Me enamoré de una bruja En la tranquila población de Gatlin pocas cosas encuentra el joven Ethan para entusiasmarse. Mientras espera el momento de entrar a la universidad para alejarse del pueblito, conoce a Lena, una enigmática muchacha que lo cautiva pero que esconde más de un secreto. Desde hace ya bastante tiempo Hollywood padece una sequía alarmante de ideas originales para sus películas; es por eso que se precipita con avidez sobre nuevas versiones de viejos filmes, adaptaciones de productos de filmografías extranjeras, series televisivas capaces de despertar la nostalgia y, sobre todo, sobre éxitos editoriales con buena aceptación entre el público juvenil. Y si la historia en cuestión pertenece a una saga de varios volúmenes, el filón resulta irresistible. Por eso, los productores de este filme se lanzaron a la realización de esta versión de la primera de cuatro novelas de las autoras Kami García y Margaret Stohl que, desde su edición a fines de la década pasada, ha mostrado excelentes cifras de venta y de aceptación entre los adolescentes. Emparentada por este motivo con la recién concluida saga de "Crepúsculo" y con la hasta ahora muy exitosa serie de "Los juegos del hambre", este filme abre lo que será sin dudas al menos una trilogía sobre amores complejos entre jovencitos humanos y brujas (perdón, "casters") inmortales, adornado con reflexiones más o menos profundas sobre el bien y el mal, la luz y la oscuridad y otras antinomias. Si bien el esquema luce archiconocido, es cierto que el tratamiento cinematográfico es más que aceptable; la pareja de protagonistas salva sin problemas sus roles y resulta bien apuntalada por los adultos que completan el elenco (algo acartonado Jeremy Irons, siempre excelente Viola Davis y simpáticamente zafada Emma Thompson). La fotografía es excelente, los efectos especiales convencen y el ritmo narrativo está bien administrado, con algunos toques de humor que no van a quedar en la historia del cine pero que ayudan a distender el clima. Por lo demás, esta historia de amores imposibles que la literatura dramática ha transitado desde "Romeo y Julieta" hasta "Pobre diabla" (pregúntenle a alguien de más de 45 años si no conocen este último título) no encuentra en esta exposición matices particularmente novedosos. Las posteriores entregas de la saga dirán si fue o no un acierto comercial; este primer capítulo muestra buena factura y pocas novedades, pero eso poco tiene que ver con el éxito en las boleterías, que es lo que realmente les importa a los productores.
Tarantino químicamente puro En el sur norteamericano de mediados del siglo XIX, un cazador de recompensas libera a un esclavo para que éste lo ayude en su tarea. Cuando se entera de que la esposa del esclavo permanece cautiva en una plantación decide ayudarlo en la empresa de liberar a la mujer. Algo especial ha de tener este señor Tarantino ya que, con menos de una decena de largometrajes dirigidos en su haber, ha impuesto sus filmes como "películas de Tarantino" aunque en el elenco figuren nombres rutilantes como los de John Travolta, Harvey Keitel, Bruce Willis, Uma Thurman, Kurt Russell, Brad Pitt o (en este caso) los enormes Christoph Waltz, Leonardo DiCaprio, Jamie Foxx o Samuel Jackson. Una de las (tantas) características que distinguen al realizador entre sus colegas es la creatividad de la que hace gala tanto en los aspectos formales de sus filmes como en las atrevidas situaciones que propone desde los guiones. La utilización osada de la música, el escaso respeto por el rigor histórico que enmarca a sus historias y los permanentes guiños cinéfilos a la platea figuran entre sus apreciadas marcas de fábrica. Todo esto aparece en estado puro en este western que a lo largo de casi tres horas divierte, entretiene y sorprende al espectador. Una historia de sangre y violencia que transcurre en ese sur norteamericano en el que ya se palpita la guerra civil que está a punto de desencadenarse; un dentista alemán que en realidad es un cazador de recompensas, un esclavo que pretende liberar a su esposa cautiva en una plantación, un despótico traficante que promueve peleas a muerte entre esclavos y un servil amanuense negro que maneja tiránicamente a sus congéneres son algunos de los ingredientes con los que Tarantino arma un imperdible plato, ornamentado con una excelente fotografía y un sobresaliente manejo de la música. El realizador avisa de entrada que va a ofrecer un western con todas las de la ley, e inmediatamente comienza a salirse de los márgenes del género para escribir su propia historia. Amaga con proponer una reflexión sobre la esclavitud y la intolerancia racial y termina por utilizar ese marco anecdótico para esbozar una parábola sobre la venganza y la redención. Las actuaciones (extraordinario, una vez más, Christoph Waltz) son otro punto descollante de la producción. Jamie Foxx encuentra el tono justo para su Django, y concreta una transición sorprendente entre el esclavo temeroso de los primeros minutos y el pistolero infalible del final, y DiCaprio confirma sus dotes de gran actor y se luce con los cambios de humor de su personaje; el resto del elenco aporta tipos exactos para cada una de las situaciones diseñadas desde el guión. En definitiva, todo suma para que Tarantino cuente "su" western, que critica, caricaturiza y, al mismo tiempo, homenajea a aquellas producciones italianas que marcaron una época dentro del cine de acción. Y hay que destacar el sentido del humor que campea sobre toda la proyección, con tramos antológicos como el de la incursión de una suerte de "pre Ku Klux Klan", una secuencia que por sí sola devuelve el precio de la entrada.
En el universo de los poderosos Robert Miller es un multimillonario que aparentemente lo tiene todo: éxito en los negocios y una familia envidiable. Sin embargo, durante el proceso de venta de su corporación a un poderoso banco se ve involucrado en un hecho policial que puede terminar con su buena vida. El relato que construye el director Nicholas Jarecki comienza por describir al protagonista, encarnado con solvencia por Richard Gere. Se trata de un millonario al que la vida parece sonreír en todos los planos posibles; sin embargo, de a poco el espectador comienza a advertir que no es oro todo lo que reluce. La corporación que dirige el magnate no tiene todos sus números en orden, y su aparentemente feliz vida familiar esconde profundas grietas. Todo va a entrar en crisis a partir de un hecho policial que involucra directamente al protagonista, y que amenaza con pulverizar su envidiable bonanza. El multimillonario comenzará una carrera contra el tiempo para vender su corporación a un poderoso banco antes de que los investigadores descubran la verdad. A partir de este interesante planteo, el realizador se decanta hacia la vertiente del suspenso y de la intriga policial, y renuncia a profundizar en la crítica a los aspectos oscuros y censurables de la relación de los poderosos con el resto del mundo que los rodea. De a ratos, da la sensación de que el núcleo dramático del filme va a centrarse en estos aspectos, pero los códigos del thriller lo llevan por otros caminos. En una historia con muchos villanos y ningún héroe, el director decide no insistir en la línea que esboza el policía (interpretado algo rutinariamente por Tim Roth) en el sentido de que a los verdaderos dueños del poder nunca los alcanza la justicia y que jamás deben asumir las responsabilidades que les corresponden por sus acciones. Pero debe reconocerse que el entretenimiento que propone el filme funciona aceitadamente. Las situaciones que enfrenta el protagonista se van encadenando con fluidez, y la intriga se sostiene a pesar de que la estructura general del guión no es demasiado original. Mucho tienen que ver con estas virtudes el buen ritmo que el director imprime a la narración y el acierto en la elección del elenco, en el que sobresale Richard Gere con un trabajo complejo y lleno de matices.
No es otra tonta película de miedo Durante las primeras escenas la película parece un muestrario de lugares comunes en los filmes de terror: la descripción de los cinco jóvenes que se disponen a disfrutar de un fin de semana en una aislada cabaña en el bosque anuncia el festival de sangre que seguramente se desencadenará en cuanto las primeras sombras ganen la pantalla. En efecto, esto ocurre; pero (y aquí está la interesante idea de los guionistas) todo lo que sucede está celosamente monitoreado por un conjunto de técnicos que influyen directamente en el desarrollo de los acontecimientos a través del manejo de una sofisticada tecnología. Poco más se puede adelantar de la trama sin revelar los interesantes giros que propone el guión, que intenta de esta manera avanzar sobre el ya muy transitado terreno de la estructura y el contenido de los filmes de terror. Esta es la mayor virtud del filme, que no ahorra puertas que se cierran solas, hectolitros de sangre, miembros seccionados, zombis asesinos y cuerpos atravesados. En realidad, se trata de una generosa lista de elementos vistos en centenares de filmes del género puesta con aciertos visuales en la pantalla, y con el agregado (en el último tercio del filme) de una galería de monstruos realmente sorprendente. Lo atractivo de la propuesta es que todo esto está al servicio de una idea sumamente original, que hubiera permitido a los guionistas intentar una verdadera disección de los elementos que componen este tipo de producciones, y reflexionar profundamente acerca del género de los filmes de terror. La trama, sin embargo, se decanta hacia una suerte de festival gore y propone un remate absolutamente fantástico. Lo cierto es que todo esto se resuelve con acertados recursos cinematográficos y con sorpresivos giros del guión; el entretenimiento, entonces, está asegurado, sobre todo para aquellos que gustan del género. Los que vayan esperando algo más profundo, tal vez sientan algún grado de decepción.
Escape al estilo Hollywood Seis diplomáticos norteamericanos se refugian en la casa del embajador canadiense en Teherán durante la crisis de los rehenes en Irán a fines de 1979. Un agente de la CIA inventa la producción de una película falsa para entrar al país y rescatar a los diplomáticos escondidos. Esta es una de esas películas en las que el espectador debe recordar a menudo que los hechos que está viendo en pantalla están basados en sucesos reales; porque aunque se sabe que los acontecimientos están debidamente sazonados por el guión, de a ratos cuesta creer que algo así haya ocurrido realmente. Quienes recuerden (o se hayan informado de lo que ya es historia) la crisis de los rehenes en la embajada norteamericana en Irán a fines de los años 70 encontrarán sumamente atractiva esta recreación realizada con grandes aciertos por Ben Affleck, quien ha encontrado como director logros que parecen ausentes en su carrera como actor. Aquí cumple el doble rol, porque además de sentarse detrás de las cámaras, encarna con sobriedad al protagonista de la historia, el agente de la CIA Tony Martínez. La historia resulta muy atractiva, porque la idea de inventar una película falsa para simular que los seis diplomáticos escondidos en la casa del embajador canadiense en Teherán son miembros del equipo de producción del filme sonaría delirante si no hubiera ocurrido en la realidad. Affleck, sin embargo, pone el acento en los dramas personales de los seis diplomáticos que deben fugarse de Irán y en los del agente de la CIA, que inesperadamente pierde el apoyo de su gobierno cuando ya la misión está lanzada. Los dos personajes "hollywoodenses" (a cargo de los simpatiquísimos John Goodman y Alan Arkin) le ponen color y humor a la historia, que si bien transcurre por andariveles ya transitados en el cine de suspenso, lo hace con gran fluidez y atrapando la atención de los espectadores a lo largo de las casi dos horas de proyección. Affleck se muestra seguro al marcar el ritmo de la narración, y apela con buen criterio al desarrollo de escenas paralelas, que tan buenos resultados rinde en este tipo de filmes. Y logra que, a pesar de que se sepa de antemano el resultado de la misión, los espectadores se muerdan las uñas hasta el mismo desenlace del filme. De tanto en tanto, resulta reconfortante disfrutar de la posibilidad de dejarse llevar por un relato clásico, dosificado a la perfección sin necesidad de apelar a los efectos especiales espectaculares o a frenéticas persecuciones o escenas de acción para asegurarse la atención de la platea. Affleck, en su tercer largometraje, confirma que su carrera como director sigue en ascenso.
Tim Burton por Tim Burton Quienes siguen atentamente el cine del realizador de "El joven manos de tijera", "Ed Wood" o "El cadáver de la novia" (entre muchas otras) sentirán un enorme placer al asistir a uno de los filmes más "burtonianos" de la carrera del director. En esta oportunidad vuelve sobre el tema de un corto que hizo hace casi tres décadas y lo presenta en una versión deliciosa, llena de guiños, homenajes, tributos y referencias, realizada con excelentes recursos cinematográficos y, fundamentalmente, con un indisimulable amor por el cine. Ya en la primera escena, la película casera que Víctor muestra a sus padres (y a su perro) no puede sino regocijar a los espectadores. Y todo lo que sigue está en la misma línea. Le toca al joven protagonista presenciar el accidente que le cuesta la vida a su querida mascota; el chico toma demasiado al pie de la letra el comentario que escucha de su madre ("si pudiéramos, lo traeríamos de vuelta"), hace pie en su afición por la ciencia y reedita el experimento del doctor Frankenstein para devolverle la vida al perrito. Todo lo que sigue está en línea con la famosa novela de Mary Shelley, contado con mucho humor y apoyado en las singulares características de los personajes que intervienen en el relato, entre los que se destaca el profesor de ciencias (una adorable mezcla de Vincent Price con Martin Landau, este último a cargo de la voz del personaje en la versión no doblada al castellano). Quizá la intensidad del filme decaiga un poco al promediar el relato, cuando algunos compañeros de Víctor acceden al secreto de la resurrección de Sparky e intentan aplicarlo a sus propias mascotas. Pero esto no le resta brillo a la propuesta, si bien conspira contra la fluidez de la narración, Burton mueve sus entrañables muñecos en la monocorde escenografía de un impecable pero aburridísimo pueblito y maneja con maestría las posibilidades expresivas del blanco y negro. La utilización del 3D no está enfatizada; el director renuncia expresamente a los golpes de efecto con, por ejemplo, objetos que vuelan sobre los espectadores o tiros de cámara pensados sólo para aprovechar la ilusión de profundidad. Por el contrario, prefiere ceñirse al relato, divertir a los más chicos y proponerles a los más grandes y a los adultos sentados en la platea un desarrollo dramático más que atractivo, homenajes y reconocimientos sutiles al cine de terror y la pintura de una sorprendente colección de personajes exóticos y absolutamente queribles.
Los monstruos están de fiesta La trama argumental de este tipo de filmes suele ser sólo un pretexto para desplegar en la pantalla los cada vez más sorprendentes recursos de la animación digital. Este caso no es la excepción: el guión es apenas una idea desarrollada linealmente y sin sorpresas, pero sirve para que los personajes retocen a sus anchas en la pantalla. Toda la imaginación de los creativos de la producción estalla en cada una de las escenas, en las que los personajes (uno más estrafalario que el otro, además de los conocidos Drácula, Frankenstein, el Hombre Lobo, Quasimodo, el Hombre Invisible) van y vienen, se persiguen, se golpean, saltan y brincan mientras entregan un despliegue visual sorprendente. No importa mucho, entonces, el desarrollo de la historia, demasiado previsible. Porque en cuanto llega al desopilante hotel del título un despistado mochilero humano, queda claro que se multiplicarán las situaciones caóticas entre el jovencito y los monstruosos huéspedes, y que el amor florecerá (no sin contratiempos) entre el muchacho y Mavis, la hija del Conde Drácula. La película resulta divertida de a ratos, con hallazgos visuales y humoradas en el guión, que se inscribe claramente en esta tendencia tan de moda de tratar el horror desde una perspectiva amable y simpática. De manera que los monstruos no asustan ni repugnan, sino que se comportan como entrañables mascotas. Y como para ellos no rigen las reglas que gobiernan la vida y el comportamiento de los humanos, la mesa está servida para cualquier tipo de desborde en el tratamiento visual. Un punto en contra es el excesivo vértigo en el ritmo narrativo; la velocidad y el amontonamiento de situaciones en la pantalla resulta tolerable en un corto televisivo, pero llevado a la casi totalidad de los 91 minutos de la proyección, puede resultar agobiante. De todas maneras, la propuesta es interesante y divertida, sobre todo por la perfección de la realización técnica y por el despliegue de imaginación mostrado en la pantalla.
El resultado de la suma no es cuatro El matrimonio de Emilia y Diego no pasa por un buen momento; la pareja recibe la propuesta de intercambiar parejas por parte de Betina y Richard, sus mejores amigos. Emilia se muestra entusiasmada pero Diego tiene profundas dudas. Sin embargo, intentarán la experiencia. Algunos espectadores (sobre todos, los que llevan ya varias décadas soplando velitas) pueden caer en la tentación de trazar un paralelo entre esta historia y la que Paul Mazursky abordó en 1969 en "Bob & Carol & Ted & Alice", un título que con el correr de los años resultó emblemático. Sin embargo, la realidad cultural y social que le daban marco a las dudas y las certezas que acosaban a los Henderson y a los Sanders en aquel filme están muy lejos (a más de cuatro décadas) del entorno cotidiano en el que se desarrollan las tribulaciones de Emilia, Diego, Betina y Richard en esta realización de Diego Kaplan. Y, por sobre todas las cosas, la intención de este filme argentino es plantear una comedia divertida con un tema que puede dar, posteriormente, para reflexiones más profundas, pero que de ninguna manera pretende erigirse en tesis sociológica. Hay que destacar la realización técnica y los detalles de la producción, muy cuidados y prolijos. También la narración de Kaplan tiene méritos, porque más allá de algunas debilidades del guión (situaciones arbitrarias, diálogos reiterativos), logra conformar una historia consistente y bastante divertida. Para el momento posterior a la proyección quedarán las discusiones acerca de los códigos, las reglas de juego, las traiciones, las lealtades y la legitimidad o no de apelar a distintos recursos para tratar de salvar la pareja. La propuesta no pretende responder a estos interrogantes, sino simplemente, contar una historia divertida. Y a grandes rasgos, lo logra. Las actuaciones son correctas, con un trabajo sutil de Minujin y acertadas composiciones de Peterson y Julieta Díaz. Suar vuelve a hacer de Suar, aunque en este caso el personaje le cae bastante bien. Los actores secundarios están particularmente cuidados, sin sobreactuaciones. La propuesta cierra como un aceptable entretenimiento cinematográfico, y en el caso de la proyección en sistema digital, se disfruta de una excelente imagen y un sonido equilibrado, al punto que el espectador se siente liberado de la tortura de esforzarse para entender lo que dicen los actores, lamentablemente asociada con las películas argentinas de hace algunos años.
Los recuerdos suelen contarte mentiras Los recuerdos suelen contarte mentiras", dice Serrat en una canción. La idea poética del catalán parece ajustarse a lo que la ficción propone literalmente en este filme. A pesar de que se trata de una remake de un filme estrenado hace 22 años (dirigido por Paul Verhoeven y con Arnold Schwarzennegger como protagonista), no vale la pena trazar paralelos entre las dos realizaciones. Sí, tal vez, reflexionar acerca de las posibilidades que ofrecía la novela de Phlip K. Dick sobre la que se basa el argumento: la idea de que pueden implantarse recuerdos ficticios en el cerebro (y que este servicio lo presta una empresa privada) abre una serie de posibilidades interesantes a partir de que el "implantado" comienza a dudar de qué es real y qué no en su nueva existencia. Es lo que le ocurre al protagonista de la historia, un trabajador de una línea de montaje de sofisticados robots que no pretende otra cosa que vivir una experiencia apasionante. Algo sale mal durante el proceso y el hombre se encuentra en una situación inesperada; pero lo más sorprendente (aún para él) es su reacción, que se compara con la del más eficiente agente secreto. Allí comenzarán las persecuciones, los tiroteos y las explosiones mientras el protagonista trata de entender qué es lo que ocurre, quiénes son sus aliados y quiénes sus enemigos, porque se destapa una trama de conflictos políticos, tácticas de espionaje y de infiltración, traiciones y lealtades. El director Len Wiseman prefiere colocar su película en la vertiente de la acción y de la adrenalina antes que hacerla girar sobre el planteo de problemas filosóficos acerca de la realidad o de la verdad. Debe decirse que lo hace con recursos muy genuinos y con escenas de gran impacto visual. La recreación del mundo futuro (la zona gris donde trabajan los obreros y el contraste con el territorio en el que viven los poderosos) resulta muy interesante, con obvias referencias a las calles lluviosas con mayoría de población asiática y grandes carteles electrónicos de publicidad de "Blade Runner" (otro filme sobre una novela de Dick). Farrell resuelve satisfactoriamente su personaje, un hombre que no termina de entender dónde está parado pero que comprende los peligros que lo acechan; Kate Beckinsale y Jessica Biel aportan su incuestionable belleza, pero sus composiciones resultan más esquemáticas. Bryan Cranston y Bill Nighy se ven algo desaprovechados, sobre todo porque la trama se centra en la acción y parece despreciar las posibilidades de reflexión que ofrecía la idea original. Con todo, se trata de una realización correcta, con detalles de ambientación sorprendentes y escenas de acción espectaculares, narradas con precisión. El problema es que a los filmes de ciencia ficción basados en novelas sustanciosas ("Fahrenheit 451", "Blade Runner", "Sentencia previa", "Inteligencia artificial"), suele pedírseles algo más. Y aquí parece haberse perdido una interesante oportunidad de volar un poco más alto.
Batman por siempre y para siempre Christopher Nolan propone un cierre de lujo para la trilogía sobre la historieta del Hombre Murciélago que concibió y empezó a desarrollar hace siete años. En este remate, el realizador británico supera un desafío tremendo ya que potencia las virtudes de sus anteriores entregas, en las que fue elevando el nivel a través de la creación de un universo oscuro y asfixiante en el que se mueven personajes de una complejidad sumamente interesante. Al desarrollo del personaje de Batman-Bruce Wayne (el millonario resentido por un pasado sombrío que pone a su alter ego enmascarado a luchar por las causas nobles) le agrega la presencia de la inquietante ladrona Gatúbela y la aparición del malvado Bane, un verdadero hallazgo. Este es un despiadado asesino que siembra el caos en toda la ciudad, pero que se plantea como objetivo la abolición del sistema, y que pone en jaque a las grandes corporaciones de Wall Street mientras sume en el pánico a los ciudadanos comunes a los que dice reivindicar. Wayne, entonces, abandona el ostracismo que se ha impuesto y decide volver a calzarse el traje de Batman que tiene arrumbado en su legendaria cueva. Pero el relato de la lucha entre el Bien y el Mal, un clásico de las historias de superhéroes, tiene en este caso una reformulación que relativiza las definiciones tajantes. En esa expresión de grises está la gran riqueza no sólo de esta entrega sino de toda la saga concebida por Nolan. El resultado es una película vibrante, muy bien contada, con explosiones de violencia y acción convenientemente administradas para mantener el ritmo de la narración mientras la trama principal y las subtramas se van desarrollando sin tropiezos. No falta la exhibición de la extraordinaria motocicleta artillada del protagonista, a la que se agrega la presentación de una fabulosa mini-aeronave. Al mismo tiempo, el guión propone reflexiones sobre la violencia, la naturaleza humana, el heroísmo, la solidaridad, la paranoia y muchas otras cosas. A las equilibradas interpretaciones de los ya conocidos Christian Bale, Morgan Freeman, Gary Oldman y Michael Caine se agregan las de Tom Hardy (potente encarnación del villano Bane), Anne Hathaway (deliciosa como Gatúbela), la dúctil Marion Cotillard en el papel de la ejecutiva Miranda Tate y Joseph Gordon Levitt, sobrio y convincente en la piel de un joven policía que confronta con Bruce Wayne y lo mueve a abandonar su retiro y volver a la acción. La partitura de Hans Zimmer, densa y obsesiva, hace una generosa contribución al clima general de la película. El guión está inteligentemente construido, y prácticamente todos los parlamentos de los actores y las situaciones que muestra resultan ser piezas de un mecanismo que encaja a la perfección en el desenlace. No faltan las referencias a los anteriores filmes de la serie, por lo que sin lugar a dudas, aquellos que hayan visto las anteriores entregas estarán en condiciones de disfrutar de todos los detalles que se proponen en la pantalla. Sin embargo, la película funciona sin problemas como una unidad en sí misma, y puede entenderse perfectamente aunque no se tenga conocimiento previo de la saga. Y por más que haya algunas arbitrariedades y exageraciones en el relato, el saldo de estas dos horas y media de entretenimiento que propone Christopher Nolan para cerrar su versión de Batman es altamente positivo.