Quien mucho abarca, poco aprieta New York, I love you forma parte de un proyecto cinematográfico llamado “Cities of love” (ciudades de amor), cuyo objetivo es realizar películas compuestas por una serie de cortometrajes relacionados con el amor, mediante el trabajo conjunto de un gran número de directores, guionistas y actores procedentes de diversos lugares del mundo. Hasta ahora llevan rodadas dos de estas películas. La primera, Paris, je t’aime, está ambientada obviamente en la capital mundial del amor y la segunda, que se acaba de estrenar, se desarrolla en New York. Próximamente tendremos noticias de este proyecto desde Shangay, Rio de Janeiro y Jerusalem. Pero, ¿acaso un grupo de actores talentosos, excelentes directores y guionistas son la fórmula perfecta para una buena película? Y, además, ¿es realmente posible integrar estéticas y puntos de vistas diferentes de un gran número de colaboradores sin crear incongruencias? Varios elementos fueron utilizados desde el comienzo para darle cierta cohesión: una banda sonora compuesta por diversos músicos que fusionan instrumentos y ritmos de diferentes lugares del mundo; una muchacha francesa paseando por New York con su filmadora que se cruza por el camino a varios de los actores de las pequeñas historias; y personajes con diferencias étnicas muy notorias que dan cuenta de la diversidad cultural que existe en dicha ciudad y que, al mismo tiempo, justifican la heterogeneidad de las historias y la evidente falta de relación entre estas. Sin embargo, a pesar de este esfuerzo, es evidente al observar la película que el proyecto fue de trabajo conjunto pero no existió una clara intención de que tuviera cierta unidad como film o de que una historia principal unificara todo. En varios momentos percibimos incongruencia entre los lenguajes utilizados, en particular hacia mitad de la película, con la microhistoria de la mujer anciana que se hospeda en el viejo hotel. Funciona casi como un paréntesis dentro del film: la música étnica, los colores brillantes, y todos los elementos de una ciudad cosmopolita y acelerada son reemplazados por una historia con un tiempo mucho más lento, música clásica y opera, colores blancos, decoraciones lujosas y una protagonista que parece pertenecer a la nobleza europea. El contraste es evidente cuando las demás historias continúan. Quizás uno de los intentos más interesantes, pero que no logra grandes frutos, sea el de presentar algunas de las diversidades culturales presentes en la “gran manzana”. Es el caso del episodio en el cual Natalie Portman encarna a una compradora de diamantes hebrea ortodoxa que está a punto de casarse o de la historia de la vendedora de hierbas del barrio chino y el pintor. Aún así, se muestran sólo pequeños fragmentos, un poco estereotipados, de una realidad mucho más compleja que abarca también diversidades de clase y sexuales, que prácticamente no son contempladas en el film. El amor, temática común entre los cortometrajes, se presentará de maneras diferentes: será paterno, platónico, prohibido, intercultural, fugaz, imprevisible, mortal, eterno. Pero aún así, casi en ninguna ocasión será tratado con profundidad, se nos presentarán fragmentos de historias, algunos más interesantes que otros pero ninguno logrará “levantar vuelo”. Al finalizar la película, no nos quedará mucho entre manos: probablemente ya estaremos un poco aburridos y, a su vez, tendremos la sensación de que la verdadera historia aún está por comenzar.
¿Quién quiere ser superhéroe? Toma una historieta, busca un elenco de actores famosos (o sólo un par), agrégales escenas de acción, efectos especiales y chistes sobre otras películas, mezcla todo esto con una estética muy juvenil y algunos hits musicales del momento: ¡tendrás así tu propia película de superhéroes! Las remakes y las películas de superhéroes parecen no pasar aún de moda, quizás porque siguen tratando de reinventar el género (¡en algunos casos lo logran extraordinariamente bien! como en Batman: the dark knight) pero, salvo excepciones, el modelo parece ser siempre el mismo y logran ser films a veces entretenidos pero sin nada nuevo que contar. El caso de Kick-Ass es algo particular. Cuenta la historia de Dave Lizewsky, el típico adolescente virgen al que las mujeres ignoran y los chicos toman el pelo, que un día decide convertirse en un superhéroe (Kick-Ass) usando un ridículo traje verde que manda a pedir por Internet. Sin poderes especiales, fuerza o armas recibirá más de una paliza hasta que su historia se complicará (o se volverá quizás más interesante) mezclándose con los planes de un villano mafioso de su ciudad (Frank D’Amico) y de otros superhéroes: Hitgirl (una enfant terrible entrenada para matar despiadadamente) y su padre. Esta adaptación cinematográfica de la historieta homónima de Mark Millar posee además una estética muy cuidada, sobre todo en lo que respecta a la simetría y a la decoración “setentosa” (saturada de color naranja y blanco) de la casa del villano que, junto a la utilización de música clásica a todo volumen en momentos de gran violencia, recuerdan a La naranja mecánica de Stanley Kubrick. Esta y muchas otras referencias cinematográficas son explícitas: vemos desfilar ante nuestros ojos escenas de Tomb rider, de Wanted (también basada en una historieta de Millar), de Scarface, del videojuego Doom, del comic y la película Watchmen (sobre todo en el diseño de los trajes cuadrados y poco estilizados de los superhéroes) o del western For a few dollars more con música de Ennio Morricone. Internet y las telefonías celulares estarán también presentes y ni hablar de las redes sociales y de YouTube que adquieren protagonismo en el desenlace de la historia. Todos estos elementos combinados con una banda sonora muy buena la vuelven una película entretenida, muy juvenil y moderna, con buenas dosis de violencia, aunque con personajes un poco trillados y una historia bastante predecible. Es perfecta para una fría noche de domingo, para simplemente pasar un rato de diversión.
El príncipe de los pochoclos Asistir a funciones de películas como El príncipe de Persia implica obligatoriamente que la sala esté llena de un público de todas las edades, cada cual con su respectivo recipiente de pochoclos o nachos. Y es que no puede pasar desapercibida una película que contó con un presupuesto de 150 millones de dólares y cuyo guión está basado en uno de los tantos exitosos videojuegos sobre El príncipe de Persia, en este caso la primera parte de la tetralogía de Las arenas del tiempo. Para dejar bien en claro que el presupuesto fue usado bien, ya en sus primeros cinco minutos se encargará de desplegar toda una “artillería” de efectos, planos cortos y acelerados, golpes, acrobacias y saltos con una estética que recuerda el videojuego en 3D. Obviamente el espectador no tendrá descanso entre una pelea y otra, entre las huidas de los protagonistas y la aparición de nuevos enemigos y esto se verá potenciado por la ambientación de escenarios esplendorosos, palacios del mundo persa llenos de lujos y riquezas, ciudades laberínticas rodeadas por el desierto, pasadizos secretos y trampas. De no ser por todo esto, se trataría simplemente de la historia del príncipe Dastan (Jake Gyllenhaal) y de la misteriosa princesa Tamina (Gemma Arterton) que escapan juntos de las fuerzas del mal para proteger un puñal que permite viajar en el tiempo y tener poderes ilimitados. Como podrán percibir los fanáticos del videojuego, el guión original ha sufrido algunas modificaciones, sobre todo en lo que respecta a la historia entre los dos protagonistas. Siendo Walt Disney Pictures una de sus dos productoras el romance con final feliz y el contenido moral sobre la hermandad y el enfrentamiento contra las fuerzas del mal eran inevitables. Para personificar a los más malvados fueron utilizados los hashashin, una secta religiosa de asesinos que existió entre los siglos VIII y XIII en Medio Oriente. Una vez más Hollywood tratando de mostrar la supuesta heroicidad americana en oposición a la supuesta maldad de los islámicos. Y como si no fuera demasiado, la película muestra a los hashashin bailando de la misma forma que lo hacen los derviches, una equiparación que es literalmente un insulto para estos religiosos cuyos principios son, entre otros, la solidaridad, la compañía espiritual y la enseñanza de los principios de la religión. Pero no debe sorprender que, una vez más, una película supuestamente inocente esté plagada de contenido político a favor de Estados Unidos. Sorprende que Mike Newell, director de películas taquilleras e inolvidables como La sonrisa de la Mona Lisa, Harry Potter y el cáliz de fuego o Cuatro bodas y un funeral, nos traiga en esta oportunidad una película llena de efectos llamativos que intenta mantenernos alerta pero que, cuando concluye, nos deja en la boca solo el sabor de los pochoclos y no mucho más que eso.
Las marionetas de Brooklyn Qué bueno es salir del cine comprobando que a uno no le acaban de contar una vez más el cuento del “héroe americano”. Los mejores policías que muestra esta película no son héroes, quizás tengan apenas algunas actitudes heroicas, pero dejan en evidencia todo el tiempo que son seres imperfectos, capaces de vender sus almas por el dinero o traicionar a un amigo, son víctimas de un sistema policial que es tan corrupto como todos los crímenes que ocurren en las calles, un sistema que hará cualquier cosa para mantener una imagen pública de orden y respeto. Los mejores de Brooklyn fue rodada en escenarios reales de ese barrio para lograr un mayor realismo y para que los actores, según comentó el director, pudieran compenetrarse mejor con sus personajes y con el dramatismo de sus realidades. Alterna momentos de gran tensión con escenas de calma aparente en las cuales se puede sentir que ese frágil equilibrio está a punto de quebrarse, que los hilos que mantienen las cosas en su lugar ya están a punto de cortarse. La composición del guión es muy buena y se trata de la opera prima del guionista Michael C. Martin quien, para conseguir dinero para cambiar su auto, decidió participar de un concurso de guiones cuyo primer premio era de 10.000 dólares. Efectivamente su guión ganó y Antoine Fuqua se encargó de rodarlo. Eddie (Richard Gere), Tango (Don Cheadle) y Sal (Ethan Hawke) encarnan a tres policías cuyas vidas apenas se rozarán durante la película, por la distancia de algunos metros. Eddie está solo desde hace mucho pero sigue usando su alianza, está a punto de retirarse de la Policía, en la cual ya no cree, y busca refugio en el alcohol y en una prostituta. Tango, para recibir un ascenso y estabilidad laboral, tuvo que sacrificar su matrimonio y delatar a sus amigos de la infancia que son narcotraficantes. Sal, en cambio, está desesperado porque su sueldo no alcanza para tener una casa en la que pueda vivir con todos sus hijos y se ve obligado constantemente por su trabajo a decepcionar a sus seres queridos. A pesar de vivir situaciones distintas y problemas particulares, los tres se asemejan por ser simples marionetas del sistema policial, cuyas reglas atentan incesantemente contra ellos y sus familias. Por medio del montaje paralelo de las tres historias, sabemos que los protagonistas están cerca, oímos pasar el mismo tren de una escena a la otra pero los separa la distancia de sus propias existencias y decisiones. Antoine Fuqua nos trae una película cruda, llena de escenas de acción de gran realismo, que muestra situaciones que en el cine norteamericano no estamos acostumbrados a ver, que tiene muchas características del policial negro Americano, en el cual predominará la inseguridad social y los cuestionamientos no surgirán a partir de los casos policiales para resolver, sino sobre qué tan delgada es la línea que separa el bien del mal o si en realidad esta línea existe. Si hubiera que categorizarla probablemente entraría tanto en el genero dramático como en el policial; no se trata obviamente de ese tipo de drama lacrimógeno que se ve con una caja de pañuelitos en la mano, sino un drama duro que busca denunciar un sistema corrupto y apelar a la reflexión del espectador y no ciertamente a la lágrima fácil.