HAZ LO CORRECTO Emad Etesami (Shahab Hosseini) y Rana (Taraneh Alidoosti), son una pareja de clase media que deben abandonar el departamento en donde viven porque el edificio corre riesgo de derrumbe. Él es una amable profesor en un colegio secundario, ella es ama de casa y ambos son actores vocacionales y protagonistas de una adaptación de Muerte de un viajante, de Arthur Miller, la obra que están ensayando antes del inminente estreno. Un compañero de teatro les ofrece un departamento al que pueden acceder sin depósito, la pareja se muda y mientras se empiezan a adaptar a la nueva casa, ocurre lo inimaginable, un hombre ingresa al piso mientras Rana está sola. Lo que sigue es la búsqueda por parte de Emad del abusador de su mujer -la inquilina anterior había dejado sus cosas en una habitación cerrada y puede estar relacionado con la posible violación-, en una sociedad donde el Estado pauta todas y cada una de las relaciones de las personas. Entonces Emad, un buen progresista que hasta ese momento transitaba su vida con una sonrisa y aparentemente era feliz, empieza a descascararse, dando cuenta de que no alcanza con su optimismo, que la historia y el contexto en donde le toca vivir se filtra en su accionar -en relación a los otros, en su mirada hacia su propia mujer-, casi como el entusiasta Willy Loman de la famosa obra de Arthur Miller, que también se iba degradando a medida que el sueño americano le daba la espalda. El honor, la idea de la venganza, la culpa, el lugar de la mujer en un Estado patriarcal omnipresente recorren el relato de Asghar Farhadi, un autor que señala con rigor pero sin remarcaciones innecesarias cómo un hecho puede evaporar cualquier idea de normalidad, cuando la sociedad, en este caso la iraní, suma capas de opresión a la tragedia particular. En 2011 Farhadi había ganado el Oscar a la Mejor película en Idioma Extranjero con La separación -otra feroz radiografía de Irán- y el domingo pasado volvió a alzarse con el preciado galardón de Hollywood con El viajante. Ambas películas justifican que el gobierno de su país no esté demasiado feliz con las distinciones. Paradojicamente, la prepotencia de la administración Trump tampoco le permitió la visa para ingresar a los Estados Unidos para estar presente en la ceremonia de entrega de los premios. Y si, aun con diferencias que parecen insalvables, a veces los estados tienen una matriz que los emparenta. EL VIAJANTE Forushande. Irán/Francia, 2016. Guión y dirección: Asghar Farhadi. Intérpretes: Taraneh Alidoosti, Shahab Hosseini, Babak Karimi y Mina Sadati. Fotografía Hossein Jafarian. Música: Sattar Oraki. Edición: Hayedeh Safiyari. Duración: 125 minutos.
LA PESADA HERENCIA A poco de empezar, Manchester frente al mar presenta una tragedia, después rebusca en el universo propio, el que está dispuesto a contar, y hace emerger otra, capas de dolor que se van sumando para conformar un relato sobre la desdicha y la imposibilidad de manejarla. Pero no se está ante una película que se regodea sobre el drama sino que es ante todo el intento genuino de contar una historia triste y los diferentes afluentes que nutren ese estado para conformar el mapa de la desdicha de un grupo de personas irremediablemente lastimadas. Manchester… es apenas el tercer trabajo como director del dramaturgo Kenneth Lonergan, luego de Puedes contar conmigo (2000) y Margaret (2011) -también es actor y guionista- pero demuestra un tremenda capacidad como narrador y una sensibilidad extraordinaria para contar la vida después de un trauma devastador. Desde ese lugar se presenta a Lee Chandler (Casey Affleck), el solitario conserje de un grupo de edificios en donde arregla los desperfectos caseros de los vecinos, se pelea con ellos, en sus horas libres busca roña en los bares y no mucho más. Lee arrastra una depresión terminal -no sabemos qué le pasa pero su andar, su apatía, su relación con el mundo dan cuenta de algo grave, una ausencia irremediable- pero una llamada lo obliga a dejar la ciudad y volver a Manchester, su pueblo natal, donde deberá hacerse cargo de su sobrino Patrik (Lucas Hedges), luego de la muerte de Joe (Kyle Chandler), su hermano mayor. El testamento es claro, de ahora en más deberá ser el tutor del muchacho y desde allí asistiremos a la desesperación del protagonista por no hacerse cargo del chico -Affleck demuestra con la palabra, con el cuerpo el estado del personaje, la carga inaudita que no es capaz de llevar-. A partir de varios flashback se va develando el pasado de Lee, lo que pasó para su presente sea el que nadie imaginó, empezando por él mismo, un hombre común al que lo golpeó el peor la peor de las tragedias. Manchester entonces es su lugar de origen, donde fue razonablemente feliz hasta que se quedó sin nada, en Manchester es también a donde sigue viviendo su ex esposa Randi (Michelle Williams), que le recuerda quién fue, quiénes fueron. Y está su sobrino Patrik, que pelea con la tristeza de haber perdido a su padre pero con otras armas, las de la juventud, la de haber sabido que alguna vez iba a estar solo. Manchester frente al mar es una película de hombres, que se entienda bien, sobre hombres que deben lidiar con el dolor como pueden, desde la casi nula exposición de los sentimientos, desde la caldera de lo íntimo que hasta a veces encuentra un desahogo en raptos de violencia. Nadie sabe bien qué hacer con lo que los consume por dentro, pero Lee Chandler -extraordinario Casey Affleck con una composición reconcentrada que recuerda su trabajo en El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford-, tiene la certeza de que nunca va a poder superarlo. No es que importe demasiado pero con justicia, Manchester frente al mar está nominada en seis categorías en los inminentes premios Oscar (incluyendo Mejor Película, Director y Actor por Affleck), aunque lo que verdaderamente valioso del film es la voluntad de un cine adulto que se arriesga a explorar las emociones sin artificios y sin golpes debajo del cinturón. MANCHESTER JUNTO AL MAR Manchester by the Sea. Estados Unidos, 2016. Guión y dirección: Kenneth Lonergan. Intérpretes: Casey Affleck, Michelle Williams, Kyle Chandler, Lucas Hedges, Matthew Broderick y Gretchen Mol. Fotografía: Jody Lee Lipes. Música: Lesley Barber. Edición: Jennifer Lame. Diseño de producción: Ruth De Jong. Duración: 137 minutos.
AVENTURAS EN LA ERA GLOBAL La muralla china es una de las grandes construcciones del hombre, llegó a medir más de 20 mil kilómetros y su objetivo principal era proteger las dinastías imperiales de los ataques externos, principalmente de las tribus provenientes de Mongolia. Pero más allá de la historia, La gran muralla toma una antigua leyenda que dice que la construcción se debió en primera instancia a frenar el avance de unas criaturas -algo así como la unión improbable entre orcos y lagartos gigantes-, que cada 60 años atacan como castigo a la codicia de los hombres y el único freno para exterminar a la humanidad es la muralla y los heroicos soldados de la Orden sin Nombre que la habitan. Hasta allí llegan escapando de los bandoleros del desierto William (Matt Damon) y Tovar (Pedro Pascal, el príncipe Oberyn Martell de Game of Thrones), dos mercenarios que atravesaron el mundo en busca de un misterioso polvo negro que explota. La pólvora. Apenas tomados prisioneros, asisten a una batalla contra las feroces criaturas y mientras tratan de entender qué está pasando, los muchachos dan cuenta que son excelentes guerreros y que pueden enfrentarse a cualquiera que se les ponga adelante, humano o no. Gracias a su valentía y destreza, la ejecución que los esperaba ordenada por el general Shao (Hanyu Zhang) y su lugarteniente Wang (Andy Lau), pasa para una mejor oportunidad aunque les advierten que nunca podrán salir de la extensa fortaleza, como le pasó a Ballard (Willem Dafoe) otro codicioso soldado de la fortuna que hace 25 años que espera su oportunidad de regresar a Occidente con la valiosa pólvora. Mientras que el asedio continúa William se da cuenta que lo suyo es el honor a pesar de haber visto y protagonizado barbaridades varias en diferentes campos de batalla y que la sofisticada China no está mal para echar raíces, una decisión en la que mucho tiene que ver la bella comandante Lin Mae (Tian Jing). Pero claro, su compañero Tovar y Ballard no piensan lo mismo y siguen con el plan de llevarse el tesoro negro. Publicitada como la película china más cara de la historia, La gran muralla, dirigida por Zhang Yimou (La casa de la dagas voladoras, Sorgo rojo, Esposas y concubinas, entre otras), es una coproducción con Estados Unidos y el dato no es menor, en tanto resulta preciso hablar de un espectáculo global que además, no se priva de incursionar en ciertas lecturas políticas del presente. Por un lado puede interpretarse como el film de presentación del poderío chino (en todos los órdenes, el cine no ex la excepción) y su proyección como la potencia mundial hegemónica en los próximos años; y por el otro, que el personaje a cargo de Matt Damon representa el hombre blanco que viene a ser algo así como el salvador de los poco ingeniosos chinos (¿?). Lo cierto es que más allá de las visiones políticas que tironean el relato (que las hay y son muy significativas), La gran muralla es una correcta película asentada en la aventura y el western, una megaproducción por encargo que Zhang Yimou conduce con oficio y que logra el objetivo de entretener. LA GRAN MURALLA The Great Wall, China-Estados Unidos/2017). Dirección: Zhang Yimou. Elenco: Matt Damon, Pedro Pascal, Willem Dafoe, Andy Lau, Jing Tian, Zhang Hanyu, Eddie Peng, Lu Han y Lin Gengxin. Guión: Tony Gilroy, Carlo Bernard y Doug Miro. Fotografía: Stuart Dryburgh y Xiaoding Zhao. Música: Ramin Djawadi. Edición: Mary Jo Markey y Craig Wood. Diseño de producción: John Myhre. Distribuidora: UIP. Duración: 103 minutos. Apta para mayores de 13 años.
NO SE METAN CON MIS COSAS Dos años atrás se estrenaba Sin control, una película que irrumpía en el sobrecargado firmamento del cine de acción presentando a John Wick, un formidable personaje cinético que resumía todos los tips del género pero estilizándolos, jugando con la idea de que no había que explicar demasiado, que había que abandonarse al puro placer de la violencia y a las referencias cinéfilas made in China, que llegaron a Occidente de la mano de John Woo a mediados de los ochenta. John Wick, interpretado por un Keanu Reeves en su mejor forma -su parquedad y gestualidad mínima son imprescindibles y funcionales para que el personaje funcione-, un asesino que se quiso salir del sistema gracias al poder del amor. Si, no hay vueltas de tuerca ni complejización del héroe en cuestión, se trata de mostrar de lo que es capaz el letal killer y solo falta una excusa, que viene de la mano de la pérdida de su chica por una enfermedad y después el destino, que lo cruza con el hijo de su antiguo jefe de la mafia rusa, que le roba su adorado Ford Mustang y sobre todo, que termina con la vida de su perro, último regalo de la finadita. Y así el retiro queda obsoleto en un segundo, JW se puso el traje oscuro de corte italiano, desenterró su arsenal y empezó a apilar cadáveres. John Wick 2: Un nuevo día para matar retoma la idea -se supone que lo que pasó en Sin control era apenas la consecuencia del asesinato del can- y todavía faltaba la parte del auto, que el protagonista recupera a sangre y fuego en el comienzo de la película. El principio es bien arriba y sigue subiendo, ahora son las complejas reglas de la lealtad y de la venganza de diferentes mafias de todo el mundo el combustible para que JW no deje de golpear, gatillar y apuñalar contra toda clase de matones del mundo, porque claro, él no tiene nada que perder. Esteticismo de la violencia, comedia seca, disparate mayúsculo de la mano del director Chad Stahelski, la saga -que sin ninguna duda ya es de culto-, tiene una clara autoconciencia de su fortaleza y en ese sentido no pretende agregar nada que no se inscriba dentro de los parámetros que sentaron sus bases en la primera película (la incorporación de Laurence Fishburne y Franco Nero son prácticamente cameos, guiños cinéfilos entre diferentes y calculados despropósitos). No hay momentos de reflexión, menos de culpa y claro, nada de redención. JW tiene que vengarse, el resto no es lo suyo. JOHN WICK 2: UN NUEVO DÍA PARA MATAR John Wick: Chapter Two. Estados Unidos, 2017. Dirección: Chad Stahelski. Intérpretes: Keanu Reeves, Laurence Fishburne, Franco Nero, Bridget Moynahan, Ruby Rose, Peter Stormare, Ian McShane, Common, Alex Ziwak, Margaret Daly. Guión: Derek Kolstad. Fotografía: Dan Laustsen. Música: Tyler Bates y Joel J. Richard. Edición: Evan Schiff. Diseño de producción: Kevin Kavanaugh. Distribuidora: Alfa Films. Duración: 122 minutos.
CON LAS MEJORES INTENCIONES A fines de los cincuenta la carrera espacial entre Estados Unidos y la Unión Soviética era el emergente de la Guerra Fría y llegar al espacio, poner un hombre en la Luna, era el objetivo de ambos países para demostrar su poderío ante el mundo. Los rusos claramente habían tomado la delantera cuando el 12 de abril de 1961 lograron que una nave orbitara sobre el planeta, convirtiendo a ese logro en una deshorna y un desafío para la flamante Nasa. Es allí donde empieza Talentos ocultos, que tiene como contexto la competencia entre los dos países para contar la epopeya de tres mujeres negras que aportaron su inteligencia, talento y perseverancia para que Estados Unidos tomara la delantera. En realidad el film de Theodore Melfi (St. Vincent) comienza antes, en la década del veinte, un prólogo donde se muestra a Katherine, una niña negra dotada de un talento especial que apoyada por una beca y la comunidad en donde vive, logra formarse en una escuela superior. Luego la elipsis llega hasta 1961 y ubica a Katherine G. Johnson (Taraji P. Henson), Dorothy Vaughan (Octavia Spencer) y Mary Jackson (Janelle Monáe) rumbo a su trabajo en la Nasa, donde se desempeñan como computadoras (¿?), esto es, hacían cálculos para los ingenieros. El relato entonces es sobre tres jóvenes negras en una época de plena lucha por los derechos civiles, tres mujeres en un ámbito laboral privilegiado pero que también estaba atravesado por el racismo. Y la discriminación de género. Desde El nacimiento de una nación hasta 12 años de esclavitud, buena parte de las películas abordaron a las minorías negras desde el claro racismo como el film de D. W. Griffith (las menos) o para dar cuenta de su sufrimiento (la mayoría). En el medio hay decenas de producciones que iban forzando el estado de las cosas o reflejaban los avances que se producían en las sociedades que les tocaba retratar, por caso ¿Sabes quién viene a cenar?, de Stanley Kramer. Talentos ocultos, nominada a mejor película para los próximos Oscar, además de guión adaptado (basado en la novela de Margot Lee Shetterly) y mejor actriz de reparto para Octavia Spencer, cuenta la pelea por el reconocimiento, la ambición de las protagonistas, las humillaciones y finalmente sus logros -Katherine contribuyó con sus cálculos a resolver lso primeros viajes orbitales; Dorothy alcanzó el cargo de supervisora; Mary fue la primera ingeniera aeroespacial afroamericana-, sin recargar demasiado las situaciones dramáticas, con algo de humor y la mirada crítica sobre la sociedad de esa época, en donde hasta el propio director del proyecto Mercury (formidable Kevin Costner, como siempre), malhumorado pero claramente más progresista que el resto de sus colegas, en el mejor de los casos sostenía una mirada condescendiente con las heroínas del film. Lo cierto es que toda la puesta está al servicio de resaltar la valentía de los personajes que hicieron historia pero claro, cualquier película revela sus intenciones, su base de sustentación y Talentos ocultos no es una excepción, Porque más allá de ser una rutinaria producción sobre personas excepcionales, hay algo de asombro por lo que lograron estas tres mujeres negras, como si el relato se hubiera dejado influir por esa época y se dedicara a retratar una anomalía, tres negras que lo lograron, algo que incluso en el presente no termina de ser digerido del todo. TALENTOS OCULTOS Hidden Figures. Estados Unidos, 2016. Dirección: Theodore Melfi. Guion: Allison Schroeder & Theodore Melfi. Intérpretes: Taraji P. Henson, Octavia Spencer, Janelle Monáe, Kevin Costner, Kirsten Dunst, Jim Parsons, Mahershala Ali, Aldis Hodge, Glen Powell. Fotografía: Mandy Walker. Montaje: Peter Teschner. Música: Benjamin Wallfish, Pharrell Williams & Hans Zimmer. Diseño de producción: Wynn Thomas. Dirección artística: Jeremy Woolsey. Decorados: Missy Parker. Vestuario: Renee Ehrlich Kalfus. Duración: 127 minutos.
POLVO DE ESTRELLAS En pleno cortejo, recorriendo las calles de mentira y las escenografías vacías de los estudios Warner Bros., el músico Sebastián le dice a la actriz en progreso Mia, “Se venera todo y no se valora nada”, una visión amarga y descarnada de lo que piensa sobre su adorado jazz, tan respetado como olvidado, o en el mejor de los casos, destinado a que lo disfruten solo los entendidos. Esa línea de diálogo bien puede aplicarse al musical, amado y denostado por igual, un género casi en desuso al que se recurre en contadísimos casos -recientemente en ¡Salve Cesar!, el desaforado homenaje al Hollywood de los estudios, los hermanos Coen incluyeron un nUmerito protagonizado por Channing Tatum-, así que realizar un musical en el presente, que transcurra en el presente y sea efectivo para el público del presente, representa una empresa ardua. La La Land cumple con ese objetivo y el responsable es Damien Chazelle (32), la nueva estrella fulgurante en el firmamento de la industria del cine, el chico que quieren todos, el que se probó con éxito en la bella Guy and Madeline on a Park Bench y que con Whiplash, oda al sacrificio, a la rivalidad maestro-alumno y a la autoflagelación, empezó a jugar en las grandes ligas en serio. Chazelle es astuto y hay que reconocerlo cuando lo primero que hace es escribir y hacer una apuesta de autocelebración de Hollywwod, la fabrica de sueños, bla, bla, bla. Y justamente, siguiendo con el precepto que de alguna manera el musical es la idealización del cine, abre con un numerazo que transcurre en una autopista atestada, llena de jóvenes en sus Prius de bajo consumo y claro, el deseo de todos y cada uno de triunfar, ser parte de la industria, gustosos insumos para la fabrica de fantasías y anhelos de buena parte del planeta. Y sigue, ubica en la secuencia a Sebastian (Ryan Gosling), un eximio pianista de jazz que sobrevive como puede mientras pelea por lo suyo en la gran ciudad y a Mia (Emma Stone), que atiende el bar de la Warner (no, sutil no es pero si funcional a la historia) y se sostiene a base de casting, rechazos y esperanza su sueño de ser actriz. La historia de amor nace, progresa, se sostiene, muere y se mantiene por siempre a pesar de los tropiezos y la vida, que es dura e injusta. Por supuesto, está Emma Stone, con el exacto timing para la comedia y el drama, una actriz talentosa que bien puede lucir desamparada, una mujer que cumple el precepto ese de solo soy una chica pidiéndole a un chico que la quieran y al instante, mostrarse bella e inalcanzable, una estrella indiscutible. Y junto a ella Ryan Gosling, con todas sus cualidades de galán clásico en su punto máximo, tanto que por caso, roza el charme de Cary Grant. Entonces queda el musical y Damien Chazelle va por todo: Cantando bajo la lluvia (Stanley Donen y Gene Kelly, 1952), Los paraguas de Cherburgo (Jacques Demy, 1964), La cenicienta en París (Stanley Donen, 1957), La bella durmiente (Eric Larson, Wolfgang Reitherman, 1959), Rebelde sin causa (Nicholas Ray, 1955), y así. Y pétalos, estrellas, bares soñados, vestuario vintage, soñar, ganas de vivir, triunfar, todo, pero todo el imaginario Hollywoodense está plasmado en La La Land, casi como si Chazelle fuera una versión actualizada y definitivamente menos filosa de Quentin Tarantino, que saquea en las existencias del cine para las nuevas generaciones. Poco más de dos horas dura el logrado tributo, pero en la última parte el relato olvida sus propia dinámica musical y se concentra en el drama. Una lástima, porque todo lo anterior era parte una sofisticada e inteligente puesta del artificio y de la belleza del género, que se mantiene ahí, a la espera de nuevas relecturas. LA LA LAND: UNA HISTORIA DE AMOR La La Land. Estados Unidos, 2016. Guión y dirección: Damien Chazelle. Intérpretes: Ryan Gosling, Emma Stone, J.K. Simmons, John Legend y Rosemarie De Witt. Fotografía: Linus Sandgren. Música: Justin Hurwitz. Edición: Tom Cross. Diseño de producción: David Wasco. Duración: 128 minutos.
EL VIEJO TRUCO Laird (James Franco) se hizo millonario diseñando viedeojuegos, Ned (Bryan Cranston) tiene una empresa gráfica y le va cada vez peor porque ya nadie imprime nada. El muchacho es irreverente y está locamente enamorado de Stephanie (Zoey Deutch), la hija de Ned, así que hay que juntar a los dos opuestos, entonces la chica invita a sus padres para que conozcan al desbordante Laird, que habla sin filtro, putea, mete la pata con ganas pero bueno, es simpático y quiere mucho, pero mucho a Stephanie. La película transcurre por los carriles esperables, esto es, dos tipos bien diferentes, separados geracionalmente y sobre todo, por la disputa del amor de la chica en cuestión, se van a odiar, se generarán momentos incómodos, el choque de mundos tendrá sus momentos más o menos divertidos y al final, se darán cuenta que son más las cosas que los unen que las que los separan, etcétera. El director John Hamburg es el mismo de Mi novia Polly y Te amo, hermano pero sobre todo, guionista de películas como Zoolander y La familia de mi novia. Y si, de esta último título es de donde saqueó la historia para este Frankenstein, una película que se sostiene por el carisma y el desborde de Franco (un poco pasado de rosca), el balance que establece el oficio de Cranston y un puñado de gags divertidos pero que la mayoría de las veces se extienden demasiado -las referencias al inspector Clouseau y su sirviente Cato de La pantera Rosa están absolutamente desaprovechadas, tanto como la como la presencia de Kiss-. Y si a todo esto se le suma la moralina que atraviesa todo el relato y que se acentúa hasta límites insoportables al final, el resultado es el de una comedia que pudo ser efectiva pero que se quedó a medio camino. ¿POR QUÉ ÉL? Why Him?. Estados Unidos, 2016: Dirección: John Hamburg. Intérpretes: James Franco, Bryan Cranston, Zoey Deutch, Megan Mullally, Griffin Gluck, Keegan-Michael Key, Adam Devine, Zack Pearlman, Casey Wilson y Cedric the Entertainer. Guión: Ian Helfer y John Hamburg. Fotografía: Kris Kachikis. Música: Theodore Shapiro. Edición: William Kerr. Diseño de producción: Matthew Holt. Duración: 111 minutos.
CUANDO STONE TOMÓ EL ATAJO La historia de Edward Snowden, el analista de la CIA y NSA que dio a conocer documentos secretos que probaban que ambas agencias estadounidenses utilizaban programas de escuchas masivas para espiar literalmente a todo el mundo, parece estar hecha a medida para ser contada por Oliver Stone. Paranoia, secretos de Estado, el imperio contra un solo hombre, la maquinaria de los medios puesta en marcha para demonizar al “traidor”, el poder que aplasta cualquier idea de justicia, son elementos que pueden rastrearse fácilmente en la filmografía del director –JFK, Wall Street, Pelotón– pero en el abanico de posibilidades que a priori se abrían para narrar las acciones de Snowden y las repercusiones que tuvieron las filtraciones en el mundo y en la propia vida del ex agente, Stone eligió tomar el camino didáctico, demostrando una vez más que se considera a si mismo algo así como la vanguardia esclarecida y confía mucho más en su visión sobre el estado de las cosas que en la capacidad de los espectadores en desentrañar la madeja de intereses y las zonas oscuras de la política estadounidense. La decisión de la puesta es contar los mojones en la vida de Edward Snowden (otro gran trabajo de Joseph Gordon-Levitt) que lo llevaron a ser quien es. Su ingreso al ejército, el accidente que lo dejó afuera de las fuerzas armadas, su ingreso a la CIA como analista informático, su paso a la actividad privada como contratista de la NSA (Agencia de Seguridad Nacional), la vida cómoda y bien remunerada en Hawaii y entonces el descubrimiento de que Estados Unidos vigilaba a todo el mundo y claro, la decisión, el quiebre, la epifanía que lo hizo tomar contacto con los diarios The Guardian y The Washington Post que dieron a conocer la operación. De ahí el escándalo internacional, la vida estallándole en pedazos, el largo periplo por el mundo pidiendo asilo político hasta que la madrecita Rusia lo acogió en su regazo. Un cuentito claro, con principio, desarrollo y fin, bien lejos del interesante documental Citizenfour, de Laura Poitras que mostraba la compleja personalidad de Snowden, en donde se percibía un firme egocentrismo, más allá de las consecuencias del escándalo internacional. Son pocos los momentos en donde la película transmite la tensión a la que se ve sometido el personaje, hay un desarrollo injustificado de la relación que tuvo con su novia Lindsay Mills (Shailene Woodley), pero el patriota que se asoma al horror de los manejos de su país y decide contárselo al mundo, uno de los elementos clave (y muy discutible por cierto) de la carrera de Oliver Stone, ni siquiera está bien resuelto. SNOWDEN Snowden. Francia/Alemania/Estados Unidos, 2016. Dirección: Oliver Stone. Intérpretes: Joseph Gordon-Levitt, Melissa Leo, Rhys Ifans, Shailene Woodley, Nicolas Cage, Tom Wilkinson, Joely Richardson, Timothy Olyphant, Scott Eastwood, Ben Chaplin y Zachary Quinto. Guión: Kieran Fitzgerald y Oliver Stone, basado en el libro de Anatoly Kucherena y Luke Harding. Fotografía: Anthony Dod Mantle. Música: Craig Armstrong y Adam Peters. Edición: Alex Marquez y Lee Percy. Diseño de producción: Mark Tildesley. Duración: 134 minutos.
LA DECISIÓN DE TUCHO (Y RAQUEL) Edgar Tulio “Tucho” Valenzuela era el jefe de la Columna Rosario de Montoneros y cuando se produjo el golpe de 1976, se exilió brevemente. En 1977 regresó al país y fue chupado junto a su esposa Raquel Negro (que estaba embarazada de mellizos) y su pequeño hijo en Mar del Plata por una patota de militares vestidos de civil que los trasladó cerca de Rosario, a la Quinta de Funes, en donde estaban detenidos un puñado de militantes quebrados que las fuerzas armadas utilizaban para recabar información de las organizaciones guerrilleras. Allí el mayor montonero escucha la propuesta del general Leopoldo Fortunato Galtieri: si quiere mantener a salvo a su familia, deberá entregar a la cúpula de la organización que reside en el exilio mexicano. Tucho viaja con un grupo de tareas y un quebrado al DF, pero una vez allí, les advierte a los jefes montoneros que está en marcha un plan para asesinarlos y denuncia el complot ante la prensa internacional, con lo que sella la suerte de su familia que estaba rehén de los militares. Esta historia fue rescatada primero en la extraordinaria novela Recuerdos de la muerte de Miguel Bonasso (centrada en la figura de Jaime Dri, que logró fugarse de la ESMA) y luego, en Tucho – La “Operación México” o lo irrevocable de la pasión, de Rafael Bielsa, el libro en que está basado el film de Leonardo Bechini. Con el timing de un thriller e incluso dialogando con las películas de espías, el relato se asienta en el contexto político de la época -por ejemplo en el film no elude el juicio de la cúpula montonera a Valenzuela, acusado de “traición”- pero su esencia está dada por la historia de amor entre Tucho y Raquel (extraordinarios Luciano Cáceres y Ximena Fassi), en sus debates teñidos por el miedo en la quinta donde incluso, son presionados por sus propios compañeros y finalmente en la tremenda decisión de la pareja, que no dudó en sacrificarse por sus ideales. Leonardo Bechini tiene una larga carrera como realizador televisivo (Verdad consecuencia, Poliladron) y hay que decir que en principio demuestra un coraje inusual abordando una historia tan dolorosa e incluso incómoda de la historia reciente Argentina. En ese sentido, muestra un verdadero compromiso con el proyecto aunque también se advierten algunos atajos desacertados cuando la puesta recurre a recursos propios de la tv como la búsqueda y la acentuación de las situaciones dramáticas a través de la música o el trazo grueso a la hora de delinear a los militares, aunque hay que destacar la acertada composición que hace Luis Ziembrowski de Jaime Dri. Si la historia real remite al coraje, la traición, los ideales y el compromiso frente aún frente a la certeza de la muerte, más allá de algunos cuestionamientos, la película es un intento noble de dar cuenta de aquel horror particular como parte de un plan mayor que marca hasta el presente la historia de la Argentina. OPERACIÓN MÉXICO, UN PACTO DE AMOR Operación México. Argentina, 2016. Dirección: Leonardo Bechini. Guión: Leonardo Bechini, basado en la novela Tucho. La “Operación México” o lo irrevocable de la pasión, de Rafael Bielsa. Intérpretes: Luciano Cáceres, Ximena Fassi, Ludovico Di Santo, Patricio Contreras, Luis Ziembrowski, Guillermo Marcos, Claudio Rissi, Héctor Calori, Sergio Surraco, Sergio Boris. Producción: Fernando Sokolowicz, Claudio Corbelli, Lisandro Brebbia, María Victoria Momeño.
PONER EL CUERPO El protagonista tiene nombre y apellido pero es nadie o en todo caso pretende ser anónimo, como la mayoría silenciosa y silenciada de la Argentina de la última dictadura, en donde confundirse, formar parte de un todo gris y sin identidad es un valor. Francisco entonces se viste como el promedio, tiene una familia como tantas y un trabajo rutinario. Pero el relato da cuenta que no siempre fue así, que en algún momento fue joven, idealista, que escribió poemas incendiarios que llamaban a la revolución. Esa fino hilo del pasado es el que lo conecta con una vieja compañera de facultad que lo cita con una excusa casi inverosímil, pero que funciona para que Francisco Sanctis se encuentre con ella, tal vez con la esperanza de revivir un amor añejo. Pero no, la mujer le pasa dos nombres, le pide que los memorice y que luego vaya a una dirección, que les advierta que esa misma noche los van a secuestrar. En medio de una ciudad hostil, húmeda, llena de peligros en cada esquina, asfixiante -notable fotografía a cargo de Federico Lastra-, Francisco piensa, duda, decide, retrocede, intenta delegar el encargo, vuelve sobre sus pasos. La dictadura habita en cada centímetro de las calles oscuras, los datos aprendidos queman. Basada en la novela homónima de Humberto Constantini, el film de Andrea Testa y Francisco Márquez es un viaje alucinado, con algo de Después de hora de Martin Scorsese pero mucho más lúgubre, un relato tenso anclado en el pasado reciente de la Argentina, en donde Francisco Sanctis representa a una sociedad aterrorizada por las desapariciones, los asesinatos, la barbarie. Los militares, las patotas habilitadas para robar, torturas y matar están en un gigantesco fuera de campo que proyecta el miedo a cada uno los movimiento de ese hombre -gran trabajo de Diego Velázquez-, que quiere hacer lo correcto con dos personas que no conoce pero que están peligro. Ganadora del último Bafici, seleccionada para la prestigiosa sección Un Certain Regard del Festival de Cannes 2016 y en Horizontes Latinos de San Sebastián –aquí la entrevista a los directores en la muestra vasca-, entre otros festivales, La larga noche de Francisco Sanctis es un thriller preciso, que desde la memoria que construyeron los films que lo precedieron y abordaron la misma temática, trabaja acertadamente sobre las sensaciones, sobre el temor de un hombre que refleja el estado de las cosas de un colectivo atravesado por el terror. LA LARGA NOCHE DE FRANCISCO SANCTIS La larga noche de Francisco Sanctis. Argentina, 2016. Dirección: Andrea Testa y Francisco Márquez. Intérpretes: Diego Velázquez, Laura Paredes, Valeria Lois, Marcelo Subiotto, Rafael Federman. Duración: 76 minutos.