En enero de 1969, en el número 18 de la revista Marvel Super-Heroes, hacían su aparición Los Guardianes de la Galaxia, creados por Arnold Drake y dibujados por Gene Colan. Este equipo de superhéroes se desenvolvía en el siglo XXXI en una línea de tiempo alternativa del Universo Marvel denominada Tierra-691. Los miembros del equipo eran cada uno -aparentemente- el último de su especie y se dedicaban a combatir a los Badoon, una raza alienígena que intentaba conquistar el sistema solar de la Tierra. En 2008 reiniciaron el cómic formando un nuevo equipo que es el que se presenta en la pantalla grande. Peter Quill (Chris Pratt) es un aventurero espacial que de chico fue abducido de la Tierra por unos alienígenas que lo criaron y le enseñaron un oficio: buscar objetos preciados para venderlos al mejor postor. Quill (que se hace llamar Star-Lord) llega hasta un planeta y se hace de un orbe, un artefacto que en su interior posee una gema cuyo poder es inmenso y sirve para destruir planetas enteros. Peter desconoce esto y se acaba de meter en varios problemas: por un lado traicionó a su "gente" para quedarse con el botín, y por otro ese objeto es codiciado por Ronan (Lee Pace), un villano bastante peligroso que hizo un pacto con Thanos (Josh Brolin) para conseguir la esfera y destruir el planeta Xandar. Por supuesto que ponen precio por la cabeza de Quill y ahí hacen su aparición Rocket (Bradley Cooper), un mapache cazarrecompensas genéticamente alterado y su aliado fiel Groot (Vin Diesel), una especie de árbol humanoide. Además está Gamora (Zoe Saldana), una hija adoptiva de Thanos que es una perfecta asesina y busca expiar sus pecados. A este grupete se les unirá Drax el Destructor (Dave Bautista), que quiere acabar con la vida de Ronan por haber asesinado a su familia. Este dispar grupo unirá sus fuerzas. Con esta película comienza la Fase 2 del Universo Cinematográfico de Marvel: realizar filmes sobre superhéroes que finalmente se unan en un crossover. James Gunn fue el elegido para dirigirla. Más conocido por su rol de guionista, tiene en su haber un pequeño hit que es Slither - Criaturas Rastreras (Slither, 2006). Se desenvuelve cómodamente en este largometraje y sortea bastante bien el tedio que significa presentar a los personajes y sus historias. Todo el producto está bien compactado: una aventura atractiva + personajes queribles + efectos especiales tremendos + chistes acordes. Un problema que tal vez tengan que solucionar a futuro: darle más profundidad a las tramas y dejar de hacer filmes tan similares en su concepto (Léase: vacío de contenido dramático). Se vuelven repetitivos y repiten una y otra vez la fórmula con el solo objeto de recaudar. Más allá de esto, la película entretiene todo el tiempo y le da a los fanáticos lo que buscan. No se levanten de sus butacas, ya que hay una escena final tras los créditos. Vale decir que se confirmó hace pocos días que el 28 de julio de 2017 se va a estrenar la secuela. Depositen su fe tranquilos en esta película, que estos guardianes saben hacer su trabajo.
¿Qué pasaría si hubiera 12 horas para matar sin consecuencias? James DeMonaco es un guionista y director que empezó su carrera en la década del noventa. Su primer reconocimiento le llegó cuando escribió la remake Masacre en la Cárcel 13 (Assault on Precinct 13, 2005), en donde entabló una buena relación con Ethan Hawke. De hecho, el actor participó de su debut detrás de cámaras en el film El Estado de la Mafia (Staten Island, 2009). El año pasado ambos se volvieron a juntar para realizar una película pequeña que tuvo mucho éxito debido a su originalidad: La Noche de la Expiación (The Purge, 2013). El largometraje trata sobre un Estados Unidos del año 2022 en donde el país "renació". ¿Cómo? Los Nuevos Padres Fundadores bajaron los índices de criminalidad y desempleo instalando el día de la purga. Desde las 19 Hs. del 21 de marzo hasta las 7 de la mañana del 22 toda actividad criminal (robo, asesinatos, violaciones, lo que se les ocurra) es legal y no se castiga. Durante ese período los ciudadanos pueden ir a descargar su ira o blindarse en sus casas. El filme se centra en una familia que le da asilo a un extraño que es buscado por un grupo de niños ricos para matarlo, y al no entregárselo son atacados también. La familia deberá decidir si se defienden durante esas 12 horas o lo entregan y se convierten en los monstruos de los que se esconden. En esta secuela, DeMonaco deja la atmósfera asfixiante y claustrofóbica de una casa en los suburbios y traslada la acción a las calles céntricas de la ciudad para mostrarnos la locura total que se genera en ese día. El filme, situado un año después, sigue a cinco personajes: por un lado está el sargento de policía Leo Barnes (Frank Grillo), un hombre desesperado y sin nada que perder, que decide aventurarse a las calles para acabar con la vida del hombre que mató a su hijo en un accidente de tránsito y está libre por un tecnicismo. Por otro tenemos a Eva (Carmen Ejogo) y Cali (Zoë Soul), madre e hija que viven en un barrio de mala muerte y son sacadas a la fuerza de su departamento por un extraño grupo comando. Por último están Shane (Zach Gilford) y Liz (Kiele Sanchez), una pareja que está a punto de divorciarse y que quedan varados con su auto en la calle minutos antes de que comience la expiación. Todos ellos se encontrarán y se unirán en un grupo para sobrevivir como sea a todos los peligros que se les presenten. Hay que reconocerle a DeMonaco que es un tipo muy inteligente. El realizador sabía que para esta segunda parte no contaba con la frescura y espontaneidad que la había dado la trama de la primera. ¿Qué hizo? Decidió ir más allá. En La Noche de la Expiación hacía una crítica a la sociedad, en donde mostraba cómo la gente rica contaba con los recursos para protegerse a diferencia de las clases menos agraciadas. Acá, de una manera más anárquica, se centra en cómo los estadounidenses ven a la violencia. Lo favorece el cambiar de escenario y mostrar qué es lo que pasa en las calles y abrir un abanico de situaciones extremas. Hay también varios tópicos interesantes, como por ejemplo qué es lo que busca el Gobierno con ese día. O también qué hacen los pobres para beneficiarse de la purga, o la idea de que hay una semilla revolucionara que quiere acabar con el sistema. El reparto no tiene grandes nombres pero pongan el ojo en Frank Grillo, un actor que está a un paso de saltar a otra liga. Con esta película tienen una buena oportunidad para aprovechar y preguntarse qué harían ustedes en un día así: ¿serían violentos o se encerrarían a esperar? Expíen sus deseos tranquilos.
¿Ellos o nosotros? En 1963 el escritor francés Pierre Boulle publicaba la que él consideraría su peor obra: La Planète des singes (El Planeta de los Simios). Hollywood tomó nota y enseguida empezó a desarrollar la adaptación. El elegido para dirigirla fue Blake Edwards, quien llevó a Rod Serling, creador de la mítica serie La Dimensión Desconocida (The Twilight Zone, 1959-1964), para que escribiera el guión -hizo cerca de 40 borradores-. Finalmente, Michael G. Wilson sería el guionista y Franklin J. Schaffner el director, sugerido por el actor protagonista Charlton Heston. Aunque la película difiere algo de la novela, el film se convirtió en un éxito y tiene uno de los mejores finales de la historia del cine. Este hit daría lugar a cuatro secuelas y dos series de televisión (una de ellas animada). En 2001 Tim Burton quiso reinventar la saga con la remake El Planeta de los Simios, pero fue destrozada por la crítica y nos quedamos sin secuela. Una década más tarde darían en la tecla con El Planeta de los Simios: (R)Evolución, que tuvo muy buena aceptación por parte de la prensa y el público y que llevó a que tengamos hoy está muy buena segunda parte. Pasaron 10 años desde que el virus ALZ-113 acabó con casi toda la población mundial. César (Andy Serkis) se convirtió en el líder de los simios, que viven en el bosque sin preocuparse por el destino que tuvo la humanidad. Está por tener su segundo hijo con Cornelia (Judy Greer), mientras lidia con el primero, Ojos Azules (Nick Thurston), todo un "adolescente". Y es justamente él quien se topa con un grupo de humanos -los pocos que quedaron y que son inmunes- en el bosque. Lo que están buscando es poder acceder a la represa hidroeléctrica para poder generar la energía suficiente para la destruida ciudad de San Francisco, en donde se estableció un grupo importante de sobrevivientes. Malcolm (Jason Clarke), un ex arquitecto que sólo piensa en proteger a su hijo Alexander (Kodi Smit-McPhee), es quien convence a César de que le permita hacerlo y los ayude. Por supuesto que esa decisión traerá aparejado el recelo de personajes de ambos bandos que puede desencadenar en una guerra sangrienta entre las especies. Es muy difícil, ejemplos sobran, poder hacer remakes buenas de clásicos de culto. Pero más difícil es hacer secuelas que sigan a la altura, como es el caso de esta película. El encargado de esta obra es Matt Reeves, creador de Felicity y director de la sorprendente Cloverfield - Monstruo (Cloverfield, 2008). Reeves sabe lo que quiere contar y cómo hacerlo, y se nota en la puesta en escena del filme. Otro punto a favor es el paralelismo en las historias entre personajes de ambos grupos: tanto simios como humanos tienen su equivalente. Sus deseos, acciones o decisiones -por más errados o desacertados que nos parezcan- tienen su justificación y motor en el miedo al otro, lo cual hace imposible pensar en un "villano". Si bien es cierto que en el film hay más diálogo que acción, los minutos reservados para lo último se pagan con creces (atentos a la escena grandiosa en donde aparece un tanque). Hay una escena final postcréditos (sólo de audio) que nos da el pie para saber lo que se viene en la tercera parte, que sería en 2016, y que no augura nada bueno para el futuro de las dos especies. Los simios llegaron nuevamente a la pantalla grande para dar batalla. Han evolucionado y vienen dispuestos a reclamar al César, lo que es del César. Estén preparados.
Cuando más es menos Los ahora "emblemáticos" años ochenta fueron una revolución, en cuanto a dibujos animados se refiere, para todos aquellos que éramos pequeños en esa década. Sin dudas, en el Top 5 se encontraban los Transformers (1984-1987), que dominaban las tardes de 1987 por el viejo Canal 9. A diferencia de lo que pasa comúnmente, los Transformers nacieron de una línea de juguetes y después pasaron al mercado audiovisual. La compañía Hasbro fusionó los famosos productos Diaclone y Microman, de la compañía Takara, y los lanzó en 1984 al mercado estadounidense con el nombre que todos conocemos. La franquicia se extendió a historietas, películas y series animadas, videojuegos y los films que empezaron en 2007. Hasta el día de hoy, no paró de expandirse. En esta cuarta parte, pasaron cuatro años de los eventos ocurridos en Chicago, donde miles de personas murieron y la ciudad quedó destruida. Los Autobots, aunque hayan defendido a los humanos, se convirtieron en fugitivos, ya no cuentan con la simpatía de la gente y rompieron relaciones con el Gobierno. En tanto, un grupo de élite de la CIA, llamado Cementery Wind y liderado por el agente Harold Attinger (Kelsey Grammer), es quien persigue a los Decepticons para destruirlos. O eso parece, porque en realidad también caza Autobots. En realidad el agente tiene un pacto con Lockdown, un cazarecompensas transformer que tiene como objetivo capturar a Optimus Prime para llevárselo a los Creadores. Attinger, a cambio de información e inteligencia, recibirá del robot una "semilla" (artefacto que sirve para destruir y acabar con todo a su alrededor) y se la venderá a la corporación KSI, cuyo dueño Joshua Joyce (Stanley Tucci), está diseñando sus propios transformers. Por supuesto, Joyce no sabe con lo que está lidiando y todo se saldrá de control. Mientras tanto, Optimus Prime es descubierto y reparado por un pseudo inventor, llamado Cade Yeager (Mark Wahlberg), que quería venderlo como chatarra para pagar los estudios de su hija Tessa (Nicola Peltz). Esta pobre familia se verá envuelta en todo este lío y, para que el grupo de Attinger deje de perseguirlos para matarlos, ayudarán a los Autobots a evitar lo que se viene. Bastante complicado, ¿no? Es que así son las películas de Michael Bay, que parece creer que poner mucho más es mejor, y en realidad es perjudicial. Está claro que el realizador sabe filmar, dispone de mucho presupuesto, pero subestima al espectador. Abre tramas que jamás cierra, los personajes no generan empatía, recurre al uso excesivo de efectos sólo para mostrar que puede hacerlo. Bay debería prestarle más atención al guión y no hacer películas que se resuman en: explosiones + tiros + batalla + explosiones + persecuciones + momentos patrióticos + explosiones + destrucción gratuita + chistes malos y el agregado de explosiones. Merecen un aplauso por la garra y las ganas que le ponen a su trabajo: Wahlberg, Grammer y Tucci, que con poco le dan la única cuota de calidad al film. Punto a favor: hicieron un poco menos estrambóticos los diseños de los robots para que al menos sepamos quién es quién cuando no están transformados. Es anecdótico que este largometraje haya arrasado en taquilla en Estados Unidos, porque lo único que demuestra es que al público al cual está dirigido en ese país se conforma con bastante poco. Es hora de transformar esta franquicia sin pretensiones y vende pochoclos en algo noble y de calidad que le devuelva un poco de dignidad a aquellos dibujos animados que comenzaron todo. Una generación entera lo está pidiendo.
La aventura está servida Iván Drago (David Mazouz) es un niño de 10 años con mucha imaginación a quien su padre (Tom Cavanagh) intenta infructuosamente hacerlo ocupar su tiempo en algo que lo saque de su habitación. El día de su cumpleaños, sus padres lo llevan a un parque de diversiones de donde se trae una revista de historietas en cuya contratapa hay una invitación a participar en un concurso para inventar juegos de mesa. Eso capta automáticamente su atención y empieza a participar, hasta que, un año después, resulta el ganador. Su premio: un misterioso tatuaje con forma de rompecabezas. Aunque él no lo sabe, ese premio es el disparador para que su vida de un giro de 180 grados. Sus padres desaparecen misteriosamente, lo que hace que sea enviado como interno a un colegio decrépito -que se hunde lentamente en la tierra- llamado Possum. Allí conocerá a Anunciación (Megan Charpentier), una niña que vive escondida detrás de las paredes de la escuela y en donde recibirá un mensaje de su abuelo Nicolás Drago (Ed Asner), que creía estaba muerto. Poco a poco, David se enterará de que lo que le está pasando es obra del poderoso Morodian (Joseph Fiennes), dueño de la Compañía de Juegos Profundos, y antiguo discípulo de Nicolás. La intención del villano es vengarse de él y apoderarse de la ciudad que creó, Zyl, cuna de los juegos más ingeniosos. El pequeño deberá seguir la sagrada tradición de su familia y convertirse en un verdadero inventor de juegos para derrotarlo. Esta película está basada en la novela homónima de 2003, escrita por Pablo De Santis (si alguno no conoce su obra, hágase un favor y compre sus fabulosos libros). La novela está dividida en tres partes: "El Ganador del Concurso", "Zyl" y "La Compañía de los Juegos Profundos", que el filme retrata -salvo un par de cosas- fielmente. Hay dos puntos que vale remarcar para poder valorar esta película. El primero es que esta película es argentina y tiene un nivel de producción, trabajo, búsqueda y compromiso pocas veces visto (por ejemplo las locaciones que, aunque no lo crean, son todas argentinas). El segundo punto, y tal vez el más importante, es que apela a aquellas películas infantiles que tanto nos regocijaron cuando éramos niños. Es decir, "El Inventor de Juegos" no abusa de efectos especiales para recrear escenarios fantasiosos en donde cualquier cosa es posible, sino que los espectadores (los niños en este caso) pueden sentir que lo que le sucede al protagonista también lo podrían experimentar ellos. Y eso es el mayor acierto. El director Juan Pablo Buscarini es uno de los realizadores con más experiencia en cine infantil de nuestro país -Cóndor Crux (1999), El Ratón Pérez (2006), El Arca (2007)- y se nota su oficio a la hora de narrar. Un acierto es la elección del chico protagonista, David Mazouz, puro talento a la hora de actuar y que le brinda la sensibilidad necesaria al personaje. Ralph Fiennes hace un delicioso villano, bastante shakesperiano, que le calza perfecto a la historia. Hay presencia argentina con actores como Vando Villamil o Alejandro Awada, entre los más conocidos. El Inventor de Juegos es una película que no hay que dejar pasar y que los chicos no deben sino merecen ir a ver. Porque no hay nada como embarcarse en una aventura y jugar a ser el protagonista. Se lo debemos a nuestros hijos y al chico que todos llevamos dentro.
El humor incorrecto viaja al lejano oeste El "western" tiene la particularidad que es el único género inventado en Hollywood. En 1903 el director Edwin S. Porter lo inició con su corto The Great Train Robbery y tuvo su época dorada en los años cincuenta. Aunque hubo intentos de revivirlo, sobre todo en los noventa, nunca pudo volver del todo. Se hicieron westerns de terror, incluso de ciencia ficción, pero no fueron tantos los intentos de combinarlo con la comedia -la mejor, sin dudas, la genial "Locuras en el Oeste" (Blazing Saddles, 1974) de Mel Brooks-. Seth MacFarlane, el creador de la serie "Padre de Familia" (Family Guy, 1999- ), puso toda su energía en escribir, producir, actuar y dirigir un filme que combinara estas dos cosas: y no le salió del todo bien. Arizona, 1882. Albert (MacFarlane) es un criador de ovejas (sí, ovejas) bastante cobarde que no encuentra su lugaren el salvaje oeste. Para colmo, es retado a duelo y enfrente de todo el pueblo demuestra que carece de valor. Esto hace que su novia Louise (Amanda Seyfried) lo dejé y busque un mejor partido en Foy (Neil Patrick Harris), el dueño de la "bigotería". Albert decide entonces mudarse a un lugar más civilizado. Pero antes conoce a Anna (Charlize Theron), una hermosa mujer que acaba de llegar al pueblo. Ella empieza a ayudarlo para que recupere a su novia, pero lentamente se empiezan a enamorar. El problema es que Anna en realidad es la esposa de Clinch Leatherwood (Liam Neeson), el pistolero más rápido y despiadado del oeste, que llegará al pueblo buscando venganza del hombre que está saliendo con su mujer. No es fácil de digerir el humor de MacFarlane. Prueba de ello son sus series de televisión -la ya mencionada Padre de Familia, American Dad! y The Cleveland Show- o Ted, que fue su debut como director. Irreverente, políticamente incorrecto, verborrágico, con una predilección por el humor escatológico y los chistes racistas, puede resultar bastante ofensivo si se lo toma en serio. Uno espera eso de él, y eso es justamente lo que viene en detrimento de esta película: tenemos a un MacFarlane demasiado lavado y cuidado. Hay chispazos, destellos, pequeñas dosis de su sello distintivo, pero pareciera que se cuida mucho en la pantalla grande de darnos lo que esperamos de él. Tal vez porque necesita que la gente vaya a verla; por condicionamientos de los estudios o vaya uno a saber por qué, pero lo cierto es que nos quedamos con ganas de más. De todas maneras lo que más hace ruido es este tipo de humor puesto en un western, se hace una mezcla rara que no llega a funcionar del todo nunca. Del elenco no se puede decir nada: Charlize Theron y Liam Neeson ponen todo su talento actoral al servicio del filme y sobresalen ampliamente. Neil Patrick Harris, Giovanni Ribisi y Sarah Silverman (en un hilarante rol de una prostituta que quiere "guardarse" para su matrimonio y no tener sexo con su novio), son personajes secundarios que tienen sus momentos justos. La sensación también es que le sobran 20 minutos a la película. Atentos con algunas apariciones especiales y no se levanten enseguida de la butaca: hay una pequeña escena final después de los títulos. No caben dudas de que la película le sacará al espectador más de una carcajada y hasta alguna risa violenta. Pero MacFarlane tendría que darle gracias a Dios de que John Wayne esté muerto porque, si "El Duque" viviera, seguramente lo retaría a un duelo por faltarle el respeto al western de esta pobre manera.
El tiempo es mutante Desde que la industria cinematográfica se erigió como tal, siempre encontró en el Noveno Arte (el cómic) variadas e interesantes historias para adaptar. Si bien Superman (1978) dio el puntapié inicial para que las historietas sean llevadas seriamente al cine, el Batman (1989) de Tim Burton creo la ola gigante que hoy nos bañas con muchos -y cada vez más- filmes de superhéroes. Entre los pioneros de esta moda estuvo el director Bryan Singer, que venía de realizar Los Sospechosos de Siempre (1995) y El Aprendiz (1998). Recomendación: si no las vieron, corran a hacerlo. En el año 2000 Singer se decidió a llevar a la pantalla a los X-Men, un grupo de superhéroes mutantes creados para Marvel por Stan Lee y Jack Kirby en 1963. Hay que recordar que en nuestro país no contaban con la popularidad de otros personajes (Superman, El Hombre Araña, Batman), pero 14 años después se erigieron como favoritos de los espectadores. Es por esto que X-Men: Días del Futuro Pasado, séptimo film de la saga, es uno de los tanques más esperados por los fanáticos. Y, para ser sinceros, estamos ante el mejor film de la franquicia. La película se basa (con varios cambios significativos) en el cómic homónimo escrito por Chris Claremont y dibujado por John Byrne en 1981. En el futuro unos robots llamados Centinelas encarcelaron en campos de concentración a los mutantes y a los humanos que intentaron ayudarlos. Todos aquellos que se resistieron fueron asesinados, incluso los humanos poseedores del gen mutante para que no tengan descendientes. Sólo un pequeño grupo de mutantes sobrevive, escapando de un enemigo que es imbatible. La única chance que tienen es tratar de viajar al pasado para cambiar el curso de los acontecimientos. Kitty Pride (Ellen Page) usará sus poderes para enviar la conciencia de Wolverine (Hugh Jackman) a su cuerpo de 1973. El mutante deberá evitar un hecho puntual que desencadenará este sombrío futuro, y para eso deberá pedir la ayuda de los jóvenes Charles Xavier (James McAvoy) y Magneto (Michael Fassbender). El principal atractivo que tiene este filme, sin ninguna duda, es la chance de poder ver a todos los mutantes (o actores) que aparecieron en la saga: Patrick Stewart (Charles Xavier), Ian McKellen (Magneto), Halle Berry (Tormenta), Shawn Ashmore (Iceman), Anna Paquin (Rogue), Daniel Cudmore (Coloso), más los que habían aparecido en X-Men: Primera Generación (2011) como Jennifer Lawrence (Mystique), Nicholas Hoult (Bestia) y Lucas Till (Havok), entre otros. Y también podrán ver nuevos personajes, pero es mejor que se sorprendan. El villano en esta ocasión es Bolivar Trask (Peter Dinklage), inventor de los Centinelas, que en las historietas no es un enano como en el film. Esto no es casual, ya que el punto del filme es el odio y resentimiento hacia el diferente. Trask es un enano, alguien que no encaja en lo "normal" de la sociedad, y es él quien pregona que el mutante es un enemigo al cual hay que extirpar, otros seres "anormales". Otro gran punto del film es que está película trata de borrar los errores que dejaron las anteriores, o explicar algunas cosas que quedaron en el tintero, -no todas, aclaremos- para que la saga tome un nuevo impulso. Atentos con las apariciones especiales y, por supuesto, quédense hasta el final de los títulos para ver una escena que es el punto de partida de la ya anunciada X-Men: Apocalypse (2016). Será difícil superar este filme, pero los mutantes son la evolución del ser humano y todo lo pueden lograr.
Cuando el amor se toma un respiro Lucía (Celeste Cid) y Manuel (Leonardo Sbaraglia) están casados, tienen un hijo de 7 años y un buen pasar económico. Ambos son arquitectos, aunque ella sólo se dedica a ser ama de casa y criar al nene. Pero su relación no atraviesa el mejor momento: no logran conectar, el sexo es inexistente y el nene está en una etapa problemática, claramente afectado por lo que lo rodea. Para colmo acaban de comprar un caserón en la provincia bastante destruido (como su matrimonio) con la intención de arreglarlo y mudarse a vivir allí. Venden el departamento en donde están y mientras se hacen los arreglos del nuevo hogar se trasladan a la casa de la mamá de Lucía (interpretada por la cantante Fabiana Cantilo), lo cual acrecienta el malestar entre ellos. El ambiente "hippie" que se respira en lo de su suegra ahoga a Manuel y es por esto que él decide mudarse al departamento de sus padres, que se encuentran de viaje. Poco a poco este distanciamiento empieza a separarlos más de lo que ya estaban y el odio y la agresión hacia el otro irán en aumento. No estamos aquí ante una película triste, amarga o de golpes bajos. Aire libre es un film duro, que va directo al núcleo del problema, mostrando descarnadamente lo que quiere decir. Lucía y Manuel son una pareja que perdió el rumbo, el sentido, el porqué de haberse elegido. Manuel todavía es el que busca el contacto, el que apela a los últimos chispazos de revivir lo poco que tienen, pero lo hace mediante el sexo y es rechazado, casi de forma violenta. Todos lo sabemos: el sexo no sirve como terapia para reconstruir algo. Lucía pone todas sus energías en la remodelación del nuevo hogar, como si eso fuera a salvar su matrimonio. Y sin mediar palabra ambos aceptan esta separación de hecho y cada uno va elaborando su camino fuera del otro. Manuel encuentra una familia cariñosa y que le presta atención, la esposa e hijos de un trabajador de la empresa del padre que se accidentó y está en el hospital. Él se hace cargo de los papeles del seguro y atender sus necesidades, y a cambio recibe la contención y tranquilidad que no encuentra en los suyos. Lucía por su parte vuelve a ser "hija" en su hogar maternal, a vivir la adolescencia nuevamente. Además el salir con su hermano y sus amigos la hace sentirse libre y deseada nuevamente, y la ayuda a apartarse de todos los problemas. Ahora cuando se juntan cada uno empieza lentamente a herir al otro, a poner el ojo en las diferencias, y comienzan las acciones sin sentido que lastiman y acrecientan el odio. Un odio que puede acabar de la peor manera. La directora Anahí Berneri (Un Año sin Amor, 2004) elige contar algo muy pesado y complejo tal vez no de la forma más dinámica. Y esto es lo que afecta más a la película: sus largos silencios, lo que se intenta decir sólo con imágenes, lo que se infiere. Nadie dice que al espectador hay que darle todo deglutido, pero sí de forma menos introspectiva. Tanto Sbaraglia como Cid están a la perfección en sus papeles, traspasando la pantalla con sus emociones y sentimientos. Sorprendente también es el buen desempeño de la cantante Fabiana Cantilo -su debut en el cine- y del nene Máximo Silva, muy natural en su actuación. Con seguridad no hay espectador que no vaya a sentirse identificado, al menos en alguna escena, con alguna situación que haya pasado con algún amor pasado o actual. De una cosa estén seguros, después de ver esta película van a necesitar tomar bastante aire. Y mucho.
La metáfora nuclear En 1954 hacía su presentación una de las criaturas más emblemáticas de la cultura japonesa: Gojira o Godzilla, como se la conoció mundialmente. El reptil gigante verde además inauguraba un nuevo género, el kaiju, que agrupaba a todos los filmes de "monstruos gigantes". Godzilla era un dinosaurio enorme, genéticamente alterado gracias a las pruebas atómicas realizadas por los norteamericanos en el Pacífico, que amenazaba con destruir Japón. Más allá de lo banal que parezca la trama, el filme se tomaba en serio su argumento y su director, Ishirô Honda, lo presentaba como una metáfora sobre el ataque nuclear que había sufrido su pueblo en 1945. Lo cierto es que este muñeco de goma aplasta maquetas (que moría al final del largometraje) dio lugar a más de 30 películas -incluyendo las extranjeras-, cómics, dibujos animados, videojuegos y hasta se ganó una estrella en el Paseo de la Fama en su 50 aniversario. Dieciséis años después del fallido intento del director Roland Emmerich por hacer una película digna del dinosaurio, Hollywood se da otra chance y revive al personaje para alegría de los espectadores. La historia se sitúa en 1999. Joe Brody (Bryan Cranston) es un físico nuclear que vive con su esposa Sandra (Juliette Binoche) y su hijo Ford en Japón. Ambos trabajan en la planta nuclear de Janjira, en donde Joe ha empezado a notar fluctuaciones peligrosas en el terreno que ponen en riesgo el lugar. Estas mediciones se traducen en un violento sismo en donde su mujer pierde la vida y todo el personal y los habitantes de la zona son evacuados por el riesgo de la radiación. Quince años más tarde, el pequeño Ford se convirtió en soldado (Aaron Taylor-Johnson) y vive junto a su pequeño hijo y su esposa Elle (Elizabeth Olsen) en San Francisco. Recién llegado a su hogar debe partir a Japón a sacar a su padre de la cárcel, quien fue arrestado por tratar de entrar a la zona de cuarentena para tratar de averiguar qué pasó realmente. Padre e hijo logran infiltrarse en el lugar y descubren que una organización mantuvo en secreto la existencia de una criatura prehistórica que se alimenta de radiación a la que denominan Oteni (Organismo Terrestre No Identificado), y que se mantuvo en una especie de hibernación. En ese momento, los sensores vuelven a registrar las mismas mediciones y, aunque intentan destruirla, la criatura escapa destruyendo todo. Pronto caerán en la cuenta que esas "fluctuaciones" son el llamado del macho de la especie y que su objetivo es aparearse y alimentarse de toda la radiación que puedan, lo que pone en peligro las ciudades. Pero hay algo que puede llegar a marcar la diferencia y acabar con este peligro, una criatura que intentó ser aniquilada infructuosamente hace 50 años y que se erige como la salvación: Godzilla. El director elegido para este relanzamiento fue Gareth Edwards, que tiene como antecedente la interesante Monsters (2010), y hay que decir que cumple con creces. Edwards opta por no darle tanta pantalla al gigante, lo que hace que el espectador llegue más que ansioso a la batalla final. La elección de planos, las tomas abiertas, el sonido ensordecer de las criaturas, las escenas de su paso destructor, ayudan a la magnificencia que nos quiere mostrar: fuerzas devastadoras de la naturaleza incontrolables. Pero además, el realizador no se regodea en la destrucción (y damos gracias por eso) de "romper ciudades porque sí" a la que tan acostumbrados nos tienen últimamente. Tal vez, por marcar algo, se podría decir que el paralelismo entre el personaje de Taylor-Johnson y Godzilla para tener un héroe humano es un poco forzado, y que algunas pequeños detalles del guión no son lo suficientemente claros, pero eso no impide disfrutar de un filme enorme, pensado, que lleva al espectador en subida por un montaña rusa de emoción hasta llegar a la terrible y ansiada bajada que logra la esperada satisfacción. Un gran reparto, una historia muy buena (con mensaje sobre los peligros nucleares) y un personaje emblemático que retorna a la gran pantalla de la mejor manera posible.