Mirando más allá la realidad no será tan hermosa como parece: Ya estamos acostumbrados a que los Films del director Alejandro González Iñárritu no puedan ser vistos sin dejarnos una sensación de amargura y de angustia en la boca, con sus fuertes críticas sociales y sus reflexiones sobre la existencia. Su última película no podía ser menos. Biutiful, nominada a dos premios Oscar como mejor película extranjera y mejor actor masculino (por Javier Bardem), nos presenta una historia en la que abundan estos elementos. Varios ejes e historias la componen y encuentran un nexo común en Uxbal, el protagonista interpretado por Javier Bardem. Éste será la conexión entre diferentes etnias presentes en la Barcelona de hoy: los chinos que elaboran la materia prima, los africanos que venden esos productos ilegalmente en las calles y la policía española que acepta coimas para mirar hacia otro lado y permitir que todo este circuito funcione. Se trata de un sistema de coexistencia que ya es habitual en todas las ciudades de Europa, dónde muchos inmigrantes no hallan manera de sobrevivir sin ser explotados por el país que los aloja o por sus compatriotas. Y si siguen permaneciendo en ese círculo vicioso es porque se trata de la única posibilidad de trabajo que el mundo les dio. Es una dramática realidad que inunda las calles del viejo continente y que la podemos encontrar de manera similar en nuestro país, dónde los pueblos originarios o los inmigrantes de países limítrofes son explotados laboralmente y obligados a vivir en condiciones terribles. La segunda gran conexión que establecerá Uxbal en Biutiful será entre el mundo de los vivos y el de los muertos. Esto se debe a su capacidad de ver las almas en pena y de ayudarlas a partir hacia el más allá. Además de cumplir estas funciones, el protagonista será antes que nada un padre dedicado, preocupado de sobremanera por sus dos niños ante la ausencia de una madre alcohólica y adicta, cuya función materna deberá ser también desempeñada por él. Lo que potenciará la tensión de este contexto dramático que se nos presenta, será la noticia de una enfermedad terminal padecida por Uxbal. A partir de este momento, deberá convivir con la conciencia de una muerte inminente y su imposibilidad de seguir cumpliendo con su paternidad. Este gran conflicto existencial será encarnado de manera increíble por Bardem. En una entrevista en el Festival Internacional de Cine de Morelia, manifestó lo siguiente con respecto a su trabajo para el rol de Uxbal: “Creo que me fui hacia la médula de alguien que no puede escapar a enfrentarse a sí mismo; la muerte lo pone ahí. Los personajes que enfrentan la muerte tienen otro tipo de contradicciones mucho más importantes que los que simplemente van por ahí en la vida, porque hay que rebobinar y ponen a pensar cuál es el legado que dejan. Mi viaje, como el de todo el equipo, fue mantenernos fidedignos a la idea del legado de la película, que es, a mi juicio, la compasión”. Biutiful es un film duro de crítica social pero sobre todo una gran reflexión sobre el amor, la vida, la muerte y si existe una mejor manera de partir de éste mundo, sin dejar cosas pendientes. Con un destacado trabajo de fotografía, por momentos nos asfixia con planos cerrados y cámara en mano en algunos momentos angustiantes o de relativa acción, para luego darnos algunos instantes de alivio con planos abiertos de cielos y aves volando o del atardecer en Barcelona. Todo esto acompañado por un meticuloso trabajo de sonido, donde predomina la utilización de una música que establece cierto contraste con las situaciones que estamos viendo, probablemente para incrementar la sensación de incomodidad del espectador frente a la pantalla. Los efectos sonoros irán de la mano con la música original compuesta por músico argentino Gustavo Santaolalla. En fin, por todo lo anterior, se trata de una película que no hay que dejar de ver. Quizás la siguiente afirmación del propio Iñárritu sea algo presuntuosa pero sintetiza el fin que se propuso a través de esta historia de denuncia: “Hace 60 años Buñuel rodó Los olvidados; ahora me tocó a mi ir a Barcelona a filmar a los olvidados: los indocumentados e inmigrantes”.
Cuanto me cuesta amarte Anna está casada, tiene un trabajo estable de contadora con ingresos medios, su marido Alessio trabaja en un negocio de valijas, son una pareja de clase media sin nada extraordinario: compran, pagan, trabajan, pagan. Los fines de semana visitan la familia, recorren los centros comerciales buscando un nuevo accesorio para agregar a su casa y a sus vidas, para sentirse más “cómodos”, los siguientes 20 años seguirán pagando la hipoteca del departamento pero tienen una vida estable, una rutina fija y monótona. Domenico tiene mujer y dos hijos, un trabajo precario, no es profesional, no sabe como llegar a fin de mes sin tener un ataque de nervios por stress familiar, para pagar sus deudas, cumplir con su rol paterno y pagar las clases de ballet de su niña. En una gran ciudad italiana en la cual la crisis económica es evidente, Anna y Domenico se conocen de casualidad, se enredan casi a la fuerza para escapar de la rutina y ahí quedan atrapados entre y el ideal de familia y matrimonio que están destruyendo y sus verdaderos deseos. Íntima y despojada, la película muestra las dificultades de sus protagonistas para concretar sus encuentros, las confusiones entre los dos amantes, los engaños a sus respectivas parejas y la tácita aceptación de la traición por parte de estos. Su director, Silvio Soldini, fue conocido por películas como Giorni e nuvole, Agata e la tempesta, Brucio nel vento, o Pane e tulipani. Esta última, al igual que su última película, fue otra coproducción Italia-Suiza que contó con la actuación de Bruno Ganz y que también tenía como argumento principal las relaciones de pareja y el amor fuera del matrimonio, temáticas recurrentes en su filmografía. En Cosa voglio di più, la fuente de inspiración para Soldini surgió del relato de una amiga que estaba viviendo una relación extramatrimonial y del deseo del director de retratar la simple cotidianeidad de las personas. Esto aflorará en la cantidad de detalles a simple vista triviales como la rutina de desmaquillarse de Anna, los precios de los productos, las ofertas, el costo del albergue transitorio y la dificultad para afrontar este gasto. La realización del amor o al menos de los encuentros pasionales de ambos se verán limitados por un mundo en el cual para ser libre hay que tener dinero y los pobres o la gente de clase media no puede ni siquiera permitirse el divorcio.
Una tortura Me vi obligada a tomarme mi tiempo al escribir esta crítica para que las ideas decantaran. Decidí alejarme del monitor y redactar esto con tinta y celulosa. Admito que fui inconscientemente al cine, sin siquiera haber leído una sinopsis y comencé a ver eso que parecía ser una película de acción: un equipo de policías intentando demostrar su eficiencia para descubrir dónde un terrorista había escondido 3 bombas nucleares. Hasta acá nada raro, hasta que nos enteramos de que el “criminal en cuestión” es un ciudadano norteamericano nativo y, para colmo, miembro altamente calificado del ejército de dicho país que se convirtió al islamismo. Podríamos suponer que se está tratando de demostrar que los islámicos pueden lavarle el cerebro a cualquiera pero ¡no señores! En pocos instantes nuestro terrorista se convertirá en una víctima aferrada a sus ideales (y los mismos policías en algún momento admitirán que se trata de un reclamo valido) que será torturado brutalmente para confesar la ubicación de las bombas. El director no se ahorrará ningún detalle, y nos involucrará tanto en la vida íntima y familiar de este personaje como en la de su verdugo (Samuel L. Jackson). Mostrándonos un claro paralelismo entre ambos, percibiremos que en esta historia así como en la realidad no hay malos ni buenos, sino seres humanos que se vuelven simples piezas que obedecen ordenes. Veremos las contradicciones existentes entre todos los personajes pertenecientes a las diversas fuerzas del orden (militar y policial), oiremos las palabras de la agente Helen Brody (Carrie-Anne Moss) “no podemos tolerar que se lleve a cabo la tortura de un civil en territorio norteamericano, la ley no lo permite” pero la tortura igual se llevará a cabo. Las críticas planteadas por la película son varias: por un lado, si no la vemos y si no se lleva a cabo en Estados Unidos, podemos tolerar la tortura; por otro lado se cuestiona el límite de lo que somos capaces de hacer para “salvar vidas”, de lo simple que resulta dejar de lado la ética y los derechos civiles cuando la vida de algunas personas pasan a valer menos que las de otros. La película lanza una bomba: la crítica a una sociedad que ha tratado de mostrarse como ejemplo para el resto del mundo (a pesar de estar resquebrajándose) y que niega las masacres en los países islámicos o las justifica con la escusa de intentar erradicar células terroristas. La tensión se mantendrá constante y al final nos dejará un revuelo de sensaciones. En lo que a mi respecta la experiencia fue doblemente inquietante al percibir que la reacciones en otras personas era tan diferente, algunos probablemente quedaron tan consternados como yo, pero no logro entender cómo otras personas hayan podido besarse tranquilamente frente a semejantes escenas o que pudieran reírse continuamente como si existiera algo mínimamente cómico. Supongo que cuando la gente va a ver una película en la que trabaja Samuel L. Jackson espera sólo acción y pasar un rato de entretenimiento, aún así no logro concebir tanta indiferencia. En cierto punto consideré que podría quizás ser excesiva tanta violencia en un film que critica justamente la violencia. Pero entiendo que el objetivo de Gregon Jordan era shockear al espectador y realmente me asusta que en algunas personas ni siquiera esto surta efecto. Probablemente las pantallas nos tienen tan acostumbrados a la violencia que esta se ha vuelto tan cotidiana que podrá pasarnos desapercibida. Quizás nos estemos convirtiendo en espectadores pasivos de nuestras propias vidas, viendo a través de cámaras, hablándonos a través de teléfonos, expresando nuestros sentimientos con emoticones, construyendo muros virtuales y otros reales para no ver lo que no queremos ver y no mostrar de nosotros al resto toda esa mugre que tenemos debajo de esa fina capa de superficialidad. En El día del juicio final se hablaba de Estados Unidos y de los crímenes producidos por este estado en los países islámicos, pero no debemos alejarnos mucho para encontrar la misma hipocresía en nuestra sociedad.
Redención de un antihéroe Basada en un libro de Robert E. Howard, conocido por ser el creador de Conan el bárbaro o de Kull de Atlantis, Cazador de demonios cuenta la historia de Salomon Kane, un hombre despiadado en su pasado que debe debatirse interiormente entre el bien y el mal para evitar perder su alma, precio a pagar por tantos pecados cometidos. Se trata de una historia ambientada en el siglo XVI pero con el agregado de monstruos y elementos fantásticos que servirán de catalizadores para que nuestro “héroe”, quien en un comienzo es una suerte de villano malvado, pueda redimirse y pagar por sus pecados. Desfilarán ante nuestros ojos imágenes seguramente inspiradas en los cuadros de Pieter Brueghel el viejo: cadáveres ahorcados, cuervos comiendo carroñas, muertos tirados en las calles, poblados destruidos, personajes con deformidades y mutilaciones, muchedumbres sobresaltadas, paisajes nevados y grises. Cabe destacar el excelente trabajo artístico de David Baxa, quien ha trabajado en películas como Calabozos y dragones, Desde el infierno, La liga extrordinaria, Wanted, Las crónicas de Narnia, Hostel, La pantera rosa, entre otros títulos. Esta coproducción entre Inglaterra, Francia y República Checa cuenta con las excelentes actuaciones de James Purefoy (en el rol protagónico), Pete Postlethwaite, Rachel Hurd-Wood, Alice Krige, Max Von Sydow, entre otros. Los personajes están muy bien construidos, aunque todo se centra obviamente en su protagonista y en sus conflictos de fe y en su evolución que se volverá bastante predecible. La historia transcurrirá lentamente en comparación a lo que el género de acción nos tiene acostumbrados en los últimos tiempos, y la música anacrónica de las grandes producciones de Hollywood será reemplazada por una música empática con la época que se quiere representar, como de “film de época”. Cazador de demonios aspiraba a ser la primera entrega de una trilogía, pero no sabemos si tendremos la suerte de ver realizadas las restantes partes que debían estar ambientadas la primera en Africa y la otra en Estados Unidos en la época de las colonias. Lo que nos queda claro en esta película es que Michael J. Bassett ha querido condensar una novela extensa en una hora y media, dejándonos la sensación de que detalles de la historia han sido omitidos y que el pasado de Salomon Kane ha sido resumido. El efecto positivo será probablemente que los amantes del género de aventuras irán a rescatar la obra de Howard para reconstruir esos detalles y continuar leyendo las secuelas u otras de las tantas obras que creó este fugaz escritor.
Aprendiendo a ser padre Todas las películas de Sofia Coppola tienen una impronta propia, con temáticas recurrentes: la belleza, la angustia, el aburrimiento, la frivolidad, protagonistas femeninas, mujeres aburridas frente al mundo que las rodea y que les es ajeno, dejando entrever aspectos de la personalidad y la vida de su misma creadora. Sin dudas con su última película, Somewhere, en un lugar del corazón, se hace más evidente que nunca la referencia a su intimidad, al vínculo con su padre y a lo difícil que es ser “hija de” alguien de la talla de Francis Ford Coppola, con fama y reconocimiento en el mundo del espectáculo. Aquí por primera vez nos encontramos con un protagonista masculino que representa una suerte de alter ego de su padre. De este modo, nos presentará la cotidianeidad de un tal Johnny Marco (Stephen Dorff), un joven actor exitoso tanto en sus films como con las mujeres que lo siguen a todos lados y que se le “regalan” vaya a donde vaya, sin importar que esté con su joven hija. La película comenzará con un ritmo lento en el que asistiremos a los largos planos fijos de sus vueltas en auto de carrera, a la interminable coreografía erótica de las mellizas rubias que siguen sus rutinas a pesar del sueño de su cliente. Esta fría monotonía de relaciones superfluas, sexo con desconocidas y fiestas insomnes se verá interrumpida luego de muchos minutos por el primer diálogo del film, cuando se dará finalmente la aparición de la hija del protagonista, interpretada por Elle Fanning. A partir de este momento, irá creciendo paulatinamente la velocidad de la acción, los planos serán cada vez más abiertos y, al mismo tiempo, se irá afianzando el vínculo paterno-filial. Se nos hará evidente que el guión y el ritmo de los acontecimientos serán un reflejo del estado psicológico del protagonista. Somewhere se muestra desde un primer momento totalmente distinta a las anteriores películas de su directora, quien en esta oportunidad decidió ubicarse en otro lugar, usar un lenguaje despojado de la riqueza visual y musical a la cual nos tenía acostumbrados y contarnos fragmentos de una historia simple y claramente autobiográfica. Seguramente no debe ser fácil la vida de Sofia, con un padre con una profesión tan demandante como la de cineasta. Tampoco fueron simples para ella sus comienzos en el mundo del espectáculo: su carrera como actriz no se vio favorecida en nada por su apellido y las duras críticas que recibió la obligaron a abandonarla tempranamente. Se le ha cuestionado además su frivolidad por ser diseñadora de una marca de ropa y por el punto de vista adoptado en el film Maria Antonieta, en el cual la historia pasa a tercer plano y se prioriza la soledad y el aburrimiento de esta joven reina que vivirá en el lujo desmedido rodeada de desfiles de vestidos, zapatos y objetos rococó. Se podrán decir muchas cosas en contra de la joven Coppola, pero lo cierto es que sus films son composiciones excelentes que tienen una impronta muy personal, con una fotografía y una selección musical exquisitas, y que no dejan de renovarse en cada nueva producción.
Nada puede volver a ser igual Al ritmo eléctrico de Post crucifixión de Pescado rabioso comienza y termina la primera película dirigida por Martín Cohan, un drama que preanuncia el destino inevitable de sus protagonistas tanto en su título como en las palabras de Spinetta que la enmarcan: “y en esta quietud que ronda a mi muerte siento presagios de lo que vendrá”. Sin retorno surge a partir de uno de los tantos hechos al cual la televisión nos tiene acostumbrados en nuestra cotidianeidad: una persona atropellada y abandonada en el medio de la calle por un automovilista. El hombre muere luego de algunos días y su padre (Federico Luppi) comienza la búsqueda desesperada de un culpable. Una vez más el caso se vuelve mediático y, ante la necesidad de la Justicia de resguardar la imagen pública, queda implicado en esta historia un tercero en discordia (Leonardo Sbaraglia) y es acusado del asesinato. La película, que comienza siendo una historia coral y termina unificándose, se propone, a partir de estos hechos dramáticos, mostrar las subjetividades de sus tres protagonistas: el padre, el acusado y el verdadero culpable (interpretado por Martín Slipak). Este último se mostrará de modo muy diferente al que nos sugieren los medios de comunicación ante hechos similares: vemos que la culpa trastorna sus días y sus estudios, conserva las apariencias de su vida pero nada dentro de él volverá a ser como era antes, el miedo lo volverá casi un autómata dispuesto a responder toda orden de sus padres. No hay retorno para la muerte, para el delito no admitido, para la culpa, para las falsas acusaciones y condenas ajenas, los hechos de una noche destruyen todo lo que estos personajes y sus familias habían construido. Es una inevitabilidad que recuerda quizás a Irreversible de Gaspar Noé, ya que en ambas películas es imposible borrar los hechos pasados, retroceder para enmendar los errores, “el tiempo lo destruye todo”. A lo largo de la película persiste un buen ritmo narrativo que, gracias al suspenso provocado por la presencia de muchos elementos del thriller psicológico, logra mantener el público atento y expectante. Se destaca, como de costumbre, la actuación de Sbaraglia y es bastante buena también la interpretación de Slipak. Vemos como, a partir del paso del tiempo, ambos personajes evolucionan de forma muy notoria deviniendo en seres casi ajenos a los que eran antes. El resto del elenco también es notable y acompaña con gran dramatismo la evolución de los hechos. Se trata de un film interesante que invita a hundirse en la butaca ante la expectativa de los posibles finales de los protagonistas, aunque nos deje bien en claro desde el comienzo que la guadaña pende sobre sus cabezas y que hay hechos que son imborrables.
Ve donde te lleva tu corazón La dupla de guionistas John Requa y Glenn Ficarra, que ya han trabajados juntos en comedias como Cats and dogs, Bad Santa o Bad news bears, nos presentan en esta oportunidad la primera película dirigida por ambos. I love you Philip Morris está basada en la novela homónima de Steve McVicker y ha sido distribuida en nuestro país con el nombre de Una pareja despareja que, además de ser un título poco atractivo comercialmente, poco tiene que ver con la historia y denota cierta intolerancia con respecto a las parejas homosexuales. Quizás esta elección esté relacionada con los escándalos que la película suscitó en los Estados Unidos donde, en un primer momento, fue prohibido su estreno pero finalmente fue confirmada su llegada a las salas para el mes de diciembre. Esta coproducción Franco-Estadounidense protagonizada por Jim Carrey, en un personaje algo diferente a los que estamos acostumbrados, trata de un hombre (Steven Russell) que ante un accidente automovilístico decide blanquear sus preferencias sexuales ante el mundo pero, para llevar adelante un nuevo estilo de vida lleno de gastos, salidas y lujos, se convierte en un gran estafador. Por culpa de todos sus delitos, pronto caerá en prisión donde conocerá el gran amor de su vida: Philip Morris, interpretado por Ewan McGregor. De este modo, comenzará a vivir un romance casi idílico dentro de la prisión, valiéndose siempre de sus engaños para cumplir cada deseo de su amado. Al llegar la libertad, sus engaños le traerán constantemente nuevos problemas y deberá luchar una y otra vez por estar cerca de su amado. En estas constantes escapatorias de Steven Russell se sucederán ante nosotros diferentes géneros cinematográficos: será ante todo una película romántica y en muchos momentos una comedia, aunque en cierto punto la historia asumirá un tono dramático que nos recordará el film Philadelphia de Jonathan Demme. Estas diversas intensidades le darán cierto dinamismo que lograrán sorprender el espectador impidiendo que el desenlace final se vuelva predecible. Se destacan dentro de la película varios elementos: la utilización de una estética muy colorida y alegre, en la que no faltan elementos sexuales (como las nubes con forma de falo) y algunos estereotipos de la cultura gay pero sin caer en la burla; la elección musical impecable de Nick Urata, en especial en la maravillosa escena del baile dentro de la celda; las actuaciones de los protagonistas son muy buenas y el romance entre ambos es interpretado de un modo muy intenso y creíble. Pero quizás lo más sorprendente dentro del film sea el punto de vista adoptado ya que, quizás por primera vez en Hollywood, la homosexualidad no es mostrada como un tema en sí mismo base de un conflicto, sino como un condimento más dentro de una historia de amor que podría haber sido protagonizada por dos personajes de cualquier género o edad, que trasciende toda categorización y se centra en el romance y los sentimientos profundos de sus personajes
Del otro lado En el contexto de los atentados ocurridos en Londres el 7 de julio del 2005, dos vidas que, a simple vista pueden tener muy poco en común entrarán en contacto para la búsqueda de sus respectivos hijos. Se trata de Elizabeth (Brenda Blethyn), una mujer inglesa y bastante conservadora de una zona rural y Ousmane (Sotigui Kouyaté), un hombre africano que desde hace años trabaja en un parque nacional de Francia y no ha vuelto a ver a su hijo desde que era pequeño. Rachid Bouchareb nos trae en esta oportunidad otra película que muestra las heterogeneidades que existen hoy en la ciudad de Londres (y en gran parte de las grandes ciudades europeas) con una mirada simple, despojada, en escenarios reales, barrios de clase media en los que se entrecruzan personas de múltiples culturas y proveniencias, en particular la población islámica. Elizabeth recorrerá estas calles totalmente desamparada en su búsqueda, viendo los carteles de las tantas personas que desaparecieron, asustada ante los extranjeros, estos “otros” que ella presume tan diferentes a ella. El miedo, la desconfianza ante lo desconocido y el estado anímico de la protagonista se harán presentes en los movimientos de cámara, que por momentos estará voluntariamente en mano, o al acercarnos su rostro con el uso del zoom, como ahogando la imagen en esos primeros planos casi desenfocados. El desenlace de la historia será previsible desde un primer momento, inevitablemente los dos mundos de los dos protagonistas deberán encontrarse. Lo interesante de la historia surgirá justamente de este contacto y en la crítica subyacente a una realidad social que genera conflictos y debates en la actualidad: ese lugar temible que el pueblo islámico ha pasado a ocupar a partir del 2001 en el imaginario colectivo de los Estados Unidos, Europa y el mundo. La película derribará varios de estos demonios mostrándonos que un padre es tal más allá de cual sea su propia cultura, que la religión y la fe son una misma cosa en las diferentes religiones y lo único que al fin de cuentas cambia son los hábitos o el nombre del dios en el cual se cree. Se destaca la actuación del recientemente fallecido Kouyaté que por su simpleza y por la profundidad de su mirada recibió el premio a mejor actor en el Festival de Berlín del 2009. Otro elemento interesante lo hallamos en el punto de vista que toma esta historia del director franco-argelino, la cual invitará a su audiencia a salir de la sala mirando quienes nos rodean, quienes consideramos diferentes y alejados de nosotros, como pares humanos con existencias paralelas a las nuestras. Una película para el debate y quizás para el análisis de las diferencias y de los conflictos existentes también en nuestra propia cultura.
La voz que Mussolini no pudo silenciar “Queremos glorificar la guerra – única higiene del mundo-, el militarismo, el patriotismo, el gesto destructor de los anarquistas, las bellas ideas para las cuales se muere y el desprecio de la mujer.” Estos y los demás principios del Manifiesto Futurista redactado por Filippo Tommaso Marinetti en 1909, resuenan a los largo de Vincere, la última película del director italiano Marco Bellocchio. La velocidad, el progreso, la industrialización, la guerra, las armas y el cine mudo irrumpen en el relato sobre la vida de Ida Dalser, esposa no reconocida de Mussolini, con quien tuvo un hijo al que dio el nombre del padre. Esta historia, silenciada durante décadas, fue revelada hace unos años por el periodista italiano Marco Zeni quien, luego de una extensa investigación, la plasmó en el libro “La moglie di Mussolini”. Nueve años después de la salida de este libro, esta historia es llevada a la pantalla grande y revelada ante el mundo. La película, que cuenta con las excelentes actuaciones de Giovanna Mezzogiorno (interpretando a Ida Dalser, la mujer que lo dio todo por el amor de su vida) y de Filippo Timi (en el doble papel de Benito Mussolini padre e hijo), a lo largo de dos horas, mantiene atentos los espectadores intercalando al relato de Ida las imágenes reales en blanco y negro de la guerra, la industrialización, los discursos de Mussolini, el culto a la velocidad; tratando de reproducir la misma visión estética del mundo que reinaba en la época y en el movimiento futurista que surgió de la mano del fascismo, en cuyas ideas se fundaron las revueltas sociales que se produjeron en Europa y en Italia en las primeras décadas del siglo XX (durante la Primera Guerra Mundial y en el período de entreguerras), que darían lugar a la Segunda Guerra Mundial. La historia no nos da un respiro, es un drama histórico angustiante que combina constantemente el relato de sus protagonistas, cuyas existencias se intentó borrar, con imágenes de archivo al compás de ópera y de música frenética, todas composiciones originales de Carlo Crivelli. Predominan la oscuridad, los espacios angustiantes, los manicomios, por momentos paisajes casi oníricos de chimeneas de fábricas humeantes, hospitales de guerra en los que se proyectan películas para los enfermos al compás del acordeón a piano. La locura, la distancia, la injusticia de un hombre que, para su perfecto reinado de apariencias, trató de borrar de la faz de la tierra su pasado oculto. Una nación adorando el mito que el propio Mussolini construyó, indiscutido a pesar de ser tan terrible e insensato en sus discursos como en sus decisiones familiares, capaz de destruir todo a su alrededor. Todos estos elementos históricos y estéticos, combinados de manera perfecta por Bellocchio, hacen de Vincere, un interesantísimo trabajo visual, oscuro e inquietante que da cuenta de la locura generalizada de la Europa de comienzos del siglo XX y del grito de una mujer cuya historia intentaron callar, pero que ni la muerte ni la omnipotencia de un gobierno totalitario como el de Mussolini lograron borrar de la faz de la tierra.
Tramitando la licencia de vuelo Naves espaciales, marcianos verdes, gallinas abducidas, ex estrellas de rock, drogones y el movimiento new age se mezclan en Pájaros Volando, la nueva obra de Néstor Montalbano que, con una combinación excéntrica de elementos, nos trae una nueva comedia llena de referencias nacionales que inicia y concluye con Víctor Hugo Morales en el papel de narrador-presentador y cuenta, además, con la actuación de personajes célebres de nuestro país como Antonio Cafiero (en el rol del dueño de una empresa de autobuses) o Miguel Cantilo (interpretando a un artesano hippie). Los elementos fantásticos se nos muestran desde el primer momento con una estética muy kitsch, con colores saturados y con algunos efectos especiales en 3D que resultarán un poco chocantes para el espectador acostumbrado a las producciones de Hollywood, pero que serán totalmente aceptados por los fanáticos de Todo x 2 pesos y de las obras de Montalbano. La historia, tiene como protagonista, una vez más, a Diego Capusotto quien, en esta oportunidad, encarna un cantante de rock de un sólo éxito que alcanzó su estrellato dos décadas antes con un hit que da el nombre a la película y, actualmente, se encuentra en total decadencia: vive en la casa de su padre, está soltero, su nueva banda es un fracaso y trabaja como telefonista en una remisería de barrio. Por una “llamada del destino” se reencontrará con su ex baterista y desquiciado primo (Luis Luque) y comenzará a vivir una aventura extraterrestre en un pueblito pequeñísimo de las Sierras de Córdoba plagado de personajes desopilantes, como los extraños vendedores de la feria, el ermitaño que vive con su perro “culo”, la masajista que interpreta los mensajes extraterrestres o el productor de vegetales orgánicos vegetariano que detesta todo elemento capitalista y obliga a su hijo a comer extrañas viandas naturales (interpretado por el guionista de la película, Damian Dreizik). Aunque esta combinación de elementos bizarros presagie el desarrollo de una comedia en la cual uno debería descostillarse literalmente de risa, los momentos de mayor comicidad tardarán en llegar y no serán muchos. La historia se desarrolla por medio de situaciones absurdas que contrastan con algunos momentos de realismo en los cuales los chistes parecen bastante forzados y no muy originales. Todos estos gags parecen casi agregados a la fuerza para dar una mayor extensión a la película que, por momentos, se nos hace demasiado larga y solo alcanza cierta intensidad con el desenlace final. El film se salva gracias a las buenas actuaciones, en particular las de Verónica Llinás y Luis Luque, y por algunos buenos momentos con invitados de lujo, como en la canción inicial, compuesta e interpretada por Capusotto y David Lebon. Termina siendo una película medianamente entretenida, con una fauna muy pintoresca, estereotipos y elementos muy nacionales, que hubiera necesitado quizás un desarrollo más uniforme para lograr articular sus buenos momentos de comicidad.