, la profusión de planos generales en formato 70 mm hacen que cuando la cámara baja a las historias personales -tres pilotos pilotos de caza, dos soldados de infantería, los tripulantes de un velero privado-, cuando las imágenes muestran los vuelos en picada de los Stuka (y su ulular terrorífico) o la explosión de un torpedo en una barco atiborrado de tropas, provoquen una tensión extraordinaria, sostenida además por la banda de sonido de Hans Zimmer, que empuja el tempo del relato y agrega incertidumbre sobre la suerte que correrán los protagonistas y el resto de los soldados que esperan la evacuación. Miedo, actos heroicos, intentos desesperados por mantenerse con vida cueste lo que cueste, Dunkerque es un relato coral extraordinario de un director soberbio, un poco megalómano, pero seguro de que incluso en el corazón de la industria se puede y vale la pena tomar riesgos. DUNKERQUE Dunkirk. Estados Unidos/Reino Unido/Francia/Holanda, 2017. Guión y dirección: Christopher Nolan. Intérpretes: Fionn Whitehead, Tom Glynn-Carney, Jack Lowden, Harry Styles, Kenneth Branagh, Cillian Murphy, Mark Rylance, Tom Hardy, Aneurin Barnard, James D’Arcy y Barry Keoghan. Fotografía: Hoyte van Hoytema. Música: Hans Zimmer. Edición: Lee Smith. Duración: 106 minutos.
UPA! 2: El regreso, de Tamae Garateguy, Santiago Giralt y Camila Toker Por Hugo F. Sánchez Hace algunos años en un país muy lejano, existió algo que se etiquetó como Nuevo Cine Argentino (NCA), una denominación que se acuñó a partir de la irrupción de un potente grupo de películas realizadas por un puñado de cineastas jóvenes que revitalizaron el alicaído panorama local con temáticas diferentes, propuestas arriesgas y una vitalidad sorprendente. Con el tiempo aquellos realizadores generaron su propio universo -productoras, festivales afines, críticos ídem, etc.- y en pleno auge del movimiento se estrenó UPA! Una película argentina (2007), una ácida y divertida parodia sobre el mundillo en cuestión, en donde los egos, la cuestión de la financiación externa y cierto costado snob del NCA -temas que estaban en plena discusión por aquella época- eran abordados con ferocidad por Santiago Giralt, Camila Toker, Tamae Garateguy y Eva Bär. Lo cierto es que más allá de las exageraciones y desprolijidades, el film hizo ruido dentro de los limitadísimos límites del cine argentino. Diez años después llega a los cines UPA! 2: El regreso, otra vez con Giralt, Toker y Garateguy (sin Bär) asumiendo el doble rol de directores y protagonistas del relato, que los muestra más grandes, más pedantes, más maliciosos y definitivamente más miserables. Si en la primera según su propia mirada condescendiente Giralt era el artista que daría que hablar en el futuro y que trataba de estar a la altura, con un Works in Progress que tenía como horizonte nada menos que la obra de Ingmar Bergman, diez años después finalmente se concreta la posibilidad de hacer la película, pero claro, también para Toker y Garateguy pasó una década y ambas, una como actriz y la otra como productora, tratan de sobrevivir en el necio acotado del cine nacional, en donde parece que nada cambió demasiado. El cuadro se completa con el ingreso al proyecto de Nancy Dupláa en plan diva y Martín Slipak como el actor del momento, ambos ajustados y dispuestos a dejarse llevar por el planteo irónico del relato. Y no es un dato menor que el Bafici sea una parte central de la trama -con el ex director de la muestra Marcelo Panozzo y el crítico Diego Lerer incluidos-, teniendo en cuenta que el festival fue un factor innegable a la hora de validar al NCA. Aún cuando ya no cuenta con el factor sorpresa, UPA! 2: El regreso mantiene la ferocidad de su predecesora y transita el mismo camino, para diagnosticar que incluso cuando el término NCA ya está perimido, las taras, las agachadas y la burbuja del críptico mundo del cine local independiente siguen siendo las mismas. UPA! 2: EL REGRESO UPA! 2: El regreso. Argentina, 2015. Guión y dirección: Tamae Garateguy, Santiago Giralt y Camila Toker. Intérpretes: Tamae Garateguy, Santiago Giralt, Camila Toker. Martín Slipak, Nancy Dupláa. Fotografía: Connie Martin y Nacho Aveillé. Música: Emisor. Edición: Andrés Quaranta y Wenchi Bonelli. Dirección de arte: Laura Felgueras. Sonido: Guillermo Picco y Pablo Gamberg. Duración: 80 minutos.
Yo, Daniel Blake, de Ken Loach Por Hugo F. Sánchez Daniel Blake tiene 59 años, es viudo, está enfermo del corazón, apenas puede manejar un celular obsoleto, no tiene computadora y escribe con un lápiz de carpintero. Porque Daniel Blake es carpintero, eso lo define, sabe trabajar con las manos, no necesita decirlo pero cree en honrar la palabra empeñada. Se podría decir que DB es de otra época pero no, es de esta, no está muerto, está enfermo y hasta que el médico certifique que su vida no corre riesgo no puede trabajar. Así que mientras tanto no tiene ingresos, así que debe recurrir al Estado para que le den una pensión temporaria por incapacidad. Y si bien jamás pensó que iba a necesitarla sabe que es su derecho, el obstáculo es que sí, es esta época y aunque forma parte de ella, el presente lo va empujando hacia la periferia. Pero DB es testarudo y cree en sus propias fuerzas y sobre todo en su dignidad, así que emprende los trámites para conseguir la pensión pero del otro lado está el Estado, éste Estado, el de ahora, el del presente, que va a hacer todo lo posible para hastiarlo, doblegarlo, correrlo. Con una carrera enfocada principalmente en retratar los conflictos sociales que trae aparejada la modernidad, Ken Loach (Riff-Raff, Tierra y libertad, Kes, Agenda secreta, Como caídos del cielo) no duda en golpear debajo del cinturón cuando considera que su mirada no quedó del todo clara. Este enfoque hizo que con el correr de los años prácticamente se convirtiera en un lugar común criticarlo como un dinosaurio, empeñado en hacer siempre lo mismo con apenas algunas variantes y de esa polémica no está exceptuada Yo, Daniel Blake -Palma de Oro en Cannes 2016-, tildada como panfleto proletario y un poco más allá, como un relato que daba cuenta del agotamiento del director británico, un dinosaurio que ya no tenía nada que aportar. Bueno, con 81 años, con su puesta clásica y bien cercana al cine documental -y a las problemáticas que aborda-, Loach sigue su camino y es implacable a la hora de contar la vida y la supervivencia de sus criaturas que representan a millones de personas que son desplazadas a la marginalidad. Héroe de la clase trabajadora, el protagonista (Dave Johns) lucha contra la burocracia, acusa el golpe de las injusticias pero pelea contra el sistema, se planta. Pero no es solo él sufre la miseria y el film se encarga de exponer una problemática que alcanza también a los jóvenes. Y entonces ahí está DB, que ayuda a una joven madre soltera (Hayley Squires) con dos hijos que tuvo que mudarse a 400 kilómetros de de su lugar por el alto precio de los alquileres, aporta su vida como ejemplo moral para su vecino, también muy joven, que vende zapatillas importadas de contrabando, se enoja con los servicios sociales y da cuenta del absurdo laberinto burocrático al que exponen diariamente a miles de desgraciados sin recursos. Loach va recorriendo cada una de las estaciones del descenso hacia la pobreza y la marginalidad y efectivamente, no es para nada sutil a la hora de retratar la caída de DB y de su entorno, pero en du defensa, el hambre, los malos tratos, el frío, la indiferencia no son precisamente sutiles y el realizador parece estar convencido que solo la brutalidad del relato transmitirá la crudeza del universo que muestra la película. Probablemente Ken Loach podría decir lo mismo desde otro lugar, sin efectismos ni remarcaciones, pero en su conjunto Yo, Daniel Blake tiene la potencia noble y extraordinaria de un director que confía en el camino elegido desde siempre y supuestamente debería jubilarse. YO, DANIEL BLAKE I, Daniel Blake. Reino Unido/Francia/Bélgica, 2016. Dirección: Ken Loach. Guión: Paul Laverty. Elenco: Dave Johns, Hayley Squires, Sharon Percy, Briana Shann, Dylan McKiernan, Natalie Ann Jamieson, Jane Birch, Stephen Clegg, Colin Coombs, Harriet Ghost. Producción: Rebecca O’Brien. Distribuidora: Diamond Films. Duración: 100 minutos.
El bar, de Álex de la Iglesia Por Hugo F. Sánchez Un grupo de personajes -y Álex de la Iglesia entiende por personajes a los desgraciados que representan las desgracias de los tiempos que corren- se juntan fortuitamente en un bar a desayunar. Está la chica infartante sin suerte en el amor, los grises que no aceptan el paso del tiempo, la mujer que gasto sus pocos euros en una maquinita, el hipster solo comprometido con él mismo, el linyera con arranques místicos, un trajeado con problemas conyugales y así. Un paneo rápido por los protagonistas, un par de diálogos como para que quede claro quién es quién y a los bifes. El primero que sale del bar recibe un tiro y queda agonizando en la vereda. El que sale a ayudarlo también. Y mientras el terror de apodera de los ocho que quedan adentro, los cuerpos desaparecen. Por supuesto, los sobrevivientes son la representación misma de todo lo que no funciona en el mundo y el miedo que vendría a ser la columna vertebral del relato, funciona como instigador de las miserias que cada uno guarda en un rinconcito de su miserable ser, como para reafirmar la hipótesis del director que el mundo es un asco y que la mayoría de las personas están dispuestas a hacer cualquier cosa – engañar, mentir, ocultar, traicionar y claro, hasta matar- para sobrevivir. Bien, no por poco original la mirada de De la Iglesia merece condena, el problema es que viene diciendo lo mismo desde hace años y la repetición de la hipótesis pierde interés en cada nueva entrega y en ese sentido, El bar condensa la premisa (hasta carece de humor, una de las marcas distintivas del director de El día de la bestia, La comunidad, Mi gran noche, Balada triste de trompeta), y no ofrece otro punto de apoyo que esa simplificación de la mirada del realizador sobre mundo. Estamos ante un film chiquito, con los rostros expresivos que son tan caros al director vasco: la pavorosa Terele Pávez; Carmen Machi, tan prototípicamente española ella, Mario Casas el divertido galán ibérico; el inquietante Jaime Ordóñez y nuestro Alejandro Awada. Todos pasados de rosca, tratando de salir adelante con una historia que no ofrece demasiadas alternativas más que las de juntar a los protagonistas en un espacio reducido para que expongan sus agachadas y contar a través de ellos que el mundo es esa porquería que representan ellos, que afuera las cosas no son mejores y las enfermedades, el autoritarismo, el racismo y hasta una posible plaga zombie, son nada más que los síntomas de una sociedad enferma. Y El bar vendría a ser el diagnóstico acertado, una apabullante simplificación sin vuelo ni interés. EL BAR El bar. España/Argentina, 2017. Dirección: Álex de la Iglesia. Guión: Álex de la Iglesia y Jorge Guerricaechevarría. Intérpretes: Blanca Suárez, Mario Casas, Carmen Machi, Secun de la Rosa, Jaime Ordóñez, Terele Pávez, Joaquín Climent, Alejandro Awada, Jordi Aguilar, Diego Braguinsky. Producción: Álex de la Iglesia, Carolina Bang y Kiko Martínez. Duración: 102 minutos.
Alien: Covenant, de Ridley Scott Pasaron once años desde que la nave Prometeo que transportaba un equipo multidisciplinario, encargado de averiguar nada menos que el origen del hombre, desapareciera sin dejar rastro -los únicos sobrevivientes en el planeta de los ingenieros eran la doctora Shaw (Noomi Rapace) y el androide David (Michael Fassbender)-, pero la humanidad sigue explorando el universo y ahora es el turno de la Covenat, con una mínima tripulación, 2000 colonos y miles de embriones que se dirigen hacia el Origae-6, esperanzados en que sea su nuevo hogar. Pero hay unos desperfectos en la nave que determinan que definitivamente nadie quiera volver a hibernar para llegar al lejano destino, así que se decide cambiar los planes y averiguar las factibilidades de otro planeta, más cercano y que aparentemente tiene todo lo necesario para vivir. Bueno, lo de vivir está por verse porque el lugar no es precisamente amigable y lo que les espera es el horror en varios formatos, tamaños y ferocidad. Pero antes de todo esto hay un prólogo, en donde Walter (Michael Fassbender), un ser sintético, realiza pruebas frente a su creador (Guy Pearce), responde satisfactoriamente sus preguntas e inmediatamente pasa a la ofensiva, interrogando sobre su propio devenir y con lógica implacable, sobre el origen de su padre y un poco más allá, sobre el origen de la especie humana. Este sintético es parte la la tripulación del Covenat y se encontrará en el planeta del horror con David, que tuvo más de una década en contestarse las mismas preguntas y llegar a algunas conclusiones inquietantes, que claro, lo llevaron a proceder en consecuencia. Lo que sigue es un duelo dialéctico, filosófico y también físico entre dos organismos sintéticos (imposible imaginarse otro actor que no sea Fassbender para el doble rol), con posiciones encontradas sobre el destino del hombre, mientras los cuerpos desmembrados se van acumulando, la heroína de turno hace lo que puede (hay que decirlo, Katherine Waterston no le llega ni a la suela de los borceguíes embarrados de ectoplama a la legendaria Sigourney Weaver) y el bicho evoluciona hacia la perfección. Alien: El octavo pasajero sentó las bases del cambió del paradigma de la ciencia ficción combinando elementos del terror e inquietantes connotaciones sexuales para atreverse a hacer las preguntas correctas sobre el origen, el camino y los porqué de la existencia del hombre -las mismas cuestiones que serían el eje de Blade Runner en 1982, también de Ridley Scott-; Aliens, el regreso (James Cameron) abandonó un poco la senda filosófica y le agregó el género bélico (Vietnam era la referencia más obvia); Alien 3 (David Fincher) fue injustamente denostada por su puesta religioso-medieval y la falta de armas (¿?); y Alien: resurrección (Jean-Pierre Jeunet) fue un rejunte de cosas que en un intento de estirar a la inolvidable Ripley, bueno…, la clonaba. Más cercana en el tiempo, Prometeo significó la vuelta de Ridley Scott a su criatura más preciada con un film de transición, aunque comenzaba a revelarse el originen del monstruo, una cronología necesaria para llegar a Alien: Covenant. Que es impresionante. El adjetivo elegido no es casual en tanto la nueva entrega asentada sobre en el asqueroso y letal xenomorfo es estremecedora a casi 40 años después de la película fundante de la saga, otra época donde monstruos de todo tipo están al alcance de un click (de paso no esta mas dejar en claro que casi todas estas criaturas son versiones del bicho que nos ocupa). Como si el tiempo no hubiera pasado, en buena parte del relato recrea con éxito el miedo y la repulsión original. Es decir, para los que vieron la saga capítulo a capítulo en cine, para los otros que fueron asomándose a ese universo frío y hostil a través de los dvd, el cable y el resto de los soportes usuales, es bastante conmovedor que todos los esfuerzos de Ridley Scott estén concentrados en volver a las fuentes, a que cobren nuevos significados la ya famosa frase promocional de la vieja, legendaria y querida Alien, el octavo pasajero: ¡En el espacio nadie podrá oír tus gritos! ALIEN: COVENANT Alien: Covenant. Estados Unidos/Australia/Nueva Zelanda/Reino Unido, 2017: Dirección: Ridley Scott. Intérpretes: Michael Fassbender, Katherine Waterston, Billy Crudup, Danny McBride, Demián Bichir y Carmen Ejogo. Guión: John Logan y Dante Harper. Fotografía: Dariusz Wolski. Música: Jed Kurzel. Edición: Pietro Scalia. Diseño de producción: Chris Seagers. Duración: 122 minutos.
Día del atentado, de Peter Berg El director Peter Berg es uno de esos realizadores considerados confiables para Hollywood, un artesano sin grandes características distintivas pero con un pulso firme para la acción, como lo demostró en El reino, El sobreviviente y Horizonte profundo. Con Mark Wahlberg trabajó en estos dos últimos títulos y en Día del atentado la dupla vuelve a mostrar su efectividad a partir de una historia real, el atentado con dos bombas en la maratón de Boston que dejó como saldo tres muertos y más de dos centenares de heridos. La puesta está centrada en Tommy Saunders (Wahlberg), un descangallado sargento de policía con una pierna destruída que tiene debe velar por la seguridad de la competencia como agente raso y de uniforme cumpliendo un castigo. La historia no pierde de vista a Saunders pero se abre en un relato coral que traza un breve pero preciso perfil de los personajes que van a estar involucrados en la tragedia -hay que decir que el estereotipo de gente feliz hasta el momento trágico se repite bastante-, incluidos los dos hermanos de origen checheno autores del atentado. Con momentos de cámara en mano y un nervio que transmite la tensión de lo que va a venir -a la manera del inglés Paul Greengrass, responsable de films como Domingo sangriento, Vuelo 93, Jason Bourne-, Día del atentado cumple de manera extraordinaria con el suspenso que genera en cualquier espectador mínimamente informado que aguarda el ataque, que sabe más que los protagonistas. Las bombas llegan y el mazazo, aunque esperado, no deja de ser sorprendente, con cuerpos dislocados, miembros amputados y la manera precisa de mostrar el desconcierto luego del ataque. Lo que sigue es la investigación a cargo del agente del FBI Richard DesLauriers (Kevin Bacon, siempre creíble de saco, corbata y tomando decisiones), el llamado al sargento en desgracia que va reconstruyendo el posible recorrido de los terroristas, las especulaciones políticas, la presión de los medios y la cacería. Para el final la evidente carga ideológica de Día del atentado se duplica y hay unos cuantos golpes dirigidos directamente a conmover de manera berreta al espectador, momentos que poco tiene que ver con el resto de la película, que en conjunto no deja de ser un buen trhiller que no oculta sus intenciones de rendir un homenaje a las víctimas y sobre todo, a una ciudad que se sobrepuso a la adversidad. DÍA DEL ATENTADO Patriots Day. Estados Unidos, 2016. Dirección: Peter Berg. Intérpretes: Mark Wahlberg, John Goodman, Kevin Bacon, J.K. Simmons, Michelle Monaghan, Rachel Brosnahan, Alex Wolff, Melissa Benoist, Michael Beach y Khandi Alexander. Guión: Peter Berg, Matt Cook y Joshua Zetumer. Fotografía: Tobias A. Schliessler. Música: Trent Reznor y Atticus Ross. Edición: Gabriel Fleming y Colby Parker Jr. Duración: 133 minutos.
Gustavo (Jorge Marrale) goza de una vida acomodada, es cirujano, acaba de conseguir el ascenso buscado, es feliz con su esposa Cristina (Mercedes Morán) y con su hijo Facundo (Matías Mayer), que estudia cine. En el otro extremo está Hugo (Luis Machín), el relato no profundiza demasiado sobre su vida, solo muestra que es un ladrón, que vive en un barrio humilde y que eventualmente sale a desvalijar casas junto a su hijo Ricky (Nicolás Francella). Dos familias diferentes, separadas por orígenes y clase social que van a encontrarse a partir de una entradera, en donde muere Facundo. Maracaibo muestra estas dos realidades pero se concentra en la relación trunca entre Gustavo y Facundo. El médico interpretado por Jorge Marrale no conocía demasiado a su hijo, antes de la tragedia se había enterado que el chico era gay y todo hace suponer que su trabajo fue distanciándolos. Con la culpa a flor de piel, la película hace pie en la tristeza de Gustavo, en su bronca y en la confusa determinación de tomar venganza. Pero en el camino el film juega a varias puntas: las dos familias y el destino reservado para ambas, el universo afectivo entre padres e hijos, el matrimonio que implosiona a partir de la pérdida, en el encuentro con Ricky en la cárcel para entender, en la justicia por mano propia. Sin embargo, cuando el film de Miguel Ángel Rocca (Arizona Sur, La mala verdad) se decide por la devastación del médico, con un Marrale extraordinario a la hora de mostrar las contradicciones, la tristeza y la desolación del personaje, cuando el relato se asienta en una narración intimista, es cuando Maracaibo resulta más convincente. MARACAIBO Maracaibo. Argentina/Venezuela, 2017. Dirección: Miguel Ángel Rocca. Intérpretes: Jorge Marrale, Mercedes Morán, Matías Mayer, Nicolás Francella, Luis Machín, Alejandro Paker, José Joaquín Araujo y Antonella Costa. Guión: Maximiliano González y Miguel Ángel Rocca. Fotografía: Sebastián Gallo. Edición: Alejandro Parysow. Duración: 95 minutos.
MUCHO MUJER Bajos instintos, Starship Troopers y Robocop, son algunos de los títulos importantes en la carrera de Paul Verhoeven, un director resistido por el establishment a partir de la rebeldía que mostraba en cada una de sus obras que no se ajustaban a los cánones de lo correcto. Y llegó Showgirls, que jugueteaba con el porno para ofrecer una descarnada e incómoda sátira sobre el capitalismo. Esa película casi lo sacó de la industria hasta ahsora, donde el realizador holandés vuelve sobre los temas de siempre, redobla la apuesta (también la incomodidad), adentrándose en la conducta de una mujer que fue violada y que prefiere hacer frente sola al después de la brutal agresión. Pero también que cuando era una niña se enfrentó al escarnio de los medios a partir de una homicidio múltiple a cargo de su padre -en donde ella pudo estar involucrada como parte activa del terrible suceso- y se rearmó para convertirse en una exitosa empresaria. Que toma sus decisiones a partir de la pulsión del deseo -se acuesta con el marido de su amiga-, que se sobrepuso a un marido encantador y violento y lo dejó, que mantiene a un hijo que es un pelele porque corresponde, aunque deja en claro que no la une ningún vínculo afectivo. Todas estas marcas en la vida Michèle Leblanc (Isabelle Huppert), ella, elle, ofician como elementos definitivos del hermetismo de la protagonista de Elle, una película incómoda que es una apasionada defensa de la mujer como elemento sojuzgado de la sociedad patriarcal -por ende, del capitalismo-, se asienta en ese principio para ir más allá, en la libertad de elección de un ser humano ante las convenciones de la sociedad de la cual forma parte, de lo que se espera de ella, incluso de su propia historia, para tomar las decisiones que la concilian con su posición frente al mundo y ante su propio bienestar. Verhoeven nuevamente recurre al sexo en su versión más perturbadora, el sexo sin consentimiento, violento. Pero nada es lo que parece y los dobleces de un relato ambiguo dan paso al consentimiento, dobles intenciones, asomarse sin red a la vida de alguien, a su moral, un terreno tan laxo como peligroso en donde la extraordinaria Isabelle Huppert es la intérprete única, la compañera imprescindible para el sinuoso viaje del realizador -también para invitar al espectador-, a territorios desconocidos a los que vale la pena asomarse. ELLE. ABUSO Y SEDUCCIÓN Elle. Francia. 2016. Dirección: Paul Verhoeven. Guión: David Birke (Novela: Philippe Djian). Intérpretes: Isabelle Huppert, Laurent Lafitte, Anne Consigny, Charles Berling, Virginie Efira, Lucas Prisor. Fotografía: Stéphane Fontaine. Música: Anne Dudley. Montaje: Job ter Burg. Diseño de producción: Laurent Ott. Diseño de vestuario: Nathalie Raoul. Duración: 130 minutos.
MITOS IMPUESTOS Y ENIGMAS IMPENETRABLES El trajecito Channel rosa manchado de sangre, el gigantesco funeral, JFK jr. despidiéndose de su padre con una venia. El asesinato de John Fitzgerald Kennedy fue uno de los primeros acontecimientos globales que generaron imágenes icónicas para la naciente cultura pop de los sesenta. Los medios que cubrieron el hecho minuto a minuto y la famosa película de Abraham Zapruder que filmó el magnicidio que se difundió hasta el hartazgo, fueron la cantera de la que se nutrió el cine para abordar la historia dura y las colaterales –JFK, de Oliver Stone; Ruby, de John Mackenzie; Parkland, de Peter Landesman-, pero ninguna película se había centrado específicamente en Jacqueline Kennedy inmediatamente después de la muerte de su esposo. Jackie entonces es la oportunidad de asomarse a la vida de la ex primera dama, pero el film del chileno Pablo Larraín (Neruda, El club, No, Tony Manero), que debuta a lo grande en Hollywood, se encarga de dejar en claro desde el primer minuto que el relato no se va a ocupar del desentrañar el enigma en torno a esta mujer, en todo caso, se hace cargo de la imposibilidad de indagar en su impenetrable personalidad. Y es desde allí que construye un fascinante artefacto voyeurista sobre la soledad del poder, los privilegios y el aislamiento, la imagen debida que se impone por su propia lógica ante el mundo aplastando cualquier posibilidad de un duelo íntimo. Formidable, Natalie Portman encarna a Jackie y le pone una voz en constante pelea con el colapso, un carácter duro que se impone sobre el entorno y el propio dolor, un lenguaje corporal que transmite tragedia en cada paso por las habitaciones vacías de la Casa Blanca. Larraín recurre a una puesta melancólica y a la vez distante -la puesta en escena que montó la propia Jackie para su vida- para contar cómo la mujer deja de lado su tragedia personal para encargarse de la tragedia colectiva. Tan frágil como estoica, su pérdida no cuenta a la hora de la pérdida de la Nación y la aún primera dama asume ese peso con eficiencia. Pero esa actitud, el deber y la obstinación para construir el mito -el funeral solemne y fastuoso a la altura de las exequias de Lincoln- son las que dejan a Jacqueline Kennedy vacía, con poco por revelar en la entrevista que da al periodista de la revista Life (Billy Crudup). Pero no, en realidad ese duelo, como en toda buena entrevista, es el hilo para tirar de la madeja y revelar la inteligencia emocional de un personaje ocupado en construir una leyenda y en el camino, encapsular la propia. JACKIE Jackie. Estados Unidos/Chile/Francia/Hong Kong, 2016. Dirección: Pablo Larraín. Intérpretes: Natalie Portman, Peter Sarsgaard, Greta Gerwig, Billy Crudup, John Hurt, Richard E. Grant, John Carroll Lynch, Beth Grant, Max Casella y Caspar Phillipson. Guión: Noah Oppenheim. Fotografía: Stéphane Fontaine. Música: Mica Levi. Edición: Sebastián Sepúlveda. Diseño de producción: Jean Rabasse. Duración 100 minutos.