Glorias Porteñas Luisa Escarria fue fotógrafa en la época de oro del teatro de revista argentino. Por su estudio pasaron todos los capocómicos de las décadas del 50, 60 y 70 y las vedettes más emblemáticas. Sus fotos incluyen a Susana Giménez, Moria Casán, Jorge Porcel, Alberto Olmedo, Juan Carlos Altavista y un sinfín de nombres, tal vez para muchos desconocidos, pero que sin lugar a dudas son parte de la historia del espectáculo nacional. Foto Estudio Luisita (2018) trabaja sobre la nostalgia de lo que fue. Rosa, Graciela y Luisa Escarria son tres hermanas colombianas que llegaron al país en el año 58. Luisa fue quien se hizo cargo del estudio fotográfico que heredaron de su madre. Casi por casualidad empezó a tomar fotografías para los integrantes de una obra que hacía temporada en el Teatro Maipo e inmediatamente demostró un ojo único para captar gestos y detalles imposibles de retratar. Fue en la misma casa donde vivían (y aún viven) las hermanas que montaron el llamado Foto Estudio Luisita que funcionó hasta hace algunos años. La protagonista principal de esta historia y Sol Miraglia se conocen mientras la fotografa y cineasta trabajaba en un estudio cercano a la casa de Luisita e inmediatamente logran una química única. Miraglia comienza a visitarla mientras inicia una tarea titánica: la puesta en valor del archivo de fotografías para realizar una muestra en el Centro Cultural General San Martín. Durante ese transcurso filma a las hermanas Escarria, en la cotidianidad de la vida diaria, con la complicidad de una nieta “adoptada”, entre anécdotas de aquellos años gloriosos, técnicas para captar lo imposible, secretos en épocas en las que el Photoshop no existía o confesando como el avance tecnológico puso fin a una profesión que antes era más artesanal. Nostalgia y emotividad son las dos palabras que definen a Foto Estudio Luisita, un documental honesto, donde la complicidad de las tres hermanas con Miraglia es el corazón de un relato que late al compás de los recuerdos de antaño. Miraglia y su codirector Hugo Manso logran con respeto y naturalidad -captando la esencia al igual que Luisita en sus retratos- un documental valioso sobre una parte importante de la historia de la fotografía en el mundo del espectáculo local, una profesión alejada de las luces y las marquesinas, pero que sin ella no serían nada.
Seis empleados en busca de dirección Los cambios tecnológicos hacen que cierto tipo de cine envejezca en poco tiempo, sobre todo aquel donde celulares y computadoras adquieren un rol preponderante. Ese termina siendo el peor de todos los problemas a los que se enfrenta Callcenter (2014), una fallida comedia dirigida por los debutantes Federico Velasco y Sergio Estilarte. La historia se ambienta como su título lo indica en un callcenter durante una noche de verano y se desarrolla en tiempo real. Cinco empleados y su coordinadora se ven afectados cuando un problema técnico hace que el "sistema" se caiga. A partir de esa situación tendrán que interrelacionarse entre sí mientras aguardan una solución. Los que en un principio funcionaban como máquinas humanas que actuaban por inercia ante un estímulo telefónico deben entablar un diálogo con aquellos compañeros a los que ven a diario pero que en el fondo desconocen. En los títulos finales de Callcenter figura que es una película de 2014, pero seguramente su filmación es anterior a ese año. Los celulares utilizados y las computadoras que integran el decorado del casi único espacio donde se desarrolla la trama denotan otra temporalidad. Y ese termina siendo uno de los mayores problemas a los que se enfrenta una película que sucede en un mundo que gira sobre lo tecnológico. Pero no es el único. Desde el vamos un aire añejo sobrevuela una historia filmada como si se tratara del capítulo de una telenovela del viejo canal 9 en los años 80. Si el arte, el vestuario, la puesta de cámaras y los encuadres dan la sensación de otro tiempo también lo es la trama por la que transita. Una seguidilla de chistes, gags y planteos que tal vez hace diez años resultaban graciosos pero que hoy terminan causando más pena que risa. Si la idea era hacer una comedia inteligente el cambio de época hizo que el resultado fuera el contrario. Lo único destacable dentro de todas las decisiones incorrectas tomadas por el binomio de directores son las actuaciones alejadas de todo lugar común y la empatía que logran los personajes con el espectador. El resto totalmente olvidable.
Caída libre Luego de Noche de perros (2015), una comedia con toques de policial clase “b”, Nacho Sesma da un giro de timón en su carrera y presenta Con este miedo al futuro (2018), un drama existencialista opuesto a su ópera prima en cuanto a la forma, aunque en la temática se encuentren varios puntos de contacto. En la primera escena vemos a Leo (Facundo Cardosi) tomando cocaína antes de ingresar a dar una clase en la universidad. Es profesor de literatura y con esa presentación ya se se intuye que estamos ante un ser autodestructivo. Y sí, Leo no la está pasando muy bien. Su sueldo no le alcanza, su pareja lo ha abandonado, su metodología no se lleva muy bien con el alumnado y sus compañeros docentes presentan quejas de él. Sin lugar donde vivir termina refugiado en el quincho de una casona en venta de los padres de su mejor amigo (Martín Mir). Leo deambula por la noche porteña con sus males y peligros siempre al borde de una cornisa de la que parece a punto de caer. Sesma cambia de registro para abordar tópicos como la autodestrucción y la noche porteña con respecto al tratamiento hecho en Noche de perros. Si en su debut apostó a la comedia policial ahora se vuelca al drama intimista, visceral, con analogías a películas como La noche (2016) de Edgardo Castro, aunque sin tanta crudeza en lo que muestra y como elige mostrarlo. Pese al derrotero por el que atraviesa Leo, Con este miedo al futuro es esperanzadora. En la antítesis del personaje autodestructivo aparece una alumna (Ailín Salas) como la única luz en el interior de un laberinto sin salida. Sesma apuesta a un relato ambiguo, en donde no todo está dicho ni explicado, pero también a la sordidez a través de una puesta sucia, con cámara en mano y una fotografía lúgubre como el personaje central. Cuando todo parecía estar encaminado para un tipo de cine mucho más “amigable” y cercano al género, Sesma sorprende con una película menos condescendiente, oscura, cargada de densidad, que tanto desde lo formal como lo narrativo asume una serie de riesgos de los que logra salir airoso.
El amor es más fuerte Un documental ensayo sobre el amor en tiempos de matrimonio igualitario es la propuesta que Laura Martínez Duque y Nadina Marquisio llevan adelante en Juntas (2018), una historia que tiene como protagonistas a Norma Castillo y Ramona ‘Cachita’ Arévalo, la primera pareja de mujeres casadas por ley en Latinoamérica. A los 68 años Norma y Cachita consiguieron casarse después de haber sido pareja durante tres décadas. Su historia se convirtió en un boom mediático que terminó con la histórica sanción de la Ley de Matrimonio Igualitario en Argentina. Ambas se conocieron en Colombia, país que veinte años atrás habían dejado con la promesa de volver. Juntas tenía todos los ingredientes para convertirse en un típico documental biográfico centrado en la potente historia de dos mujeres que lucharon contra viento y marea en pos de la igualdad de derechos, cayendo en el clásico formato de la entrevista frente a cámara, la inclusión de material de archivo o los testimonios de quienes compartieron con ambas los buenos y malos momentos. Pero, no. Sabiamente, el binomio de realizadoras, se corre de ese lugar y centra la historia en el regreso al país donde se originó todo para construir un ensayo fílmico sobre el amor y el dolor. Imágenes del caribe colombiano se fusionan con las voces de Norma y Cachita que recuerdan momentos del pasado azarosamente, de la misma manera en que se conocieron y que hizo que las directoras las encontraran a ellas, sin una linealidad específica, recuerdos que aparecen como esquirlas de la memoria. Diálogos casuales que al enfrentarse a una situación espontánea sirven para que el espectador se adentre en aquella relación que las une desde hace treinta años. El único momento “biográfico”, por llamarlo de alguna manera, que aparece en la película de manera explícita, es el cuestionamiento a una entrevista realizada por una revista local, donde al leerla en la intimidad aclaran algunos acontecimientos revelados y que a juicio de ambas no son los correctos o fueron distorsionados por la interpretación errónea del periodista que la realizó. Así como no es un documental biográfico, Juntas tampoco milita sobre la causa LGBTIQ, ni sobre el matrimonio igualitario, ni sobre derechos ganados ni un pasado de injusticias, es simplemente un documental sobre la intimidad de un amor -con todo lo que esa palabra abarca- desde la mirada de dos directoras que funcionan como el espejo de sus protagonistas.
Bicicletas La vida de Ignacio Semeñuk, un adolescente de 15 años (hoy tiene 18), nativo de la ciudad bonaerense de Chacabuco, ciclista con proyección internacional, es el eje sobre el que se centra Ciclos (2018), documental observacional de Francisco Pedemonte que toma el ciclismo como una excusa para retratar un ciclo de la vida desde un ángulo que el cine, en la mayoría de las veces, lo hace desde el lugar común. Semeñuk comenzó a dedicarse al ciclismo a los 12 años. Al principio competía con una bicicleta prestada porque no sabía si en realidad era lo que quería. Empezó ganando y llegando al podio en muchas carreras hasta que en 2015 se coronó subcampeón del Campeonato Argentino de Ruta y medalla de oro en el Campeonato Argentino de Pista y de los Juegos Evita. En 2016 fue subcampeón del Campeonato Argentino de Pista. Luego se retiró. En Ciclos, la cámara de Pedemonte solo observa. Lo observa a Ignacio en la relación con su familia, sus amigos, el ciclismo. Lo observa en el sacrificio del entrenamiento, en las metas que cumple, en sus triunfos y derrotas. Triunfos y derrotas que no solo tienen que ver con el ciclismo sino también con sus deseos, sueños, pérdidas y ganancias. La carrera de Ignacio le depara un futuro prometedor, tal vez una olimpiada, una medalla de oro, ¿pero es lo que quiere? Pedemonte, a diferencia de otros realizadores, no juzga a sus personajes, no los convierte ni en héroes ni villanos. En Ciclos no hay padres que presionan ni hijos convertidos en mártires. Solo hay una familia que apoya y un joven que durante un tiempo de su vida decide hacer ciclismo, que no lo sufre, lo disfruta. Pero que un día, le pone punto final y se dedica a otra cosa. Será el espectador quien deba sacar sus propias conclusiones si es que las necesita porque como en todos los ciclos una vez que se cierra comienza uno nuevo. La ausencia de un arco dramático donde el conflicto se internaliza y la simpleza de personajes que le huyen a un estereotipo hace que por momentos se sienta que la trama no avanza, más allá de algunas decisiones narrativas acertadas para crear suspenso (el final por ejemplo) y una banda sonora que rompe con la morosidad rítmica.
Ganar para perder El pampeano Facundo Arteaga, radicado en Intendente Alvear, aunque oriundo de General Acha, tiene un sueño y es el de consagrarse como Campeón Nacional de Malambo, una de las danzas folclóricas más llamativas y pasionales de la cultura popular argentina. Un sueño recurrente que estuvo a punto de concretar pero quedó trunco con el subcampeonato obtenido en 2014. A sus 35 años va a intentarlo una vez más. Guerrero de norte y sur (2019) sigue el derrotero personal de este bailarín de malambo en el antes, durante y después del campeonato argentino que se desarrolla en el marco del Festival Nacional de Malambo de Laborde (Córdoba), cuyo título, paradójicamente, obliga al triunfador al retiro definitivo de la competición. Entre su trabajo, la familia, el campo y su relación amor y odio con el malambo (en sus mejores años abandonó la competición) vemos transcurrir los días de Arteaga al que el binomio de directores integrado por Mauricio Halek y Germán Touza retrata con total honestidad y sin ningún tipo de regodeo de superioridad, algo frecuente en este tipo de documentales. A lo largo de casi tres cuartos de hora la observación recaerá sobre Arteaga en su rutina diaria mientras se prepara para la gran competición. En el tercer acto de la película será la competición en si misma la que domine la escena. Y es ahí donde vemos a un personaje contradictorio que busca ganar pero también perder. Sobre el final su voz en off develará el misterio de la contradicción no explícita, o la justificará. Guerrero de norte y sur es un documental retrato sin grandes pretensiones sostenido en su mayor parte en la empatía que se genera con un personaje que pone todo para ganar sabiendo que de hacerlo será su final.
Treinta años después La figura de Salvador Benesdra, periodista, escritor, psicólogo, traductor, autodidacta, autor de El Traductor, para muchos la novela argentina insignia de los 90, considerado el sucesor de Roberto Arlt, que se suicidó a principios de 1996 a los 43 años, sin que consiguiera que la publicaran, es reconstruida en Entre Gatos Universalmente Pardos (2018), una película necesaria no solo para acercarse a un hombre digno de una película sino también para entender la realidad política actual. Hoy El Traductor es una novela de culto que tras una primera edición por Ediciones de La Flor en 1998 volvió a reeditarse en 2012 por la editorial independiente Eterna Cadencia. Son 672 páginas que recorren la crisis ideológica y sentimental de la izquierda en la última década infame argentina ante el avance de las políticas neoliberales. Benesdra no la pudo ver publicada. Las editoriales la rechazaban, los concursos no la premiaban y su autor, que había sido despedido del diario Página 12, donde trabajaba en la sección de Política Internacional, inestable psicológicamente se quitó la vida un 2 de enero de 1996 arrojándose al vació desde el piso 10 de un departamento en el porteño barrio de Congreso. Damián Finvarb y Ariel Borenstein buscan reconstruir la figura de Besnedra casi con la misma lógica con la que funciona El Traductor. Entre Gatos Universalmente Pardos no es una película colosal ni dura varias horas pero si podríamos decir que ambas obras artísticas mantienen la misma idea política y estética. La estructura de la película es la de una típica biopic documental, dividida como si se tratara de los capítulos de un libro, que se va armando a partir de testimonios de quienes conocieron a Besnedra (desde periodistas, escritores, políticos, amigos y ex parejas) a la vez que se entremezclan viejas fotografías, audios y una vieja película casera en la que Besnedra se autofilma a modo de testamento. Si bien es cierto que la sucesión de testimonios por momentos puede agotar la idea (sin duda los autores pusieron más énfasis en el contenido que en la forma), Entre Gatos Universalmente Pardos adquiere un doble valor, no solo por recuperar la figura de un personaje desconocido por muchos y olvidado por otros, una deuda que la literatura aún mantiene pendiente, sino también porque como en El Traductor de los años 90, la película pone en debate la avanzada neoliberal y sus consecuencias. Claro que 30 años después.
El abrazo Con Los árboles (2017), primer largo documental de Mariano Luque tras dos logradas ficciones (Salsipuedes, 2012; Otra madre, 2017), el director cordobés aborda, desde una primera persona en fuera de campo, el acercamiento que mantuvo a la historia de su abuelo Macías, padre de 17 hijos (el mayor de 70 y la menor de 14) con quien no tuvo mucha relación como tampoco con gran parte de la descendencia que lo hereda. La historia de Macías es digna de una película. Paisajista cordobés, fue el progenitor de 17 hijos. En épocas de bonanzas pudo comprar un campo en Pan de Azúcar, cerca de Cosquín, al que llamó "El silencio" y pobló con diversas especies de árboles. De la misma manera que pobló al mundo de una descendencia frondosa. Antes de su muerte, a los 90 años, pidió que la urna con sus cenizas sea enterrada debajo de un cedro para cuando este crezca las raíces lo abracen. Hoy gran parte de esa numerosa familia pasa sus días en “El silencio” mientras contempla el árbol que abraza al patriarca. Los árboles mantiene la impronta que Luque impuso a lo largo de su corta pero potente obra. Retratos honestos sobre situaciones cotidianas que se manifiestan en relaciones complejas o atípicas. Acá, el conflicto, si lo hay, está puesto en la distancia que se da en una familia numerosa donde, por diferentes motivos, no todos sus miembros han llegado a conocerse. El director aprovecha su historia personal no solo para adentrarse en la vida de su abuelo sino para acercarse, tímidamente, como un temeroso observador, a la vida de los miembros más chicos de esa familia. Tíos y primos a los que no conoce y de los que nada sabe. La cámara se posa sobre cada uno, distante y modesta, para ir descubriendo, al igual que el propio Luque, como son, que les gusta, de que trabajan, a que juegan y que puede tener en común un grupo de personas a las que solo las une un lazo sanguíneo, y un árbol que los abraza como al viejo Macías.
El Bachillerato Popular Travesti – Trans Mocha Celis, ubicado en el barrio porteño de Chacarita, a metros de la estación Lacroze, es el primer colegio secundario en el mundo crítico de las desigualdades de género, que está orientado, aunque no de forma excluyente, a personas trans, travestis y transexuales. Sus estudiantes adquirieron técnicas para el desarrollo de audiovisuales y comenzaron a trabajar sobre una película que devino en Mocha (2017). Francisco Quiñones Cuartas, director del colegio Mocha Celis, y el periodista franco libanés Rayan Hindi son los encargados de dirigir esta obra colectiva cuyo guion surgió a partir de las inquietudes del propio alumnado, quienes también se representan a sí mismos sin la necesidad de ser parte de la subjectividad de otro. Elección que le brinda a la historia naturalidad y la aleja de la impostación. La línea narrativa sigue por un lado el detrás de escena de una película de ficción que retrata a Mocha Celis, una travesti tucumana, analfabeta, que fue asesinada en los años 90 por la policía y cuyo nombre es el que identifica al colegio. La segunda línea funciona como un apéndice de la primera para narrar, desde quienes la conocieron, la vida de Mocha y a su vez el accionar del colectivo trans. Mientras que una tercera focaliza sobre la creación del bachillerato y el rol que cumple tanto a nivel educativo como social. Finalmente las tres líneas se fusionan en una, de manera dinámica y sin que resulte forzado, para narrar la experiencia personal de cada integrante del colectivo ya sea en el colegio, la calle o la vida en general, pero siempre enmarcada dentro de los tres ítems sobre los que bucea la historia. En tiempos donde los derechos adquiridos son arrebatados, los colegios cerrados y la cultura ya no es parte de una política de estado, Mocha no solo es valiosa por lo que cuenta y como lo cuenta sino también por sus valores éticos e idelógicos.
En Reina de corazones (2016), el actor y director Guillermo Bergandi se introduce en el núcleo de la Cooperativa Ar/Tv Trans para reflejar, a través de una serie de entrevistas a diez de sus integrantes, no solo el detrás de escena de la misma sino las diferentes problemáticas que afectan a las chicas trans. A partir de su trabajo como docente en la Cooperativa Ar/Tv Trans, una cooperativa de teatro que busca rescatar a sus integrantes de la prostitución, es que Bergandi construye un documental simple, de personajes, donde cada una de las chicas entrevistadas desnudará su intimidad frente a una cámara que logra captar el alma más allá de las palabras. Desde lo formal Reina de corazones es un clásico documental de entrevistas donde a lo largo de 80 minutos vemos hablar a diez personajes frente a cámara pero donde lo atractivo está puesto más que en la forma en el contenido y como a través de un grupo reducido, homogéneo, el director abre un abanico heterogéneo con realidades, sueños y luchas muy diferentes entre sí. Los hijos, la familia, la educación, el trabajo, la educación, la prostitución, el rechazo y la aceptación…cada una de las entrevistadas tuvo que enfrentarse a situaciones disímiles con respecto a la de sus otras compañeras y esa variedad de personajes y testimonios dentro de un mismo grupo, que bien podría haber sido un popurrí sin cohesión alguna, termina dándole un sentido a Reina de corazones, un sentido diverso sobre la propia diversidad.