Una novia errante El cordobés Luis María Mercado debuta en el largometraje con una peculiar (y extraña) historia sobre el transitar de una novia días antes de la boda, pero que sirve para hablar de los usos y costumbres de una tradición sostenida por el patriarcado, la religión y los intereses económicos de un sector privilegiado de la sociedad. Ambientada durante un frio invierno en un pueblo rural de las sierras cordobesas Vigilia en Agosto (2019), que tuvo su estreno mundial en el Festival de Málaga, nos presenta a Magda (Rita Pauls), una joven que se encuentra en la etapa final preparatoria de lo que será su casamiento con el descendiente de una de las familias tradicionales y más poderosas del lugar. Con el devenir de los días una serie de acontecimientos ocurren inesperadamente y Magda comienza a dudar, no sobre su elección, sino sobre el rol que ocupará en una sociedad patriarcal, donde lo que se espera de ella no tiene nada que ver con lo que alguna vez soñó. Mercado propone a priori un drama psicológico sobre el martirio de una novia estresada por los preparativos de su inminente boda pero, lejos de lo que puede leerse en una primera línea narrativa, Vigilia en Agosto ahonda mucho más allá para introducirse en problemáticas más ásperas y no muy amables como la opresión social, los mandatos familiares, las herencias que deben mantenerse intactas, el rol de la mujer en una sociedad donde el hombre es el patrón y ejerce la violencia sobre el más débil, no solo física sino psicológica. Vigilia en Agosto transita por una serie de tópicos que configuran la agenda actual y que constituyen la célula madre de una historia cuyo germen parece ser otro, mostrando la radiografía de una sociedad donde la desigualdad -en su sentido más amplio- favorece al ejercicio del poder.
Living la vida loca En 1995 llegaba a los cines Kids, una controvertida obra sobre el descontrol en la adolescencia dirigida por el prolífico Larry Clark. En ella un grupo de jóvenes skaters vivía la vida entre drogas, alcohol y sexo. Un cuarto de siglo después, el actor Jonah Hill debuta tras las cámaras con un coming of age impresionista, ambientado en la misma época (basado en sus propios recuerdos), con jóvenes skaters y descontrol. En los 90 (Mid90s, 2018) dialoga de forma inteligente con la película de Larry Clark proponiendo una nueva vía, paralela a los relatos fascinantes y sórdidos, que huye de la locura, la provocación y el tremendismo. La historia se ubica en la ciudad de Los Ángeles y tiene como protagonista a Stevie (Sunny Suljic), un niño skater de 13 años, que encuentra a través de la práctica de esta actividad una vía de escape a la complicada vida familiar de padres ausentes y un hermano abusador (Lucas Hedges). El skate es una excelente metáfora para hablar de resiliencia, ya que es un deporte que exige intentar mil veces las cosas hasta que salgan. Y en síntesis eso es lo que hace Stevie. En los 90 es suficiente el recorrido inicial que hace Stevie por la habitación de su hermano Ian para ubicarnos en la época: en las paredes cuelga un poster de Wu-Tang Clan; vemos rondando la revista Source y la colección de CDs con música representativa y VHS se amontonan en una esquina; mientras el armario se desborda con Air Jordans. Stevie es un chico de pelo ondulado y ojos curiosos que con una sonrisa revela toda su inocencia. Un día observa un grupo de skaters y fácilmente logra infiltrarse en sus aventuras. El grupo está compuesto por cuatro adolescentes. Ray (Na-kel Smith), el mayor y único afro-americano que concentra su atención en lograr hacer una carrera profesional en el skateboard. Por otro lado, está “Fuckshit” (Olan Prenatt), sus amigos lo llaman así por ser la manera en que inicia cada frase. Ruben (Gio Galicia) quien es el más joven del grupo antes de la llegada de Stevie, y el último integrante es “Cuarto Grado” (Ryder McLaughlin), apodo que implica su capacidad intelectual. La inocencia y educación de Stevie contrarrestan a los de sus nuevos amigos, sin embargo, hay un espacio para él en el grupo, mientras se la pasan fumando, montando skates y haciendo chistes sin sentido. En los 90 es un relato iniciático que transpira verdad lleno de luces y sombras, de instantes fugaces de felicidad y de angustia existencial por lo que está por venir, un estado de ánimo contradictorio que se transmite a través de una puesta en escena visualmente áspera (fue filmada en súper 16 mm) y un encuadre preciso; sumado al ingenio de los diálogos y el carisma del elenco juvenil, y por supuesto a su increíble soundtrack y dirección musical. Hill trabajó con los compositores Trent Reznor y Atticus Ross (miembros de la banda de rock Nine Inch Nails y ganadores del Oscar por su banda sonora para Red Social), quienes proporcionan una curaduría musical impecable con cortes estratégicos en cada escena, más cerca de la melancolía que de la nostalgia mal entendida.
Mucho ruido y poco riesgo Historias Breves, el clásico compendio de cortometrajes argentinos que nació en 1995 dando a conocer los primeros trabajos de Lucrecia Martel, Daniel Burman, Israel Adrián Caetano, Ulises Rosell y Sandra Gugliotta, ya va por la edición 17 y tal vez sean las nuevas tecnologías, la coyuntura o el gran desarrollo que ha tenido el cortometraje argentino en los últimos años que hacen que hoy ya no sea visto como un semillero de futuros grandes cineastas ni como una herramienta de experimentación para el riesgo. Historias breves 17 (2019) presenta siete nuevos trabajos, algunos de ellos de directores que ya incluso han estrenado largometrajes, que si bien están correctos (en su mayoría) no ofrecen nada nuevo en cuanto a formas de narrar. Dentro de la heterogeneidad de miradas de esta edición sobresalen El espesor de lo visible, de Mercedes Arias; Una noche solos, de Martín Turnes; La medallita, de Martín Aletta; El agua, de Andrea Dargenio, y Noche de novias, dirigido a cuatro manos por Santiago Larre y Gustavo Cornaglia. El primero, tal vez el que más arriesga, jugando con el tiempo y el espacio, se centra en una joven pareja de padres primerizos que se entera bruscamente que el hijo por nacer será de género no binario. Mercedes Arias apela a una concepción filosófica en la narrativa que se traslada a un riguroso trabajo visual. Martín Aletta realiza un homenaje a las películas mudas de principios de siglo pasado, al tango y al boxeo en un singular relato filmado como en los comienzos del cine que cuenta la historia de un boxeador llamado Catulo Castillo que tratando de evitar su propia muerte se topará con ella de manera fortuita. En El Agua, cuyo guion corresponde a Elia Gonella, Dargenio ubica a su personaje en un presente distópico donde el agua ha desaparecido pero pese a ello el entorno que lo rodea parece no haberse dado cuenta de lo sucedido mientras actúa con total normalidad. Un coctel de ciencia ficción con comedia negra que pone en evidencia a una sociedad enceguesida que no quiere ni puede ver una realidad que se le presenta de manera explícita frente a sus ojos. Santiago Larre y Gustavo Cornaglia trabajan, lo que en un principio puede ser leído como una historia patriarcal donde el hombre ejerce supremacía sobre la mujer, un audaz relato sobre el accionar de un grupo de tareas durante la última dictadura cívico militar argentina en Noche de novias. La historia más corta (dura solo 9 minutos por sobre un promedio de 15 del resto) resulta ser tan efectiva como perturbadora. También ambientada durante la dictadura Hay Coca (Jorge Issa) trabaja el tema de la devastación económica graficada con el cierre de los ferrocarriles y la censura en una especie de homenaje (neo)realista a la recién fallecida Isabel Sarli. Mientras que en El agua de los sueños Pablo José Fuentes y Rocío Muñoz trasladan al audiovisual el capítulo homónimo del comic Alvar Mayor, de Carlos Trillo y Enrique Breccia, combinando la épica con el melodrama. Finalmente, Martín Turnes, que ya había debutado en el largo con Pichuco (2014), propone una comedia romántica, protagonizada por los impecables Analía Couceyro y Diego Velázquez, que sigue el derrotero de una pareja que decide pasar Una noche solos, lejos de su pequeño hijo. Tarea casi imposible que es puesta en escena con una buena dosis de humor sutil que nunca pierde su elegancia.
Bicicletas animadas Con un corte educativo y un mensaje directo, Bikes (2019), dirigida por Manuel J. García, es una fábula ecológica que busca afianzar entre los espectadores principios como la protección del medio ambiente y la preservación de la naturaleza. Bikes, que según su realizador es un homenaje a Cars (2006), transcurre en Spokesville, una ciudad armoniosa y tranquila, repleta de árboles de colores, donde brilla el sol, el aire es limpio y los edificios están construidos con elementos extraídos de un taller mecánico, alternados con otros de inspiración asiática y con carteles con rótulos en caracteres asimismo orientales. Allí viven felizmente las bicicletas, a los que se les ha agregado ojos y boca para humanizarlos y así conseguir captar la empatía del espectador. El protagonista de esta aventura es una bicicleta de montaña y color verde llamada Speedy, que se dedica a repartir el correo entre sus vecinos. Pero un día regresa a casa el admirado campeón local Rock Bikeson, quien auspiciado por empresarios y banqueros sin escrúpulos, intentará convencer a sus paisanos de que con un motor incorporado a sus estructuras corporales sus vidas –y su velocidad– mejorarán, sin desvelar las consecuencias nefastas que ello traerá para el medio ambiente. Tras el caos provocado por ese avance técnico tan dudoso, el resuelto Speedy, apoyado por sus amigos Piñon, Gassy y Montana, se tendrá que enfrentar a Rock en una carrera actualizada de aquélla de cuadrigas de Ben Hur y, con su triunfo, lograr erradicar la ambición materialista –y contaminante– de su ciudad. Una fábula de mensaje ecologista marcado, un tanto simple en su mecánica narrativa pero efectiva en sus objetivos, Bikes busca crear conciencia sobre la utilización de estos vehículos sin motor en lugar de los automóviles que contaminan ciudades como Pekín, Madrid o Buenos Aires y, de paso, transmite otros valores como la amistad, el deporte, el trabajo en equipo y la honradez.
Chamamé futurista Un rockumental sobre la banda de Curuzú Cuatiá Los Síquicos Litoraleños, "el Pink Floyd de los pobres", es la propuesta de Alejandro Gallo Bermúdez en Encandilan luces, Viaje Psicotrópico con Los Síquicos Litoraleños (2018), un desprejuiciado recorrido de ocho años junto a los creadores del chamamé psicodélico. Los Psíquicos Litoraleños, surgida en Curuzú Cuatiá, Corrientes, pronto se convirtió en una banda de culto dentro la escena del Avant Garde Noise. Debutaron en 2005 en el Festicumex, y se hicieron lugar en un hueco del World Music más Noise. Su disco Sonido Chipadélico fue editado por Sham Palace (de New York) y Annihaya, sello del Líbano. Tocaron en Worm (Rotterdam) y los definieron como “El Pink Floyd de los pobres”, haciendo chamamé futurista. Encandilan luces, Viaje Psicotrópico con Los Síquicos Litoraleños, a diferencia de otros rockumentales –que no tienen nada que ver con la estética visual de lo que retratan- funciona en perfecta sintonía. El relato navega entre lo kisch y lo retro yendo en concordancia a lo que transmite una banda que hace noise mezclado con chamamé. La trama, dividida en episodios a lo largo de ocho años, gira en torno a la búsqueda de los instrumentos musicales perdidos cuando se caen de la camioneta que los transportaba en pleno campo. A partir de ese inicio, Gallo Bermúdez construye una historia psicodélica en donde si se desconociera la realidad podría afirmarse que se está frente a un falso documental. Tanto por la extravagancia del grupo como por la forma en la que se cuenta, en la que se incluye una disputa musical con Cristian Osorio, creador de los desaparecidos Saltimbankis, y una gira por Holanda. Esto no llamaría la atención si los Los Psíquicos Litoraleños no fueran portadores de una estética cuasi bizarra. La originalidad de Encandilan luces, Viaje Psicotrópico con Los Síquicos Litoraleños yace en escaparse de los cánones que parecieran regir al clásico documental biográfico. Gallo Bermúdez se corre de ese lugar y lo trabaja desde el humor, como una comedia almodovariana de los años 80, reconstruyendo la historia de un grupo musical de la escena under correntina en una película que mantiene la esencia del objeto retratado entre atuendos estrafalarios y una búsqueda constante por modificar la percepción.
Sobre madres, hijas y entenados La actriz, escritora y dramaturga argentina Romina Paula debuta en el largometraje con una historia acorde para los tiempos que corren y en concordancia con la agenda feminista. El derrotero de una mujer que tras haber sido madre sufre una crisis existencial que le genera millones de preguntas. Romina se fue con su novio a vivir a las sierras donde tuvieron un hijo que ya va por los tres años, Ramón. En medio de una crisis personal, Romina regresa a Buenos Aires a pasar un tiempo con su madre buscando reencontrarse con aquella mujer que alguna vez fue, pero sin saber muy bien hacia dónde ir. Romina Paula dirige, escribe y protagoniza De nuevo otra vez (2019), una inteligente ópera prima que tuvo su estreno en el pasado Festival de Rotterdam, en donde reflexiona sobre la maternidad y algunas cuestiones relacionadas a la mujer y lo femenino, para abrir un abanico de preguntas que a lo largo de la historia intentarán encontrar una respuesta que no siempre será la deseada. La maternidad como núcleo central pero también la relación madre-hija (y viceversa), la mujer a través del tiempo y las épocas, la heterosexualidad como norma social, la crisis de los 40, la trasformación del amor en la pareja y las elecciones que llevan a las personas a ser quienes son terminan siendo las células que se desprenden de un relato cinematográfico que apuesta por algunos dispositivos narrativos como la utilización de collages de fotografías, monólogos en tono teatral, una voz en off para sacar del interior pensamientos y un centenar de referencias autobiográficas y bibliográficas (resulta ineludible no relacionar de nuevo otra vez con su novela Acá todavía editada por Entropía en 2016). Sin apelar a una puesta en escena grandilocuente ni caer en cierta pretenciosidad estilística Romina Paula, que demuestra una vez más ser una gran narradora de historias simples que le escapan a las convencionalidades, logra con De nuevo otra vez una película cíclica con tantas preguntas como las respuestas que de ella muchas veces no se desprenden.
Los caminos de Federico Una puesta bailada sobre Bodas de sangre, la obra de Federico García Lorca, es la matriz sobre la que se mueve Bailar la sangre (2019), un documental de creación de Eloísa Tarruella y Gato Martínez Cantó que reversiona el texto a la vez que narra el proceso artístico e introduce al espectador en el universo lorquiano. Un clásico de la literatura, una compañía de danza, un grupo de músicos y un equipo de cineastas se reúnen en una fábrica recuperada por sus trabajadores para hacer una videodanza en cuatro cuadros sobre Bodas de Sangre. El experimento da origen a un documental sobre el proceso creativo de una coreografía y también de una película. Bailar la sangre muestra a lo largo de sus casi 70 minutos el surgimiento de la idea, la elección de los actores-bailarines, los ensayos y el montaje final, a la vez que en otro plano, mientras los actores investigan sobre García Lorca, tiende puentes con el espectador resignificando la obra en el presente. Los directores, resuelven con solvencia, no solo la línea narrativa que se refiere a lo creativo sino también el retrato austero, pero no por eso menor, que hacen de la figura de García Lorca, profundizando sobre todo durante la etapa que el poeta español tuvo en Buenos Aires.
Secretos y mentiras Con un planteo inicial atractivo sobre nuevas tecnologías y consumo, Doubles vies (Doubles vies, 2018), de Olivier Assayas, gira hacia los secretos y mentiras que esconden un grupo de personajes de clase media alta vinculados al mundo cultural parisino. Alain (Guillaume Canet) es un editor de libros parisino que intenta adaptarse al nuevo mundo dominado por la tecnología, al igual que todos los que le rodean. Su mujer, Selena (Juliette Binoche), es una actriz estancada en una popular serie de televisión que ya no le resulta gratificante, mientras que su amigo Léonard (Vincent Macaigne) es un escritor de poco éxito que se ve forzado a discutir sobre las polémicas que sus novelas autobiográficas han desatado en las redes sociales. Tan atractivos como irritantes, los personajes de Doubles vies se centran exclusivamente en ellos mismos, mientras discuten acerca del número de lectores, la inminente transición digital y la cada vez menor relevancia de los críticos a la hora de influenciar los gustos del público. Los protagonistas discuten, entablan relaciones extramatrimoniales y hablan. Hablan todo el tiempo durante los casi 120 minutos de metraje, dejando una amplia selección de frases memorables y la cabeza del espectador al borde del estallido. A pesar de que Doubles vies se muestra segura a la hora de marcar cómo está cambiando el mundo -no necesariamente para mejor-, y presenta debates sobre el nuevo panorama mediático y tecnológico, la trama tiene un aire anacrónico, muy característico de cierto cine francés, centrándose en gente de mediana edad, de la misma etnia y clase social, que tras pasar una noche de sexo y alcohol se ponen a discutir sobre Ingmar Bergman, Woody Allen, Julia Roberts, Catherine Deneuve y hasta de la misma Juliette Binoche.
Perfect Day Look ochentosos emulando estrellas del rock, un triángulo amoroso y sentimientos en efervescencia son el eje sobre el que Kirill Serebrennikov construye una (anti) biopic inspirada en la vida real de los músicos rusos Viktor Tsoi y Mayk Naumenko, quienes desafiaron las rígidas tradiciones soviéticas para buscar sus modelos en Occidente –Lou Reed, David Bowie, Iggy Pop, T-Rex, Blondie, Sex Pistols–, allanando el camino para los cambios culturales que vendrían después. Leto (Verano) (2018) mezcla el panorama político de la época con la locura del rock, el amor y la libertad. Mayk (Roman Bilyk), líder del grupo soviético de los años 80 Zoopark, Viktor Tsoi (Teo Yoo), fundador del legendario grupo Kino y un pionero del rock ruso, y Natacha (Irina Starshenbaum), la mujer de Mayk, de la que ambos músicos (y el espectador) están enamorados y cuyas memorias retoma la película, conforman el trío protagónico de Leto (Verano), ambientada en el Leningrado de 1981, cuando la escena rockera empieza a florecer, influenciada por el rock occidental. Desde el inicio uno cae rendido ante Leto (Verano), un film postmoderno, filmado en un blanco y negro soberbio -en consonancia con la estética de la música evocada- aunque no ahorrando en ráfagas de color cuando palabras rojas se sobreimprimen sobre las imágenes o vídeos caseros de aficionados interfieren el relato. Serebrennikov muestra la mejor cara posible del género biopic, mimetizando el cariz rupturista y, por qué no, revolucionario de sus protagonistas; huyendo al mismo tiempo de clisés y lugares comunes mientras introduce a los neófitos en una escena musical tan brillante como desconocida para muchos. La primera escena nos muestra a unas muchachas subiendo una escalera por detrás del edificio que alberga una sala de conciertos para poder entrar clandestinamente. En ese lugar cultural totalmente controlado por las autoridades hay que reprimirse. El público tiene prohibido seguir físicamente el ritmo. El motivo de la expresión rígidamente controlada aparece en varias ocasiones a lo largo del relato con humor cuando hay que explicar el sentido de este rock progresivo al representante del ayuntamiento, con poesía cuando un candado se balancea lentamente, con brutalidad cuando los personajes se topan con la policía en un tren y lo mismo para escaparse de nuevo en un clip musical tan salvaje como imaginario. Es tanta la locura desatada por el rock que el director decide incluir un personaje para que señale al espectador si lo que está viendo y sintiendo forma parte de la realidad o solo de la imaginación de los personajes. Leto (Verano) es mucho más que un biopic. No busca recrear el periodo con exactitud histórica sino evocarlo tal y como existió en las fantasías de quienes lo vivieron, y eso explica la creación de texturas y atmósferas por sobre la narración. Habla de lo que no fue o no es sino con carácter virtual. De una cierta evasión, de atravesar la pantalla para reencontrarse del otro lado, de dejar que las canciones escapen, de sobreponerse al sonido mediocre de una grabación porque el sonido mejor, el del público, cantará en el aire. Es, en definitiva, una obra impregnada de belleza y libertad. Kirill Serebrennikov se encuentra actualmente en situación de arresto domiciliario, acusado de fraude, aunque probablemente sea por sus opiniones sobre el presidente ruso Vladímir Putin.
Sobre cárceles y delicuencia Los internos del Penal de Villa Urquiza (Tucumán) que integran un taller de teatro deciden representar la vida de Andrés Bazán Frías, un bandolero tucumano nacido a finales de 1800 que, al ver la desigualdad social, comenzó a robar para los más pobres. Detenido por un crimen es asesinado por la policía cuando intenta escapar de la cárcel donde se encontraba. A través de esta historia, Bazán Frías, Elogio del Crimen (2018) busca puentes de conexión entre el hoy y el ayer para profundizar sobre la problemática de la delincuencia y la violencia estructural. Lucas García Melo dirige y escribe una película colectiva de Cine Bandido que sigue dos líneas narrativas. Por un lado un taller de teatro que da origen a la filmación de una película que reconstruye la historia del Robín Hood tucumano, mientras que por otro, a partir de lo que de ella va surgiendo marcar semejanzas y diferencias con la delincuencia en el presente. ¿Qué hace a una persona convertirse en delincuente? es la pregunta que surge desde un comienzo y que a lo largo de los casi 60 minutos de metraje busca encontrar todas las respuestas necesarias, no justificando sino entendiendo los por qué de una acción de esta naturaleza. Testimonios de los detenidos se entrecruzan con imágenes de la cotidianidad carcelaria donde la sobrepoblación resulta una constante y la violencia parte de una rutina. A la vez que imágenes con opiniones de ciudadanos "comunes" pidiendo mano dura, más cárceles o mayores condenas, se cuelan con otras que ponen en evidencia la desigualdad social dentro de un sistema capitalista donde la "necesidad" de tener influye en los actos delictivos y sus consecuencias. Hablar de delincuentes implica estudiarlos como parte de un tiempo y espacio particular que ayuda a comprender un contexto sociopolítico. En Bazán Frías, Elogio del Crimen se unifican pasado y presente para analizar desde adentro la problemática delincuencial e interpelar la construcción social que existe sobre el delito y la violencia dentro de una sociedad marcada por la desigualdad social.