“Traigan el porro”, de Denny Brechner Por Marcela Gamberini Una misión es dada a unos personajes que, desde el inicio, se comportan como verdaderos antihéroes. ¿Quién sería entonces el Héroe, según ese viejo modelo aún vigente a la hora de conformar la narrativa de los géneros populares, en esta película uruguaya? Indudablemente la presencia en el filme de Pepe Mujica, lo reconfirma inmediatamente como uno de los personajes más afables, simpáticos y sencillos no solo del universo ficticio que trabaja la película, sino de todo el Universo. Será el jefe de la banda que lidere la misión que emprenderá viaje hacia EEUU. Este hombre que ha sido ex guerrillero, ex preso y ahora ex presidente; se muestra como un actor poco dotado pero terriblemente carismático. Uruguay ha decretado la ley de acceso a la marihuana, el problema surge cuando escasean las plantaciones y el negocio – legal y licito- de la venta del cannabis para uso medicinal y/o recreativo se ve afectado. Una misión formada por un joven farmacéutico, su madre y un policía uruguayo viajan a EEUU a fin de convencer a alguien, a cualquiera, del traslado de algunos kilos de cannabis desde el país del Norte hasta nuestro país vecino. Innumerables gags se suceden uno tras otros, algunos desopilantes otros no tanto. La película va formándose con fragmentos de documentales, con reuniones, con festivales, con agentes de policía todos ellos falsos, ficcionalizados. En este caso la ficción aparece como soporte de un género como la comedia, donde sus principales materiales han sido falseados. Sin embargo, quien esto escribe cree que hay algo más detrás de esta comedia popular, algo que puede visionarse como un gesto político que se dispara en varias direcciones. Es, en principio un homenaje a ese ex presidente único en el continente; también es una sátira sobre el mundo violento del narcotráfico y sobre la imposibilidad de ver en el cannabis algo recreativo y medicinal. La comedia siempre pone en escena tensiones que pueden ser sociales, económicas, afectivas, culturales. Un género que desde su origen visualiza conflictos más allá del puro entretenimiento. Por ejemplo, la secuencia en la que en una ciudad de EEUU, todos los trabajadores de la calle, disfrazados de personajes de reconocidos dibujos animados, son latinos. Acá, hay, inevitablemente una mirada política sobre la situación de los inmigrantes en el país del Norte. La comedia, un género popular que aun, degradado o subvertido, subsiste como uno de los modos de la resistencia a la cultura hegemónica. TRAIGAN EL PORRO Traigan el porro. Uruguay, 2017. Dirección y guión: Denny Brechner. Intérpretes: Denny Brechner, Talma Friedler, Gustavo Olmos, José “Pepe” Mujica, e Ignacio Roqueta. Fotografía: Alfonso Guerrero y Marcos Hecht. Edición: Duane Ríos. Distribuidora: Cinemark Argentina. Duración: 75 minutos.
“24 cuadros”, de Abbas Kiarostami Por Marcela Gamberini Como si fuera necesario, Abbas Kiarostami con 24 frames -su obra póstuma- se reconfirma no solo como uno de los grandes cineastas de nuestro tiempo sino como un teórico de la imagen; de esos que se permiten apostar más allá de lo puramente cinematográfico. Veinticuatro tomas en principio fotográficas registradas por el mismo director durante algunos años, intervenidas todas y sin excepción digitalmente, responden a infinidad de interrogantes acerca de la naturaleza de las imágenes, de la incidencia del orden sonoro, de la pertinencia de los encuadres, de la poeticidad de aquello que vemos, de la irrupción del orden digital en el cine. Qué sucede antes o después del momento de registro de una fotografía quizá sea la pregunta disparadora que se hace el maestro iraní, pero lo cierto es que la visión de la película nos interpela (en el más amplio y positivo sentido de esta palabra tan ajada) y a la vez dispara como una ametralladora bella y silenciosa, demasiados interrogantes. Sin duda, la última película que el maestro no llegó a ver sea una deliberada posibilidad de rever toda su obra desde otras concepciones. 24 frames no es solo el “testamento” de Kiarostami es también su manifiesto más agudo, más inteligente que cuestiona el pasado, el presente y el futuro de las imágenes en su totalidad. No es una película, es un ensayo poético que interroga la ontología de las imágenes. Esa sucesión de imágenes y sonidos apela a otro tipo de a otro tipo de percepción; más sensorial, más tangible; es una cadena sonora que mistura música con sonidos de la naturaleza proponiendo la importancia y la relevancia del registro sonoro en el cine. En definitiva, como los grandes maestros de nuestro tiempo, Kiarostami no deja de hacerse la pregunta acerca de cómo, desde dónde, con qué sentido se puede representar la realidad. Lo interesante es que el maestro no responde, solo con cada una de esas veinticuatro imágenes se pueden entrever sus preocupaciones acerca de la entidad de las imágenes en la actualidad, sobre aquello que se ha perdido, sobre la naturaleza de lo que viene. El título de la película reviste cierta ambigüedad, explícita, consciente; “frame” es un fotograma, pero también es un “marco” y es además un término muy usado en la informática. De ahí que ya desde el titulo se apela a la confluencia de varios espacios; el cinematográfico (esos 24 cuadros por segundo que sugieren la ilusión de movimiento), el de la tecnología (como aquello que se puede “hacer” con las imágenes que han perdido su referente) y el de la pintura (como estatuto de la obra de arte). 24 frames propone un dialogo no solo de espacios artísticos como el cine y la pintura, sino de tradiciones como la hollywoodense y la experimental, como la que dio origen el cine –la fotográfica- y la influencia de la digitalización de las imágenes. Una obra que dialoga consigo misma y dialoga con los espectadores proponiéndoles interrogantes que no se responden, solo se sugieren. Esos árboles, esa nieve, esas ventanas abiertas, esos animales, esas pocas personas que aparecen, ese sonido del viento, esa chica que se queda dormida frente a una computadora se alinean en un orden estético y no narrativo, de ahí deviene la capacidad de esperar y pensar en la secuencia que viene. Imágenes que se suceden y la curiosidad de un maestro que nos deja, como legado, no sólo un corpus de películas extraordinarias sino 24 frames, donde expone un mundo donde las certezas han perdido su relevancia. 24 FRAMES 24 Frames. Irán/Francia, 2017. Dirección: Abbas Kiarostami. Sonido: Ensiyeh Maleki. Distribuidora: 996films. Duración: 114 minutos.
AÑOS LUZ por Marcela Gamberini - Críticas 17 Ago, 2018 03:16 | Sin comentarios El tercer film de Abramovich confirma su talento para componer retratos. Compartir en Tumblr LA MIRADA DE MARTEL ¿Cómo empezar a escribir sin que vengan a la memoria las voces – todas las voces- de Lucrecia Martel acompañando, en una consonan
“Ata tu arado a una estrella”, de Carmen Guarini Por Marcela Gamberini En la apertura de este documental que no deja de ser un gran homenaje al maestro, aparece la palabra “utopía” mientras llega un auto a un pueblo y escuchamos rebotar en el aire cierta música popular. Un hombre barbudo, ya icónico, ya mítico, cierra una casa; sus ventanas, sus puertas; se va de viaje y mientras hace estos menesteres, no deja de hablar, verborrágico, amable, certero, inteligente, pasional. Ese hombre es Fernando Birri. Y este documental es de una estructura formal y narrativa más que compleja. Carmen Guarini, gran documentalista argentina, encara en 1997 una aventura: acompañar a Birri en sus viajes desde Rincón – Santa Fé- desde donde salen hasta La Higuera, pasando por Montevideo. El objetivo de Birri en ese momento fue encarar un proyecto donde se desplegaran las distintas acepciones del concepto Utopía y a la vez trabajar alrededor de la fértil pregunta por la incidencia y vigencia del Che Guevara. Guarini lo acompaña con su cámara, con su cuerpo, con su voz, de manera íntima y a la vez pública. Filma un diario de viajes, una bitácora entrañable que diseña el recorrido del pensamiento de un maestro único. De esta manera, Ata tu arado a una estrella es un triple o cuádruple documental, un juego de espejos donde dos documentalistas, el maestro y su alumna se filman en reflejo. Guarini logra una complejidad interesante; un diario de viajes, una biografía del maestro, un recorrido por su filmografía; y a la vez reproduce fragmentos históricos de la llegada de Birri a la Escuela de Cine de Tres Mundos – en La Habana, con la presencia del Che- o bien actualiza la estadía de Birri en la Escuela de Cine Experimental de Roma. Documentos tras documentos, filmaciones tras filmaciones, voces y cuerpos reflejados al infinito, porque también Ata tu arado es el fuera de campo del documental de Birri, donde intelectuales argentinos, como Galeano, Sábato o Ferrari y agricultores, trabajadores, exponen sus ideas acerca de la utopía y la figura del Che. El buen trabajo del montaje es una de las maneras sutiles que tienen tanto Birri como Guarini de borrar las diferencias entre intelectuales y trabajadores de la tierra. Sus opiniones son coherentes y a la ve necesarias. El mismo Birri es un ejemplo. Un verdadero pensador no solo acerca del cine, sino del presente, del pasado, de la historia, de la cotidianeidad. La mirada de Guarini lo capta también en momentos más íntimos, comidas con amigos, regadas de vino y de ideología. De estas secuencias es fantástica aquella donde Birri imagina o fantasea, irónicamente y de un modo más que gracioso, su muerte y su funeral. Cuando Guarini lo visita en el presente, ya viejito, el simpático Birri le muestra un muñeco con forma de fantasma que baila. La muerte, asociada a la idea del fantasma aparece varias veces en el documental como una de las formas de desaparecer y a la vez estar en el mundo. Finalmente, además del juego de cajas chinas que es el documental (o los documentales) es el pensamiento de un hombre que es una usina de ideas y de interrogantes, que son del cine pero también de la vida. Los conceptos de lo poético asociados a lo político y finalmente a la resistencia nos devuelven la mirada sobre un presente que debería tener más consideración sobre estos conceptos. Es evidente la vigencia de la mirada de Birri sobre el Mundo. Carmen Guarini logra por momentos, de forma alternada; espiar al maestro, interrogarlo, enseñarle, acompañarlo pero nunca olvida homenajearlo poniendo en escena la filosofía, el sentido del humor y la inteligencia de Fernando Birri que finalmente, sobre el final de su vida sospecha – no sin certezas- que en las utopías, como en los sueños, importa el trayecto no solo el punto de llegada y a la vez son el espacio del cual podemos y debemos apropiarnos. ATA TU ARADO A UNA ESTRELLA Ata tu arado a una estrella. Argentina, 1997-2017. Edición, guión y dirección: Carmen Guarini. Fotografía: Martín Gamaler. Sonido y música: Gustavo Pomeranec. Duración: 84 minutos.
CASA PROPIA por Marcela Gamberini - Críticas 25 Jul, 2018 08:28 | Sin comentarios La película menos seductora de Ruiz es quizás la más arriesgada de su carrera. Compartir en Tumblr
MIRÓ, LAS HUELLAS DEL OLVIDO por Marcela Gamberini - Críticas 17 Jul, 2018 06:40 | Sin comentarios El nuevo film de Franca González la confirma como una de las voces narrativas más interesantes del panorama actual del documental vernáculo. Compartir en Tumblr LA CÁMARA QUE CUENTA
El amante doble, de François Ozon Por Marcela Gamberini En el comienzo una exploración vaginal se transforma en un ojo. La aparente complejidad de esta escena se vuelve un patrón de construcción en la estructura de la película. La duplicidad, los espejos, el sexo, los dolores, los cuerpos, las pantallas divididas magnifican los demasiados temas que Ozon pretende abordar. Todos estos temas están atravesados por el “engaño”. Nada de lo que parece ser en la película de Ozon lo es realmente y no es precisamente un procedimiento beneficioso en este caso sino todo lo contrario. El engaño es el de Ozon que se nos planta a nosotros los espectadores con una película que es un fraude en sí misma, es una construcción demasiado artificial sobre conceptos trabajados de manera liviana, irresponsable. Una mujer traumada, un par de gemelos que la seducen y en el medio todo un maremágnum de conceptos psicológicos y psiquiátricos que parecen abordados a partir de la lectura de manuales básicos. Y a partir de esa mirada demasiado básica, demasiado primaria, los materiales se vuelven perversos. Pero perversos de una perversión mal pensada, mal planteada. Esa perversión que confunde la moral con la ética, que hinca sus dientes en el cuerpo de esa mujer un poco débil, un poco neurótica. Lejos muy lejos queda el Cronemberg al que la película pareciera acercarse peligrosamente, esa obra maestra que fue Pacto de amor trabajaba a partir de la fuerza y de la sutileza de unos materiales nobles a los que el verdadero “autor” Cronenberg se acercaba con demasiada inteligencia, buen tino y una cantidad de cine inconmensurable. Resulta así que nada más alejado de los conflictos que transitan los gemelos cronenberianos que las naderías espejadas a las que se enfrenta el trío de Ozon. Francoise Ozon se forjo una fama de “autor” en algún momento de su carrera, pero rápidamente sus películas se volvieron enrevesadas, extrañas, falsamente psicológicas, a caballito del triller y del erotismo, esas películas que sobrevuelan conceptos vagos sobre la mujer, sobre el deseo, sobre el sexo. Hay algo de este cine de Ozon que suena anticuado, como si fuera un cine de otra época que de algún modo escamotea la realidad, el presente, el contexto y se instala en una zona donde la perversión, el trauma, la complejidad de la puesta, la mezcla de los planos de realidad y ficción alejan al espectador de cierta necesidad, de cierta urgencia que reclama un cine más contemporáneo. Tal vez, es necesario seguir pensando esta hipótesis, el cine que últimamente viene de Europa y que muchos festivales legitiman (quizá apegados a viejos preceptos) se acerca peligrosamente a un cine anquilosado, un cine adherido a guiones rígidos con puestas que en su supuesta y mentirosa modernidad no hacen otra cosa que producir y realizar películas severas, que no pueden respirar, que no tienen aire, que trabajan temas “importantes” pasados por la licuadora de los manuales de uso. Esas que de tan sofisticadas se vuelven vacías, y lo que es mucho peor engañosas. Sucede esto con por ejemplo las últimas películas de Hanecke, de Lanthimos, de Sorrentino, de Dolan entre los más “exitosos”. Por suerte aún queda por ahí algún Garrel, alguna Varda y no poco más en Europa que intenta equilibrar un cine más honesto, más sincero, más fiel a sí mismo, más pendiente de un presente renovado. EL AMANTE DOBLE L’Amant Double. Francia/Bélgica, 2017. Dirección y Guión: François Ozon. Intérpretes: Marine Vacth, Jérémie Renier, Jacqueline Bisset, Myriam Boyer, Dominique Reymond, Fanny Sage, Jean-Édouard Bodziak, Antoine de La Morinerie, Jean-Paul Muel, Keisley Gauthier. Producción: Eric Altmayer y Nicolas Altmayer. Distribuidora: SBP Worldwide. Duración: 107 minutos.
Malambo, un hombre bueno de Santiago Loza Por Marcela Gamberini Un barco estancado en el medio del agua. Un rabioso blanco y negro. Una voz en off. Un hombre que baila malambo frente a un pequeño auditorio. El comienzo de la última película del prolífico Santiago Loza remarca las coordenadas que construyen la columna vertebral de su cine: la sencillez en la puesta, la poeticidad de lo narrado, los viajes como recorridos de los ciclos vitales, los cuerpos pensados como soporte y a la vez como transformación, la clase con aquello que contiene y es contenido. En el caso de Malambo…, Gaspar es ese hombre bueno que confronta sus debilidades con su deseo; que tensiona un cuerpo dolorido a fuerza de trabajo constante; un hombre que finalmente se reconcilia con él mismo en primer lugar y finalmente con el mundo. Gaspar, invadido por fantasmas (propios y ajenos) necesita volver al malambo; esa carrera que abandonó hace años en una competencia donde fue vencido por otro hombre que recurrentemente se le aparece en pesadillas. Esos sueños son las únicas imágenes que se tiñen de colores, colores apagados, colores contrastantes, como el color de los sueños. El cuerpo de Gaspar ya no es el mismo, su cabeza tampoco, parece ahora un Cristo popular, sin embargo su deseo renace y se torna en un desafío que vencerá a fuerza de entrenamiento duro, de esconder sus dolores y también de alterar sus ideas acerca de la vida en general y del baile en particular. Contada como un cuento ancestral donde el héroe supera las adversidades, la estructura narrativa se apoya en una voz en off, la del mismo Loza, que aporta la preciosa cuota tan íntima y personal de su cine: la poeticidad y ligada a ésta la ética que siempre Loza trabaja con delicadeza y a la vez con precisión. Esta estructura se plantea en forma de pequeños capítulos que titulan el esqueleto de la película. Nuestro héroe es un hombre común, que además pertenece a una clase donde se comparte habitación con otro joven, diferente, con otras expectativas; nuestro héroe es a la vez alumno y docente de malambo y esa reciprocidad lo hace más vulnerable, más sensible. En el trayecto que le lleva alcanzar su objetivo se encontrará con su contrincante, aquel que lo dejo afuera de la carrera en el pasado. Este hombre (también común, también bueno) lo ayudará a entrenar y además le hará entender que es necesario superar algunos traumas, algunas miserias; su abuela moribunda le dará su bendición; sus pequeños alumnos lo ven como un verdadero maestro. A partir de estos gestos Gaspar entiende que la redención es posible, que el enemigo suele ser casi siempre uno mismo y así, no sin dolor, allana un poco los ripios del camino hacia los propios sueños y hacia la construcción de su subjetividad. Ese cuerpo de Gaspar, doliente y doloroso; es también el cuerpo de una clase que no cede, que no traiciona su ética, que baila al compás de ese martilleo de tambores, de esa música que es interna y externa, de esos zapateos con los pies desnudos. Malambose ubica en un espacio de tensión entre la dureza del cuerpo y la sutileza de la poesía; entre el candor de los alumnos pequeños y el rigor de los hombres duros que bailan y practican; entre las marcas y heridas del propio yo y los dolores del físico; entre el deporte y el espectáculo que entraña el malambo. Malambo termina allí donde empieza, en el mismo lugar, en la soledad del mar, en el interior del barco: los hombres que repetimos cíclicamente la historia no sólo de nosotros mismos sino de la clase a la que pertenecemos. Nosotros, como Gaspar, somos los sobrevivientes de una época que deja marcas, huellas y dolores y eternamente las seguirá dejando. MALAMBO, UN HOMBRE BUENO Malambo: El hombre bueno. Argentina, 2018. Guión y dirección: Santiago Loza. Elenco: Gaspar Jofre, Fernando Muñoz, Nubecita Vargas, Pablo Lugones, Gabriela Pastor y Carlos Defeo. Fotografía: Iván Fund y Eduardo Crespo. Música: Zypce. Edición: Lorena Moriconi. Sonido: Nahuel Palenque y Guido Deniro. Diseño de producción: Adrián Suárez. Duración: 71 minutos.
Proyecto Florida, de Sean Baker Por Marcela Gamberini - 28 marzo, 2018 Compartir Facebook Twitter The Florida proyect es sin dudas una de las películas del año. Sean Baker lo hizo de nuevo, después de su desoladora y a la vez brillante Tangerine vuelve esta vez con algunas de sus obsesiones. Una paleta de brillantes colores, unos niños más que encantadores, un complejo vacacional, un ir y venir de puertas que se cierran y se abren, helados que se derriten al ritmo vertiginoso de esos niños que recorren la pantalla de punta a punta. La melancolía y la angustia, el peso específico de la moral estadounidense, la fuerza de la ley sopesan la ética de unos personajes que casi vencidos, enfrentan la vida aferrándose a valores infrecuentes. La madre o las madres sin padres soportan como pueden el peso del contexto que margina a aquellos que no forman parte del sistema. Los extranjeros, los marginales, los solos aquellos que bordean el mágico mundo de Disney donde la fantasía y la idiosincrasia americana brilla con todo su esplendor y no deja de ser en el fondo un fuera de campo acartonado, lleno de brillantina y a la vez expulsivo. Tal vez lo más relevante de una película que nunca pierde la armonía y la cadencia del buen contar (lo mismo sucedía con Tangerine) es que Baker combina sutilmente el comentario político, social y económico con la brillantez y la inocencia de una puesta en escena que acomoda los saberes inteligentemente en cada uno de sus planos. La cámara es la protagonista esencial, es aquella que registra (término que Baker maneja a la perfección) los andares vacilantes de la infancia, los vaivenes de los adultos que miran desde arriba y espían desde abajo, los recorridos de esa madre y de esa hija que no son solo espaciales sino emocionales. El espacio es otra de las grandes preocupaciones del director y recorrerlo en su extensión es la meta de esa pandilla comandada por la fresca y simpática Moone – en una actuación maravillosa de Brooklynn Prince- . Esa pandilla hace del mundo de la fantasía un mundo habitable, al menos por el rato corto, cortísimo que dura la infancia. Ese edificio del condominio, pintado y vuelto a pintar, cubiertas sus manchas de humedad es el espacio que resguarda a esa madres, a esa mujeres que mal o bien se ocupan de sus niños. El edificio los sostiene y los contiene, con sus escaleras que conectan el arriba con el abajo que no alude esta vez a una cuestión de clase. Alli, en ese espacio son todos parecidos, en sus miserias y en sus alegrías, en sus bellezas y en sus espontaneidades. Cada plano de Baker tiene la información necesaria, precisa en su estecisimo y certera en su ética. Los adultos que rodean a los niños sienten en su propio cuerpo, tatuado, envejecido, camuflado la devastación de una crisis que aún no tiene fin. La crisis es económica pero también es social y su revés de trama es la crisis personal de esos personajes sin rumbo que con solo cruzar la calle se enfrentan con la desigualdad de clase; de este lado los olvidados, los marginados, las madres adolescentes, la abuelas adoptando a sus nietas, los viejos sin rumbo, los negros, los solitarios y de aquel lado una clase social que disfruta de sus vacaciones en Florida y que se fotografían en Disney con sus familias de portaretrato y sus niños rubios. La desigualdad es apabullante, pero la mano de Baker la pinta con la sutileza precisa para no hacer sufrir al espectador innecesariamente. La falta de padres de alguna manera es asumida por ese gran padre que es el gerente de ese condominio puesto en la piel ajada del magnífico Willem Dafoe; padre de los chicos pero también padre de esas madres casi adolescentes. Es él que controla el condominio pero también es aquel que no puede echar a los flamencos, solo los incita a irse; tal como hace con la mamá de Monne. La mirada de Baker, como sucedía en Tangerine está teñida de cierto documentalismo. La espontaneidad de las escenas, el concepto sonoro directo, la cámara en constante movimiento, los personajes vivos, llenos de energía y de sinceridad, la palpable cotidianeidad. Documentar la realidad es de alguna manera uno de los objetivos de Baker, hacerlo con inteligencia, con sensibilidad, con belleza, con libertad es una virtud de este director que se vislumbra como uno de los grandes de la contemporaneidad. PROYECTO FLORIDA The Florida Project. Estados Unidos, 2017. Dirección: Sean Baker. Intérpretes: Brooklynn Prince, Willem Dafoe, Bria Vinaite, Caleb Landry Jones, Mela Murder, Valeria Cotto, Christopher Rivera, Macon Blair, Sandy Kane, Karren Karagulian y Lauren O’Quinn. Guion: Sean Baker y Chris Bergoch. Fotografía: Alexis Zabé. Música: Lorne Balfe. Distribuidora: Diamond Films. Duración: 115 minutos.
Mujer y marido, de Simone Godano Por Marcela Gamberini En el comienzo, Sofía y Andrea están en crisis después de diez años de matrimonio. ¿Cuántas veces vimos esta escena inicial en cine? ¿Cuántas veces nos resulta atrapante, intrigante, seductora? Solo tal vez un buen director pueda contar esta historia mil veces contada, reorganizar sus materiales, operar sobre las formas y resignificar el contenido. No es el caso de Mujer y marido de Simone Godano que, además de proponer un tema universal sin particularizarlo ni siquiera puede ubicar la película en un género preciso. De la comedia romántica hacia una ciencia ficción extraña, la película no tiene rumbo. La narrativa está a la deriva desde el momento en que esos dos personajes salen de la sesión de terapia de pareja y toman cada uno caminos distintos, la película también. La deriva es notable y no solo afecta al modo en que la película está contada sino a sus personajes, a la historia de cada uno de ellos, a la historia familiar. Tal vez Marido y mujer sea una especie de “metáfora” acerca de la vida en pareja. Conocer la “cabeza” del otro es entenderlo. Nada más a contrapelo que las teorías más actuales, mas interesantes acerca de los hombres y las mujeres y sus probables relaciones. Una maquinita hace que ese marido entre en la cabeza de la mujer y viceversa, todo lo que sigue no solo es vano sino que es absolutamente predecible y trillado, además de atrasar un par de décadas las hipótesis que propone. Una película más que fallida, donde los arquetipos son los protagonistas que bailan al compás de un ritmo anémico, sin encontrar nunca un eje donde hacer pie. MUJER Y MARIDO Moglie e Marito. Italia, 2017.Dirección: Simone Godano. Guión: Carmen Roberta Danza y Giulia Louise Steigerwalt. Intérpretes: Pierfrancesco Favino, Kasia Smutniak, Valerio Aprea, Marta Gastini, Andrea Bruschi, Francesca Agostini, Flavio Furno, Paola Calliari, Gaetano Bruno, Sebastian Dimulescu. Producción: Matteo Rovere y Roberto Sessa. Distribuidora: SBP Worldwide. Duración: 105 minutos.