En la frontera de lo imposible “La maestra de jardín”, del israelí Nadav Lapid, no es una película común, despierta sensaciones raras, incómodas, en el espectador, que se sentirá completamente desconcertado por un relato difícil de clasificar o encasillar en algún género. Podría tratarse de un thriller psicológico, pero muy original. Como dice el título, narra el caso de una maestra jardinera que tiene entre sus alumnos un niño con una rara capacidad para recitar poemas de su autoría y que expresan ideas, imágenes y pensamientos que no encajan con la mente ni las experiencias de un chico de cinco años. Yoav es un niño pacífico, está casi siempre ensimismado, serio, no es conflictivo, pero está rodeado de un halo de soledad y misterio que lo hace un poco diferente a los demás. Nari, la maestra, es una mujer casada con un empleado del Estado con quien tiene dos hijos, el mayor está a punto de egresar como soldado del Ejército Israelí y la hija menor asiste a la escuela preparatoria. Es una familia normal, integrada a la comunidad. Pero Nari manifiesta en su conducta personal algunas fisuras que denuncian cierta inestabilidad, ciertas necesidades insatisfechas, algunas búsquedas que la llevan a interesarse por el arte. De hecho, asiste a un taller de poesía donde trata de encontrar un refugio para sus inquietudes, aunque no tenga muy en claro qué es lo que quiere ni cómo conseguirlo. La cuestión es que al descubrir en Yoav esa extraña capacidad, se siente poderosamente atraída por ese niño raro, de modo que la maestra empieza a darle un trato preferencial y a tenerlo bajo una observación más inquisitiva que a los otros niños. Pareciera que Nari quisiera penetrar en la mente del pequeño para desentrañar sus secretos y sobre todo descubrir esa chispa misteriosa de donde provienen esos impactantes versos que surgen en cualquier momento y lugar y que si ella o su niñera no están ahí para anotarlos en un papel, se perderían irremediablemente. Nari no vacila en atravesar algunas líneas éticas en la relación maestra-alumno, y presiona para investigar más sobre su vida familiar. Ella quiere tener a toda costa una relación más estrecha y más profunda con el niño, justificándose en su interés por custodiar y tutelar su talento nato por la poesía; ella lo considera un genio y llega a compararlo incluso con Mozart, y dice que en su entorno nadie le presta la atención que merece. Pero poco a poco y de manera sutil, Nari va desarrollando una conducta fronteriza. Se comporta de manera extraña con su propia familia y parece poseída por un interés morboso que ocupa su pensamiento prácticamente de manera incesante. Se vuelve un tanto obsesiva, manipuladora y perseguidora, casi se la podría considerar una acosadora. Y llega a tensar tanto la situación que inevitablemente en algún momento estallará, como es previsible, cuando se trata de una relación anormal, que se sale peligrosamente de contexto. Lapid se concentra en el personaje de la maestra y a través de ella, aleatoriamente, realiza una somera pintura de la sociedad israelí media, sus costumbres, expectativas y panorama colectivo, donde aparecen rasgos compatibles con cualquier otra sociedad capitalista moderna, con sus irritantes diferencias de estatus, su materialismo, sus respuestas fallidas a los problemas existenciales, pero con la particularidad de ser una comunidad que en apariencia es más organizada que cualquier otra. Nari vendría a ser un emergente en ese mundo esquematizado y regulado rigurosamente, que pareciera aferrarse al pequeño Yoav como a una tabla de salvación que le abriría los secretos de la poesía, manifestación artística en la que ella deposita grandes expectativas, como si a través de ella se pudiera acceder a otro mundo, un mundo más profundo, lleno de vivencias iluminadoras y experiencias enriquecedoras. Pero va demasiado lejos en su interés y, sin medir las consecuencias, lleva las cosas hasta lo imposible, sin terminar en un desastre completo solamente porque quizás sea ella la que demanda desesperadamente la atención de los demás, invocando tal vez la necesidad de una reconciliación con un mundo en el cual se siente cada vez más extraña. Lapid plantea muchos interrogantes pero no ofrece ninguna respuesta concreta. “La maestra de jardín” es una de las películas menos complaciente que recuerdo haber visto, por lo menos, en los últimos tiempos.
No eran cuatro psicópatas sueltos “Laberinto de mentiras”, película realizada en Alemania en 2014, escrita y dirigida por un italiano, Giulio Ricciarelli, es un producto elaborado con la clara intención de ilustrar un período de la historia de una nación. Partiendo de datos y de personajes reales, Ricciarelli y su coguionista Elisabeth Bartel incorporan un personaje ficticio al que le dan el rol de protagonista, con la evidente intención de que el relato gane algo de flexibilidad. Es por todos conocida la característica alemana del orden, la rigidez, las líneas geométricas, el esquematismo y si bien llevan varias décadas procesando y revisando su conflictivo pasado nazi, parece que nunca terminan de sacudirse de encima los prejuicios y los corsés del pensamiento. Johann Radmann es un joven fiscal federal que trabaja bajo las órdenes del fiscal general Bauer (personaje histórico), quien fue el que llevó adelante en Frankfurt los primeros juicios a quienes habían participado en torturas y asesinatos en campos de concentración, especialmente en Auschwitz. Esto sucedió entre 1958 y 1963, año en que los tribunales comenzaron a ventilar los casos. Lo que quiere mostrar “Laberinto de mentiras” es el clima social que se vivía en esa época previa al enjuiciamiento, cuando Estados Unidos seguía teniendo el control de algunos asuntos alemanes delicados y los aliados no se habían retirado aún del territorio. Según señala Ricciarelli en una entrevista, “en los ‘60 los hijos empezaron a sospechar de sus padres”, descubrieron que “los nazis no eran cuatro psicópatas sueltos”, sino que la gran mayoría del país era nazi o simpatizaba con ellos. La gente intentaba llevar una vida normal, y la primera reacción parecía ser dar vuelta rápido la página, pero las heridas eran muy profundas y la convivencia entre las víctimas del régimen nazi y quienes habían participado activamente en él producía cortocircuitos a menudo, difíciles de predecir y de controlar. En ese marco, un periodista, Thomas Gnielka, encabeza un movimiento que empieza a presionar a través de la prensa para que se abran los archivos y se busque a los responsables de crímenes del nazismo para llevarlos a juicio. Gnielka forma parte de un grupo de gente joven que protagoniza una movida crítica y libertaria, que quiere saldar cuentas con el pasado. Pero esa corriente que busca verdad y justicia se encuentra con enormes resistencias en prácticamente todos los frentes, ya que algunos no quieren ventilar el pasado por estar comprometidos y otros, porque les resulta muy doloroso revivir momentos aciagos. La película muestra a Radmann atravesando por distintas instancias en su lucha contra todas esas resistencias, comienza con gran ímpetu pero poco a poco se va hundiendo en el fracaso y la frustración, descubre también verdades incómodas que involucran a su propia familia y sintiéndose vencido, decide renunciar. Pero Bauer y su equipo no eran los únicos que estaban tras los nazis en esa época. Los israelíes estaban presionando internacionalmente para ubicar sobre todo a aquellos que habían huido de Alemania y se habían refugiado en países latinoamericanos, como Eichmann y Mengele, por ejemplo. La cuestión es que los tiempos iban cambiando y pese al dolor y a los sentimientos de culpa, la investigación se encaminó, las pruebas fueron apareciendo y los primeros juicios fueron posibles, en 1963, en Frankfurt, iniciando así el proceso de revisión del pasado por parte de un pueblo desgarrado por divisiones internas todavía presentes. Un proceso que al día de hoy permanece vigente y sigue dando que hablar. El film adopta una estructura clásica, con una estética de corte brechtiano y visualmente le da una gran preponderancia a la arquitectura típica de la época, con sus líneas geométricas simples, despejadas y carentes de adornos superfluos. La reconstrucción de época incluye también un vestuario detallista y minucioso, y un tratamiento de la fotografía que le da un tenue tono sepia a la imagen. “Laberinto de mentiras” es una película de interés sociohistórico más que de ficción o entretenimiento, en la que la mirada del autor trata de desmitificar algunas cuestiones y sobre todo, no quiere mostrar a los protagonistas como seres complejos, contradictorios y sin rasgos de héroes, sino todo lo contrario.
El lado humano de los guerreros “¡No puedo ir ahora porque estoy en la puta Cisjordania!”, vocifera el oficial israelí al teléfono. Ha tenido que interrumpir el interrogatorio a un detenido palestino para atender a su mujer que lo llama desde otra ciudad por un reclamo doméstico. La película de Hany Abu-Assad, “Omar”, cuenta la historia de tres amigos palestinos en ese lugar del mundo, precisamente, “la puta Cisjordania”. Una buena definición que sintetiza las condiciones de vida en un sitio partido en dos, o quizás en tres, o tal vez más fragmentos. “Omar” no es un film político, aunque la política es uno de sus temas, ni es un film de guerra, aunque la violencia es protagonista. Es un film que trasciende la anécdota y las circunstancias, aunque tienen un peso inobjetable en la trama. “Omar” habla de los sentimientos, del sentido de pertenencia, del valor de la lealtad, del honor, de la confianza y de lo difícil que se hace a veces para los seres humanos conocer la verdad de las cosas. El muro de aislamiento, que divide ciudades, pueblos, campos de refugiados, familias, amigos, es un dato concreto de la realidad que corporiza en fríos bloques de cemento la ocupación israelí en territorios palestinos. Pero si bien pretende marcar una frontera, la realidad indica que la ocupación se padece de los dos lados y no se perciben diferencias entre uno y otro. El caso es que el joven Omar trabaja de panadero en uno de los lados, pero sus afectos están en el otro. Ellos son sus amigos de la infancia, Tarek y Ajmad. Los tres militan en la resistencia clandestina y se entrenan en secreto para ser buenos combatientes. Pero también está Nadia, hermana de Tarek, de quien Omar está enamorado. Para visitarlos, el muchacho arriesga su vida trepando el alto muro y esquivando las balas de la guardia fronteriza del Ejército Israelí. A veces es detenido e interrogado, con humillaciones incluidas, por alguna patrulla, pero nada parece amedrentarlo. Como es de suponer, todos los jóvenes palestinos sueñan con liberarse de la ocupación y poder realizar una vida normal y también quisieran un futuro de paz, tener una familia, una carrera. Ellos hacen planes como cualquier joven en cualquier lugar del mundo, sólo que la realidad en la que viven es particularmente opresiva y condicionante. En un momento Omar, Tarek y Ajmad deciden tener su bautismo de fuego y atacan a unos soldados del otro bando desde la oscuridad de la noche, matando a uno de ellos. Si bien se encargan de borrar las huellas, la policía militar fronteriza caerá pronto sobre ellos, arrestando a Omar, a quien somete a torturas para que entregue al que disparó. El joven pasa un tiempo en prisión, soporta un trato cruel y luego es liberado, pero con la condición de que encuentre al asesino del soldado y lo entregue. El oficial que ha tomado el caso está al tanto del afecto que el chico siente por Nadia y utiliza esa información para atormentarlo más con amenazas, dudas y sospechas, lo que va minando su moral. A partir de ese momento, el relato adquiere las características de un thriller en el que todos empiezan a sospechar de todos, hay tensión, persecuciones, emboscadas. Omar vuelve a ser detenido, nuevamente es liberado con más compromisos, empieza a actuar de doble agente, pero en su fuero íntimo no quiere traicionar a sus amigos, aunque su vida pende de un hilo. Así, se va complicando la vida de todos y ya nada vuelve a ser lo mismo entre ellos, atrapados en una vorágine de acontecimientos violentos, en donde corren rumores de todo tipo, las amistades se quiebran sometidas a un flujo de información y contrainformación muy desgastante. El relato se torna laberíntico, como son las calles y los pasadizos palestinos en ese agitado lugar del mundo, y las cosas tendrán un desenlace sorpresivo, aunque no descabellado en ese contexto signado por la violencia sin ley. Hany Abu-Assad se propone explorar la experiencia humana, “el lado humano de personajes violentos”, sin tomar partido ni condenar, eso “se lo dejo a los tribunales del mundo”, dice. Y se ubica en el lugar del artista, un trabajo que evidentemente conoce y desarrolla con un gran talento. “Omar” es una película muy recomendable (estará en cartel solamente hasta el miércoles), hecha con actores no profesionales con la sola excepción del norteamericano y también productor Waleed F. Zuaiter, que interpreta al agente israelí.
El amor en tiempos turbulentos La película del alemán Dominik Graf intenta recrear el espíritu de una época, la del Clasicismo de Weimar, período que comprende finales del siglo XVIII y principios del siglo XIX, durante la regencia de Ana Amalia de Brunswick-Wolfenbüttel y de su hijo, el duque Carlos Augusto de Sajonia-Weimar-Eisenach, quien empleó en su corte a varios artistas e intelectuales, dándoles seguridad económica y libertad para desarrollar sus ideas. Muchas figuras importantes de la historia cultural alemana obtuvieron los favores del aristócrata, pero la crónica destaca especialmente a dos de ellos: Johann Wolfgang von Goethe y Johann Christoph Friedrich von Schiller, impulsores del prerromanticismo. Fue una época de oro para las artes y las ciencias, bajo las directivas del duque, quien practicaba lo que se dio en denominar el “despotismo ilustrado”. En ese marco, en el que Europa experimentaba fuertes convulsiones sociales, con una nobleza en crisis y vientos revolucionarios que soplaban desde Francia hacia todos sus vecinos, Alemania no podía ser indemne al influjo de las nuevas ideas que buscaban, entre otras cosas, darles más importancia a las libertades individuales. El relato que asume Graf está basado en las cartas que Schiller escribió a las hermanas Caroline y Charlotte von Lengefeld, integrantes de una familia noble que atravesaba un período complicado desde la muerte del padre. Como consecuencia de lo cual, la madre decide gestionar un casamiento por conveniencia con un noble adinerado para Caroline y enviar a Charlotte a Weimar a recibir la educación impartida en la corte del duque, en su caso, de parte de una de las amantes de Goethe. Allí en Weimar, donde Schiller deambulaba tratando de captar la atención del mecenas, el joven poeta toma contacto con las hermanas y entre ellos surge una amistad que pronto se decanta por una pasión amorosa que adquiere características de triángulo. Con un gran cuidado en las formas, en la recreación de una época y en la caracterización de los personajes, Graf propone una mirada más intimista sobre uno de los personajes clave de la historia cultural alemana, poniendo el acento en su particular mundo afectivo, donde se observa una ausencia de compromisos familiares y una conducta inclinada a granjearse los favores de mujeres casadas que le proporcionaban el sustento para sobrevivir, ya que carecía de fortuna personal. Lo muestra con una imagen de joven sensible y amable, pero con rasgos de especulador y oportunista. Sin embargo, el joven Schiller (un correcto Florian Stetter) logra entablar una relación estable con las dos hermanas, aunque no exenta de pasiones y encontronazos, que atravesó períodos de calma y otros turbulentos. Schiller formalizó matrimonio con Charlotte, la más reposada de las dos, pero vivió paralelamente un vibrante romance con Caroline, quien no encontraba en su matrimonio por conveniencia el ámbito apropiado para encauzar sus inquietudes románticas y también literarias. La historia de “Amadas hermanas” está impregnada de esas ideas que caracterizaron al Clasicismo de Weimar y que ya preanunciaban lo que sería el romanticismo posterior, con una importante influencia de la Revolución Francesa y sus secuelas sangrientas. Graf es un director que ha desarrollado una prolífica carrera en el ámbito de la televisión, y esta película presenta un formato bastante compatible con la estructura de una miniserie o telenovela, aspecto que algunos marcan como una desventaja. También se le reprocha una duración excesiva y cierto barroquismo expresivo. Pese a esas características, que podrían considerarse debilidades, la película es sólida, de buena calidad audiovisual, con un uso adecuado de las imágenes y de la marca musical para reforzar el contenido emocional por el cual va atravesando la anécdota, enfocada principalmente en los aspectos subjetivos y psicológicos que motivan a los personajes. Y finalmente, hay que destacar el impecable registro actoral de las tres mujeres que le dan soporte al relato, que son las hermanas y la madre, a cargo de Hanna Herzsprung (Caroline), Henriette Confurius (Charlotte) y Claudia Messner (la madre), quienes encarnan el poder femenino en ciernes.
El poderoso y descarnado mundo de las finanzas “He querido retratar al ser humano con todas sus miserias, pero mi mirada está llena de compasión”, dice el director italiano Paolo Virzì, al referirse a su film “El capital humano”, por el cual recibió siete premios David de Donatello. La película está basada en la novela Human Capital, del escritor estadounidense Stephen Amidon, original ambientado en los barrios ricos de Connecticut, en los días de opulencia previos al 11 de septiembre de 2011. Virzì adapta la narración y la ubica en Italia, en la ciudad lombarda de Brienza, cercana a Milán, y lugar de residencia de muchos empresarios que operan en la influyente Bolsa milanesa. El relato describe el ambiente interno del poderoso y descarnado mundo de las finanzas, al enfocar la trama en una serie de sucesos que involucran a dos familias, una de clase alta y otra de clase media, cuyos hijos van al mismo colegio y viven un incipiente noviazgo. El padre de Massi, Giovanni Bernaschi, regentea un fondo de inversión importante que ofrece ganancias anuales que rondan el 40 % del aporte inicial. El padre de Morena, Dino, es un agente inmobiliario que ha tenido su buen momento años atrás pero que ahora atraviesa una situación en la que su negocio está en decadencia. Las cosas se van desenvolviendo más o menos de manera normal, incluso el padre de Morena consigue ser aceptado en el fondo de inversión que dirige Bernaschi y hasta es invitado a jugar al tenis en pareja con el magnate en su propia residencia. Pero un hecho fortuito y trágico desencadenará una crisis que tendrá implicancias indeseadas para las dos familias: la muerte de un ciclista en un confuso accidente de tránsito. La película comienza precisamente con la escena del accidente y luego el relato salta al pasado y el racconto se estructura en tres capítulos a través de los cuales se reconstruye la historia desde tres puntos de vista diferentes, los de Dino, Carla y Morena, para finalizar con un cuarto capítulo que retoma el tiempo actual del principio. El retrato que ofrece “El capital humano” pone al desnudo las íntimas miserias y debilidades de cada uno de los personajes, tanto en su vida particular como en su desempeño social, poniendo el acento en los efectos que tiene el capitalismo salvaje en la vida privada de las personas, condicionadas y presionadas fuertemente por el sector al que pertenecen. Situación que contamina todos los vínculos, inficionados de ambiciones, traiciones y manipulaciones totalmente reñidas con la moral, pero completamente aceptadas y toleradas en la vida en común, claro que con su alto costo emocional y psíquico. El film no escatima crueldad y por momentos se vuelve un tanto insoportable, al exponer el sufrimiento que un sistema salvaje e injusto puede causar a los más débiles y más desfavorecidos, sobre los cuales suele descargarse todo el peso de los costos, tanto materiales como espirituales, que requiere la maquinaria fría e insensible de los números. Pero Virzì se reserva una última carta que trae un poco de alivio en la escena final, impregnada de amor y esperanza, protagonizada por dos de los personajes más vulnerables. Pese a su contenido revulsivo, “El capital humano” se puede soportar por el cuidado estético de la imagen, una trama entretenida y, como dice su director, por la mirada piadosa sobre sus personajes, que aún en sus momentos más bajos, conservan un resto de humanidad, suavizando y licuando un poco el odio que podrían generar en el espectador, vapuleado por una serie de iniquidades duras de digerir. Si bien todo el elenco es de gran nivel, no se puede dejar de mencionar la admirable interpretación de Valeria Bruni-Tedeschi, encarnando a una Carla plena de matices, repliegues y contradicciones, y la sorprendente versatilidad de la joven Matilde Gioli, con su Morena visceral, vital y avasallante.
El arte de mezclar lo privado y lo universal Nanni Moretti volvió para hacer lo que sabe: conmover al espectador con su cine visceral y provocador. Luego del suceso obtenido con “Habemus Papam” (2011), arremete ahora con “Mia madre”, un largometraje inspirado en su propia experiencia personal: la enfermedad y muerte de su madre, mientras él dirigía su filme “El caimán” (2006). “Me gusta que cuando un espectador vea una escena no entienda bien si es real o parte de un elemento onírico”, expresa Moretti en una entrevista, con motivo de su último estreno. Admite además que eligió a Margherita Buy, una actriz que trabajó en varios de sus títulos, para que asuma su alter ego. Buy interpreta a una mujer también llamada Margherita, es directora de cine, tiene un hermano (Moretti), está atravesando por una crisis de pareja, tiene una hija adolescente (de un matrimonio anterior) que vive con su padre y a quien no ve muy seguido, y su madre está gravemente enferma, mientras ella está en plena filmación de una película. ¿Con qué nos sorprende ahora el carismático director italiano? con una historia de ésas que él sabe componer con su estilo tan particular: una mezcla de experiencias propias, en donde el dolor es uno de sus componentes principales, circunstancias sociales que funcionan como caja de resonancia de conflictos colectivos que influyen a su manera también en la psiquis personal y esos asuntos tan inevitables como indeseables como la instancia de la enfermedad y las respuestas siempre insatisfactorias que la medicina tiene para cada ocasión. Y le agrega un poco de cine dentro del cine, quizás para reírse de sí mismo. Margherita es una mujer de edad mediana, que esboza cierto caos emocional en su vida privada, pero que asume una postura casi dictatorial en su trabajo. Obsesiva y pasional, como buena italiana, da la impresión de manejar a su antojo un set de filmación pero no así su intimidad. El caso es que debe asumir que su madre “está muriendo”, como le dice su hermano, sin anestesia, como para ubicarla definitivamente ante una realidad que ella no quiere ver. Mientras se desarrolla ese doloroso proceso, con su mamá internada y sometida a tratamientos muy complejos, ella reparte su tiempo entre el hospital y el rodaje, en tanto decide cortar con su última pareja y trata de recuperar la relación con su hija Livia, una adolescente que tiene una buena conexión con su abuela, quien la suele ayudar en las tareas de la escuela. Así, con ese panorama familiar complejo, en el que la figura fuerte y contenedora está declinando, Margherita experimenta un cúmulo de sensaciones encontradas. Paralelamente, la película que está filmando la somete también a un estrés por momentos extremos, situación en la que tiene que lidiar con un actor estadounidense de origen italiano, Barry Huggins (John Turturro), lleno de tics y caprichos de estrella, que suele sacarla de quicio, aunque después terminarán siendo grandes amigos. Todo el relato gira en torno al tema de la decadencia física y mental de la madre, y ya se sabe lo que la mamma significa para los italianos. La pérdida de una figura tan importante y vital provoca un cimbronazo que pone en jaque toda la estructura emocional de una Margherita que no está muy preparada para ese trance. La película de Nanni Moretti oscila permanentemente, como es su estilo, entre la tragedia y la comedia, aventurándose en esos temas que orillan el melodrama pero que bajo su dirección adquieren un matiz más elaborado y no tan obvio, aun cuando apele constantemente a las emociones. Es de destacar su excelente dirección de actores con un pulso que obtiene de ellos el tono justo para cada escena, expertise que se pone de manifiesto particularmente con el personaje de la madre, a cargo de una maravillosa Giulia Lazzarini, una actriz de teatro casi desconocida en cine. A Nanni Moretti hay que tomarlo o dejarlo, se lo ama o se lo odia, se lo aguanta o se lo disfruta. Yo lo quiero y aunque me hizo llorar casi todo el tiempo, yo lo banco.
Una mirada sobre el Teherán oculto Rakhshan Bani-Etemad es una realizadora iraní muy conocida, dicen, en su país pero no aquí. “Relatos iraníes” (Premio al Mejor Guión en el Festival de Venecia) es la primera película de ella que se estrena en la Argentina y fue concebida luego de largos años de silencio, en los que Rakhshan se dedicó a otros menesteres en repudio al régimen de Ahmadinejad. Como todo lo que conocemos del cine de ese lugar del mundo, estos relatos pretenden mostrar a la gente del pueblo en sus avatares cotidianos, enfocando las vidas particulares con sus sentimientos, emociones, valores, virtudes y vicios, pero siempre bajo la fuerte presión del contexto social y sus condicionamientos que van desde lo más sutil hasta lo más grosero. Rakhshan utiliza una estructura muy frecuentada por el cine independiente occidental, pero que en realidad responde a una tradición oriental, como es la de ir encadenando una historia con otra, conformando un mosaico de narraciones que se vinculan entre sí porque se tocan en algún punto y que en conjunto se puede leer como una sola historia compuesta por varios capítulos y personajes. Pero la directora iraní le agrega una particularidad personal más a esta estructura tradicional, según consignan las crónicas: en “Relatos...” aparecen personajes de sus películas anteriores, como si este film se tratara de una continuación de aquellos otros. Rakhshan tiene una fluida experiencia, afirman, en la dirección de documentales lo que evidentemente influye al momento de abordar la ficción. En efecto, el hilo conductor de “Relatos...” está dado por un camarógrafo solitario que está llevando a cabo un proyecto personal por las calles de Teherán. El personaje, del cual no conocemos su nombre, se mueve por distintos ámbitos, tratando de registrar con su cámara aspectos de la vida en esa gran urbe, pero concentrándose en los sectores menos favorecidos: jubilados humillados por la burocracia estatal, mujeres víctimas de violencia de género, drogadictos, desempleados, familias destruidas, víctimas de injusticias y expulsados del sistema en general. Pero también existe un narrador omnisciente que a veces profundiza en algunas de las microhistorias, adentrándose en territorios en los que el personaje-camarógrafo no puede ingresar, como para mostrar aquello que todos saben que existe pero nadie quisiera ventilar. El dato más sobresaliente es la estructura patriarcal de la sociedad, los matrimonios por conveniencia y también las familias múltiples, ya que el divorcio está permitido y es una opción bastante frecuente, además de segundas y terceras nupcias por fallecimiento de uno de los cónyuges, de lo que resultan historias más complejas aún, máxime si de las diversas uniones surgen hijos. “Relatos...” es una suerte de radiografía de ese conglomerado de situaciones, donde conviven seres con distintas fortalezas y debilidades, en las que a veces las mujeres deben ir al frente en la lucha por la vida y los hombres se ven relegados a un lugar subalterno, con todo el costo psicológico que esta situación irregular acarrea, al ponerlos en conflicto con los mandatos tradicionales de su cultura. Con escasos recursos pero con la gracia del talento y de un trabajo meticuloso, “Relatos...” es una película digna y conmovedora, que trasunta sensibilidad, honestidad y belleza.
Ganar, ganar, ganar y ganar En su película “Fair play”, la realizadora checa Andrea Sedlácková se propone describir una situación, una experiencia vivida en su país a principios de la década de los ‘80 del siglo pasado, cuando la Guerra Fría todavía estaba plenamente vigente y no se avizoraba aún su derrumbe. El conflicto de los habitantes del otro lado de la cortina de hierro ha sido descripto varias veces en el cine. Esa vida gris, estructurada al máximo, vigilada hasta el acoso paranoico, familias destruidas porque algunos de sus miembros deciden emigrar o porque fueron exterminados por el régimen, castigos sutiles y no tanto a los que se quedan pero evidencian alguna inclinación crítica, una vida sin ambiciones ni expectativas y en ese marco, la posibilidad de destacarse en algún deporte para quizás poder acceder a una vida con algunos lujos. Sedlácková apela al relato clásico, al estilo del realismo socialista, para poner en primer plano la historia de una joven atleta checa, Anna, una muchachita que vive con su madre, una ex tenista frustrada que trabaja como empleada de limpieza, cuyo padre ha emigrado a Alemania hace más de quince años y desde entonces no lo ve y apenas se escriben. Anna es una velocista que muestra condiciones destacadas, lo que le abre la posibilidad de ser inscripta en un plan de entrenamiento especialmente diseñado para aumentar los resultados de los atletas seleccionados y así competir en los Juegos Olímpicos, un objetivo seductor para el régimen, ante la posibilidad de demostrar al mundo y sobre todo a sus rivales rusos y alemanes, que ellos también pueden destacarse en esas disciplinas. El plan debe mantenerse en secreto y consiste en la aplicación de unas inyecciones diarias que le otorgarán un aumento de la masa muscular y una mayor resistencia y rendimiento. No tardará mucho Anna en enterarse de que se trata de la aplicación de anabólicos, drogas no solamente peligrosas para la salud sino prohibidas en las competencias por ser consideradas doping. Anna sufre una fuerte presión de su entrenador y de los médicos que llevan adelante el plan, presionados a su vez por sus superiores. Todos están siempre bajo la amenaza de perder sus trabajos (privilegiados en un contexto de servidumbre y opresión) y jugarán fuerte cuando la jovencita quiera dejar el tratamiento, al advertir que afecta su cuerpo de un modo indeseable. Ella ama el atletismo y le agradaría participar en las competencias internacionales, pero las condiciones que le imponen en su país van minando su entusiasmo y llevándola a una situación de conflicto, que la enfrentará incluso con su madre, acosada y presionada a su vez, porque el régimen sospecha que colabora con subversivos. La situación que describe Sedlácková expone las contradicciones de un sistema social con sus premios y castigos administrados de manera arbitraria, la falta de libertades individuales y al ambivalencia que sufren tanto Anna como su madre entre el deseo de evadirse y el apego al terruño. Sometidas ambas a una tensión extrema, deciden permanecer fieles a sus convicciones y no aceptar las exigencias a que pretenden someterlas, aunque les signifique ser sometidas a algunos castigos y penalidades. No obstante, el conflicto planteado en “Fair play” se resuelve de una manera que deja a salvo la relación entre madre e hija y también concluye afirmando la voluntad personal y los valores éticos que deciden asumir ambas. Como anticipando lo que sería, años después, la caída de un sistema y la apertura hacia Occidente.
Turismo sexual para la tercera edad Al parecer, en la playa de Las Terrenas, en República Dominicana, los europeos han encontrado un lugar para disfrutar del contacto con la naturaleza, dotada de no pocos encantos, lo que incluye oferta sexual ocasional, todo por un módico precio, por lo que no se necesita ser un turista demasiado adinerado para acceder a sus servicios. Según la versión de la dominicana Laura Amelia Guzmán y el mexicano Israel Cárdenas, Las Terrenas es un paraíso del turismo sexual, pero, por lo que ellos muestran, parece más bien dedicado al mercadeo de la tercera edad. No se ven en su película ni coches caros, ni hoteles cinco estrellas, ni restaurantes de lujo. Todo es rústico, de una pobreza bastante pintoresca, pero muy real. “Dólares de arena” está inspirada en la novela del escritor francés Jean-Noël Pancrazi, Les dollars des sables, que describe la relación entre Anne, una turista francesa, y la joven Noelí, una prostituta que se mueve entre los turistas casi como un perrito callejero al que todos conocen y tratan con afecto. Sin embargo, Anne no parece ser una cliente más. Es una mujer mayor, solitaria y ensimismada, trasunta tristeza y casi se diría que no tiene contacto con el mundo exterior. Se confiesa enamorada de Noelí, con quien tiene una relación de compañía basada más que nada en el contacto físico que en los diálogos. Es evidente la enorme diferencia cultural que hay entre ambas. Noelí es sensual y atractiva, pero su pensamiento es elemental, habla poco y nada, y solamente está pendiente del dinero que Anne le puede proporcionar. Y siempre está pronta a salir corriendo para encontrarse con su novio, un proxeneta tan inexperto y jovencito como ella. Ellos acostumbran merodear los lugares que frecuentan los turistas, para obtener ese dinero rápido y fácil que les permite darse algunos gustos, como comprarse un celular nuevo o una motocicleta. El caso es que a nadie pasa inadvertido el fuerte apego que siente la dama mayor por la muchachita. A los ojos de todos, Anne se ve como una mujer presa de una debilidad que no puede manejar y que hasta podría acarrearle un sufrimiento inimaginable. Los jóvenes piensan aprovecharse de esa debilidad de la anciana, a quien llaman “La Doña”, y pretenden exprimirla todo lo que puedan, no tienen otra cosa en la cabeza que los dólares que esa mujer tendría disponibles para pagar por el afecto y la atención de Noelí. Por su parte, Anne no parece caer en la cuenta de los riesgos a los que se expone y alimenta la fantasía de una relación estable y duradera. Lo poco que se sabe de ella es que está sola, que tiene un hijo de 40 años que ha perdido a su esposa en un accidente de tránsito y del cual tiene dos nietos pequeños, pero con quien no se habla desde hace tiempo, aunque nunca explica el porqué de ese distanciamiento. Se ve que no tiene mucho interés en volver a su Francia natal ni tampoco parece extrañar nada de su país de origen ni de su vida pasada. Noelí sería una especie de mascota a la que se aferra con un amor posesivo e irracional. Ella intenta ignorar el entorno que rodea a la muchacha y que tarde o temprano se impondrá entre ambas. Con un fuerte color local, pero sin evidenciar una mirada crítica sobre dicha realidad, la película de Guzmán y Cárdenas se limita a mostrar sin censura un modus vivendi, apelando incluso a la participación del veterano bolerista Ramón Cordero quien canta el tema musical del film “La causa de mi muerte”, una bachata que habla precisamente de un amor imposible. Las lagunas e imprecisiones del guión logran sortearse con una interpretación rica en matices a cargo de una conmovedora Geraldine Chaplin, que asume un papel difícil y arriesgado, al que se entrega con profesionalidad y delicada sensibilidad.
Entre el coraje y la locura El canadiense Maxime Giroux, en su tercer largometraje, “Félix y Meira”, se propone una misión “no fácil”, según él mismo admite: entrar en el interior de la comunidad judía jasídica, comunidad cerrada si las hay. Ya lo intentó de algún modo John Turturro, con su film “Casi un gigoló”. La película cuenta la historia de un hombre cuarentón, Félix (Martin Dubreuil), solitario y algo bohemio, quien entra en crisis a partir de la muerte de su padre, un judío acaudalado de Montreal, con quien estaba distanciado desde hacía unos diez años. Félix tiene una hermana, Caroline (Anne-Élisabeth Bossé), que es su albaceas, ya que administra la abultada herencia que el anciano les dejó, mientras que Félix prefiere deambular por el mundo, sin ataduras ni compromisos. En pleno duelo por la muerte del padre, tropieza con una mujer joven y bastante bella, perteneciente a la comunidad jasídica, Meira (Hadas Yaron, que ya hizo un papel parecido en “La esposa prometida”), a quien se la suele ver con su beba por las calles del barrio judío de Montreal, el mismo en el que viven Félix y su hermana. Él es quien procura tener algún contacto con ella, movido quizás por una atracción irresistible, inexplicable, pero que curiosamente encuentra una incipiente respuesta favorable de parte de ella. Resulta que Meira es la esposa de un rabino jasídico, Shulem (Luzer Twersky), pero está agobiada por las costumbres rígidas y estructuradas de esa comunidad. Ella, a escondidas, se toma algunas libertades, que si fueran descubiertas por los otros integrantes del grupo, la pondrían en aprietos. De hecho, pareciera que Meira va tanteando con pequeñas actitudes provocativas hasta dónde puede ir en su intención de experimentar algo distinto, un poco de libertad, otras experiencias. En eso, aparece Félix, con su conducta provocadora, un estilo que ya lo llevó a romper con su propio padre y que con su asedio a Meira no hace más que reforzarse. “Félix y Meira” intenta mostrar el conflicto que sufren dos integrantes de la mencionada comunidad, fuertemente religiosa, que no se sienten a gusto con ese sistema de vida, lleno de reglas y convenciones, y pretenden hacer un camino propio, aunque eso implique desafiar a las autoridades y asumir el rechazo y la exclusión al que serían sometidos si insistieran en su conducta atrevida. La narración es un tanto morosa y se concentra en el proceso, lento y sutil, que va sufriendo Meira, a partir de su relación con Félix. La mujer va aflojando poquito a poco la rigidez de sus modales y se deja seducir por el hombre, que la lleva a conocer otras manifestaciones culturales, todas experiencias prohibidas para la comunidad jasídica, como por ejemplo escuchar y hasta animarse a bailar música latina o gospel o soul, en ámbitos nocturnos, donde ellos mismos desentonan, pero por los cuales sienten una fuerte atracción. La cuestión es que la situación se vuelve insostenible, el matrimonio de Meira con el rabino empieza a hacer agua, sobreviene la ruptura inevitable, y Félix y Meira parecen estar decididos a asumir el riesgo de lo desconocido, impulsados por el fuerte deseo de empezar una nueva vida, aunque no sepan cómo ni dónde. La película de Giroux apela a muchos detalles e indicios sutiles, cargados de valor metafórico, para expresar los conflictos y las contradicciones de un sistema cerrado, que pese a todos sus esfuerzos, no consigue hacer felices a sus integrantes. Sin embargo, como gente educada y muy religiosa, siempre se busca una salida que no sea violenta, aun cuando la exclusión sea una forma tajante de resolver la crisis. “Félix y Meira” deja un regusto agridulce al expectador, porque sus personajes transmiten tristeza, frustración, infelicidad y pocas esperanzas de lograr una verdadera realización personal.