“Me emocionó que parte de mi vida llegara al cine” Sergio Víctor Palma. El ex boxeador y campeón habla de “La piel marcada”, documental que describe la dura vida de un hombre que la sigue peleando con dignidad afuera del ring. Le gusta que lo llamen “campeón”. No corrige ni contradice. Lo acepta en silencio, casi con pudor. “Por lo menos no pasé vergüenza. Nada de lo que se ve en la película me molesta ni me reprocho. Se muestra a un ser humano ni santo, ni diablo… un tipo normal que se ganó la plata en un ring dignamente ”. Sergio Víctor Palma, “Palmita” para el mundillo del ring-side, fue uno de los grandes boxeadores “de la época más rica y pareja de la historia” (Sugar Ray Leonard, Tommy Hearns, Marvin Hagler, Larry Holmes, Mike Tyson, Wilfredo Benítez, Pipino Cuevas, Mano de Piedra Durán, Santos Laciar, Martillo Roldán), menciona entre otros, que llegó a ser campeón del mundo (1980, ante Leo Randolph, en EE.UU.), cuando lograrlo era una verdadera proeza, una hazaña para muy pocos. Y Palma enamoró desde el ring por su elegante estilo y letal “gancho”, y debajo del cuadrilátero, por su humildad, calidez y manera de expresarse. Parecía un universitario aquel pugilista que asombraba por su vocabulario y preciosismo. Una vez retirado, se dedicó al periodismo, a la docencia y a escribir poesía. Hasta tuvo la audacia de cantar y componer alguna canción. Dirigido por Hernán Fernández, “La piel marcada” es el retrato de un hombre con la agudeza y la sabiduría de quienes se han enfrentado alguna vez a la muerte. Es la radiografía de alguien “marcado”, golpeado en el ring, pero más en la vida, ya que hoy lucha con entereza contra un lejano ACV, consecuencia de un accidente automovilístico que paralizó parte de su cuerpo. Y esa condición física, que lo disminuue, altera el ánimo de Palma, que “tiene altibajos, que a veces me dice que no tiene ganas de levantarse… ¿¡Podés creer!? Tiene la autoestima por el piso”, simula cierto enfado Orieta, su compañera de vida, pero sobre todo su columna vertebral, su sostén psicológico, “mi ángel de la guarda”, define él. Chaqueño, de 60 años, Palma prefiere hablar de humildad en lugar de bajón. “Yo soy muy pensante y entiendo que lo que me pasa era mi destino. No estoy pagando por haber recibido más golpes de los que podía soportar. Me fajaron en algunas peleas, incluso me dieron una por ganada cuando claramente la había perdido (como aquella que se ve en el film contra el panameño Jorge Luján). Pero bueno, hoy la remo y recuerdo con orgullo mis tiempos de gloria”. Reconoce Palma que estaba nervioso, y muy ansioso, por cómo estaría planteada “La piel marcada”, film que, siente, “me saca del ostracismo y permite que las nuevas generaciones sepan quién fui. Y creo que la película me hace una presentación justa y correcta”. En una escena aparece Carlos Irusta, reconocido periodista deportivo, quien encuentra la definición adecuada para Sergio. “La esencia del boxeador, que es noble, que es una, es la esencia del guerrero, que está dispuesto a pelear hasta la última gota de sangre para conseguir una victoria. Si ese guerrero lucha por una victoria, podemos decir que estamos frente a un guerrero”. Y en ese triunfo figurativo y resonante de Palma, está el regreso a los guantes, pero para abrir un centro cultural y deportivo el año entrante, en Mar del Plata, donde vive actualmente. “Me tiene entusiasmado volver al ambiente donde uno se crió, tengo ganas de empaparme de boxeo y de poder enseñar y proteger a futuros valores, más allá de que me enterara de que algunos colegas me menosprecian diciendo cosas como ‘qué puede enseñar Palma”, hace saber quien fuera un orgulloso pupilo de una eminencia como Santos Zacarías, recordado maestro de campeones. El hombre nacido en el pueblito de Tigra, que está por terminar su libro “El arte de boxear”, admite que necesita trabajar, que “pelear me ayudó pero no me salvó económicamente”. Y ya en tren de confianza, vuelve a su salud y a su innegable lucha diaria. “Tengo ganas de vivir, pero ésta es una pelea chiva. Doy un par de sopapos pero también recibo mucho”, sonríe con su paralelo boxístico. “Sé que será una contienda que nunca terminará, pero dependerá de mi voluntad la calidad de vida que quiera tener”.
Sofia, perdida en su laberinto La directora, que pegó el gran salto con “Perdidos en Tokio”, retrocede con esta historia, por momentos insulsa, y en otros vacua, cuyo tema roza aspectos de su vida. Pero el film ganó el último Festival de Venecia. Una brújula para Sofia Coppola. Urgente. ¿Hacia dónde va, o desea ir, la cineasta? Potenciar lo instrascendente, como en “Perdidos en Tokio”, no siempre logra resultados. Por momentos, “Somewhere”, que se estrena hoy, parece querer deshacerse del espectador, lo invita a irse. ¿De qué se está hablando?, dirá algún lector disgustado y con justa razón. Claro, “Somewhere” ganó el León de Oro en el último Festival de Venecia, presidido por Quentin Tarantino. ¿Entonces? Silenzio stampa. No hay explicación. “A mi padre le mostré la película cuando estaba terminada, porque yo ya tenía una idea muy clara de cómo quería hacer el film y no necesitaba demasiadas opiniones”. Sofia Coppola, algo omnipotente, se refiere a su cuarto film, “Somewhere”. Quizás la mirada y el consejo de Francis Ford hubiese sido de utilidad, sobre todo tratándose de un avezado cineasta con un pasado tan respetable. Pasado, se enfatiza, porque su presente es “Tetro”, que hizo en Argentina y, al parecer nunca se verá por... ¿impresentable? Pero Sofia no acudió a él más que para pedirle que fuera el productor ejecutivo y aporte unos cuantos miles de dólares. Como en “Perdidos en Tokio”, su mejor trabajo, otra vez posa su cámara en ese tipo de personajes, devenidas celebridades en pleno tobogán, que arrastran su humanidad por hoteles glamorosos. El no muy reconocido Stephen Dorff encarna a Johnny Marco, un actor que trata de sobrellevar su tiempo entre mujerzuelas, alcohol, pastillas y alguna conferencia de prensa en la que nunca completa una frase y es incapaz de hilvanar una idea. A manera de crítica, Coppola radiografía el costado invisible -y oscuro- de una estrella, aunque también se encarga de dejar mal parado al periodismo, haciendo foco en inocuas y repetidas preguntas. Sí, a Sofia le disgustan las promociones y las entrevistas. “Somewhere” no tiene un actor de la versatilidad de Bill Murray, ni una actriz de la belleza de Scarlett Johansson. Dorff (“Enemigos públicos”, “El destino y la pasión”) no ofrece casi alternativas; lo más rescatable es Elle Fanning, la hermana de Dakota, quien a sus 12, se perfila como una grata promesa. ¿Cuál es el defecto del film? Que nunca termina de arrancar, que es abúlico y que enfatiza la “nada” como un valor agregado. Porque la cámara de Sofia “persigue” a un actor que no sabe qué hacer con su vida, medianía que parece interrumpir cuando aparece, de buenas a primeras, su hija, de la que tiene que hacerse cargo. Hay en la trama ciertos pasajes de la niñez de Coppola, cuando Francis Ford la llevaba de aquí para allá. Sin embargo, la hora y media se hace eterna. A veces, ser distinto, o pretender serlo, confunde, y por lo visto aquí, Sofia aparece extraviada, perdida, no en Tokio, sino en su propio laberinto.
Carretera salvaje Mañana llega el premiado policial de Jennifer Lynch, la hija del gran David. El film mantiene en vilo y cuenta con un final logrado. Es protagonizado por Julia Ormond y Bill Pullman, quien había protagonizado "Carretera perdida" en 1997. Desde el primer fotograma, se intuye la presencia de una, por lo menos, inteligente historia. Un policial de esos inquietantes, que gustan, que rápidamente invitan a la pregunta "¿cómo terminará?", que promueven -en forma prematura- a elucubrar la serie de interrogantes que propone "Surveillance" (traducción: "Vigilancia"), que se estrena mañana y es dirigida por Jennifer Lynch, la hija de David, afamado realizador conocido por "Terciopelo azul", "El hombre elefante", "Carretera perdida", "Mullholand Drive", por mencionar un puñado a la pasada. Jennifer Lynch, que tiene 39 años y es madre soltera, vuelve a la actividad detrás de cámara luego de la recordada -y vapuleada- "Boxing Helena", ese obsesivo y sensual dramón con Julian Sandsy Sheryl Fenn que data de 1993. Desde entonces, el vacío gobernó en la sufrida vida de Jennifer: alcohol, drogas, vida licenciosa, un accidente grave y una delicada operación que la fueron alejando de la actividad cinematográfica, que abandonó y recién retomó el año pasado. Con apenas dos películas, se nota que la señora Lynch tiene pasta, que heredó los genes correctos y que entiende cómo es "esto de concebir una historia". El gran logro de "Surveillance" recae en su estructura: Lynch construye y deconstruye, avanza y retrocede en el espacio, estirando y acortando la línea temporal a su antojo, consiguiendo mantener así el suspenso hasta llegar a su punto culminante en el desenlace. La película cuenta la investigación que dos agentes del FBI, interpretados por Bill Pulman y Julia Ormond (viejos conocidos de papá David), realizan sobre el asesinato de un hombre y la desaparición de su pareja, en un pueblo perdido, de esos que abundan en la geografía norteamericana. Como en las películas de su progenitor, Lynch hija aporta oscuridad, sordidez e imprevisibilidad, con una fuerte dosis de grotesco y alienación. Las actuaciones de Ormond y Pullman son logradas y sus presencias omnipresentes enaltecen la calidad de un film que, gracias a ellos, va ganando en tensión. Si bien tuvo actividad en los últimos tiempos ("Che, el argentino" y "El extraño caso de Benjamin Button"), hace mucho que no se la veía a la bella británica Julia (45) protagonizando. Y sí, se la extrañaba. Premiada en el Festival de Sitges, "Surveillance" fue asociada, por las diferentes versiones en torno a un mismo drama, con "Rashomon" (1950), de Akira Kurosawa. "Con ese galardón recuperé la confianza como persona y como cineasta. Me siento con fuerzas para superar las adicciones", sorprendió Lynch. Finalmente, otro aspecto que distingue a la película es que, en una historia donde los personajes se matan los unos a los otros, la directora puso el ojo en sacarle el jugo a las razones de sus actos, más que mostrar los actos en sí. Y subraya un aspecto que abruma: cómo una sola mala decisión puede poner en riesgo toda nuestra vida. Como padre preocupado, David previno a Jennifer sobre la manera en que encararía el final. "Me llamó una madrugada para decirme que no podía hacerlo de esa manera. Pero claro que podía. Era la mejor manera de terminarla. Al final, todo gira en torno a la pregunta: ¿Decir la verdad puede salvar la vida?", piensa la resucitada Jennifer.
El beso de la censura Después de postergaciones porteñas y la cancelación en EE.UU., llega esta comedia negra protagonizada por Jim Carrey y Ewan McGregor. La historia, basada en hechos reales, se focaliza en un amor carcelario entre dos homosexuales. Señores, se estrena hoy “Una pareja despareja”. Está confirmado. Basta de postergarla y patearla para adelante. Basta de reflejar lo que sucedió en EE.UU., donde, eufemismo mediante, se canceló su estreno. ¿Demasiado gay para Hollywood? ¿Acaso no es una historia real? ¿Homofobia? “Algo de eso hay”, comentan los directores Glenn Ficarra y John Requa -guionistas de “Un santa no tan santo”-, que tomaron la posta del sorpresivamente renunciante Gus Van Sant. El no arribo a los cines norteamericanos luego de una batalla campal entre distribuidores y productores, no hizo más que acrecentar la promoción y el deseo de adquirir un film que ya es casi de culto. El director de fotografía de la película, el mexicano Xavier Pérez Grobet, sin tanto prurito, se descargó: “No se dicen las cosas como son. Desde mi punto de vista, no se ha estrenado por el tema gay. Está clarísimo. Hay más miedo de los distribuidores que de la gente en general”. Lo insólito es que el film se puede ver en las aerolíneas que viajan a EE.UU. Políticamente, ¿demasiado incorrecta? Su contenido es más fuerte, más explícito que la premiadísima “Secreto en la montana”, que gozó de la venia de la gran industria. ¿Y “Milk”, sobre aquel activista que peleó por los derechos gay y fue asesinado en 1978? Aquel film con Sean Penn deja escapar una escena álgida entre el protagonista y el mexicano Diego Luna. Tampoco tuvo mayores inconvenientes. Y aquí ninguna imagen obligará a desviar la vista. No es para tanto. Hace más de un año que “Una pareja despareja” (título que maquilla el original, “I love you Philip Morris) está en gateras. Esta comedia negra, osada y audaz, fue ovacionada en Cannes (2009), y en varios países europeos. No obstante, la Meca del Cine, purista y conservadora, optó por hacer la vista gorda e ignorar a dos colosos que aquí ratificaron sus atributos interpretativos: el canadiense Jim Carrey, especialmente, y el escocés Ewan McGregor. “Una pareja...” tuvo una sola proyección oficial en EE.UU. y fue durante el Festival de Sundance, cuando la influyente revista Variety casi que signó su destino con este parte de defunción: “Con una espectacular escena de sexo, que involucra a Carrey montando como un cowboy, la película provocará un ataque cardíaco a algunos fans de Ace Ventura”. Es obvio que a Hollywood le molesta y mucho que uno de sus actores preferidos, alguna vez llamado “el ideal para la familia”, esté revolcándose con otro hombre. “Esto es una historia verdadera. De verdad”, susurra a modo de advertencia Steven Russell, el personaje de Carrey, que otra vez, sale favorecido en historias dramáticas (“The Truman Show” y “Eterno resplandor de una mente sin recuerdos”), más que cuando desfigura su rostro con las mil y una morisquetas de varias de sus conocidas comedias. Aquella frase del primer minuto del film aumentará las ganas de sumergirse en esta impensada aventura de un organista de iglesia -aparentemente feliz, casado y con una hija-, que descubre su verdadera realización...en la cárcel y en compañía de otro hombre. Otro aspecto que vale la pena saber es quién fue, quiés es Steven Russell, que hoy purga una pena de 144 años (hasta ahora sólo cumplió doce) en una cárcel de Texas. Su rutina asfixia: durante 23 horas está solo en una celda rodeado de custodia, de la que sale una hora para asearse. Russell tiene el récord de fugas, aunque en ninguna usó la violencia. ¿De qué se lo acusa? Es uno de los más extraordinarios estafadores del sistema financiero. Aunque parezca extraño, hay que aplaudir el arribo de “Una pareja despareja”, estreno que, de alguna manera, celebra el recientemente aprobado matrimonio igualitario.
No resulta antojadizo asociar a Enrique Piñeyro con el polémico cineasta Michael Moore. Luego de las punzantes “Whisky, Romeo, Zulu” y “Fuerza Aérea S.A.”, Piñeyro pega la vuelta con un caso que estremeció y que repercutió en los medios nacionales, conocido como la Masacre de Pompeya. Con un notable uso de la tecnología audiovisual, el cineasta repasa aquel hecho, suscitado en 2005, cuando tras una persecución por Avenida Sáenz, Fernando Carrera atropella a inocentes, causando la muerte de tres peatones. Carrera, comerciante y padre de tres hijos, fue condenado a 30 años de prisión. A medida que transcurre “El Rati...”, Piñeyro desmenuzará la causa con pericia y habilidad, mostrando la aparente inocencia del imputado. Con gran didactismo y un matiz cinematográfico que aporta dinamismo, se advertirá cómo la causa fue manipulada por la policía (la Comisaría 34 en el ojo de la tormenta) y los jueces.
Coquita sigue mis pasos Crítica del film, ficha y entrevista a Sarli. La eterna Coca, “mito del cine argentino”, dice que su hija “tiene pasta” para heredarla. Ambas forman parte del film “Mis días con Gloria”, estreno del jueves, que también marca el debut de Nicolás Repetto.
Un corazón casi tan grande como sus músculos Sylvester Stallone pone todo de sí y disfruta de lo que mejor sabe: el cine de acción, lleno de tiros y persecuciones. Y qué mejor que dirigir, guionar y elegir en el elenco a sus viejos amigos: Bruce Willis, Mickey Rourke y Schwarzenegger. Aplausos para Sylvester Stallone. Sí, por qué no. Aplausos para el hombre que tiene más músculos ahora, a los sesenta y pico, que en el apogeo de "Rocky", su ópera magna. Aplausos para Sly, que no le importa ser un mal actor, tener una voz lúgubre, que promueve risas y una cara que se acalambra de tanto colágeno y botox en mejilla, labios y mentón. Siguen las palmas para este actor y también director, que se hizo millonario gracias a verdaderos hitos -de taquilla- cinematográficos, porque además de la saga del boxeador adorado hasta en Moscú, en plena Guerra Fría, fue el responsable de otro monstruo sagrado como "Rambo". Y ahora se permite dirigir y protagonizar "Los indestructibles", una divertida y explosiva película que rodó con gente de "su palo", con añejos compinches de correrías, como Arnold Schwarzenegger y Bruce Willis, que aparecen en dosis homeopáticas, pero que gustosos se plegaron al juego de compartir un rato con la vieja guardia. También están Mickey Rourke, infaltable en estas lides; Dolph Lundgren, el sueco que encarnó a Ivan Drago en "Rocky IV" (1985), además de Eric Roberts, JetLi y Jason Statham. "Toda mi vida hice películas de acción, qué me voy a poner a pensar en hacer dramas. Yo estoy para ésto". Claridad absoluta la de Stallone, que no pretende ir más allá de sus posibilidades ni sorprender con un giro de 180 grados. Está tan entusiasmado con "Los indestructibles" -film que se estrena hoy en Buenos Aires y que viene precedido de grandes recaudaciones en los EE.UU.-, que ya se habla de su secuela para 2011. En el fondo, tiene corazón este fornido empapelado de músculos (naturales y no tanto)... Es un romántico, "un tipo amiguero", como lo definen en su entorno. Es que él decidió homenajear a sus amigos y a él, obvio, con esta película que, más allá de hombres fibrosos, tatuajes, tiros, bombas, motos, vuelos rasantes y patadas de sipalki, cuenta con divertidos giros, diálogos irónicos y otros elípticos que se asocian a la realidad del personaje de turno. Aunque no todos comulgaron con la premisa de "Los indestructibles". Es que cuando Míster Músculo estaba armando el elenco, pensó en otros históricos del cine de artes marciales como Steven Seagal, Chuck Norris y Jean Claude Van Damme. Todos generacionales, que fueron creciendo -en arrugas y divisas- con Sly. No obstante, la devolución no fue la esperada. Seagal adujo tener problemas con el productor Kevin King, Van Damme resulta que exigía un papel "más profundo", mientras que Norris zafó diciendo tener "otros proyectos". "Muchachos -azuzó el ex semental italiano-, ¡vamos a divertirnos, a hacer una de acción y a llenarnos de plata", fue el mensaje del realizador. ACASO, ¿PENSO EN CHAVEZ? Durante 2009 Stallone y su troupe viajaron a Brasil, donde rodaron buena parte de las acciones de "Los indestructibles", que tiene un argumento... básico. El espectador que decida ver el film -serán decenas de miles, seguro- sabrá de antemano con qué contenido se encontrará. Barney Ross (Stallone) comanda un equipo de mercenarios que debe infiltrarse en un país sudamericano, dominado por un inescrupuloso dictador, que tiene sometido a su pueblo. Ese equipo de elite se encarga, secretamente, de los conflictos del Tercer Mundo, y resuelve -o no- lo que otras Fuerzas no pueden. Si falla, nadie se entera de su existencia. La prensa norteamericana fue impiadosa al acusar a Stallone de pretender hacer una referencia directa con el líder venezolano Hugo Chávez, cuestión que el protagonista no rectificó. Será una hora y media que no quedará en el podio del cine, aunque sí se recordará como la película en la que Stallone y sus amigos decidieron agradecerle al género que los depositó en la cumbre de sus carreras y que hoy los encuentra en la lógica curva descendente. Aplausos para Stallone, el último mohicano, el hacedor de un género que defiende a rajatablas, evitando -inclusivedobles en las escenas de riesgo, lo que le costó una doble fractura en el brazo. Aplausos, de pie.
La premonición El film es una suerte de biografía de Michael Douglas, que encarna a un personaje que fue exitoso en los negocios, mujeriego e infiel y padece una enfermedad. Todo parecido con la realidad, ¿es casual? Honestidad brutal. Frase que podría resumir, claramente, el presente de Michael Douglas, uno de los actores más populares de los Estados Unidos, que hace pocos días, con una entereza y audacia ajenas a las celebridades, admitió que padece cáncer en la garganta. “Espero salir adelante, soy optimista”, dijo suelto de cuerpo cuando los médicos le aconsejaron un rápido tratamiento que incluye radioterapia. Serán ocho semanas difíciles para un hombre exitoso y millonario, aunque curtido y acostumbrado a los golpes de la vida. En abril último su hijo Cameron fue condenado a diez años de cárcel por tráfico de drogas. Una carta de puño y letra del famoso actor dirigida al juez, imploraba clemencia: “Conozco muy bien el dilema de no saber cómo hallar la identidad propia cuando se tiene un padre famoso”, era uno de los fragmentos de la misiva. Tuvo relativos buenos resultados: la pena bajó a 5 años. ¡Qué añito Michael! No obstante, su mujer, la bella escocesa Katherine Zeta Jones sigue a su lado, más cerca que nunca, y en materia laboral, el veterano, con 65 años, sigue haciendo de las suyas, para mantenerse como una pieza de interés en una industria que desecha cuando peinan canas. El jueves se estrena “El hombre solitario” y el 23 de septiembre “Wall Street 2”, para la cual los productores piensan -rebosantes de optimismo- contar con el hijo de Kirk para las promociones. Siguiendo con esto de honestidad brutal del comienzo, se imagina la propuesta del director Brian Koppelman pensando en “El hombre solitario”: “Mike, me interesaría llevar tu vida al cine, no de manera rotunda pero sí con rasgos identificables”. Es que Ben Kalmen, su personaje, parece radiografiar al actor de profusa trayectoria. Kalmen es un promiscuo de vocación. No tiene frenos ni límites, ni temor al ridículo. Está separado porque engañó decenas de veces a su mujer (Susan Sarandon), tiene una hija con la que se habla poco, ya que ella no le perdona que se haya acostado con sus mejores amigas. Sale con una empresaria por interés, ya que es hija de un peso pesado de la industria automotriz (el rubro de Kalmen), pero echa todo por la borda cuando se acuesta con la hija de esa empresaria... No tiene amigos, está sin empleo por engañar y estafar, apareció esposado en tevé, las deudas lo acorralan, no se deja querer por el único que lo puede ayudar, Jimmy (en la piel de Danny DeVito), a quien le susurra: “En los momentos más altos y más bajos de la vida, estás solo. No creo en eso de la amistad, no existe”. Y tiene serios problemas de salud. Debe cuidarse aunque hace la vista gorda y elige darle rienda suelta a su máxima: “Prefiero hacer lo que me gusta hasta que mi corazón estalle”. ¿Algún parecido con la vida de Douglas? Cómo no recordar cuando en los noventa, luego de filmar “Bajos instintos” (1992), tuvo que internarse en una clínica por su desenfreno sexual. Y un par de años más tarde, otra internación, está vez para lograr un imposible: evitar el tabaco y el alcohol, dos talones de Aquiles del intérprete, que hoy está pagando caro aquellos vicios. “El hombre solitario” agrada y entretiene, también emociona. Mérito de Douglas y del dueto que lo secunda (Sarandon-DeVito). Por momentos, la historia recuerda pasajes de “El luchador”, con Mickey Rourke, por la catarata de negativas que acosan al personaje. Kalmen es su último gran personaje, bien creíble -y miserable-, en caída libre: “Yo era un león, pero con los años, me convertí en un tipo invisible”. Por eso cambió el chip de su cerebro: “Dejé de ser honesto, de ser fiel. ¿Por qué no?”. Mientras suena esa increíble canción “Solitary Man”, con la cadenciosa voz de Johnny Cash.