Guerrera de profesión Kathryn Bigelow es una cineasta con testosterona, habitué a temas crudos en su filmografía. Su película está nominada a 9 Oscar. Y se batirá a duelo con su ex marido James Cameron, director de la ¿favorita? "Avatar". Es una de esas películas de las que, seguramente, se hablará durante buena parte del año. Hoy se estrena "Vivir al límite", título pueril y olvidable que define una contundente y demoledora historia: la de un grupo de soldados que cuentan con el trabajo más peligroso del mundo, que consiste en desactivar bombas en... Bagdad. A vuelo de pájaro, "Vivir al límite" parece ser el -¿único?- palo en la rueda para que la colosal "Avatar" trastabille en su recta final, cuya meta es el 7 de marzo, día en que en el Kodak Theater se entregarán los Oscar. Por obra del destino, el poderoso James Cameron ("Titanic" antes; "Avatar" ahora) debe, al menos, haber sufrido cierto hormigueo estomacal al enterarse que competirá en los rubros Mejor película y Mejor director con Kathryn Bigelow, la realizadora de "Vivir al límite" y... ¡ex esposa! Bigelow, estadounidense de 58 años, y que vino a respaldar a "The Hurt Locker" (título original) al Festival de Mar del Plata, debe ser una de las poquísimas directoras que aborda temáticas bélicas o de acción por doquier. ¿Quién podría imaginar que una trama como "Vivir..." podría tener a una dama de aspecto refinado detrás de cámara? Nadie. Y cuánto bien le hace esa mirada con rímel para una historia tétrica, tensionante -gracias a una cámara nerviosa, que mantendrá al espectador acurrucado al borde de la butaca y, por momentos, con las manos tapando su rostro. "Este es el momento más increíble de mi vida", dijo cuando se enteró de sus nominaciones. El protagonista, Jeremy Renner, "candidatazo" a Mejor actor, definió con criterio a la cineasta: "Es una guerrera". La trama de "Vivir al límite" gira en torno de una brigada estadounidense, destinada en Irak durante 2004, especializada en el desarme de explosivos. Bigelow, sin bajar línea ideológica, tampoco falso patriotismo ni moralinas, logró uno de sus principales cometidos: humanizar a esos soldados pertrechados con alta tecnología y dueños de una vida que puede despedazarse en cualquier momento. Otro de los grandes méritos del film, por su autenticidad y realismo, es su guión original, que pertenece a Mark Boal, nada menos que el corresponsal de guerra en Irak para la Rolling Stone, y testigo preferencial y kamikaze de las locuras de un soldado excedido de pasión por su enajenante labor de desactivar bombas. El mencionado Jeremy Renner, sin demasiados pergaminos hasta aquí, personifica a ese atractivo demente que sólo parece concebir su vida en el desierto iraquí, rodeado de cables y explosivos, y no junto a su esposa e hijo, con quienes vive una suerte de parálisis general. Como aquella lograda escena en un supermercado -ya en su hogar, lejos de la guerra- en la que sufre de vértigo al tener que elegir una caja de cereales entre una centena de opciones. Si bien tiene un bajo presupuesto, "Vivir al límite" despliega una imagen de poderosa calidad, haciendo foco en detalles mínimos que agigantan la escena. Se respira la opresión, el miedo y la paranoia que destilan las calles de Bagdad a partir de un gran relato, que no se engolosina de efectos especiales. "Vivir al límite" debe ser uno de los más destacados films bélicos de los últimos años, con el sello de una cineasta con testosterona, que además pretende darle un dolor de cabeza a su ex marido.
Amo de su destino, capitán de su alma "El factor humano", de John Carlin, despertó la curiosidad de Clint Eastwood, que construyó una gran película sobre cómo Mandela utilizó el rugby para terminar con el Apartheid. Morgan Freeman, impecable. Estuvo muy acertado el inglés John Carlin cuando en una entrevista le dijo a este diario, un mes atrás, que "Invictus" dejará al espectador "pegado" a la butaca, "porque es un muy buen cuento, conmovedor y dramático a la vez". Moviliza, emociona e invita a sonreír este film que desembarca hoy en la cartelera porteña, y que cuenta cómo Nelson Mandela, en su incipiente función presidencial, en 1995, utilizó el mundial de rugby para terminar con el Apartheid, esa segregación racial que durante décadas castigó salvajemente a la mayoría negra de Sudáfrica. "Una estrategia humana", afirma seco Mandela -en la piel de un genial Morgan Freeman- al rebatirle a su secretaria, que no entendía por qué su jefe prestaba tanta atención al rugby. "¿Se trata de una táctica política?", había preguntado ingenua. Por empezar, vale explicar el porqué del título "Invictus", basado en el más cautivante del libro "El factor humano". Entonces habrá que decir que se trata de un poema del inglés William Henley (siglo XIX), que finalizaba con los versos "Soy el amo del universo, soy el capitán de mi alma", y que sirvió de apoyo espiritual durante los 27 años de encierro que el gran líder -también llamado Madiba-, debió soportar en la isla de Rhoden Island. La historia atrapa desde el minuto uno, cuando, a partir de una vista panorámica se ve una calle que divide dos campos perimetrales: uno, lleno de blancos jugando al rugby en un terreno bien cuidado; en el otro, decenas de jóvenes negros pateando una pelota de fútbol en lo más parecido a un potrero de tierra y piedra. Y enseguida, una caravana de autos que pasa por esa calle anunciando la liberación de Mandela. Corría febrero de 1990 y los chicos de color festejaban alborotados, mientras que los blancos, perplejos, se preguntaban anonadados: "¿Liberaron a ese terrorista?". A una historia tan rica como la que cuenta Carlin en su libro, Clint Eastwood le imprime toda la sapiencia que le dan los 79 años. El director, que es verdad que ha hecho algunos bodrios, reconoce que los mejores guiones ("Río Místico", "Los puentes de Madison", "Million Dollar Baby", "Cartas desde Iwo Jima", "El sustituto") le llegaron a partir de los setenta, lo que dilató por tiempo indeterminado su retiro. Y aceptó hacer esta película a partir de un pedido personal de su amigazo Morgan Freeman, que le dijo: "Te estoy enviando por correo el guión de tu próxima película, que la voy a protagonizar yo. No te vas a arrepentir". Y así fue nomás... Eastwood encaró un film sentido, cuidadoso, nada sencillo en su traslado del libro a la pantalla grande, destino éste en el que hay que priorizar cuestiones efectistas -si se quiere-, pensando en un negocio que no dé pérdidas. La trama empieza a cobrar fuerza cuando falta un año para el mundial de rugby, cuya sede será Sudáfrica. Este dato no es menor y el film se encarga de subrayar la sorpresa que le despierta a Mandela conocer la popularidad que arrastraba ese deporte en el mundo. El país contaba con Los Springboks, el equipo nacional que representaba a los blancos y que recordaba permanentemente la existente segregación racial. Entonces el gran líder, que hoy tiene 91 años, puso en marcha el operativo "factor humano" para lograr la nación del arco iris, de la reconciliación: ¿cómo hacer para unificar a negros y blancos, y alcanzar la paz interior?, craneaba el líder, que se respondió: con el leit-motiv "un equipo, un país". De esta manera, empezó a mover hilos para buscar un contacto directo: el capitán del seleccionado, Francoise Pienaar, pilar indispensable para rumbear hacia el objetivo principal, que consistía en lograr que los Springboks -históricamente un equipo del montón- contagiaran pasión y unificación desde el campo de juego hacia las tribunas. El rol de Pienaar lo llevó a cabo el rendidor Matt Damon, que entrenó con fruición para lograr el aspecto fornido. Además de la maestría para filmar los partidos y hacer foco en gestos necesarios para emocionar, el ojo clínico de Eastwood logra rescatar aspectos esenciales de un político de raza como es Mandela, cuya primera medida, cuando su país hervía, fue ordenar una custodia mixta. "Perdonar alivia el alma", le explicaba a su atónito empleado. "Invictus", además de ser un gran entretenimiento, merece ser vista para entender la dimensión de un político cuya estirpe está en extinción.
La película de las estrellas El musical de Rob Marshall cuenta con un elenco súper: Daniel Day Lewis, Nicole Kidman, Penélope Cruz, Sophia Loren, Kate Hudson y más. El film desborda en glamour, pero no tiene nada que ver con "8 y 1/2", de Federico Fellini. Por nombres propios, por despliegue visual y por inversión, "Nine" llega a la cartelera porteña con mucha pompa y hasta se la mencionó como una de las películas del año. De lo primero no hay duda; de lo otro, tampoco. Es que el film satisface más por los ojos que por la cabeza y los oídos. El avezado Rob Marshall, conocido por "Cabaret" y "Chicago", decidió tirar la casa por la ventana y armó un elenco galáctico para este film musical inspirado en "8 y 1/2", el recordado clásico de la dupla Fellini-Mastroianni, de 1963. Aunque recaer en una comparasión sería un craso error. Aquí, aquel papel del gran Marcello lo encarna el indiscutible Daniel Day Lewis, rodeado de un séquito de beldades: Penélope Cruz, Nicole Kidman, Sophia Loren, Kate Hudson, Judi Dench, Marion Cotillard y la cantante Fergie. Con un marco ambicioso, "reloaded", y un argumento sencillito, la trama gira en torno a Guido Contini (Daniel Day Lewis), un cineasta petulante, mujeriego, quien, luego de arrastrar dos fracasos tiene la obligación de reivindicarse. Pero lo acecha un insistente bloqueo creativo que lo paraliza, lo transforma en un ser paranoico y huidizo. Encima, presionado por los tiempos y por un productor insistente, sufre (y disfruta) del múltiple acoso de las mujeres de su fluctuante vida. En ese peregrinaje, aparecen su amante, en la piel de una Penélope Cruz fatal, que alterna buenas y malas a la hora de cantar; luego una periodista de revista de glamour, que interpreta Kate Hudson, que sorprende -por lo flojo- de su segmento musical "Cinema italiano". La veterana Judi Dench vuelca su sabiduría en el set como la confidente vestuarista de Contini. Nicole Kidman personifica a la musa del director: tiene nombre escandinavo, lo que podría resultar un homenaje a Anita Ekberg. Da la sensación que Nicole, en su breve participación, está desperdiciada. Fergie, integrante del grupo Black Eyed Peas, desparrama toda su sensualidad en esa prostituta que sale bien parada, sobre todo en la faceta musical. No pasa desapercibida Sophia Loren, que personifica a la dominante "mamma" de Contini, aunque lo más importante es su sola presencia. Marion Cotillard, conocida por su soberbia y recordada labor en Piaf. La francesa, por sobriedad, caudal vocal y justeza, es la que redondea una sólida labor. Finalmente, a Daniel Day Lewis le basta con su carisma y presencia escénica para no defraudar, aunque dio la sensación que podía haber dejado algo más sustancioso en materia musical. Llamativamente, el británico Day Lewis fue la segunda opción, ya que Marshall le había ofrecido el papel a Javier Bardem, quien se bajó sin dar muchas explicaciones (ya había dejado colgado a Francis Coppola para "Tetro"). "Nine" es de esas películas que llaman la atención y despiertan la curiosidad más por su cáscara que por su contenido. En tiempos en que los musicales no abundan, bienvenido éste, que tuvo su premiada versión teatral con Antonio Banderas como protagonista. Además de insistirse en la subyugante puesta, amerita pagar la entrada la amplia gama de diosas, mientras que "ellas" disfrutarán del galán maduro Daniel Day Lewis.
George Clooney realiza un muy buen trabajo, en el que personifica a un "reducidor" de personal de empresas. Si bien el actor no obtuvo el Globo de Oro al que estaba nominado, el Oscar le depararía otra suerte. "¿Hace de sí mismo?". "Pero sí, es él, ¡qué duda cabe...!". Son algunos de los comentarios que se filtraron luego de la proyección de "Amor sin escalas", el film que protagoniza George Clooney y que se estrena mañana. Las libres asociaciones surgieron a partir del personaje que Clooney encarna en esta comedia: es Ryan Bingham, un tipo solitario, soltero, que no cree en el matrimonio, en el amor ni en los hijos. "No me interesa el matrimonio, no le veo motivos. El amor es estúpido... ¿cuántas parejas estables conocés?", dice en un pasaje la película. Si bien el actor de 48 años nunca se expresó de tal manera, alguna vez sugirió que disfruta de esa libertad. Durante "Up in the Air", título orginal del film de Jason Reitman (que ya sorprendió con la atrapante "Juno"), Clooney hace un trabajo muy bueno, con naturalidad, casi sin esfuerzos... Como si le bastara con su presencia, encanto y sonrisa ganadora. Puede discutirse respecto de que maneja una limitada cantidad de gestos, pero aquí, en la piel de un caníbal del personal de las empresas, George sale más que airoso, mucho más que en los últimos films en los que se lo vio: "Syriana", "Michael Clayton" o esa aburrida serie de "La gran estafa". Aquí Clooney interpreta a un reducidor de cabezas, un consultor de empresas que viaja de un lugar a otro de EE.UU. ganándose la vida despidiendo gente...sin temblarle el pulso. "Pero con amabilidad y dignidad", defiende su personaje. "Soy un aliviador de almas rotas, hago tolerable una mala noticia. Soy quien suministra un bote para escapar del naufragio", dice en sus esporádicas charlas motivadoras que ofrece y en las que aconseja a sus oyentes a "liberarse del fardo de la responsabilidad". Cuando su familia le reclama presencia o intenta agredirlo vociferando que es "un auténtico desconocido" o un "básicamente no existís" o un "vives de una manera muy aislada", el Ryan de la ficción se parece mucho al George de este lado del mostrador. Este solterón empedernido (el del film) disfruta de hábitats naturales: el aeropuerto y el avión. Se siente incómodo en su casa, o visitando familiares. "El año pasado pasé 322 días viajando y 43 miserables jornadas en casa", rezonga. Es un viajero experto, que va con su maleta de mano, llevando lo justo y necesario para recorrer el país, pregonando su filosofía que es no ceñirse a compromiso alguno, sentimentalmente hablando, aunque le fascina disfrutar de las bellas chicas que se acercan a él. Se define como un "amante del aire", con un amor en cada ciudad, y cuando ve peligrar su independencia emprende la huida graciosa. Le encanta la comida envasada, ese aire viciado, los dispenser...". Raras veces, cuando está presionado por su familia, como el casamiento de una hermana, le surge un sentimiento de culpa. "¿Quién mierda soy, qué quiero?". Boomerang Un día las cosas cambian drásticamente y es cuando su compañía, ante la crisis económica reinante, toma la decisión de mantener al personal fijo en la oficina, en lugar de ir de ciudad en ciudad para cumplir el propósito de "preparar a futuros desempleados ante crisis existenciales". Pero la noticia deja al encumbrado Ryan impávido. Sobre todo porque la reestructuración que ahora padece la fogoneó una recién egresada de negocios, especializada en psicología, a quien el jefe ve con buenos ojos. ¡Cómo una inexperta veinteañera puede marginar al "capo" de la reingeniería!, masculló. Renuente a aceptar las condiciones, Binghman termina saliéndose con la suya y capacita él a la sabihonda pero inexperta chica, para enseñarle su técnica y los secretos de su aplicación. Algo vulnerado, con más tiempo para pensar, Ryan Bingham se cruza una noche -en un hotel, claro- con Alex (la bella Vera Farmiga; vista en "Los infiltrados"), quien, para suerte de él, resulta tener su estilo y filosofía de vida. Y conectan, iniciando así una relación peligrosa. Vale la pena este film, ya que obligará a pensar más allá del ombligo propio; y también disfrutar del mejor papel de George Clooney del último tiempo.
Detective de armas tomar Prototipo del investigador analítico, llega al cine una versión que muestra a un Holmes más violento que cerebral, según el director -y ex de Madonna- Guy Ritchie. Destacada labor de Robert Downey Jr. y también de Jude Law, como Watson. Gran personaje Sherlock Holmes, al punto de haber estado en boca de nuestro ilustre Jorge Luis Borges: "Pensar de tarde en tarde en Sherlock Holmes es una de las buenas costumbres que nos quedan. La muerte y la siesta son otras...". Guy Ritchie, ex marido de Madonna e interesante director británico, le imprimió una ¿inesperada? vuelta de tuerca a Sherlock Holmes, el célebre personaje creado por el escritor Arthur Conan Doyle en 1887. Famoso por sus deducciones, investigaciones y elucubraciones, Sherlock era todo cerebro, ¡qué eso de los roces físicos! Sin embargo, Ritchie, responsable de las vertiginosas "Snatch, cerdos y diamantes" y "Rock’nRolla", se arriesgó con un experimento que le salió bien, en términos de calidad y cantidad (entiéndase aquí el factor recaudatorio). Es que este moderno Sherlock Holmes, alejado del talante inglés, es un hombre torpe, sucio, inteligente -claro-, pero excesivamente rudo para quienes tenían otra concepción del héroe. Los entrecanos recuerdan los "modelos" de Peter Cushing, Christopher Lee o Basil Rathbone -para muchos el mejor de todos-, que reflejaban a un dandy a quien jamás se le arrugaba la chaqueta ni se le movía el sombrero de cazador. Interpretaban a detectives hábiles, de aguda observación e impecable razonamiento. En la película que se estrena hoy, las peleas, piruetas y saltos ornamentales están a la orden del día, y el protagonista, llamativo por cierto, es Robert Downey Jr., quien resulta uno de los puntos altos de la tra ma , bien acompañado por el inglés Jude Law y la canadiense Rachel McAdams. Segundo detrás de "Avatar" en los EE.UU., la modernosa versión fílmica aporta un golpe de energía a una trama ya cargada de acción y efectos especiales, a partir de las peleas que el trío central (Holmes, Watson e Irene Alder) mantiene con el villano de turno, Lord Blackwood -un cumplidor Mark Strong-, quien aporta algo del misterio "exigido". En medio del enigma hay sociedades secretas, magia negra y la presión de Scotland Yard. "Holmes era un caballero, pero podía atrapar a alguien del pescuezo. Pensé que la historia había perdido esencia, por eso la cambié", explicó Guy Ritchie. Se podrá estar de acuerdo o no con el realizador, aunque difícilmente pierda esencia el personaje que más veces fue llevado a la pantalla grande: 75, según el libro de los Guinness. Entre los riesgos que decidió correr el cineasta, está el de la audaz elección del indócil Downey Jr., quien por empezar es estadounidense -para un emblema inglés-, más bien petisón y no se parece nada a la descripción que Conan Doyle llevó a sus memorables páginas. Sin embargo, el actor que descolló en "Chaplin" demostró que con disciplina, trabajo y carisma se puede sacar adelante semejante cruzada, sin la necesidad de impostar un acento británico... que no le sale. Y en el rol del Dr. Watson, Ritchie no eligió al típico ladero regordete y despistado que a priori podría deducirse. Optó por el galán Jude Law, que compone a un pulcro, puntilloso y espigado doctor y mano derecha. De manera subyacente, Ritchie plantea una serie de sutilezas que Conan Doyle también sugirió sobre la intimidad de su personaje: la misoginia y cierta marginalidad, su adicción a la cocaína y, de manera colateral, una apegada amistad con Watson. Además de dejar entreabierta la chance de una segunda parte.