Diego Lerman y las problemáticas de la educación pública en un barrio periférico En "El suplente" (2022), premiada en San Sebastián, el director argentino Diego Lerman aborda el derrotero de un intelectual porteño que por necesidad económica (y emocional) se hace cargo de una suplencia en un colegio de un barrio periférico que lo acerca a una realidad que le es distante. Tras Una especie de familia (2017), el director de La mirada invisible (2010) y Refugiado (2014), estrenadas mundialmente en la Quincena de los Realizadores de Cannes, Mientras tanto (2006), que compitió en el Festival de Venecia, y Tan de repente (2002), premiada en el Festival de Locarno, regresa cinco años después con un sórdido retrato sobre educación pública y conflictos sociales, construido a partir de todos aquellos elementos que caracterizan al subgénero de películas sobre “profesores” y “alumnos”. Pero como lo hace siempre, marcando su propia impronta autoral y escapándole al efectismo y la miserabilidad. Lucio (Juan Minujín) es un cuarentón académico devenido en escritor que atraviesa una crisis laboral y personal. Recién separado de Mariela (Bárbara Lennie) y con una hija adolescente, Sol (Renata Lerman), acepta ser profesor suplente de literatura en un colegio secundario cercano a la Isla Maciel, con una realidad muy opuesta al ámbito que lo rodea. Un entorno de violencia hostil, donde narcotraficantes y militares se adueñan de la institución educativa, mientras los alumnos y alumnas luchan por sobrevivir descreyendo de que en ese ámbito encuentren las herramientas para modificar la realidad que enfrentan a diario. Lucio, un personaje construido como un antihéroe, busca cambiar la realidad, propia y ajena. El suplente sigue tres líneas narrativas que se articulan entre sí para trabajar la historia desde todos los ángulos y las diferentes perspectivas. Por un lado, la situación de tensión entre Lucio, el alumnado y la realidad social; mientras que, por el otro, aborda la relación que mantiene con su propia hija, estableciendo un contrapunto entre dos realidades opuestas. Finalmente, trabaja sobre el vínculo con su padre, “El chileno” (otra memorable actuación de Alfredo Castro), articulada como un punto de comparación entre la teoría y la calle. Lo dogmático y lo pragmático. Lo personal y lo social. Lerman recurre a una puesta en escena frénetica, que en muchos momentos se asemeja a la de Refugiado, volviendo a trabajar con el DF Wojciech Staron y una cámara en continuo movimiento sobre los personajes, capturando cada detalle corporal y emocional, pero sin descuidar lo social, describiendo el entorno circundante sin maniqueísmos ni golpes bajos. El suplente es una película honesta, de la que se desprenden varias capas en busca de interpelar al espectador frente a la realidad, pero con la virtud de ser incapaz de juzgar a sus personajes. Personajes humanos, plagados de contradicciones y miembros de una sociedad que también lo es. Lerman consigue sin dudas una obra eficaz en contenido y audaz en su forma. Sin traicionarse ni traicionar.
La intrascendencia del cine en un polémico ensayo de Víctor Cruz En su nueva película, de menos de 40 minutos, Víctor Cruz realiza un collage visual y narrativo a partir del montaje de escenas de otras películas, mientras expone en primera persona algunas ideas sobre su trabajo como realizador y el tipo de cine que hace. Mezcla de ensayo con diario personal, anárquico en su forma, Después de Catán (2022) se compone de retazos. Retazos de todas aquellas películas que componen la filmografía del realizador de Taranto (2021) y El perseguidor (2009), y de una serie de pensamientos que lo interpelan, tanto a él como cineasta como a su obra, y, que a su vez, buscan interpelar a un espectador cada vez más esquivo de cierto tipo de cine. Cruz se hace preguntas que él mismo intenta responderse. No busca un consenso generalizado sino más bien llenar ese vacío que le provoca cierta levedad y la intrascendencia de hacer un cine que cada vez interesa menos, más allá de sus méritos y valores. Una sala semivacía durante el estreno de su último documental se convierte en el mayor testimonio de una crisis que cada vez se acentúa más. ¿Cuál sigue siendo el sentido de hacer un cine que el público no quiere ver?, pregunta. ¿Una necesidad personal?, repregunta retóricamente. Después de Catán, estructurado como un rompecabezas, donde algunas piezas parecen no encontrar su lugar, mientras otras sobran, expone con una sinceridad apabullante lo que ningún cineasta se anima a decir (o no quiere) en voz alta, y lo hace a través del propio dispositivo, sin apelar a eufemismos ni metáforas. Una verdad que no le teme a las consecuencias ni a las respuestas.
Un documental de Irene Kuten sobre migrantes y aprendizajes La realizadora Irene Kuten aborda la historia de vida de Zew, un inmigrante nacido en la Isla de Rodas durante la segunda Guerra Mundial que desde 1949 vive en Argentina. La historia de vida de Zew está plagada de anécdotas y vivencias, algunas trágicas y otras no tanto, pero que él las recuerda y narra con una naturalidad infrecuente. Relatos que busca transmitir a sus nietos para que perduren en la memoria. Una historia que comenzó en 1941 cuando nació en un campo de prisioneros y que después de un largo periplo siguió en Argentina, país donde se radicó, le permitió estudiar psiquiatría, profesión que aún ejerce, y formar una familia. Zew busca contar la historia de su pasado a sus nietos y para hacerlo estudia magia, convencido de que ellos puedan entender lo trágico como un truco de magia. Kuten estructura este documental personal, pero también familiar, a partir de dos líneas narrativas. Por un lado, observando la cotidianidad presente de Zew, y por el otro a través del mecanismo de la animación para narrar el pasado. Pero ambos relatos no están disociados, sino que forman parte de un todo, ya que Gina la nieta de Zew, resignifica la historia para volverla a contar desde su mirada. Pasado y presente se unifican en una visión que apunta al futuro. Zew (2022), que hace foco en la memoria y en la transformación de la tragedia en aprendizaje, cuenta la historia de muchos y muchas migrantes, pero tiene algo que lo vuelve único y es su protagonista: Zew Kuten, un hombre que su sola presencia en cámara se convierte en una presencia mágica.
Luis Machín y el nadie se salva solo de Rodrigo Guerrero Si hay una virtud que tiene Rodrigo Guerrero es la de no quedarse en su zona de confort y correrse del lugar común en que muchas veces caen los realizadores cuando se sienten cómodos. Desde su ópera prima, “El invierno de los raros” (2011), estrenada en Rotterdam; pasando por “El tercero” (2014), y “Venezia” (2019), demostró ser un director que asume riesgos y con “Siete perros” (2021) lo reconfirma. En Siete perros, estrenada mundialmente en la 43 edición de El Cairo International Film Festival, Luis Machín interpreta a Ernesto, un hombre viudo, jubilado, enfermo, con carencias económicas y afectivas, tiene una hija pero está radicada en el exterior y casi no se ven, que habita un departamento dentro de un edificio de la ciudad de Córdoba con sus siete perros. Las denuncias de algunos vecinos derivan en una conciliación judicial que determina que debe sacar los animales del departamento. Los perros son su única compañía y su vida está encomendada al cuidado de ellos. Aunque, tal vez, no todo esté perdido y aparezca una solución para él y otros vecinos que viven en soledad. Guerrero construye una película mínima sobre soledades y necesidades, donde el conflicto sobre el que gira la historia es solo la excusa para hablar de esto. El guion de Paula Lussi le permite al realizador concebir una puesta en escena que refleja el caos en el que se encuentra inmerso el protagonista sin la necesidad de explicaciones ni subrayados, permitiendo a través de lo que muestra adentrarse en el interior de Ernesto y vivir con él sus derrotas y miserias, pero también sus pequeñas victorias. Pero Siete perros no es una historia sobre la desesperanza, sino todo lo contrario. Es una película sobre la lucha colectiva y de como nadie se salva solo. El problema de uno puede ser la solución para otro (y por qué no también para uno). Machín logra tal vez uno de los mejores personajes de su carrera, exteriorizando una decadencia fisica y emocional in crescendo, que brota de las entrañas hacia el resto del cuerpo, y Guerrero demuestra que no solo asume riesgos estéticos y narrativos en su cine, sino también que dejó de ser una joven promesa para ser un director con mayúsculas.
Sed de venganza Antes de convertirse en largometraje Las furias (2020) fue un corto que en 2015 se presentó en varios festivales, entre ellos BAFICI. Con el mismo elenco protagónico (Guadalupe Docampo y Nicolás Goldschmidt, también responsables de la idea), la historia del reencuentro entre dos jóvenes, que buscan ponerle fin a un destino trágico del que no pueden escapar, regresa pero con un mayor desarrollo narrativo, personajes mucho más complejos y una puesta en escena jugada y visualmente atractiva. Leónidas desciende de la tribu Huarpe, un pueblo indígena de Cuyo en Argentina. Lourdes es la hija de un terrateniente autoritario y abusivo que busca quedarse con las tierras de la comunidad. Ambos se enamoran, se casan y se ilusionan con un futuro de felicidad. Pero esa unión, no aprobada por quienes los rodean, condena a la pareja hacia un trágico destino dominado por una furia incontenible que solo busca venganza. Partiendo de la idea universal del amor trágico shakesperiano abordado en Romeo y Julieta, donde la historia de amor entre dos jóvenes desemboca en tragedia por las diferencias familiares, Tamae Garateguy (Pompeya, Mujer Lobo), una cineasta desprejuiciada que se corre de las correcciones políticas y los cánones cinematográficos de moda, pone en escena un guion de Diego A. Fleischer, para abordar tópicos de la coyuntura actual relacionados con la violencia de género, el abuso o la situación de los pueblos originarios frente a las tierras que les pertenecen. Lo hace a través de un western moderno, en donde el empoderamiento femenino se apropia de una historia que no da respiro gracias a sus constantes giros narrativos realistas, pero donde las tradiciones y leyendas no están ausentes, y una puesta que no evita contener la violencia que emerge de sus personajes pero sin recurrir a efectismos demagógicos y regodeos. Las furias es una película tan violenta como bella, filmada en locaciones de la provincia de Mendoza en lugares como la reserva natural La Payunia o el desierto de Lavalle, que no solo aprovecha los espacios naturales del lugar sino que los tiñe de una estética hiperrealista de colores sobresaturados y contrastes, encuadres que buscan captar las emociones y estados de los personajes y una banda sonora de Sami Buccella que intensifica el dramatismo y el suspense.
Julio Chávez debuta en la dirección con una historia catártica En su debut como realizador audiovisual el actor y dramaturgo Julio Chávez construye una ficción que retrata la filmación de un documental familiar. Cuando la miro (2022) es una película de corte intimista, con tintes autobiográficos, en donde Julio Chávez se pone en la piel de Javier, un artista plástico, devenido en un cineasta inexperto, que busca retratar a su madre octogenaria (Marilú Marini) en un documental personal. Pero, a medida que la entrevista avanza, saldrán a la luz secretos que ambos mantenían ocultos y que interpelan ese presente tan frágil en el que se encuentran inmersos. Simple en su estructura y también en su forma, pese a contar con un seleccionado técnico, Cuando la miro es un ejercicio que hibridiza la ficción y el documental. Es honesto en la simpleza que propone y no tiene grandes pretensiones, pero por otro lado, la teatralidad de su puesta en escena le resta valores cinematográficos. El abuso del plano y contraplano y las incorrectas decisiones estéticas tomadas lo asemejan más a un unitario televisivo que a una película en su definición más amplia, y todo lo que ella trae consigo. Con muchas referencias biográficas hacia su propia persona, Julio Chávez debuta en la dirección con un audiovisual que da la sensación de haber sido pensado más como una experiencia catártica que como una necesidad artística. O al menos esa es la idea que transmite.
La actriz del peronismo en un manifiesto político de Alfredo Arias e Ignacio Masllorens Estrenada en la última edición del Festival de Biarritz, donde consiguió el Premio del Público, "Fanny camina" (2021) muestra a la emblemática actriz argentina Fanny Navarro, símbolo del peronismo, en una retrospectiva de su vida, y por ende del movimiento surgido a mediados de la década del 40 alrededor de la figura de Juan Domingo Perón, mientras recorre las calles de una Buenos Aires actual y diáloga con diferentes personajes que formaron parte de su vida. Fanny Navarro nació en 1930 y se dejó morir en 1971, cuando apenas tenía 51 años. Tuvo un fugaz matrimonio con un bodeguero mendocino, pero terminó asfixiada y lo abandonó al poco tiempo. Alcanzó la gloria a los 34 años y a partir de ahí toda su vida fue en caída libre. Trabajó en radio, teatro y cine. Participó del Festival de Cannes con Marihuana (1951), dirigida por León Klimovsky, fue amante de Juan Duarte y amiga íntima de Evita. Fue la actriz símbolo del peronismo, algo que la llevó a ser perseguida tanto por amigos como por enemigos. Su vida fue un melodrama por definición que el teatro recreó en dos obras magistrales que dialogan con Fanny camina para componer un tríptico histórico y un manifiesto poético sobre el peronismo. Por un lado, Deshonrada de Gonzalo Demaría, también con Alejandra Radano y dirección de Alfredo Arias, y Que me has hecho, vida mía, con dramaturgia de Diego Lerman, María Merlino y Marcelo Pitrola. La tercera pata de esta trilogía artística, donde confluyen Fanny Navarro y el peronismo, es la primera película del dramaturgo Alfredo Arias, codirigida junto a Ignacio Masllorens, que retrata a una Fanny, personificada por Alejandra Radano, en una Buenos Aires contemporánea. Un diálogo de temporalidades donde el pasado es visto desde el presente y el futuro desde el pasado. La gran apuesta de la película, y que rompe con toda lógica canónica, es la de trasladar los personajes a una época ajena al contexto en que habitan. Fanny deambula como un fantasma, un alma en pena, un espíritu que fue expulsado del infierno y del paraíso a la vez, por una Buenos Aires actual, por sus calles, teatros, bares, una ciudad melancólica, un purgatorio donde busca redimirse de sus pecados y errores, mientras revive un pasado de gloria y decadencia. Durante el peregrinar se encuentra con Eva Perón, en la piel de la artista conceptual Nicola Costantino, Juan Duarte, su amante, el modisto Paco Jamandreu, el actor Esteban Serrador, la actriz y cantante Perla Mux, el general Perón, Apold, un sinfín de personajes que poco a poco irán creando una postal de la mujer, revelando el misterio que la atraviesa, pero también el que atraviesa al peronismo, un movimiento político plagado de contradicciones difíciles de discernir. Fanny camina resulta una verdadera rareza (y proeza) dentro del cine argentino. No solo por lo que cuenta sino por como lo cuenta. El binomio de directores apela a la multiplicidad de géneros, texturas y formatos, a una imagen en blanco y negro para crear atemporalidad y a una puesta en escena onírica que hibridiza el cine y el teatro en un todo compacto, incluyendo un musical, para construir un film político, biográfico e histórico, alejado de la solemnidad, rebelde en cierto sentido, con matices, donde nada ni nadie tiene la última palabra, y que lejos de la banalidad del espectáculo vernáculo invita a la reflexión (sí, a la reflexión) sobre la argentina de ayer y de hoy más allá del (y de los) personaje(s).
El descenso a los infiernos de Juan Baldana Basada en la novela homónima de Gonzalo Unamuno, el realizador de “Los del suelo” (2015) refleja en su nueva película el descenso a los infiernos de un decadente escritor desencantado con todo aquello que lo rodea. Gerardo Otero interpreta a Germán Barajas, un escritor de cuarenta años, desilusionado del mundo, adicto a las drogas y al alcohol, obsesionado con su ex novia, que se mantiene a duras penas colaborando con una revista francesa mientras se encierra en sí mismo y en las cuatro paredes del departamento que habita. La trama busca reflejar el interior de Barajas a través del encuentro que mantiene con una serie de personajes de su entorno: un vecino, la hermana, el amigo, la ex... Otero se pone en la piel de un perdedor desencantado del mundo que funciona como un espejo de la sociedad actual. El egoísmo, el “yo” y las relaciones superfluas parecen ser los únicos valores que importan. Barajas no es querible, no genera empatía con el espectador y es muy fuerte el rechazo hacía él y su forma de actuar frente a los demás. Un riesgo necesario para que el cuento funcione a pesar de la incomodidad que genera su sola presencia en pantalla. Juan Baldana construye en Que todo se detenga (2022) un relato oscuro, claustrofóbico, donde muestra el lado políticamente incorrecto de un personaje sin límites, anárquico, difícil de llevar, y lo hace metiendo la cámara dentro de su cabeza, mostrando lo que ve y como lo ve desde el punto de vista de un hombre que se encuentra en un estado de desilusión (y desesperación) permanente. Baldana no filma la historia de un hombre sino un estado. Un estado de intranquilidad y tristeza, de desazón e inconformismo. Y ese es su mayor logro.
El realismo mágico de Sebastián Caulier con un sorprendente Gustavo Garzón El realizador formoseño Sebastián Caulier regresa, luego de “La inocencia de la araña” (2012) y “El corral” (2017), con una película donde, como en sus antecesoras, el realismo es atravesado por la fantasía y el terror. Un irreconocible Gustavo Garzón interpreta a un prestigioso médico que dejó todo en la ciudad para instalarse en el medio del monte y vivir primitivamente lejos de cualquier confort. Juan Barberini es el hijo, filósofo, gay, y habituado a la vida de ciudad que, por pedido de su madre, viaja al monte para “rescatar” a su progenitor de la barbarie y devolverlo a la civilización. Caulier construye dos relatos en paralelo. Dos historias contadas a la par como si fueran una. Una realista y otra fantástica. Por un lado, la relación entre padre e hijo. Una relación que en apariencia está más rota que sana y donde las diferencias ideológicas y conceptuales son irreconciliables. Mientras, por otra parte, se nos presenta al hombre en una especie de lucha frente a una entidad superior: el monte, el tercer protagonista de esta historia. Un pasajero en trance entre la realidad y la fantasía. La ciudad de neón versus la naturaleza salvaje. En El monte (2022) el realizador apela al realismo mágico para contar una historia cargada de símbolos y metáforas. Leyendas mitológicas entrelazadas con un cuento de terror que, aunque sea omnipresente, atraviesa la historia en toda su longitud. Como el personaje de Garzón, Caulier toma riesgos y evita caer en la zona de confort del cine argentino. El monte, donde cada plano, cada secuencia, cada escena, está plagada de la más pura poesía gracias al exquisito trabajo en la dirección de fotografía de Nicolás Gorla, es una película intimista, de personajes, envuelta en una atmósfera de climas terroríficos que mezclan la opresión con la libertad, la fantasía con la realidad, el monte con la ciudad.
Un documental polifónico de Silvia Di Florio con Héctor Alterio Silvia Di Florio dirige este documental filmado entre Buenos Aires y Madrid que refleja las contradicciones a las que se enfrentan aquellos exiliados argentinos que abandonaron la Argentina durante la última dictadura cívico militar que gobernó entre 1976 y 1983. Basado en una idea de Juan Gastaldi, exiliado en Madrid, Partidos, voces del exilio (2022) se encuadra dentro del género documental testimonial. Un variopinto abanico de personas, que debieron dejar el país tras el golpe de Estado ocurrido en 1976, exponen frente a cámara la dualidad y los sentimientos contradictorios a los que se enfrentan ante la idea de no tener "patria". No son de acá, ni son de allá. Son como pasajeros en trance. Pero, Di Florio, que se centra exclusivamente en aquellos exiliados que se radicaron en Madrid, va más allá de quienes debieron irse de Argentina por cuestiones políticas, sino que también le da la palabra a los hijos e hijas. Esas personas, hoy ya adultas, que nacieron en el exilio, o eran muy pequeñas cuando debieron renunciar a su país natal. Así exhiben también su punto de vista frente a una situación que les atraviesa y les marca su existencia. Son dos generaciones en un limbo identitario a las que les cuesta definirse como parte de un solo lugar. Di Florio construye un relato polifónico que propone un diálogo entre Buenos Aires y Madrid a partir de una palabra que marca todo el relato: "patria". Una palabra con connotaciones simbólicas muy diferentes, pero que con una conclusión determinante que se unifica en el sentimiento de tener una identidad partida. Un sentimiento que atraviesa transversalmente todo el relato con la voz de Héctor Alterio en un elocuente recitado del poema Qué lástima de León Felipe.