En una escena de Skyfall, Q. le da a Bond nada más que una pistola para salir en su misión. Bond se sorprende de que Q. (que es un nuevo Q., más joven y nerd) no le haya dado alguno de los gadgets ridículos que se le suelen dar. Y Q. le dice: “¿Qué esperabas? ¿Una lapicera explosiva? Ya no hacemos esas cosas”. Es en esta escena donde se ve a las claras la intención del Bond de Sam Mendes: para Skyfall, una lapicera explosiva, elemento que sirvió para una escena memorable a puro suspenso hitchcockeano en Goldeneye, es una estupidez. Los gadgets, que en toda la saga Bond sumaban a la diversión general, hoy son considerados una chiquilinada. Esa arrogancia; esa manera de intentar diferenciarse y ponerse por encima del resto del cine de acción, que Skyfall considera “para la gilada” aunque este mismo año haya tenido un exponente extraordinario en Misión: Imposible - Protocolo Fantasma, la antítesis de Skyfall, resulta muy molesta, y es un elemento que recorre toda la película...
Publicada en la edición digital #244 de la revista.
Vuelve el “canto a la vida”; vuelve el cine de “persona con cáncer que se las sabe todas”; vuelve el “cuento de navidad con ínfulas de Capra”; vuelve (¡SPOILER!) el plot-twist por excelencia de “¡pero si murió hace 40 años!”. Cambio de Planes (a.k.a. Maktub) cubre todos estos tópicos y algunos otros más en una ensalada de subgéneros canallas que, de tan sobrecondimentada, podría hasta resultar algo simpática...
Publicada en la edición digital #244 de la revista.
Publicada en la edición digital #243 de la revista.
Año 2012 y todavía siguen haciéndose películas como La Pelea de mi Vida. Una película más de aquellas que parecen estar más cómodas en la televisión. Y ni siquiera en la televisión actual, sino en aquella del Telefe de los 90. Sí, la película es en 3D, pero su uso carece por completo de ideas cinematográficas. Lo que más molesta de este tipo de películas industriales malísimas es que, en otras manos, podrían haber sido muchísimo más potables. Como sucedía con las comedias ochenteras de personajes como Carlos Galletini, el problema no es que se hagan películas de este tipo, sino que quienes las hacen no tienen ni la más remota idea de los mecanismos del cine: no conocen el cine; conocen, más bien, la televisión y la publicidad...
La buena noticia es que, en Zeta Films, tenemos a una distribuidora que no solo se preocupa por lo que estrena, sino también por cómo lo estrena. Hace unos meses cerró la distribuidora 791. Al hacerlo, mandó una carta-comunicado donde exponía las razones por las cuales cerraba, donde les echaba la culpa a quienes descargaban películas de Internet “inescrupulosamente”. También, en una actitud aún más policía, se vanagloriaban de haberle dado batalla a la restricción de “zonas” en cuanto a la distribución de ediciones en DVD, algo que parece más propio de una major que de una distribuidora pequeña...
Publicada en la edición digital #242 de la revista.
Publicada en la edición digital #242 de la revista.
Hace unos meses se estrenó una película que todo el mundo odió menos yo. Se llamaba Con el Diablo Adentro, le fue muy bien de público, pésimo de crítica y la gente salía del cine a las puteadas. Pero a mí me cayó bastante simpática; parecía un equivalente de los rip-offs italianos de películas taquilleras americanas de los 70 y 80: no tenía una sola idea original, era totalmente trash y, así y todo, lograba colar una cantidad de sustos superiores a la media. Encima, tenía un final que era una locura absoluta y que dejó a todo el mundo desconcertado (y, en muchos casos, pidiendo que les devolvieran la plata de la entrada), lo cual me recordó a la experiencia de ver, en el Festival de Mar del Plata, Um Filme Falado de Manoel de Oliveira, que también tenía un final totalmente abrupto e imprevisible y de la cual también varios salieron indignados. La película era otro ejercicio de falso documental de terror de aquellos que aparecen de a montones cada año desde el éxito de El Proyecto Blair Witch; un subgénero del que, sí, se ha abusado mucho, pero que tuvo muy buenos exponentes como Cloverfield, Diario de los Muertos y Poder sin Límites (Chronicle) que se estrenó el mismo día que Con el Diablo Adentro. Donde Habita el Diablo (o Emergo, o Apartment 143, dependiendo del país) es otro exponente más de este subgénero basado en el found footage apócrifo, y tal vez sea uno de los peores de los tantos que existen. La película, de producción española pero protagonizada por actores en su mayoría estadounidenses y hablada en inglés, transcurre casi todo el tiempo en el departamento de uno de los títulos originales, al que unos científicos acuden para eliminar un supuesto fantasma que está acechando a un padre recientemente viudo y sus dos hijos. Y el problema principal es que rara vez pasa algo: la película es morosa pero no porque se está preparando para dar el gran susto sino porque no tiene absolutamente nada que contar. Y, cuando finalmente se decide a asustar, todo ocurre sin lograr crear un solo clima que haga que sus golpes de efecto causen algo mínimamente cercano al miedo. La película roba bastantes elementos de la gran sorpresa de James Wan del año pasado La Noche del Demonio, pero no tiene ni la más remota idea de qué hacer con ellos. Para colmo de males, una gran parte de los últimos 25 minutos de sus interminables 80 sirven para que los personajes expliquen cosas a cámara, como una versión extendida hasta el más tedioso de los cansancios del final de Psicosis. O sea; acá no hay nada.