Un vuelo apenas rasante Hollywood siempre está a la búsqueda de material para adaptar a la pantalla grande, ese que le pueda proporcionar una base de fanáticos dispuestos a pagar una entrada al cine. Se supone que cuanto mayor "conocimiento previo" hay del material original, más gente irá a ver el film. Angry Birds, la película es el resultado de este tipo de maniobra. El adictivo juego que invadió los teléfonos y tabletas de miles de personas en todo el mundo tenía el atractivo suficiente para ser adaptado a la pantalla grande, en este caso, con un film de animación y orientado al público infantil. Claro que hay materiales que se prestan más fácilmente a la adaptación que otros. No es el caso de un juego en el que una bandada de pájaros no voladores debe rescatar a sus huevos de las pezuñas de cerdos. Tal vez sea por eso que lo mejor de Angry Birds, la película es la historia previa creada para la versión cinematográfica. El protagonista es Red, un pájaro rojo propenso a enojarse, que no encaja muy bien en una sociedad en la que todos los pájaros conviven en armonía. Cuando un barco con unos cerdos verdes llega a la isla en donde vive, Red sospecha que sus intenciones no son del todo amigables. Con la ayuda de sus compañeros de terapia de manejo de la ira intentará salvar ese mundo del que no se sentía parte. Angry Birds, la película divierte en su primer tramo, dedicado a la comedia de las situaciones en las que se ve envuelto Red por su carácter y la excentricidad de los personajes que lo rodean. Sobre todo, resulta graciosa la versión en idioma original, que cuenta con las voces de brillantes comediantes actuales como Jason Sudeikis, Kate McKinnon, Josh Gad, Maya Rudolph, Bill Hader y Keegan Michael Key; además del excelente Peter Dinklage (Tyrion Lannister de Game of Thrones) poniéndole la voz a un águila, prócer de los pájaros. La diversión y comicidad se diluyen cuando llega la parte obligatoria en la que hay que mostrar lo que pasa en el juego e incluir secuencias de acción y aventuras. Aún así los Angry Birds salen bastante airosos del desafío de pasar de ser protagonistas de un juego a estrellas de cine.
En Caída del cielo se luce gracias a su pareja protagónica Siguiendo las pautas de la comedia romántica, Caída del cielo ofrece un retrato simpático del comienzo de un romance entre dos personajes cuyas vidas no son muy felices. El amor, en este caso, viene a darle un sentido a la vida de Alejandro, un sonidista que está a punto de decidir suicidarse cuando una mujer cae en su patio. Se trata de su vecina, Julia, quien milagrosamente sobrevivió a la caída desde la terraza del edificio. Intentando ayudarla, Alejandro irá olvidando la idea de terminar con su vida y aparecerá la posibilidad de un romance entre ellos. Al comienzo el guión presenta algunos problemas, ya que la extravagante situación inicial da lugar a algunas decisiones de los personajes que no tienen mucha lógica. El aspecto cómico del film funciona mejor en algunas escenas que en otras, pero hay un buen manejo de las reglas de la comedia romántica, tomadas casi al pie de la letra. Hay también amargura en lo que se muestra de las vidas de estos personajes y una insinuación de la profunda soledad en la que viven hasta su encuentro. Esto se traduce en una estética opaca que impera en toda la película. Lo mejor de Caída del cielo son sus protagonistas, Muriel Santa Ana y Peto Menahem, que le aportan encanto a dos personajes que no lo tienen desde el vamos. La actriz parece tener el secreto para generar empatía en el espectador en toda ocasión y el actor demuestra sensibilidad para interpretar la soledad de Alejandro. Son ellos los que hacen que los personajes despierten ternura y nos hagan desear un final feliz.
Un opaco regreso Al comienzo de Mi gran boda griega 2 se presenta a los personajes y lugares de la película original intentando imprimir nostalgia en el reencuentro del espectador con ese universo. El problema es que el film estrenado en 2002 no tiene la potencia de un clásico o de un objeto de culto como para que se produzca ese efecto deseado. Quien probablemente sintiera nostalgia y anhelo de reencontrarse con esos personajes es Nia Vardalos, guionista y actriz de ambas películas. Vardalos escribió y protagonizó la obra de teatro Mi gran casamiento griego, que llamó la atención de Rita Wilson, quien produjo la versión cinematográfica y actúa en esta secuela. Con un presupuesto de 5 millones de dólares, la película recaudó más de 360 millones en todo el mundo. Una continuación era esperable, sobre todo cuando la carrera de Vardalos no logró despegar. Catorce años después llega esta segunda parte sin una buena excusa narrativa. Todo gira alrededor de tres conflictos que tienen a Toula (Vardalos) como factor común: sus padres descubren que el cura que los casó no era legítimo y tienen que volver a contraer matrimonio; su hija tiene problemas para aceptar la omnipresencia de su numerosa familia y decidir adónde va a ir a la universidad, y su matrimonio con Ian (John Corbett) está un poco oxidado. Todos los chistes sobre la familia ruidosa y poco respetuosa de la privacidad son aún menos graciosos en esta secuela. Los personajes siguen siendo caricaturescos y la empatía del espectador se la lleva la hija de Toula y sus ansias de escapar. Por supuesto que detrás de todo hay un mensaje de "lo primero es la familia" pero el alegato no resulta muy convincente. Hay un intento interesante de entrar en el tema de lo que les pasa a las mujeres que se dedican exclusivamente a su familia cuando sus hijos se van de la casa, sus padres empiezan a necesitar mayores cuidados y su matrimonio quedó un poco de lado. Pero eso se abandona enseguida y se vuelve a la superficie, donde reinan los colores fuertes, los gritos y los chistes sobre griegos.
Un pasado perturbador Hay suficiente suspenso y elegancia estética en Ellos vienen por ti como para separarla del montón de películas de terror realizadas en piloto automático. Si bien la narración se resquebraja hacia el final, mantiene la tensión e intriga con una historia de fantasmas y traumas del pasado. Peter Bower (Adrien Brody) es un psicólogo que intenta sobrellevar la muerte de su hija y comienza a notar algo extraño en todos sus pacientes y en su mentor; lo que descubre lo lleva a escarbar en un pasado que no es como él recuerda. El gran problema de este film que toma muchos elementos de Sexto sentido y otros del género es que va cambiando el eje de su historia y complica la trama sin profundizarla.
En la búsqueda de la emoción por el camino del cliché Garry Marshall, director de Mujer bonita, entre otras comedias románticas, encontró hace unos años una fórmula que seguir: hacer películas corales, con actores famosos, centradas en una festividad. Primero fue el Día de los Enamorados, después Año Nuevo y ahora es el turno del Día de la Madre, título original de Enredadas? pero felices. Más allá del resultado que hayan tenido en la taquilla, ninguna de estas películas fue muy buena y Enredadas... no es la excepción. El dream team de Marshall está encabezado, esta vez, por Julia Roberts, Jennifer Aniston, Kate Hudson y Jason Sudeikis. La actriz de Mujer bonita hace un pequeño papel como una exitosísima vendedora de productos por televisión que dice que nunca fue madre, pero guarda un secreto. Aniston es una madre divorciada que tiene que lidiar con que su ex marido (Timothy Olyphant) se haya casado de nuevo y con una mujer mucho más joven. El conflicto del personaje de Kate Hudson surge de estar escondiéndole a su madre, de tendencias racistas (Margo Martindale), que se casó con un médico indio y tienen un hijo. El comediante Sudeikis tiene a su cargo, extrañamente, la historia que más apunta a lo emotivo, ya que interpreta a un viudo con dos hijas que no logra superar su pérdida. El elenco de la película no puede ser más delgado y hermoso; las casas son divinas y los conflictos se solucionan casi sin esfuerzo. Esa construcción de fantasía puede ser parte de lo mejor que nos ofrece el cine, esa magia que se produce en películas de Nora Ephron o incluso algunas de Nancy Meyers. Pero en Enredadas... es sólo parte de la superficialidad con que se trata todo, incluidas las relaciones tan complejas y llenas de sentimientos como las de las madres y sus hijos, y las de las parejas. Pese a contar con un elenco talentoso y una producción con muchos recursos, Marshall hizo una película con chistes muy básicos y que busca la emoción desde el cliché.
Perturbadora e ingeniosa Sería genial ir a ver Avenida Cloverfield sin tener mucha información sobre ella. Bastaría con saber que no es una secuela ni precuela de Cloverfield- Monstruo (estrenada en 2008), y que es una película que entretiene y pone muy nervioso al espectador, en el mejor de los sentidos. Para tener una idea de qué se trata: tras una pelea con su novio, Michelle (Mary Elizabeth Winstead) se sube a su auto y toma la ruta. De repente, otro vehículo la choca y pierde el conocimiento. Cuando se despierta tiene suero en el brazo y una pierna encadenada a la pared. Pronto conoce a su salvador/captor, Howard (John Goodman), que le dice que afuera el aire está contaminado hasta tal punto que quien lo respira se muere. Según Howard, ellos están a salvo en ese búnker que él construyó. Mejor no contar más porque vale la pena verla y dejarse llevar por las idas y vueltas de un guión ingenioso. En su debut como director de un largometraje, Dan Trachtenberg demuestra un gran manejo del suspenso y la sorpresa, siguiendo las enseñanzas de Hitchcock, elementos esenciales de este thriller/ film de terror. El perfecto equilibrio entre tensión y relajación es una de las claves de Avenida Cloverfield 10, logrado tanto desde la construcción del guión como de la puesta en escena. A esa combinación ganadora se le suman las actuaciones superlativas del elenco. John Goodman, que siempre es brillante y aún logra superarse a sí mismo, le imprime varios matices a un personaje que no para de sembrar dudas. Por su parte, Mary Elizabeth Winstead encarna a la perfección a Michelle, candidata a ser uno de los mejores personajes femeninos del cine de 2016, una de esas mujeres que se niegan al papel de víctimas y reclaman el de heroínas.
Terror que no asusta Si hay algo peor que no asustarse con una película de terror es aburrirse. Yo vi al diablo va por ese camino. Tras un accidente automovilístico, Eveleigh (Isla Fischer) se muda a un viñedo con su marido (Anson Mount). Ella está embarazada y empieza a tener visiones terroríficas. Su marido y su médico (Jim Parsons) quieren que tome un medicamento, pero ella se niega, apoyada por su amiga (Gillian Jacobs). También aparece Eva Longoria, en un papel sin ninguna función real. La gracia de la película reside en una vuelta de tuerca final, algo ingeniosa, pero no suficiente para compensar un trayecto aburrido.
Un cuento de brujas sutil y perturbadoramente terrorífico Ver una buena película de terror es una de las experiencias más viscerales que se puede tener en el cine. Hay una consecuencia directa en el cuerpo; la piel se eriza, el corazón se acelera. Sin embargo, el cine de terror no se reduce a una colección de sensaciones violentas y efímeras. Esta falacia en la forma de considerar al género también se aplica, muchas veces, a su realización: si sólo se trata de generar impacto, parecería que un sonido fuerte o una imagen violenta serían suficientes para hacer una película de terror. El problema, como demuestran la mayoría de los estrenos del género, es que eso no alcanza para hacer una buena película. La potencia del cine terror se manifiesta cuando aparece un film que deja atrás esa idea superficial del género y lo supera. Es el caso de La bruja, ópera prima de Robert Eggers, que no tiene como objetivo sólo asustar, aunque lo hace como pocas películas de los últimos tiempos. Basada en varias leyendas de la Nueva Inglaterra del siglo XVII, La bruja es una extraña cruza de cuento folklórico de terror y tragedia familiar. El film retrata a una familia de inmigrantes ingleses, devotos cristianos, que se enfrentan a poderes malignos que parecen emanar del bosque que está detrás de su granja. Click Aqui Lo oscuro y peligroso está presente en la naturaleza que los rodea, pero también está encarnado en la adolescente Thomasin (brillantemente interpretada por Anya Taylor-Joy), que es objeto de deseo, envidia y miedo de su propia familia. El descubrimiento del poder de su femineidad y el cuestionamiento hacia los adultos, típicos de esa edad, toman otro cariz entre personas obsesionadas con la religión y en una época donde lo misterioso sólo podía ser divino o diabólico. Con imágenes bellísimas, de colores lavados y sombras marcadas, Eggers construye plano a plano un clima opresivo y fatídico. El horror se va cocinando a fuego lento, lo cual puede ahuyentar a quienes prefieren sobresaltos más inmediatos. El factor miedo de La bruja no se puede medir en litros de sangre derramada o monstruos deformes porque surge de un lugar espiritual y simbólico. Eso la hace mucho más aterradora.
Seis directores para una sola película Tras el enigmático título de Blue Lips se encuentra una película coral, tanto por los protagonistas y sus historias como por los múltiples directores que estuvieron detrás de la cámara (aunque no se trata de un conjunto de cortometrajes sino de un solo largometraje). Estas características peculiares conllevan algunos problemas de disparidad. Igual, la película resulta amable y entretenida. Blue Lips cuenta las historias de seis personajes de lugares tan diversos como Oahu, Buenos Aires, Matera, Río de Janeiro, Los Angeles y Pamplona. Todos ellos necesitan alejarse de su realidad y están atravesando una crisis: la chica argentina está enferma; el jugador de fútbol brasileño no puede jugar más; el fotógrafo italiano está a punto de perder a su padre, con quien tiene una relación difícil; la mujer española no puede superar la muerte de su marido; el periodista estadounidense no logra asentarse y la joven hawaiana necesita encontrarse a sí misma. Distintas situaciones los llevan a Pamplona, en medio de las fiestas de San Fermín. Allí se van cruzando y esos encuentros repercuten en sus vidas. Las historias son simples, pero ganan en la mezcla. Hay una disparidad en las actuaciones aunque no en la estética, con la prolijidad del cine publicitario. La música incidental amplifica por momentos esa sensación de comercial para televisión, como también lo hace el tipo físico de la mayoría de los protagonistas. En lo opuesto a esa tendencia, lo mejor de Blue Lips, y que mantiene interesado al espectador, son las imágenes documentales de los Sanfermines, con sus colores brillantes y todo lo curioso que resulta ese encuentro anual en el que gente de todo el mundo encuentra un propósito en correr delante de una manada de toros.
Todos los lugares comunes Repleta de clichés del cine de terror, #Exorcismo no asusta más que por efectos de sonido fuertes y sorpresivos. Los personajes no tienen rasgos personales, sólo responden a tipos prefabricados del género y las interpretaciones no hacen mucho por agregarles valor. La historia comienza con el suicidio de una mujer y, después de exponer de forma bastante perezosa la información que el espectador necesita, comienza la verdadera acción. Un grupo de jóvenes aprovecha un asilo abandonado, con un siniestro historial de maltrato hacia sus pacientes, para hacer una fiesta. Patrick (Kelly Blatz), que trabaja con el sacerdote que está a cargo del lugar, intenta convencer a sus amigos de que se vayan hasta que conoce a una chica (Brittany Curran) y decide quedarse. Alentados por el alcohol y alguna otra sustancia, los chicos hacen un juego de ocultismo y uno de ellos es poseído por un espíritu maligno. No les queda más que sobrevivir como sea y realizar un exorcismo amateur. Los toques de humor redimen un poco a la película de Marcus Nispel, quien fue el encargado de las remakes de La masacre de Texas y Viernes 13. Por momentos hay una conciencia del material con el que se está trabajando y se juega con el ridículo de algunas situaciones, como la inclusión de un tutorial de Internet para hacer un exorcismo o llevando al gore extremo una escena en la que la cara de una persona es rebanada por la mitad con una hoz. También hay una divertida idea de mezclar características de varios subgéneros del terror, como la película de posesión, la de lugares embrujados y el slasher juvenil. Pero todo esto queda sin desarrollarse y se abandona toda ambición rápidamente, con el resultante de una película apenas aceptable para un pijama party adolescente.