La vida que elegí Documental coral que focaliza sobre un grupo de personas que decidieron alejarse de la ciudad para emprender una nueva vida en el monte cordobés, alejados de la civilización y las comodidades de la urbe, pero disfrutando del contacto con la naturaleza, es el núcleo de Escuela monte (2018), dirigido a cuatro manos por Cecilia Cisneros y Mariano Raffo. La trama sigue diferentes historias de vida de un grupo de personas que por alguna u otra razón abandonaron la ciudad y se afincaron en el monte cordobés, Carmelo, un niño de ocho años; Rocío, una madre que cría sola a sus hijos; Rubén, con un pasado de adicciones, y Lula, a quien le cuesta el desarraigo pero cree que su decisión es la más acertada, son los protagonistas de un relato trabajado desde lo observacional. Escuela monte, que posee un delicado trabajo visual atípico para el cine documental, busca retratar a cada uno de los personajes para entender el porqué de una decisión tan radical como la de abandonar la comodidad y el confort para instalarse en el medio de un monte, a la vez que sigue a cada uno en el aprendizaje diario de esa nueva vida con sus pro y contras. El binomio de realizadores construye una película de personajes amenos, por momentos ludica, donde el espacio adquiere un lugar preponderante pero evitando que este se convierta en el protagonista absoluto sino que funciona como la consecuencia de una decisión. Sin buscar convencer al espectador sobre la postura de cada uno de los retratados solo busca mostrarlos en la diaria de la vida, en un momento particular del aprendizaje y sin importar si dicha elección se sostendrá en el tiempo.
Dos contra el mundo El cine argentino trabajó el mundo de la adolescencia desde diferentes ópticas hasta casi convertirlo en un subgénero más dentro de su filmografía. Pero Los miembros de la familia (2019) de Mateo Bendesky no es otra película sobre adolescentes abúlicos buceando en un mar oleado que les resulta adverso, sino que es una película sobre la construcción de la identidad a partir del duelo y donde el humor no está ausente. Lucas (Tomás Wicz) y Gilda (Laila Maltz) son don hermanos de 17 y 20 años que viajan a un pueblo de la costa argentina para arrojar al mar las cenizas de la madre que acaba de morir. Pero como no tienen las cenizas y solo les entregaron una mano ortopédica eso será lo que arrojarán. “Total lo que importa es el deseo”, le dice Gilda a Lucas. Él, obsesionado con el fitnnes, y ella, con las terapias alternativas y la astrología, deberán quedarse en el pueblo a raíz de un paro de transporte. Ambos volverán a encontrarle un sentido a la vida en esos días donde el tiempo parece no avanzar, lejos del mundo y cerca de ellos mismos, descubriendo quienes en realidad son y lo que quieren en el futuro cercano. Bendesky realiza una inteligente película de iniciación sobre la adolescencia y el duelo a través de la construcción de un universo cargado de metáforas y símbolos donde la muerte, como en la astrología, significa un renacer, una nueva vida. Ambos explorarán, en esa convivencia obligada, nuevos mundos, formas de conectarse consigo mismo y con los demás. Lucas se enfrentará a su sexualidad, mientras que Gilda, recién salida de un centro de rehabilitación, encontrará el sentido que necesita para vivir. Pero lo interesante es la forma en que el realizador construye una historia donde el golpe bajo es reemplazado por la ironía y el sarcasmo, forjando un mundo donde los adultos están ausentes y los jóvenes son los que deben hacerse cargo de los problemas que heredaron: desde una casa que no paga alquiler hace meses hasta las consecuencias originadas por un paro de transporte por tiempo indeterminado Los miembros de la familia podría haber sido un drama existencialista new age pero se convierte en una comedia donde el humor sutil, inteligente y elegante se entrecruza con una puesta en escena delicada de planos centrados, colores fríos y una atmósfera opresiva en un espacio donde se respira a libertad.
La niña diabla Un aura “marteliana" envuelve el universo sobre el que gira Los tiburones (2019), impresionante debut de la uruguaya Lucía Garibaldi en un film plagado de atmósferas espesas y asfixiantes, personajes que le escapan a los arquetipos y una puesta en escena donde todo funciona con una perfección milimétrica. Ganadora en Sundance del Premio a la mejor Dirección, la ópera prima de Garibaldi se ambienta en un pequeño pueblo de la costa uruguaya donde se corre el rumor de que misteriosamente han aparecido tiburones. Rosina (Romina Bentancur), una pre adolescente que integra una familia venida a menos, en pleno despertar hormonal se siente atraída por Joselo, un muchacho que trabaja para su padre. Las distancias que los separan son demasiadas amplias pero Rosina está dispuesta a todo y para lograr su cometido se moverá como si fuera un tiburón: arrasando con todo lo que se interponga en su camino. La influencia de Lucrecia Martel sobre Garibaldi es clara e innegable. Los tiburones posee todos los elementos por los que ha transitado la cineasta salteña a lo largo de su obra, pero lo notable es como Garibaldi se apropia de ellos para resignificarlos y convertirlos en propios. Si bien uno no puede dejar de reconocer un paralelismo con La ciénaga (2001) y La niña santa (2004), hay una búsqueda narrativa y una forma de filmar, de colocar la cámara para tomar detalles que a priori pueden parecer insignificantes, que la vuelve única y personal, a la vez que demuestra una inteligencia y sensibilidad extrema para retratar con total naturalidad una historia que transita entre el realismo y lo lúdico. Los tiburones tiene el plus de contar con personajes que le imprimen ese humor ácido y seco tan típico de la idiosincracia uruguaya, un tipo de humor que muchas veces está en una segunda línea narrativa pero que descomprime los momentos de tensión a los que se enfrenta esa fauna de seres tan apáticos que resulta inexplicable la contradictoria empatía que terminan logrando con el espectador. Garibaldi logra un film compacto, preciso, austero pero también de una grandilocuencia desmedida en sus logros, tanto de forma como de contenido. Los tiburones cuenta una historia cuyo germen ya se se contó de mil maneras pero con la diferencia que con inteligencia y sin eufemismos lo hace de una manera desprejuiciada, original y atrevida.
El cantor que no se calla Melina Terribili reconstruye la vida del músico uruguayo Alfredo Zitarrosa en un apasionante documental que, como un rompecabezas, se arma con piezas, aquellas que contenían unas cajas atesoradas por la familia y que en 2014 tomaron estado público. Rollos de Super 8, manuscritos, libros inéditos de poemas, diarios personales, cartas, cintas con grabaciones de canciones y algunos pensamientos tan desordenados como lucidos se encontraban almacenados en diversas cajas que ante una propuesta del gobierno uruguayo la familia entregó en custodia compartida al Centro de Investigación, Documentación y Difusión de las Artes Escénicas del Teatro Solís, en Montevideo, a finales de 2014, cuando se cumplían 25 años de la desaparición física de Alfredo Zitarrosa. La directora tuvo acceso a ese material que terminó siendo la forma y el relato de Ausencia de mi (2018). La voz de Zitarrosa es el hilo conductor de una película que hace un recorte sobre la vida del cantautor para focalizar en el exilio. Dividida en capítulos cada uno toma los diferentes exilios a los que debió enfrentarse. El primero fue en 1976 con destino a la Argentina. Ese mismo año, con la dictadura ya en el poder, se exilió a España. Más tarde fue el turno de México para finalmente en 1984 retomar a Uruguay donde fallece en 1989 con apenas 52 años. Un exilio representativo del vivieron miles de latinoamericanos. Pero Ausencia de mi también habla sobre el desexilio, el regreso tan esperado y lo que eso conlleva. Terribili logra con Ausencia de mi una película memorable, tan política como musical. Un documental de montaje (un nuevo gran trabajo de Valeria Racioppi, montajista de El silencio es un cuerpo que cae de Agustina Comedi), que no necesita una voz off que narre los hechos, sino que lo hace a través de una serie de canciones, pensamientos e ideas que el propio Zitarrosa grabó de manera casera en los años de exilio y que terminan dándole forma a un relato que convierte lo privado en público para resguardar la memoria del olvido.
Actor y reconocido cortometrajista, Iair Said (9 vacunas, 2013; Presente imperfecto, 2015) debuta en el largometraje con un documental bastante atípico, una historia familiar propia, cargada de humor negro, ironía y una honestidad en su estado más puro que abre el debate sobre la ética y la manipulación. Flora Schvartzman es la tía abuela solterona del realizador, por disputas monetarias estuvo peleada con la familia durante muchos años, al punto de no hablarse. Flora ya ha pasado los 90, la reconciliación al fin llegó y es a partir de ese hecho que el protagonista traza un plan para heredar el departamento que esta posee. Si Flora no ha tenido hijos el oficiará como tal y le brindará todo la ayuda, contención y amor que necesite. Pero no todo saldrá como fue planeado porque Flora ha donado en vida su casa a una institución israelí. Flora no es un canto a la vida (2018) es la descripción perfecta de un personaje quejoso, que ve en todo un problema y a la que nada la satisface. De comienzo un letrero aclara que la película fue realizada sin la autorización de la protagonista y desde ese punto de partida uno como espectador ya puede advertir por donde irá la cosa y que es lo que está dispuesto aceptar y que no. Said filma a Flora, se filma a él, a sus padres, con un dispositivo casero, con planos desprolijos, como si se tratara de un ensayo. Pero paradójicamente esa metodología termina dándole frescura e imprevisibilidad más allá de que nunca sabremos si éste actúa un personaje o si sus intenciones son verdaderas. Se puede discutir lo ético de la forma, la intencionalidad y hasta si es válido exponer de esa manera a alguien que ya no está. Pero también es real que hay una manipulación de ambos lados, tanto de Flora como del director, y que en ningún momento ninguno trata de ocultar, aunque sea más evidente de uno que del otro. En ese sentido el documental es honesto, aunque también cabe preguntarse si todo lo que se ve es real o parte de una puesta en escena en donde todos eran partícipes de una historia que el director manipuló.Y ahí la honestidad la daría pasó a la mentira. Flora no es un canto a la vida en la vida genera muchas más preguntas que las certezas que puede brindar. Tal vez Flora no fue la engañada y todos somos víctimas de una historia con mucha ficción y algo de realidad. O no.
Vivir para contarlo Alice Domon y Léonie Duquet eran los nombres de las dos monjas francesas que fueron secuestradas y desaparecidas por la dictadura cívico militar que gobernó Argentina entre 1976 y 1983. Yvonne Pierron era la compañera de ambas que se salvó exiliándose en su propio país. Sobre su figura versa el documental de Marina Rubino, Yvonne (2018). Yvonne Pierron, fallecida en 2017 a los 88 años, era una monja francesa afincada en Argentina que logró salvar su vida saliendo del país y volviendo a Francia pero lamentando el cruel destino final de sus hermanas en la fe, Alice Domon y Leonie Duquet. Antes de radicarse en el país pasó su juventud en Francia durante la Segunda Guerra Mundial e ingresó al convento para tomar los hábitos, luego cruzó el Océano Atlántico hacia la periferia oeste de Buenos Aires, vivió en la Patagonia junto a los Mapuches, en Corrientes con las Ligas Agrarias y se exilió en Francia para más tarde viajar a la Nicaragua sandinista y regresar a la Argentina en democracia, a Misiones, a Pueblo Illia y Posadas, su último lugar en el mundo. Rubino realiza un honesto retrato cinematográfico sobre la figura de Yvonne centrado en una primera parte en los por qué de la persecución por parte del gobierno militar, tanto de ella como de sus dos compañeras (quienes cuidaban al hijo con síndrome de Down del dictador Videla). Para eso se nutre de imágenes de archivo y testimonios que se entrelazan con la participación de Yvonne durante 2010 en el juicio que meses después de su muerte condenó a varios represores por la desaparición de las monjas francesas. El segundo tramo de este valioso documental muestra la participación de la religiosa en la Nicaragua sandinista para concluir con su afincamiento definitivo en la provincia mesopotámica de Misiones. El viaje por la memoria de una luchadora que vivió por y para los demás y que, por su bajo perfil, no fue reconocida en vida como lo hubiera merecido, es el eje sobre el que bucea Yvonne, un retrato íntimo y personal que transita por el amor más allá del horror.
Nosotros y los miedos Federico Veiroj (El Apóstata, 2015) vuelve a indagar sobre los vínculos familiares en su nueva película Belmonte (2018), y lo hace con el sello que atraviesa su obra: el humor seco, personal y elegante que caracteriza al uruguayo. Javier Belmonte (Gonzalo Delgado) es un artista plástico separado de su mujer que encuentra su estabilidad emocional en compañía de su pequeña hija. La ex mujer de Belmonte está embarazada de su nueva pareja y este motivo lo desestabiliza, tanto a él como a Celeste (Olivia Molinaro Eijo), la hija que ambos tienen en común. Poco importa la retrospectiva que el Museo de Artes Visuales de Montevideo realizará en breve de obra de Belmonte, tampoco la venta de sus cuadros, ni la proyección internacional que crece a diario. A Belmonte solo le preocupe el cambio de dirección que tomará su vida cuando nazca el hijo de su ex, y es en esa preocupación que encuentra crear un nuevo vínculo con su hija, perturbada ante la llegada del nuevo hermanito. Veiroj sitúa su nueva película en el mundo del arte pero no para hablar del snobismo que rodea a los artistas con sus grandezas y miserias, relaciones hipócritas y superficialidades, si bien aparecen en un segundo plano muy menor. El arte es solo la excusa para volver a transitar por temas que le preocupan como el miedo al cambio, las inseguridades, los vínculos, la relación familiar y la inmadurez. Belmonte solo parece sentirse a gusto en la relación con su hija, como si fuera un igual, un espejo de su ser. Pero también el arte aparece como un modo de representación cinematográfico donde los sueños están atravesados por el surrealismo y el presente por un tono realista, al igual que la obra de Belmonte. Belmonte podría ser un drama existencialista sobre un personaje sumido en una profunda crisis en la mitad de su vida, pero Veiroj se corre del típico lugar para imprimirle dosis de un humor irónico y agridulce, con esa acidez propia del uruguayo, y así crear una comedia que deambula entre lo real y lo onírico, como las pinturas que el propio Belmonte firma.
La lucha continúa En Impresiones obreras (2018) el documentalista Hugo Colombini aborda la historia de la prensa y el periodismo obrero en la Argentina desde la investigación que realiza un grupo de trabajadores de la cooperativa Madygraf. El relato, en un primer tramo, se centra en la recuperación por parte de los trabajadores de una imprenta. La trama muestra todo el proceso desde que la misma pasa a manos de quienes la trabajaron hasta formar la cooperativa Madygraf. A partir de ahí la historia se bifurca hacia un grupo de esos mismos trabajadores que comienza un recorrido por bibliotecas y archivos para investigar sobre la historia de la prensa obrera argentina y establecer relaciones entre pasado y presente. Con una estructura que bucea entre la observación y el testimonio frente a cámara, Colombini construye un registro sobre el proceso de recuperación y formación de una cooperativa de trabajo mientras que por otra parte trabaja sobre la investigación histórica a partir del interés de los propios protagonistas sobre una temática que los interpela. A través de un formato que muchas veces prioriza el contenido por sobre la forma, Impresiones obreras muestra de manera original e inteligente una historia del presente que encuentra sus raíces en el pasado para apuntalarse en el futuro.
El testamento Abner Benaim, realizador de documentales como Empleadas y Patrones (2011) e Invasión (2015), realiza un retrato íntimo y personal sobre la figura del cantante, compositor, músico, actor, abogado, y político panameño, a modo de homenaje por la conmemoración del cincuentenario de su carrera artística que se convierte en un testamento audiovisual. Nacido en Panamá en 1948, afincado en Nueva York, ganador de 17 premios Grammy, Rubén Blades es uno de las figuras más destacadas de la música latinoamericana contemporánea. Pero esa no es su única profesión. Hombre de las leyes, actor de Hollywood, candidato a Presidente de su país, Ministro de Turismo... la vida del creador de los hits Plástico y Pedro Navaja es un libro lleno de curiosidades sobre las que Benaim indaga a través de la voz del propio protagonista. El cineasta se introduce en la casa del artista, lo sigue por las giras musicales, habla con colegas, entre ellos Gilberto Santa Rosa, Sting, Paul Simon y René Pérez Joglar, indaga en su archivo, para retratar a un hombre que busca enfrentarse con su propio legado pero también con las complejidades de la fama, con la privacidad de lo público, con la muerte y que utiliza la política como puente para modificar la vida a la gente. Yo no me llamo Rubén Blades es una película que apunta al clasicismo en la forma de narrar un documental de tono biográfico, que sin asumir demasiados riesgos estéticos baja del altar al "dios" para retratar al hombre, sin maquillaje y con total naturalidad. Lejos del glamour, los flashes y el lujo con las que muchas veces se asocia a las estrellas.
Una ciudad nada feliz Valentín Javier Diment incursionó en la temática de la violencia política en Parapolicial Negro: Apuntes para una prehistoria de la triple A (2010), película que en un punto funciona como precuela de La Feliz. Continuidades de la violencia (2018), documental que narra cuarenta y cinco años de este tipo de hechos en la ciudad balnearia de Mar del Plata. La Feliz. Continuidades de la violencia se desarrolla entre un periodo que comienza con el asesinato de Silvia Fuller en 1971, estudiante de arquitectura muerta por el disparo de un arma de fuego proveniente de miembros de la CNU (Concentración Nacional Universitaria) durante una asamblea del centro de estudiantes, y finaliza con la condena en 2018 a un grupo de jóvenes neonazis [9 años y 6 meses a Oleksandr Levchenko (23); 9 años a Alan Olea (29) y a Gonzalo Paniagua (26); 8 años y 6 meses a Nicolás Caputo (30); 5 años y 6 meses a Giuliano Spagnolo (21); 4 años y 6 meses a Franco Pozas (28) y 2 años de tratamiento tutelar a Marcos Caputo (19)]. Tomando como punto de partida el primer asesinato, la impecable investigación periodística de Felipe Celesia, Pablo Waisberg, Federico Desántolo atraviesa una serie de hechos vinculados con el aumento y continuidad histórica de la violencia política. Al disparo que puso fin a la vida de la estudiante le siguen una serie de cruentos asesinatos ocurridos en 1975; la conocida como “La noche de las corbatas” en 1977, que terminó con el secuestro, tortura y desaparición de un grupo de abogados laboralistas, y varios años después, a partir de 2015, luego del triunfo del candidato del PRO Carlos Arroyo, un seguidilla de hechos vinculados a grupos de extrema derecha con simpatía neonazi que cometieron atentados contra inmigrantes bolivianos y miembros de la comunidad LGBTQI. La hipótesis del documental es demostrar como todos estos sucesos tienen un mismo hilo conductor y que no es casual que acontezcan en Mar del Plata. Diment recurre al formato de la entrevista frente a cámara utilizando elementos del cine de género y algunos recursos cinematográficos de la ficción –la música juega un rol esencial- para descomprimir los brutales testimonios (de víctimas y victimarios) como el de Marta García de Candeloro, secuestrada, torturada y violada durante la última dictadura cívico militar en el centro clandestino conocido como La Cueva y cuyo esposo, un abogado laboralista, aun continua desaparecido, o Carlos Pampillón, referente de la ultraderecha local. Sin ningún tipo de resquemor, Pampillón vomita frente a cámara toda su ideología neonazi pero no es el único. Entre los entrevistados también aparecen Nicolás Márquez, coautor con Agustín Laje de una serie de libros de ideología ultraderechista, el Dr. Cristian Moix, abogado defensor de Pampillón, e incluso Giovanni Naldi Gravigna, joven transgénero militante de la ultraderecha que considera un invento a la ideología de género.. La Feliz. Continuidades de la violencia busca desmitificar el apodo que se le puso a Mar del Plata, que en sus orígenes fue el refugio veraniego de la élite argentina hasta que con la llegada del peronismo se convirtió en una ciudad popular, para mostrar como nada de lo que sucede es casual sino que está en la genética de una ciudad que desde su fundación ha sido epicentro de la ultraderecha nacional.