En busca del sentido de la vida “El árbol de la vida” refiere directamente a una figura alegórica que alude a una cosmogonía y es lo que pretende llevar a la pantalla cinematográfica el director Terrence Malick. Para ello toma como eje la vida de una familia típica estadounidense de los años ‘50. Esa estructura básica que representaba en aquel momento el ideal del sueño americano: padre, madre, hijos, casa, trabajo, esfuerzo, más educación, cultura, ciencia, innovación... Todas esas características están reunidas en el hogar del señor y la señora O’Brien en la pequeña ciudad de Waco. El film comienza con una cita bíblica del libro de Job (“¿Dónde estabas tú cuando yo fundaba la tierra? Házmelo saber, si tienes inteligencia”) y a partir de allí, empieza a desarrollarse una historia narrada de manera fragmentaria, con saltos permanentes en el tiempo y también en el lenguaje, el discurso. Así como a veces prefiere la voz en off, que expresa los pensamientos de alguno de los personajes, en otros momentos utiliza escenas cargadas de significado simbólico, con fuerte apoyo de la banda sonora, y en otras ocasiones apela a imágenes oníricas (con mucho soporte tecnológico). En casi 140 minutos, Malick pretende dar su visión acerca de una manera de entender la vida, desde sus orígenes. En el subtexto está la concepción judeo-cristiana y particularmente hace hincapié en las dos opciones básicas que se le presentan al ser humano a lo largo de su existencia, como una constante: la necesidad de elegir entre seguir a la naturaleza o inclinarse por una vida signada por la gracia. Para ilustrar este punto de vista, toma a la familia como lugar central donde se va a manifestar esta eterna cuestión, ya que simboliza la organización básica donde se reúnen las condiciones que la vida impone: sujeción a la naturaleza con sus ciclos vitales y a la vez búsqueda de trascendencia, mediante el trabajo, la cultura, el arte y la religión. El señor O’Brian no solamente es habilidoso para todo tipo de oficio técnico sino que además gusta de la música clásica y toca el piano. Tiene ambiciones y busca progresar en la vida en base a ideas y proyectos propios. Es sumamente riguroso en la educación de sus hijos y la disciplina del hogar. En tanto que su esposa es una mujer casi etérea, dulce, cariñosa con los niños, una perfecta ama de casa. Pero Malick pone el acento en cierta violencia apenas contenida en el marido, como rasgo aparentemente propio de los machos de la especie, lo que vuelve difícil, al fin y al cabo, el mantenimiento de la armonía del hogar. Es así que el relato va mostrando distintos momentos de la vida de la familia en la que se esboza esa idea básica donde la naturaleza colisiona con otros aspectos como los sentimientos, la moral o incluso el bienestar, en busca siempre de nuevas experiencias, nuevos horizontes, ir más allá de lo ya conocido. Un lugar en el mundo En ese marco, tiene especial significado la rivalidad entre el primogénito y el padre, y también los celos y la competencia entre los hermanos, ya sea por quién es más fuerte o por quién es más querido (el viejo asunto entre Caín y Abel). La tragedia, precisamente, estará presente desde un primer momento, a partir de la cual se irá hilvanando la mirada que va hacia el pasado, como buscando una explicación, y en el presente, cuando el hijo mayor ya es un hombre adulto y parece querer interpretar, darle un sentido a su vida y encontrar un lugar en el mundo. Se trata de una ambiciosa propuesta de Malick, quien tal vez no está del todo a la altura del desafío, pero que aún así logra momentos interesantes, acompañado de grandes actores como Brad Pitt, Sean Pean y Jessica Chastain, menos conocida pero de digna actuación. Y una mención especial merecen los niños, puesto que son lo más genuino que ofrece esta película.
Entre el deber y los sentimientos “La Princesa de Montpensier” está basada en una novela homónima de Madame de La Fayette, escrita y ambientada en la Francia del siglo XVI. La historia se concentra en una etapa de la vida de una joven, Marie, hija de un acaudalado marqués, quien está enamorada de uno de sus primos, el duque Henry de Guise, y medio comprometida con el hermano de Henry, pero a quien su padre obliga a casarse con Philippe, el Príncipe de Montpensier. Son todos jóvenes que no superan los 20 años de edad, que gastan su tiempo entre juegos cortesanos, estudios de idiomas, coqueteos y peleas entre espadachines. Pero en esos momentos, Francia está desgarrada por una guerra que parece interminable entre hugonotes y católicos. El guión apenas esboza las ventajas y desventajas que reparten los matrimonios por conveniencia y las alegrías y pesares que esto puede provocar en jóvenes corazones apasionados. Marie es una muchacha muy bella y pese a sentirse atraída por Henry, se somete a la voluntad paterna y se casa con el Príncipe, quien apenas transcurridos unos pocos días de la boda, debe dejarla sola en un castillo en medio de la campiña, porque los deberes de la guerra lo obligan a correr al campo de batalla, por orden del rey. Antes de partir, encomienda su esposa al cuidado de su fiel súbdito, el conde de Chabannes, a quien considera un maestro y amigo, por ser quien le enseñó las artes de la guerra y otras virtudes. El tiempo transcurre entre los plácidos y amables ambientes del castillo, donde Marie es instruida en lectura y escritura, y otras artes, por el abnegado Chabannes, y los rigores de las batallas en las que su marido combate con arrojo y coraje, junto a otros nobles. Chabannes, pese a haber sido un noble muy distinguido y leal a la corona, y de haber combatido en esa guerra como el mejor, hastiado de tantas matanzas, decidió desertar y alejarse para siempre del uso de las armas, lo que lo obligó a vivir sometido a la voluntad de perdón del rey, por intercesión de su hijo, el príncipe, hoy casado con la bella Marie, de cuyos encantos Chabannes no ha podido o no ha sabido salir indemne. Tantas horas juntos en una suerte de aislamiento del mundo, consiguen subyugar el sufrido y solitario corazón del veterano guerrero, cuya formación religiosa y cultural lo convierten en un mentor y consejero respetado y confiable. Sin renunciar a sus sentimientos ni a sus principios, estará siempre ahí para proteger tanto al príncipe como a la princesa, de las acechanzas a las que los someterán las convulsiones políticas y sociales del país. Sin ahondar demasiado en sentimientos ni en los pensamientos más íntimos de los personajes, ni tampoco en las cuestiones históricas, la novela esboza una mirada costumbrista, poniendo un poco el énfasis de la cuestión en las difíciles circunstancias en las que se desarrollaba la vida cotidiana de las mujeres en esa época. Dejando en claro que a pesar de estar sometidas a convenciones sociales extremadamente rígidas, igual que los varones, nadie parecía dispuesto a renunciar a los sentimientos tan fácilmente, aun cuando los mismos lleven a asumir riesgos a veces desmedidos. La película de Tavernier muestra una buena reconstrucción de época en cuanto a ambientes y caracterizaciones de los personajes, el relato se mantiene a buen ritmo con un prolijo trabajo de montaje, pero ni los sucesos ni los protagonistas llegan a conmover demasiado. La tensión dramática parece más literaria que vivencial. Y además, muchos le reprochan algunas deficiencias técnicas en la imagen y el sonido, que desvalorizan de manera aleatoria la calidad del filme. No obstante, se puede ver y disfrutar, porque aun con sus defectos, “La Princesa de Montpensier” tiene un encanto propio que no es para despreciar.
Una crisis de sinceridad inoportuna Nanni Moretti sigue jugando al rebelde irreverente y ahora desafía nada menos que al Vaticano, con su última comedia “Habemus Papam”. Totalmente producto de su fantasía, el guión refiere a la muerte de un Papa y el proceso interno de la Iglesia para elegir a otro, el riguroso cónclave entre los cardenales que tienen que reunirse en el mayor de los hermetismos para elegir, entre ellos mismos, a uno que será el sucesor en el trono de Pedro. El punto de vista de Moretti pretende ser una mirada crítica, suavizada con un humor entre irónico y sarcástico, que no intenta hilar muy fino en las cuestiones ni religiosas ni institucionales. Se trata de un juego farsesco de grandes pinceladas para ilustrar jocosamente un pensamiento: entre las paredes del Vaticano se guarda celosamente un poder imaginario que se sustenta más en el secreto que en un poder real. Moretti se toma su tiempo para enfocar uno por uno a los cardenales (provenientes de distintos lugares del mundo) que tendrán que elegir al sucesor, y cómo en su fuero íntimo todos preferirían que el peso de la responsabilidad cayera sobre otro, porque es más cómoda la vida cortesana dentro de palacio, que el propio reinado. Luego de varias votaciones fallidas, con fumata negra y una multitud ansiosa esperando novedades en la plaza, finalmente, la gran mayoría se decide por Melville (Michel Piccoli), un monje discreto, silencioso y de bajo perfil. Pero los problemas empezarán justamente cuando parecía que todo se solucionaba. Es que Melville, un hombre anciano, sufre una profunda crisis en el preciso instante en que tiene que asumir su designación y presentarse ante los fieles. Gran consternación cunde en el Vaticano que cae prácticamente en el ridículo al afirmar, fumata blanca mediante, “habemus Papam”, pero tiene que suspender el anuncio del nombre del elegido y su presentación en público por tiempo indefinido. Para ayudar a Melville a salir de su abismo psicológico, llaman a un psiquiatra (Nanni Moretti), quien intentará tratar al prelado de urgencia, dadas las circunstancias. Vacío de poder Las cosas tenderán a complicarse, porque lo que le sucede al flamante Papa no es de fácil abordaje. Mientras, el Vaticano deberá mantener el hermetismo durante varios días, generando en los fieles lo que más detesta: incertidumbre. El vacío de poder provocado por esta circunstancia imprevista y desconcertante, amenaza no solamente la imagen de la Iglesia sino que socava los fundamentos mismos de su poder. Lo que ocurre puertas adentro, mientras Melville pasea su crisis de incógnito por las calles, es una sucesión de situaciones hilarantes, ociosas e insignificantes. Moretti muestra a los cardenales y otros funcionarios del Vaticano nada más que matando el tiempo con entretenimientos superficiales. Finalmente, luego de idas y vueltas, cuando la tensión alcanza niveles insostenibles, llegará el desenlace, donde se concentrará el golpe de gracia de la propuesta del director italiano, quien quiere resaltar el aspecto humano, demasiado humano, de la jerarquía católica. “Habemus Papam” es una humorada crítica que deja picando algunas cuestiones sin pretender ahondar demasiado en debates profundos, que tienen como premio una digna y respetable actuación de Piccoli, a quien el personaje le sienta como hecho a medida.
Una historia romántica con los mismos tics de siempre pero con los aparatitos del siglo XXI: el omnipresente celular, las ridículas pero vistosas tablets, los enigmáticos pero imprescindibles ipads y todo tipo de cosas para las que sólo se necesita tener el dedo índice disponible y unas cuantas burbujas de alguna bebida energizante agitando el cerebro (o su remedo). Una novelita de amor estadounidense, ambientada en la Nueva York post 9/11, o cómo Dylan y Jamie se conocen, se hacen amigos, pretenden tener sexo sin complicaciones y, contra todos sus deseos (?), terminan enamorados, y ¡ay, qué fatalidad! El viejo tema del chico apuesto que esconde muy bien sus debilidades y la chica atractiva que oculta su corazón dañado, para seguir adelante en un mundo que no tiene contemplaciones con los sentimientos y que tiene una mórbida debilidad por el éxito a cualquier precio. Todo eso representa en el imaginario universal la vida en Nueva York, un estilo de vida promocionado por los mismos estadounidenses y recreado hasta el cansancio por la industria de Hollywood. “Casualmente”, en este filme, se ironiza un poco con eso, dado que Dylan es nacido y criado en Los Angeles, la cuna del cine, y Jamie, en cambio es una todoterreno de la Gran Manzana. Son jóvenes y bellos, además de creativos. Ella es una cazatalentos vía Internet y él, justo pasaba por allí promocionando sus habilidades. Ella lo cita y se encuentran en el aeropuerto de NY. Allí empieza una relación, como se ha dicho, burbujeante, que surge como una amistad laboral y luego, sin querer, se convierte en otra cosa. Pero esa parte queda fuera del filme. De modo que los 108 minutos de la película de Will Gluck se dedican a describir las idas y venidas de los chicos entre sus acrobacias sexuales sin sentimiento y sus otras actividades: trabajo, familia, entretenimiento, etc. Con final feliz Nada del otro mundo: ella es hija de una madre que se las ingenia para estar siempre ausente y de padre desconocido; él, viene de una familia algo conflictiva, pero que todavía resiste. La madre de ella huye de los compromisos y el padre de él ya sufre los primeros zarpazos del Alzheimer. Ambos vienen de sendos fracasos amorosos y se hacen compinches y aliados para esta nueva etapa. Pero... los sentimientos, se sabe, aparecen justo cuando nadie los reclama y le ponen ese tono agridulce aun a las mejores performances eróticas y hacen que ya las cosas empiecen a complicarse, y que algún dolorcito inoportuno aparezca por algún rinconcito de la mente. Después vienen peleas, desplantes, y todo tipo de reacciones histéricas... quién no conoce un poco de esas cosas. Pero a no asustarse, no será necesario aprontar pañuelos, Dylan y Jamie no están tan locos como para dejar pasar esa oportunidad y un gran beso de reconciliación sella el final feliz de la novela. Y no me reprochen que les cuente todo, es que no hay nada que merezca ocultarse. Es un pasatiempo hecho y derecho, sin ambajes ni pretensiones. Sólo resta decir que los actores que tienen a su cargo los personajes secundarios se llevan los pocos elogios, ya que le ponen a la historia el sabor que les falta a los protagonistas.
Pasiones desatadas, libertad condicionada El título original de la novela del escritor belga Dimitri Verhulst es De Helaasheid der Dingen, algo así como “El infortunio de las cosas”. Nada que ver con el título con que se conoce aquí la versión cinematográfica de Felix van Groeningen: “La vitalidad de los afectos”. Desde ya que el título original tiene más relación con el contenido, aunque los afectos sean también protagonistas ineludibles en la historia de los Strobbe en su país natal. Son cuatro hermanos que viven con su madre, una pensionada que tiene que hacerse cargo de los grandulones porque ellos son vagos, jugadores y bebedores empedernidos, que se gastan lo que tienen y lo que no tienen en juergas. Las deudas los acosan y siempre terminan parasitando a la anciana, que no es capaz de ponerles límites a sus vástagos. ¿Del padre?, ni noticias. En ese ambiente está tratando de crecer Gunther, un niño de trece años, hijo de uno de los hermanos, a quien la madre abandonó a poco de nacer. El relato está narrado en primera persona por el protagonista, quien en su vida adulta, es un escritor de novelas, a través de las cuales, aparentemente, ha logrado no sólo tener un digno pasar económico sino también exorcizar los fantasmas de su infancia, dolorosa, por cierto. Gunther ha tenido que pasar los años más tiernos de su vida entre borrachos desaliñados, groseros y violentos, sin madre, y con una abuela de muy buenos sentimientos, pero víctima también de los abusos de esa banda de desconsiderados llamados hijos. El pequeño es sometido a todo tipo de presiones para tratar de inclinarlo hacia las mismas malas costumbres de su padre y de sus tíos, pero algo se rebela en su interior, una necesidad de zafar de las garras de ese ambiente autodestructivo y promiscuo. Dotado con una sensibilidad y una inteligencia especiales, aprovechará las oportunidades (aunque pinten calvas), para buscar y al fin, encontrar, una salida a su situación y así, quizás, evitar ese destino poco promisorio que caracteriza a los miembros de su familia. Familia disfuncional La vida cotidiana de los Strobbe es un caos, un caos existencial, económico, afectivo. Es una familia completamente disfuncional, incapaz de establecer relaciones normales y durables con otras personas. El relato de Van Groeningen asume el caos como estilo narrativo y muestra las cosas como son, sin analizarlas ni juzgarlas. Solamente se intercalan algunos párrafos en off dando cuenta de que se trata de la historia contada por uno de sus protagonistas, varios años después. Son los recuerdos de Gunther adulto los que se expresan, y como todos los recuerdos, sobre todo de la infancia, son más bien desordenados y si a eso se le agrega el entorno, literalmente bochornoso, se entiende que la subjetividad domina por completo la escena, llevando a situaciones extremas o disparatadas a cada paso, porque se trata de una subjetividad extravertida y ruidosa, por lo general. En el presente narrativo, Gunther es un joven treintañero, que ha logrado hacerse un lugar en la vida, pero para ello tuvo que pagar el costo de renunciar a su familia. Por decisión propia, a los trece años se refugió en un internado para chicos con problemas y a partir de allí, comenzó su recuperación. Pero los lazos familiares no son tan fáciles de romper y la vida lo pondrá ante pruebas y zancadillas difíciles de eludir, aunque con el tiempo, logrará reconciliarse con sus orígenes y seguir adelante. Es un relato de iniciación, con ribetes costumbristas y con final alentador, donde el esfuerzo personal le gana a la adversidad y a la orfandad.
Una película de la vida real El director británico Mike Leigh es conocido por su estilo de rescatar historias oscuras y volverlas luminosas a partir de su narración cinematográfica. Algunos de sus títulos más conocidos son “Secretos y mentiras”, “El secreto de Vera Drake” y “La felicidad trae suerte”. Experto en la construcción de personajes y en la dirección de actores, en “Un año más” vuelve a dar muestras de su talento para mostrar aspectos de la vida cotidiana, donde no sucede nada extraordinario, donde todo transcurre de manera más bien mediocre, previsible y sin mayores horizontes. Y sin embargo, en esos pequeños detalles, en esos mínimos dramas que se cuecen entre gente casi anónima, está, podría decirse, el secreto de la vida, para Leigh, un director que trabaja a años luz de la maquinaria de Hollywood y que hace un cine diferente, sin estridencias, ni efectos especiales, ni cuerpos esculturales, ni extravagancias tecnológicas. Sus actores son profesionales excelentes encarnando personajes que parecen extraídos de cualquier calle londinense y no de escaparates de la farándula. Esa característica se corresponde con una forma de narrar de manera clásica. “Un año más” está estructurada en cuatro capítulos referidos a cada una de las estaciones. Comienza en Primavera y termina en Invierno. El centro de atención está puesto en el matrimonio de Tom y Gerri (un guiño a sus vecinos de Disney), una pareja de personas maduras y establecidas en la vida con cierta armonía y paz. Ambos trabajan todavía y tienen un hijo de 30 años, ya casi independizado, mientras en sus ratos libres, cultivan una huerta. El hogar de Tom y Gerri es el punto de referencia de sus amigos, con quienes la vida no ha sido tan amable como con ellos. Mary los visita frecuentemente porque allí encuentra contención a su inestabilidad afectiva y sus problemas con el alcohol. Ken, otro solitario, también suele encontrar refugio en casa de sus amigos, siempre aferrado a un cigarrillo, a su desorden alimentario y a la bebida. El centro del relato Para Mary y para Ken, Tom y Gerri representan todo lo que ellos no pudieron lograr en la vida: una pareja estable, un hogar armonioso, un buen pasar económico, una vida ordenada. Si bien la pareja funciona como punto de referencia, como centro del relato, en realidad, se comporta más bien como receptora de las historias de los otros, que encuentran allí un oído atento a sus confidencias. Así, las manifestaciones de la angustia de Mary ocuparán buena parte del film y se podría decir que es el personaje en el que la cámara de Leigh se detiene con mayor atención. Escruta y registra cada uno de sus gestos, de sus mohínes, de sus altibajos anímicos (el filme abunda en primeros planos). Es también el personaje más evidentemente desestructurado y vulnerable, incapaz de elaborar sus duelos ni de recomponer su intimidad, no consigue construirse una vida propia y se aferra a la familia de sus amigos, como una mendiga afectiva siempre famélica. Leigh no ahonda mucho en explicaciones, ni análisis, tampoco juzga, pero es bastante impiadoso al mostrar cómo, pese al gran cariño que todos le tienen a la “rara” de Mary, de algún modo también, casi imperceptiblemente, todos se abusan un poco de ella y hasta pueden llegar a comportarse con un dejo de perversión, como es el caso del hijo treintañero con quien Mary tiene fantasías inapropiadas. “Un año más” es de esas películas que hablan de esas cosas que les ocurren a casi todos, el paso del tiempo, los sueños frustrados, los logros de unos que despiertan las envidias de otros, el amor, la muerte, la soledad, el vacío espiritual y los excesos adictivos. Es una película que no llega a ser amarga, pero está atravesada por una melancolía abrumadora, aunque termina con un esbozo de esperanza.
La trama oscura de un negocio ruin “La verdad oculta” (The Whistleblower) es la opera prima de la canadiense Larysa Kondracki, basada en una novela escrita por Kathryn Bolkovac, que refiere a sucesos reales que le tocó protagonizar luego de la guerra de los Balcanes. El papel en la película está a cargo de Rachel Weisz, quien interpreta a una oficial de policía de Nebraska que atraviesa conflictos familiares a la vez que busca nuevos horizontes en su carrera. En ese interín, recibe la propuesta de viajar a Sarajevo para integrar las fuerzas de paz de los Cascos Azules de la ONU, con vistas a una reconstrucción de los territorios devastados por los enfrentamientos étnicos. El relato está presentado a la manera del cine de denuncia característico de los años ‘70, ya que al referirse a hechos reales, la trama dramática está encorsetada en el interés documental, y más que tratarse de una historia individual, pretende destapar aspectos que se mantienen ocultos a los ojos de la opinión pública y ausentes en los discursos del poder. La oficial Bolkovac, de aspecto frágil y vulnerable, se encontrará con un escenario complejo, violento y perverso, pero, en el marco de su crisis personal, lo ve como una posibilidad de juntar dinero para mejorar su situación y tal vez recuperar a su hija, al volver a los Estados Unidos. Sin embargo, la realidad en Bosnia la sumirá pronto en un remolino de circunstancias oscuras y dolorosas, que ella pretenderá esclarecer, no sólo para cumplir con su misión, sino también para darle un sentido trascendente a su propio sacrificio. En el escenario de posguerra se encontrará con escombros, estallidos de minas que todavía subsisten en algún lugar del territorio, y los estragos de un negocio truculento: la trata de personas, un flagelo que parece acompañar a todas las contiendas bélicas, especialmente cuando la víctima mayoritaria es la población civil. Así, poco a poco, Cathryn irá desenredando una maraña de complicidades, traiciones y encubrimiento de una organización que lucra con mujeres jóvenes que son atraídas desde sus pueblos de origen con falsas promesas y luego sometidas a la esclavitud sexual y a un trato inhumano. Mal alimentadas, hacinadas en antros sucios y oscuros, las jóvenes deben entretener a militares, policías y funcionarios de organismos internacionales, que están ahí supuestamente para garantizar la paz y volver a la zona a la normalidad. Hay una empresa privada que se encarga de manejar esos negocios, bajo pantallas diversas: Democra Corp, la que se aprovecha muy bien de la inmunidad que otorga el paraguas de la ONU en estos casos. Kathryn se compromete mucho con su trabajo, pretende ir a fondo, desbaratar la trama de corrupción y salvar a las muchachas de tremenda explotación, que incluye palizas y torturas, además de todo tipo de vejaciones e incluso, la muerte. Sin embargo, tropezará con la resistencia de sus propios compañeros, muchos de ellos involucrados en el oscuro negocio; no obstante, con la ayuda de algunos colegas leales y sensibles, a pesar de perder su cargo y su inmunidad, logrará hacerse de pruebas que ventilará a través de la cadena BBC de Londres, y luego, mediante su libro. Sacudir conciencias La película es amarga, dura, violenta, y sacude las conciencias, puesto que no se trata de la violencia grandilocuente típica de los escenarios de Hollywood, abundante en trucos hipnóticos, sino una violencia inspirada en la más cruda realidad, ésa que a veces uno preferiría ignorar. Weisz se luce en el papel protagónico, lleno de furia y de sed de justicia, acompañada por un elenco de buenos profesionales en el que se destacan especialmente Vanessa Redgrave, Monica Bellucci y David Strathairn.
Negocios, intrigas y pasiones en una atmósfera decadente Luca Guadagnino es un joven director italiano no demasiado conocido, pero que tiene una socia estelar: Tilda Swinton, quien produce y protagoniza “El amante”, su primer largometraje que se conoce aquí. Swinton tiene a su cargo el personaje principal, Emma, alrededor del cual se estructura un relato en el que los demás tienen sentido o cumplen una función solamente en relación a ella. Quien sin embargo, va a experimentar a lo largo de la trama una metamorfosis, una transición dramática, que alterará por completo su rol en la historia y también pondrá en máximo riesgo toda la constelación de personajes que la rodean. Emma es una mujer que ronda los cincuenta años, es rusa de origen y está casada con un rico industrial milanés, heredero de un establecimiento textil que tuvo su tiempo de gloria y que al morir su fundador y adentrarse en el siglo XXI, no resistirá ante las nuevas reglas de juego que se imponen en los negocios, con la presión de los capitales globalizados. Emma es la esposa perfecta, madre atenta de tres hijos, la reina del hogar, excelente cocinera, que sabe cómo atender a los invitados de su esposo, ya sea en cenas familiares o de negocios, en su majestuosa finca. Lo que sucede se muestra, se sugiere, se sospecha o se adivina, pero se explica casi nada. En pocas palabras, la familia atraviesa una crisis a partir de la venta de la industria familiar, lo que provoca incipientes desaveniencias entre los herederos, agudizadas por algunas decisiones testamentarias del patriarca fallecido, quien favoreció a unos más que a otros. En ese marco en el que tallan las tradiciones, que se ven confrontadas con las nuevas tendencias, económicas, culturales y sociales, los hijos, jóvenes, intentan a su vez su propia realización personal y afectiva, tratando de hacer equilibrio también entre los viejos esquemas y sus inclinaciones. En medio, aparece el amigo de uno de ellos a terciar de manera solapada. Emma tiene preferencias por su hijo Edoardo, casualmente, el elegido por su abuelo Tancredi para compartir los negocios con su padre, también llamado Edoardo. El clima entre ellos es denso, uno intuye que hay cosas no dichas que sin embargo pesan. Y de pronto se introduce alguien más, Antonio, un joven de origen más humilde, quien es un cocinero exquisito. La pasión por la cocina será el punto de encuentro entre Antonio y Emma, lo que los llevará a un romance apasionado, que terminará en tragedia cuando Edoardo (el hijo), descubra el asunto y se sienta doblemente traicionado. Escapar a los moldes Guadagnino da muestras de un marcado interés por la estética, por las formas, ya que el relato se sostiene fundamentalmente por las interpretaciones y los climas, logrados mediante la impecable fotografía de Yorick Le Saux y el finísimo montaje de Walter Fasano. Cada plano, cada escena, cada cuadro está pensado para expresar o sugerir algo, un sentimiento, una emoción, un clima afectivo, lo que se acompaña con una banda sonora que funciona como un protagonista más, cargando de sensaciones apabullantes algunas escenas. Muchas reminiscencias de Visconti, también de Hitchcock, por la atmósfera de intriga y decadencia que se describe, en la que las pasiones buscan una manera de escapar a los moldes rígidos, aunque los resultados sean los contrarios a los que se aspiraba. Emma sufre muchas transformaciones que no canaliza de modo apropiado, al tiempo que padece una crisis de identidad, una falta de arraigo que termina haciendo estragos en los demás y en sí misma. “El amante” es un film inquietante con características de melodrama, que hace honor al cine europeo de los años ‘70.
Hecho con rabia y ganas de llorar En “Balada triste de trompeta”, parece que Alex de la Iglesia se da el gusto de juntar varios asuntos que conforman el legado cultural de su país y que se manifiestan mediante la forma de obsesiones, a las que aborda con una mirada rabiosa, irreverente y despiadada. En esta película. parece hacer un gran ejercicio de catarsis, algo así como un vómito creativo. La historia y la estética, desmesuradas ambas, grotescas, esperpénticas, surrealistas, confluyen en un mensaje provocador, que abunda en situaciones y en imágenes chocantes, y hasta repulsivas, que buscan llegar al espectador no de manera complaciente sino más bien agresiva. La anécdota comienza en 1937, en plena Guerra Civil, cuando un grupo de militares irrumpe en una función de circo para reclutar combatientes y se llevan a los payasos, que justo en ese momento estaban divirtiendo con sus humoradas a unos niños, que se reían con alegría. Momento que queda completamente destruido y violentado para siempre con la intromisión, nada elegante por cierto, de la guerra. Uno de los payasos, el Payaso Tonto, alcanza a despedirse de su hijo, el pequeño Javier, y a partir de allí, la historia se va a centrar en este niño, que luego crecerá y se convertirá también en payaso, porque eso es lo que quiere, seguir la tradición de su padre y de su abuelo. Rápidamente, el guión pega un salto en el tiempo y la acción culmina en 1973, con Javier ya adulto, y realizando su deseo y su vocación, pero al mismo tiempo, sin poder eludir la carga trágica y violenta que los acontecimientos históricos dejaron marcada a fuego en su vida. Su padre, finalmente, murió en la cárcel y fue uno de los obreros que ayudó a levantar el Monumento a los Caídos. Javier lleva en el alma otro dolor, nunca conoció a su madre, y además, ha tenido que vivir gran parte de su infancia en soledad, debido al arresto de su padre, y en medio de un país desgarrado por una violencia interna interminable. La película de Alex de la Iglesia es una alegoría en la que intenta reunir esos grandes tópicos de la historia de España, que no porque sí, la llevó a una guerra fratricida de la que aún hoy perduran remezones. Por otra parte, el director también homenajea a los grandes directores del cine que influyeron en su estética y a otras figuras descollantes del mundo del arte y del espectáculo, que marcaron esa etapa de la vida española. Hay reminiscencias, entre otros, de Luis Buñuel, Hitchcock, Salvador Dalí, y más acá en el tiempo, homenajes a figuras populares como Raphael, Kojak y una mélange de íconos del pop, mezclando todo en un gran collage desbordante. La anécdota se desenvuelve en torno a una trágica historia de amor: Javier se enamora de la trapecista del circo donde consigue trabajo, pero resulta que es la novia del otro payaso, el dueño del circo, y se arma un triángulo de pasiones desatadas, capaz de arrasar con todo a su paso. Plagada de detalles desopilantes y personajes fronterizos, el filme transita cómodamente por un escenario freak, a veces onírico, en el que lo feo, lo grotesco, burdo, violento, fantástico y desagradable es siempre dominante, y sin embargo, no deja de percibirse un anhelo de belleza, la añoranza de una ilusión sublime, muy alla española, pero que queda frustrado por el peso de la tragedia inevitable. Como si lo único que hubiera para celebrar fuera la pasión, la muerte y la destrucción.
Un lío entre mujeres La propuesta de Marcos Carnevale apunta a las emociones femeninas. En “Viudas”, elige un tema muy sensible para las mujeres que tiene que ver con los sentimientos, pero también con esas cuestiones más difíciles de asumir, como la infidelidad del hombre amado, la pérdida de la juventud, la defensa del territorio del hogar, el deseo de ser valorada, el valor de la belleza, la necesidad de cuidar y de ser cuidada, en fin, una serie de tópicos que hacen a la vida psíquica más que todo. Elena (Graciela Borges) es una mujer madura y glamorosa que se dedica a la realización de filmes documentales, junto a su inseparable asistente Esther (Rita Cortese). Los acontecimientos la sorprenden mientras está sumergida en la rutina de su trabajo: un llamado le avisa que su marido Augusto ha sido internado de urgencia porque le ha dado un infarto. Las dos salen corriendo hacia el sanatorio y allí se encuentran con una joven vestida de un modo provocativo, Adela (Valeria Bertucelli), quien fue la que avisó a emergencias y acompañó al paciente hasta allí. En medio de la conmoción y la angustia del momento, las chispas empiezan a saltar para un lado y para otro. Y la revelación estalla: esa señorita tan extraña es la amante de Augusto. Pero eso no es todo, no se quiere separar de su lado y encima el enfermo, en su último aliento, le pide a su esposa que la cuide, sí, que cuide a “la otra”, porque, pobrecita, “no va a poder sola”. En el sanatorio, todos piensan que se trata de una familia y que la chica es la hija. Esa sensación parece contagiosa porque de algún modo, la pequeña intrusa se va instalando en la vida de Elena como reclamando que la adopte casi como a una hija. ¿Disparatado? Sí, un poco. Elena, que es una dama pero ante todo es una mujer, ofrece resistencia, aunque entre el dolor y la curiosidad, va cediendo, sobre todo, cuando la muchacha no puede con su cuadro depresivo, sus deudas y su soledad, e intenta suicidarse. Como los acreedores van a golpear a la puerta de su ex amante, y son atendidos por su viuda, ésta, humanitaria al fin, decide hacerse cargo de todo, por lo menos, hasta que la chica deje de generar problemas. La instala en su casa, donde con la ayuda de su mucamo travesti, Justina (Martín Bossi), tratarán de volverla a la normalidad y que acepte irse en buenos términos. Todas contentas, todas juntitas El relato, por supuesto, está desarrollado en tono de comedia, en la que abundan los momentos absurdos, con un cierto toque almodovariano, aunque a la manera porteña. Un lío entre mujeres (incluida la travesti), todas enamoradas del mismo hombre, que en vida se las ingenió para tenerlas a todas contentas y ya muerto, parece que las quiere a todas juntitas. Eso también tiene que ver con la psiquis femenina, que parece no poder funcionar por sí misma si no es en relación satelital con una figura masculina fuerte, que vendría a ser el astro, el centro, alrededor del cual se organiza la vida de todas ellas. Para colmo, la ausencia del susodicho hace que esa cuestión se vuelva más patética: cada una ve en la otra algo del ser amado perdido que todavía perdura, algo que la conecta a él. Rollos, la película de Carnevale apunta a los rollos de las mujeres con los hombres, de los cuales los hombres también viven y mueren, pero que al fin y al cabo son patrimonio exclusivo de la mente femenina, capaz de inventar miles de excusas para estar siempre enredadas en situaciones imposibles. Por supuesto, todavía hay alguna vueltita de tuerca más, muchas lágrimas y un poquito de excesos, pero la sangre no llegará al río y, con la ayuda de esos galanes siempre dispuestos que nunca faltan, todo se irá encaminando otra vez. Y la vida continúa... “Viudas” es una agradable propuesta para pasar el rato y reírse un poco de esas cosas por las que todos, o casi todos, han pasado alguna vez en este mundo.