Un clásico con exceso de maquillaje La base del relato es la misma del cuento tradicional: un padre de familia viudo que por una mala jugada del destino cae en bancarrota; al intentar recuperarse, sufre otro duro revés que lo empuja más hondo en la desgracia; en esa situación límite, se topa con un ser malvado y despiadado que le exige su vida u otra vida significativa a cambio de algo que supuestamente el hombre le sustrajo indebidamente; la hija bella y buena que, para salvar a su padre y al resto de la familia, decide entregarse al malvado, quien la colma de halagos tanto como de torturas en un encierro claustrofóbico y asfixiante, y el amor que nace donde menos se lo espera y que todo lo puede, incluso ablandar al monstruo y volverlo a la forma humana... Todo el mundo, o casi, conoce la historia de La Bella y La Bestia, un cuento de origen anónimo que integra el repertorio del imaginario colectivo de todos los tiempos. En esta ocasión, el realizador francés Christophe Gans (“Pacto de lobos”) ofrece una versión, de producción franco-alemana, coescrita con Sandra Vo-Anh, respetando los nudos centrales que presenta la trama de conflictos del original y añadiendo algunos vericuetos y personajes, que intentan sumar intriga y complejidad al argumento. Los actores que tienen a su cargo los papeles principales son bien conocidos por la platea cinéfila: el veterano actor francés André Dussollier asume el rol del padre; la hermosa Léa Seydoux, es Bella, y el duro Vincent Cassel, es La Bestia. A ellos se suma el actor español Eduardo Noriega, que interpreta al villano Perduca, un personaje inventado por los guionistas de la película. Bella tiene dos hermanas, que cumplen el rol clásico de ser las envidiosas, haraganas y egoístas de la familia, que sólo piensan en pescar algún marido rico y seguir holgazaneando y criticando a los demás. Pero Gans y VoAnh incluyen además otros tres hermanos varones, de los cuales, uno, es la oveja negra de la familia y el que pone en aprietos al padre en su peor momento, por sus oscuros vínculos con el tal Perduca. La cuestión es que el mercader, dueño de una flota de barcos, pierde todo a raíz de una fuerte tormenta en alta mar. Cuando trata de recuperarse, un problema de papeles lo deja otra vez en la miseria. Y encima, cuando va en busca de su hijo, se topa con la banda de Perduca que lo toma de rehén para reclamar una deuda del muchacho. Toda esa subtrama no está en el original, pero en la película, se desarrolla en forma paralela al relato principal, que muestra las vicisitudes de Bella en el castillo de La Bestia, donde se entera (mediante sueños reveladores) que el monstruo es un príncipe encantado por un castigo del Dios del Bosque a raíz de una acción del joven que lo ofendió profundamente. A todo ello, hay que agregar que en el presente imaginario, el cuento es narrado por una madre a sus hijitos, un niño y una niña, como es tradicional, durante la noche, antes de dormir. Así, con un gran despliegue visual con mucho retoque digital, todas las historias se van engarzando una con otra en un escenario donde conviven bosques animados, colores estridentes, gigantes de piedra y ambientes inspirados en la estética rococó, hasta confluir en una sola, cuyo desenlace final se reserva una última vuelta de tuerca, que termina borrando por completo los límites entre fantasía y realidad. Para rodar esta película, la producción contó con un abultado presupuesto y al parecer se lo gastó todo en vestuario, efectos especiales y escenografías rimbombantes, pero se quedó corta con el guión y la dirección actoral, mostrando a unos personajes que no consiguen transmitir emociones, apareciendo siempre muy acartonados y como forzados en papeles y escenas poco convincentes desde el punto de vista dramático.
Desventuras de un perdedor Andrey Zvyagintsev retoma la tan característica tradición narrativa rusa a través de su película “Leviathan”, el cuarto largometraje en su haber, y que ha tenido gran repercusión en festivales, compitiendo incluso por el Oscar a la mejor película extranjera. Con una mirada muy propia, de tinte realista-costumbrista, relata la historia de un caso que ocurre en la actualidad en una población del noroeste de Rusia junto a las costas del mar de Barents. La película comienza con un plano fijo, desde cierta altura, que muestra el oleaje agitado del mar sobre la costa escarpada, con imágenes en distintos tonos de un gris plomizo y de fondo, una música de cuerdas con matices dramáticos, preparando desde el comienzo el espíritu del espectador, anticipando que lo que se va a narrar será sombrío y probablemente trágico. Despojado de todo artificio, el relato cuenta las vicisitudes de un trabajador de mediana edad en un poblado que está sufriendo una transformación, producto de la llegada del capitalismo y el cambio en las reglas de juego de los nuevos tiempos que se viven en Rusia. En ese marco, los mejor posicionados son los burócratas y políticos corruptos que se “prenden” en cuanto negocio aparezca, aun a costa de sacrificar a algunos sectores de la población, que van quedando afuera y no consiguen reconvertirse. Es lo que le sucede a Kolya, un mecánico de autos, que vive en una casa muy bien ubicada en la costa, heredada de su familia paterna. El hombre está casado en segundas nupcias con una mujer más joven y muy bella, Lilya, y tiene un hijo adolescente de su matrimonio anterior. Él con su taller y ella trabajando en una planta procesadora de pescado llevan una vida tranquila hasta que el Estado decide expropiar su casa y su amplio terreno con el propósito de realizar allí un ambicioso proyecto inmobiliario. Para lidiar con el asunto, Kolya ha reclamado la ayuda de un amigo de la infancia, Dmitri, que actualmente vive en Moscú, y se dedica a la abogacía. Dmitri embarca a Kolya en una serie de trámites jurídicos que finalmente no logran quebrar el rígido frente político-burocrático-judicial corrupto, encarnado principalmente por el alcalde, Vadim, un hombre sin escrúpulos que está decidido a arrasar con Kolya, casi como si se tratara de una inquina personal. Con un tono dramático pero con matices que rozan lo satírico, Zvyagintsev muestra una situación en la que el protagonista ve cómo su mundo privado, su presente, su pasado y su futuro van desapareciendo de un modo violento, quedándose sin chances y sin posibilidades de tener una buena defensa de sus intereses ni de reacomodarse a los nuevos tiempos. Lo que le sucede a Kolya no es muy diferente de lo que le puede suceder a cualquier persona en cualquier otro lugar del mundo, en donde el capitalismo salvaje tiende sus tentáculos cambiando la fisonomía y condicionando la vida de los pueblos, con sus secuelas que se ven en el desplazamiento de personas hacia una marginalidad inevitable, el resquebrajamiento de los antiguos vínculos e incluso la destrucción de algunas familias. Kolya encarna la figura del antihéroe al que le pasan todas, cumpliéndose en él aquel axioma que dice que cuando se está en las malas, no hay palenque donde rascarse y todo se vuelve en contra. La virtud de Zvyagintsev no radica tanto en la originalidad de la historia sino en el modo de contarla, en donde los personajes involucrados están tratados con rasgos caricaturescos, que alivian un poco la densidad del drama, aunque es implacable y crudo para describir la situación, apelando también a elementos simbólicos, fundamentalmente la historia de Job en la Biblia que da título al film. “Leviathan” intenta ser una especie de radiografía sociológica de la Rusia actual, con una mirada crítica al régimen de Putin (que ha reaccionado públicamente en contra de la película y de su realizador) y sus efectos sobre la vida de la gente común, desencantada con este presente pero también cansada de sucesivas frustraciones representadas por todos los anteriores gobernantes, quienes la han defraudado cada uno a su turno y a su manera. Insatisfacción que muchos sufren y de la que algunos se aprovechan pero que todos ahogan con la ingesta de litros y litros de vodka, sin excepción. Mientras, el mar, indiferente, sigue lamiendo con su oleaje agitado las costas del territorio común.
La búsqueda de una identidad Antes de comentar la película “Phoenix”, de Christian Petzold, debo aclarar que los críticos en general adoran esta obra y a su autor. Elogios y loas por doquier cuando hablan del film y de su director. Y lo curioso es que para destacar sus virtudes, prácticamente todos se toman un buen tiempo y un buen espacio para mencionar los antecedentes y las influencias. En resumen, “Phoenix” es una producción polaco-alemana, dirigida por un alemán, sobre un libro escrito por un francés, Hubert Monteilhet (Le retour des cendres), que fue adaptado al cine con anterioridad, concretamente en 1965 por el británico J. Lee Thompson (“Volver de entre las cenizas”). Algunos ven en “Phoenix” de Petzold una encantadora mezcla del cine noir de Hitchcock (“Vértigo”) con el melodrama de Hollywood. En mi opinión, la propuesta del alemán es de una pulcritud visual extrema, tanto que hasta los escombros y las ruinas del Berlín de posguerra parecen más limpitos y ordenados que un bazar de Luxemburgo. Y la protagonista, una judía sobreviviente de un campo de concentración que regresa con graves heridas en su rostro y que por ello debe ser sometida a una reconstrucción facial quirúrgica, parece una dama rica recién salida del quirófano de algún famoso cirujano plástico. Nelly era una cantante que estaba casada con un pianista, Johnny, y que fue arrestada por los alemanes y dada por muerta. Al final de la guerra, regresa a su ciudad, mediante las gestiones de su amiga Lene que se encarga de buscar sobrevivientes y de reunir datos también de los muertos. El caso es que Nelly es la única que ha sobrevivido de toda su familia y gracias a su amiga, consigue que le restituyan los bienes familiares. Incluso le proponen cambiar su imagen y empezar una nueva vida, ya que el regreso de los campos de concentración al lugar donde las víctimas fueron denunciadas, traicionadas y arrestadas, suele no ser una experiencia agradable. Pero ella lo único que quiere es volver a ser quien era, recuperar su rostro y buscar a su marido. El trabajo del cirujano se acerca bastante a los deseos de la dama, aunque no del todo. Y encontrar a su marido en las oscuras callejuelas semiderruidas de Berlín no le lleva a Nelly ni mucho tiempo ni mucho esfuerzo. Al parecer, según Petzold y sus críticos, el melodrama (categoría que se le da a este film) se caracteriza por ser superficial e ignorar casi por completo las reglas de la verosimilitud. En un abrir y cerrar de ojos, Johnny, que no reconoce a su ex mujer (a quien cree muerta), sin embargo, y sin ni siquiera averiguar quién es esa desconocida, le propone un negocio turbio, con la intención de quedarse con la herencia de ella. Un poco traído de los pelos, el argumento se basa en la relación que surge entre ambos, cuando él pretende engañar al sistema fraguando el regreso de su esposa, utilizando a una sustituta, a quien le va dando elementos para asumir el personaje. Mientras ella, a su vez, engaña a su ex marido, haciéndose pasar por otra y de esa manera, va descubriendo los secretos más oscuros que rodearon su arresto y supuesto asesinato. El engañador engañado va cayendo en la trampa, hasta que al final, la verdad le cae encima como un mazazo. Petzold recrea ese ambiente berlinesco de posguerra con sus archivos despanzurrados, sus cabarets amenizados al estilo del music-hall de origen americano y el ejército estadounidense dominando la situación. La película transcurre a través de escenarios y coreografías muy al modo de los films musicales, que no dan tanta importancia al desarrollo dramático, sino que parecen una sucesión de estampas bidimensionales de rasgos elementales y estereotipados. La actriz Nina Hoss que interpreta a Nelly hace un trabajo muy interesante y la película en general es estéticamente lograda, sí, pero la trama es inverosímil y poco profunda, las emociones aparecen muy lavadas y los otros personajes están tratados como maquetas. La reconstrucción del rostro desfigurado de la protagonista juega como una metáfora acerca de lo que podría ser una pregunta clave: ¿qué versión de la historia preferimos? Y también otra: ¿es posible borrar las huellas de las heridas de guerra? Y otra un poco más metafísica: ¿nos gusta la imagen que nos devuelve el espejo cuando nos miramos a nosotros mismos?
La perversión nuestra de cada día El joven director canadiense Xavier Dolan está haciendo bastante ruido en el círculo cinéfilo internacional, ámbito en el cual irrumpió en 2009, cuando apenas tenía 19 años, con su primer largometraje “Yo maté a mi madre”. Después filmó tres títulos más y ahora ha presentado con gran suceso su quinta película: “Mommy”. Otra vez se concentra en el tema de la relación madre-hijo y explora en la intimidad de personajes que viven al límite. “Mommy” describe el caso de un adolescente problemático, hijo de una madre viuda, que está institucionalizado. La historia se desarrolla en un Canadá ficticio, donde ha comenzado a regir una nueva ley (también imaginaria) que permite a los padres de chicos con problemas, internarlos en algún establecimiento sanitario y delegar su cuidado totalmente en el Estado. En esas instituciones, los tienen encerrados y sometidos a tratamientos diversos, bajo la exclusiva responsabilidad de las autoridades. Pero, a veces, estos adolescentes ni siquiera son admitidos en esos lugares. Die es una mujer cuarentona todavía muy atractiva. Tiene trabajo y es autosuficiente. Su hijo, Steve, un muchachito de quince años, está internado en un establecimiento especial porque ha sido diagnosticado con ADHD (Trastorno por Déficit de Atención con Hiperactividad). La película comienza cuando desde esa institución reclaman la presencia de la madre porque Steve ha provocado un incidente grave y han decidido que ya no pueden hacerse cargo de él. Los problemas empiezan desde los primeros minutos del filme. Die va manejando su auto camino del internado cuando sufre un accidente en una esquina que la deja de a pie y de muy mal humor. Cuando le comunican cuál es la situación con respecto a su hijo, su actitud es un tanto provocativa y no muy colaboradora. Ya se percibe que la mujer está bajo una fuerte presión y que sus respuestas no son las más adecuadas. Finalmente, decide llevarse a su hijo de vuelta a su casa, e intentar de nuevo funcionar juntos. Ella necesita tiempo para trabajar y el chico es un problema porque ha perdido la escolaridad y tiende a tener conflictos con la ley. El relato se concentra en la relación entre esta madre y su hijo, una relación cargada de violencia, aunque también de un afecto posesivo y absorbente, como si fueran dos almas huérfanas y perdidas en un mundo difícil y que en vez de ayudarse mutuamente, no hacen más que sabotearse y amenazarse uno a otro, al punto tal que los conflictos estallan a cada momento. Para complicar un poco más las cosas, Die pierde su empleo y tiene que rebuscárselas limpiando casas. Por suerte, una vecina, Kyla, que también atraviesa una situación de duelo, aporta alguna ayuda y pone, a su manera, un poco de equilibrio en la relación entre estos dos seres caóticos y disfuncionales. Pero la fuerza autodestructiva que parece poseerlos es demasiado poderosa y al final termina devorándoselos irremediablemente. La película de Dolan es sumamente inquietante. El guión respira al ritmo de los personajes, con sus ambivalencias y contradicciones, y siempre se percibe un clima enrarecido, enfermizo, que no consigue resolverse ni encontrar una salida satisfactoria. Dolan utiliza algunos recursos formales que intensifican la sensación de encierro, de opresión y por momentos, de psicosis, propia del mundo mental en el que están sumergidos los personajes. Pone el dedo en la llaga en la relación más significativa para todo ser humano y capaz de condicionar todo el resto, y de dejar al mundo exterior sin alternativas viables para una convivencia normal. La película es extremadamente incómoda desde el punto de vista de las sensaciones que transmite al espectador y hay que subrayar que los actores interpretan sus personajes trastornados con una profesionalidad extraordinaria. “Mommy” es uno de esos filmes que muestran lo que tal vez uno no tenga ganas de ver y nada que se parezca a un entretenimiento.
Una descripción agridulce de la vida cotidiana “Quería reflejar el miedo pero de una forma global”, dice Pierre Salvadori en una entrevista al referirse a su película “En un patio de París”. Salvadori es francés, nacido en 1964, y ha rodado varios filmes dentro del género de la comedia romántica. En este caso, sin abandonar la comedia, el tema central no refiere a cuestiones de pareja. Los protagonistas de esta historia son una mujer mayor, Mathilda, que atraviesa un período de confusión con rasgos de senilidad, y un hombre cuarentón solitario, Antoine, afectado por una profunda depresión. Ella vive con su marido en un condominio de París, lugar adonde él llega buscando trabajo. Antoine es músico y toca en una banda, pero de pronto, un día, cae en un pozo de angustia y decide dejar todo, no solamente abandona la música, también deja a su esposa y busca empezar de nuevo, aunque sin demasiadas pretensiones. Es un hombre tranquilo pero ensimismado, cuyo problema más grave es que no puede dormir. En el edificio necesitan un conserje que se encargue de la limpieza, el mantenimiento y de hacer respetar las reglas de convivencia. Se trata de una propiedad horizontal que ya tiene muchos años encima y donde cada vecino hace la suya, sin tener en cuenta a los demás. Pero Mathilda y su marido, ambos jubilados, son un matrimonio que ha decidido ocupar su tiempo en tareas solidarias y tienen más sentido social, por eso son los que asumen la responsabilidad de contratar al nuevo encargado. Antoine tiene la suerte de ser aceptado y se instala en el pequeño departamento destinado al conserje. Poco a poco se va adaptando a su nueva vida, aunque deba lidiar con nuevos problemas, que tienen que ver más bien con los pintorescos personajes de la vecindad, más algún que otro “agregado”. Por un lado, está Mathilda que empieza a obsesionarse con algunas grietas que aparecen en el edificio y teme que todo termine en una catástrofe, temor que logra contagiar a la dueña de una librería especializada en esoterismo, con quien inician una campaña de alerta por todo el barrio. También hay un joven que acumula bicicletas en el patio común, con la intención de venderlas, situación que molesta al ocupante de otro departamento que se queja por ese motivo y además porque dice que escucha ruidos provenientes del sótano, entre ellos, el ladrido de un perro. Antonio tiene que hacerse cargo de todos los reclamos, aunque no tenga una respuesta adecuada para cada caso. Trata de ayudar a Mathilda con el tema de las grietas y de mantener a raya al “ocupa” ruso que por las noches se oculta en el sótano con su mascota porque no tiene adónde ir. Advierte al bicicletero sobre las quejas de su vecino y a éste intenta satisfacer en sus demandas. Pero el caso es que entre Antonio y Mathilda empieza a surgir una rara amistad, como suele ocurrir entre personas disfuncionales que el azar reúne en circunstancias inesperadas. Esa mujer frágil y atormentada logra despertar un sentimiento solidario en ese hombre que se ha vuelto insensible a casi todo y desinteresado con respecto al resto del mundo. El logro de Salvadori es que consigue mostrar algunos aspectos muy crueles de la vida, reunidos en un puñado de personajes que a todas vistas no figuran entre los más favorecidos de la sociedad, a través de una mirada cariñosa que despierta más carcajadas que tristeza. Se trata de una descripción agridulce de la vida cotidiana en un rincón de París, que no es ajena a la tragedia existencial ni al dolor pero que sin embargo, no cae ni en lo cursi ni en una amargo pesimismo. Se destaca el trabajo excelente del actor Gustave Kervern en el papel del atribulado Antonio y la siempre encantadora Catherine Deneuve que da vida a una mujer entrada en años, un poco desequilibrada pero de buen corazón.
Drama psicológico en medio de la Estepa “Sueño de invierno”, la película escrita y dirigida por el realizador turco Nuri Bilge Ceylan, al igual que otros filmes de su autoría, ha merecido la Palma de Oro en el último Festival de Cannes. Ceylan, ya prácticamente convertido en uno de los directores favoritos de ese prestigioso tribunal, ofrece en esta oportunidad una arriesgada propuesta que impacta por su rigor formal y su remembranza del cine europeo setentista, con una marcada influencia de Bergman. También se debe destacar que, al igual que el cine de autor de aquella época, “Sueño de invierno” acusa una poderosa influencia del género teatral y a ello hay que agregar que la historia está inspirada en tres relatos de Chéjov, el popular escritor ruso del siglo XIX. La historia transcurre en la Estepa turca de Capadocia, en pleno invierno. Una zona donde el clima extremo condiciona la vida de manera implacable, poniendo su impronta a todo el acontecer humano. En ese lugar, las poblaciones son pequeñas, es una zona rural, donde la supervivencia es prácticamente elemental y básica. El protagonista central de este relato es un hombre mayor, Aydin, quien durante su juventud fue un reconocido actor teatral, y que en la madurez, casado con una mujer muy bella y bastante más joven que él, decide hacerse cargo de las propiedades que ha heredado de sus padres, entre ellas, un hotel instalado en el corazón de la mencionada Estepa, lugar en el que ha decidido también vivir junto a Nihal, su esposa, y Necla, su hermana. Aydin pertenece a la clase más acomodada, que está compuesta por terratenientes integrantes de familias que constituyen la población histórica del lugar. En sus ratos libres, Aydin escribe artículos de opinión para un periódico regional, en donde comunica sus ideas sobre diversos temas de interés general. Su rincón favorito es la sala donde tiene su escritorio, sus libros y su notebook. Allí suele mantener conversaciones íntimas y literarias con su hermana Necla, quien ha decidido también vivir en la vieja casona paterna. Él está sentimentalmente distanciado de su mujer, que ocupa otras dependencias de la propiedad, donde desarrolla tareas sociales que tienen como destinatarios especialmente a los niños de las familias menos favorecidas del lugar. Y Necla atraviesa por una etapa melancólica debido al duelo por la separación de su marido, al parecer, un hombre que se ha desmoronado moralmente y se ha entregado al alcohol y a los vicios. Aydin reparte su tiempo también en el seguimiento de la administración de sus otras propiedades, ocupadas por inquilinos, para lo cual cuenta con la ayuda de abogados y otro tipo de dependientes, particularmente, su chofer, con quien mantiene una relación de confidencialidad y confianza más estrecha. En esa tarea, en el presente del relato, Aydin debe afrontar un conflicto con una de las familias que ocupa una de las viviendas en alquiler y que por circunstancias complejas, los ocupantes se han convertido en deudores morosos. Además, el hombre se reúne cada tanto con otros propietarios como él, quienes representarían a las personas más influyentes y las que suelen tomar decisiones referidas a la marcha de la vida social de la región. En ese ambiente árido y rudo, el protagonista atraviesa una crisis personal que se manifiesta a través de las diferencias que tiene con su esposa, con quien suele discutir a menudo, situación que les pesa y les duele a ambos, pero que a pesar de todo, prefieren darse espacio y no llegar a la ruptura. A ello se suma el abandono de lo que parecía ser su vocación, el teatro, y la reclusión en una vida apartada, donde la escritura es su única vía de escape a sus inquietudes intelectuales, que tienen que ver predominantemente con los aspectos morales y éticos que influyen en las relaciones humanas. Lograda Como se puede apreciar, los diálogos constituyen la estructura básica del relato, que a su vez se desarrolla a la manera tradicional con una presentación, un nudo y un desenlace. Aydin tensa la cuerda en su crisis personal y de pareja, y lleva las cosas a un clímax, sufre una especie de catarsis que lo transforma interiormente de algún modo, y regresa al ámbito familiar aparentemente reconciliado con su vida, sus afectos y su entorno. “Sueño de invierno” es una lograda propuesta cinematográfica que ofrece la posibilidad de disfrutar del cine que responde a cánones ya casi olvidados, con una cuidada puesta en escena, una excelente dirección de actores y un manejo apropiado de silencios, climas y símbolos, que enriquecen la obra, aunque tal vez las tres horas largas de duración sean un poco excesivas.
Lecciones de alta escuela Si gusta del entretenimiento high class, aproveche para ver “Focus: maestros de la estafa”, en la cómoda butaca de la única sala XD disponible en nuestra ciudad. Se trata de una película de acción escrita y dirigida por el dúo integrado por John Requa y Glenn Ficarra (“I love you, Philip Morris” y “Loco y estúpido amor”, entre otros títulos), y protagonizada por el carismático Will Smith (“Hombres de negro”, etc.) y la belleza en ascenso Margot Robbie (“El lobo de Wall Street”). Resulta que la chica, de nombre Jess, aprovechando la atractiva anatomía con que la naturaleza la dotó, más algunas cualidades de su propia cosecha, intenta abrirse paso en la vida estafando y/o robando a incautos candidatos, ablandados y con la guardia baja, a los que logra rendir ante sus irresistibles encantos. Es así que en una de sus habituales rondas de cacería nocturna, quiere atrapar a Nicky, nada menos que a Nicky... ella lo ve como un objetivo fácil pero no tardará en advertir que está ante un hueso duro de roer. El muchacho es un experto en el arte del engaño y el arrebato, y lo que pretende es darle una lección a la novata, a quien no solamente le frustra su plan sino que la humilla. Pero pronto las cosas se pondrán más interesantes, porque ella, ni lerda ni perezosa, correrá tras él para rogarle que la tome como su discípula y le enseñe las artes de tan distinguida y honrosa profesión. Él al principio se hace el difícil pero después de algunos ronroneos de la hábil muchachita, al fin, afloja. A partir de ese momento, Jess será sometida a un duro entrenamiento, porque hay que mencionar que Nicky no es un improvisado ni nada que se le parezca, es parte importante de un equipo de profesionales que no se andan con chiquitas. Jess ha tenido la fortuna de tropezar con una banda que actúa a gran escala y a nivel internacional, así que cuenta con la oportunidad de aprender con un grupo selecto y lo hace con resultados sobresalientes. Pero... lo que al principio parecía una ventaja pronto se convierte en una desventaja. La chica no solamente es muy lista, es demasiado atractiva y Nicky, que es un sentimental al fin y al cabo, se siente vulnerable, entonces decide tomar distancia. Hasta allí, el escenario de estos acontecimientos ha sido la ciudad de Nueva Orleans, en los Estados Unidos. Después de ese corte, la película da un salto y el escenario se traslada a Buenos Aires, sí, la capital de nuestro querido país. Han pasado tres años desde que Nicky despidió elegantemente a Jess y no se han vuelto a ver desde entonces. Pero ¿el azar? quiere que se reencuentren en el ámbito porteño. Ella anda en compañía de un acaudalado joven (Rodrigo Santoro) que hace ruido en el negocio de las carreras de automóviles de alto nivel y él, en sus asuntos, como siempre. Y como se imaginarán, donde hubo fuego... El caso es que vuelven a enredarse afectivamente e inevitablemente también se mezclarán los asuntos profesionales y se armará un lío fenomenal. La trama dará varias vueltas de tuerca con algunas extravagantes sorpresas y el espectador disfrutará de un entretenimiento vistoso que lo dejará contento por un rato y afortunadamente, sin consecuencias desagradables ni efectos colaterales.
El amor después del amor “La mirada del amor” es un film que remite a algunos tópicos clásicos, ciertos matices bergmanianos y a las películas de una etapa de Woody Allen. Presenta un relato intimista. Se trata de una historia de amor entre dos personas mayores, cultas, de buen pasar económico y sin otra preocupación en la vida que su propio bienestar. Sin conflictos económicos ni dramas existenciales, el único problema al que se enfrenta Nikki, una mujer cincuentona, es la muerte de su marido, ocurrida cinco años atrás. Nikki y Garrett habían convivido felizmente durante treinta años, y en un viaje de placer, en una playa de México, el hombre muere repentinamente en un confuso accidente. A partir de entonces, su esposa cae en una profunda melancolía que le impide seguir con sus actividades habituales, y se refugia en otras tareas, aceptando de vez en cuando la compañía de su joven hija y las rituales visitas de un vecino, también viudo, con quien comparte recuerdos, consolándose mutuamente de sus respectivas pérdidas. Pero un día, sorpresivamente, Nikki descubre a un hombre extraordinariamente parecido a su marido, lo que le produce una conmoción, más si se tiene en cuenta que lo ve en ocasión de visitar un museo de arte, al que frecuentaba con Garrett y al que no había querido regresar desde su muerte. Impresionada por el parecido y sumergida aún en un duelo sin resolverse, la mujer se deja llevar por el impulso irresistible de averiguar quién es ese hombre y así descubre que ese extraño de nombre Tom es profesor de arte en una universidad. Después, ella da un paso más y mostrándose interesada en tomar clases de pintura, lo convence para que sea su maestro particular. El afecto y la atracción surge de inmediato entre ellos, y Nikki se entrega a la experiencia pero no es totalmente honesta con el hombre. Él, por su parte, viene de un fracaso amoroso que lo ha marcado mucho y también oculta algunas otras cosas. La relación marcha bien en la intimidad, pero los roces y conflictos aparecen cuando se cruzan con personas conocidas de ella, quien prefiere mantener la relación oculta para que nadie advierta su secreto: que en realidad lo que ella busca en Tom es una continuación de su relación con Garrett y así evitar tener que aceptar su muerte y su propia soledad. Obviamente, se trata de una fantasía extravagante y emocionalmente riesgosa, y como es de suponer, en algún momento, Tom habría de descubrir la verdad. El clima entre ellos se va enrareciendo cada vez más, hasta que se enfrentan al problema y de repente, las cosas se aclaran y el conflicto se resuelve amablemente, como corresponde entre gente madura, educada, culta y formal. Si bien la trama es bastante simple, la complejidad aparece en los climas, la atmósfera que crea Nikki a su alrededor en sus intentos permanentes por forzar las cosas de modo que todos se acomoden a sus deseos, intentando que nadie destruya la fantasía con la que pretende evadir el duelo. En esa atmósfera, aparecen algunos elementos simbólicos que aluden al inconsciente, especialmente el agua. Por un lado, está el mar, peligroso, indómito, misterioso, que se robó la vida de Garrett, y por otro lado, la piscina en la casa de Nikki, que representaría la calma, la seguridad y el control. Lo más interesante de la película es el trabajo actoral de los protagonistas, Annette Bening y Ed Harris, quienes transmiten mucha química entre ellos, en una relación en la que los pequeños detalles y los más leves matices son muy significativos. Y también se destaca la participación de Robin Williams, en uno de sus últimos trabajos, interpretando al vecino y buen amigo que aparece justo cuando hace falta.
Una pícara huerfanita “Annie” es una película pensada y diseñada para el público infantil, pero como siempre sucede, también porta numerosos mensajes que van dirigidos a un público mayor e hipotéticamente más informado que los niños. Desde todo punto de vista es un producto que responde a los cánones clásicos del entretenimiento adornado con grageas ideológicas y morales, que llevan implícita alguna mirada crítica de la sociedad. Como se sabe, el film de Will Gluck es una remake de una obra que tuvo varias versiones a lo largo del tiempo, en los campos literario, teatral y cinematográfico. Cuenta la historia de una niña que ha sido abandonada por sus padres siendo muy pequeña y ha debido crecer en situación de orfandad y bajo el amparo del Estado. La de Gluck es una versión aggiornada que se permite algunas libertades, pero también salpica con guiños a las versiones anteriores. En este caso, la protagonista, Annie, es una nena de color, como también lo es el ricachón que decide adoptarla luego de tener un encontronazo con ella de manera azarosa en las calles de Nueva York. Annie vive con otras niñas huérfanas en un hogar regenteado por una mujer que no demuestra tener demasiado afecto por sus pupilas ni mucha vocación de servicio, pero que se la rebusca con la ayuda estatal que recibe por dar asilo a las chicas. Este personaje está a cargo de Cameron Diaz y hay que decir que es uno de los más logrados de la película. La pequeña Quvenzhané Wallis da vida al personaje protagónico con gracia y soltura, en lo que se puede considerar los albores, tal vez, de una promisoria carrera actoral. Mientras que el millonario, Will Stacks, está a cargo de Jamie Foxx, actor, comediante y cantante de R&B (rhythm and blues). Stacks es un empresario de telefonía celular muy exitoso, cuya empresa está al frente en el mercado de las comunicaciones, manteniendo un imperio en la vanguardia de la tecnología. Pero ahora quiere dar un paso más en su carrera pública y se postula para el cargo de alcalde de Nueva York. Estando en plena campaña proselitista, un día tropieza con Annie en la calle y casualmente la salva de un seguro accidente al caerse justo delante de un vehículo que circulaba por ahí. Annie andaba en lo suyo, ella es una chica que está acostumbrada a ir de aquí para allá, haciendo amigos por todo el barrio, mientras alienta en lo más íntimo el deseo de alguna vez reencontrarse con sus padres. Los asesores de Stacks en seguida quieren sacar partido de este suceso en favor de la imagen del candidato y es así como se interesan por la situación de Annie. Como consecuencia de ello, la niña es adoptada temporalmente por el empresario, para que lo acompañe en sus actos públicos de campaña. Si bien el plan era ése, después de un tiempo de convivencia, nace el afecto entre ellos y la adopción tiende a ser definitiva, aunque esto no se logrará sin contratiempos, ya que siempre hay malos dispuestos a poner palos en el camino, respondiendo a intereses diversos. La película apela al musical en la dosis justa, sin exagerar. Tiene una trama muy dinámica y una excelente fotografía. Aunque abundan los clichés, la estructura de cuento infantil la hace amena y accesible para los chicos, dándole una gran preponderancia al mundo de las redes sociales.
La ley del barrio El público local puede disfrutar de dos talentos conocidos y reconocidos en esta película que, sin embargo, está dirigida por un principiante, el belga Michaël R. Roskam. “La entrega” está basada en un cuento (Animal Rescue) de un experto en temas policiales, el bostoniano Dennis Lehane, algunos de cuyos relatos han sido llevados al cine por Clint Eastwood en “Río místico”, Ben Affleck en “Desapareció una noche” y por Martin Scorsese en “La isla siniestra”. Además, en este film, el público puede apreciar uno de los últimos trabajos actorales de James Gandolfini, el entrañable actor que se hizo popular con su personaje televisivo Tony Soprano. Aquí, Gandolfini interpreta a un mafioso venido a menos llamado Marv. Resulta que Marv era dueño de un bar en la zona dura de Brooklyn, donde se recaudaba algún dinero del juego y de las apuestas clandestinas, pero que al no poder seguir con el negocio, lo tuvo que vender a un grupo de chechenos, quienes mantuvieron el nombre del local y a su ex dueño al frente del mismo, para salvar las apariencias. Marv atiende su bar junto a un primo, Bob. Ambos están acostumbrados a tratar a los clientes, los conocen desde hace tiempo, así como a la gente del barrio. En apariencia, todo sigue igual, aunque ahora la plata que se recauda por debajo del mostrador, proveniente de los negocios oscuros, va a parar a los chechenos, que no le pierden pisada. La trama del relato es simple: una noche, al momento de cerrar el boliche, Marv y Bob son sorprendidos por dos ladrones armados y enmascarados, quienes se roban la recaudación del día. El incidente pone de muy mal humor a los chechenos, quienes presionan fuerte para que aparezca el dinero robado. Mientras tanto, se va tejiendo una subtrama en la que Bob inicia una relación con una chica del barrio a quien conoce casualmente al encontrar un cachorro de pitbull abandonado en la puerta de su casa y al que rescatan para criarlo entre los dos. Nadia, la chica, tiene un ex novio algo complicado que la asedia desde las sombras, quien curiosamente se cruzará con Bob por varios motivos, no solamente por causa de su amistad con Nadia sino por otros asuntos más turbios, porque en ese barrio todo tiene que ver con todo y las historias se mezclan unas con otras. La película de Roskam recrea el ambiente cotidiano de un suburbio de obreros, delincuentes y traficantes, en donde todos parecen conocerse pero pese a ello, hay secretos y misterios en los que nadie se atreve a husmear demasiado. Salvo algún policía un poco más curioso que el resto de sus colegas, quien, a raíz del robo al bar de Marv, empezará a investigar el asunto y atando un cabo suelto con otro, llegará hasta el borde mismo del núcleo del conflicto. Aunque sólo hasta ahí, porque en esa zona rigen otras leyes y las cosas se resuelven por otros carriles. “La entrega” es un buen policial, que dejará satisfecho al espectador, narrado en un tono parco y pausado, sin nada espectacular ni demasiado llamativo, que revela un estilo de convivencia en un territorio determinado, que tiene sus características propias y donde cada uno defiende su vida y su trabajo como puede, y el liderazgo se pone a prueba todos los días.