Otro round de la guerra de los sexos David Fincher es un director estadounidense bastante conocido por el público de esta zona donde goza de un buen concepto y hasta se diría que es admirado por los críticos, quienes le reconocen su talento para la dirección de actores y la narración cinematográfica. Entre sus títulos más destacados, se puede mencionar a: “Alien 3”, “El curioso caso de Benjamin Button”, “La habitación del pánico”, “Zodiac”, “El Club de la Pelea”, “La Red Social”, entre otros. “Perdida”, recién estrenada en Santa Fe, está basada en un guión de Gillian Flynn que es una adaptación de su novela “Gone Girl”. En general los comentaristas coinciden en que “Perdida” es varias películas al mismo tiempo y esta particularidad está dada porque la historia que cuenta va adquiriendo distintos perfiles a lo largo de las dos horas y media que dura. En pocas palabras, se trata de una crisis matrimonial que deriva en un hecho policial de características confusas, donde se mezcla el ámbito privado con el público de tal manera que se vuelve difícil para todos saber a ciencia cierta qué es lo que ha ocurrido y cómo se debería calificar a los hechos. Nick (Ben Affleck) está casado con Amy (Rosamund Pike), en el quinto aniversario de su matrimonio, ella desaparece. En la casa que era el domicilio conyugal quedan vestigios de violencia que hacen pensar que la joven ha sido víctima del ataque de otra persona. Al encontrase con este panorama, Nick llama a la policía y a partir de ese momento, comienza una investigación por parte de las fuerzas del orden que tomará por caminos insospechados a medida que van apareciendo pistas que llevan a un lado y a otro. Pero la particularidad del relato es que el espectador podrá contar con el punto de vista de Nick por un lado y el punto de vista de Amy por el otro, en una trama que va desentrañando la historia de la pareja, con abundante uso del flashback hasta llegar al día fatídico de la desaparición. Esos puntos de vista abundan en comentarios y apreciaciones subjetivas y complejas que indican que se está ante un caso bastante singular. A ello hay que sumar cómo, al tomar estado público, los medios de prensa empiezan a difundir sus propias versiones e interpretaciones de lo que podría haber pasado. Mientras tanto, los padres de la chica y su marido (que comienza a levantar sospechas como posible autor de la desaparición de su esposa) convocan a la población a que los ayude en la búsqueda. Aparecen testigos que dicen una cosa u otra y la confusión aumenta. La policía, por su parte, sigue su propio método de investigación y va recolectando todos los elementos que encuentra de interés en la escena del ¿crimen? La cuestión es que se van sumando los puntos de vista y el espectador se verá atrapado en un embrollo que por momentos adquiere características bizarras, con una mezcla de trhiller psicológico, reality show, caso policial, violencia de género y perversiones varias. Como se trata de un film en el que el suspenso y la intriga son componentes clave de su atractivo para el público, es mejor no abundar en detalles. Aunque se puede decir que Nick y Amy se casaron enamorados y cuando ambos pasaban por un buen momento laboral, los dos escritores con cierto grado de reconocimiento social. Pero de pronto, no se sabe muy bien por qué, quedan desempleados al tiempo que deben atender algunos problemas familiares. A un paso de la bancarrota, sobreviene la crisis de pareja y la desaparición de ella. Ambos son manipuladores y al parecer se trata de una pelea matrimonial que adquiere dimensiones públicas inesperadas, en las que, como suele ocurrir, los de afuera, que pasan de tomar partido por uno o por otro, a medida que se van conociendo detalles de la investigación, terminan aceptando que nunca conocerán del todo lo que ha ocurrido, para bien o para mal. Y como dato que se puede considerar relevante, la figura masculina aparece marcadamente influenciada y hasta acosada de alguna manera por varias figuras femeninas: su esposa, su hermana gemela, una amante más joven, las periodistas, la policía que dirige las investigaciones, su suegra... Todas ejercen presión sobre el protagonista y tratan de manipularlo de alguna manera, aunque Amy será la más perversa de todas logrando imponerse como una temible bruja obsesiva y despiadada. La película es entretenida y el elenco es de primera, conformando un producto interesante que trata algunos temas urticantes del mundo moderno con un enfoque tragicómico de la siempre vigente guerra de los sexos.
Audaz relato autobiográfico Chapeau para Guillaume Gallienne. Su opera prima Les garçons et Guillaume, à table! es una apuesta fuerte y compleja que logra resolver con gran talento. La película está basada en una obra de teatro unipersonal escrita e interpretada por él mismo. En ella, el autor hace una lectura autobiográfica de un aspecto de su vida muy particular, pero al que con gran inteligencia logra darle una trascendencia de valor universal. Con humor, Guillaume cuenta cómo atravesó su adolescencia en el seno de una familia (un poco disfuncional) compuesta por mamá, papá, dos hermanos varones y él, a quien siempre trataban de manera diferente. El eje del relato está puesto en la identificación que el muchachito siente con su madre (papel que también interpreta el mismo actor), con quien mantiene una relación casi simbiótica, a través de la cual pareciera que la mamá proyecta sus deseos de ser la única mujer a la que Guillaume pueda querer y apreciar, y tal vez, también sus deseos de tener una hija mujer, una niña. Pero toda esa interpretación no está expuesta de manera explícita sino que va siendo sugerida a medida que transcurre la historia, en la que se ve al muchacho enfrentándose a situaciones clave en su proceso de crecimiento y desarrollo. Sus gustos diferentes a los de sus hermanos y los otros chicos, su traumática experiencia en un internado de varones, su conflictiva relación con el padre y también con la abuela, el momento de tener que enfrentar el examen para el servicio militar, sus sesiones de psicoanálisis con diferentes terapeutas, su frustrado enamoramiento de un compañero de escuela, sus intentos por asumir la homosexualidad, sus contradicciones y ambigüedades, no carentes de sufrimiento... Todo narrado con gran inteligencia, suspicacia, humor y sensibilidad. Guillaume no deja de tocar ningún aspecto del proceso por más delicado que sea, y lo hace de manera que demuestra saber muy bien de qué está hablando. Pero al mismo tiempo, más allá de la cuestión autobiográfica, una apertura de la intimidad para la que hay que tener mucho coraje, lo destacable de su propuesta es que mantiene un admirable equilibrio en el punto de vista, sin victimizarse y sin demonizar a los demás. Su mirada, aunque crítica, es amigable, comprensible, cariñosa, y finalmente, la resolución del conflicto es una afirmación saludable de su personalidad, que por fin logra centrarse y definirse con satisfacción. Y además, hay que señalar que el autor e intérprete revela un apreciable conocimiento del oficio teatral, cuyas posibilidades explota al máximo con gran sutileza, lo que no es de extrañar ya que es miembro de la Comedie Française. Esta interesante y divertida propuesta hubiera corrido el riesgo de convertirse en un bodrio narcisista, una catarsis personal sensiblera o, peor aún, grotesca y vulgar. Sin embargo, la sagacidad y la calidad escénica de Gallienne logran atravesar por todos esos terrenos peligrosos y esas tentaciones sin caer en salidas fáciles, estereotipadas o manieristas, consiguiendo momentos de humor verdaderamente exquisitos. En apenas 85 minutos, ofrece una síntesis autobiográfica que mantiene en todo momento el interés del espectador, quien se siente tratado con respeto y con gracia, desnudando aspectos íntimos y subjetivos de la vida personal y familiar del protagonista de una manera que transmite solamente amor.
Abriendo el baúl de los recuerdos “Qué extraño llamarse Federico” es un homenaje que el director Ettore Scola le hace a su colega y amigo Federico Fellini. Ellos se conocieron cuando eran muy jóvenes, en plena Italia fascista, y trabajaban como dibujantes humoristas en periódicos de Roma. También escribían guiones para teatros de revista y sobrevivían de esa manera, en un ambiente de intelectuales de hábitos nocturnos. Scola utiliza el tiempo y el espacio de una manera que semeja la técnica del collage. Va y viene en el tiempo, viaja del pasado al presente imaginario, en el que Fellini y él, ya muy maduros, recorren las calles de Roma y mantienen conversaciones siempre referidas a la actividad a la que dedicaron sus vidas: el arte, el cine, contar historias, rescatar personajes curiosos, alimentar el imaginario mitológico de una ciudad y un país al que identifican como “su” lugar en el mundo. El pasaje de escenas de blanco y negro a color puede sugerir un cambio en la perspectiva del narrador. Un narrador que no es abstracto sino que está representado por un personaje que interviene permanentemente, con un recurso muy teatral, deambulando entre los protagonistas del film pero como si fuera solamente visible para el espectador, a quien se dirige en todo momento explicando y reflexionando acerca de lo que se está mostrando. También hay una insistente recreación del imaginario fellinesco y como Scola utilizó los escenarios de Cinecittà para realizar su película-homenaje, los personajes parecen salidos de un sueño del propio Federico. Al mismo tiempo, intercala fragmentos de sus películas y también del background de las mismas, en los que aparecen sus actores y temas favoritos. Scola consigue recrear una atmósfera típicamente fellinesca, impregnada de melancolía, reconociendo la gran ascendencia que el creador tuvo y aún tiene sobre él, a quien reconoce implícitamente como su maestro y amigo. Y también es una mirada nostalgiosa a otra época, en la que el cine estaba en plena ebullición y transformación y constituía un ámbito para el desarrollo de ideas y experimentación estética, generando polémicas y debates históricos. “Qué extraño llamarse Federico” no es exactamente un documental ni tampoco un biopic, aunque es un poco de eso y más también. Scola se toma la libertad de recordar a su amigo a su manera, como si abriera para el público un cofre de recuerdos ensamblados un tanto caprichosamente, como van apareciendo, surgiendo del subconsciente en un fluir de añoranzas, sin otro objetivo que el placer de la evocación y la memoria. Desde ya que la película tendrá más sentido para aquellos que, con algunos años sobre la espalda, hayan visto las películas de Fellini y también las de Scola, aquellos que conozcan aspectos de sus biografías así como los datos históricos de la época en que ambos fueron un referente indiscutible para todos los cinéfilos. Para los más jóvenes, sin embargo, quizás se torne un poco oscura y en todo caso, constituya una aproximación a un universo creativo de otro tiempo que los invite a visitar la filmografía de ambos. Una experiencia que no podría ser más que enriquecedora.
Cuando los demonios acechan El estadounidense Scott Derrickson se está especializando en el cine de terror psicológico, vinculado con hechos paranormales, atribuidos a fuerzas oscuras, posesiones diabólicas y fenómenos inexplicables. Antes de “Líbranos del mal”, exhibió sus inclinaciones con “El exorcismo de Emily Rose” (basado en una historia real ocurrida en la década de los '70) y “Sinister”. Según afirma el director, “Líbranos del mal” también está inspirada en hechos reales y tiene que ver con las experiencias vividas y narradas por el sargento Ralph Sarchie (Eric Bana), oficial de la policía de Nueva York, en días no muy lejanos al presente. Sarchie es integrante de una fuerza especial que se encarga de investigar crímenes que tienen características diferentes y que se salen de la lógica habitual. Al parecer, tiene un don que le advierte cuando está ante un caso de ésos y, como un sabueso, no descansa hasta resolverlo. En esta oportunidad, su olfato lo lleva tras un par de situaciones de lo que parecen ser casos de violencia familiar: un hombre que maltrata a su esposa y una madre que casi mata a su propio hijo, de dos años, al arrojarlo a un foso en un zoológico. Sarchie observa que no son hechos de violencia común y empieza a tomar nota de una serie de indicios extraños que acompañan a sus protagonistas. Para colmo, se topa con un sacerdote, el padre Mendoza (Edgar Ramírez), experto en exorcismos, quien, como es de imaginar, anda tras la pista de algunos endemoniados. Curiosamente, se trata de los mismos criminales que está persiguiendo el sargento. Por lo tanto, el film es una combinación de thriller psicológico, con connotaciones religiosas, implicancias policiales y también con situaciones paranormales de algún modo vinculadas con el consumo de drogas pesadas. Resulta que los casos que están investigando se relacionan todos entre sí y tienen como protagonistas a un grupo de veteranos ex combatientes en la Guerra de Irak. Los ex marines han tenido una experiencia extraña en el desierto que les ha provocado una serie de desajustes en la conducta. Aparentemente, se encontraron ante uno de los portales del Demonio, a través de los cuales el Maléfico capta a sus víctimas, a las que posee con el fin de llevar a cabo sus macabros planes. Es así que los crímenes adquieren características rituales y los asesinos ofrecen una resistencia que pone en jaque a los más avezados policías de la ciudad de Nueva York. No solamente poseen una fuerza física extraordinaria sino que pueden mover objetos a distancia, meterse en la mente de otras personas e influir sobre sus actos y planificar estratégicamente sus acciones. Paralelamente, el sargento Sarchie enfrenta una crisis personal que pone en riesgo su matrimonio y afecta a su pequeña hija. El trabajo lo absorbe demasiado y para colmo, los malvados se empiezan a aprovechar de ese punto débil de su enemigo y acechan a su familia, complicando las cosas de tal manera que la vida del guardián de la ley se convierte en un verdadero infierno. Pero allí está el padre Mendoza para rescatar también a esta alma confundida y juntos luchan contra los demonios hasta vencerlos. “Líbranos del mal” combina varios clichés bastante trajinados en distintas versiones del género terror, por lo que el resultado es un plato que no se caracteriza por su originalidad, moraleja incluida, pero no carece de eficacia al momento de mantener el suspenso y erizar la piel en las escenas más inquietantes.
El fin del sueño y el comienzo de la pesadilla La directora australiana Cate Shortland aborda un tema complejo y controversial en su película “Lore”, al narrar las peripecias que tienen que atravesar los cinco hijos de un matrimonio nazi tras la caída del régimen y el suicidio del Führer. El guión se basa en una novela de Rachel Seiffert, “The dark room”, y constituye un relato dramático, cargado de angustia, violencia y desolación, más si se tiene en cuenta que los protagonistas son niños. La mayor, Lore (Saskia Rosendahl), tiene apenas catorce años y se tiene que hacer cargo de sus hermanos: un bebé de pecho, dos mellizos de seis o siete años y una niña de no más de diez. El padre es un oficial de la SS y su esposa, una activa militante del régimen. La película comienza cuando el oficial vuelve a casa, después de una misión, y empieza a quemar documentos, antes de marcharse repentinamente otra vez. Lore intuye que algo malo pasa, pero recién será informada de la derrota del nazismo cuando su madre se vea obligada a irse también y dejarla a ella a cargo de sus hermanos, con la orden de que se vayan a la casa de la abuela, en Hamburgo, ciudad que se encuentra a 800 km del hogar paterno. En medio de la incertidumbre, la angustia y la responsabilidad, Lore se hace cargo de la situación y se pone en camino con los niños. Desde la Selva Negra hasta llegar a destino, tendrán que atravesar todo un país devastado por la guerra, dividido y ocupado por las tropas de los países vencedores. Por ser hijos de nazis ellos ahora están en peligro extremo. Sin dinero suficiente ni alimentos, se las arreglan como pueden por territorios rurales, muchas veces inhóspitos, donde reina la anarquía y se enfrentan a la muerte a cada paso. En el trayecto, conocen a un joven judío, Thomas (Kai Malina), sobreviviente de los campos de concentración, quien se hace pasar por hermano de los niños y así consiguen todos sobrevivir. Pero esta alianza surge en medio de la desesperación y cuando la necesidad de supervivencia se impone a cualquier otro argumento. Lore y sus hermanos fueron educados en el odio visceral a los judíos y no fueron preparados para la derrota ni para enfrentar un mundo tan violento, lejos de casa y con los padres ausentes. La jovencita va atravesando por distintas instancias durante el largo viaje. A las penurias del hambre, la violencia y el desamparo, se suman las angustias propias de una adolescente que debe hacerse mujer de golpe y en condiciones extremas. Los sentimientos y las emociones libran otra guerra en su interior, para la que nunca estuvo preparada. El relato de Shortland es tenso, por momentos profundamente angustiante, pero nunca pierde su esencia refinada y hasta exquisita. Con un uso predominante de la cámara en mano y de los primeros planos, las imágenes alternan entre la belleza de la naturaleza del entorno, los delicados cuerpecitos de los niños, las expresiones de angustia de sus rostros, con cadáveres ensangrentados, casas en ruinas, miseria, soldados extranjeros y gente sin hogar buscando una salida, igual que ellos. Esa atmósfera opresiva, de extrema crispación, está reforzada por una musicalización (a cargo de Max Richter) que acentúa los momentos dramáticos, contribuyendo a crear ese clima de tragedia que atraviesa todo el relato. Los personajes hacen grandes esfuerzos de voluntad para aferrarse a la vida a pesar del panorama devastador, pero es evidente que las secuelas serán profundas y el futuro no será fácil. Shortland asume el desafío de captar el espíritu de la época y la pesadilla histórica de un pueblo que fue llevado a los extremos de una ensoñación colectiva sangrienta que termina de la peor manera. Y el hacerlo desde la perspectiva de los niños, huérfanos y abandonados a su suerte, asumiendo la derrota y la caída sin entender lo que está pasando, constituye el aspecto más inquietante y atractivo de este film conmovedor.
Si la vida te da limones... La directora danesa Susanne Bier, autora entre otras de “Después de la boda” (Efter brylluppet, 2006) y “En un mundo mejor” (Hævnen, 2010), tiene además el antecedente de haber integrado el grupo Dogma, movimiento fílmico vanguardista de la década de los ‘90, una propuesta que pretendía reinventar el cine recuperando su lenguaje más tradicional oponiéndose a los trucos tecnológicos tan típicos de la industria hollywoodense. El movimiento produjo algunos largometrajes en los que se trataban temas polémicos y se reinvindicaba el uso de la cámara en mano como el rasgo de estilo más marcado. De allí surgieron algunos cineastas de renombre como Lars von Trier y Thomas Vinterberg, y si bien los preceptos rigurosos del Dogma, reunidos en un Manifiesto, no se pudieron mantener en el tiempo, los realizadores que pasaron por allí no pueden disimular su poderosa influencia. El caso de “El amor es todo lo que necesitas” (Den skaldede frisør, 2012) no es una excepción, aun cuando la autora prefiere el registro de la comedia romántica y no del drama, como en sus anteriores películas. No está muy claro, en realidad, si es una apuesta de Bier o una exigencia del contrato, la cuestión es que el film resulta una rara combinación de algunas de las temáticas recalcitrantes muy al estilo Dogma y un formato más acorde con los modelos comerciales del género. La figura del primer actor irlandés Pierce Brosnan, cuyo nombre aparece más destacado en los carteles promocionales, ya hace un poco de ruido al verlo asociado con Bier, quien no obstante sale bastante airosa al conseguir desacartonar un poco al rudo ex 007, quien aquí interpreta a un empresario inglés, radicado en Dinamarca, viudo, iracundo y solamente interesado en los negocios. El sujeto se llama Phillip, perdió a su mujer hace varios años y quedó solo con un hijo, Patrick, que ahora, veinteañero, está a punto de casarse y pretende hacerlo en Italia, país donde sus padres se conocieron y donde vivieron hasta el fatal accidente que dejó a uno huérfano y a otro viudo. La novia de Patrick es Benedikte, hija de Ida, una peluquera que atraviesa por un duro momento en su vida personal. Ida, papel a cargo de la estupenda actriz danesa Tryne Dyrholm, es una mujer de mediana edad que acaba de superar un cáncer y que no encuentra mucha contención de parte de su marido, Leif, quien no solamente se ha desentendido de la enfermedad, sino que además le ha agregado mayor sufrimiento a su mujer introduciendo (literalmente) una amante más joven en el seno del hogar. Phillip e Ida se conocen en el aeropuerto (en Dinamarca, donde viven todos) antes de viajar a Italia para la boda y entre los dos surge eso que se llama química. La película está centrada en la relación de ellos, quienes simpatizan y se apoyan mutuamente en un contexto familiar que pronto empieza a mostrar grietas por todos lados. En un tono de comedia, pero con altos componentes de ironías y sarcasmos, Bier hace un retrato de la sociedad culta europea contemporánea, a la que se observa bastante desorientada, sobre todo en el plano afectivo-emocional, y proclive a embarcarse en relaciones disfuncionales, egoístas y sin un proyecto que ayude a las personas a realizarse en la vida. Sin embargo, en medio de ese ambiente por momentos caótico y bastante decadente, Ida y Phillip consiguen renacer de sus cenizas, recuperarse de sus fracasos y darse otra oportunidad para ser felices. Como decía, es rara esta combinación entre el rigor conceptual y formal de los daneses con el modelo del sex-simbol de Hollywood, pero en ese contraste está el encanto que Bier supo aprovechar, como diciendo “si la vida te da limones, haz limonadas”. En suma, “Amor es todo lo que necesitas” es una película amable, destinada a un público de mediana edad, que busca entretenerse y sentirse identificado con los personajes que ve en la pantalla, porque la historia que se cuenta, sus dramas y sus protagonistas son bastante parecidos a los de todos en cualquier parte del mundo.
Entre la belleza de la perversión y el arte de lo grotesco El italiano Giuseppe Tornatore (“Cinema Paradiso”, “Estamos todos bien”) sorprende con esta realización que combina la historia de una obsesión con romance, arte, intriga y misterio. El protagonista, Virgil Oldman (Geoffrey Rush), es un excéntrico experto en subastas de objetos antiguos y obras de arte. Solitario y maniático, ha construido a lo largo de los años un imperio unipersonal. Tiene una mirada implacable y un talento infalible para descubrir objetos que todo coleccionista quisiera poseer y sabe cómo venderlos. Es un estudioso de la historia del arte y sabe mucho también de restauración. El personaje tiene costumbres extravagantes que cumple como rituales y un carácter irascible que mantiene a todo el mundo a distancia. Pero algo irrumpe en su súper-ordenada vida para trastocarla de manera imprevista. Una joven heredera reclama sus servicios para subastar los muebles y objetos antiguos que sus padres le legaron al fallecer, en una añeja finca ubicada en un pueblito de Italia. Lo extraño del caso es que la muchacha, Claire (Sylvia Hoeks), solamente se comunica con él por teléfono y siempre encuentra una excusa para no acudir a las citas que ambos conciertan para establecer las pautas del contrato profesional. Oldman tiene un prestigio muy reconocido en su ambiente, donde hay consenso para considerarlo “el mejor” en el oficio. Cuenta con un aliado en sus negocios, Whistler (Donald Sutherland), un estafador que actúa como su cómplice encubierto en las subastas, pujando en un sentido o en otro, según las señas del jefe. Whistler es un asistente indispensable, que le permite a Oldman obtener obras de arte valiosas a un costo menor y así ha logrado reunir un verdadero tesoro, en su lujosa y blindada residencia. Oldman no es un mero comerciante, así como es frío y distante con las personas, es capaz de emocionarse profundamente ante determinadas pinturas u objetos antiguos cargados de historia, belleza y misterio. El extraño comportamiento de Claire despierta en él sensaciones contradictorias, por momentos lo fastidia, lo exaspera, con sus idas y vueltas, pero no puede evitar caer en las redes de la curiosidad ante lo desconocido. El ambiente que rodea a Claire contribuye a aumentar el valor que su figura representa para el coleccionista. Una rica, joven y solitaria heredera de una fortuna en esa clase de objetos que él aprecia tanto. El caso es que el maduro y experto rematador se enamora de la chica y ella parece corresponderle. Oldman se entusiasma tanto con esta inédita experiencia en su vida, que planea retirarse del oficio y disfrutar de su fortuna con Claire... pero el destino le tiene reservada una sorpresa para la cual no estaba preparado. Sus planes se verán frustrados de una manera muy cruel que él, en su entusiasmo, no pudo ni siquiera imaginar. De golpe, todo su mundo estructurado se desmorona, y el hombre, acostumbrado a ser un ganador prácticamente invencible, sufre un duro golpe del que casi no podrá recuperarse. Pero mejor mantener en reserva los detalles de la trama porque el encanto de esta película de Tornatore es la magia del relato, que apoyándose fuertemente en una intriga psicológica, va tocando otras cuerdas que tienen que ver con los enredos de las relaciones humanas. Sentimientos, especulación, intereses, manipulación, confianza, traición, desconfianza, entrega, egoísmo, autenticidad, falsedad, más un poco de lo extraño (a veces rozando lo bizarro) infiltrándose por los entresijos de una vida vulnerable, al fin y al cabo. La película reúne además una apreciable colección de obras de autores reconocidos de distintas épocas, que halagarían a cualquier experto o aficionado amante de las artes, y ofrece una magistral banda sonora a cargo del genial Ennio Morricone, más la impecable fotografía de Fabio Zamarion, conformando una propuesta que sale de lo común por su temática y su valor estético. Mereciendo una mención muy especial el trabajo actoral de Rush, que asume con gran profesionalismo la responsabilidad de ser la figura central de un relato exigente y lleno de matices.
Alimento para el alma “Amor a la carta” es un fenómeno cinematográfico de origen indio muy interesante porque es portador de una multiplicidad de significados, símbolos y discursos, entrelazados en lo que es la cinta en sí misma, pero también en lo que refiere al contexto cultural implícito, información que ha trascendido acompañando su estreno y difusión en las salas de Occidente. Esos datos refieren a la industria cinematográfica de India, denominada Bollywood (en remedo a la meca norteamericana), cuyos productos están mayoritariamente dirigidos al mercado interno y muy pocos trascienden más allá de las fronteras. Son por lo general historias melodramáticas que abrevan en las costumbres y tradiciones del país milenario. “Amor a la carta” se destaca por haber concitado el interés del público europeo, con premiaciones en festivales especializados, lo que significa un pasaporte que le ha abierto el mercado en estas latitudes. El otro dato interesante es que el director, Ritesh Batra, es un joven documentalista, cuyo interés primigenio fue hacer una investigación respecto de los dabbawalas (repartidores de comida) en Bombay. Es una costumbre que se mantiene desde hace más de cien años y consiste en el envío de la comida del almuerzo por parte de las esposas a sus maridos, quienes están trabajando en algún lugar de la populosa ciudad, lejos de casa. Pero finalmente Batra prefirió tratar el tema a través de una ficción, donde el ir y venir de las viandas es el eje de un relato que permite mostrar otros aspectos de la vida y las costumbres de su país. Los repartidores tienen un sistema para recoger las viandas en los domicilios de los empleados y hacerlas llegar hasta el lugar de trabajo, y según los expertos, el método es muy eficiente, con un mínimo margen de error. El detalle es relevante, porque el leit motiv de la película es un dicho popular de aquel lugar, referido por los personajes, que dice que “tomar el tren equivocado te puede llevar a la estación correcta”. Resulta que Ila, una joven y bella esposa, madre de una niña, cocina todos los días ricos platos para enviar a su marido, que trabaja en alguna oficina de la ciudad. Pero pronto descubre que la vianda no llega a sus manos y que es recibida por alguna otra persona, por equivocación. En vez de alertar a su marido, con quien tiene una relación cada vez más fría y distante, decide comunicarse mediante esquelas con el desconocido que día a día devora sus ricos manjares. Así, surge una relación epistolar entre ellos. El hombre es un empleado del Estado próximo a jubilarse, es viudo, solitario y melancólico. Este error del dabbawala posibilita que dos almas se comuniquen entre sí, se hagan confidencias y encuentren alguien con quien compartir un poco de su mundo interior. Ni Ila, la bella mujer, ni Saajan Fernandes, el viudo, tienen con quién hablar. El matrimonio de ella evidentemente está naufragando, su marido tiene una amante y no le presta mucha atención a la familia. Fernandes vive solo y no tiene hijos, y está acostumbrado a esconder sus sentimientos bajo una coraza. Los personajes secundarios también revelan aspectos de una sociedad y sirven al relato brindando más detalles de la idiosincrasia de un pueblo todavía anclado en hábitos añejos que se mantienen a pesar de la invasión de la modernidad, que se manifiesta sobre todo a través de productos tecnológicos. Ila tuvo un hermano que se suicidó al no poder avanzar satisfactoriamente en una carrera universitaria, su madre está dedicada desde hace años al cuidado de su marido postrado por una enfermedad terminal y una tía, que vive arriba de su departamento, también está recluida cuidando a su esposo enfermo. Con esta tía, a quien nunca se ve, pero siempre se escucha, Ila comparte algunas intimidades. Por su parte, Fernandes, comienza a sentir en su trabajo la presión de un joven empleado a quien debe instruir en su oficio, ya que está designado para ser su reemplazante, cuando se jubile. Tarea que el hombre trata de esquivar, aunque la insistencia del muchacho termina por vencer sus resistencias y llegan incluso a ser casi amigos. La historia de “Amor a la carta” demuestra que lo insólito o inesperado que irrumpe en la rutina de una vida mediocre y sin expectativas puede ser la llave para encontrar algo interesante y descubrir nuevas posibilidades a personas que parecen atrapadas en un destino rígido y estructurado, por lo general, insatisfactorio. Si bien la película tiene un final abierto, la experiencia les sirve a los personajes protagónicos para tomar decisiones importantes y realizar cambios que les permiten mirar el futuro con renovadas esperanzas.
Exquisitez formal y rigor estético Pawel Pawlikowski es un director de origen polaco, radicado en Londres, donde ha desarrollado su filmografía. “Ida” es su primera película rodada en su país natal, a través de la cual aborda una temática muy sensible a la experiencia desgarradora vivida por el pueblo de esa nación durante la Segunda Guerra Mundial. Pawlikowski, autor también del guión junto a Rebecca Lenkiewic, se toma solamente 80 minutos para contar una historia dramática que se ubica en el año 1960, cuando Polonia estaba bajo el régimen comunista de posguerra. El estilo adoptado es una mezcla de despojamiento y condensación, puesto que con un lenguaje mínimo en un tiempo también mínimo se habla de sucesos que en el pasado marcaron la vida de los personajes para llevarlos a este presente que no es fácil de entender. La protagonista es Anna (Agata Trzebuchowska), una joven novicia que se encuentra a punto de hacer sus votos finales. Una semana antes de celebrarse esa ceremonia, la hermana superiora le pide que vaya a ver a su única pariente, una tía que vive en una localidad cercana. Anna es una muchacha de una belleza calma, ensimismada, transmite serenidad pero también lejanía, como si las cosas del mundo, literalmente, no la afectaran en absoluto. Hace un par de preguntas a la superiora y obedece. Al encontrarse con su tía, Wanda Gruz (Agata Kulesza), la primera impresión es de frialdad y rechazo. Wanda es una mujer dura que trata de sacarse de encima rápidamente a esta visitante inoportuna. Sin embargo, pronto se arrepiente y la acepta. Anna hace preguntas sobre su origen y por qué su tía nunca la buscó en el convento donde se crió, y así se entera de que fue abandonada allí cuando era bebé porque en medio de la guerra, fue la única manera en que pudieron salvarle la vida. El gran secreto que su tía le revela de pronto y sin anestesia es que su verdadero nombre es Ida Lebenstein y que es judía, que a sus padres los mataron los nazis y que ella sobrevivió porque la abandonaron en un convento católico. Ida quiere saber dónde están enterrados sus padres para ir a visitar la tumba. Entonces Wanda, que fue una reconocida militante comunista que luchó contra la invasión alemana, que fue fiscal de Estado y actualmente es jueza regional, decide acompañar a su sobrina en la búsqueda de las respuestas a sus preguntas. Pero Wanda también esconde sus propios secretos y tiene sus asuntos que resolver. En una suerte de road movie por paisajes nevados, tía y sobrina llegan al lugar donde vivió la familia hasta los desgraciados hechos que provocaron la muerte de los padres de Ida y de alguien más, muy querido para Wanda. En este viaje que sólo dura un par de días, ambas mujeres tienen experiencias profundas que van a modificar su manera de ver las cosas y las impulsarán a tomar decisiones difíciles, como un modo de cerrar las cuentas que habían quedado pendientes y como paso necesario para empezar una vida nueva. Lo que impacta y también desconcierta de esta película no es el relato en sí sino la manera de contarlo. Pawlikowski manifiesta un marcado rigor esteticista, usa película en blanco y negro, muchos planos fijos con un encuadre que deja un gran espacio al entorno físico que rodea a los personajes y otros detalles técnicos sólo para especialistas. También la banda sonora cobra un protagonismo importante, estableciéndose un contrapunto entre la música clásica con su rigor formal-institucional y el jazz, con su impronta de improvisación y libertad. “Ida” es una película de una exquisitez visual irreprochable que se destaca por su originalidad para abordar varios temas de enorme trascendencia, sin tomar partido por ninguna de las posturas expuestas, evidenciando una significativa influencia de la tradición cinematográfica del este europeo y también nórdica, con su estética inclinada al tema social y a la tragedia humana-espiritual, pero invitando a la reflexión y al distanciamiento.
Amor alla italiana Paolo Virzì es un director italiano no muy conocido en nuestro ambiente. Tutti i santi giorni es la tercera película de su autoría que se estrena en la Argentina, aunque lleva rodadas unas diez. Su intención es retomar la tradición de la commedia alla italiana, que tantas satisfacciones le ha dado al cine de ese país. Sin embargo, los esfuerzos por reavivar el género no satisfacen del todo a los especialistas. No llega al nivel de los maestros de mediados del siglo XX, como Monicelli, Scola o Risi, ni consigue adeptos como su contemporáneo Nanni Moretti. Pero lo está intentando. Tutti i santi giorni es la historia de una pareja de treintañeros que vive en Roma, en un barrio de clase media ubicado muy cerquita del Vaticano. Para escribir el guión, Virzì se basó en una novela de Simone Lenzi, “La generazione”, con quien coescribe la adaptación junto a Francesco Bruni. La historia refiere a una pareja que lleva algunos años de convivencia y se plantea tener niños, pero el embarazo se hace desear, lo que desencadena una crisis en la relación. El disparador es el deseo frustrado de ser padres y a partir de allí, se sucede una serie de conflictos que al parecer estaban en una especie de estado latente, como suele ocurrir. Es la excusa que encuentra el realizador para mostrar una pintura costumbrista de la sociedad italiana actual, enfocando el entorno de la pareja en cuestión, sus amigos, familiares, hábitos, gustos y expectativas, y cómo el pasado de cada uno también influye y cobra significación, ahora que las cosas no andan tan bien entre ellos. Guido (Luca Marinelli), el muchacho, es hijo de un matrimonio de intelectuales de la Toscana. Trabaja de conserje nocturno en un hotel y es un apasionado de la literatura clásica, sobre todo, la italiana, con vidas de santos y todo. Tiene un hermano que se ha ido a vivir a Estados Unidos, donde tiene un buen trabajo como asesor financiero de alto nivel. Guido no envidia la suerte de su hermano y se muestra conforme con la vida que eligió, al lado de la mujer que ama y con un trabajo que le permite leer a piacere cuanto quiere. Ella es Antonia (Federica Victoria Caiozzo), una siciliana que renegó de su familia por sentir fastidio hacia las costumbres de la camorra, y se fue a hacer una vida bohemia como cantante de baladas compuestas por ella misma en idioma inglés. Thony, su nombre artístico, convivió un tiempo con otro músico, Jimmy, tocando en bares y locales nocturnos en distintas ciudades de Europa. Guido la descubrió cuando ya se había separado de Jimmy y cantaba como solista en un local que él solía frecuentar. Apenas se conocieron, se fueron a vivir juntos, y ella consigue un trabajo estable en una agencia de automóviles de alquiler. Con seis años de convivencia, empiezan a sentir la presión del entorno y también de las propias expectativas para amoldarse todavía más a los cánones de una pareja normal y quieren formar una familia (todo el mundo sabe lo que significa la familia para los italianos). Pero las cosas no se presentarán fáciles. La pareja empieza a frecuentar consultorios médicos y se somete a estudios y tratamientos, mientras la buena onda entre ellos empieza a resquebrajarse. Para colmo, aparecen algunos fantasmas del pasado a complicar el cuadro, más otros entuertos que nunca faltan cuando uno menos los necesita. La película de Virzì es fresca, divertida y simpática. No llega a la altura de los capos del género pero se nota la buena escuela y tiene una característica que se puede reportar como virtud: no es amarga, cultiva un humor amable, sin dejar de ser crítico.