Escrita y dirigida por Cecilia Atán y Valeria Pivato, La novia del desierto es una película, pequeña y amable, protagonizada por Paulina García como una mujer que necesita perderse para encontrarse. Teresa viaja sola hasta su nuevo destino, hogar y trabajo. Tras una vida dedicada a trabajar para una familia, de repente, ya no la necesitan pero la recomiendan a otros parientes que se encuentran a unos mil kilómetros de distancia. Y Teresa no encuentra otra opción, no armó una vida fuera de ese ámbito, y se embarca hacia allí. Pero el micro choca con un ave en la ruta y queda varado. Esa parada, que iba a ser simplemente un retraso, termina dejándola a ella detenida en un desierto, en busca del bolso que se deja olvidado con un vendedor ambulante. Un vendedor ambulante que, además de acompañarla a buscar ese bolso perdido, le muestra, en esas pocas horas, otra vida, alejada de la rutina conocida y quieta a la que Teresa está acostumbrada. La historia de La novia en el desierto es muy pequeña y en esa sencillez radica gran parte de su encanto. Allí y en la interpretación de su protagonista, una actriz que ha sabido consolidarse a través de sus logrados trabajos en películas como Las analfabetas, Gloria y, la actualmente en cartelera, La Cordillera. Es Paulina García el alma de esta película, esa Teresa que se mueve por inercia hasta que choca con el Gringo (interpretado por Claudio Rissi) y los estantes de su presunta vida armada comienzan a moverse. El guion escrito por sus mismas directoras se centra en esa especie de no-lugar en que, de repente, se ve Teresa pero también se permite, en dosis justas y sin necesidad de ser sobreexplicativa, algunos precisos flashbacks que terminan de ayudar a construir al personaje principal. Ni Teresa ni el Gringo pudieron armar una familia, una pareja ni nada de eso que se supone que todas las personas deberían hacer en algún momento y, sin embargo, los motivos por los que cada uno llegó a esa altura en ese estado son muy distintos. Teresa se encontraba cómoda ayudando a esa otra familia que llegó a sentir como suya hasta el punto de olvidarse de ella misma, el Gringo no pudo asentarse porque necesita moverse, trasladarse continuamente para sentirse vivo. Teresa y el Gringo son muy distintos pero, durante esas horas, comienzan a conectarse de un modo inesperado y, por momentos, muy lindo. La timidez y aparente fragilidad de Teresa contrastadas con la seguridad y confianza del Gringo se complementan para llegar a ese juego de seducción más bien tierno, despojado de lugares comunes. La historia de un viaje, pero no físico, aunque haya ruta. Es el último eslabón en el camino que Teresa emprende a sus cincuenta y tanto años de vida, tras creer que afuera ya no había mucho más allá para ella. La dirección de arte y de fotografía son también elementos claves para reforzar lo que le sucede a los personajes. Dos personajes chiquitos, perdidos, en medio de un vasto desierto.
La nueva película de Diego Lerman se aventura a seguir explorando el tema de la maternidad (tras su última película, "Refugiado") desde otra perspectiva pero con la misma crudeza y naturalidad que aquella. Acá, lo que se pone sobre la mesa son dos diferentes modos de ser madre: la biológica y la que es porque adopta. Cualquier cosa menos simple, porque de acá se desprenden muchas aristas y es así que Lerman junto a la guionista María Meira desarrollan la película exponiendo al mismo tiempo que trabas y percances para su protagonista, varias cuestiones donde es difícil tomar una posición al instante. La madre que vende un hijo. La mujer que deposita sus últimas esperanzas para ser feliz en tener un hijo aunque salga del cuerpo de otra mujer. Sin embargo, no es el tema de la adopción en sí el principal en este film. Que alguien no pueda tener un hijo biológicamente no tiene por qué impedir que te conviertas en madre. El tema son los modos y, después, las razones. Una institución que se disfraza de ayudar y en realidad está manejada por el dinero. Registros manipulados. Extorsiones. Todo un submundo oscuro y que huele mal. Pero Malena necesita tener un hijo. La información que van brindando los guionistas es a cuenta gotas, pasa mucho tiempo hasta que uno descubre, primero por qué ella está viajando sola hasta este hospitalcito en Misiones y segundo por qué siente que necesita seguir adelante con eso más allá de que todo huele cada vez peor. Mientras una cámara en mano, algo nerviosa muchas veces, la sigue, dentro de Malena hay una mujer que está a punto de rendirse en la vida, que ya no puede con ella y el vacío que siente pretende llenarlo con un hijo, el hijo que no puede tener y que por eso compra. “Una especie de familia” es una película difícil porque expone muchas aristas y si bien no toma posición ni decide nunca juzgar a sus personajes, hay muchas cosas que no pintan bien, correctas. La misma Malena lo siente pero decide no verlo. Por ejemplo, una extorsión disfrazada de una ayuda a la familia que le está dando el hijo que tanto anhelaba. ¿Se la puede culpar por querer tanto algo que casi todas las mujeres desean en algún momento de su vida? ¿Se puede culpar a la joven que de repente se encuentra embarazada de nuevo y no tiene otra opción más que tenerlo, si decide que lo mejor para ese bebé es otra familia? Claro que se puede, todo se puede. Mientras en la primera parte se presentan las cuestiones más relacionadas con el mecanismo de adopción por los medios ilegales, es en la segunda donde el film toma un vuelo más interesante al reunir de manera más clara a las dos mujeres de la película. En su encuentro emocional, su conexión. La española Bárbara Lennie es la encargada de dar vida a Malena, quien emprende este viaje, una mujer cuya conducta resulta siempre impredecible, incluso hasta el final. Ya no sabe qué hacer con todo esto entonces va improvisando. Yanina Ávila, en su debut cinematográfico, es quien interpreta a Marcela, esa mujer que es tratada como un conducto para otra cosa. Daniel Araoz como el doctor del hospital de Misiones es otro de los personajes e interpretaciones muy interesantes por su complejidad: mientras parece muchas veces tener buenas intenciones y aportar algo de respiro y alivio a todo lo que le está sucediendo a Malena, es en realidad quien maneja los hilos en ese lugar. Por último, Claudio Tolcachir como este esposo ausente hasta que Malena lo convence, desesperada, de que aparezca para ayudarla, aunque él sólo quiere que esto se termine. Un drama intimista con algunos momentos teñidos de tensión y thriller, “Una especie de familia” es un película algo seca y distante, quizás más que nada a causa de personajes con los que cuesta o uno nunca sabe si, empatizar. Pero al mismo tiempo rica en sus complejidades y contradicciones, es imposible salir de la sala inmutado.
La nueva película de Iván Fund, Toublanc, es un homenaje a la obra de Juan José Saer. Dirigida por Iván Fund, y escrita por el mismo director junto a Eduardo Crespo y Santiago Loza, hay varias historias en Toublanc y, principalmente, tres personajes: un hombre, una mujer y un caballo. El hombre vive en Francia y es detective. Tiene un hijo con el que comparte momentos y costumbres como el fútbol y al que un día le ofrecen trabajar en una investigación que lo llevará de regreso al pueblo donde nació y se crió. La mujer vive en Santa Fe, con su perra, y es profesora de francés. Su corazón fue roto recientemente y, mientras tanto, divide su tiempo entre su trabajo, su casa y, ocasionalmente, el cine a donde va sola. Allí también hubo un asesinato y ella es interrogada al respecto, sobre todo porque el caballo que se le aparece en la puerta parece haber tenido relación con ese homicidio. Más allá de estas historias, en la película de Iván Fund prevalece más el poder descriptivo y las imágenes antes que la narración en sí. De hecho, pasa casi media película hasta que vemos al protagonista interrogando a una persona del pueblo sobre lo que pasó (el homicidio de un obrero). Entre las escenas que comparte el protagonista con su hijo o las que transcurre frente a su máquina de escribir, pasando por aquellas en que la mujer da clases o vive su tiempo a solas hasta que algo sucede con uno de sus alumnos, entre esos pequeños momentos es que se va desarrollando este film y va mostrando a dos personajes alejados pero que comparten cierto paralelismo. Más allá de la sinopsis la película no es un policial ni se acerca a serlo. Al contrario, esa línea queda en un segundo plano y el film termina siendo un retrato poético sobre un hombre y una mujer, con el espíritu literario de Juan José Saer dando vueltas por ahí (el libro Cicatrices es el que aparece explícitamente). A la larga, los protagonistas de Toublanc son personajes solitarios.
Con el frío, vasto y bello marco de Tierra del Fuego, cuatro soldados (dos marinos, un cabo y un suboficial) deben proteger la entrada estratégica del canal Beagle. El QTH es un código exacto de ubicación que permite el control de los buques que pasan por allí. Inglaterra amenaza con luchar por las Islas Malvinas y atacar y mientras tanto ellos esperan, aguardan noticias que no llegan o sólo lo hacen de a trozos, y tratan de sobrevivir con los recursos limitados que tienen. Dos son prácticamente niños y su primera preocupación es poder avisarles a sus padres que llegaron bien. Pero el suboficial se muestra siempre duro con ellos, apela a la violencia psicológica, y resalta la importancia de lo que están haciendo por el país, cosa que ellos todavía no pueden ver. Lo interesante de QTH es que proporciona una mirada distinta a un conflicto tan conocido y explorado como lo es el de la Guerra por las Malvinas. Lejos de ser una película bélica, acá nos encontramos ante un drama intimista sobre cuatro personajes confinados y forzados a sobrevivir y relacionarse entre ellos a través de rangos y formas de ser distintas. La construcción y evolución de los personajes se trabaja principalmente desde lo psicológico. La manera en que tratan al otro, en que encuentran formas de relajarse ante tanta presión, y cómo reaccionan ante diferentes noticias o dichos. Escrita y dirigida por Alex Tossenberger, QTH sitúa a la Guerra de las Malvinas en un fuera de campo amenazador. ¿Qué está sucediendo allá afuera? Y, sobre todo, ¿qué va a suceder? Hay en el aire una tensión reinante que contrasta con la paz y tranquilidad que el bello paisaje emana. Con una notable dirección (destacando la fotografía) y una historia bien contada, si hay un aspecto que no termina de funcionar en el film, ése es el de las actuaciones. Algunas porque sus líneas se sienten algo forzadas pero en general porque no encuentran el modo de explotar frente a cámaras de un modo más natural y se siente todo algo impostado. Es curioso que Osqui Guzmán y su suboficial se encuentre entre lo mejor a nivel actoral durante gran parte del metraje pero en los momentos cumbres su histrionismo le haga perder el eje interpretativo. Una película chica y al mismo tiempo ambiciosa, atractiva, con un ritmo algo aletargado que de todos modos no hace decaer nunca el interés, QTH no sólo muestra otra cara de la guerra, sino que también nos posiciona ante un realizador comprometido con lo que quiere contar.
La novela escrita a cuatro manos por Silvina Ocampo y Adolfo Bioy Casares, considerada como una de las precursoras del género literario policial en nuestro país, llega ahora en forma de adaptación cinematográfica. Con la dirección de Alejandro Maci (conocido de manera más reciente por su versión argentina de la serie “En Terapia”) y un guión escrito por el mismo director junto a la reconocida guionista de tv principalmente Esther Feldman, “Los que aman, odian” es una versión mucho menos sutil y más apasionada que su material original. Hubermann es un doctor en busca de unas relajadas vacaciones y para eso recurre al hotel cuya dueña es su prima. En Ostende, cerca de la playa pero alejado de todo y constantemente asediado por tormentas de arena, el hotel Bosque de Mar va a terminar convirtiéndose en uno de los protagonistas después de que Mary, una joven hospedada junto a su hermana y su cuñado, fallezca por envenenamiento. Al tener una sola locación y pocos personajes, "Los que aman, odian" bien podría ser una obra de teatro. Pero nos encontramos ante otro lenguaje y aquí se hizo mucho hincapié en la realización. La recreación de época, vestuarios y escenarios, es majestuosa pero no puede evitar sentirse artificial, superficial. Y a esto se le suman las actuaciones, impostadas, poco naturales, acercándolas de nuevo a lo teatral. En cuanto a adaptación, algo que detesto hacer y que se haga es comparar punto por punto las diferencias o similitudes entre ambos materiales. Lo cierto es que la historia literaria es bastante simple, ligera, chiquita incluso, y es allí donde radica gran parte del encanto. El traspaso al cine sin dudas necesitaba de algo más llamativo, potente, y es así que acá se le agrega una pasión desmedida y, claro, porque para vender nunca falla, sexo. “Uno no elige de quién se enamora”, verdad que todos tarde o temprano aprendemos. En este caso, Hubermann se reencuentra en estas vacaciones que pretendían ser relajadas con la mujer que le rompió el corazón, con esa joven hermosa y sensual que destila seguridad y confianza pero esconde miedo, a entregarse, a dejar de ser libre. Entre los dos hay mucho histeriqueo, muchas vueltas y sobre todo una pasión desbordante, de esas que uno sabe que no pueden conducir nunca a un buen camino. Hasta ahora intenté evitarlo pero es preciso hacerlo, mencionar el elenco, porque seguramente sea lo que lleve a más gente al cine. Guillermo Francella, en su afán de seguir mostrando que puede hacer cosas distintas y despegarse de la comedia que lo hizo tan famoso, es quien interpreta a este hombre dolido y al mismo tiempo muy observador. Como todo policial, vemos y sabemos lo mismo que su narrador y aquí éste es su personaje. Mary está interpretada por Luisana Lopilato, mostrándose a veces encantadora y otras tantas insoportable pero siempre atractiva y sensual, siempre dispuesta a obtener lo que quiera y del modo en que ella quiera. Justina Bustos es Emilia, su hermana, una joven depresiva e inestable que choca constantemente con la personalidad avasalladora de Mary. Está a punto de casarse con Atuel, un Juan Minujín bastante insulso cuya construcción de personaje tampoco le permite lucirse demasiado. Entre pocos personajes, a los que se les suman la dueña Andrea, el comisario, el Dr. Cornejo y un niño huérfano que vive con ellos, Miguel, es que se va desentrañando una trama misteriosa y retorcida en torno a quién mató, ¿o es que acaso fue un suicidio? ¿Y cuáles fueron los motivos? Todas esas preguntas convergen dentro de ese hotel donde tras una fuerte tormenta quedan varados. Entre planos secuencia a través de los pasillos que dejan entrever situaciones a medias, encuentros y desencuentros, discusiones y sospechas. Si bien es cierto que esta adaptación logra a grandes rasgos diferenciarse y generar cierto interés propio, “Los que aman, odian” falla en lo poco verosímil que todo se termina sintiendo en un punto. Con una primera parte larga, donde se exponen los personajes y sus relaciones, con unos flashbacks realmente poco atractivos y sobre todo muy innecesarios, el film se mueve por el terreno del policial sin atreverse a salirse de las líneas. Todo se percibe demasiado medido, forzado, poco inspirado, especialmente en su vuelta final. “Los que aman, odian” es una propuesta ambiciosa y llamativa. Logra sortear cuestiones argumentales para que funcionen mejor en el cine. Aunque fallida, no deja de ser una opción interesante para gente que busca productos diferentes dentro del cine nacional.
Se estrena una pequeña gema: Dhaulagiri, ascenso a la montaña blanca. Un documental sobre una travesía inconclusa a la que necesitan darle el cierre que se merece, y un retrato sobre la amistad y la importancia de ser fiel a lo que uno es y lleva consigo. “El montañismo hace tiempo que dejó de ser un deporte para mí. Es una forma de vida, una necesidad”. Así lo describe Christian Vitry pero esa misma sensación es la que comparte este grupito de locos enamorados de las montañas. La idea de Darío Bracalí junto a Guillermo Glass y su grupo de amigos con los que compartía esa misma pasión era hacer una película sobre el ascenso a una de las catorce montañas del Himalaya que superan los ocho mil metros de altura. Pero, allá por el 2008, las cosas no terminan sucediendo del modo esperado y tras enfrentarse a una odisea que les presenta obstáculos que comienzan a separarlos y a hacerlos desistir de llegar al final, Darío se pierde, nunca vuelve. Esto lleva a Guillermo a abandonar el proyecto durante muchos años hasta que, probablemente por la necesidad de darle un cierre, se anima a reunirse con sus amigos y terminar la película. Dirigida por Guillermo Glass junto a su socio Christian Harbaruk y escrita a seis manos por ellos y Juan Pablo Young, Dhaulagiri… retrata esa travesía inolvidable, que dejó muchas huellas, tanto visibles como no, y al mismo tiempo reúne a estos amigos no sólo a través de los testimonios sino de una reunión final mucho más simbólica que otra cosa. Seguramente sin habérselo propuesto así en un principio, lo que iba a ser una película de un viaje, de una aventura, se termina convirtiendo en un retrato sobre la amistad, con algo de existencialismo dando vueltas, el viaje principal termina siendo interno. Con imágenes tan bellas como impactantes y un registro más bien intimista, estamos ante un documental que nunca pierde interés y sabe conmover de una manera genuina y natural, sin tener que recurrir a golpes bajos ni lugares comunes. Al registro, en especial el realizado en las montañas, se lo percibe siempre muy auténtico. Más allá de la tragedia que lleva a retomar este proyecto, lo cierto es que el film respira optimismo y un amor hacia la vida lleno de entusiasmo. Porque ellos se sienten vivos al dejar que sea su pasión, -este modo de vida que a tantos nos puede parecer tan ajeno e imposible-, lo que los mueva. Traiga las consecuencias que traiga, porque a la larga ningún tipo de vida garantiza nada. Para ellos el sentido está en el ascenso a esas montañas, aunque a veces no puedan explicar por qué es así. Una pregunta tan compleja como la del sentido de la vida.
Escrito y dirigido por Fabián Fattore, Actriz es un documental que muestra a Analía Couceyro en el terreno donde mejor se siente: preparándose y actuando en teatro. Observamos a Analía Couceyro practicando el diálogo de una nueva puesta teatral. Repite y repite las líneas para aprendérselas y hasta que le salgan de ella misma, hasta apropiarse de ese texto. Esa misma cámara, invisible, la persigue luego a través de diferentes momentos en la cotidianeidad de esta actriz que pasa gran parte de su tiempo actuando o ensayando pero también se permite jugar, aunque ni siquiera en esos juegos pueda dejar de hacer aquello para lo que nació. “Quiero ser un rato yo misma, por favor”, dice después de interpretar diferentes voces mientras juega con sus hijos igual de entusiasmados que ella con la idea de ser otras personas. Fattore sigue a su actriz sin inmiscuirse y la muestra simplemente como es, como él la ve. Preparando el personaje de Marie Curie, reflexionando sobre el final que se acerca para la obra que está interpretando o ensayando para otras obras, porque siempre parece estar haciendo muchas cosas a la vez. Couceyro no parecería actuar para vivir, sino vivir para actuar. Para el teatro. Porque si bien también ha incursionado y hecho carrera en el cine, es el teatro el terreno que ocupa exclusivamente desde hace unos años. Todo este seguimiento a través de los diferentes procesos del trabajo de la actriz, Fattore lo filma en blanco y negro, sin interferir en esa cotidianeidad pero sí permitiendo que la cámara se le acerque bastante. Sin embargo, mientras lo estético (ese cortante blanco y negro y la ausencia de banda sonora) y la idea de verla a Couceyro repitiendo, casi hasta el hartazgo, las mismas líneas complicadas es atractiva y atrapante, esto no se logra sostener durante todo el metraje. Principalmente por la sensación de que falta un hilo narrativo concreto, o de que a veces no hay una correlatividad clara entre secuencia y secuencia. Parece un collage de momentos en la carrera teatral de Couceyro, que más allá de lo cinematográfico carece de cierta profundidad.
na remake francesa de una película mexicana, “No se aceptan devoluciones”, del 2013 y dirigida por Eugenio Derbez. En este caso, el encargado de trasladar la historia a Europa es el director y guionista Hugo Gélin. En “Dos son familia” nos presentan a Samuel (Omar Sy), un hombre que vive como si no hubiera mañana, entre fiestas y mujeres muchas veces simulando ser alguien que no es. Pero entre vivir sin planes, surge otro que le cae de prepo y con el que nunca se hubiese imaginado tener que lidiar. Una joven a la que conoció hace un año se le aparece con un bebé que clama ser de él. Se la nota alterada, perdida pero al mismo tiempo segurísima de lo que está haciendo, y desaparece dejando a ese bebé con él ante la reacción de un Samuel que no entiende qué está pasando. “Soy un niño. No se le confía un niño a otro niño”, exclama él intentando llegar a ella que escapa inmediatamente a Londres. Él la sigue, desde otro vuelo, pero al llegar allá no la encuentra. Entonces se ve solo y con un niño en brazos. Por suerte, después de verse en un lugar desconocido, un encuentro casual con un joven le brinda un trabajo nuevo y, de a poco, una amistad incondicional. La trama de “Dos son familia” es simple pero recargada. El tiempo pasa y Samuel cría a su niña brindándole una vida llena de juegos y diversión. Y como su prioridad es que no sufra, le inventa una vida a esa madre que no está, haciéndola pasar por una espía que viaja por el mundo. Sabe que esa bola se va volviendo cada vez más grande pero no puede romperle el corazón a esa niña que le hizo conocer algo que no creía posible para él. La madre luego va a reaparecer y querer recuperar el vínculo perdido y así la película va transitando por territorios conocidos, juicio incluido. “Dos son familia” es una comedia dramática. Por momentos se apuesta al humor exagerado (Omar Sy se entrega con todo el cuerpo al doble de riesgo en que rápidamente se convierte) y por otros a un drama con ciertos lugares comunes y golpes bajos. Una combinación peligrosa que si no termina de funcionar es por lo poco genuino que resultan algunos de los puntos de giro. “La vida no es una diversión ni un parque de atracciones”, va a tener que aprender Samuel mientras descubre la importancia de ciertos vínculos, que ser padre es mucho más que simplemente engendrar a una criatura. El gran atractivo del film termina recayendo en la química que hay entre Omar Sy y Gloria Colston, quien interpreta a la niña de mismo nombre. Muchas de sus escenas sí desprenden una naturalidad que no encontramos durante gran parte de la película. Clémence Poésy es la actriz encargada de interpretar el no sencillo papel de esta madre que aterrorizada de sí misma deja a su bebé con un desconocido, con su padre, pero alguien de quien no sabe nada. Quizás hubiese estado interesante que entre tanto drama se profundizara un poco más en el suyo, en esa inestabilidad que la llevó a tomar tan drástica decisión, que la construcción de ese personaje no fuese tan fría. Aun así su secundario permite que la atención se centre en el vínculo padre-hijo, algo que no tiene por qué ser propio sólo de la mujer. Entretenida y sentida película, “Dos son familia” toca fibras sensibles pero lo hace de un modo bastante impostado. El resultado termina siendo bastante desparejo, luciéndose mejor en la comedia que en el drama con el que tiñe especialmente el último tercio del film.
Llega una nueva película del universo del que se apropió James Wan, en este caso Annabelle 2: La Creación, una precuela sobre la muñeca maldita dirigida, esta vez, por David F. Sandberg. Los Warren y los casos paranormales con los que ese matrimonio se ha encontrado durante toda su vida han dado, y seguirán dándole, fruto a James Wan, quien supo consolidarse con El Conjuro. En este caso, haciendo de productor, la precuela de la fallida entrega sobre la muñeca Annabelle pretende mejorar lo que salió mal en su predecesora, pero se queda a medio camino. Por un lado, el director David F. Sandberg (a quien su cortometraje viral Light out le cedió la oportunidad de entrar a Hollywood dirigiendo su propia versión en largo) sigue demostrando que tiene un estilo visual interesante y se permite jugar en algunas de las escenas de terror con las luces y las perspectivas, lo que está en primer plano y lo que se esconde detrás. Por el otro, el guionista vuelve a ser Gary Dauberman (y seguirá siendo parte del universo con The Nun, prevista para el 2018), aquel que inundaba de inconsistencias aquella primera película sobre la muñeca maldita. Si bien acá repara algunos errores no puede evitar caer en una trama predecible y con una resolución apresurada. Con Annabelle 2: La Creación nos encontramos justamente ante los orígenes de esta muñeca que genera terror sin siquiera moverse. Estamos en la década de los ’40. Un matrimonio (el hombre, fabricante de muñecas) con una niña pequeña que fallece de manera trágica y repentina y que los deja en un estado de aislamiento y desolación. Años más tarde deciden dar hogar a una joven monja y un grupo de huérfanos, ya que la casa es grande y se encuentra, se supone, vacía. Es entonces que, a partir de este momento, nos vamos a encontrar ante una típica película de casa embrujada, con algunos sustos más efectivos que otros. Son dos niñas las principales protagonistas: Janice, a quien la polio no le permite caminar sin una ayuda ortopédica, y su mejor amiga, Linda, interpretada por Lulu Wilson -a quien se la pudo ver recientemente en otra precuela que mejora una saga que parecía destinada al olvido Ouija: el origen del mal (claro que allí estaba el ya experimentado director y guionista Mike Flanagan)-. Ambas comienzan a sentir curiosidad y atracción hacia el dormitorio que está cerrado e intacto, y sin querer van dejando salir lo que en él se encierra. En medio de un reparto desparejo, ellas dos son las que mejor se destacan. La fe, los demonios, la noción de familia son algunas de las temáticas que se vuelven a poner en foco, aunque no funcionan como estudio ni de uno ni de otro. Como la construcción de los personajes, todo termina sintiéndose bastante plano y superficial.
El futuro perfecto de Nele Wohlatz es un retrato sobre la migración que entrelaza ficción y documental. La ópera prima de la realizadora alemana Nele Wohlatz, su primer trabajo en solitario, es una película rodada en Buenos Aires sobre una joven china que, como ella en algún momento, migra e intenta armarse un futuro en una ciudad que le es ajena. Xiaobin hace de ella misma en una película que intercala entre el documental y la ficción. Con sólo 18 años llega a Buenos Aires sin hablar español e intentando hacerse un lugar. El eje principal del relato van a ser las clases de español que rápidamente se decidirá a tomar, pero también influye una relación que empieza con un joven que tampoco es de acá, en este caso un indio, que se enamora perdidamente de ella. “Estoy perdida sola en medio de la ciudad”, supo cantar Fabiana Cantilo y así se siente rápidamente Xiaobin al llegar, sin ser capaz de algo tan básico como ordenar algo para comer en un restaurante. Xiaobin desnuda su alma a través de las clases de español, donde a veces actúa y a veces es ella. A medida que va desenvolviéndose mejor con el idioma, también lo va haciendo con su vida en este nuevo lugar. Otro tema importante en la película es el de las decisiones. Esas decisiones que hay que tomar en la vida, de las que hay que hacerse responsables y que podrían llevar a diferentes resultados, diferentes posibles futuros, como los condicionales que aprende en las clases de español. ¿Qué pasaría si se queda con este joven indio? ¿Qué pasaría si les dijese a sus padres que no quiere casarse con un chino al que no conoce?