Devil thrown off the ring, but... Diablo treads familiar territory — winner down on his luck — but hits the right note The champ is no longer a champ. All the signs of middle age have long started to settle in: his face contour sags under the weight of so many evenings on the ring, so many bouts against unrecognizable bodies and faces. Marcos Wainsberg, a.k.a. “El inca del Sinaí,” is beginning to feel the torpor of a life spent dealing blows, winning most matches, losing some, and bearing the burden of guilt as his last opponent never recovered and died on the ring. It’s both a stigma and a compliment, being brutally labelled a murderer while he mutters that the other guy decided to fight against his doctor’s advice.
Documental, road movie y denuncia Ya desde su aparentemente denotativo pero ampliamente polisémico título, El Impenetrable, el documental del experimentado realizador italiano Daniele Incalcaterra, codirigido con su esposa Fausta Quattrini, de origen suizo, se constituye no sólo en referencia geográfica sino que deviene sinónimo de imposibilidad, y de la necesidad imperiosa de derribar esta barrera. Ganadora del Premio del Público como Mejor Película en el recientemente finalizado Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, El Impenetrable, desde la lógica interna del documental, se adentra en un tema del cual se pretende brindar testimonio. En este caso, la denuncia, reiterada e infructuosa, de la explotación de tierras mal habidas, en El Impenetrable paraguayo, durante la dictadura de Stroessner. Uno de los puntos más fuertes del documental de Incalcaterra y Quattrini es la historia personal del director, heredero de unas 500 hectáreas de ese territorio explotado y dominado por latifundistas beneficiarios de una medida de Stroessner, que les permitió comprar inmensos territorios a precios irrisorios y que hoy se cotizan en millones de dólares. La narrativa de Incalcaterra y Quattrini, aparentemente expositiva, se despacha desde el comienzo con una revelación angustiante: la preocupación personal de Incalcaterra por esas tierras mal habidas que ha heredado produjeron la ruptura con su padre, que aún le duele en lo más profundo y que ha venido a reparar. Luego de reflexionar qué hacer con ese legado inmoral, con consecuencias nefastas sobre el medio ambiente y el injusto desplazamiento de pueblos originarios, Daniele y Faustina deciden que la reparación histórica y la sanación personal es viajar al Impenetrable e intentar la restitución de las tierras que, después de todo, no le pertenecen, porque fueron adquiridas ilegalmente. Daniele y Faustina cuentan a su favor con su experiencia como documentalistas y su determinación personal de corregir injusticias y prevenir mayores daños al medio ambiente. Los principales obstáculos parecen salidos de un western, género que creíamos ficticio pero que se encarna en los latifundistas, que evitan intrusiones construyendo caminos privados y contratando guardias armados para impedir el acceso. Incalcaterra y Quattrini vienen del primer mundo y se internan en un infierno colonialista casi digno del Coronel Kurtz retratado por Joseh Conrad en “El corazón de las tinieblas” y en “Una avanzada del progreso”. En El Impenetrable paraguayo habitan la ambición asesina, la impunidad y la locura, todo digno del mejor Herzog. Incalcaterra y Quattrini, con un equipamiento fílmico minimalista pero con una gran capacidad narrativa, demuestran que el documental no tiene por qué ser sinónimo de una tediosa sucesión de testimonios. El Impenetrable es un docudrama y un biodrama al mismo tiempo, ya que se interna en las profundidades de complicidades criminales y bucea en la psiquis de un hombre perseguido por un legado que habla de injusticia, crueldad e irresponsabilidad criminal. En éste ultimo sentido, El Impenetrable es un magnífico thriller psicológico, y la travesía de los realizadores en busca de la reparación material y moral adquiere el formato de las mejores road movies. Incalcaterra y Quattrini, plenamente conscientes de ambos planos -el histórico-ambientalista y el personal- construyen una historia que va mucho, mucho más allá de la recopilación de testimonios filmados. Con 135 minutos de duración -casi el doble de un documental estándar- El Impenetrable no es una película panfletaria ni unilateral, y nunca es aburrida o poco llevadera. Muy por el contrario, su combinación de denuncia y de transformadora experiencia personal la convierten en un documento necesario, acuciante.
Néstor in the Sky With Diamonds To say that Argentine society, as things stand right now on the Political front, is fragmented into multiple splinters wouldn’t be close to the truth. There are some who prefer the term “polarized,” more assuaged but rather euphemistic. There’s a third option, much harsher but perhaps more accurate: the country is not fragmented or polarized — it’s fractured.
As the world turns in violence-torn urbania Starring Robert Pattinson, new Cronenberg outing Cosmopolis takes you on an awesome stretch limo ride Erick Packer is right: we need a haircut. The traffic uptown may be and indeed is a ride through hell, but we do need a haircut. Period. And what’s the reason for such a chaotic state of things, if we may ask? The president’s in town. Which president are we talking about? The question and the answer, depending on the context and timeline David Cronenberg’s new movie Cosmopolis is watched in, is far from banal, ironic or downright stupid. Hardly a day has gone by since Barack Obama’s clear victory in the US presidential elections, flatly defeating Republican hopeful Mitt Romney, and it seems quite right for the release of the new Cronenberg (actually, first shown in May at Cannes). We need to stay focused, don’t we? So before we move on to a different topic, let’s agree on this simple fact of life: when you need a Haircut, a haircut you must have regardless of physical obstacles. Good. Now casually onto a different, seemingly more important matter: how has the NYSE done today? Have our stocks soared or plummeted? Have we made huge gains or turned enormous losses? Not that it matters: money is immaterial, printed bank notes are bonds to be redeemed some time in the near or distant future, always at a profit. Adapted from Don DeLillo’s nouvelle and starring Twilight’s Robbert Pattinson as Erick Packer, an eccentric yuppie billionaire who’s made his fortune as an asset manager, David Cronenberg’s
Un lugar llamado no lugar Estilísticamente correcta y con fuertes connotaciones sociopolíticas, el documental Errantes, que se estrena hoy en la sala Gaumont Km 0 dependiente del INCAA, se presenta a los potenciales espectadores como el registro testimonial de un evento en particular que puede ser leído como metáfora de muchas otras instancias similares. Como bien lo indica su título, Errantes desplaza la mirada, de manera nomádica (como los protagonistas) pero también anclada en una situación concreta: el proyecto de desalojo de una cincuentena de familias sin hogar que toman una vieja fábrica abandonada (La Lechería), convertida en asentamiento de precarias viviendas. Ubicada en esos extraños puntos urbanos donde confluyen uno o más barrios (en este caso, La Paternal y Villa del Parque), La lechería, ante el proyecto gubernamental de desalojar la fábrica con la promesa de reubicar a las familias en lugares más dignos, se transforma en el cuerpo de combate de una lucha de clases que se niega estoicamente a desaparecer o al menos a menguar su furia descontrolada. Escrita y dirigida por Diego Carabelli y Lisandro González Ursi como proyecto de la Escuela de Cine Documental El Observatorio, Errantes es la cuarta producción de ese colectivo en lograr el ansiado estreno comercial. Errantes viene precedida de laudatorios comentarios críticos y participación en festivales como el BAFICI, Tandil Cine (Premio del Jurado a la Mejor Película Argentina), y actual participante del Festival de Cine Migrante. No le faltan méritos a la obra de Carabelli y Gómez Ursi, a punto tal que el interés en la temática y en sus sufridos protagonistas se acrecienta a medida que el documental avanza. La construcción del documental es sencilla, con pocas pretensiones artísticas pero con un fuerte compromiso hacia la causa que mueve a los pobladores de La Lechería, a un grupo de encomiables asistentes sociales, y una necesariamente explícita condena de la intolerancia hacia lo diferente, hacia lo que se teme por miedos arraigados en grupos sociales “bien constituidos” que, al igual que los villeros de La Lechería, también se movilizan para evitar que sus miembros sean reubicados – primero de manera transitoria, luego de modo permanente – en dos torres con viviendas dignas para los desposeídos habitantes de la villa. La cámara de Carabelli y González Ursi no es precisamente inquieta. Mejor dicho, recorre y se detiene en el discurso personal de algunos de los más casos más representativos de lo que es la vida cotidiana en La Lechería. Algunos testimonios son conmovedores, como el del emprendedor trabajador inmigrante que logra levantar cabeza y tener su propio emprendimiento económico hasta que la tragedia se ensaña una vez más contra él, esta vez quizá de manera definitiva. “El accidente,” como él se refiere a un trágico choque entre una combi y un tren del premetro, arruina para siempre la vida de dos hombres, lisiados luego de la colisión. Luego de registrar prolijas asambleas donde prevalece el espíritu de camaradería y colaboración en un proyecto de transparencia supuestamente garantizada, Errantes continúa su discurso cuasi unilateral para concentrarse en las fuerzas de la oposición: los burgueses vecinos del lote a construir, que deciden boicotear la materialización del proyecto habitacional para evitar la proximidad de “indeseables”, de “diferentes”, de “otra gente”, percibidos como potencial amenaza a su bienestar de clase media. A nivel cuantitativo, Errantes detalla con lujo de detalles, de modo casi preciosista, el déficit habitacional de la ciudad de Buenos Aires, que existe, es real y tan evidente y palpable que basta alejarse una corta distancia del emblemático Obelisco para comprender su dimensión. Pero tal vez una de las mayores falencias de un documental como Errantes es no hacer mención explícita, detallada, del crónico déficit habitacional de enormes áreas de los suburbios de Buenos Aires, y de todo el territorio de la Argentina. A diferencia de un docudrama de excelencia como Elefante blanco, testimonial ejemplo de Pablo Trapero, Errantes parece obviar las dudas y los sentimientos ambivalentes de todo un conglomerado humano involucrado en una situación de desamparo bajo un gobierno que elige mirar hacia otro lado cuando se trata de cubrir, más que paliar con una curita, las necesidades básicas de los más desposeídos. Sin ser un avezado conocedor de la profunda realidad cotidiana de los habitantes del Elefante blanco (proyecto de hospital modelo de Sudámerica truncado por contigencias políticas), Elefante blanco toma partido y se involucra sin caer en el partidismo fácil. La Matanza, el distrito poblacional y electoral más grande de la Argentina luego de la ciudad de Buenos Aires, se erige, entonces, en emblema de lo posible y de lo que hay, de los proyectos posibles que chocan contra un muro cruel e insalvable. Errantes se ubica en el otro extremo de la ecuación: todo es posible en tanto haya unión, solidaridad y una meta clara. Pero al epílogo del film le falta una pieza clave: la suerte corrida por los habitantes de La Lechería, que en tres breves o larguísimos años, según se lo mire, puede haber virado 180 grados o empeorado en proporciones geométricas. El documental, como género, cumple loables funciones tales como registrar una realidad para el presente, pero proyectada, necesariamente, hacia un futuro, hacia la mirada más distante, no menos involucrada pero ciertamente más objetiva, de sociólogos, historiadores y analistas políticos. En este sentido, con sus aciertos y descuidos pero con un fuerte compromiso, Errantes hace caso omiso de otras voces y se transforma, por momentos, en un discurso unilateral sin lugar para el debate. La realidad se impone por peso propio, el documental pareciera decir, pero la adopción o rechazo de una postura política queda a criterio del espectador y de su capacidad de discernimiento.
Shedding light on misconceptions Documentary gathers testimonies from all parties involved in adoption It goes without saying that adoption (whether the temporary foster care of a minor or the “full” incorporation of a child into a new family) is not a decision to be made lightly, and it’s an issue that the State must monitor carefully, on a thorough case-by-case basis.
Argo: the Iran-hostage crisis in perspective Directed by and starring Ben Affleck, this is a knock-out of a thriller THE BACKGROUND. In 1979, as the Iranian revolution was reaching a boiling point beyond the control of the US-enthroned, merciless ruler Reza Pahlavi, the revolt centered on the premises of the US Embassy in Tehran. As the enraged mobs and paramilitary forces besieged the Embassy, over fifty staffers burned and shredded classified information before they were taken hostage by the infuriated revolutionaries. They were prisoners threatened with execution in what was previously regarded as a secluded enclave out of any potential danger. This is when Tony Mendez (Affleck), a CIA “exfiltration” specialist, concocts a risky plan to free the six US citizens who, unknown to Iranian intelligence, had fled the US Embassy headquarters and sought shelter at the residence of the Canadian ambassador. With few very viable options, Mendez devises a daring plan which, at first, seemed to have crept out of a Hollywood B-movie: creating and setting up a phony Canadian film project shot in neighbouring Iraq and then spending a few days in Tehran for additional footage for their sci-fi movie. For things to really work out, the phony had to be real — Mendez went shopping for a real film script gathering dust in a producer’s office, purchased the rights and hired talent and an entire crew that actually started making a flick. It was fake, but it was real too. So real that Mendez engineered a press operation announcing the project on the cover of Variety film industry publication. The operation, code-named Argo after the fake movie’s title, remained a secret and a different version of the real rescue operation was fed to the world media. The truth came out only in 1997, when the information was declassified. THE FOREGROUND. Ben Affleck’s third directorial effort after his much-lauded — and deservedly so — Gone Baby Gone (2007) and The Town (2010) is followed by an even more ambitious project designed, perhaps, to give him pride of place on the roster of the Great American Moviemakers. While both Gone Baby Gone and The Town were set in or around the area of Affleck’s native, familiar turf of Boston, where he grew up, Argo takes him miles, miles away in geographical terms but, most importantly, as regards sociopolitical content. Gone Baby Gone was based on Dennis Lehane’s action and emotion packed novel about a young girl’s kidnapping and the professional and personal crisis suffered by the detective assigned to the case. Affleck’s reading of the novel and the protagonist’s predicament was a profound, deeply affecting psychological study in the blurry boundaries between the personal and professional life of a man, just a man drawn by circumstances to take an introspective, painful look at his own self and doings. Affleck’s followup, the tension-filled The Town, focused on a gang of bank robbers in Boston (according to statistics, the city on top of this type of heist) once again leaned on the personal aspect of one character (even if it was the baddy) while the action served as the fast-paced backdrop to a highly proficient thriller. ARGO. Affleck’s Argo, dealing with the 1997 revelation of classified information about the 1979-1981 Iran-hostage crisis that threatened the stability of President Jimmy Carter’s administration and his chances of reelection, is as good a thriller as all the hoopla has made it to be, but it is also packed to the brim with rather naive ideological content. Argo, the film, focuses on Tony Mendez, the “exfiltration” expert who at first sees no feasible, realistic solution to the human and political problem of rescuing six US embassy staffers hiding at the Canadian Ambassador’s residence, away from their less fortunate peers holed up in their diplomatic mission’s premises and under permanent torture and execution threats by enraged Iranian mobs. Theirs was the most harrowing contingency, but the quantitatively smaller problem of safely bringing the six US staffers back home was not only a humanitarian concern. If found and caught by Iranian revolutionaries and given the treatment inflicted on accessories to the US convivial attitude to the dethroned Shah, Carter’s government would have been ridiculed, exposed to embarrassment and would have had to publicly own up to the failure of their diplomatic dealings and intelligence service logistics. Code named Eagle Claw, the US’s first military and intelligence attempt to put an end to the hostage crisis ended in humiliation in April, 1980, when a plan was implemented to land aircraft covertly in the desert to allow special forces to infiltrate Tehran and free the hostages at the US Embassy. No minor glitch was allowed, for the survival of Carter’s government was at stake and it could take no further blows. Eagle Claw failed miserably. This is when Mendez steps in, and this is the setting for Affleck’s proficient retelling of Operation Argo, the brainchild of Mendez, Affleck’s commanding yet self-effacing character. On the bright side of things, Affleck’s glossy, glamorous and sometimes scandalous showbiz profile does not stand in the way of a perfectly credible character reconstruction. Unrecognizable under a then-fashionable carefully negligé mane of black hair and matching beard, Affleck, who is not a great actor, astutely foregrounds the well-narrated, well-paced string of events and somehow retreats to the position of handler and not a larger than life hero, as would have been very tempting to do. Affleck, perhaps under the clever guidance of his new buddy George Clooney, who jumped on the bandwagon as coproducer, went for a clean-cut, surgical approach to screenwriter Chris Terrio’s and Joshua Bearman’s dexterous narrative. You see, docudramas and dramatizations of real-life events will always bear the stigma of being unfaithful for the sake of narrative. Affleck and Terrio-Bearman wisely weeded out the details and minutiae that would have slowed the action and hindered the relentless pace at which Argo charges ahead. No matter how faithfully you stick to the facts, purists will always spot something that rings untrue, something missing, something that wasn’t there, when the real events happened.
Maktub: holding on and letting go It may be regarded as a tear jerker, and in fact it is, but a good one indeed Manolo (Diego Peretti) is an upper middle-class bank exec with a beautiful wife and two loveable kids. But he and his wife Beatriz (Aitana Sánchez-Gijón) are going through a marital crisis. It’s not your typical seven or twelve-year itch, but rather the loss of perspective taking a toll on their stance on life and their capacity to appreciate all the good things they’ve been blessed with.
Un amor para toda la vida El tema elegido por la directora Jeanine Meerapfel para su nuevo largometraje – historias de desencuentros, olvidos y recuperación de recuerdos vitales -- no le es ajeno en absoluto. De hecho El amigo alemán, protagonizada por la estrella televisiva Celeste Cid y el actor alemán Max Riemelt, tiene más de un punto de contacto con La amiga (1988) y Amigomío (1994, codirigida con Alcides Chiesa), a tal punto que el último film de Meerapfel pareciera cerrar un círculo o una trilogía. Expuesta suscintamente, la trama de El amigo alemán cuenta la historia de amor entre Sulamit, hija de inmigrantes alemanes judíos, y Friedrich, hijo de un inmigrante alemán nazi. Sulamit y Friedrich, por esas razones no completamente dilucidadas que hicieron que víctimas y victimarios del Holocausto eligieran la Argentina como nuevo hogar, son apenas dos chicos en edad escolar que viven calle por medio. Sulamit y Friedrich, aún inocentes e ignorantes del pasado que arrastran sus progenitores, se conocen y no tardan en hacerse compinches, amigos del alma, casi novios pubescentes. La historia transcurre en un suburbio residencial de Buenos Aires en los años 50, época convulsionada políticamente en la Argentina, y continúa en Alemania con el trasfondo del mayo francés y su impacto sociopolítico en Europa y en todo el mundo, para luego retomar la acción durante los primeros años de la última dictadura militar. Sulamit, debido al comprensible mutismo autoimpuesto por sus padres, poco sabe de los horrores de la Segunda Guerra Mundial, y menos aún del exterminio llevado a cabo por los nazis en los campos de concentración. Friedrich, por su lado, vive una situación parecida, pero mucho más oscura: un día descubre que su padre no es quien dice ser, y que toda su familia ha adoptado una identidad falsa para ocultar su pasado nazi. Los padres de Sulamit huían de la guerra, los de Friedrich eran fugitivos de la justicia. Es a partir de este eje narrativo que Meerapfel, en su doble función de guionista y directora, imagina una historia ficticia que bien pudo haber sido real y que de hecho contiene muchos elementos autobiográficos. A partir del camino en busca de la verdad que emprenden Sulamit y Friedrich, Meerapfel construye un conmovedor relato atravesado por la historia de las décadas transcurridas entre el final de una confrontación, el comienzo de una nueva era signada por la liberación y la rebelión estudiantil, y el retorno a una época sombría, aterradora casi al punto de la parálisis: los años de la guerra sucia en la Argentina, cuando la Junta Militar exterminaba y desaparecía a insurrectos y supuestos complotadores. Dado el formato narrativo adoptado por Meerapfel – casi una road movie centrada en Sulamit y su periplo en busca de Friedrich, y su reencuentro en la Patagonia, lugar elegido por el muchacho como residencia permanente junto a una comunidad mapuche – El amigo alemán no se pierde en vericuetos y callejones sin salida. La historia de Sulamit y de Friedrich, a pesar de la naturaleza circular de los eventos narrados en El amigo alemán, es clara y prácticamente lineal, y si algún reparo puede esgrimirse contra el estilo fílmico de Meerapfel, tal vez sea la excesiva prolijidad, a veces con pocos matices, de los eventos que se van sumando a la historia. Pero más allá del peso propio de los eventos narrados en El amigo alemán, el verdadero sostén del film es la convincente actuación de Celeste Cid, actriz con mucha escuela a pesar de los prejuicios que le juegan en contra, como su glamour personal y el aura estelar que confiere la televisión. Después de todo, más allá de las contundentes vicisitudes históricas de los personajes, Celeste Cid se mueve en un territorio familiar porque El amigo alemán no deja de ser una historia de amor. Verídica y comprometida, pero historia de amor al fin.
Poco convincente acto de contrición El tema de la confrontación entre las intenciones divinas y la necesidad -tan humana- de reprimir los deseos carnales y materiales es un tema recurrente en la narrativa literaria y cinematográfica. Tal vez la mejor definición de esta tensión permanente es la palabra “tentación”, que da lugar a una fascinación casi sacramental. En El Cielo elegido, debut cinematográfico del director y guionista Víctor González en el largometraje, el delicado equilibrio entre el bien y el mal aparenta, a primera vista, caer del lado de la convicción religiosa. Sin embargo, si la fe no fuera cuestionada y puesta a prueba por la ambición y el temor al castigo divino, simplemente no habría historia que contar. En El Cielo elegido el sujeto/objeto de esta disquisición es el padre Pablo, interpretado por Juan Minujín con una cierta dosis de sutil credibilidad gracias a su talento y entrenamiento actoral, y no por el guión, estropeado por unos cuantos baches narrativos. El joven padre Pablo intenta sobreponerse a la pesadilla del sangriento motín de Sierra Chica (1996), que pasó a la historia como la más cruenta revuelta carcelaria de la historia argentina: 1.500 presos alzados en armas, 17 rehenes, incluyendo a una jueza y a su asistente, siete presos muertos, cuerpos descuartizados y quemados en un horno, y un horrendo festín caníbal. Con el peso moral sobre sus espaldas, el padre Pablo se refugia en un seminario, un entorno aparentemente más pacífico y sin los cuestionamientos éticos y religiosos planteados por la vida religiosa. El seminario, sin embargo, alberga oscuros secretos que amenazan con derrumbar el delicado equilibrio logrado por el padre Pablo. En medio de la cotidianeidad de claustros y corredores, Pablo se ve atrapado en otra trampa mortal: un oscuro incidente del pasado entre el padre Claudio (Osvaldo Bonet) y el padre Orbe (Osmar Núñez). En contra de su voluntad, Pablo se convierte en depositario de un secreto y varios misterios bien resumidos por el afiche de la película: “El camino de la fe no es fácil. Tampoco el del crimen”. Salvando las distancias, bajo esta supuesta premisa bien cabría imaginar un dilema ético-moral-religioso como el planteado por Hitchcock en Mi Secreto me condena (I Confess, 1953), fascinante dilema ético y moral que palpita con la convicción de los mejores thrillers psicológicos. Nada más alejado de la verdad. El Cielo elegido no es ni un thriller psicológico ni un planteo moral sobre la brecha que separa al Cielo de las miserias terrenales. El Cielo elegido tampoco se acerca a otro de los objetivos propuestos por sus autores: un neo-noir (euro-noir sería más apropiado) en el cual la figura del flic es reemplazada por la de un cura obligado por las circunstancias a transformarse en pesquisa. Con tanta premisa y tantas buenas intenciones, El Cielo elegido se empantana, a nivel narrativo, en una sobreextendida peripateia que tratan de vendernos como película de misterio con una fuerte disquisición moral y religiosa. La redención, para este Camino elegido, está lejos, muy lejos, en un lugar remoto llamado Buen Cine. La salvación, sin embargo, llega de la mano de los talentosos protagonistas: Juan Minujín, Osvaldo Bonet, Osmar Núñez y Jimena Anganuzzi. A fuerza de profesionalismo actoral, los cuatro sostienen, como pueden, el atisbo de tensión dramática de este intento fallido de cruce de géneros que termina conviertiéndose en un patético hibrido.