La nueva película protagonizada por el gran De Niro es un film hecho en base a claroscuros, sombras y contrapuntos. Jack (De Niro) tiene que sondear al convicto que se apoda Stone (Norton) para analizar si es posible otorgarle la libertad condicional. Stone tiene un temperamento particular y no descansará hasta que pueda salir en libertad cuanto antes. Su esposa Lucetta (Jovovich) tiene su propia manera de prestar ayuda. Son varias las entrevistas que se darán lugar en este despacho de la penitenciaría y, sin duda, se puede decir que se origina un verdadero duelo de titanes. Las actuaciones de estos actores son sumamente potentes con un guión ágil, absorbente y punzante, repleto de oportunidades para ver también las entrelíneas de las palabras. Es una delicia verlos desplegarse en las escenas, particularmente a Edward Norton, que construyó un personaje soberbio y conciso hasta en los más mínimos detalles, demostrando una gran versatilidad. El karma es uno de los pilares en los que se basa este film. Recordemos que “karma”, según las religiones dhármicas, es una energía invisible y totalitaria que se desprende de los actos de las personas. El bien y el mal son los protagonistas de la trama psicológica. Ambos hombres no solo representan uno el Bien y otro el Mal, los dos son ambos. Porque cuando el personaje de Jovovich comienza a jugar fuerte y Stone comienza a tener ciertas “situaciones”, Jack verá que no todo credo es indestructible, que la fe puede no mover montañas y que, tarde o temprano, todos cosechamos lo que sembramos. Al gran dúo estelar se le suma, como bien dijimos, Milla Jovovich, que encarna con sumo talento la sensualidad y sexualidad que su personaje requiere. Y le otorga a su papel una fuerza repleta de una seducción sobrenatural; hasta logra que sus ojos actúen transmitiendo esa fuerza fría que la convierte en una gran manipuladora. Se consolida y se coloca junto a los protagonistas masculinos y le da a la película un gran triángulo de presión y suspenso. La película es casi perfecta, se desliza con suma precisión y calidad. Pero en algún momento esto se interrumpe. El ritmo se pierde, se deja de profundizar en la psicología de los personajes, se pierde el clima, se superponen numerosos pasajes bíblicos que, para la altura del film, ya no le son útiles al lenguaje cinematográfico, ya son redundantes. Entonces la película se vuelve insípida, dudosa, tiembla y pierde credibilidad. La crisis ya no es tal, es como un gran viento que, cuando más fuerte debía soplar, se limitó a silbar. Afortunadamente, estos tropiezos no hacen mella en el producto final de la película, que consigue en una escena final breve y profunda, cerrar un certero círculo que comenzó con la primera secuencia de fotogramas al principio de la cinta. Demostrando que vivir es caminar una senda, percibir una línea de contrapuntos y opuestos. Hoy estás del lado visible de La vida, mañana podes representar su sombra.
Hemos de escribir sobre El Rito, la nueva película protagonizada por Anthony Hopkins, cuya trama gira alrededor del caso real de un sacerdote escéptico que realiza un curso sobre exorcismo en Roma y asiste al trabajo poco ortodoxo de un cura especialista en la disciplina. Toda la película gira alrededor de la tirante discusión interna sobre creer o no creer. Ahora bien, es imposible hablar de este nuevo film sin remitirnos, obviamente, a El Exorcista, en mi humilde opinión, la gran película de terror de todos los tiempos. Dirigida por William Friedkin y basada en la novela homónima de William Peter Blatty, este gran y maravilloso clásico de 1974 obtuvo numerosos premios (Premio Saturn a Mejor Película de Terror; Globo de Oro al Mejor Guión; Mejor Actriz de Reparto, Linda Blair; Mejor Director; 11 Nominaciones a los Oscar, de las cuales obtuvo dos estatuillas por Mejor Guión Adaptado y Mejor Sonido). Sabemos reconocer y apreciar el brillo de una joya pero titubeamos y tropezamos al intentar entender por qué. Podemos esbozar algunas ideas pero nunca llegaremos a comprenderlo del todo. Esa es una de las características más hermosas de las joyas del cine, esos clásicos insuperables que se mantienen en vigencia muchos años después de su estreno y han sentado enormes paradigmas para las películas que vinieron después. El Exorcista no solo logra establecer grandes debates sobre la fe, la forma de creer y el eterno conflicto cristiano entre el bien y el mal, sino que además logra posicionar al ser humano como objeto de lucha de esas dos fuerzas. Y todo, en su gran mayoría, dentro de una habitación, donde la sensación de claustro nos invade al ver el film, y con un guión salvaje, actuaciones que ya son de culto y una Dirección de Sonido memorable. ¡Con qué pocos pero contundentes elementos el cine nos brindó las sensaciones más terroríficas e intensas que jamás hayamos experimentado! Resumiendo: El Exorcista es La Gran Atlántida del cine de terror. Perfecta y sublime. De tan perfecta que era, se volvió inalcanzable y se hundió en las aguas. Pero no cualquier agua, sino en los mares de la perfección cinematográfica. Es decir que este film representa una especie de altar hundido en la perfección y por eso inalcanzable. Todas las películas que vinieron luego, incluso las odiosas secuelas del propio guionista de la película madre, han tratado de conectarse con aquella majestuosidad, poder ser dignas de tener un poco de aquella maestría de la gran obra de Friedkin; incluso podría decirse que, hasta en secreto, todas las películas sobre exorcismos son un intento que corre enloquecido entre el terreno del tributo, la copia, o la reversión de una idea con nuevos elementos. Eso también se cumple para esta nueva película de La Warner. Claramente la crisis del personaje del novato cura Michael nunca logra mostrarse con suma calidad, no es creíble. Este actor no logra traspasar la pantalla, no hace que su crisis se haga carne en nosotros. Roma es desaprovechada en sus cameos aéreos. La muestra de un Vaticano súper moderno y tecnológico, en vez de darnos una sensación de erudición, nos aleja demasiado del contexto. Nada es creíble en esta película; las posesiones están muy bien hechas pero carecen de brillo. Es normal que pase esto cuando el director quiere mostrar todo el tiempo la delgada línea que hay entre tomar una posesión como una psicosis o una posesión per se. La película logra tener un giro original, eso es muy loable. Una subversión de los clásicos modelos pero demasiado previsible, por lo menos para mí. Es muy gratificante ver actuar a Anthony Hopkins, siempre lo es y siempre lo será. Mucho más cuando siga aceptando papeles tan distintos como lo hizo en el último film de Woody Allen y en esta película. Realmente actúa de maravilla. Ha construido un personaje dual y completo que por momentos tendrá escenas donde brillará pero será un brillo opaco; este nuevo trabajo tiene muchas reminiscencias de su Hannibal Lecter. De todos modos, da una gran actuación, que no deja de ser sumamente interesante de ver. Si hablamos de lo difícil que es superar a El Exorcista y las ganas que parecen tener los directores de hacer eso ¿podríamos afirmar que nunca más se volverá a hacer una buena película sobre posesión diabólica? Que cada uno lo repiense. Lo que yo afirmo es que será muy difícil poder igualar al clásico pero que se pueden dar nuevos elementos y generar una trama original, por ejemplo como en El Exorcismo de Emily Rose, una muy buena película con giros innovadores. Me cuesta creer que, teniendo en cuenta que dos sacerdotes volverían a ser el centro de atención en una película que analiza el egocentrismo del Diablo y su obstinada necesidad de demostrar que existe, el director, junto con todo su equipo, no hayan sido capaces de darle nuevos aires a un argumento ya mítico. De poseer muchos más elementos técnicos que el film de culto y no poder lograr ni siquiera una cuarta parte del pánico interno que logra El Exorcista. Se quiso reconstruir el brillo de una antigua obra en la arquitectura del cine. Y no se pudo. Es como si se quisiera reconstruir el Coliseo con ladrillitos Lego. Sin embargo, hay que valorar el desafío y las ganas de seguir haciendo cine bajo la sombra de un gran clásico. Porque no hay nada más lindo que sentir en la panza ese terremoto típico, una mezcla de ansiedad y pavor cuando nos sentamos a ver una película que trata sobre este tema que despierta tanta curiosidad y hasta diríamos, ¿por qué no?, morbosidad. Y aunque no sea un éxtasis en este caso, es lindo volver a recordar todo ese hermoso ritual que es sentarse a ver una película de terror.
He aquí una película bendecida por el talento (Pre-seleccionada para el Oscar como Mejor Película Extranjera, Premio del Jurado en el Festival de Varsovia y Premio de Público en el Festival de Zurich). Narra la historia de Alex (Ljubek) y su peculiar viaje a bordo de un tándem para recuperar su identidad perdida. Su mentor, su guía y su sostén es su abuelo (Manojlovic), que usará el backgammon como fuente filosófica y pedagógica para esta travesía de descubrimientos. La película es un torbellino de escenas (construidas con suma calidad) que forman una doble Odisea: recordar y entender el pasado para poder comprender el presente. Una fotografía repleta de esplendor y una banda de sonido excelente nos dejan en las manos el gran imperio cultural que son las tierras balcánicas, sus paisajes, sus costumbres, sus pueblos, su tradición y su manera de entender la vida. Miki Manojlovic (Gato Negro, Gato Blanco) brilla en la pantalla, otorgando una convincente y conmovedora actuación. Es él, mediante la genialidad del director, el que brinda los mejores momentos de la película. Un viaje es siempre una posibilidad para conocer pero también para conocerse a uno mismo. Y mientras vemos el trabajo interior de Álex, quizá veamos algo de nosotros mismos en él. Porque esta película es una generosa y conmovedora crónica sobre los vínculos humanos y cómo ellos nos definen. Sus breves pero profundas oraciones sobre el backgammon y su relación con el secreto de la vida y la ética para tener bienestar son realmente para pensar, re-pensar y atesorar. El juego de mesa, como centro crucial donde se apoya el guión y la trama, le ha dado un interesante giro al uso de la metáfora y el simbolismo en el cine. Pero sobre todo da algo muy valioso al espectador: la posibilidad de mirar una película con el corazón en las manos, pues de él habla y hacia él apunta mediante todas las herramientas que el celuloide puede brindar. Y si piensan que conectarse con el corazón de uno mismo puede ser difícil, no se preocupen, esta película les da el atajo para permitirse ver una historia repleta de solidaridad, sabiduría, ternura y amor. Amor hacia el prójimo, hacia tu tierra, tu pasado, tu tradición y amor hacia uno mismo. Hecho con tierna simplicidad y una profunda humanidad, este film tiene todos los ingredientes para convertirse en un delicioso e inolvidable festín de sensaciones.
Este film pulveriza la barrera que existe entre la ficción y el documental, con los escombros de esta transgresión originando un nuevo orden: la realidad. Laura Linares ha logrado una película-documental majestuosa que no solo nos obliga a mirar sino también a ver. La historia es sencilla: Valeria es una adolescente que vive en Bariloche. No reside en el Bariloche de calles bien cuidadas y chocolaterías por doquier, ella vive en la marginalidad de la ciudad turística. Lucas es un joven privado de su libertad, ha desarrollado un cambio en su moralidad y tiene poderosos motivos para creer que el robo no es un delito. Pese a sus convicciones, acepta su claustro y cumple su pena con buen comportamiento. La madre de Lucas completa este triángulo de personajes principales. Ella es una mujer, como otras tantas mujeres argentinas, que lleva el sacrificio, la responsabilidad, el trabajo y el bien-hacer incrustados en su código genético. Visita a su hijo semana a semana durante los dos años que el documental registra, llevándole comprensión pero sobre todo redención. Es una devota de la iglesia evangelista y será la que nos ayude a entrar como espectadores tambíén al mundo de la fe de aquellos que viven del otro lado de la vida. Varias amigas de Valeria comienzan a cartearse con presidiarios. La joven imita la acción y entra en contacto con Lucas. Dulce Espera es el registro de esta relación nacida en un peculiar contexto. De la calidez de una carta, hasta miradas repletas de soledad, pasando por bellos paisajes sureños sin dejar de lado las postales fílmicas del crudo invierno, vamos observando lo que Laura Linares ha decidido que observemos. El logro más importante del producto de Linares es , sin duda, su generosidad como directora. Nos ha ofrecido nada más y nada menos que la realidad, lisa, pura, llana y punzante. Y la ha recortado con audacia para otorgarnos el elixir de su análisis y nos dirige con sabíduria por este sendero creado, un camino que nos pasea por la vida de unos personajes que están siempre al costado de la realidad. Este documental tapiza nuestra conciencia con otros registros, nos plantea la posibilidad de una interesante problematización y de un ameno cuestionamiento interno. ¿Sabemos lo que somos? ¿Sabemos qué es lo que nos constituye como sociedad? ¿Una sociedad somos todos, o solo somos aquello que nos gusta mostrar?. Para comprender una realidad hay que analizarla en su totalidad, la realidad somos todos, la comprensión es para todos. La marginalidad es un terreno, que como la palabra indica, se lo olvida y destierra. Sin juzgar elecciones de vida, no hay que dejar de observar la capacidad de soportar, estas personas pueden darnos una gran lección de fortaleza, pues valientes son quienes pueden levantarse día a día en una ciudad que los ignora. La película dice poco desde su económico guión. En cambio , muestra mucho desde la talentosa perspectiva de Laura Linares, qjuien ha conseguido que la cámara se convierta en sus pupilas, y que su codificación de aquello que ve sea un agridulce licor, que se destiló hasta quedar reducido en una pequeña y poderosa gota repleta de una poderosa calidad. Esa gota invisible , es la que se queda prendida a nosotros cuando terminamos de ver el documental repletos de una sensación difícil de explicar. ¿Cómo alguien puede decir tanto, con tan poco? ¿Y cómo puede lograr que gran parte de eso sea hecho desde ímágenes, esperas y silencios? . Ese es el misterio que envuelve como un sudario al talento de Laura Linares y esperemos por el bien del buen cine, que tarde mucho tiempo en descubrirlo. Así podrá seguir buscando en sí misma y extrayendo de la realidad los elementos que la sigan perfilando como la sobresaliente directora que es.
La vanguardia siempre debe ser recibida con alegría y celebrarla. Los nuevos aires en la creación fílmica, es lo que uno inconscientemente siempre espera, que las películas vayan por más, que los directores sorprendan, que la propuesta sea novedosa. No hay género en donde observar una novedad sea más difícil que en las películas de terror. Un estilo de películas donde ya se ha probado casi todo. Es sumamente reconfortante sostener que con La Casa Muda (Mención Especial “Opera Prima” Festival de La Habana 2010) el género de terror ha mostrado una nueva cara. Esta película uruguaya está basada en un hecho real ocurrido en una pueblito del interior del ese país, en la década del 40. El guionista ha escrito esta historia basándose en los reportes y evidencias recolectadas por la polícia. Así se reconstruyen los hechos que sucedieron en esta pequeña casa abandonada en el medio de un campo. Los 74 minutos que dura la película, son rodados en un solo plano, logrando que el espectador esté también en la casa, siguiendo a Laura mientras la recorre. Terror en tiempo real. Esta cercanía ofrece la oportunidad de asomarnos de una manera más profunda al miedo. La cinta se ha convertido en el primer film de terror en el mundo en ser filmada en su totalidad en plano secuencia y el segundo film de terror en utilizar, también,una cámara de fotos. El sonido de la película es tenebrosamente perfecto, la dirección de arte ha logrado acondicionar la casa de una forma en la que el miedo y la locura se perciben, también , gracias a la atmosfera visual que han podido crear. Cada objeto colocado en el lugar indicado para ofrecer impacto y acrecentar el clima de suspenso y expectativa que el plano secuencia lleva adelante. La estética de esta película ha sido una pareja perfecta para las novedades en el lenguaje fílmico que presenta. Logra momentos sumamente inquietantes. Pero no todo es un lecho de rosas. Lamentablemente la película se debilita cuando llega la escena de la explicación de los acontecimientos. El espectador viene de una sensación de sofoco, encierro y varios sobresaltos para llegar a un momento de razonamiento argumentativo que deja muchísimo que desear. La película vuelve a salvarse un poco en la última escena, que se encuentra pasando los títulos finales, donde podemos ver un excelente simbolismo sobre el enajenamiento y donde el director muestra una vez más su gran (y muy acertada) obsesión para representar el terror de una manera sumamente poética. El film, quitando algunos aspectos bajos es una excelente demostración de que no está todo dicho en la industria el cine, menos aún en un género cinematográfico. Y que se puede ofrecer, aún hoy, nuevas y originales maneras de jugar con las emociones del espectador y de poder seguir alimentando la obsesión de cualquier amante del cine por la buena estética.
Para el desarrollo de la trama Meza ha elegido tres elementos para contar esta historia sencilla y mínima: Un guión costumbrista y sencillo, repleto de vueltas inteligentes (Mejor Guión en la 38vo Festival Iberoamericano de Gramado 2010), digno heredero de las novelas de Manuel Puig, las actuaciones de los dos protagonistas que logran retratar la enorme distancia que hay entre ellos, pese a la cercanía física de los espacios cerrados; y varias secuencias de imágenes, escenas carentes absolutamente de guión y con pocos elementos. Podría decirse que son postales sociales y urbanas o haikus visuales que muestran la cotidianeidad en la cual se mueven los protagonistas. Al comenzar la película somos testigos de varias escenas que nos situarán en la situación propia de cada personaje. Rosa (Aizemberg) es una anciana mañosa que vive en una extrema soledad y es quien le propondrá un interesante trato a Marcelo (Piroyansky), su vecino, un estudiante de medicina proveniente del interior del pais, al cual la vida en la ciudad de Buenos Aires no se le está haciendo nada fácil. Las situaciones que rodean al personaje de Marcelo son sumamente gráficas con respecto a los obstáculos y conflictos típicos de aquellos jóvenes que provienen del interior de nuestro país para poder realizar sus estudios en la gran ciudad. Buenos Aires, para ellos, representa la fiera que todos quieren acariciar y que todos necesitan domar. Entrar en la Capital Federal para un alguien proveniente del interior es como aceptar que sobre él cuelga una soga invisible con un gran nudo que le rodea el cuello y,.que, a medida que las cosas se compliquen, esa soga apretará cada vez más. La fuerza de voluntad puede existir, pero su existencia corre constante peligro cuando la ciudad presenta su silenciosa hostilidad. En esta situación (según el desarrollo del guión y de las éscenas tan claramente gráficas y representativas) se encuentra el protagonista masculino, en un estado de búsqueda de su propia identidad, cultivando su templanza, armando su coraza en un ardiente y doloroso contacto con su soledad. Piroyansky, en mi humilde opinión, no logra desenvolverse satisfactoriamente de acuerdo a la situación de vida que presenta su personaje, no otorga credibilidad, ni logra representar el complicado dilema que el guión contiene para poder ofrecérselo al espectador. En cambio, es un excelente partenaire para las escenas con Adriana Aizemberg, la gran joya de esta película. Su actuación (Mejor Actriz- Festival Iberoamericano de Cine de Huelva 2010-36ta edición) es de una perfección asombrosa. Ha sabido construir un personaje muy sólido, atípico para el concepto que se tiene de ella. Las partes del guión, que la tienen como protagonista, se deslizan sobre su lengua con una capacidad de oratoria maravillosa, un gran manejo del humor, y una impronta en las facciones de su cara para decir muchas cosas cuando habla, pero sobre todo, otras cosas cuando calla y congela su mirada. En ella la película encuentra su punto de apoyo, su pilar, su gran calidad. Esta vieja que solo quiere matar a la soledad, que quiere echarla de su vida, prohibirle que se siente a su mesa logra tener momentos de humor memorables y nada tiene que envidiarle al personaje de Chus Lampreave en La Flor de mi Secreto de Almodóvar. El film se empieza a percibir denso, con un ritmo demasiado lento, cuando las conversaciones se reducen y solo queda una escena atrás de otra sobre una crisis, poco creíble, del protagonista masculino, hasta un final completamente previsible. En resumidas cuentas, y destacando lo positivo, La Vieja de Atrás es una interesante muestra del costumbrismo de la mano de Pablo José Meza. Y aunque , por momentos, la película, es una linda opción para ver la sobresaliente actuación de Adriana Aizberg quien nos demuestra que con un repasador en la mano, un yeso en el brazo, su cabello peinado arcaicamente, su paso lento de anciana, su desconfianza hacia los supermercados chinos, su visión de la vida, el collar rojo que pierde a cada rato, su obsesión con las persianas y su lengua filosa, puede construir un personaje inolvidable.
Basándose en el famoso cuento japonés de los tres monos de la sabiduría donde cada uno se cubre con las manos una parte del rostro: ojos, boca y oídos. No ver, no oir, no decir (nada malo). Esta película tiene como centro el poder de la mentira. El argumento es sostenido por la historia del silencioso e imperceptible, pero certero, derrumbe de una familia. Se aferran al silencio como táctica de supervivencia y prefieren ignorar los acontecimientos que les golpean la cara y les hace pagar el precio de sus decisiones. Seleccionada para representar a Turquía en los Oscar como Mejor Película Extranjera, esta cinta tiene un ritmo suave, pero no tedioso y un guión minimalista afilado como una cuchilla. Se destaca, sin lugar a dudas, una estética sublime. Cada plano está sabiamente construido, cada imagen es un volcán que estalla levemente ante los ojos del espectador. Por lo tanto, para aquellos cinéfilos que conciban cierta parte de una película como un gran álbum de fotografías vivientes de imágenes visualmente conmovedoras, esta es la película que deben ver. Un manjar para sus sentidos, que no deben perderse. Nuri Bilge Ceylan fue premiado como mejor director por Tres Monos en el Festival de Cannes del 2008. El galardón es más que merecido cuando se puede notar el excelente trabajo realizado en la dirección de actores, que vagan como satélites sin una órbita que los contenga, por toda la película. Es un gran profesional para mantener el tono amargo de la historia durante toda la proyección y ha sabido crear una atmósfera opresiva y aplastante que se consolida segundo a segundo. También ha sabido darle un momento al humor, que proviene de una original y desopilante situación con un ringtone, para pasar, momentos después, a una escena donde el sombrío y quebradizo recuerdo de un ser querido, es tratado de una manera sublime, estéticamente hablando. En varias declaraciones el director ha reconocido que la psique humana siempre lo ha fascinado y hasta asustado. No es casual entonces que, ver esta película sea asistir a la apertura del cajón de la condición humana, disfrutar por casi dos horas el trabajo visual de una persona que ha construido un elogio a la soledad interna de cada individuo, como si fuese un reconocido antropólogo. El escritor ruso León Tolstoi era un gran maestro de la angustia humana y sin lugar a dudas podemos decir que Ceylan ha llevado esa misma maestría al celuloide. Porque como dijo el escritor y como confirma el trabajo del director, en el desarrollo de Tres Monos, “todas las familias se parecen pero cada una es desdichada a su manera.”