Yo simplemente seguí el link Comenzó como una miniserie web con capítulos de tan sólo cinco minutos de duración, y pronto se transformó en objeto de culto, con dos millones de seguidores, o de cibernautas adictos, si nos atenemos a la cantidad de hits y su rapidísima incorporación a la cultura popular. Hoy, las aventuras de cuatro amigos (Matías, Walter, Rama and Ponce) del muy tradicional barrio porteño de Saavedra, lindero con la General Paz, llega a la pantalla en formato de film. A diferencia de la serie web, El Vagoneta..., la película, cuenta con un experimentado productor profesional como Fernando Sokolowickz y la distribución de la indie Primer Plano. Así y todo, El Vagoneta..., en su transición al cine, no pierde nada de la frescura que caracterizaba a su pariente cibernética. Muy por el contrario: los episodios webs duraban 5 minutos cada uno, y el film tiene el "running time" habitual de 95 minutos. La duración del film no se traduce de modo alguno en forzados estiramientos narrativos. Retomando el hilo de la serie web, los cuatro amigos -vagos de barrio, medio losers, llenos de proyectos utópicos- aún mantienen la esperanza de convertir la terraza-espacio aéreo de la casa de uno de ellos en un privilegiado espacio publicitario, específicamente para películas como la ficticia "Un tanque", obvia referencia irónica a las superproducciones de Hollywood que se fagocitan a los peces más chicos. Simpáticos perdedores y soñadores, los cuatro vagonetas se aseguran la empatía de los espectadores con su plan de vivir una vida holgada sin necesidad de trabajar. El rapport es inmediato: ¿quién no se ha imaginado alguna vez viviendo tal ficiticia situación? Con buenas actuaciones a cargo de los cuatro protagonistas y hasta del derivado televisivo llamado Silvina Luna, El Vagoneta..., si bien contiene situaciones ya presentadas por cineastas como el primer Martín Rejtman (Silvia Prieto, 1999), no deja de ser eficaz y entretenida. A las aventuras y desventuras de los cuatro amigos -felizmente resueltas por el director/guionista- se suman los invalorables cameos de reconocidas figuras de la industria del entretenimiento, inevitablemente en papeles que ridiculizan el circo del showbiz vernáculo. Así, sin demasiadas pretensiones pero con buenos recursos técnicos, El Vagoneta..., con esmerada fotografía y dirección de arte y una banda sonora que más que ilustrar brilla de manera autónoma, no atrapa ni cautiva hipnóticamente, pero mantiene la atención del espectador y procura placenteros momentos de diversión audiovisual. No es poco para un film surgido de una serie web devenida producto de culto, o para cualquier otra película, si vamos al caso.
Transplante de almas con precisión animal Alejandro Chomski es la clase de director de cine y de persona que se caracteriza por no cejar en nada con tal de lograr los rigurosos objetivos que se propone. Esto se aplica tanto a su propia labor como a la tarea, artística y técnica, de todo su equipo. Dormir al Sol, de Adolfo Bioy Casares, adaptada por Alejandro Chomski para el cine, es un verdadero logro como guionista y como director. El resultado de su meticulosa lectura del relato fantástico de Bioy Casares es tan magnético como la fuente literaria en la cual está basada. En términos visuales, Dormir al Sol, el film, es una fascinante recreación de la Buenos Aires de la década de 1950 y de un grupo de personajes de un típico barrio porteño cuyas vidas se ven alteradas por una sucesión de elementos sobrenaturales. Como es de rigor en el género fantástico, la presencia de elementos que hacen a la cotidianeidad de los personajes otorga una cualidad oscuramente metafísica o incluso anormal a hechos de lo más realistas y creíbles, que se vuelven particularmente ominosos por el inesperado giro de las circunstancias. Dormir al Sol, tanto el relato original como su trasposición cinematográfica, normalmente remitirían a los potenciales lectores o espectadores a bucólicos espacios, gentes y situaciones. Sin embargo, el suspenso y el horror de las derivaciones de la principal línea narrativa van in crescendo con una conflictiva mezcla de descreimiento y revelación. El protagonista de Dormir al Sol, Lucio Bordenave (acaso todo personaje inolvidable no lleva un nombre inolvidable?), enfrentado con el fantasma de la desocupación, recurre a su Arltiano saber sobre el funcionamiento de relojes mecánicos. Esta misma mecanicidad y chatura comienzan a invadir todos los espacios de la vida de Bordenave, quien sobrelleva, estoicamente, una existencia gris y monótona, y un matrimonio yermo con su esposa Diana. Pero la apatía se torna desasosiego y desesperación cuando Diana, debido a su errático comportamiento, es internada en una "clínica frenopática" para solucionar su depresión crónica. Además de aplicar rutinarios tramientos psiquiátricos, el director de la clínica también se dedica -con sospechoso ahínco- a extrañísimos experimentos. Su teoría intenta demostrar que el cerebro y el alma de una persona se pueden transplantar a otro cuerpo humano. Como una especie de avatar biológico, se diría. Pero lo más perturbador de todo el asunto es cuando la transmutación parece cruzar las fronteras de las especies biológicas. Bordenave, ante la ausencia de su esposa internada, decide adoptar una mascota (una perra). Instintivamente, Bordenave la llama Diana, como su mujer, y es a partir de ese momento que el animal comienza a mostrar caracteristicas propias de Diana, la mujer de Bordenave, antes de su internación. Dormir al Sol, el film de Chomski, se nos presenta como un artilugio casi tan eficaz como el cuento de Bioy Casares: se construyen atmósferas que propician, inicialmente, la falsa convicción de que habitamos un mundo regido por leyes físicas incuestionables. Sin embargo, de modo gradual, esas mismas reglas comienzan a tambalear. El hábil trabajo de Chomski, como adaptador, director y ordenador de un mundo que se torna caótico, da como resultado un producto de excelente manufactura técnica. Con un elenco que se apropia de cada centímetro del espacio físico que, según antropólogos y sociales, le corresponde a cada persona para una armoniosa convivencia, Dormir al Sol puede leerse como una excelente trasposición del texto original, o incluso como un coherente trabajo de adaptación a otro lenguaje, el cinematográfico, con tiempos tal vez más apremiantes pero también con una capacidad de síntesis inigualada por otros medios.
De paraísos perdidos y recobrados Hasta no hace demasiado tiempo, decir cine de género, en la Argentina, era casi el equivalente de un epíteto irreproducible, tanto por su supuesta baja calidad como por sus limitadísimas posibilidades de explotación comercial. Sin embargo, más para bien que para mal, la clasificación ha dejado de ser una mala palabra y se ha convertido en referente ineludible no sólo de cine de bajo presupuesto, sino también de ingenio, creatividad, una saludable dosis de humor (negro, generalmente), y un bien ganado prestigio en constante crecimiento. Un buen ejemplo es la productora platense Paura Flics, que ya desde su nombre nos invita a pensar en esas primitivas imágenes del cine en sus comienzos, cuando los movimientos, por la precariedad de medios de producción y reproducción, carecían de precisión kinética y luminosa (de ahí, flickers, o tembleques, en buen porteño). Pues bien, la última película de Paura Flics, Penumbra, promete suspenso, alguna bizarreada y un poco de gore, y cumple con casi todas estas premisas. Escrita y dirigida por dos veteranos del género como Adrián y Ramiro García Bogliano, y protagonizada por la actriz española Cristina Brondo (Marga), secundada por los locales Federico Aimetta (Gabriel), Arnaldo André (Salva), Camila Bordonaba (Victoria) y Diego Cremonesi (Ignacio), Penumbra cuenta una historia mil veces narrada por el cine de terror y suspenso. ¿Trillada? Tal vez, pero no por eso menos inquietante, cuando -como en este caso- la acción discurre por carriles tradicionales que no desdeñan, sino que, muy por el contrario, ostentan un buen manejo del cruce de géneros. Obsesiva, workaholic, algo paranoica y pasada de rosca, Margarita es una joven mujer española de paso por Buenos Aires, ciudad que detesta pero en la cual se ve obligada a trabajar dos meses por año para una agencia inmobiliaria. El film, para desgracia de Margarita, comienza con una profunda sensación de presagio: una joven colombiana, en busca de trabajo, se presenta en una extraña tienda de ropa y exhibe credenciales académicas para obtener un simple puesto de vendedora. La combinación es digna del mejor teatro del absurdo, sobre todo porque la actriz nos enjareta sus ridículos parlamentos con su mejor cara de nada. Fade to black (Fundido a negro) y pasamos a Margarita, quien, sorpresivamente, de modo gradual y ominoso, comprende que sus potenciales inquilinos, que van sumando su presencia en el oscuro, húmedo y deprimente departamento en alquiler, tienen macabros planes de brujería y magia negra que incluyen un sacrificio humano: el suyo. Acorralada y casi sin posibilidad de escape, Margarita tropieza con los mismos vecinos y obstáculos de modo predecible pero, para los espectadores, llamativamente llevadero y hasta ridículamente inquietante. Con un eficaz guión que sólo por momentos se pierde en algún vericueto narrativo no del todo claro, y con buenas actuaciones por parte de víctima y monstruos perseguidores, Penumbra contiene más de una gema digna del recuerdo. Ejemplo: la mal hablada y displicente Margarita, quien detesta el país que la cobija momentáneamente y a la mayoría de sus habitantes, no vacila en espetar, cual típica maestra ciruela argentina (de profesora de literatura inglesa, en verdad), los pasajes más recordados del Paraíso perdido, de Milton, y hasta de la exquisita poetisa británica Christina Georgina Rossetti, una de las líderes del movimiento de vanguardia pre-rafaelista. ¿Un cóctel algo extraño? Y, sí. ¿Apetecible? También, qué duda cabe.
De Domingo de Ramos a Miércoles de Ceniza Ciertas reglas del film noir se pueden pasar por alto y el producto en cuestión sigue funcionando. Sin embargo, hay otras convenciones del género que deben ser rigurosamente respetadas si la finalidad es resolver el enigma planteado por guionista y director, o al menos esta es la premisa básica del “hard boiled". Pero existe una tercera opción, y es la que plantea Domingo de Ramos, el tercer largometraje de José Glusman (Cien años de perdón, 1999; Solos, 2006), que se estrena hoy en un puñado de salas de Buenos Aires. Dicha alternativa, que Glusman maneja con admirable soltura, es forzar o incluso quebrantar las reglas narrativas del noir. A simple vista, Domingo de Ramos no es más que otro rutinario film policial acerca de un asesinato o una muerte accidental, pero la película, con un riguroso guión escrito por Glusman y Daniel López, no tarda en demostrar que es una ingeniosa variante del género policial. En cuanto a estructura, Domingo de Ramos deja de lado las obviedades de una narrativa lineal y adopta la forma de un ingenioso rompecabezas. No se trata, sin embargo, de un simple y convencional “patchwork” de flashback y flashforwards. A modo de guía para detectives aficionados, Domingo de Ramos se articula, temporalmente, mediante la hábil inclusión de intertítulos minimalistas. Si bien el comienzo del film nos remite, inevitablemente, a la muerte narrada por la víctima en la exquisitamente ácida y mordaz Sunset Boulevard, Domingo de Ramos se desdobla en una ordenada pero compleja serie de escenas o simples planos a modo de postales. La estrategia da buenos resultados: el film se desliza con notable fluidez, hábilmente subrayada por la banda sonora y por el irritante, ominoso chillido del loro de Doña Rosa (Gigí Ruá), elocuente pero incomprensible testigo de los hechos. El otro puntal de la película es la figura de El comisario (Gabriel Goity), poseedor de una mirada a la vez amenazante y patéticamente despistada. La historia comienza un miercóles en un pueblito en los suburbios de Buenos Aires, en una casona otrora opulenta pero ahora devenida palpable símbolo de la decadencia de sus habitantes y de su entorno inmediato. En un modesto operativo policial a cargo de un comisario de poca monta se descubre el cuerpo sin vida de la dueña de casa, casada con un hombre de sombríos manejos e impotente en casi todo otro sentido, sobre todo a la hora del placer conyugal. La breve introducción nos permite inferir que las cosas no son tan claras como parecen, más allá de las obvias hipótesis de robo o de crimen pasional disfrazado de atraco. Desde ese momento clave y hasta los créditos finales, el enigma planteado por Domingo de Ramos se reconstruye progresivamente, a medida que las piezas del rompecabezas comienzan a encajar. Fotografiada en un granulado blanco y negro que vira hacia tonos pastel, Domingo de Ramos, rodada en una casona de Bella Vista y en sus dos hectáreas de jardín (donde se reconstruyó la sofocante atmósfera pueblerina), traspasa las fronteras impuestas por el género policial y se erige en cabal muestra de un cine inquietante, cuidadosamente puesto en escena por un director capaz de transformar un relato simple, casi minimalista, en una armoniosa pieza instrumental, apoyado, en buena medida, por un eficaz elenco (esperable en el caso de actores como Goity, Mauricio Dayub o Pompeyo Audivert, y sorprendente en el caso de Gigí Ruá, ex “pinup” y modelo de los años 70, que se desenvuelve con total soltura en el papel de una bella mujer ya entrada en años pero aún capaz de albergar lujuria y ambición). Compacta, enigmática y astutamente bella, Domingo de Ramos es un logrado enigma que tal vez, debido a su acotada salida en cines, pase desapercibida entre tanto tanque hollywoodense.