Una de terror en las pampas Aunque parte de una premisa por demás interesante, la película abreva en demasiados lugares comunes del cine de John Carpenter, Sam Raimi y Wes Craven. De todos modos, se reserva un final a toda orquesta, una carnicería con su propio sello original. Como en casi todo el mundo, el estreno de películas de terror suele ser una apuesta segura en Argentina: difícil que alguna alcance a estar entre las más vistas del año, pero suelen dejar un aceptable margen de ganancia. Atentos a los títulos que llegan a las salas locales, sobre todo desde Estados Unidos, y viendo lo que ha crecido en los últimos años la producción local del género, es inevitable preguntarse por qué ese público dispuesto a pagar una entrada para ver películas muchas veces mediocres no responde del mismo modo cuando se trata de trabajos de artistas argentinos. La respuesta es compleja e implica cuestiones que tienen que ver no sólo con el valor artístico, sino también con problemas ligados a la promoción y la exhibición, los grandes males que conspiran contra el cine nacional, sin distinción de géneros. Pero para hablar del estreno de Naturaleza muerta, del debutante Gabriel Grieco, conviene concentrarse en lo estrictamente cinematográfico.La película parte de una idea que podría haber sido brillante: contar una de terror en el campo, territorio nacional por excelencia, tensando los intereses de un país ganadero en contra de la moralina biempensante de una comunidad vegana. En medio de eso, una periodista ambiciosa investiga la desaparición de una joven de familia terrateniente. Si bien es condición para el éxito del cine de terror conseguir esfumar los límites de la realidad a partir de la introducción de un elemento fantástico, uno de los grandes problemas del trabajo de Grieco es que ese esfuerzo se vuelve evidente, a veces casi grotesco, haciendo que el límite entre realidad y fantasía, en lugar de borronearse, se pegotee. Aun cuando se puede decir que existe cierta pericia en la creación de determinados climas por parte del director (que es además uno de los guionistas), hay una notoria falta de sutileza en el uso de algunos recursos fundamentales a la hora de hacer que el relato se vuelva verosímil. La mayoría de estos actos fallidos tiene que ver con la imitación de un modelo anclado en el cine clase B norteamericano de los años ’80, de Carpenter a Raimi pasando por Craven, estética que es una suerte de tierra prometida sin salida para muchos cineastas del género en la Argentina.El uso de cámaras rasantes en persecuciones que se repiten hasta que el efecto, ya de por sí gastado, se vuelve fórmula; el abuso de subjetivas que asumen el punto de vista del perseguidor; la insistencia de leitmotiv sonoros que prenuncian golpes de efecto que nunca ocurren son todos recursos que acaban por cubrir con una cáscara prefabricada una narración que podría haber sido mucho más efectiva. Ese potencial se manifiesta, sin embargo, de manera abierta en la escena que marca el clímax del relato, cuando el monstruo detrás de los crímenes finalmente aparece para desatar una muy lograda carnicería, que representa el único momento en el que Naturaleza muerta consigue releer de manera libre el cine slasher más ochentoso, para crear un mundo original y con verdadera potencia propia.
Buenos Aires, o una París con italianos Partiendo de la base de que Focus: maestros de la estafa, tercera película escrita y dirigida por el tándem integrado por John Requa y Glenn Ficarra, no es su mejor trabajo, sino más bien todo lo contrario si se la compara con I Love You, Philip Morris (2009) y Loco y estúpido amor (2011), de ningún modo sería justo afirmar que se trata de una película mala. Pero tampoco fallida, sino de una en la que los directores eligen justamente desviar o repartir el foco narrativo, por momentos perdiendo de vista la parte más entretenida de la historia que eligieron contar, en pos de crear un producto que lleve el concepto de multitarget hacia su versión más amplia. Porque Focus intenta ser todo a la vez: una comedia romántica pero también una comedia a secas, un ligero thriller de estafadores y una buddy movie, agregando además pinceladas de drama, violencia explícita y escenarios exóticos, siempre sin perder la línea de una cristalina estética high class.Hay que reconocer que, así y todo, la película logra sostener el interés, aunque a veces lo haga valiéndose de espejitos de colores cinematográficos. Para el espectador argentino en particular, el film estará cargado de ese tipo de brillos, ya que más o menos la mitad de la historia transcurre en Buenos Aires, que viene a aportar la mentada cuota de exotismo. Por cierto resulta interesante ver cómo la ciudad, al ser retratada por una mirada extranjera, de manera nada sorpresiva aparece como una especie de París habitada por italianos. También es curioso que una película cuyos protagonistas son pungas de alta sociedad se traslade a Buenos Aires, para muchos la capital mundial de la inseguridad (aunque en este caso, claro, se trate de una inseguridad cool). Por supuesto que la miseria y la sordidez que son parte de la Buenos Aires real no tienen lugar en la película ni tienen por qué tenerlo, ya que no hacen al universo creado por los directores. En ese sentido, Focus hasta puede ser vista como una pieza promocional de la ciudad y del país, que toma una inesperada posición en la disputa de realidades que tiene a la Argentina como teatro de operaciones. Lejos del ranking de Bloomberg que hace poco ubicó al país entre las cinco economías más penosas para vivir y trabajar, Focus hace un retrato ABC1 de Buenos Aires, en el que se la presenta como una ciudad amable, cálida y llena de gente feliz. En ambos casos se trata de construcciones parciales, que tienen más que ver con los intereses del sujeto que mira que con el objeto observado en sí mismo.En tanto pieza cinematográfica, puede decirse que en Focus Requa y Ficarra vuelven a dar pruebas del ingenio que ya habían mostrado en sus otros trabajos como directores y guionistas. Por su parte, Will Smith recupera algunos de los muchos puntos que perdió con la intolerable Después de la Tierra (2013) y Margot Robbie entrega nuevas evidencias que confirman, como en El lobo de Wall Street (2014), que es más que una de las actrices más lindas del momento. En el camino queda una película de estafadores que se empecina demasiado en querer ser una comedia romántica. 6-FOCUS: MAESTROS DE LA ESTAFA (Focus) EE.UU., 2015.Dirección y guión: John Requa y Glenn Ficarra.Duración: 105 minutosIntérpretes: Will Smith, Margot Robbie, Rodrigo Santoro, Juan Minujín.
El inframundo metido en un panóptico digital Para empezar a hablar de una película de terror convencional de principio a fin como Invocando al demonio, de David Jung, es una buena idea retroceder casi cien años para recordar una historia que la película no menciona, pero que parece haberle servido de inspiración. Se trata de un momento particular en la vida de Harry Houdini, el mago más famoso de la historia: la muerte de su madre, ocurrida cuando su fama ya había crecido a escala mundial. Escéptico pero con la esperanza de estar equivocado, el mago empezó a consultar cartomantes y espiritistas para contactar con el espíritu de su madre y así quedarse tranquilo sabiendo que ahí donde estuviera había encontrado la paz. Pero su profesión se convirtió en un obstáculo y siempre acababa descubriéndoles el truco a los ocultistas. Hasta que su amigo Arthur Conan Doyle, promotor ferviente del espiritismo, intentó convencerlo de que su mujer, una medium reconocida, tenía un mensaje de su madre que también resultó ser falso. Desde entonces no sólo se fue debilitando su vínculo con el creador de Sherlock Holmes, sino que comenzó una caza de brujas personal, decidido a desacreditar a todo aquel que se jactara de contactar con los muertos. Poco después, una de las víctimas de su campaña le predijo una muerte inminente y antes de que terminara ese mismo año Houdini falleció a causa de una apendicitis.El paralelo entre esa historia y la que narra Jung en su película es grande, sólo que esta última desvía las cosas hacia el terror. Un terror módico y por completo deudor de ese subgénero que es el de grabaciones encontradas que inaugurara El proyecto Blair Witch y cuyo éxito heredó Actividad Paranormal. Acá es Michael King, el protagonista, quien luego de la muerte de su mujer en un accidente decide culpar de eso a la tarotista que le sugirió posponer un viaje para no perder una oportunidad. “Si hubiéramos estado de vacaciones, ella no hubiera muerto”, dice Michael y espera que la tarotista admita que todo lo que hace no son más que engaños. Así, Michael instala un sistema de cámaras en su casa para filmar un documental en el que invocará al inframundo de todas las maneras posibles, para probar que nada de eso existe. Esa estructura de panóptico digital es la que provee a Invocando al demonio de sus mejores sustos –previsibles, pero sustos al fin–, pero resulta también su principal debilidad. Por empezar porque debe forzar la premisa, permitiendo que el protagonista no olvide llevar la cámara incluso cuando ya ha perdido el control de sí mismo. También la utilización de música y efectos de sonido en un material que se supone es el crudo de un documental sin montar terminan por traicionar de manera definitiva la idea motora. Lo mejor de la película es que la hija de Michael tiene un gatito de peluche llamado Crowley, como el famoso ocultista inglés Aleister Crowley, contemporáneo de los amigos Doyle y Houdini, el mago cuya historia demuestra que a veces la realidad supera en interés a la ficción.
El viejo y querido juego de espías La idea del director es oponer y entrelazar la pulcritud de James Bond con el oscuro y falso realismo de Jason Bourne. Claro que finalmente inclina la balanza para el lado 007 de la vida. En primer lugar puede decirse que la película propone un juego cinéfilo interesante: el de oponer y entrelazar a James Bond con Jason Bourne, los dos personajes más influyentes de la historia de las sagas de espionaje, que implican dos formas contrapuestas de abordarlas. Es sabido que el pulcro 007 creado por el novelista inglés Ian Fleming fue la referencia ineludible del género durante casi cuatro décadas, desde su desembarco cinematográfico en el film El satánico Dr. No (1962), con Sean Connery en la piel del agente al servicio de Su Majestad y Ursula Andress inaugurando un largo linaje de chicas Bond. Sus películas nunca apelaron al realismo, sino que más bien se dedicaron a jugar con dos fantasías: la del espionaje como actividad high class y la de la tecnología creativa al servicio de un arsenal tan letal como absurdo. James Bond encarnaba la pretensión de la supremacía occidental durante la Guerra Fría, frente a una amenaza que era un enigma del que se conocía muy poco y por eso se la caricaturizaba.Pero el siglo XXI vino a terminar con la inocencia y los peligros inocuos que en el fondo representaban los villanos ilusorios de Bond. La llegada de Jason Bourne vino a cubrir con su realismo sombrío el mundo del espionaje. No es que la saga que se inaugura con el estreno de Identidad desconocida (2000) sea menos fantasiosa que la serie Bond: su protagonista es el non plus ultra de la invulnerabilidad física y la eficiencia mental. El realismo de la saga no está dado por su héroe, sino que pasa por un críptico escenario geopolítico que de alguna manera vino a predecir el estado del mundo post 11/9/2001. Kingsman se debate entre estas dos tendencias, que reparte entre sus protagonistas: por un lado, Harry Hart, un agente muy a la british old school, elegante, seductor, amante del Martini y afecto a los gadgets; por el otro, Eggsy Unwin, un adolescente aprisionado entre una vida familiar decadente y las pequeñas delicias de la delincuencia juvenil londinense, que se convierte en aspirante a espía y protegido de Hart. Cuando la película se centra en el primero y su investigación sobre Valentine, un millonario que planea el dominio mundial ofreciendo Internet y telefonía gratis para todos, la película juega a Bond; pero cuando gira hacia el entrenamiento de Eggsy, sin perder el tono general, el espíritu Bourne gana algunos puntos.Pero lejos de mantenerse en la indecisión, Kingsman sabe bien lo que quiere y su director elige recuperar el terreno perdido, inclinando la balanza para el lado 007 de la vida. Valentine, el villano ceceoso que con gracia encarna Samuel L. Jackson, no tiene nada que envidiarles a aquellos a los que suele enfrentar Bond: un representante genuino de esos dementes carismáticos y megalómanos que siempre van acompañados por un adlátere letal y algo absurdo. Sin embargo, esa decisión de volver a foja cero la evolución de los héroes del espionaje sea, tal vez, la gran dificultad que enfrente el espectador de Kingsman, que deberá olvidar el oscuro (y falso) realismo Bourne, para permitirse aceptar la propuesta paródica, juguetona y finamente volcada al disparate de la película. Un equipo de dandys ingleses, como Colin Firth, Michael Caine y Mark Strong, todos ellos de probada experiencia en films de espías, sostiene la credibilidad del trabajo de Vaughn. Aunque tal vez pierde más tiempo del necesario en la construcción de sus personajes y en dejar claras las reglas de su propio universo, Kingsman se propone antes como juego de espías que como thriller de espionaje, y su sólida ligereza representa una bienvenida bocanada de aire fresco ante tanta paranoia terrorista convertida en cine. 7-KINGSMAN, EL SERVICIO SECRETO Kingsman: Secret Service, Reino Unido, 2014.Dirección: Matthew Vaughn.Guión: Jane Goldman y Matthew Vaughn basados en la novela gráfica The Secret Service, de Mark Millar y Dave Gibbons.Duración: 129 minutos.Intérpretes: Colin Firth, Taron Egerton, Mark Strong, Samuel L. Jackson, Michael Caine y Mark Hamill.
La tecnología no disimula la falta de talento Cuando durante 1999 los hermanos Larry (hoy convertida en Lana) y Andy Wachowski terminaron de rodar su opus dos, seguro imaginaban un éxito; lo que no podían saber es que esa película, Matrix, representaría el desembarco definitivo de la tecnología digital en la industria cinematográfica. Estrenada poco más de un siglo después de que otros hermanos, los Lumière, echaran a andar el tren del cine como ya no se lo conoce (es decir: fílmico y físico), Matrix encarnó el triunfo de lo digital y lo virtual, marcando un hito estético y sobre todo tecnológico que trasciende la obra. Tres lustros después, los Wachowski construyeron una carrera que incluye dos secuelas de Matrix (2003), una psicodélica versión del clásico del manga y el animé Meteoro (2008) y la complicada antes que compleja Cloud Atlas: La red invisible (2012), firmada en trío junto al alemán Tom Tykwer. Con ninguna de ellas consiguieron siquiera rozar lo generado con Matrix. Su nuevo trabajo, El destino de Júpiter, no es la excepción y viene a poner otra vez en duda la solvencia de los Wachowski como cineastas.Difícil afirmar que se trata de su peor película, porque tanto Recargado como Revoluciones, las secuelas de Matrix, eran tan malas que no es fácil decidirse por una de las tres. Ciencia ficción de nuevo, El destino... es la historia de la Cenicienta pero sobreproducida y llevada al formato de una saga espacial en la que todo es desmesurado, barroco e inverosímil. Su preocupación por contar historias donde una fachada virtual enmascara la realidad –recurrencia que hasta puede vincularse al cambio de identidad transgénero de Larry a Lana–, acá termina convirtiendo drama en impostura y afectándolo todo, empezando por las actuaciones. Que Mila Kunis no es una gran actriz no es novedad, pero Channing Tatum venía dando muestras alentadoras tanto en el drama como en la comedia y ahora en cambio parece una marioneta perdida en un aquelarre digital. Pero el asunto está lejos de ser un problema aislado. Eddie Redmayne, ganador de un Globo de Oro y nominado al Oscar como mejor actor por su interpretación de Stephen Hawking en La teoría del todo (que también se estrena hoy), está tan insoportablemente afectado en el papel de un vengativo rey del espacio, que no dan ganas de ir a averiguar si tanto reconocimiento es justo o si, como siempre, la Academia distingue a cualquiera que interprete a un tullido.El rubro sobreactuación tiene su correlato en la musicalización, que no deja escena sin saturar con orquestaciones épicas carentes de personalidad. Y qué decir del diseño de arte, que abusa de un monumentalismo tan recargado y rococó que las naves parecen el escenario ideal para un Almorzando con Mirtha Legrand intergaláctico. Si a eso se suma que ningún personaje genera empatía, que se abusa de los homenajes a otros clásicos de la ciencia ficción, que el argumento es tan básico como una telenovela pero con pretensiones de fábula social, que las partes graciosas no son graciosas, que las de acción aburren y que todo costó 175 millones de dólares, es fácil concluir que la tecnología podrá haber cambiado al cine, pero que todavía no se inventó un photoshop que disimule la falta de talento. 2-EL DESTINO DE JUPITER Jupiter Ascending,Estados Unidos, 2015.Dirección y guión: Lana y Andy Wachowski.Duración: 125 minutos.Intérpretes: Mila Kunis, ChanningTatum, Eddie Redmayne y Sean Bean.
Un Alan Turing a la medida de los Oscar La historia del matemático inglés que logró descifrar el código con el que se comunicaban los nazis se muestra aquí con tantas licencias dramáticas que termina en la fantasía. El film consigue mantener el balance positivo, sobre todo gracias a un elenco extraordinario. Quienes sigan asiduamente estás páginas sabrán que El código Enigma es una de las ocho seleccionadas por la Academia estadounidense para competir por el Oscar a la Mejor Película 2014. Y que el film de Mortem Tyldum está basado en la vida del matemático inglés Alan Turing, jefe del equipo que consiguió romper el código secreto Enigma que el ejército nazi usaba para sus comunicaciones, incluyendo las detalladas órdenes de cada uno de sus futuros ataques. La inviolabilidad de Enigma residía en el hecho de que no se trataba de un código de diseño humano, sino que era generado aleatoriamente por una máquina y cambiado todos los días. Alan Turing, que es además uno de los padres de la computación y de la tecnología digital, diseñó una máquina capaz de realizar esos procesos en pocos minutos, dejando a la inteligencia alemana al desnudo.Sin embargo, Turing fue un héroe desconocido para su país, ya que su labor se había realizado bajo un estricto secreto de Estado y así se mantuvo por cuatro décadas. Turing era además homosexual, en una época en la que en el Reino Unido aún regían las leyes victorianas que penaban los llamados “delitos contra la moral”. Las mismas con las que se envió a prisión a Oscar Wilde a finales del siglo XIX y a centenares de miles de otras víctimas anónimas. Pocos años después del final de la guerra, Turing fue condenado a someterse a un tratamiento de castración química, que él mismo prefirió a la posibilidad de ir a prisión. Para cuando, a mediados de los ’70, se desclasificaron los archivos que revelaban su papel durante la guerra ya hacía más de veinte años que el matemático se había suicidado.El problema con las películas basadas en historias reales es que suelen terminar viéndose como clases de historia o como si se tratara de un documental, y nada suele estar más lejos de eso. El proceso de ficcionalizar una historia real demanda procedimientos dramáticos que permiten convertir esa historia en narración cinematográfica. Lo paradójico es que, a medida que las libertades dramáticas van afinando el relato, la historia real comienza a deformarse. El cine es antes que nada el arte de elegir qué mostrar, y es tarea del director y de su guionista (pero sobre todo del director) tomar a su cargo esa responsabilidad. El caso de El código Enigma es paradigmático respecto de hasta dónde se puede llegar en brazos de las libertades dramáticas a la hora de contar la vida de una persona con un papel tan determinante en la historia moderna. El lema de Mortem y los suyos podría haber sido: cualquier cosa con tal de crear un héroe más grande que la vida.Porque El código Enigma está llena de inexactitudes. Incluso Andrew Hodges, autor de la investigación en la que se basa la película, que en 1983 reveló la historia secreta de Turing, se declaró indignado por las numerosas falacias que hacen del relato una novela de espías que no fue, que le endosan a Turing la totalidad de un mérito que es compartido (él no inventó la máquina, sino que mejoró una creada por matemáticos polacos unos años antes, una historia que el cine también recogió en el film ENIGMY, del director polaco Woijtek Fibak) y le dan un desenlace melodramático que aparentemente tampoco tuvo. De hecho, puede decirse que la película de Tyldum injerta entre los datos reales una serie de fantasías que parecen provenir, ente otros lados, de la novela Enigma, del exitoso escritor inglés Robert Harris, llevada al cine en 2001 con Kate Winslet y Dougray Scott en la piel de un personaje basado en la figura de Turing.La pregunta es: ¿cómo funcionan estas digresiones dentro de la estructura narrativa? Debe reconocerse que la trama de intriga es uno de los grandes sostenes del relato. Y que la personalidad ácida atribuida al protagonista se convierte en una herramienta útil en manos de un muy buen actor como Benedict Cumberbatch. Pero también es cierto que la magnificada trama sentimental acaba llevando todo hacia ese terreno del melodrama tan caro a los entregadores de Oscar, pero tan poco sutil en términos estéticos. Si el film consigue mantener el balance positivo es sobre todo gracias a un elenco extraordinario que incluye, además de Cumberbatch, a Keira Knightley, Mark Strong, Matthew Goode y Charles Dance. Una verdadera selección inglesa. 6-EL CODIGO ENIGMA The imitation game, ReinoUnido / Estados Unidos, 2014.Dirección: Mortem Tyldum.Guión: Graham Moore, basado en el libro Alan Turing: The Enigma, de Andrew Hodges.Duración: 114 minutos.Intérpretes: Benedict Cumberbatch, Keira Knightley, Matthew Goode, Mark Strong, Charles Dance y otros.
Ya no le queda ni la hija por rescatar Podría decirse que Liam Neeson devino en estrella del cine de acción de manera inesperada y que casi sin querer acabó convertido en uno de esos actores que son un género en sí mismos. La punta de ese ovillo se encuentra en el origen de Búsqueda implacable, saga que una vez logrado el rango de trilogía parece haber llegado a su fin. Es cierto que Neeson mostró siempre buenas aptitudes para el cine de acción, basta recordar que tuvo una importante participación en proyectos como la segunda fase de La Guerra de las Galaxias, en Batman Inicia, de Christopher Nolan, y hasta su protagónico como superhéroe en Darkman, de Sam Raimi, hace 25 años. Aun así era difícil imaginarlo como un habitué de esos papeles que solían ir a parar a las manos de Stallone, Schwarzenegger, Willis, Gibson o Statham. Pero con la guía de ese industrial del cine que es Luc Besson, el actor irlandés comenzó un camino sólido interpretando a antihéroes que calzan muy bien con su perfil de prócer. Una carrera prolífica que de 2008 para acá ha sumado casi una decena de títulos, todos entretenidos y algunos de ellos, como la primera Búsqueda implacable, dirigida por Pierre Morel, o Non Stop - Sin Escalas, de Jaume Collet-Serrá, buenas películas de acción. Y eso es lo que ofrece Búsqueda Implacable 3 que, igual que la segunda entrega de la saga, vuelve a ser dirigida por Olivier Megaton, uno de los amanuenses favoritos de Besson en su faceta de guionista/productor. Aunque esta vez la serie termina de alejarse definitivamente de la premisa que le dio origen y que justificaba su título original, Taken, que en este caso podría traducirse como “capturado/ capturada”. El título era una referencia directa al secuestro de una adolescente en París, a la que su padre, Bryan Mills, un ex agente de la CIA interpretado por Neeson, termina rescatando a sangre y fuego de una red de trata de personas destinadas a la prostitución. En el segundo episodio Mills todavía se enfrentaba a los parientes de los criminales que habían secuestrado a su hija, con la ciudad de Estambul como telón de fondo. Pero acá ya no hay secuestro ni nadie a quien el héroe deba rescatar, con lo cual se desdibuja un poco el personaje, aunque eso no significa que le falten problemas por resolver. En este caso, el asesinato de su propia ex esposa, crimen del cual él mismo es el principal sospechoso.Búsqueda implacable 3 es el episodio más flojo de la saga, en donde el montaje del dispositivo de la intriga es más endeble, dejando el verosímil cinematográfico al límite del fracaso. La película no consigue ser eficaz en la imprescindible tarea de mantener sus secretos bajo control, permitiendo que sea sencillo saber qué personajes ocultan algo y cuáles están puestos para justificar los abracadabras del guión. La única que se mantiene en pie, sólida y confiable, es la capacidad de Neeson para hacer de Bryan Mills un personaje creíble y querible. Parece bastante, y lo es, pero no alcanza. 5-BUSQUEDA IMPLACABLE 3 Taken 3, Francia, 2014.Dirección: Olivier Megaton.Guión: Luc Besson y Robert Mark KamenDuración: 109 minutosIntérpretes: Liam Neeson, Forrest Whitaker, Dougray Scott, Framke Janssen.
Una relación que roza lo patológico El opus 2 del director estadounidense retrata el vínculo al límite del sadomasoquismo que puede nacer entre dos personas que aspiran a alcanzar lo supremo. Aquí, los protagonistas son un más que exigente profesor de música y su alumno baterista. "No hay dos palabras más dañinas que se le puedan decir a alguien que ‘buen trabajo’.” Una afirmación así, severa e implacable en cualquier circunstancia, cobra un significado mucho más denso e incluso patológico si el que la dice es un maestro y quien la recibe, uno de sus pupilos. Ambos, docente y alumno, son los protagonistas excluyentes de Whiplash, música y obsesión, opus dos del joven director estadounidense Damien Chazelle, aunque todo el tiempo se tenga la sensación de que un tercer protagonista, un ente fantasmal, se mueve entre ellos gobernando el vínculo que los une. Que en principio podría suponerse que se trata del espíritu de la música, pero no. Porque es cierto que Terence Fletcher es el profesor estrella de la mejor academia de música de los Estados Unidos, un pianista y director de orquesta que lleva la exigencia a límites psicopáticos. Y que Andrew Neyman es el más joven de sus alumnos, un baterista admirador del gran Buddy Rich que ansía convertirse él mismo en uno de los héroes del jazz a costa de cualquier sacrificio. Pero si se retiran los ornamentos, la fórmula podría cambiarse de escenario y seguir funcionando. Entonces alumno y maestro podrían convertirse en futbolista y director técnico; un aspirante a yuppie y un viejo lobo de las finanzas; un joven telemarketer y su supervisor. O en una ballena blanca y el fiero capitán de un buque ballenero. Lo vital en Whiplash no es quiénes, sino qué.Porque aunque la música es un elemento importante de la trama, no deja de ser una excusa, de alguna manera un McGuffin hitchcockiano que sirve para vestir el relato de manera elegante y anclarlo en una atmósfera cinematográfica clásica, refinada y épica a la vez. En realidad lo que importa es la dinámica que surge entre los personajes en su búsqueda de la excelencia, de una utopía, de un deseo por cumplir. De la inmortalidad, que es de lo que se trata la épica. Por eso tampoco importa lo improbable de la existencia de un profesor como Fletcher, capaz de llevar la exigencia a niveles de tortura psicológica tan altos y de manera sostenida en el tiempo dentro de una institución de primer nivel mundial. Sobre todo en los Estados Unidos, donde por mucho menos se pondría en movimiento la industria del juicio. Se trata de retratar el vínculo al límite del sadomasoquismo que puede nacer entre dos personas que, desde el más mundanal de los barros, aspiran a alcanzar lo supremo. Esa obsesión de Fletcher por “empujar a las personas más allá de lo que se espera de ellos”, por ser la chispa que encienda la mecha del próximo Charlie Parker, y la de Neyman por conseguir la gloria del mismo modo en que ciertos monjes se flagelan para acercarse a lo divino (no por nada la película se llama Whiplash, latigazo, y el chico toca la batería, el más carnal y físico de los instrumentos musicales), los deja a un paso del Capitán Ahab y Moby Dick. Se trata de la frustración que produce lo inalcanzable convertida a la vez en motor y causa final, en lo único que le da a la vida un sentido trascendente.De la misma manera en que los personajes van cerrándose cada vez más sobre su vínculo, la película también se va comprimiendo sobre ellos, dejando de a poco en el camino las tramas laterales y los personajes secundarios, convirtiéndose a sí misma en un relato obsesivo, en donde fotografía, música y montaje conspiran para darle la forma de una pieza de cámara. Como una partitura que alimenta el crescendo para por fin despojarse de ornamentos y darles espacio a los solistas, lugar que ocupan el joven Miles Teller y ese gran tapado que fue siempre J. K. Simmons.Sin embargo, hay un punto de quiebre hacia el final del film que plantea una discusión narrativa interesante. Del mismo modo en que hace unos años se cuestionó a Santiago Mitre por permitirle al protagonista de El estudiante responder una pregunta clave al final de la película, acá Chazelle pone a Andrew (otro estudiante) ante una situación similar. Pero lo que sigue no es sólo su respuesta, sino una secuencia final que de alguna manera viene a cumplir con el rol de un retorcido final feliz, a resolver el vínculo escabroso de maestro y alumno. A pesar de eso, dicha secuencia de cierre es notable, casi un cortometraje en sí misma, donde finalmente se corporiza ese espíritu esquivo que los protagonistas persiguen durante toda la película.7-WHIPLASH, MUSICA Y OBSESIONWhiplash, Estados Unidos, 2014.Dirección y Guión: Damien Chazelle.Música: Justin Hurwitz.Fotografía: Sharone Meir.Montaje: Tom Cross.Duración: 107 minutos.Intérpretes: Miles Teller, J. K. Simmons, Paul Reiser y otros.
Lugares comunes No muchas comedias románticas recientes tienen un comienzo tan alentador como Los imprevistos del amor, de Christian Ditter. Un buen motivo para explicarlo puede ser su origen mitad británico, que le da un aire fresco y despreocupado, bien lejos del ritmo frenético y la pesadez moral de otros exponentes de su mismo grupo. Los personajes tienen una clase que en una producción similar hecha a este lado del Atlántico suele no abundar y por eso da un poco de lástima el título elegido para su estreno local. Del que podría pensarse que se empeña en adelantar parte del nudo que mueve la historia, cuando en realidad no es sino el peor lugar común para un género como la comedia romántica, en donde el amor siempre está vinculado con lo imprevisto, a fundir aquello que desde la física y la química parece condenado a la fisión. Tómese una comedia romántica emblemática: Cuando Harry conoció a Sally, por ejemplo. Ellos se conocen al entrar en la universidad y no pueden ser más distintos. Un segundo encuentro un lustro más tarde confirma la mutua repulsión y sin embargo al final, diez años después, terminan besándose bajo la nieve en una noche de Año Nuevo.Como si se tratara de una copia en negativo de ese film de Rob Reiner, Los imprevistos del amor también sigue a sus protagonistas desde el final de la secundaria hasta los 30 años, trazando un mapa de los imprevistos (o no tanto) que se cruzan en el camino de un amor cantado. La diferencia es que, lejos de repelerse, Rosie (Lily Collins) y Alex (Sam Claflin) son mejores amigos desde la infancia y lo que los detiene es el miedo a que el amor destruya esa amistad. El guión empieza un recorrido que no por reconocible deja de ser agradable, retratando bien las etapas que van viviendo. “Estoy cansada de estar sola: tengo 24 años”, dice Rosie al filo de una mala decisión, con la candidez de quien apenas al comienzo de la juventud cree haber atravesado la eternidad. Al principio el humor soporta la comparación con la obra de Reiner y hasta el previsible embarazo imprevisto de Rosie –cortesía del chico lindo de la clase durante el baile de graduación–, que en otra película sería una luz de alerta, aparenta ser apenas otro eslabón en la cadena de pruebas que el amor debe superar. Pero no: es una luz de alerta, nomás, un aviso de que la pesadez moral acá también es parte del asunto.Desde ahí, sin perder el humor, es cierto, la vida (o el guión, que para Rosie y Alex es lo mismo) irá amonestándolos por no atreverse a tomar la decisión correcta, hasta que aprendan, subrayados dramáticos varios mediante (incluyendo cartas leídas por voces en off que insisten sobre lo que la acción ya mostró con claridad). Si algo se salva de la caída hacia lo convencional es el encanto de Lily Collins, cuya presencia recuerda mucho la potencia escénica de Julia Roberts al comienzo de su carrera. En el camino queda la ilusión de una buena comedia romántica convertida en otra de tantas.
Figuritas de museo que se vuelven repetidas Para no andar con vueltas y que la cosa quede clara, puede decirse que Una noche en el museo 3: El secreto de la tumba es más que los dos primeros episodios de la saga: es más corta, más previsible y más aburrida. Como era fácil de predecir, la serie alcanzó con esta nueva película el grado de trilogía, sin embargo su eficacia y cualidades en lugar de multiplicarse proporcionalmente han mermado de manera abrumadora. Al punto de que cuesta recordar una trilogía en la que sus episodios se parezcan tanto entre sí que da la impresión de que el único trabajo que se tomaron sus responsables es el de cambiar los museos en donde transcurre cada aventura, ir variando los personajes históricos que interpretan los papeles secundarios y, muy de vez en cuando, sorprender con algún nuevo gag. Para el resto (la estructura narrativa, el rol que cumplen esos nuevos pero también los viejos personajes, y hasta lo anecdótico) la canción sigue siendo la misma.Siempre dirigidas por el muy irregular Shawn Levy, lo que en la primera película resultaba novedoso y moderadamente original (el hecho de que las obras de arte y el resto de los objetos expuestos en un museo cobren vida durante la noche) en este tercer capítulo se ha convertido en una mera fórmula a la que no se ha sabido o no se ha tenido la inteligencia para encontrarle las vueltas de tuerca necesarias que permitieran renovar la aventura con eficacia. Ni siquiera los motivos para trasladar la acción desde el Museo de Nueva York al British Museum de Londres consiguen superar el rango de caprichos, de meras excusas para seguir exprimiendo la franquicia. Que es en el fondo lo que buscan todas las sagas, pero hay algunas que en el camino han conseguido crear un universo vivo en permanente crecimiento. En cambio, la experiencia como espectador de Una noche en el museo puede parecerse mucho a la que padecía el personaje de Bill Murray en Hechizo del tiempo (Harold Ramis, 1993): la de estar atrapado irremediablemente en una serie de repeticiones infinitas de la que, se haga lo que se haga y se cambie lo que se cambie, no es posible salir ni modificar.Decir que algunas situaciones o gags de Una noche en el museo 3 son efectivos y hasta buenos equivale a tratar de salvar a un film desde la parcialidad de sus méritos técnicos. Claramente no alcanza con incorporar una subtrama paterno-filial aleccionadora, ni con conseguir que el público se ría con ganas dos o tres veces, porque una buena comedia es mucho más que la suma de sus pretensiones y de las risas que pueda provocar. Una buena comedia debe, sobre todo, tener la capacidad de encontrar un buen motivo para hacer que el embrujo de la repetición se convierta en la renovada ilusión de la sorpresa. Sí, como Bill Murray en Hechizo del tiempo. 4-UNA NOCHE EN EL MUSEO 3: EL SECRETO DE LA TUMBA Night at the museum: Secret of the tomb, Estados Unidos, 2015.Dirección: Shawn Levy.Guión: David Guion y Michael Handelman.Música: Alan Silvestri.Duración: 98 minutos.Intérpretes: Ben Stiller, Owen Wilson, Robin Williams, Steve Coogan, Ricky Gervais, Ben Kingsley y otros.