No hay una respuesta correcta para todo “Hasta que la muerte los juntó” es una comedia hollywoodense que no se destaca por su originalidad y apuesta de manera inequívoca a una fórmula estándar, módica, que apunta a entretener con métodos ya probados y que no pretende deslumbrar ni asumir grandes riesgos. Se trata del reencuentro de una familia en ocasión de la muerte del patriarca. La viuda, Hillary (Jane Fonda), es una mujer madura que tiene cuatro hijos, tres varones y una mujer, de los cuales sólo uno vive junto a ella en la pequeña ciudad de origen, donde se alza la vieja casona paterna. Si bien el relato adquiere el formato de la novela coral, donde lo que se describe son las múltiples relaciones, con sus pequeñas grandezas y miserias, entre los miembros de la familia y sus respectivos cónyuges, además de los vecinos, amigos de la infancia y demás vínculos, conformando una pintura de sesgo psicológico, enfocada sobre todo en las cuestiones afectivas y emocionales, la trama se teje alrededor de un personaje que sobresale un poco por encima de los demás. Ese personaje no es precisamente la madre, como se podría esperar, sino uno de los hijos, Judd (Jason Bateman), que vive en Nueva York y se entera de la muerte del padre justo cuando está atravesando por un momento muy crítico: acaba de sorprender a su mujer engañándolo con su jefe en su propia cama. Judd no sólo ha perdido a su esposa sino también su trabajo y ahora además a su padre. El joven es el hijo más estructurado de Hillary, una mujer de apariencia fuerte y vital, que ha decidido reunirlos a todos para cumplir con la shivá, el ritual funerario de la comunidad judía a la que pertenecen y que consiste en siete días continuos de duelo en los que la familia se reúne en la casa del occiso para orar, meditar y recibir visitas. Pero los otros tres hijos también tienen sus asuntos conflictivos que arrastran sin resolver. El hecho de volver al pueblo de la infancia trae aparejados recuerdos y reencuentros con afectos, amores y la nostalgia inevitable por la ausencia del padre. Hillary es una mujer vital que planeó el funeral para tener la ocasión de reunir a todos sus hijos durante siete días bajo un mismo techo, con la intención de reavivar los lazos familiares y también para comunicar, de un modo sutil, que no está abatida ni mucho menos, sino dispuesta a iniciar una nueva etapa en su vida, con novedades incluso en el aspecto íntimo afectivo. La idea general de la película es revalorizar a la familia como núcleo fundamental tanto para los individuos como para la convivencia social en comunidad y resalta que aunque hay conflictos, malas experiencias y frustraciones, siempre se puede encontrar una salida y oportunidades para superar los fracasos y recomponer los vínculos, asumiendo que, como dice Hillary, no hay una respuesta correcta para todo. Como diciendo que hay que tomar las cosas como vienen y hacer lo mejor posible. Jane Fonda cumple muy bien con su papel de anfitriona y alma mater de la escena, así en la ficción como en la taquilla, administrando muy bien el peso propio de su figura portadora de una trayectoria estelar. Pero también con la delicadeza de no eclipsar a los jóvenes talentos que la acompañan, quienes le aportan solvencia profesional a un guión a veces un poco demasiado estereotipado. Y hay que mencionar que el director, Shawn Levy, es un canadiense con antecedentes muy exitosos y variados en Hollywood, como “Más barato por docena”, “Gigantes de acero”, “Una noche en el museo”, “Una noche fuera de serie”, “Aprendices fuera de línea”.
Pinta tu aldea y pintarás el mundo El film de John Michael McDonagh, “Calvario”, cuenta la historia de un cura irlandés que tiene a cargo la parroquia de un pueblito costero de pocos habitantes a quien de repente, un día, uno de los feligreses lo coloca en una situación grave y compleja de la cual no sabe cómo salir. La película comienza con una cita de San Agustín: “No desesperes, uno de los ladrones fue salvado; no presumas, uno de los ladrones fue condenado”. Un enigma, evidentemente, que dispara la intriga. De inmediato, la cámara enfoca al padre James en un primer plano fijo, sentado en el confesionario, y fuera de campo, el penitente, de quien solamente se escucha su voz, que lanza una primera frase que por su crudeza inesperada, toma al sacerdote con la guardia baja, quien se muestra incómodo, muy a su pesar. Y sin respiro, el hombre, a quien el espectador nunca puede ver, le advierte al cura que ha decidido matarlo y que tiene una semana para acomodar sus asuntos. El rostro del padre James se va transfigurando en esos interminables minutos, pasando por distintos estados de ánimo, indudablemente shockeado por la actitud del feligrés. A partir de ese impactante comienzo, el relato muestra día por día las diferentes acciones que encara el protagonista para tratar de resolver la cuestión, mientras no deja de atender sus obligaciones al frente de la parroquia, como asistir a los necesitados, entre quienes se cuentan un anciano solitario y un joven criminal recluido en prisión. Pero sin dudas que se ha tomado muy en serio la amenaza y conversa sobre el tema con otro sacerdote, que es su superior. El padre James se encuentra ante un dilema crucial y debe decidir al respecto: si hiciera la denuncia ante la policía, ¿estaría violando el secreto de confesión? Ése y otros interrogantes empiezan a acosar al religioso, mientras transcurren los días y se aproxima la fecha anunciada por el supuesto homicida. En apenas una semana, toda la vida del padre James parece darse vuelta. Su pasado, su presente y su improbable futuro. “Calvario” responde al género de comedia negra y constituye un relato áspero, impregnado de color local. Cada uno de los personajes que conforman esa pequeña comunidad presenta alguna característica psicológica y social muy particular, y un desafío diferente para la acción pastoral: el pícaro monaguillo, el ricachón prepotente, el policía gay y corrupto, la mujer golpeada, el inmigrante oportunista, el médico drogadicto... Y por si fuera poco, aparece la hija del padre James, quien vive en otra ciudad, con sus reclamos afectivos, su padre se ordenó sacerdote al morir su madre y ella todavía no tiene bien asimilado el asunto. El film abunda en diálogos que, aunque breves y concisos, están construidos de tal manera que en apenas 100 minutos es capaz de mostrar una pintura costumbrista y de revelar un modo de ser y de sentir, al tiempo que recorre el entorno del paisaje, donde la presencia inconmensurable del mar es dominante. En ese pueblito de casas bajas y callecitas sinuosas, todos se conocen y no es posible tener secretos. Pese a todo, alguien es capaz de guardar un rencor durante años y al parecer, ha decidido cobrarse venganza y poner al pueblo patas para arriba. Se trata de una película diferente, que se destaca por su singularidad en cuanto al tema y al estilo, y por sus excelentes actores. Así como empieza con una cita inquietante, también para el cierre, McDonagh tiene reservada una sorpresa que deja pensando al espectador (viene después de los primeros títulos finales). Además, quedan algunos cabos sueltos, como para acentuar la sensación de soledad y de misterio que rodea a toda existencia humana, en todo tiempo y lugar, capaz de admitir distintas lecturas y de asumir que muchas cosas podrían quedar sin resolverse.
No aclaren porque oscurece Abel Ferrara, Gérard Depardieu y Jacqueline Bisset, tres pesos pesados del mundo del cine, se juntan para ofrecer una versión fílmica de ficción basada en un hecho real que tuvo enorme repercusión periodística en todo el mundo: el caso Dominique Strauss-Kahn. Ferrara aclara al comienzo de su película, Welcome to New York, que el guión no se ajusta a los hechos reales en los que se inspiró, a los que dice no conocer en detalle, como cubriéndose ante posibles demandas. Pese a ello, Strauss-Kahn acusó recibo y amenazó con querellarlo, y su hoy ex mujer se mostró públicamente ofendida por el contenido del film. Además de este recaudo formal, la cinta empieza con una falsa conferencia de prensa en la que el actor Depardieu, haciendo de sí mismo, explica que odia al personaje ficticio que interpreta y da sus razones, pero también dice que como actor le gusta meterse en la piel de personajes que le provocan rechazo a él como individuo y que se divierte al hacerlo. “No aclaren porque oscurece”, diríamos en buen criollo. La cuestión es que el tema todavía está fresco porque el caso explotó en 2011 y se llevó puesto al entonces director gerente del Fondo Monetario Internacional, quien en ese momento pretendía precandidatearse para presidente de Francia en la interna socialista, apoyado por su esposa, la periodista Anne Sinclair. De modo que el espectador informado tiene presente todo lo que trascendió a través de los medios de comunicación acerca del asunto y el realizador cuenta con eso, ya que trabaja constantemente con sobreentendidos, y apela a ese juego del contraste entre ambos discursos que inevitablemente se produce en la mente del observador. Todo este prolegómeno viene a cuento porque constituye una dificultad al momento de analizar la propuesta. Si se hiciera un esfuerzo para ver el producto ignorando el caso real, lo que se ve es el relato de la estrepitosa y escandalosa caída de un hombre poderoso en el mundo de las finanzas internacionales, presuntamente víctima de sus debilidades personales y de sus adicciones descontroladas. Para ilustrar esto, Depardieu construye un personaje que parece estar en celo permanente y que se comporta como un animal grotesco. La película se inicia con una serie de escenas orgiásticas-escatológicas en hoteles, en las que se ve a Devereaux (tal el nombre del personaje), gruñendo, manoseando y baboseando a mujeres, siempre rodeado de “gatos” y de asistentes privados. Escenas que parecen corresponder más a una película pornográfica que a una de crítica política. Y después de esa catarsis, viene el mazazo del arresto y el proceso al que es sometido el protagonista. A partir de ese momento, el relato opta por mostrar la intimidad del matrimonio Devereaux-Simone, que obviamente entra en crisis. Ambos empiezan a hacerse reproches y ventilarse trapitos al sol, mientras los abogados tratan de sacar las papas del fuego, cosa que les costará mucho dinero. Tal como ocurrió en la vida real, finalmente, los cargos fueron retirados y el acusado quedó en libertad, pero tuvo que abandonar su carrera política-profesional y su matrimonio derivó en divorcio, desapareciendo de la escena internacional como una estrella que se apaga abruptamente. Pero, si se mirara la película como una suerte de mensaje cifrado a través del cual se quisiera sugerir alguna interpretación capciosa de los hechos de dominio público, también se podrían encontrar indicios que alentarían algunas sospechas, pero aunque es una tentación, sería querer leer debajo del agua y meterse, tal vez, en especulaciones riesgosas. En suma, la película es provocadora y no responde a un perfil definido en cuanto a género, y tiene solamente un valor genuino a rescatar y es el extraordinario trabajo actoral del grandioso Depardieu, que se devora literalmente la pantalla. Muy bien acompañado por la bellísima Bisset, en su papel de consorte herida en la intimidad pero una fortaleza helada puertas afuera.
Solución quirúrgica para un problema existencial Philippe Claudel, escritor y director de cine, otra vez pisa fuerte con su tercer largometraje, “Antes del frío invierno”, en el que despliega, como ya lo hiciera en “Silencio de amor” y “Hace mucho que te quiero”, sus cualidades narrativas, orientadas a describir la complejidad de las relaciones humanas, poniendo el foco en personajes y situaciones que se encuadran en una vida social organizada. La historia que Claudel cuenta en esta oportunidad refiere a un matrimonio de edad madura, perteneciente a la burguesía acomodada francesa, que tiene un muy buen pasar económico y mantiene un delicado equilibrio emocional basado en un afecto que perdura, aun cuando la pasión parece haberse apaciguado hace ya mucho tiempo. Paul (Daniel Auteuil) es un prestigioso neurocirujano, especialista en enfermedades cerebrales, que dirige una importante clínica de una ciudad de provincia. Su esposa, Lucie (Kristin Scott Thomas), es una mujer muy distinguida que se ocupa de atender la suntuosa residencia rural en la que habita el matrimonio. Ella se encarga del jardín, de la casa, la comida y también de su hermana, su nuera, su hijo y la pequeña nietita, cada vez que requieren su atención. Lucie es un ama de casa perfecta, es la reina del hogar y se lo hace sentir a quien sea que se arrime, ya sean amigos, invitados o intrusos indeseados. Ella y Paul mantienen a su vez una estrecha amistad con Gérard (Richard Berry), un médico psiquiatra, quien además de haber estudiado en la universidad junto a Paul, es su socio en los consultorios donde cada uno atiende su especialidad. Los tres parecen ser inseparables y tienen una relación de mucha confianza. Pero de pronto, algo, un hecho insólito, inesperado, quiebra la rutina y amenaza con resquebrajar toda la estructura de esta pequeña organización social, que a simple vista parece exitosa y funcional. Paul conoce casualmente a una joven camarera, quien al servirle una bebida en una cafetería, le dice que fue su paciente siendo una niña y que lo recuerda muy bien. La muchacha es Lou (Leïla Bekhti), una inmigrante de origen magrebí, que empieza a cruzarse con llamativa asiduidad en el camino de Paul. Siempre trata de hablar con él y le cuenta cosas de su vida. Un relato que después se descubrirá que es falso. Al mismo tiempo, Paul empieza a recibir ramos de rosas rojas en la clínica y también en su domicilio familiar, que le envía un personaje que permanece en el anonimato. Paul empieza a experimentar una sensación muy inquietante, no sabe si asociar los dos hechos: la irrupción de esta muchacha que dice conocerlo y los ramos de flores. Y decide encarar a Lou, lo que termina por perturbarlo aún más, al punto de que su mujer descubre la relación y el matrimonio parece desmoronarse. Sin embargo, las cosas tomarán un rumbo impensado, mezclándose la historia de la crisis de pareja madura con una trama policial, producto del roce entre el ambiente marginal al que pertenece Lou y la aséptica vida burguesa a la que pertenecen Paul y Lucie, y hay que mencionar que también Gérard se verá involucrado. Pero el cimbronazo, que sacude un poco los cimientos de la estructura familiar, no llega a provocar la catástrofe que se veía venir y más bien parece fortalecerla con renovadas energías, aun cuando queden algunos interrogantes sin respuestas. “Antes del frío invierno” relata el encuentro inesperado entre una visión del mundo organizada, previsible y refinada, y el misterio, la intriga y la amenaza de otra visión del mundo, más anárquica y riesgosa, lo que tendrá sus consecuencias, que serán más graves para la parte más débil de la ecuación. Todo narrado de un modo reposado, elegante, de rasgos clasicistas, en el que Daniel Auteuil y Kristin Scott Thomas sacan a relucir sus muy ponderadas dotes histriónicas. Un trabajo lleno de sutilezas, gestos, miradas, silencios sugerentes y ninguna estridencia.
Psicodrama familiar estilo sueco Los paisajes nevados tienen un no sé qué inquietante y perturbador. Grandes soledades heladas. Un desierto misterioso, inhóspito. Un silencio atronador. En los Alpes europeos, en esas alturas blancas y frías, suelen establecerse reductos turísticos que son visitados por viajeros de diferentes países en época invernal. Allí, la industria hotelera se encarga de mantener un circuito de pistas de esquí sobre las laderas de las montañas más accesibles. Para ello, se necesitan maquinarias de diversa índole: barredoras de nieve, lluvias artificiales, explosiones programadas, toda una parafernalia de equipos que están en plena actividad por las noches, mientras los turistas se divierten en las discotecas o duermen en sus habitaciones. Eso significa que el silencio de las altas cumbres se quiebra con la presencia humana ruidosa de la música festiva a todo volumen y los cañonazos intermitentes, que tienen la función de mover la nieve acumulada para un mejor uso de los paseantes. Puede suceder que alguno de esos días vacacionales aporte una neblina espesa que no permite ver más allá de unos pocos metros, lo que contribuye a incrementar la atmósfera de soledad, aislamiento del mundo e indefensión ante la majestuosidad de la naturaleza extrema. En esa zona, aun cuando los peligros parecen estar confortablemente controlados, domesticados por la industria humana, se experimenta una cierta angustia que proviene de lo desconocido y también de la certeza de que sin ese soporte estructural, no se podría sobrevivir allí durante mucho tiempo. Las temperaturas son extremas, movilizarse es dificultoso. Sin embargo, el lugar atrae visitantes que disfrutan del placer que ofrece la aventura de deslizarse por esa alfombra blanca y vencer de algún modo la adversidad del clima y del terreno. En ese ámbito exclusivo del turismo cinco estrellas, un matrimonio cuarentón con sus dos hijos pequeños pretende disfrutar unos días de vacaciones en familia, lejos de las obligaciones diarias. Pero, como suele suceder precisamente en vacaciones, el reencuentro íntimo familiar a tiempo completo trae algunas experiencias que hacen aflorar conflictos guardados y reprimidos en lo profundo, que en el trajín cotidiano se evitan y se disimulan, mientras que en situaciones excepcionales a veces estallan. Force majeure (Fuerza mayor), título internacional de la película del director sueco Ruben ™stlund, cuyo título original es Turist, narra la experiencia que viven Tomas y su mujer Ebba, junto a los niños, cuando son sorprendidos por una avalancha de nieve, justo en el momento en que estaban en la terraza del restaurante dispuestos a almorzar. Si bien todo hace pensar que se trata de un efecto especial provocado y controlado por los gerenciadores del hotel, para regocijo de los turistas quienes pese al susto no corren ningún peligro, al no estar avisados, sus respuestas ante el fenómeno son instintivas y espontáneas. Ese hecho, en vez de generar una sensación agradable, provoca una severa crisis en la pareja. Ebba se siente desilusionada por la actitud de Tomas, quien sale corriendo mientras ella y los chicos tratan de protegerse bajo la mesa. La película se concentra en ese conflicto psicológico que aflora a raíz de una situación límite y que es capaz de desestabilizar la estructura familiar. Los roles son cuestionados, todos se sienten incómodos, lo que debería haber sido un viaje de placer se convierte casi en un tormento y el entorno parece contagiarse del malestar de la familia, al punto de que la excursión no termina de la mejor manera. Siempre bordeando lo que podría convertirse en una tragedia, Force majeure indaga en las estructuras del inconsciente y cómo, aun en las sociedades más evolucionadas, los instintos descontrolados pueden ocasionar crisis de consecuencias impensadas.
Sostiene Segura Santiago Segura continúa la tradición esperpéntica española añadiendo un capítulo más a la saga de Torrente, el personaje inventado, producido e interpretado por él mismo, y que pretende ser un crudo autorretrato del ser español, vapuleado por los vientos de la historia. El personaje nació a finales del siglo XX y expresa el desencanto de una generación, que se siente estafada y maltratada por un mundo y unos dirigentes que parecen llevarse puesta la nacionalidad española, avasallada por las fuerzas ciegas e incontenibles del mercado. “Torrente 5: Operación Eurovegas” es definitivamente una sátira política, en la que el antihéroe protagonista hace hincapié en la miseria y la decadencia de los valores más significativos de la tradición hispánica, que abarcan desde las simpatías futbolísticas, pasan por las expresiones de la cultura popular y concluyen en la marginalidad de un país, otrora poderosa potencia colonial, que se va quedando afuera del resto del mundo, como cayéndose de la historia. Todo eso dicho con el lenguaje grosero y soez que caracteriza al personaje y su ambiente. Torrente, un ex policía que no ha podido volver a encarrilar su vida, ha pasado algunos años en la cárcel y al cumplir la condena, se encuentra con desagradables novedades que hacen más difícil su reinserción en la sociedad. Corre el año 2018, Cataluña se ha independizado, España ha sido expulsada del Eurogrupo, ha vuelto la peseta (ahora con las imágenes del rey Felipe y de la reina Letizia), el estadio Vicente Calderón está en ruinas, la estatua que recuerda al Fary está ultrajada y mancillada, Rajoy y Pablo Iglesias acuerdan una disminución de los salarios y un aumento del IVA... en fin, parece que todo se ha ido definitivamente al traste. Torrente, a quien esperan algunos amigotes a la salida de la prisión, decide convertirse en un “fuera de la ley”, para desde ese lugar, tratar de mantener vivos aquellos valores en los que dice creer. Para ello, utilizará contactos que hizo en la cárcel y que lo llevan a localizar a un tan John Marshall, un ex marine estadounidense, lisiado por heridas de guerra, que está planeando el robo al casino Eurovegas, cuyo sistema de seguridad conoce al dedillo, puesto que fue el encargado de diseñarlo. Torrente tendrá que reunir a un grupo de colaboradores para dar el golpe y allí es donde aparecen más personajes desopilantes que se irán sumando al proyecto, que consistirá en una serie de maniobras, una más arriesgada que la otra, para llegar hasta el tesoro del casino y robar los millones de pesetas allí depositados. Con esa estructura, que es una caricatura de algunos guiones de películas de acción de estilo hollywoodense, la trama va dando una vuelta de tuerca tras otra, en la que las trampas y la traición entre los mismos integrantes de la banda hacen que el tesoro vaya circulando de mano en mano, entre persecuciones disparatadas y chascarrillos de baja estofa, terminando todos burlados por quien menos se lo imaginaban. Numerosos cameos y homenajes a figuras del cine y del teatro de España y también de otros lares se dan cita en “Torrente 5”, lo que sumado a la participación estelar de Alec Baldwin como el ex marine, le ponen un poco de condimento a uno de los capítulos menos atractivos de la serie. “Torrente 5” parece estar más concentrado en la crítica política, aunque mantiene su apuesta a la contradicción de un personaje que hace trizas sus ideales a cada paso con su accionar corrupto y autodestructivo, y su permanente delirio que lo lleva a no reconocer ni la realidad, ni sus propios defectos, buscando siempre un enemigo externo a quien achacar las culpas de su fracaso. Si bien este capítulo viene flojo, no por ello habrá que suponer que será el último de la saga. Torrente todavía podría sacar más cartas de su grasienta manga en un futuro para seguir alimentando la vigencia de un género picaresco típicamente español, a pesar de todo.
Anclado en París “El último amor” es una película que se incluye en cierta tendencia del cine europeo actual, que reúne algunas características representativas de la vida comunitaria del Viejo Continente. Son coproducciones en las que intervienen varios países, los actores son de distintas nacionalidades, generalmente son habladas en varios idiomas. Eso en cuanto a las formas. En cuanto a los contenidos, a veces en tono de comedia y a veces en tono de drama (como en este caso), hay algunos temas recurrentes en estas propuestas: la nostalgia por un pasado que desaparece irremediablemente, la pérdida de las raíces, un vacío de identidad, un estar y no estar. Los personajes viven en un estado mental que los aleja de la realidad circundante y parecen habitar en un mundo propio, construido en la psiquis de cada uno, donde se mueven por paisajes más subjetivos que objetivos. “El último amor” está basada en la novela “La Douceur Assassine” de Françoise Dorner, adaptada y dirigida por la alemana Sandra Nettelbeck. Tiene como protagonistas al veterano actor británico Michael Caine y a la joven actriz francesa Clémence Poésy, conocida por algunas intervenciones en la saga de Harry Potter. La historia transcurre en París, donde Matt Morgan (Caine) es un anciano estadounidense que ha enviudado hace pocos años y está solo, porque sus hijos viven en Estados Unidos. Él y su mujer habían elegido a la capital francesa para pasar los últimos años de sus vidas. Allí habían adquirido un distinguido apartamento en el centro de la ciudad y una majestuosa casa de campo en las afueras. El hombre está triste, cabizbajo, taciturno. Es un profesor de Filosofía retirado y no tiene mucho contacto ni con sus hijos ni con el resto de la humanidad. El azar y un accidente leve sin consecuencias lo lleva a tropezar con la joven Pauline (Poésy), una muchacha también solitaria que se gana la vida dando clases de chachachá. Entre ellos nace una rara amistad. Ella lo ve a él como al padre que le hubiera gustado tener y él encuentra en ella un enigma que le inspira un nuevo interés por la vida, en esta etapa en la que ya no tiene interés por nada. Se trata del encuentro fortuito de dos personajes carecientes de afecto y que, por natural simpatía, se apoyan uno al otro. Hasta que un día, Matt tiene una crisis que lo pone al borde la muerte, circunstancia que provoca la visita repentina de sus hijos, un joven (Justin Kirk) y una chica (Gillian Anderson), quienes pese a todo, no son capaces de brindarle a su padre la contención que necesita y solamente consiguen despertar y reavivar viejas reyertas familiares. Pauline provoca suspicacias en los hijos del hombre mayor, pero ella trata de ser un factor de unión y no de disputa. Sin embargo, cada personaje seguirá las tendencias profundas arraigadas en sus historias personales y a pesar de los sentimientos que de algún modo los conectan a todos, la familia no consigue recomponerse. Este tema también es recurrente en el cine de muchos realizadores jóvenes, quienes expresan cierta añoranza por esa estructura básica de la sociedad en la que los roles paterno y materno eran fundamentales como organizadores de la vida y el crecimiento, así como un referente estable en medio de la incertidumbre mundana. El clima de la película de Nettelbeck es de una sensibilidad por momentos embargada de congoja. Los personajes no parecen encontrar una respuesta satisfactoria a sus conflictos, y el desenlace, si bien muestra signos de esperanza, deja un sabor amargo que podría ser la simiente de nuevos futuros desencuentros, o no. El final queda abierto. El aspecto más destacable de la película (que está hecha con rigor y buen gusto, aunque el guión presenta altibajos) es la clase actoral del maestro Caine, verdadero soporte del film.
Algo huele a podrido en Hollywood El inquietante y talentoso director canadiense David Cronenberg no necesita presentación, puesto que sus películas y su estilo son bien conocidos por el público. En esta oportunidad, Cronenberg apunta los cañones de su mirada sarcástica y despiadada sobre el mundo interno de Hollywood. Podría decirse que el tema de la película es la endogamia, como característica de esa comunidad cerrada que significa el imperio de la industria cinematográfica. Una característica que los manuales definen como “el matrimonio, la unión o la reproducción entre individuos de ascendencia común; es decir, de una misma familia, linaje o grupo”. Cronenberg exacerba ese aspecto de la comunidad que describe (a la que él también pertenece), poniendo el acento en su expresión extrema: el incesto, concretamente, el matrimonio y la reproducción entre hermanos. Pero también sugiere otras perversiones como abusos y violaciones por parte de los progenitores a sus propios hijos y una suerte de regodeo morboso de un grupo que no puede mirar sino a sí mismo, en una manifestación compleja y retorcida de su principal característica psicológica: el narcisismo. El guión pertenece a Bruce Wagner y es un tanto autobiográfico, porque Wagner fue chofer de limusinas en Beverly Hills, al igual que uno de los personajes del film, Jerome, que interpreta Robert Pattinson. La historia central se concentra en un niño de 13 años, la estrella del momento, Benjie (Evan Bird), hijo del Dr. Stafford Weiss (John Cusack), un afamado escritor de libros de autoayuda y terapeuta de las estrellas de Hollywood. Entre sus pacientes, se destaca Havana Segrand (Julianne Moore), una actriz clase B que atraviesa su etapa de madurez de una manera que no puede calificarse de apacible. La edad, en Hollywood, es un serio obstáculo en la carrera de las actrices. Havana está ansiosa porque hay un proyecto para hacer una remake de una película que había protagonizado su propia madre años atrás y ella desea que la llamen para hacer el papel principal, o sea, el que hacía su madre. Pero además, tiene una propia historia personal conflictiva y de características incestuosas, que la ligan a la figura materna. Un rollo que su terapeuta, el Dr. Weiss, trata de desatar con sesiones de masajes y algo así como psicodrama. Pero resulta que el mismo Weiss tiene un secreto terrible que carcome su mundo privado y que intempestivamente irrumpe, amenazando con hacer estallar todo por los aires. Tiempo atrás, la pequeña Agatha (Mia Wasikowska), hija del matrimonio entre Weiss y su esposa Cristina (Olivia Williams), y hermana de Benji, provocó un accidente doméstico que casi termina en una catástrofe. Como consecuencia de ello, la niña quedó con secuelas tanto físicas como psicológicas, que motivaron su internación en una clínica psiquiátrica y también fue apartada de la familia, por orden judicial. El caso es que Agatha, una adolescente, se siente recuperada y pretende reconciliarse con su familia. Pero su llegada a Los Ángeles perturba a todos, especialmente a su hermano, con quien la une una relación sospechosamente íntima. El incesto marca todas las relaciones de este grupo familiar y es el gran secreto desestabilizador que Weiss intenta mantener oculto, pero que será definitivamente el disparador de una serie de hechos escabrosos difíciles de describir. La historia se liga con Havana, quien contrata a Agatha como su asistente personal, de modo que todos conviven y se cruzan en el enrarecido ambiente hollywoodense. Cronenberg y su guionista Wagner pintan una comunidad no precisamente saludable, en la que la grosería, la violencia, el uso de drogas, los egos desmesurados y la crueldad son el pan de cada día. A medida que avanza la historia, la tensión va aumentando, hasta que se desencadena un desenlace sangriento y trágico, conformando un relato negro, alegórico y descarnado, que trata de mostrar el perverso mundo interno de la meca de la industria cinematográfica. Si bien el elenco es parejo en el nivel de calidad, se destacan especialmente Julianne Moore, con un trabajo excelente, y el jovencito Evan Bird, verdadera revelación del film.
El judaísmo ortodoxo visto desde adentro Los hechos que narra “La esposa prometida” suceden en Tel Aviv en la época actual, en el seno de la comunidad ortodoxa jasidista. Esta rama del judaísmo mantiene desde su creación, allá por el siglo XVIII, unas costumbres muy cerradas que afectan a las personas que adhieren a este credo. Las reglas son estrictas y abarcan todos los aspectos de la vida familiar, desde la elección de la pareja para formar matrimonio hasta la educación y el desempeño laboral, además, por supuesto, de la obligación de cumplir con todos los ritos propiamente religiosos y obediencia al rabino correspondiente a la región donde se habita. El título original de la película es “Lemale et ha'halal”, y significa “llenar el vacío”. El guión y la dirección son autoría de Rama Burshtein, integrante de esa comunidad. Se trata de su primer largometraje de ficción. Anteriormente, ha realizado documentales sobre aspectos referidos a su grupo religioso. “Lemale et ha'halal” es además la primera película destinada al circuito comercial filmada por un director perteneciente al judaísmo ultraortodoxo y lo más curioso es que se trata de una mujer. Dicen que debió obtener el permiso de su esposo y del rabino para poder hacerlo. Burshtein cuenta el caso de una joven de dieciocho años, Shira, que está en edad de buscar novio para comprometerse en matrimonio. El asunto lo manejan las familias y siempre se trata de matrimonios arreglados, dentro de la comunidad jasidista. En el día de la festividad de Purim, que conmemora un hecho narrado en el Libro de Ester de la Torá y que refiere a la intervención de Dios en favor de la salvación del pueblo judío que estaban amenazado de aniquilación por el rey persa Asuero, la hermana de Shira, curiosamente llamada Esther y con un embarazo a término, fallece durante el parto al dar a luz a un niño. Gran consternación causa este desenlace trágico en medio de la comunidad, aunque todos reaccionan con resignación, inclinándose ante la voluntad de Dios. Pero las costumbres pronto exigirán tomar algunas decisiones, puesto que el viudo Yochay, un hombre joven y apuesto, ya empieza a recibir propuestas para casarse nuevamente. La madre de Shira y de Esther, Rivka, está muy angustiada ante la posibilidad de que Yochay acepte una de esas propuestas y se vaya a Bélgica con el bebé. Si eso ocurriera, el dolor de Rivka por haber perdido a su hija mayor se agudizaría y sería insoportable. Pero hay una opción que las costumbres jasidistas permiten: que Yochay tome por esposa a Shira, la hermana menor de Esther. El relato se concentra en este personaje. Una muchachita de tan sólo 18 años, quien también empieza a recibir propuestas de compromiso de parte de las familias de muchachos de su edad. Ella está ilusionada con la posibilidad de casarse con alguien que le inspire los sentimientos apropiados para formar un “hogar verdadero” porque no quiere “mentir”. Al mismo tiempo, las presiones de su madre y del propio Yochay, se intensifican para que acepte a éste como esposo para que no se rompa la unidad familiar. De modo que el nudo de la historia es el dilema de Shira para decidir entre satisfacer sus deseos personales o cumplir con los mandatos del grupo para dejar contentos a todos. Si bien las costumbres de los matrimonios arreglados no implican la obediencia de los elegidos por sus familias como futuros cónyuges y la última decisión la tiene cada uno de los integrantes de la pareja, las presiones a veces son tan intensas que es difícil discernir. Además, las opciones tampoco son tantas, las libertades siempre serán restringidas y hasta existe la posibilidad, no deseada por ninguna mujer, de quedar soltera. El relato de Burshtein es honesto y valiente, como lo es la protagonista del film. Muestra la intimidad de algunas costumbres que dan identidad al grupo al que pertenece, pero que no siempre implican la felicidad de sus miembros o, en todo caso, plantean algunas dudas. No es un documental, pero la mayoría de los actores son no profesionales, y obviamente, el film tiene un valor testimonial, además de una rara belleza, sobria y recatada, como son las mujeres jasidistas.
La familia en riesgo de extinción Una fábula de Disney adaptada a los tiempos que corren. Una familia tipo norteamericana que hace malabares para sobrevivir en un medio que conspira por todos los frentes contra, precisamente, la estructura familiar y sus roles internos y externos. Y un director de origen portorriqueño con un apellido impronunciable. Ben (Steve Carell) es el papá y Kelly (Jennifer Garner) es la mamá de cuatro niños. Uno de ellos, Alexander (Ed Oxenbould) está en vísperas de cumplir 12 años y justamente ese día, anterior a su cumpleaños, es el que da título a la película, todo le sale mal, como si estuviera me... por los perros, diríamos por estas tierras. En la casa es ninguneado por los demás, que están metidos en sus propios asuntos. Papá es un físico espacial desempleado que, mientras mamá trabaja en una editorial que publica libros para niños, cuida del bebé (que todavía no camina), de la casa y de los otros hijos. El mayor es un adolescente que está todo el día pendiente de su novia y de su inminente examen para obtener la licencia para conducir autos. Y la hermana que le sigue, está absorbida por su participación como actriz en una comedia para una fiesta escolar. Alexander empieza el día con un chicle pegado a su cabello y las cosas irán empeorando a medida que avancen las horas. En la escuela es víctima de bulling, de parte de su peor enemigo: otro chico que ha organizado una fiesta en su casa justo el mismo día del cumpleaños de Alex, sólo para robarle todos los invitados y fastidiarlo. Hasta su mejor amigo y la chica que le gusta le avisan que irán a la fiesta del otro. Con total desánimo, el niño espera encontrar en su familia algo de comprensión y ayuda en su peor momento, y sólo recibe desplantes. Una vez más, todos están metidos en sus propios asuntos, y no quieren ni enterarse de lo que le pasa a él. Y lo peor de todo es que papá y mamá cultivan un optimismo militante que pasa por encima de las dificultades, no para resolverlas, sino directamente para negarlas. Entonces el chico, a medianoche, en el primer minuto de su día de cumpleaños, hace un festejo solitario en la cocina, mientras todos duermen, pidiendo un deseo vengativo: que todos los integrantes de la familia tengan un día malo muy malo para que así entiendan cómo se siente él. Y como por arte de magia, las cosas empiezan a ir según el deseo de Alexander. Todos tienen un día terrible. Las cosas se complican y se ponen cada vez peor, hasta que al final, el niño, avergonzado y con sentimiento de culpa, les confiesa a sus familiares su acto de maldad. Como era de esperar, ninguno está dispuesto a admitir que la travesura de un chico como Alexander pueda tener tanto poder para influir en sus asuntos y empiezan a repartirse culpas entre ellos. Bueno, la cuestión es que al final del día y cuando todo parecía que iba directo al mismo infierno, las cosas se acomodarán y hasta Alexander tendrá su fiesta de cumpleaños con total éxito (porque hay que decir que el día maldito también afectó a su rival). La comedia es absolutamente predecible, bastante sobreactuada, con moraleja típica de Disney y una crítica implícita, aunque no muy ácida, a los males de la vida moderna, en la que se desdibujan los roles parentales, el éxito fácil y el dinero se llevan todo puesto, y los teléfonos celulares tienen más protagonismo que las personas. Una mención especial merece el bebé, por lejos, el mejor actor del elenco y el más simpático.